lunes, 4 de enero de 2021

CÍTARA ARMONIOSA

 


CÍTARA ARMONIOSA

PARA DAR MÚSICA ESPIRITUAL AL NIÑO DIOS HUYENDO A EGIPTO

 

Que comienza a resonar en los en los silencios de la media noche de año nuevo, hasta el día séptimo de enero.

Templóla un devoto Sacerdote, que reverente la ofrece a Jesús, María, y José.

 

Reimpresa en México, por D. Felipe de Zúñiga, y Ontiveros, calle de la Palma, año de 1773.

 

 

Hecha la señal de la Cruz, y preparada el Alma, se podrá entonar este acto de contrición, que forma sus voces en endechas:

 

Piadoso Jesús mío,

Tierno, sagrado Dueño,

A confesar mis culpas

Arrepentido a vuestras plantas llego.

 

Si mi vida viví,

Mejor diré, muriendo

Deje robar mi vida

De un infame y sacrílego deseo.

 

Te dejé por dejarte,

Que otro motivo cuerdo

Para haberte dejado,

Ni lo tuve, ni es fácil tenerlo.

 

Por agraviarte Amor

Imposibles emprendo

Y que por restaurarte

No llene de gemidos esos cielos.

 

A Dios perdí, y con el

Perdí la vida, el centro,

Perdí, más no sé qué,

Porque me ha anegado el sentimiento.

 

¿Pues qué remedio amor?

Mi Jesús, que remedio

Pequé, Señor, pequé

Ya decirte otra cosa no acierto.

 

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

¡Oh Excelentísima Virgen María Madre de Dios, y Reyna nuestra! Yo la más inútil de las criaturas, compadecida dé los trabajos de vuestro doloroso Destierro, y atravesada mi alma de un agudo sentimiento de mis culpas, os ofrezco a vuestras plantas en señal de un perpetuo reconocimiento el pobre cornadillo de mi cuerpo y alma. Consagro desde hoy a tu servicio mí entendimiento, y memoria para pensar en ti, y de ti. Mi corazón para amarte, mis sentidos exteriores para adorarte, mi lengua para bendecirte, invocando siempre en todos mis trabajos a mis dulces, y queridos Señores Jesús, María, y José, cuyas penas siento, cuyas ofensas lloro, y por cuyo amor tierno suspiro. Amén.

 

 

NOCHE PRIMERA

LA SALIDA DEL NIÑO DIOS DE BELÉN

Salid hijas de Sión

A ver al Rey Eterno,

Que huyendo de un tirano

Camina presuroso entre los hielos.

 

Prevenid compasiones,

Avivad sentimientos,

Pues llora fugitivo

El Niño Dios, la perla de los cielos.

 

Comienza ya sus endechas la dolorosa Citara, cuando mira a la tierna Madre de Jesús salir llorando del Templo, donde le intima el Señor, salga con su Niño para Egipto. Turbase José al verla, y avisado del misterio por un Ángel, llegan los dos Esposos a la cuna del Divino Niño, y al despertarse llora la misma risa de los Cielos. ¿Quién oirá sus sollozos, sin ternura? ¿Y quien tendrá palabras para ponderar los tiernos lances de este viaje? Ya postrados reciben María y José la bendición del Niño, y tomando en una caja las pobres mantillas y el jumentillo, salen a cumplir su destierro ¡Oh cielos! ¡Para cuando reserváis los socorros! Al punto de poco más de media noche, se presentaron diez mil Ángeles en forma humana visible, haciendo de la noche, día, con sus resplandores, y salieron acompañando a los Divinos Caminantes. Inclinase la Reina Excelsa a adorar de paso la Cueva del Santo Nacimiento, pero avisada de los alados espíritus de la precisión del viajo, hizo desde allí reverencia a aquella dichosa cueva. ¡Ay alma mía! Mira con que presurosa fuga caminan tus Señores. ¿A quien vieras salir de ella fuerte sin desatarte tus ojos en dos fuentes?  En toda la noche no descansan. ¡Oh que motivo para no descansar aquella noche! Camina alma en pos de tus Señores, y entre tanto ofrecerles el alivio de unos tiernos afectos.

