jueves, 31 de diciembre de 2020

NOVENA DE LAS LÁGRIMAS DE MARÍA SANTÍSIMA

 


ALIENTO DE PECADORES

TIERNOS EJERCICIOS QUE EN FORMA DE NOVENA SE CONSAGRA A LAS PURÍSIMAS Y TIERNÍSIMAS LÁGRIMAS DE NUESTRA SEÑORA LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA DE LOS DOLORES

 

Para alcanzar por su medio la conversión perfecta de las almas

Por D. Francisco Javier del Castillo, presbítero de este Arzobispado.

México, 1750

 

MODO Y TIEMPO

Se pueden rezar estos ejercicios en los viernes del año, acomodándolos a que den nueve viernes consecutivos, pero debiendo asignar alguno más particular, no me ha parecido otro más propio que el de comenzarlos en el Miércoles de Ceniza, para continuarse por nueve días, y se terminase en el jueves segundo de cuaresma, llamado del de la Lágrimas de María Santísima.

 

 

ACTO DE CONTRICIÓN

Dolorosísima Virgen María, amparo, refugio y consuelo de pecadores, a donde Señora podrá acudir de todos estos el mayor y más desconocido a su Dios, que, a las amabilísimas y misericordiosísimas entrañas de tu piedad, pues a estas ocurre mi pobre y afligida alma, que grabada se reconoce con el crecido peso de innumerables culpas. No vengo a otra cosa que, a valerme de tu protección y amparo, para salir del lastimoso estado en que me han puesto mis pecados, y si el medio de conseguirlo ha de ser un solido arrepentimiento de haber ofendido a tu Hijo, mi Dios, por ser tan digno de ser amado, a ti Madre amabilísima, me acojo para pedirte me alcances de tu misericordia, un auxilio eficaz para ejecutarlo: tu corazón traspasado, tu alma purísima tan afligida y tus castísimos ojos bañados en lágrimas, son Señora, los que me han de enseñar a sentir, a dolerme y a llorar mis muchas culpas. Yo bien se, que de esos mismos tormentos y de esas lágrimas purísimas, han sido el motivo mis pecados e ingratitudes, estas son las que tú, amargamente has llorado, pues sean estas mismas las que lloren tiernísimamente mis ojos, sean estas las que atraviesen mi alma de dolor, conociendo han sido las mismas, que también han atormentado y afligido el Corazón Purísimo y Santísimo de vuestro Hijo Jesús. Yo le he hecho verter amargas y dolorosas lágrimas a vista de mi ingratitud y lastimoso estado de mi alma. Se tú, Señora, la medianera, para que me comunique de ese su dolor alguna parte, y poniéndole presentes tus dolores y lágrimas, pídele no se malogre en mi esa su misma compasión y tormento, decidle, que si el que se logre en mi alma estriba solo en que yo me arrepienta verdaderamente de mis pecados, ya me pesa de todos ellos con las veras de mi corazón, y quisiera mil veces haber dado la vida antes que haber cometido alguno de ellos, que yo le propongo no ejecutar culpa alguna en el resto todo de ella, la que quiero se acabe una, y muchas veces antes que volverle a ofender. Decidle, Madre mía amantísima, que me perdone, que yo confío mediante vuestra súplica, y tu infinita misericordia, me ha de perdonar y no me ha de castigar, como tan justamente merezco, a vuestros ruegos no se ha de negar para admitirme a su amistad y gracia, que es en la que quiero perseverar hasta el fin de mi vida. Amén. 

 

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

María Santísima, mar amarguísimo de penas y de congojas, que con tanto cercaron siempre tu Purísima Alma y Corazón amabilísimo, hasta hacerle verter abundantes lágrimas a tus castísimos ojos, causadas todas a impulso del amor tiernísimo con que amabas a tu Hijo, mi Dios, y sentías las injurias, tormentos y dolores que había de padecer por nuestra perversa ingratitud, y mala correspondencia a sus liberalísimos beneficios. Concédenos Señora, de estas tus lágrimas y Dolores, un aprecio tan grande, un amor tan entrañable, y una compasión tan tierna, que apartándose nunca de nuestra memoria, te acompañemos siempre en tu llanto, siendo nuestros corazones el lienzo en que se estampen, y nuestras almas, las que se atraviesen con el dolor de tus congojas, y el amor finísimo a tus tiernas lágrimas, las que no se aparten de nosotros hasta el último instante de nuestra vida, en que vamos por su intercesión a verte y gozarte en la compañía de tu Hijo Jesús. Amén.

