CÍTARA
ARMONIOSA
PARA
DAR MÚSICA ESPIRITUAL AL NIÑO DIOS HUYENDO A EGIPTO
Que
comienza a resonar en los en los silencios de la media noche de año nuevo,
hasta el día séptimo de enero.
Templóla
un devoto Sacerdote, que reverente la ofrece a Jesús, María, y José.
Reimpresa
en México, por D. Felipe de Zúñiga, y Ontiveros, calle de la Palma, año de
1773.
Hecha
la señal de la Cruz, y preparada el Alma, se podrá entonar este acto de
contrición, que forma sus voces en endechas:
Piadoso
Jesús mío,
Tierno,
sagrado Dueño,
A
confesar mis culpas
Arrepentido
a vuestras plantas llego.
Si
mi vida viví,
Mejor
diré, muriendo
Deje
robar mi vida
De
un infame y sacrílego deseo.
Te
dejé por dejarte,
Que
otro motivo cuerdo
Para
haberte dejado,
Ni
lo tuve, ni es fácil tenerlo.
Por
agraviarte Amor
Imposibles
emprendo
Y
que por restaurarte
No
llene de gemidos esos cielos.
A
Dios perdí, y con el
Perdí
la vida, el centro,
Perdí,
más no sé qué,
Porque
me ha anegado el sentimiento.
¿Pues
qué remedio amor?
Mi
Jesús, que remedio
Pequé,
Señor, pequé
Ya
decirte otra cosa no acierto.
ORACIÓN
PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh
Excelentísima Virgen María Madre de Dios, y Reyna nuestra! Yo la más inútil de las
criaturas, compadecida dé los trabajos de vuestro doloroso Destierro, y
atravesada mi alma de un agudo sentimiento de mis culpas, os ofrezco a vuestras
plantas en señal de un perpetuo reconocimiento el pobre cornadillo de mi cuerpo
y alma. Consagro desde hoy a tu servicio mí entendimiento, y memoria para pensar
en ti, y de ti. Mi corazón para amarte, mis sentidos exteriores para adorarte,
mi lengua para bendecirte, invocando siempre en todos mis trabajos a mis
dulces, y queridos Señores Jesús, María, y José, cuyas penas siento, cuyas ofensas
lloro, y por cuyo amor tierno suspiro. Amén.
NOCHE
PRIMERA
LA
SALIDA DEL NIÑO DIOS DE BELÉN
Salid
hijas de Sión
A
ver al Rey Eterno,
Que
huyendo de un tirano
Camina
presuroso entre los hielos.
Prevenid
compasiones,
Avivad
sentimientos,
Pues
llora fugitivo
El
Niño Dios, la perla de los cielos.
Comienza
ya sus endechas la dolorosa Citara, cuando mira a la tierna Madre de Jesús
salir llorando del Templo, donde le intima el Señor, salga con su Niño para
Egipto. Turbase José al verla, y avisado del misterio por un Ángel, llegan los
dos Esposos a la cuna del Divino Niño, y al despertarse llora la misma risa de
los Cielos. ¿Quién oirá sus sollozos, sin ternura? ¿Y quien tendrá palabras
para ponderar los tiernos lances de este viaje? Ya postrados reciben María y
José la bendición del Niño, y tomando en una caja las pobres mantillas y el
jumentillo, salen a cumplir su destierro ¡Oh cielos! ¡Para cuando reserváis los
socorros! Al punto de poco más de media noche, se presentaron diez mil Ángeles
en forma humana visible, haciendo de la noche, día, con sus resplandores, y
salieron acompañando a los Divinos Caminantes. Inclinase la Reina Excelsa a
adorar de paso la Cueva del Santo Nacimiento, pero avisada de los alados
espíritus de la precisión del viajo, hizo desde allí reverencia a aquella
dichosa cueva. ¡Ay alma mía! Mira con que presurosa fuga caminan tus Señores. ¿A
quien vieras salir de ella fuerte sin desatarte tus ojos en dos fuentes? En toda la noche no descansan. ¡Oh que motivo
para no descansar aquella noche! Camina alma en pos de tus Señores, y entre
tanto ofrecerles el alivio de unos tiernos afectos.
