MEDITACIÓN XV
Hallaréis
al Niño echado en un pesebre
Contemplando
la santa Iglesia este gran misterio y este gran prodigio de aparecer un Dios
nacido en un establo, toda admirada exclama; Oh grande misterio, y admirable
Sacramento que los animales viesen al Señor nacido recostado en un pesebre.
Para con templar con ternura y amor el nacimiento de Jesús, debemos pedir al
Señor que nos dé una fe viva; porque si entramos sin fe en la gruta de Belén,
no experimentaremos más que un afecto de compasión, al ver un niño reducido a
un estado tan pobre, que, naciendo en el corazón del invierno, es reclinado en
un pesebre de bestias, sin fuego, y en medio de una fría cueva. Pero si
entramos con fe, y vamos considerando qué exceso de bondad у de amor ha sido el
que un Dios haya querido reducirse a comparecer pequeñito infante, estrechado
entre las fajas, colocado sobre la paja, que gime, que tiembla de frio, que no
puede moverse, que tiene necesidad de leche para vivir, ¿cómo es posible que
cada uno de nosotros no se sienta atraído, y dulcemente obligado a dar todos
sus afectos a este Dios niño, que se ha reducido a tal estado para hacerse
amar? Dice san Lucas, que los pastores después de haber visitado a Jesús en el
establo, se volvieron glorificando y loando a Dios por todas las cosas que
habían oído y visto. Y pues ¿qué es lo que habían visto? No otro que un
pobrecito niñito tiritando de frio, sobre unas pocas pajas; más por cuanto
estaban iluminados de la fe, reconocieron en aquel infante el exceso del amor
divino; del cual inflamados iban después alabando y glorificando a Dios en la
contemplación de haber tenido la suerte de ver un Dios anonadado y desmayado
por amor de los hombres. Exinanivit semetipsum.
Afectos
y súplicas
¡Oh
amable, oh mi dulce Niño! aunque os miro tan pobre sobre esa paja, yo os confieso
y os adoro por mi Señor y Criador. Comprendo ya quién os ha reducido a estado
tan miserable; ha sido el amor que me habéis tenido. Acordándome, pues, o Jesús
mío, de la manera que en lo pasado os he tratado, y de las injurias que os he
hecho, me maravillo como habéis podido soportarme. ¡Malditos pecados! ¿qué
habéis hecho? me habéis hecho llenar de amargura el corazón de este mi
enamorado Señor. Ea, pues, mi amado Salvador, por los dolores que sufristeis, y
por las lágrimas que derramasteis en el establo de Belén, dadme lágrimas, dadme
un gran dolor que haga llorar toda mi vida los disgustos que os he ocasionado.
Dadme amor hacia Vos, pero un amor tal que compense las ofensas que os he
hecho. Os amo, mi chiquito Salvador, os amo, Dios niño y amor mío, mi vida y mi
todo. Os prometo de aquí en adelante no amar a otro que á Vos. Ayudadme con
vuestra gracia, sin la que nada puedo. María, esperanza mía, Vos alcanzáis
cuanto queréis de este Hijo, alcanzadme su santo amor. Madre mía, escuchadme.
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