 

 

 

DÍA PRIMERO

PRIMER MOTIVO

El motivo porque, en el discurso de su Santísima Vida vertieron tiernas y abundantes lágrimas, los castos ojos de María Purísima, era el prevenir su altísima sabiduría el mal recibimiento que había de hacer el mundo al Hijo Unigénito del Padre, e Hijo querido de sus entrañas, Jesús. Reconocía la Señora esta ingratitud de los hombres, y los malos tratamientos que habían de dar a aquella Suma Bondad y amabilidad infinita, que las venía a buscar por su remedio, y al conocimiento de esta mala correspondencia y poco agradecimiento que habían de tener de hacerse Dios Hombre por su amor, se desataban en abundantes corrientes de lágrimas, motivo digno para que se alienten nuestros afectos a acompañar su llanto, y reconocer tan alto beneficio.

 

Se rezan siete aves Marías en memoria de estas Purísimas Lágrimas y las ofrecerás con la oración siguiente:

 

ORACIÓN

Afligidísima Virgen María, escogida Madre de Dios y Señora nuestra, que con el altísimo conocimiento, del lastimoso estado en que se hallaba nuestra humana naturaleza por el pecado de nuestros primeros padres, y con una admirable luz de las sagradas escrituras y antiguas profecías, deseabas llegase el tiempo de que se hiciese el Unigénito del Padre, hombre, uniendo a su divinidad, el barro miserable de nuestra humana naturaleza, y dando el debido peso a tan alto beneficio, te engolfabas agradecida en el inmenso mar de sus misericordias, cuanto sería Señora, vuestro dolor, al hacer de estas el cotejo con la ingratitud y mal recibimiento, que conocías, habían de dar al mismo Dios de los hombres, que cotejo sería este, Señora, en tu entendimiento clarísimo. Dios buscando al hombre, y el hombre huyendo de su Dios, el Hijo Eterno del Padre, empeñado en venir a reconciliar al hombre con su mismo Padre, justamente indignado por sus culpas, y el hombre atrevido culpado y ofensor, despreciando su amor infinito y amistad amabilísima. La misericordia, en fin, de Dios, toda inclinada a perdonar al hombre, y este, empeñado no solo en despreciar sus tesoros, sino también en provocar con nuevas culpas su justicia, que extremos tan dolorosos y contrarios para tu purísima y santísima Alma, que todo absorta y anegada en amarguras, se deshacía en tierno llanto, a la vista de esta ceguedad de los mortales, y de aquella Misericordia infinita de un Dios. Pero, si este era entonces el motivo de vuestro llanto, séannos ahora esas mismas lágrimas, las medianeras, para que se acaben los justos enojos del mismo Dios con nuestras almas, para que logren estas los auxilios eficaces, con cuya luz se resuelvan a dar a este infinito amor, digna morada en sus corazones, de los cuales jamás les aparten, hasta que logremos todos el fruto de su misma venida en la misma bienaventuranza. Amén.

 

Acá se rezan dos Sales a los Castísimo Ojos de nuestra Señora, y una Ave María a su Purísimo Corazón, que se ofrecen con la siguiente:

 

 

ORACIÓN FINAL

Purísimo, Santísimo y Atormentadísimo Corazón de María Santísima, mi Madre y Señora, fuente copiosísima de donde manaron las tiernas corrientes de amarguísimas lágrimas, que vertieron tus castísimos ojos, centro preciosísimo, que cercaron los inexplicables dolores y tormentos de su inocentísima vida, seas millares de millares de veces bendito, adorado, y amado de todas las criaturas; acompañante estas en el justo sentimiento de las injurias de Jesús, tu amor,  y sienta yo a tu imitación, pues he sido entre todas ellas no poca parte de tus congojas, y aflicciones: llore amargamente el haber sido, con mis pecados, el motivo a tus Castísimos Ojos de tan lastimoso llanto, y vosotros Luceros amabilísimos de mi corazón, Soles clarísimos a quienes han querido eclipsar las sombras funestas de mis culpas; benditos seáis por centenares de millares de veces alabados, y engravecidos de las criaturas todas por vuestras tiernas y amabilísimas Lágrimas. Cesen ya vuestras corrientes, serenense vuestras hermosísimas luces, y conviértanse misericordiosas a ver esta pobre, triste, y miserable criatura, sea mi alma el blanco de vuestra misma atención, no para que se aumente vuestro llanto, sino para que se empeñen vuestras misericordias en su remedio. A vuestra vista pongo las necesidades todas en que me hallo, las que padece la Cristiandad, las que cercan al Mundo universo; para que, extendiéndose a todas vuestras luces, todas se remedien. Mirad a nuestro Santísimo Padre, a nuestros encomendados, y Bienhechores y socorred las necesidades, que padecen. Difúndanse vuestras piedades para la conversión de los Infieles, y Herejes, para el arrepentimiento de los pecadores, que es el que con especialidad os pedimos en estos Ejercicios, para el alivio de las Almas de Purgatorio, y libertad de nuestras almas, de estas mismas penas, para lo cual desde luego os imploramos, y para que en la hora de nuestra muerte nos miréis, o Purísimos y amabilísimos Ojos, y comuniquéis a nuestros corazones, el que deshaciéndose también en tiernas lágrimas de contrición, vamos a gozar de la dulcísima vista, y de los tiernos amores de este Purísimo Corazón, en el cual ponemos desde ahora, nuestra alma, nuestro corazón, y nuestro amor, para vivir en el eternamente. Amén.