Se rezan siete padres nuestros, aves
Marías y gloria, y luego esta:
ORACIÓN
¡Oh
Jesús mío, Niño tierno, centro de los consuelos! ¿Como si sois la vida, salís
huyendo de la muerte? ¿Vos sois el sagrado de los culpados, y ahora no halla
sagrado vuestra inculpable inocencia? Venid a mi corazón a enconderos belleza
de los Cielos. ¡Mas ay de mí! Que mis ingratitudes os han aumentado de mi ama.
¡Oh! Como quisiera que las corrientes de mis ojos mostrasen el justo
sentimiento de vuestra ausencia. Perdonad dulce Niño mis desaciertos: pues lloro
mis ingratitudes, y ofrezco seguir desde hoy con empeño vuestras pisadas. A esto
me alienta el ejemplo de vuestra a Afligidísima Madre. Oh Reyna de los Cielos!
Siento vuestro destierro, y quisiera llorarlo con lágrimas del alma. Ofreced, Señora,
las aflicciones de vuestro viaje, para remedio de mis muchas culpas, causa de vuestras
penas. ¡Oh fidelísimo Esposo de tal Reyna, Señor mío San José! Por las penas,
que atormentaron vuestro corazón aquella triste noche de la fuga, os suplico
intercedáis por mí, y me alcancéis, que, huyendo de la culpa, merezca ver a mi
Dios en la dulce Patria de la gloria. Amén.
SEGUNDA
NOCHE
En
brazos de la Aurora
Camina
el sol más bello
Salid,
almas, salid
Gozares
de camino sus reflejos.
En
la Ciudad de Gaza
Han
tomado su asiento
Los
tiernos peregrinos
Fatigados
del sol y del desvelo.
Al
escuchar estas voces será razón alma mía, refresques de tan triste noche la
memoria. Mira como sobre el desvelo, fatiga a los Caminantes tiernos el Sol con
sus bochornos. En alas de sus recelos camina la Aurora de la gracia, llevando
en su regazo a Sol verdadero de justicia. Inclinose su afecto á dar en Hebrón
una vista á Santa Isabel, su Prima, y al Niño Juan, porque se desviaba poco el
camino que llevaba: pero San José dijo á la Divina Esposa, que era muy
importante no detener un punto la jornada. Remitió con esto la enternecida Reina
un Paraninfo alado, dando a su Prima cuenta de su viaje, y que pusiese en cobro
al Niño Juan. ¡Que lagrima, que suspiros no enviarían Madre e Hijo para saludar
con ellos a Jesús y su Madre! ¡Que eco tan doloroso haría estas ternuras en el amante
pecho de la Señora del mundo! Despachó Santa Isabel un proprio con algunos socorros
de comida, dineros, y unas telas para mantillas del Divino Infante. De todo
hizo la princesa soberana, convite franco a los pobres, sin temer las penurias
del dilatado camino, que le esperaba. Hizo para el Niño un mantillo, y para José
una capa, y previno corta provisión para su viaje. Dos días se detuvo en la
Ciudad de Gaza, sanando dos enfermos, y haciendo maravillas en las almas.
Acompáñale corazón mío, llorando su Destierro, admirando su excesiva caridad, y
copiando en el alma sus virtudes.
Se
rezan siete padres nuestros, aves Marías y gloria, y luego esta:
ORACIÓN
¡Oh
Dulce, amable siempre Virgen María! Que en vuestras manos llevasteis el tesoro
de la vida por librarle del Tirano: envuelta mi alma en la memoria de aquellas preciosas
lágrimas, más que orientales perlas, os da voces llenas de ternura y compasión.