Se rezan siete padres nuestros, aves Marías y gloria, y luego esta:

 

ORACIÓN

¡Oh Jesús mío, Niño tierno, centro de los consuelos! ¿Como si sois la vida, salís huyendo de la muerte? ¿Vos sois el sagrado de los culpados, y ahora no halla sagrado vuestra inculpable inocencia? Venid a mi corazón a enconderos belleza de los Cielos. ¡Mas ay de mí! Que mis ingratitudes os han aumentado de mi ama. ¡Oh! Como quisiera que las corrientes de mis ojos mostrasen el justo sentimiento de vuestra ausencia. Perdonad dulce Niño mis desaciertos: pues lloro mis ingratitudes, y ofrezco seguir desde hoy con empeño vuestras pisadas. A esto me alienta el ejemplo de vuestra a Afligidísima Madre. Oh Reyna de los Cielos! Siento vuestro destierro, y quisiera llorarlo con lágrimas del alma. Ofreced, Señora, las aflicciones de vuestro viaje, para remedio de mis muchas culpas, causa de vuestras penas. ¡Oh fidelísimo Esposo de tal Reyna, Señor mío San José! Por las penas, que atormentaron vuestro corazón aquella triste noche de la fuga, os suplico intercedáis por mí, y me alcancéis, que, huyendo de la culpa, merezca ver a mi Dios en la dulce Patria de la gloria. Amén.

 

 

 

SEGUNDA NOCHE

En brazos de la Aurora

Camina el sol más bello

Salid, almas, salid

Gozares de camino sus reflejos.

 

En la Ciudad de Gaza

Han tomado su asiento

Los tiernos peregrinos

Fatigados del sol y del desvelo.

 

Al escuchar estas voces será razón alma mía, refresques de tan triste noche la memoria. Mira como sobre el desvelo, fatiga a los Caminantes tiernos el Sol con sus bochornos. En alas de sus recelos camina la Aurora de la gracia, llevando en su regazo a Sol verdadero de justicia. Inclinose su afecto á dar en Hebrón una vista á Santa Isabel, su Prima, y al Niño Juan, porque se desviaba poco el camino que llevaba: pero San José dijo á la Divina Esposa, que era muy importante no detener un punto la jornada. Remitió con esto la enternecida Reina un Paraninfo alado, dando a su Prima cuenta de su viaje, y que pusiese en cobro al Niño Juan. ¡Que lagrima, que suspiros no enviarían Madre e Hijo para saludar con ellos a Jesús y su Madre! ¡Que eco tan doloroso haría estas ternuras en el amante pecho de la Señora del mundo! Despachó Santa Isabel un proprio con algunos socorros de comida, dineros, y unas telas para mantillas del Divino Infante. De todo hizo la princesa soberana, convite franco a los pobres, sin temer las penurias del dilatado camino, que le esperaba. Hizo para el Niño un mantillo, y para José una capa, y previno corta provisión para su viaje. Dos días se detuvo en la Ciudad de Gaza, sanando dos enfermos, y haciendo maravillas en las almas. Acompáñale corazón mío, llorando su Destierro, admirando su excesiva caridad, y copiando en el alma sus virtudes.

Se rezan siete padres nuestros, aves Marías y gloria, y luego esta:

 