 

 

LAMENTOS DE MARÍA

No conocía todavía el lamento,

Ahora el lamento es una herida abierta,

El dolor lacera, languidece.

 

Judíos, de mi luz,
me separan de mi hijo,
mi dulce delicia.

 

Oh, mi dulce Señor,

Mi único hijo,

mira a esta madre llorosa.

¡Apártala del dolor!

 

De mis ojos caen las lágrimas,

mi corazón sufre por el tormento,

tu sangre cae,

mi corazón languidece.

 

Luz del mundo,

Flor de flores,

te torturan amargamente,

¡te atraviesan con clavos de hierro!

 

¡Ay de mí, hijo mío,

dulce como la miel,

tu belleza convertida en fealdad,

tu sangre cae como el agua!

 

Mi lamento, mi plegaria,

pueden verse desde fuera;

el dolor interno de mi corazón

nunca amaina.

 

Llévame, muerte,

deja que viva mi único hijo,

¡sálvale, mi Señor,

a quien el mundo debería temer!

 

¡Oh, la palabra del justo Simeón

me ha alcanzado,

siento esta daga de dolor,

lo que él hace tiempo predijo.

 

¡Que no me separen de ti,
dejándome con vida,
mientras a ti te atormentan,
hijo mío, hasta la muerte!

 

¡judíos, no hay justicia en vuestra acción!

Mi hijo murió, pero es inocente.

Lo apresasteis, lo atasteis,

lo encadenasteis,

¡lo matasteis!

 

Tened piedad de mi hijo,

no de mí,

o con el tormento de la muerte,

a la madre con su hijo,

¡matadnos juntos!

 

 

 

DÍA SEGUNDO

MOTIVO SEGUNDO

El segundo motivo, que empañaba los Purísimos Ojos de María Santísima, a un tierno llanto, era el conocimiento altísimo de lo poco que habían de aprovecharse los mortales con la doctrina admirable, heróicos ejemplos, que les venias a enseñar y practicar; su querido Hijo Jesús, en el discurso todo de su Santísima Vida; veía esta la Señora como un ejemplar o dechado, que se proponía á los hombres, para que a su imitación siguiesen en el seguro camino de la Eterna Verdad: pero registrando al mismo tiempo lo apartado, que avian de vivir de esta, teniendo por necedad los que eran Dogmas de altísima Sabiduría, y predicando ciegos los que eran engaños de tu misma ignorancia, aquí era donde prorrumpía de su tormento el más amargo llanto que deberá ser aliento a nuestros ojos, para que, llorando nuestro mismo engaño, se abran al conocimiento y practica de tan admirable Doctrina.

 

ORACIÓN

¡Atormentadísima y Santísima Virgen María! Ejemplar admirabilísimo de las Virtudes todas, y dechado singular de la más alta perfección a que te encumbro la exacta, y puntual guarda de la Ley amabilísima, y Doctrina de tu Hijo Jesús. Con cuanto esmero Señora se empleaba tu atención, y cuidados en la práctica de esta, registrando tan a la vista el más perfecto ejemplar que estampabas para su imitación en tu Purísimo Corazón, que al mismo tiempo se atravesaba de un agudísimo e inexplicable dolor, con ver cuan al contrario lo habían de practicar aquellos mismos a quienes el Señor lo venía a enseñar con sus perfectas obras, siendo de la imitación de estas los que aún mas se habían de apartar muchas veces los mismos Cristianos, avergonzándose de la virtud, desdeñándose de ser enseñados, y lo que peor es, viviendo tan opuestos a su Sagrada Doctrina, solo habían de practicar los errados dictámenes a que les inclinasen sus apetitos y pasiones. Como, Señora, se dividiría tu Purísimo Corazón. ¡Cuales serían tus lágrimas y cuan amargo tu llanto! Al registrar y conocer los ultrajes, que en esto mismo había de padecer la Doctrina y Ley Santa, que tu Hijo Santísimo les había venido a enseñar, pero si a este llanto os movía el amor que teníais a la Santa y Divina Ley, junto con el conocer los fatales perjuicios, que le seguían a nueftras almas por apartarnos del Eterno Camino de la verdad, alcanzadnos, por estas vuestras Lagrimas, del Señor, que nos vino á enseñar, una particular gracia para el exacto cumplimiento de sus Divinos Preceptos y Consejos, una imitación puntual de su Santísima Vida, y un entrañable amor a su Santa Ley, para que abandonando por su guarda todo interés, y humano respeto, no nos apartemos jamás de su gracia, y consigamos por esta una eterna gloria. Amén.