¡Oh María Madre de Dios! Por aquellos desvelos de vuestros columbinos ojos, haced
que velen los míos en sus obligaciones. Por aquellos bochornos, sienta mi
corazón el calor del Divino fuego. Todo lo podéis, pues sois tesorera de los
Cielos. Dadme algún rato ese Niño bellísimo, para que repose en mi alma. ¡Oh
ternura de mi Jesús amado! ¡Que dichosos mis ojos si sirvieran de tierra que
pisasen tus plantas! ¡Mis manos de criados de tu servicio, mis pensamientos de aposentadores,
mis cuidados de solo cuidar de ti! ¡Oh si oyeran mis oídos tus suspiros! ¡Como
abrazaran en puro amor esta alma! Oíd Señor mis clamores, muévaos la ternura, y
ruegos de esta Madre Virgen, que, siendo Madre vuestra, es también Madre de
Pecadores. Las fatigas, desvelos, lágrimas y suspiros de mi Señor San José,
hagan eco en estas amorosas entrañas; y merezca yo por tan dolorosas penas, ser
participante de los eternos gozos de la gloria. Amén.
NOCHE
TERCERA
Heridos
de la escarcha
Del
más helado invierno,
Traspasados
del agua,
Y
de la furia de contrarios vientos.
A
un montecillo aportan
A
los caminantes tiernos,
Vertiendo
por sus ojos
Los
corazones en lágrimas deshechos.
Lamentos
tristes resuena nuestra Citara. Mas ¿cómo dejara de prorrumpir en lamentos
quien ve despedirse á María de la Ciudad de Gaza, dejándola envuelta en lutos, sintiendo
ausencias del Sol Cristo, de la Luna María, y de José hermoso Lucero? Llora
alma mía tantas ausencias como has ocasionado a tu Divino Esposo y preveen
nuevas lagrimas para acompañar a tus Señores, que ya se entran por los arenosos
desiertos, dilatados por más de sesenta leguas. Comenzaron a fatigarles las
molestias del Destierro. Imagina el campo arenoso, el camino dilatado, sin compañía
humana, y por tierra despoblada, y sin el menor alivio. ¿Cuántas veces el Sol
les obligaba a buscar ansiosos la sombra de un roble? ¿Cuántas veces negaron el
agua aquellos paramos? ¡Campos dichosos, felices soledades, regados con sudores
tan divinos! ¡Quién podrá con ojos enjutos ver aquella belleza de la Reyna del Cielo,
unas veces encendido el rostro como ascua, otras traspasado del hielo, talvez
corriendo el sudor á gotas, y otras destilando perlas de sus ojos! Miraba la Purísima
Madre en el Alma de fu Hijo Dios, como en espejo sus operaciones. Algunas veces
alternaban coloquios; que no cabe el decirlos, ni en lengua de Serafines.
Lloraba el Niño corno el pajarillo tierno fuera de su nido, correspondía entre sollozos
y gemidos la compasiva Tórtola. Y todo junto resonaba en el dolorido corazón
del Santo Esposo, que besando el pie al Niño decía palabras, para quebrantar corazones.
Cierra entre estas fatigas la noche, y a la falta de un montecillo sentados en
la desnuda tierra cenaron de lo que llevaban de Gaza. Formó el amante José con su
propia capa, y unos palos un pabellón para Jesús, y María, y él se recostó en
la desnuda tierra. Formaron los diez mil Ángeles una rueda, o circulo para dar
a tanto desabrigo algún reparo. Los coloquios que allí trabaron Hijo y Madre, y
lo que pasó aquella noche solo puede decirlo la elocuente retorica del silencio.
Trate cosas tan tiernas quien sabe de amor de Dios, y tu alma mía, piensa como
presente los sucesos de esta triste y dolorosa noche.
Se rezan siete padres nuestros, aves
Marías y gloria, y luego esta:
ORACIÓN
¡Oh
Peregrina Aurora de la gracia! ¡Oh Bellísima Madre del más hermoso Amor, y de
la Santa esperanza! Que desterrada de vuestro patrio suelo, con vuestro tierno
Niño, y vuestro querido Esposo, tolerasteis fatigas, calores, soledades, y
humanos desamparos, siendo dos veneros de cristal vuestros hermosos ojos y vuestro
corazón traspasado de dolorosos puñales. Haced, tierna y afligida Madre, que
alivie yo vuestros sentimientos con el compasivo recuerdo de tan sensibles
penas, y que el conocimiento de no haber hasta ahora amado a mi Dios con las veras
que se debe, excite en mis ojos dos fuentes de lágrimas de pura contrición, en
mi memoria recuerdos de mi mala vida y en mi voluntad encendidos afectos de un
amor de Dios, sino, constante y verdadero. Así lo solicitaban mis ansias, así
lo desea mi alma y así espero conseguir poniendo por interlocutores vuestras
fatigas, los deseos de mi Jesús, los trabajos de mi Padre San José, para que,
caminando en él destierro de este mísero valle de lágrimas, en seguimiento de
vuestros admirables templos, vean mis ojos cara a cara el dulce objeto de vuestro
semblante en la gloria. Amén.
