PIADOSA
DEVOCIÓN DE LOS SIETE MIÉRCOLES EN HONOR DEL SANTÍSIMO PADRE Y PATRIARCA SAN
JOSÉ, CASTÍSIMO ESPOSO DE MARÍA SANTÍSIMA Y PROTECTOR DE LA IGLESIA UNIVERSAL
Tomado
de los escritos de San Alfonso María de Ligorio
L/:
Oh Dios, ven y sálvame.
R/: Señor,
date prisa en ayudarme.
Gloria
al Padre…
Credo
del Padre
ORACIÓN
PARA TODOS LOS DÍAS
Oh
san José, cuya protección es tan grande, tan fuerte y tan inmediata ante el
trono de Dios, a ti confío todas mis intenciones y deseos. Ayúdame, san José,
con tu poderosa intercesión, a obtener todas las bendiciones espirituales por
intercesión de tu Hijo adoptivo, Jesucristo Nuestro Señor, de modo que, al
confiarme, aquí en la tierra, a tu poder celestial, Te tribute mi
agradecimiento y homenaje. Oh san José, yo nunca me canso de contemplarte con
Jesús adormecido en tus brazos. No me atrevo a acercarme cuando Él
descansa junto a tu corazón. Abrázale en mi nombre, besa por mí su
delicado rostro y pídele que me devuelva ese beso cuando yo exhale mi último
suspiro. ¡San José, patrono de las almas que parten, ruega por mí! Amén.
Siete
padres nuestros, aves Marías y Glorias…
MIÉRCOLES
PRIMERO
CONSIDERACIÓN
Consideremos
la pena de José, la noche en la que nace el Verbo Divino, al verse expulsado de
Belén junto a María: así que se vieron en la necesidad de refugiarse en un
establo. Qué sufrimiento debió pasar José al ver a su santa esposa, jovencita
de quince años, encinta, próxima al parto, temblar de frío en aquella gruta
húmeda y expuesta al aire. Pero, luego, cuánta sería su consolación cuando
María lo llamara diciendo: "Ven, José, ven a adorar a nuestro hijo recién
nacido. Mira qué hermoso. Contempla al Rey del mundo en un pesebre sobre l
heno. Tirita de frío, pero arden de amor los serafines: llora, pero es la
alegría del paraíso". Ahora consideremos cuánto fue el amor y la ternura
de José cuando vio, con sus propios ojos, al Hijo de Dios hecho niño, y al
mismo tiempo, oyó a los ángeles cantar alrededor de su recién nacido Señor,
mientras la gruta se llena de luz. Entonces, arrodillándose y llorando de
alegría, dijo: "Te adoro mi Dios y Señor. Qué gran alegría es la mía: ser
el primero en verte, y saber que, en el mundo, quieres ser llamado y estimado
hijo mío. Deja que, desde ahora te llame y te diga "Dios mío, hijo mío, me
consagro a ti. Mi vida ya no será la misma, pues es toda tuya y la viviré sólo
para servirte, mi Señor". La alegría de José, aquella noche, aumentó aún
más cuando vio llegar a los pastores, llamados por el ángel para ver a su
nacido Salvador. Y, más adelante, hasta los Reyes Magos vinieron desde oriente
a reverenciar al Rey del cielo que bajó a la tierra para salvar a sus
criaturas.
INVOCACIONES
TODOS LOS DÍAS
Eterno
Padre, por el amor que tienes a san José, escogido por ti entre todos para representarte en la tierra, ten piedad de
nosotros.
Padre nuestro, Ave María Gloria Patri.
Eterno
Hijo, por el amor que tienes a san José, tu fiel custodio en la tierra,
ten piedad de nosotros.
Padre
nuestro, Ave María Gloria Patri.
Eterno
Espíritu Santo, por el amor que tienes a san José, custodio de la Virgen María,
tu dilectísima esposa, ten piedad de nosotros.
Padre
nuestro, Ave María Gloria Patri.