 

 

 

DÍA TERCERO

MOTIVO TERCERO

El tercer motivo que se nos propone del doloroso llanto de María Santísima nuestra Señora, es el conocimiento altísimo que tenía su Majestad de que viniendo Jesús, su Hijo Santísimo a este Mundo, como verdadero Mesías prometido en la Ley y en los profetas, se habían de quedar ciegos sin conocerle, y recibirle los de su mismo Pueblo, que eran los judío; y aquí en abundantes Lagrimas lloraba la Señora, la perdida infeliz de ellos, y la mala correspondencia, que tenían al admirable beneficio, que les hacía su infinita Misericordia, con la vocación a su santa ley. Ingratitud, que también ha practicado nuestra ceguedad, no cumpliendo con las obligaciones Altísimas a que nos empeña el nombre, y profesión de cristianos, pero si imitamos aquella, acompasemos de María Santísima, el llanto, correspondiendo tan admirable beneficio.

 

ORACIÓN

¡Tristísima Virgen María! Y Precursora Dignísima del Verdadero Mesías Jesús, a quien, con encendidos deseos de tu Corazón, querías conociesen, amasen y adorasen las criaturas todas, cobijándolas y llamándolas a su Divino amor, no solo con tus Castísimas Manos, que lo manifestaban y señalaban, sino también con las voces de tu Corazón Purísimo, que clamaban al mundo universo para que lo reconociese y amase, cuanto seria, Amabilísima Madre, de este tú mismo atormentado Corazón, el dolor al verla sordera voluntaria de los mortales, la ceguedad con que se quedaban en la oscuridad de su misma ignorancia, cuanto se aumentaría esta pena a la desconsolada y afligida Alma, que conocer, había de quedarse en ellas el reducido número de tantos Justos, siendo la perdida de estos para las entrañas de tu Piedad más lamentable, por ser los mismos a quienes en su propio Pueblo había venido a rescatar, comunicar y buscar Jesús, tu Hijo.  ¡Pero aquí de tu llanto la amargura! Cuando viendo a ellos, conocías habían de ser los que en correspondencia de tanto beneficio habían de atormentar, injuriar, y ofender aquella Prenda amabilísima de tu Corazón, hasta ponerle en el ignominioso patíbulo de una Cruz, en que le habían de ver agonizar y morir tus Castísimos Ojos, que, deshechos en lágrimas, les clamaban para que conociesen su ceguedad y perversa ingratitud. Pues no cesen, Señora, de ellas tus tiernas Lagrimas los clamores, hasta que lleguen en eficaces súplicas a los oídos de tu mismo Hijo Jesús, para que nos conceda, el que saliendo aquellos de su error, le conozcan como su verdadero Dios, y verdadero Hombre, y nos alcancen el que todos le adoremos y amemos como a nuestro Redentor y Salvador, que vino con sus tormentos, y penas a abrirnos las puertas de su eterna gloria. Amén.

 

 

 

CUARTO DÍA

MOTIVO CUARTO

El cuarto motivo a las tiernas dolorosas corrientes de María Santísima nuestra Señora, era el que, entendiendo con altísima Sabiduría, que la doctrina, que practicaba, y enseñaba su Santísimo Hijo Jesús, era la misma Verdad y Santidad; advertía se había de ver esta mal entendida, e interpretada por innumerables Herejes, que astuto habían de intentar el obscurecer y perturbar esta misma verdad. Veías aquí aquellos Purísimos Ojos de María la variedad de sus errores, y el poco aprecio que habían de hacer del beneficio altísimo, que habían de recibir en enviarles el Señor para su remedio la verdadera inteligencia de sus Doctrinas, mediante la predicación de los Apóstoles y Predicadores Evangélicos de su Iglesia, y al reconocer el poco aprecio que habían de hacer de su Doctrina y Consejos, no podían menos, que deshacerte en lágrimas aquellos Castísimos Ojos, a quienes ya sirviera de consuelo nuestra vista, no hallasen para su mayor tormento en nuestras almas los fatales estragos, que ha hecho nuestro proprio juicio, nuestra tenaz infusión, que tantas veces quieren interpretar conforme a sus apetitos, y placeres, lo que es muy ajeno de la eterna verdad.