NOCHE
CUARTA
Para
aumentar las penas
Del
amargo Destierro,
Sobre
las muchas lluvias
Ha
llegado a faltarles el sustento.
Por
orden de su Dios
Los
paraninfos bellos
Bajan
panes y frutas,
Renovando
el milagro del destierro.
Hoy
mas que nunca en trinos dolorosos se muestra enternecida nuestra Citara. Hasta ahora
el ver desterrados, llorosos, afligidos a los Celestiales Peregrinos motivaba a
ternuras todo lo racional; pero verlos a el cuarto día sin el menor sustento,
pudiera enternecer hasta lo insensible. Al extremo ha llegado el hambre; y no
es fácil recurso en un desierto. Arboles frugíferos no los consiente la mucha
arena, solo se miran Palmas, que en sus hojas forman espadas para traspasar el
corazón con el sentimiento. Las fuentes, que en sus cristales podían ofrecer
algunos peces, ni corren por aquellos paramos, ni visitan aquellos yermos. Todo
falta, cuando sobran solo las destemplanzas de los elementos. El viento en torbellinos
de polvo ciega los ojos, las nubes le desatan en menudísima lluvia, las nieves
impiden el camino, los hielos le dejan yertos los cuerpos. Son ya las nueve de
la noche, y no ay un pan, ni otra vianda para el sustento. La tierna Madre fe
aflige, el Niño hace mil pucheros, y llora pues no tiene cumplidos más de
cincuenta días. El Santo Esposo se absortó de la necesidad, y del sentimiento.
Palabras se oían allí, que sacaran ternura aun de los bronces. Aun tiempo
corrían por sus rostros las gotas de las nubes, y las perlas de sus ojos. ¡Oh
Cielos! ¿Para cuándo reserváis los portentos? Cesen los fríos, derrítanse los hielos.
¡Oh nubes! Cesen vuestras lluvias, o en vez de aguas destilad perlas, para
hacer salva al que es más hermoso qué las perlas. ¡Oh tierra! Convierte en
granos de oro tus arenas, por donde pasa el Peregrinito de oro, vístanse de
flores sus campiñas. ¡O aires! Respirad suave marea, finísimos aromas. Con más
medidas, y más altas razones mandó María Santísima a los elementos no ofendiesen
a su Criador. Y en retorno de este amoroso cuidado, por mandado del Infante Jesús,
formaron los Ángeles un globo de resplandor muy denso en el cual abrigaron a los
tres Divinos Caminantes. Pero faltaba todavía el sustento, y para remediar le trajeron
los Soberanos Espíritus pan suavísimo, frutas muy hermosas, y un licor, como de
mano de Ángeles, más delicado que el maná del Desierto. Cuidó también el Altísimo
Padre de recrear visiblemente a nuestros hermosos Peregrinos, al sentarse la
Divina Madre con el Bellísimo Niño en el suelo, venían en concertados coros las
Aves, y se le ponían en los hombros, y en las manos, y con la suavidad de sus
gorjeos, y hermosa variedad de sus plumas, hacían músicas alegres, mientras
otras traían flores en los picos. Cantaba con más suave melodía la Maestra de
Capilla del coro de los Ángeles; y alternaban a tres coros melodías, como de
Ángeles, los Soberanos Espíritus todos hacen música al tierno Niño, no será
razón que solo guarde silencio nuestra Citara; rompa pues su voz, y diga:
Las
aves con sus plumas,
Y
sus gorjeos sonoros
Cantando
al dulce Niño
Forman
festivas variedades de tonos.