ORACIÓN
FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh
Glorioso Patriarca José! Me regocijo de la dicha y la gloria que gozáis por
haber sido hecho digno de mandar, como padre, a Aquel a quien obedecen la
tierra y los cielos. Puesto que fuisteis servido por Dios, yo también quiero
ponerme a vuestro servicio; quiero de ahora en adelante serviros, honraros y
amaros como a mi maestro. Acogedme bajo vuestro patrocinio, y mandad lo que
queráis, yo sé de antemano que todo será para mi bien y para gloria de nuestro
común Redentor. San José, rogad a Jesús por mí. Ciertamente, Él no os negará
jamás nada, pues en la tierra obedeció a todos vuestros mandatos. Decidle que
me perdone las ofensas que le he hecho; decidle que me desprenda de las
criaturas y de mí mismo, que me inflame en su santo amor, y luego que haga de
mí lo que sea de su divino agrado. Y vos ¡oh María! En nombre del amor que os
tuvo José, acogedme bajo vuestra protección, y rogad a vuestro santo Esposo que
me acepte como su servidor. Finalmente, vos, Jesús mío, quien, para expiar mis
desobediencias, quisisteis humillaros hasta obedecer a un hombre, os suplico
por los méritos de la obediencia que practicasteis sobre la tierra respecto a
San José, concededme la gracia de obedecer desde ahora a todos vuestros
mandatos divinos, y en nombre del amor que habéis tenido a San José, y que él
os tuvo a vos, concededme amar siempre a vuestra bondad infinita, a Vos que
merecéis ser amado con todo el corazón. Olvidad mis ultrajes y tened piedad de
mí. ¡Os amo, oh Jesús, amor mío! ¡Os amo, oh Dios mío! Y quiero amaros siempre.
Amén.
MIÉRCOLES
SEGUNDO
CONSIDERACIÓN
Los
Reyes Magos habían informado a Herodes que el Rey de los judíos ya había
nacido. Entonces el bárbaro soberano ordena que fuesen asesinados todos los
niños nacidos en Belén y sus alrededores. Dios, para salvar a su Hijo de la
muerte, mandó un ángel a decir a José que tomara al niño y a su madre para huir
a Egipto. Consideremos la rápida obediencia de José, el cual, aunque el ángel
no le precisó cuando debía partir, sin preguntar sobre el tiempo y el modo del
viaje, y sin saber a qué lugar de Egipto debía ir, parte de inmediato. Avisa a
maría y, como escribe Gerson, en la misma noche, recoge los pobres instrumentos
de su oficio que debían luego servirle en Egipto para mantener a su pobre
familia y parte junto a su esposa María. Van a Egipto solos, sin un guía,
afrontando un viaje muy largo, por caminos difíciles, atravesando montes y
desiertos. Imaginemos el sufrimiento de José durante este viaje, al ver
padecer, en la cara de su esposa, no acostumbrada a caminar con su querido niño
en brazos, un rato él, un rato ella, con el temor de encontrarse en cualquier
momento a los soldados de Herodes, en el periodo más duro del invierno, con
lluvia, viento y nieve. Largo el viaje para alimentarse no había más que un
trozo de pan traído de casa, o aceptado como limosna. De noche debían dormir en
cualquier humilde tugurio, o a la intemperie bajo cualquier árbol. Ciertamente
José se había adaptado a la voluntad del Padre eterno, que quería que, desde
niño, su Hijo comenzase a sufrir en reparación por los pecados de los hombres.
El corazón de José, lleno de amor, no podía dejar de sufrir al verlo temblar y
llorar de frío y las demás incomodidades que experimentaba. Consideremos,
finalmente, cuánto sufrió José durante los siete años vividos en Egipto, en
medio de gente idólatra, extranjera y desconocida. No tenía parientes ni amigos
que pudiesen ayudarlo. Por eso, San Bernardo, decía que el Santo Patriarca,
para sostener a su santa esposa y a su divino niño, proveyó de alimento a
hombre y animales y se vio obligado a fatigarse día y noche.