 

ORACIÓN

¡Penadísima Virgen María! Templo Sagrado de la Trinidad Augusta, y Depósito admirable en que se encerró toda la Sabiduría Increada, comunicándote una altísima inteligencia de sus Sagradas Escrituras, y Divinas Leyes, en que conocías su admirable conformidad y verdad infalible. Qué dolor Señora sería el de tu amantísimo Corazón viendo lo errado, y engañado que habían de proceder en esta los juicios de tanto número de Herejes, Apostatas, perseguidores de la Santa Iglesia. ¡Qué dolor Señora! Te seria ver de estos la inflexible tenacidad de sus Sectas la multitud, de sus Secuaces el número, y conocer en todos ultrajada, y ofendida la Bondad infinita de tu Dios, la Humanidad Santísima de tu Hijo Jesús, y aun también tu misma inocencia, queriéndose oponer aquellos atrevidos a tu Pureza y Sagrada Maternidad, y altísimas perfecciones, con razón, Señora, se desharía aquí en llanto tu Corazón atormentado, siendo tus Ojos manantiales de tiernas lágrimas, pues registraban tan atrevida insolencia de los hombres, y la soberbia temeridad de su arrogancia de que tiendo blanco la inocencia de los Justos, la Santidad de nuestra Católica Iglesia con tantas tiranías, y crueldades perseguida; eran los despojos la inocente Sangre de tantos atormentados Mártires, los desprecios, y ultrajes de  los Predicadores, y Ministros de tu Hijo, cuyos trabajos, fatigas y tormentos conocías, y lloraban ya tus Purísimos Ojos: pues conviértanle Señora de estos las luces á ver y socorrer las necesidades, que aun padece la misma Santa Iglesia; confúndanse con solo tu poderosa vista, los errores de tantos atrevidos, y soberbios perseguidores, que le cercan. Aliéntese con tu misma constancia la de los Fieles, y dadnos todos un deseo grande y resolución verdadera de dar nuestras vidas, y derramar nuestra sangre a defensa de nuestra Santa Ley; publicando y predicando esta para mayor honra y gloria tuya, y de tu Santísimo Hijo Jesús. Amén.

 

 

 

DÍA QUINTO

MOTIVO QUINTO

El quinto motivo, que alentaba el doloroso llanto de María Santísima nuestra Señora, era aquel conocimiento claro, que tenía, de ser su querido Hijo Jesús, el verdadero Agnus Dei que había venido a quitar los pecados del Mundo, para reconciliar al hombre con su Dios, y dejar vencida la infernal Serpiente de la culpa, conociendo al mismo tiempo, que desconocido, é ingrato el hombre había de volverse a hacer enemigo de Dios con sus pecados. Veía la Señora, toda la Bondad de un Dios, que venía con tanto amor a redimirnos de tan miserable cautiverio; y si el entender, que la correspondencia de este beneficio había de ser en los mortales, el multiplicar nuevas ofensas, y nuevas injurias para agraviar su infinita Bondad, a ver de aquellas mismas ofensas repetidas, que habían de ser su número, lo abominable, y feas en gravedad, toda llena de amarguras se deshacía en un doloroso llanto, y que parte tuvimos, tu, y yo en esas mismas lágrimas, por el particular conocimiento, que tenía la Señora de la que habíamos de tener en estas ofensas. Pero, ¡oh! Que poco las lloramos.

 

ORACIÓN

¡Acongojadísima y Soberana Virgen María! Paloma purísima, preservada por el mismo Dios de los contagios de la culpa, y conservada en todo el progreso de tu admirable vida, con tan crecidos e inexplicables aumentos de gracia, que no te tocó ni la más mínima sombra de la culpa, cuya monstruosidad, no menos conocía, que abominaba tu purísima alma. ¡Oh! y como conocerías la temeraria e inconsiderada facilidad con que habían de admitir su malicia nuestras almas, ofendiendo a su Dios con tantas, y tan innumerables culpas, cuyo número y atrocidad enormísima eran para tu inocente Alma y Corazón amantísimo, un cuchillo tan agudo, que, solo conservada del Altísimo, no acababa a lo aserrado de sus filos con tu Santísima vida. Mas ¡Oh! ¡y como Señora, fuera este a tu amor alguna confusión! cuantas veces así lo desearías, si fuese voluntad Divina, dar tu vida, a imitación de tu Hijo Santísimo, por los pecados del Mundo. ¿Pero cuando así no se te concedía, como le imitarás en el llanto? ¿Qué repetidas, y amargas serian tus Lagrimas a vista del formidable monstruo de la culpa, y de los lastimosísimos efectos, que había de causar en nuestras almas? ¿Y cómo con tu Jesús amante llorarías la ruina de esta Jerusalén suntuosa? Mas ay, que viendo Yo, que tú, y mi Jesús amabilísimo así lloran los pecados del Mundo, ¡aun no lloro! ¿Como no me deshago en lágrimas para desagraviar su Banead ofendida? Para consolar tu Alma atormentada, y para conseguir, que mi alma se purifique de tantos pecados como he cometido. Ea Señora, y Madre mía, comunicadme ese tu dolor, dame parte de esas lágrimas, y pide a mí Señor me perdone, y me restaure al estado de su gracia, en la cual persevere hasta el fin de mi vida. Amén.

