MEDITACIÓN XIV
¿Qué
provecho hay en mi sangre, si desciendo a la corrupción?
Reveló
Jesucristo a la venerable Águeda de la Cruz, que estando en el seno de María, la
que mayor dolor le causó entre todas las penas, fue ver la dureza de los
corazones de los hombres, que habían de menospreciar después de su redención
las gracias que había venido a derramar sobre la tierra. Y este sentimiento,
bien pronto lo expresó él mismo por boca de David en las palabras del salmo
arriba puestas, comúnmente entendidas por los santos Padres, según las explica
san Isidoro; y es como sigue: Dum descendoin corruptionem, esto es, cuando
desciendo a tomar la naturaleza humana tan corrompida de vicios y de pecados,
Padre mío, parece que dijera el Verbo divino, yo voy a vestirme de carne, y
luego a derramar toda mi sangre por los hombres; pero ¿qué provecho habrá en
ella? La mayor parte de los hombres no harán caso de esta mi sangre, y seguirán
ofendiéndome como si nada hubiese yo hecho por su amor. Esta pena fue aquel
cáliz amargo del cual pidió Jesús al eterno Padre le librase. ¡Qué cáliz! ver
tanto desprecio de su amor! Esto le hizo aun clamar sobre la cruz: Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Reveló el Señor a santa Catalina de
Sena, que el desamparo de que se lamentó era el ver que su Padre había de
permitir que su pasión y su amor hubieran de ser desestimados de tantos hombres
por quienes moría. Esta misma pena, pues, atormentaba a Jesús niño en el seno
de María, al mirar desde allí tanta costa de dolores, de ignominias, de sangre
y de una muerte cruel y afrentosa, con tan poco fruto. Vió ya entonces el santo
Infante aquello que decía el Apóstol de muchos, o más bien la mayor parte, los
cuales habían de hollar la sangre del Hijo de Dios, tenerla por vil y
profanarla, ultrajando la gracia que esta misma sangre les adquiría. Pero si hemos
sido del número de estos ingratos, no desesperemos. Jesús al nacer viene
ofreciendo la paz a los hombres de buena voluntad, como hizo anunciarlo por los
Ángeles: et in terra pax hominibus bonæ voluntatis. Mudemos, pues, nuestra
voluntad, arrepintiéndonos de nuestros pecados, y proponiendo amar a este buen
Dios; así hallaremos la paz, esto es, la amistad divina.
AFECTOS
Y SÚPLICAS
Amabilísimo
Jesús mío, ¡cuánto os he hecho padecer aun en vuestra vida! Vos habéis derramado
la sangre por mí con tanto dolor y con tanto amor; y hasta aquí ¿qué fruto habéis
sacado de mí? desprecios, disgustos у ofensas. Pero, Redentor mío, yo no quiero
afligiros más; espero que en lo venidero vuestra pasión hará fruto en mi con
vuestra gracia, la cual veo me asiste ya. Habéis padecido tanto, y habéis
muerto por mí para que os amase; quiero, pues, amaros sobre todo bien; y por
daros gusto, estoy pronto a sacrificar mil veces la vida. Padre eterno, yo no
tendré atrevimiento de comparecer delante de Vos a pediros ni perdón ni gracia;
más vuestro Hijo me dice, que cualquiera gracia que pida en nombre suyo, me la
concederéis, Os ofrezco, pues, los méritos de Jesucristo, y antes os pido en
nombre del mismo un perdón general de todos mis pecados; os pido la santa
perseverancia hasta la muerte, y sobre todo os pido el don de vuestro santo
amor, que me haga vivir siempre según vuestra voluntad divina. En cuanto a la mía,
yo estoy resuelto a elegir antes mil muertes, que ofenderos, á amaros con todo
el corazón, haciendo cuanto pueda por complaceros; más para todo esto os pido y
de Vos espero la gracia de ejecutarlo. Madre mía, María, si Vos rogáis por mí
estoy seguro. Rogad, rogad y no ceséis jamás de rogar si no me veis mudado y
reducido como Dios me quiere.
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