ORACIÓN

¡Oh Dulce, amable siempre Virgen María! Que en vuestras manos llevasteis el tesoro de la vida por librarle del Tirano: envuelta mi alma en la memoria de aquellas preciosas lágrimas, más que orientales perlas, os da voces llenas de ternura y compasión. ¡Oh María Madre de Dios! Por aquellos desvelos de vuestros columbinos ojos, haced que velen los míos en sus obligaciones. Por aquellos bochornos, sienta mi corazón el calor del Divino fuego. Todo lo podéis, pues sois tesorera de los Cielos. Dadme algún rato ese Niño bellísimo, para que repose en mi alma. ¡Oh ternura de mi Jesús amado! ¡Que dichosos mis ojos si sirvieran de tierra que pisasen tus plantas! ¡Mis manos de criados de tu servicio, mis pensamientos de aposentadores, mis cuidados de solo cuidar de ti! ¡Oh si oyeran mis oídos tus suspiros! ¡Como abrazaran en puro amor esta alma! Oíd Señor mis clamores, muévaos la ternura, y ruegos de esta Madre Virgen, que, siendo Madre vuestra, es también Madre de Pecadores. Las fatigas, desvelos, lágrimas y suspiros de mi Señor San José, hagan eco en estas amorosas entrañas; y merezca yo por tan dolorosas penas, ser participante de los eternos gozos de la gloria. Amén.

 

 

 

NOCHE TERCERA

Heridos de la escarcha

Del más helado invierno,

Traspasados del agua,

Y de la furia de contrarios vientos.

 

A un montecillo aportan

A los caminantes tiernos,

Vertiendo por sus ojos

Los corazones en lágrimas deshechos.

 

Lamentos tristes resuena nuestra Citara. Mas ¿cómo dejara de prorrumpir en lamentos quien ve despedirse á María de la Ciudad de Gaza, dejándola envuelta en lutos, sintiendo ausencias del Sol Cristo, de la Luna María, y de José hermoso Lucero? Llora alma mía tantas ausencias como has ocasionado a tu Divino Esposo y preveen nuevas lagrimas para acompañar a tus Señores, que ya se entran por los arenosos desiertos, dilatados por más de sesenta leguas. Comenzaron a fatigarles las molestias del Destierro. Imagina el campo arenoso, el camino dilatado, sin compañía humana, y por tierra despoblada, y sin el menor alivio. ¿Cuántas veces el Sol les obligaba a buscar ansiosos la sombra de un roble? ¿Cuántas veces negaron el agua aquellos paramos? ¡Campos dichosos, felices soledades, regados con sudores tan divinos! ¡Quién podrá con ojos enjutos ver aquella belleza de la Reyna del Cielo, unas veces encendido el rostro como ascua, otras traspasado del hielo, talvez corriendo el sudor á gotas, y otras destilando perlas de sus ojos! Miraba la Purísima Madre en el Alma de fu Hijo Dios, como en espejo sus operaciones. Algunas veces alternaban coloquios; que no cabe el decirlos, ni en lengua de Serafines. Lloraba el Niño corno el pajarillo tierno fuera de su nido, correspondía entre sollozos y gemidos la compasiva Tórtola. Y todo junto resonaba en el dolorido corazón del Santo Esposo, que besando el pie al Niño decía palabras, para quebrantar corazones. Cierra entre estas fatigas la noche, y a la falta de un montecillo sentados en la desnuda tierra cenaron de lo que llevaban de Gaza. Formó el amante José con su propia capa, y unos palos un pabellón para Jesús, y María, y él se recostó en la desnuda tierra. Formaron los diez mil Ángeles una rueda, o circulo para dar a tanto desabrigo algún reparo. Los coloquios que allí trabaron Hijo y Madre, y lo que pasó aquella noche solo puede decirlo la elocuente retorica del silencio. Trate cosas tan tiernas quien sabe de amor de Dios, y tu alma mía, piensa como presente los sucesos de esta triste y dolorosa noche.

Se rezan siete padres nuestros, aves Marías y gloria, y luego esta:

 