 

 

 

DÍA SEXTO

MOTIVO SEXTO

El sexto motivo, de las tiernas lágrimas de María Santísima nuestra Señora, era el extender sus Purísimos Ojos, por aquel amargo mar de tormentos, afrentas, y dolores que había de padecer en toda su vida por nuestro amor, su amantísimo Hijo Jesús, y aquí viendo la Señora aquellos excesos de amor tan mal pagados y correspondidos de los mortales, atendiendo al fatal olvido que habían de tener de la Pasión dolorosísima, e inexplicables tormentos de su Jesús; atravesado su amante Corazón se desataban las abundantes corrientes de sus lágrimas. Oh, si nuestros ojos acompañaran siempre tan justo, y amargo llanto.

 

ORACIÓN

¡Dolorosísima Virgen María!  Madre dignísima de Dios, y Madre verdadera de dolores, pues con tanto rigor cercaron ellos, tu inocente, y afligida Alma desde el instante de tu Concepción Purísima, hasta el de tu dichoso tránsito. ¡Ay Madre mía amabilísima! Que absorta la consideración, no halla fondo al insondable abismo de tan Crecidas aguas de amargura, y solo suspensa se admira de tu invencible Constancia las fuertes avenidas de tan descompasadas olas de tormentos. Pero como, Señora, ha de alcanzar nuestro conocimiento, lo crecido de tus penas, si se median estas por los dilatados tamaños de tu amor, regulándose en tu afligido Corazón, por la admirable circunstancia de ser tú la Madre más amante, y ser Jesús, tu Hijo, el más digno de ser amado, que estos eran de la penetrante espada, que atravesaba tu Purísima Alma, los dos más aserrados filos; estos los que dividían tu Santísimo Corazón, y más cuando en este mismo conocimiento registrabas, la multitud de injurias, dolores, y afrentas, que había de padecer en todo el discurso de su vida y muerte, aquel centro amabilísimo de tus amores. Qué pena Señora, cuando al ver su hermosura, se te acordaban las salivas, bofetadas, y afrentas de su rostro, á el atender a su inocente Cabeza, se te representaba traspasada de agudas penetrantes espinas, al tocar sus Divinas Manos, hazlas memoria de la crueldad con que los hombres las habían de rasgar con fuertes clavos. Y, en fin, al fijar tus Ojos en toda aquella hermosura Divina, el reconocer, que no había de quedar parte alguna de su Santísimo Cuerpo, que no fuese atormentada y herida de la tirana crueldad de los mortales; aquí sí, que, deshechos tus ojos en lágrimas, te reducías toda, a un mar amarguísimo de llanto. ¡Oh, y cuantas veces se mezclaban en este, aquellas tiernas caricias con que le estrechabas en tus brazos! ¡Con que le acercabas a tu rostro, o le alimentabas entre tus castos Pechos con virginal leche! Y cuantas, al ver tus llorosos Ojos, acompañaba tu llanto el mismo Jesús, que con su infinita Sabiduría conocía su tierno, y alto de sus motivos, Pero ¡o dolor! Que el olvido fatal de ellas mismas penas en que me ha puesto mi ingratitud, es la causa de que, al verte así llorar, y á el ver que llora también en tu compañía tu Dulcísimo Hijo, ¿no llore yo también? Mas si así no lo ejecuto, recibe Señora mis delitos, que son ya de acompañarte en este llanto, y de estampar en mi alma, una continua memoria de la Pasión amarguísima de tu Hijo; para que viviendo siempre es esta, consiga los abundantes frutos que nos ganó con sus penas, en la gloria. Amén.

 

 

 

DÍA SÉPTIMO

MOTIVO SÉPTIMO

El séptimo motivo para su tierno llanto, lo daba a los castísimos ojos de María Santísima, el registrar aquella altísima providencia y misericordia infinita, con que disponiéndonos su Santísimo Hijo, el remedio a las fatales caídas de nuestras culpas, dejaba para estas establecidos sus Santos Sacramentos, fuentes perennes, cuyo valor se fundaba en el precio inmenso de su derramada Sangre, la que el mismo tiempo, registraba malograda en tantos como habían de ser los que apartándose voluntariamente de estas sagradas Fuentes, habían de quedarse en el lastimoso estado de sus vicios, y pecados, que precipitados les habían de arrebatar su eterna ruina, y por la que habían de lamentar innumerables almas, llegando a estas mismas corrientes de su gracia con la menos disposición debida; convirtiendo con atrevida inconsideración en fatal veneno, la más saludable, y provechosa medicina. Y aquí lo crecido del llanto de María Santísima; pues cada motivo de estos traspasabas su amante Corazón, y deshacían en lágrimas sus Candídisimos Ojos.