MIÉRCOLES
TERCERO
CONSIDERACIÓN
Cuando
llegó el momento de su regreso de Egipto, aquí nuevamente el ángel advirtió a
José que regresara con el niño la madre en Judea. San Buenaventura considera
que en este regreso el dolor de José y María fue mayor que el de irse: como Jesús
tenía entonces unos siete años, ya era tan grande que no podía sostenerse, y
estaba en el encuentro tan pequeño que no podría viajar mucho por sí mismo; por
lo que a menudo ese adorable niño se veía obligado a detenerse y tirarse al
suelo por cansancio. Además, consideremos el dolor que comprendieron José y
María, volviendo estaban, cuando dispersaron a Jesús en la visita que hicieron
al templo. Giuseppe estaba acostumbrado a disfrutar de la dulce vista y la
compañía de su amado Salvador; ahora, ¿cuál era el dolor, cuando estuvo privado
de él durante tres días, sin saber si volvería a encontrarlo? y sin saber el
motivo, que fue su mayor dolor, ya que temía al santo patriarca por su gran
humildad, que quizás por algunas de sus faltas Jesús había decidido no vivir
más en su casa, considerándolo ya no digno de su compañía. y el honor de
ayudarlo, cuidando tal tesoro. No hay mayor dolor para un alma que ha puesto
todo su amor en Dios que dudar de que le ha disgustado. María y José no
durmieron en esos tres días, sino un llanto continuo, buscando su deleite, como
le dijo la misma Virgen más tarde, cuando lo encontró en el templo: "Fili,
quid fecisti nobis sic? Ecce pater tuus et ego dolentes quaerebamus te
"(Luc. 2. 48). Hijo, y qué amargo dolor nos has hecho sentir en estos
días, en los que hemos estado llorando siempre buscándote, sin encontrarte y
sin poder tener noticias tuyas. Consideremos en el encuentro el gozo de
José de haber encontrado más tarde a Jesús de nuevo; y sabiendo que la causa de
la partida no fue una falta de él, sino el amor a la gloria de su Padre
Eterno.
MIÉRCOLES
CUARTO
CONSIDERACIÓN
Jesús,
tras su reencuentro en el templo con María y José, volvió con ellos a casa de
Nazaret, y vivió con José hasta su muerte, obedeciéndole como padre. Consideremos
la vida santa que José llevó en compañía de Jesús y de María. En aquella
familia no se preocupaban más que de dar gloria a Dios: sus únicos pensamientos
y deseos eran complacer a Dios: sus únicos argumentos eran referentes al amor
que los hombres deben a Dios y que Dios trae a los hombres, especialmente al
haber enviado a la tierra a su Hijo único y morir en un mar de dolores y
desprecios para la salvación de la humanidad. Con cuantas lágrimas, María y José, que conocían perfectamente las divinas
Escrituras, habrían hablado, en presencia de Jesús, de su penosa pasión y
muerte. Con cuanta ternura habrían conversado de su Predilecto, del cual Isaías
se había referido como el hombre de dolores. Él, hermoso como era, sería
flagelado y maltratado hasta parecer un leproso lleno de llagas y heridas. Pero
su amado hijo lo sufriría todo con paciencia, sin ni siquiera abrir la boca ni
lamentarse por tantas penas y, como un cordero, se dejaría llevar a la muerte:
y finalmente habría acabado la vida a fuerza de tormentos, colgado de un leño
infame entre dos ladrones. Consideremos los sentimientos de dolor y de amor
que, en los diálogos con María, debía experimentar el corazón de José.
MIÉRCOLES
QUINTO
CONSIDERACIÓN
Consideremos,
ante todo, el amor que José sintió por su santa esposa. Ella era la mujer más
hermosa que jamás existió. Era la más humilde, la más bondadosa, la más pura,
obediente y enamorada de Dios que jamás existió sobre la tierra y entre los
ángeles del cielo. Por tanto, merecía todo el amor de José, que era amante de
la virtud. Se añade el amor con que él se sentía amado por María, a quien
prefirió por esposa ante cualquiera otra criatura. Él la consideraba como la
Predilecta de Dios, elegida por Él para ser madre de su unigénito. Imaginemos
cual debió ser el afecto que el justo y grato corazón de José alimentaba hacia
su amable esposa. Consideremos el amor de José por Jesús. Al confiar a nuestro
santo el encargo de padre adoptivo de Jesús, Dios ciertamente le infundió en el
corazón un amor de padre. Pero el amor de José por Jesús, hijo amabilísimo, y a
la vez Dios, no fue sólo humano, como el de los demás padres. Fue un amor
"sobrehumano", porque en la misma persona de Jesús, él veía a su hijo
y a su Dios. José sabía perfectamente, por la revelación del ángel, que el niño
que vivía con él era el Verbo Divino, hecho hombre por amor a los hombres,
especialmente por el amor hacia ellos. Sabía que Él mismo lo había elegido como
custodio de su vida y quería ser llamado hijo suyo. Imaginemos qué incendio de
santo amor debía arder en el corazón de José al considera todo esto: ver a Su
Señor que, como un aprendiz, lo servía abriendo y cerrando el taller,
ayudándole a cortar la leña, a manejar el cepillo y el hacha, a barrer las
virutas y a ayudar en casa. En resumen, le obedecía en todo lo que se le
ordenaba.