ORACIÓN

¡Oh Peregrina Aurora de la gracia! ¡Oh Bellísima Madre del más hermoso Amor, y de la Santa esperanza! Que desterrada de vuestro patrio suelo, con vuestro tierno Niño, y vuestro querido Esposo, tolerasteis fatigas, calores, soledades, y humanos desamparos, siendo dos veneros de cristal vuestros hermosos ojos y vuestro corazón traspasado de dolorosos puñales. Haced, tierna y afligida Madre, que alivie yo vuestros sentimientos con el compasivo recuerdo de tan sensibles penas, y que el conocimiento de no haber hasta ahora amado a mi Dios con las veras que se debe, excite en mis ojos dos fuentes de lágrimas de pura contrición, en mi memoria recuerdos de mi mala vida y en mi voluntad encendidos afectos de un amor de Dios, sino, constante y verdadero. Así lo solicitaban mis ansias, así lo desea mi alma y así espero conseguir poniendo por interlocutores vuestras fatigas, los deseos de mi Jesús, los trabajos de mi Padre San José, para que, caminando en él destierro de este mísero valle de lágrimas, en seguimiento de vuestros admirables templos, vean mis ojos cara a cara el dulce objeto de vuestro semblante en la gloria. Amén.

 

 

 

NOCHE CUARTA

Para aumentar las penas

Del amargo Destierro,

Sobre las muchas lluvias

Ha llegado a faltarles el sustento.

 

Por orden de su Dios

Los paraninfos bellos

Bajan panes y frutas,

Renovando el milagro del destierro.

 

Hoy mas que nunca en trinos dolorosos se muestra enternecida nuestra Citara. Hasta ahora el ver desterrados, llorosos, afligidos a los Celestiales Peregrinos motivaba a ternuras todo lo racional; pero verlos a el cuarto día sin el menor sustento, pudiera enternecer hasta lo insensible. Al extremo ha llegado el hambre; y no es fácil recurso en un desierto. Arboles frugíferos no los consiente la mucha arena, solo se miran Palmas, que en sus hojas forman espadas para traspasar el corazón con el sentimiento. Las fuentes, que en sus cristales podían ofrecer algunos peces, ni corren por aquellos paramos, ni visitan aquellos yermos. Todo falta, cuando sobran solo las destemplanzas de los elementos. El viento en torbellinos de polvo ciega los ojos, las nubes le desatan en menudísima lluvia, las nieves impiden el camino, los hielos le dejan yertos los cuerpos. Son ya las nueve de la noche, y no ay un pan, ni otra vianda para el sustento. La tierna Madre fe aflige, el Niño hace mil pucheros, y llora pues no tiene cumplidos más de cincuenta días. El Santo Esposo se absortó de la necesidad, y del sentimiento. Palabras se oían allí, que sacaran ternura aun de los bronces. Aun tiempo corrían por sus rostros las gotas de las nubes, y las perlas de sus ojos. ¡Oh Cielos! ¿Para cuándo reserváis los portentos? Cesen los fríos, derrítanse los hielos. ¡Oh nubes! Cesen vuestras lluvias, o en vez de aguas destilad perlas, para hacer salva al que es más hermoso qué las perlas. ¡Oh tierra! Convierte en granos de oro tus arenas, por donde pasa el Peregrinito de oro, vístanse de flores sus campiñas. ¡O aires! Respirad suave marea, finísimos aromas. Con más medidas, y más altas razones mandó María Santísima a los elementos no ofendiesen a su Criador. Y en retorno de este amoroso cuidado, por mandado del Infante Jesús, formaron los Ángeles un globo de resplandor muy denso en el cual abrigaron a los tres Divinos Caminantes. Pero faltaba todavía el sustento, y para remediar le trajeron los Soberanos Espíritus pan suavísimo, frutas muy hermosas, y un licor, como de mano de Ángeles, más delicado que el maná del Desierto. Cuidó también el Altísimo Padre de recrear visiblemente a nuestros hermosos Peregrinos, al sentarse la Divina Madre con el Bellísimo Niño en el suelo, venían en concertados coros las Aves, y se le ponían en los hombros, y en las manos, y con la suavidad de sus gorjeos, y hermosa variedad de sus plumas, hacían músicas alegres, mientras otras traían flores en los picos. Cantaba con más suave melodía la Maestra de Capilla del coro de los Ángeles; y alternaban a tres coros melodías, como de Ángeles, los Soberanos Espíritus todos hacen música al tierno Niño, no será razón que solo guarde silencio nuestra Citara; rompa pues su voz, y diga:

 

Las aves con sus plumas,

Y sus gorjeos sonoros

Cantando al dulce Niño

Forman festivas variedades de tonos.