 

ORACIÓN

¡Desconsoladísima Virgen María! Abogada eficacísima de la salud y remedio de nuestras almas, que cuando más atormentada en el conocimiento clarísimo de la enormidad de nuestras culpas, viendo la misericordia infinita de su Santísimo Hijo, que nos dejaba para estas el remedio, en las fuentes liberalísimas de sus Santos Sacramentos, aun no se aliviaba de tu afligido Corazón el dolor, porque al mismo tiempo registrabas la ingratitud perversísima con que muchas almas no habían de lograr en estos su remedio, o ya porque voluntariamente se habían de apartar de tan saludables medicinas, o ya (lo que más te atormentaba) porque con una temeridad horribilísima, habían de llegar indignamente a recibir estos, más para provocar la Divina Justicia, haciéndote reos de ella, que para aprovechar sus almas en la participación de sus misericordias. ¡Con qué dolor Señora volverías en tu consideración altísima, esta locura, y ceguedad de los mortales! ¡Como verías allí muchos de estos que por su misma culpa habían de experimentar el fatal estrago de morir en el medio de sus culpas sin alcanzar el remedio en ellos Santos Sacramentos! ¡Como registrarías otros, que, sin querer llegar a estos, le habían de vivir tan de asiento en tus mismas culpas! Y como en fin se atravesaría tu amante Corazón a él ver tantos, que, con tanta indignidad e irreverencia, habían de llegar sacrílegamente a recibirlos. Allí se te manifestaba tu Santísimo Hijo Sacramentado, en los inmundos pechos de muchos pecadores, allí de estos el atrevimiento, de los sagrados templos la irreverencia, y tu Santísimo Hijo los ultrajes. ¡Ay Madre Purísima, que formidables y espantosas representaciones! ¡Que amarguras para tu afligida alma! ¡Qué deshecho llanto a tus castísimos Ojos! Oh, y no permitas Señora, tenga yo parte en la causa de este, antes si, llegue siempre con el debido respeto y disposición necesaria tan Sagradas Fuentes. Purifica, y adorna mi alma, para que entre en ella tu Santísimo Hijo Jesús Sacramentado, y concédeme por estas mismas Lágrimas, el que yo antes de mí muerte dignamente le reciba, siéndome en esta, su Majestad, saludable Viatico, que me conforte y aliente para hacer ub feliz transito de esta miserable vida a su eterna gloria. Amén.

 

 

 

DÍA OCTAVO

MOTIVO OCTAVO

Será el tierno y doloroso motivo que exite nuestras lágrimas para acompañar a María Santísima en su llanto, la consideración amarguísima, de que dando su Santísimo Hijo la vida con tanto amor, para que se lograse en todas las almas el fin último de su eterna predestinación, conocía al mismo tiempo, su atormentado entendimiento se había de malograr aquella su vertida Sangre, aun en muchos de los mismos cristianos, que no habían de aprovecharse de ella por lo depravado de sus vidas. Congoja tan crecida, y representación tan tierna para la compasión de María Santísima, que atravesada su Alma en cada uno de aquellos infelices, que así conocías, aun le parecía poco á fu caridad encendida, no solo deshacerse en abundantes corrientes de lágrimas, sino que aun derramando por sus castos Ojos, su Purísima Sangre en tierno llanto, quería exhalar la vida, si el precio de esta pudiese ser medio, para que no perdiéndose ninguna alma, se lograse en todas el infinito precio de la Pasión Santísima, y tormentos de su Hijo.

 