Y
pues cantan alegres
Los
soberanos coros,
Al
son de nuestra cítara
No
será mucho acompañar nosotros.
Ofrezcan
con ansias
Los
corazones prontos
Nunca
más bien aceptos,
Que
cuando cantan a su Dios gustosos.
Se rezan siete padres nuestros, aves
Marías y gloria, y luego esta:
ORACIÓN
¡Oh
Emperatriz de los Cielos y tierra! Alegría de los Ángeles, consuelo de los
hombres, honra de toda la naturaleza humana, por quien vive el mundo, pues
diste sustento a la misma vida. ¿Como te ha faltado en el desierto el sustento?
¿Como se ha atrevido el hambre a la misma Hartura? ¿Como se han conjurado
contra fu mismo Hacedor los elementos? Siento, Señora, en mi alma, y sobre las
niñas de mis ojos, el ver tiritando de frio, al que es lumbre de tus ojos, y
vivo fuego de las almas puras. ¿Quién pudiera hacer un sazonado puchero de
todos los corazones, para remedio de tanta necesidad? En memoria de pasos tan
tiernos; os ruega mi corazón enternecido, que cuando llegue la necesidad
extrema de la hora de la muerte, merezca por vuestros ruegos, y de mi Señor San
José, ser socorrida mi alma con el Pan de los Ángeles Sacramentado, para que así
confortado pase de las amarguras de la muerte, al descanso de la gloria. Amén.
NOCHE
QUINTA
Al
entrar a Egipto
Pasados
los riesgos,
Los
árboles se inclinan
Y
dan en tierra los antiguos templos.
Cobran
salud las almas,
Sanan
también los cuerpos,
Los
ídolos se arruinan
Con
otras maravillas y portentos.
Mucha
materia tenía para continuar en dolorosos concentos la Citara; pues fueron más
de cincuenta días los de la penosa fatiga del camino. El campo queda abierto
para ternuras al corazón piadoso; pero es forzoso abreviar en el ejercicio esta
jornada, por dar lugar a la vuelta. Suplan los afectos faltantes de los días; siguiendo
los pasos de nuestra Reyna, veremos come se acerca ya a los poblados. Y para
divertir las penalidades del camino habla con su Peregrino Infante, y este le respondía
consolándole en su pena, ternuras como de tal Hijo y tal Madre. Al entrar por
los poblados de Egipto el Niño Dios en brazos de su Madre, levantados los hermosos
luceros de sus ojos al Cielo, hizo oración al Eterno Padre, y en virtud de su
Divino Poder cayeron al profundo los Demonios, y los Ídolos de aquella ciega
gente, quedaron arrumados por los suelos. Los Templos se desplomaban en tierra,
y quedaban asombrados los Gitanos. Con la luz que les daba la Reina, muchos se
convertían al verdadero Dios. Otros sin saber cómo, sanaban de peligro las
enfermedades, y muchos quedaban libres de la opresión del Demonio, El Castísimo
José se ocupaba también en catequizar Barbaros. A la entrada en la Ciudad de
Hérmopolis, un copado Árbol hizo reverencia á su Criador, inclinando sus ramas
hasta él suelo, y antes tenía el Demonio pueda en él su silla. Otras muchas veces
hicieron esto mismo otros árboles, y los animales, y brutos de los campos salían
a dar el debido obsequio á su Criador. Peregrinó muchas tierras esta Familia
Sacra, y previniendo nuestra admiración, dio anticipada la razón la Divina
Maestra a la Venerable Madre Agreda, diciendo: No te admires, de que, por
grajear tantas almas, peregrinásemos mi Hijo Santísimo y yo, pues por una sola,
si fuera necesario, rodearíamos todo el mundo, si no hubiera remedio.
¡Oh alma! Da lugar á este excesivo amor de tu Dios, y veras corno tu corazón, de
un Egipto tenebroso, pasa a ser un animado Cielo.