 

Y pues cantan alegres

Los soberanos coros,

Al son de nuestra cítara

No será mucho acompañar nosotros.

 

Ofrezcan con ansias

Los corazones prontos

Nunca más bien aceptos,

Que cuando cantan a su Dios gustosos.

Se rezan siete padres nuestros, aves Marías y gloria, y luego esta:

 

ORACIÓN

¡Oh Emperatriz de los Cielos y tierra! Alegría de los Ángeles, consuelo de los hombres, honra de toda la naturaleza humana, por quien vive el mundo, pues diste sustento a la misma vida. ¿Como te ha faltado en el desierto el sustento? ¿Como se ha atrevido el hambre a la misma Hartura? ¿Como se han conjurado contra fu mismo Hacedor los elementos? Siento, Señora, en mi alma, y sobre las niñas de mis ojos, el ver tiritando de frio, al que es lumbre de tus ojos, y vivo fuego de las almas puras. ¿Quién pudiera hacer un sazonado puchero de todos los corazones, para remedio de tanta necesidad? En memoria de pasos tan tiernos; os ruega mi corazón enternecido, que cuando llegue la necesidad extrema de la hora de la muerte, merezca por vuestros ruegos, y de mi Señor San José, ser socorrida mi alma con el Pan de los Ángeles Sacramentado, para que así confortado pase de las amarguras de la muerte, al descanso de la gloria. Amén.

 

 

 

NOCHE QUINTA

Al entrar a Egipto

Pasados los riesgos,

Los árboles se inclinan

Y dan en tierra los antiguos templos.

 

Cobran salud las almas,

Sanan también los cuerpos,

Los ídolos se arruinan

Con otras maravillas y portentos.

 

Mucha materia tenía para continuar en dolorosos concentos la Citara; pues fueron más de cincuenta días los de la penosa fatiga del camino. El campo queda abierto para ternuras al corazón piadoso; pero es forzoso abreviar en el ejercicio esta jornada, por dar lugar a la vuelta. Suplan los afectos faltantes de los días; siguiendo los pasos de nuestra Reyna, veremos come se acerca ya a los poblados. Y para divertir las penalidades del camino habla con su Peregrino Infante, y este le respondía consolándole en su pena, ternuras como de tal Hijo y tal Madre. Al entrar por los poblados de Egipto el Niño Dios en brazos de su Madre, levantados los hermosos luceros de sus ojos al Cielo, hizo oración al Eterno Padre, y en virtud de su Divino Poder cayeron al profundo los Demonios, y los Ídolos de aquella ciega gente, quedaron arrumados por los suelos. Los Templos se desplomaban en tierra, y quedaban asombrados los Gitanos. Con la luz que les daba la Reina, muchos se convertían al verdadero Dios. Otros sin saber cómo, sanaban de peligro las enfermedades, y muchos quedaban libres de la opresión del Demonio, El Castísimo José se ocupaba también en catequizar Barbaros. A la entrada en la Ciudad de Hérmopolis, un copado Árbol hizo reverencia á su Criador, inclinando sus ramas hasta él suelo, y antes tenía el Demonio pueda en él su silla. Otras muchas veces hicieron esto mismo otros árboles, y los animales, y brutos de los campos salían a dar el debido obsequio á su Criador. Peregrinó muchas tierras esta Familia Sacra, y previniendo nuestra admiración, dio anticipada la razón la Divina Maestra a la Venerable Madre Agreda, diciendo: No te admires, de que, por grajear tantas almas, peregrinásemos mi Hijo Santísimo y yo, pues por una sola, si fuera necesario, rodearíamos todo el mundo, si no hubiera remedio. ¡Oh alma! Da lugar á este excesivo amor de tu Dios, y veras corno tu corazón, de un Egipto tenebroso, pasa a ser un animado Cielo.