ORACIÓN

¡Oh Atormentadísima Reina de los Cielos! ¡Oh Corredentora diligentísima de nuestras almas! ¡Oh María Purísima! Madre Amantísima de todo el linaje humano, quien podrá Señora dignamente conocer, o en alguna manera retribuir el dolor excesivo, que, dividiendo tu caritativo Corazón, hacia exhalar abundantes amargas corrientes de lágrimas a tus Purísimos, y Castísimos Ojos, en la tormentosa vista del crecido número de Almas; en quienes, por su mala correspondencia, y obstinada ingratitud se había de malograr el precio infinito de los tormentos, dolores y penas de Jesús tu Hijo Santísimo. ¡Quien Señora podrá hacer algún digno concepto de vuestras amarguras! cuando en medio de la devastadora tormenta de tribulaciones, que regulaban tus Ojos, padecías por la inocencia del mismo Señor, veías aquellas delatadas preciosas corrientes de la Sangre, y aquí ¡Oh que dolor! conocías que siendo cada gota de ella bastante y sobreabundante a la Redención de todo el Mundo, aun no obstante por la misma ingratitud de los hombres le habían de malograr en tantos aun de los mismos cristianos, hijos de la Católica Iglesia. Pero pues nuestra capacidad no lo alcanza, consíganos Señora este vuestro mismo amor, el que haciendo el debido aprecio devueltas Lagrimas os acompañemos en tan justo y debido llanto. Desátense ya las corrientes de nuestros ojos, y no cesen las de los vuestros, para que puedas unas, y otras en la presencia de vuestro hijo y nuestro Eterno Dios las reciba, y por ellas nos conceda el que apartándole de los errados caminos, que les precipitan á su eterna ruina, sigan los mortales todos, las seguras sendas de su eterna Predestinación, lográndose en todos, y en nuestras almas el ir por el precio de su Sangre derramada, y por la intercesión de tus vertidas Lagrimas a lograr el dichoso fin de ver y gozar a tu Majestad en tu compañía, por una eterna gloria. Amén.

 

 

 

DÍA NOVENO

MOTIVACIÓN ÚLTIMA

Este último día se nos ofrece el tierno y doloroso motivo, porque derramaron abundantes corrientes de lágrimas los amabilísimos Ojos de María Santísima nuestra Señora, y es el vivo conocimiento, que su Majestad tenia de lo poco, que le habían de aprovechar, y lo mal, que los hombres habían de corresponder el Altísimo beneficio, que su mismo Hijo les había hecho en el Madero de la Cruz; de encomendarlos por hijos de fu Purísima y Santísima Madre. Imperaba a la Señora para este llanto, no solo el fervor de su encendida caridad para con los hombres, sino la actividad de su obediencia a los preceptos de su Hijo Dios; veía le había encomendado estos por hijos de su cuidado, y de su amor en las últimas agonías de su Muerte, y conocía, que aquellos mismos que eran prendas de su Difunto y adorado Hijo, ni le habían de corresponder esta singular fineza al Señor, ni habían de reconocerle como Madre, ni portarse con obras dignas de hijos de tal Madre, y aquí lo más tierno de su amargo llanto.

 

ORACIÓN

Afligidísima Madre y Señora mía, que empeñada siempre en mirarme y cuidarme como a hijo, se atravesaba tu tierno y amante corazón, desecho en lágrimas por el conocimiento que tenías de mi ingratitud y mala correspondencia, a tan alta dignidad de mi Dios, de recomendarme por hijo tuyo. Aquí me tienes ya, Madre amabilísima de mi alma, que, como pródigo arrepentido, vuelvo a la casa y amparo de tu Majestad. Aquí tienes, mi Señora, a tu hijo, el mismo que te recomendó entre las amarguras de su muerte tu Jesús amado, ya veo que no me he portado como hijo tuyo en mis obras, que no he correspondido al amor y solicitud que has tenido de mi alma, como mi amantísima Madre, pero creo Señora, que si esta mi ingratitud ha sacado tantas veces las lágrimas a tus castísimos Ojos, esas mismas vertidas por mi amor, me han de ser medianeras para que de nuevo me recibas por hijo, y me perdones la mala correspondencia que te he tenido, esos mismos ojos los has de convertir a mi pobre alma, para reconocerla por hija tuya, aunque tan desemejada con mis culpas y maldades. Acábese Señora, este tu amargo llanto, que ya me tienes aquí, como hijo tuyo arrepentido y postrado a tus santísimos pues, para pedirte mil perdones, como a mi ofendida Madre, aquí estoy resuelto a no apartarme nunca de tu amor y amparo, determinado a servirte y amarte desde este punto hasta mi muerte, como a Madre amabilísima de mi alma. Acuérdate Señora, para que así me admitas de la rendida obediencia con que me recibiste por tu hijo al pie de la Cruz, en que veías morir a mi amabilísimo Redentor. Esta fué, Señora, la súplica, que te hizo en las últimas palabras que te habló; y esta misma es la que Yo por último te hago, que me mires y me cuides como á hijo tuyo, desde ahora hasta el último instante de mi vida, en la cual, y en las agonías de mi muerte me ampares como mi Madre, para ir por toda una eternidad a gozar de tu amabilísima compañía en la gloria. Amén.

 

 

 

 

IMPRESSO EN MEXICO

En la Imprenta de Doña María de Rivera.

Y por su original, en la de la Viuda de Joseph Bernardo de Hogal.

 

 


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