Se rezan siete padres nuestros, aves
Marías y gloria, y luego esta:
ORACIÓN
¡Oh
Vida de nuestras almas! Bellísimo, amabilísimo Jesús mío, centro de los castos
amores, que cuando más fugitivo, es para hacer mayores bienes a las almas. ¡Con
cuánta razón debo llorar el tiempo en que no fuísteis vos solo adorado en el
templó de mi corazón! ¡O quien ofreciera no una, sino mil vidas que tuviera,
por víctima de la caridad en las aras del divino fuego! llegue ya la hora de vuestro
amor, Peregrinito hermoso; acábense ya las obscuras tinieblas en que he vivido.
¡Oh Madre de mi Jesús! ¡José amabilísimo! Mi lengua enmudece, y solo os hablan
mis deseos. Dadme amor de Jesús, que yo no sé, no quiero pedir otra cosa, hasta
abrasada el alma en tan amoroso incendio, viva solo de Jesús y solo de Jesús, hasta
gozarle en su gloria. Amén.
NOCHE
SEXTA
Ya
la Ciudad del Sol
Es
un paraíso ameno,
Con
tan nuevo primor,
Que
trasplanta en su suelo todo el cielo.
Por
siete años logra
Este
feliz terreno,
El
árbol de la vida
Cuyo
fruto fue vida de los muertos.
Cánticos
alegres mezclados con endechas trilles fuer a razón entretuviesen las armónicas
voces de la Citara, porque sí el llegar a poblado nuestros Peregrinos es para
tomar asiento en Heliópolis, y descansar de tan penoso viaje, el verlos andar
buscando posada, y mendigar de limosna el sustento, no deja descansar el sentimiento.
Después de haber rodeado muchos lugares, entrando en la Ciudad del Sol, salió
él Santo José a solicitar una posada; hállala algo retirada de la Ciudad, y tan
pobre, que fue necesario buscar con que barrerla. ¡Oh suelo dichoso aseado con
las purísimas manos de María, y de sus Santos Ángeles! Ya están acomodados nuestros
Forastero entre cuatro paredes; más ¡ay dolor! Que falta un todo de alhajas y sustento.
Pidiendo anda el Patriarca Santísimo un pan de, por amor de Dios. ¿Sino conocen
a Dios como darán por su amor? Tres días repite su viaje el limosnero dichoso, halla
que á el cuarto día, busco con su trabajo algún socorro. Labró para la Reyna
una tarima, y para el Niño una cuna. ¡Oh que corto descanso! Ni ay allí más colgaduras,
ni mas mullidos lechos, la tierra era el lecho del Santo Esposo. ¿La gran
Señora buscaba el sustento con el primor de sus manos por mano de unas piadosas
mujeres Quien podrá dignamente considerar aquel orden tan concertado de vida? ¿Aquellos
dulces coloquios entre el Hijo desde la cuna, y desde su labor la Madre? ¿Como
se pensaría sin ternura cuando recibía San José al Divino infante en sus
brazos? ¿Con que amor? ¿Con que humildad gozaría estas caricias? Esto, y mucho más,
que no cabe en palabra, cupo en los dilatados corazones de los Celestiales Esposos.
En esta Ciudad María y José, catequizaban a los rudos, visitaban los Hospitales;
sanaban los enfermos, y en todos obraban maravillas. En siete años, que allí
vivieron, que lágrimas bastan para hacer siquiera recuerdo del dolor que les
causó la muerte de los Niños Inocentes. El ver María Santísima con los ojos del
alma a Santa Isabel, su prima, con el niño Juan en una cueva. Desde esta Ciudad
le enviaba por manos de los Ángeles el socorro. Aquí vistió la señora a su Niño
la túnica que le desnudaron los sayones. Aquí lloraba el Infante Jesús nuestras
culpas, y tal vez llegó a sudar sangre, como en el huerto, con dolor cesa la
narración de lo que pasó en Egipto, recurra el Alma devota a la Mística Madre
de Agreda, si desea nuevos motivos a un tierno y amoroso llanto.