Se rezan siete padres nuestros, aves Marías y gloria, y luego esta:

 

ORACIÓN

¡Oh Vida de nuestras almas! Bellísimo, amabilísimo Jesús mío, centro de los castos amores, que cuando más fugitivo, es para hacer mayores bienes a las almas. ¡Con cuánta razón debo llorar el tiempo en que no fuísteis vos solo adorado en el templó de mi corazón! ¡O quien ofreciera no una, sino mil vidas que tuviera, por víctima de la caridad en las aras del divino fuego! llegue ya la hora de vuestro amor, Peregrinito hermoso; acábense ya las obscuras tinieblas en que he vivido. ¡Oh Madre de mi Jesús! ¡José amabilísimo! Mi lengua enmudece, y solo os hablan mis deseos. Dadme amor de Jesús, que yo no sé, no quiero pedir otra cosa, hasta abrasada el alma en tan amoroso incendio, viva solo de Jesús y solo de Jesús, hasta gozarle en su gloria. Amén.

 

 

 

NOCHE SEXTA

Ya la Ciudad del Sol

Es un paraíso ameno,

Con tan nuevo primor,

Que trasplanta en su suelo todo el cielo.

 

Por siete años logra

Este feliz terreno,

El árbol de la vida

Cuyo fruto fue vida de los muertos.

 

Cánticos alegres mezclados con endechas trilles fuer a razón entretuviesen las armónicas voces de la Citara, porque sí el llegar a poblado nuestros Peregrinos es para tomar asiento en Heliópolis, y descansar de tan penoso viaje, el verlos andar buscando posada, y mendigar de limosna el sustento, no deja descansar el sentimiento. Después de haber rodeado muchos lugares, entrando en la Ciudad del Sol, salió él Santo José a solicitar una posada; hállala algo retirada de la Ciudad, y tan pobre, que fue necesario buscar con que barrerla. ¡Oh suelo dichoso aseado con las purísimas manos de María, y de sus Santos Ángeles! Ya están acomodados nuestros Forastero entre cuatro paredes; más ¡ay dolor! Que falta un todo de alhajas y sustento. Pidiendo anda el Patriarca Santísimo un pan de, por amor de Dios. ¿Sino conocen a Dios como darán por su amor? Tres días repite su viaje el limosnero dichoso, halla que á el cuarto día, busco con su trabajo algún socorro. Labró para la Reyna una tarima, y para el Niño una cuna. ¡Oh que corto descanso! Ni ay allí más colgaduras, ni mas mullidos lechos, la tierra era el lecho del Santo Esposo. ¿La gran Señora buscaba el sustento con el primor de sus manos por mano de unas piadosas mujeres Quien podrá dignamente considerar aquel orden tan concertado de vida? ¿Aquellos dulces coloquios entre el Hijo desde la cuna, y desde su labor la Madre? ¿Como se pensaría sin ternura cuando recibía San José al Divino infante en sus brazos? ¿Con que amor? ¿Con que humildad gozaría estas caricias? Esto, y mucho más, que no cabe en palabra, cupo en los dilatados corazones de los Celestiales Esposos. En esta Ciudad María y José, catequizaban a los rudos, visitaban los Hospitales; sanaban los enfermos, y en todos obraban maravillas. En siete años, que allí vivieron, que lágrimas bastan para hacer siquiera recuerdo del dolor que les causó la muerte de los Niños Inocentes. El ver María Santísima con los ojos del alma a Santa Isabel, su prima, con el niño Juan en una cueva. Desde esta Ciudad le enviaba por manos de los Ángeles el socorro. Aquí vistió la señora a su Niño la túnica que le desnudaron los sayones. Aquí lloraba el Infante Jesús nuestras culpas, y tal vez llegó a sudar sangre, como en el huerto, con dolor cesa la narración de lo que pasó en Egipto, recurra el Alma devota a la Mística Madre de Agreda, si desea nuevos motivos a un tierno y amoroso llanto.