MIÉRCOLES
SEXTO
CONSIDERACIÓN
Consideremos
cómo San José, tras haber servido fielmente a Jesús y a María, llegado el fin
de la vida en la casa de Nazaret, rodeado por los ángeles y asistido por el Rey
de los ángeles, Jesús, y por María, su esposa, puestos uno a cada lado de su
cama, con tan dulce y noble compañía, con una paz de paraíso, salió de esta
vida mortal. La muerte de José fue recompensada con la más dulce presencia de
la esposa y del Redentor, que se dignaba llamarse hijo suyo. ¿Cómo podía la
muerte ser amarga para él, que murió entre los brazos de la vida? ¿Quién podrá
explicar jamás o comprender las sublimes dulzuras, las consolaciones, las
esperanzas, los actos de resignación, las llamas de caridad, que las palabras
de vida eterna de Jesús y María suscitaban entonces en el corazón de José? La
muerte de nuestro santo fue plácida y serena, sin angustias ni temores, porque
su vida fue siempre santa. No puede ser así la muerte de quien durante un
tiempo ha ofendido a Dios y merecido el infierno. Sin embargo, grande será
entonces el descanso para quien se pone bajo la protección de San José. Él, que
en vida había mandado a Dios, ciertamente sabrá mandar a los demonios,
alejándoles e impidiéndoles tentar a sus devotos en el momento de la muerte.
Bienaventurada el alma que es asistida por este válido abogado. Él, que había
librado del peligro de muerte a Jesús niño, trasladándolo a Egipto y que, en su
agonía ha sido asistido por Jesús y por María, tiene el privilegio de ser el
protector de la buena muerte y de liberar de la muerte eterna a sus devotos
moribundos.
MIÉRCOLES
SÉPTIMO
CONSIDERACIÓN
La gloria que Dios regala, en el cielo, a sus santos, corresponde a la santidad con la que ellos han vivido en la tierra. Y la santidad de San José, se resume en estas palabras del Evangelio: "José, su esposo, era un hombre justo" Mt 1, 19. Hombre justo significa que posee todas las virtudes; a quien le falta una sola virtud, no se le puede llamar justo. Si el Espíritu Santo llamó "justo" a José cuando se desposó con María, consideremos cuanta abundancia de amor divino y de todas las virtudes recabó nuestro Santo por los diálogos y continua convivencia con su santa esposa, que le daba un ejemplo perfecto en todas sus virtudes. Si la sola voz de María bastó para santificar a Juan Bautista y llenar a Isabel de Espíritu Santo, ¿Qué grado de santidad alcanzará la hermosa esposa de José mediante la compañía y familiaridad que Él, durante alrededor de treinta años tuvo con María? Debemos suponer en José un aumento de virtudes y de méritos, sobre todo, por haber vivido treinta años en contacto con la santidad misma, es decir, con Jesús, a quien mantuvo, sirvió y asistió en la tierra. Si Dios promete un premio a quien da, por amor, un sencillo vaso de agua a un pobre, pensemos en qué gloria habrá dado en el cielo a José, quien lo salvó de manos de Herodes, le procuró alimento y vestido, lo llevó con frecuencia en brazos y lo educó con tanto afecto. La vida de José, estando junto a Jesús y María, era una continua oración, rica en actos de fe, de confianza, de amor, de resignación y de ofrenda. Si el premio corresponde a los méritos de la vida, pensemos en cuál será la gloria de José en el paraíso. San Agustín compara a los demás santos con las estrellas, pero a San José con el sol. Y según el padre Suárez, después de María, supera en mérito y gloria a los demás santos. El venerable Bernardino de Bustis deduce que, San José, en el cielo manda, a Jesús y a María, cuando quiere alcanzar una gracia para sus devotos.
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