Se rezan siete padres nuestros, aves
Marías y gloria, y luego esta:
ORACIÓN
Oh
Suavísima Virgen María, resplandeciente palacio del Rey Eterno, palma bellísima
de justicia, nardo oloroso de castidad, paraíso animado de todos los gustos
lleno, que después de tantas lágrimas, caminando más de doscientas leguas,
hiciste domicilio en la Ciudad del Sol, para que alumbrase a sus habitadores el
verdadero Sol de Justicia. Por aquella caridad extremada con que a todos les
procurasteis, y conseguisteis la salvación de tantas almas, ruega por mi
corazón con fervorosas ansias, se conviertan tantas almas, como se pierden
entre la gentilidad. Y pues sois Sol que nos alumbra en las sombras de muerte
de nuestras ignorancias, sea tan eficaz vuestra luz en nuestras almas, que nos
sirva como a los israelitas, de columna resplandeciente, y nos conduzca a la
verdadera tierra prometida de promisión de la gloria. Amén.
NOCHE
SÉPTIMA
EL
REGRESO DEL NIÑO DIOS A NAZARETH
¡Oh
Hermosa Sunamitis!
Vuelve,
Señora, vuelve,
Vuelve,
que te esperamos,
Vuelve,
que nuestros ojos quieren verte.
Tu
venida dichosa
Hará
el día tan alegre,
Que
la tierra lo aplauda,
Y
el cielo con sus luces lo festeje.
Muéstranos
ya a Jesús,
En
tu Divino albergue
Que
admirar su hermosura,
Con
ternura las almas entretienen.
Sonoras
voces, aunque tiernas, convidan á escucharlas a las más despiertas atenciones.
¡Oh almas devotas! Atención, que ya paso el erizado invierno. Ya la Paloma fugitiva
vuelve al descanso del Arca. Ya cumplido el año del Jubileo, vuelven a su
Patria los fugitivos. Cumplieronse los siete años del penoso Destierro, y
avisados del Eterno Padre comienzan a disponer la jornada para la vuelta. Por
mano del bellísimo Niño distribuyeron sus pobres alhajas a los necesitados. Y
hecha esta diligencia partieron para Palestina, con la lucida comitiva de los Ángeles.
A la despedida de tan Divinos Huéspedes soltaron los de Egipto las riendas a el
dolor siendo tantos los dolientes, cuanto habían sido de ellos beneficiados. A
tal punto llegó su sentimiento, que fue necesario facilitara la salida el poder
Divino. Por todos los Lugares que pasaban los llenaban de maravillas. sanando
enfermos, remediando necesitados, y todos cuantos salían al camino volvían en alma
y cuerpo remediados. Entraronse nuestros Peregrinos en los desiertos y será forzoso
renovar ternuras, y estrenar nuevas lágrimas y sentimientos, pues padecieron
nuevas penalidades los Caminantes tiernos. Fatígales el Sol, el cansancio, las
lluvias, y hasta la falta del sustento. Por mano de los Santos Ángeles enviaba
el Señor el remedio y á veces de un pequeño fragmento aumentaba el Infante
Jesús con su bendición el sustento. No se olvide la música de las aves, el
rendimiento de los brutos, e inclinación de los árboles, que todo se renovó en
esta vuelta. Por costa del mar Mediterráneo pasó el Señor San José con Jesús y
María Santísimos, sin tocar en Judea, por temor a Arquelao, hasta llegar a la
Patria del Niño, Nazareth. Aquí es preciso se adelante el alma devota a asear,
barrer y adornar la Casa de Nazareth, que se interpreta, Casa Santificada,
separada, guarnecida y florida. Santifíquese el alma por la confesión y la
comunión, repárese el bullicio de criaturas, guarde con diligencia su corazón,
y en el prepare florido lecho a su esposo, que se apacienta entre Azucenas puras
y así dispuesta salga a recibir a la Divina Madre; pídale afectuosamente, que
mientras se apea del Asnillo le deje tener un rato la dulce prenda del Niño,
dígale mil ternuras y como de veras le dé el corazón, yo le aseguro no se lo pida
tan presto la amantísima Madre; antes si tendrá feliz su vuelta, si ve a su
Niño entretenido con sus queridas Esposas.