Se rezan siete padres nuestros, aves Marías y gloria, y luego esta:

 

ORACIÓN

Oh Suavísima Virgen María, resplandeciente palacio del Rey Eterno, palma bellísima de justicia, nardo oloroso de castidad, paraíso animado de todos los gustos lleno, que después de tantas lágrimas, caminando más de doscientas leguas, hiciste domicilio en la Ciudad del Sol, para que alumbrase a sus habitadores el verdadero Sol de Justicia. Por aquella caridad extremada con que a todos les procurasteis, y conseguisteis la salvación de tantas almas, ruega por mi corazón con fervorosas ansias, se conviertan tantas almas, como se pierden entre la gentilidad. Y pues sois Sol que nos alumbra en las sombras de muerte de nuestras ignorancias, sea tan eficaz vuestra luz en nuestras almas, que nos sirva como a los israelitas, de columna resplandeciente, y nos conduzca a la verdadera tierra prometida de promisión de la gloria. Amén.

 

 

 

NOCHE SÉPTIMA

EL REGRESO DEL NIÑO DIOS A NAZARETH

¡Oh Hermosa Sunamitis!

Vuelve, Señora, vuelve,

Vuelve, que te esperamos,

Vuelve, que nuestros ojos quieren verte.

 

Tu venida dichosa

Hará el día tan alegre,

Que la tierra lo aplauda,

Y el cielo con sus luces lo festeje.

 

Muéstranos ya a Jesús,

En tu Divino albergue

Que admirar su hermosura,

Con ternura las almas entretienen.

 

Sonoras voces, aunque tiernas, convidan á escucharlas a las más despiertas atenciones. ¡Oh almas devotas! Atención, que ya paso el erizado invierno. Ya la Paloma fugitiva vuelve al descanso del Arca. Ya cumplido el año del Jubileo, vuelven a su Patria los fugitivos. Cumplieronse los siete años del penoso Destierro, y avisados del Eterno Padre comienzan a disponer la jornada para la vuelta. Por mano del bellísimo Niño distribuyeron sus pobres alhajas a los necesitados. Y hecha esta diligencia partieron para Palestina, con la lucida comitiva de los Ángeles. A la despedida de tan Divinos Huéspedes soltaron los de Egipto las riendas a el dolor siendo tantos los dolientes, cuanto habían sido de ellos beneficiados. A tal punto llegó su sentimiento, que fue necesario facilitara la salida el poder Divino. Por todos los Lugares que pasaban los llenaban de maravillas. sanando enfermos, remediando necesitados, y todos cuantos salían al camino volvían en alma y cuerpo remediados. Entraronse nuestros Peregrinos en los desiertos y será forzoso renovar ternuras, y estrenar nuevas lágrimas y sentimientos, pues padecieron nuevas penalidades los Caminantes tiernos. Fatígales el Sol, el cansancio, las lluvias, y hasta la falta del sustento. Por mano de los Santos Ángeles enviaba el Señor el remedio y á veces de un pequeño fragmento aumentaba el Infante Jesús con su bendición el sustento. No se olvide la música de las aves, el rendimiento de los brutos, e inclinación de los árboles, que todo se renovó en esta vuelta. Por costa del mar Mediterráneo pasó el Señor San José con Jesús y María Santísimos, sin tocar en Judea, por temor a Arquelao, hasta llegar a la Patria del Niño, Nazareth. Aquí es preciso se adelante el alma devota a asear, barrer y adornar la Casa de Nazareth, que se interpreta, Casa Santificada, separada, guarnecida y florida. Santifíquese el alma por la confesión y la comunión, repárese el bullicio de criaturas, guarde con diligencia su corazón, y en el prepare florido lecho a su esposo, que se apacienta entre Azucenas puras y así dispuesta salga a recibir a la Divina Madre; pídale afectuosamente, que mientras se apea del Asnillo le deje tener un rato la dulce prenda del Niño, dígale mil ternuras y como de veras le dé el corazón, yo le aseguro no se lo pida tan presto la amantísima Madre; antes si tendrá feliz su vuelta, si ve a su Niño entretenido con sus queridas Esposas.

