SIETE
MINUTOS EN COMPAÑÍA DE SAN JOSÉ
Con
licencia eclesiástica
Imprenta
del Real Santuario de San José de la Montaña
Barcelona,
España
El
alma. – Aquí me tenéis, Padre amantísimo, en vuestra
presencia, para conversar unos minutos con Vos: vengo a presentaros las cuitas
de mi corazón que siente heridas que le lastiman y dolores que le torturan. Ya sabéis,
Padre venerado, solo viendo mi tristeza y llanto, las penas de mi corazón.
San
José. – Ven amiga mía, ven, acércate más a mí, abre por
completo las puertas de tu corazón y no tengas para tu Padre secreto alguno: dime
todas tus penas con la mayor sencillez y humildad, yo también, durante mi
peregrinación por el suelo, gusté la mirra del dolor, soy experimentado, y sin
duda podré darte consuelo y alegría.
El
alma. - ¡Ah! Padrecito mío, cuan humilde sois, a pesar de la
sublimidad de vuestro trono, ¿Por qué me decís sin duda podre darte el consuelo
y alegría? ¿no sois acaso Vos el Padre de Jesús? Como tal, ¿Qué no tenéis en
vuestras manos?... ¿no sois el esposo de María Inmaculada y el jefe de la
Sagrada Familia?... pues por estos títulos, yo os venero por el administrador
de las gracias de Jesús y por el tesorero de la Virgen, ellos no quieren hacer
nada sin Vos, me parece que os tiene en el cielo, la misma obediencia que como
jefe de familia, os presentaron en la tierra, sed mi abogado y especial
protector… mas veo, ¿llora el hermoso Niño que tenéis en vuestros brazos?... ¿Qué
tiene, que le apena? Decídmelo Padre, porque me mira con cierto recelo y
prevención.
San
José. – Es Jesús que s resiente de las ofensas que contra El
has cometido, de tu frialdad en amarle, cuando Él ha dado generosamente su sangre
preciosísima por tu salvación, de tu poco o ningún espíritu de mortificación,
puesto que la mas leve pena te espanta, de tu egoísmo que solo hace pensarte y
moverte por tu felicidad, y no te acuerdas de la familia atribulada que vive
cerca de tu casa, que es vecina tuya, ni de tu amigo infeliz, que llora bajo el
peso de sus acerbos dolores: tú, me dice, que no piensas mas que para ti, que
solamente acudes a mi protección y bajo amparo de Padre te escudas, para
suplicarme gracias para ti sola, pidiéndome siempre que seas feliz y dichosa,
sin que haya la menor sombra de pena en la tranquila felicidad de tu corazón.
El
alma. - ¡Ah! Me arrepiento con todas las veras de mi corazón,
Padre mío, ya seré de hoy en adelante, si, quiero serlo, os lo prometo, Jesús
adorable, muy compasiva hasta llegar a olvidarme de mí, para a semejanza
vuestra, ser todo compasión para los demás. Dadme Jesús mío, un rayo siquiera
de vuestra caridad: San José, sed mi abogado y protector.
San
José. – Si, lo seré, y lo soy, alma devota que en mi confías,
pero ahora oye, aunque te duelan mis palabras de tu Padre: es precios que no
conduelas más el corazón de mi queridísimo hijo Jesús, corrige tus faltas de
obediencia, que no son más que una glosa de tus propias excelencias, la epopeya
de tu orgullo, que te presenta grande, cuanto tan pequeño eres, reprime tu amor
propio que es causa de tantas rencillas y cuestiones en tu familia, el trastorno
y desorden de tu casa, el motivo de las dimensiones entre tus amigos. Ese genio
vivo que tienes, es tu amor propio, que, subiéndose a la cabeza, te hace creer
más sabia, más entendida y mejor que los demás, haciendo que no encuentres bien
hecho en nada de los demás, que todo lo critiques, cosas y personas, llegando a
lastimar los sentimientos y el buen nombre de tus semejantes, ya ves, si tiene
razón de llorar Jesús.
El
alma. – Confuso quedo, Padrecito mío, pues yo vivía tan
tranquilo, teniendo por nimiedades las faltas que me presentáis a mis ojos. Perdón
os pido, Jesús, mi dulce bien, y gracias os doy por haberme hecho conocer mis
imperfecciones que no tenia en cuenta por mi culpable descuido de no hacer
diariamente un detenido examen de mi propia conciencia. ¡Ah Jesús! A veces, os
lo confieso, no quería ahondar, para que, viendo mis imperfecciones, no me
apenara, era mi orgullo, lo comprendo, perdón. Pedídselo por mí, queridísimo
Padre mío San José, y que no llore ya más, que quiero ser muy bueno.
San
José. – Si, alma devota, por quererte muy buena, por eso has
visto el llanto de mi hijo, y lo mucho que le condueles los pecados de los
hombres. ¡Si vieras su Corazón Sacratísimo! Le verías atravesado por millares
de punzantes espinas, que son los pecados que, cual dardos venenosos, van a dar
contra su Corazón Deífico, te quiere muy bueno, el Buen Jesús me lo dice. Ámale
mucho, y se su consuelo y la reparación de las ofensas que continuamente recibe
en el Sacramento Augustísimo de su amor.
El
alma. – Gracias Padre mío, que me indicáis el camino de
agradar a mi adorado bien, el buen Jesús, yo seré de hoy en adelante su guardia
de honor, y mi corazón siempre despierto y en forma de incensario, levantará
sus afectos a todos, hasta el interior de su Corazón Deífico, para vivir solo
por Jesús, amar todas las cosas por Jesús y en Jesús, con el amor sin igual que
me enseñó Él, muriendo por sus propios enemigos.
San
José. – Ahora sí, eres hijo digno de mi amor: yo recojo tus
propósitos todos, tus afecciones íntimas, los vaivenes de amor de tu corazón, y
en ramillete y guirnalda preciosísima, la presento en regalo al buen Jesús Ves
como ha cesado ya el llanto, yate sonríe, y te mira con ojos de amistad y de
cariño. ¿Ya estas contento? Pues el me dice que le suelte de mis brazos, que
quiere venir a los tuyos, más aun, quiere venir en el interior de tu corazón,
para hacer de el su alcázar y sagrario. Prepáralo dignamente, que es tu Rey y
dueño Soberano, el que quiere tomar posesión de él.
El
alma. – Gracias rendidas os doy, San José, mi padre adorado,
por tantas mercedes, humillado en vuestra presencia, permitid que antes de
despedirme de Vos, al objeto de cumplir mis deberes, os salude con la
siguiente:
ORACIÓN
Bendito
seas, glorioso Patriarca San José, Padre de Jesús y Padre también mío, yo os
suplico, de hinojos a vuestras plantas, encendáis en mi corazón el fuego de la
caridad, para que sea digno discípulo de vuestro queridísimo Hijo Jesús. Sed,
Padre adorado, mi protector y abogado, y sedlo también de tantas otras almas
como gimen bajo de la desgracia y de la tribulación, consoladlas, Vos que sois
el Padre de las Misericordias del Señor, oíd y despachad favorablemente sus
peticiones, y la especial que os dirijo yo en este día, sed mi ángel custodio,
consuelo y esperanza en esta vida, y al exhalar mi último suspiro, estad Vos a
mi lado, para acogerme y presentarme a Jesús y a María. Amén.
Padre
nuestro…
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