Se
rezan siete padres nuestros, aves Marías y gloria, y luego esta:
ORACIÓN
Oh
clementísima Virgen María, Madre la más amante y tierna, retrato que
engrandeces a tu artífice, instrumento del amor inmenso, y de las obras, Imán que
lleva así los corazones. Bienvenida seas consuelo de afligidos, remedio de los
desterrados hijos de Eva. Bienvenida seas alegría espiritual de nuestros
corazones, bienvenida mil veces seas para universal jubilo del Cielo, y de la
tierra. Canten tu vuelta dichosa con tan Bellísimo Infante los Ángeles con sus
acordes músicas, las aves arpas dos picos, las fuentes celebren con sus
cristales, los árboles desgajen sus ramas, las palmas sus pimpollos en alegre
triunfo, salten los corderillos en los campos, conmuévase los montes, den saltos
los brutos en las selvas, prevengan las flores sus olores, refinen su purpura
las rosas y entretejida de claveles, azucenas, y jazmines una hermosa guirnalda,
te coronen por Reina de las flores. Mil parabienes os rinden mis afectos
Peregrinos Celestiales y quisiera hacerme todo lenguas en vuestras alabanzas.
Haced dulcísimos Señores míos un Nazareth místico de esta pobre alma.
Concededme por fin de esta jornada, que, encendido todo mi corazón en vuestro
amor, viva una vida toda celestial, y que cierre las ultimas cláusulas de esta
mortal vida, invocando a Jesús, María y José, tan de corazón, que lo acabe de
pronunciar en el cielo. Amén.
CANCIÓN
DOLOROSA
De
un invierno en los rigores
Caminado
noche y día
Sois
purísima María
Tierno
imán de los amores.
Voz
muy tierna, aunque sonora
Señora
me habéis de dar
Con
que pueda lamenta
Ausencias
de tanta aurora.
Cuando
el alba por vos llora
Vierte
perlas en las flores.
Corriste
igual fortuna
Con
vuestro Jesús amado,
Pues
si él fue sol desterrado
Vos
la luna fugitiva
Vuestro
Esposo con a una,
Sintió
penas interiores.
En
tan dolorosa pena
Os
mostráis luna constante
De
todo alivio menguante
Pero
de aflicciones llena,
Oh,
si pudiese mi pena,
Explicar
estos primores.
Si
vuestro querido infante
Llora,
tierno al padecer,
Vos
como Madre y Mujer,
Vertís
lágrimas de amante
Gimiendo
mi lira cante,
Ternuras
tan superiores.
Cuando
a vuestro esposo miro
Contempla
mi devoción,
Que
exhala su corazón
Y
el alma en cada suspiro,
Sintiendo
vuestro retiro
El
orbe sintió temblores.
Y
Jerusalén se queja
Con
doloroso gemido,
Pues
todo el bien a perdido,
Cuando
su reina se aleja,
Desierta
la tierra deja
Que
la sigue con clamores.
Las
flores enternecidas
Por
contemplarse dejadas,
Si
antes eran coloradas
Se
miran descoloridas,
De
esta ausencia están sentidas
Y
han perdidos sus colores.
Las
fuentes con gran recelo,
Ya
no aciertan a correr,
Antes
quieren perecer
Entre
prisiones de hielo,
Porque
les falta el consuelo
Que
da el sol con sus calores.
Los
astros con gran pesar
Apagan
sus luces bellas,
Todo
es luto en las estrellas
Ya
que no pueden llorar
Quien
bastará a ponderar
Tan
excesivos dolores.
Las
aves con triste canto
Dan
a entender su ternura,
Pierde
el cielo su hermosura
Oculta
en fúnebre manto.
No
es posible que en el llanto
Seamos
nosotros menores.
Por
siete años peregrina,
En
Egipto hacéis mansión,
Ya
gran Señora es razón
Ver
esta Verdad Divina.
Vuestra
luz nos ilumina,
Y
nos llena de favores.
Ya
la cítara armoniosa,
Pone
fin a sus canciones,
Canten
nuestros corazones,
Que
será la mejor glosa,
Con
música tan melosa
Se
encienden nuestros fervores.
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