Se rezan siete padres nuestros, aves Marías y gloria, y luego esta:

 

ORACIÓN

Oh clementísima Virgen María, Madre la más amante y tierna, retrato que engrandeces a tu artífice, instrumento del amor inmenso, y de las obras, Imán que lleva así los corazones. Bienvenida seas consuelo de afligidos, remedio de los desterrados hijos de Eva. Bienvenida seas alegría espiritual de nuestros corazones, bienvenida mil veces seas para universal jubilo del Cielo, y de la tierra. Canten tu vuelta dichosa con tan Bellísimo Infante los Ángeles con sus acordes músicas, las aves arpas dos picos, las fuentes celebren con sus cristales, los árboles desgajen sus ramas, las palmas sus pimpollos en alegre triunfo, salten los corderillos en los campos, conmuévase los montes, den saltos los brutos en las selvas, prevengan las flores sus olores, refinen su purpura las rosas y entretejida de claveles, azucenas, y jazmines una hermosa guirnalda, te coronen por Reina de las flores. Mil parabienes os rinden mis afectos Peregrinos Celestiales y quisiera hacerme todo lenguas en vuestras alabanzas. Haced dulcísimos Señores míos un Nazareth místico de esta pobre alma. Concededme por fin de esta jornada, que, encendido todo mi corazón en vuestro amor, viva una vida toda celestial, y que cierre las ultimas cláusulas de esta mortal vida, invocando a Jesús, María y José, tan de corazón, que lo acabe de pronunciar en el cielo. Amén.

 

 

 

CANCIÓN DOLOROSA

De un invierno en los rigores

Caminado noche y día

Sois purísima María

Tierno imán de los amores.

 

Voz muy tierna, aunque sonora

Señora me habéis de dar

Con que pueda lamenta

Ausencias de tanta aurora.

Cuando el alba por vos llora

Vierte perlas en las flores.

 

Corriste igual fortuna

Con vuestro Jesús amado,

Pues si él fue sol desterrado

Vos la luna fugitiva

Vuestro Esposo con a una,

Sintió penas interiores.

 

En tan dolorosa pena

Os mostráis luna constante

De todo alivio menguante

Pero de aflicciones llena,

Oh, si pudiese mi pena,

Explicar estos primores.

 

Si vuestro querido infante

Llora, tierno al padecer,

Vos como Madre y Mujer,

Vertís lágrimas de amante

Gimiendo mi lira cante,

Ternuras tan superiores.

 

Cuando a vuestro esposo miro

Contempla mi devoción,

Que exhala su corazón

Y el alma en cada suspiro,

Sintiendo vuestro retiro

El orbe sintió temblores.

 

Y Jerusalén se queja

Con doloroso gemido,

Pues todo el bien a perdido,

Cuando su reina se aleja,

Desierta la tierra deja

Que la sigue con clamores.

 

Las flores enternecidas

Por contemplarse dejadas,

Si antes eran coloradas

Se miran descoloridas,

De esta ausencia están sentidas

Y han perdidos sus colores.

 

Las fuentes con gran recelo,

Ya no aciertan a correr,

Antes quieren perecer

Entre prisiones de hielo,

Porque les falta el consuelo

Que da el sol con sus calores.

 

Los astros con gran pesar

Apagan sus luces bellas,

Todo es luto en las estrellas

Ya que no pueden llorar

Quien bastará a ponderar

Tan excesivos dolores.

 

Las aves con triste canto

Dan a entender su ternura,

Pierde el cielo su hermosura

Oculta en fúnebre manto.

No es posible que en el llanto

Seamos nosotros menores.

 

Por siete años peregrina,

En Egipto hacéis mansión,

Ya gran Señora es razón

Ver esta Verdad Divina.

Vuestra luz nos ilumina,

Y nos llena de favores.

 

Ya la cítara armoniosa,

Pone fin a sus canciones,

Canten nuestros corazones,

Que será la mejor glosa,

Con música tan melosa

Se encienden nuestros fervores.

 

 


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