domingo, 13 de diciembre de 2020

SIETE MINUTOS EN COMPAÑÍA DE SAN JOSÉ

 




SIETE MINUTOS EN COMPAÑÍA DE SAN JOSÉ

 

Con licencia eclesiástica

Imprenta del Real Santuario de San José de la Montaña

Barcelona, España

 

 

El alma. – Aquí me tenéis, Padre amantísimo, en vuestra presencia, para conversar unos minutos con Vos: vengo a presentaros las cuitas de mi corazón que siente heridas que le lastiman y dolores que le torturan. Ya sabéis, Padre venerado, solo viendo mi tristeza y llanto, las penas de mi corazón.

 

San José. – Ven amiga mía, ven, acércate más a mí, abre por completo las puertas de tu corazón y no tengas para tu Padre secreto alguno: dime todas tus penas con la mayor sencillez y humildad, yo también, durante mi peregrinación por el suelo, gusté la mirra del dolor, soy experimentado, y sin duda podré darte consuelo y alegría.

 

El alma. - ¡Ah! Padrecito mío, cuan humilde sois, a pesar de la sublimidad de vuestro trono, ¿Por qué me decís sin duda podre darte el consuelo y alegría? ¿no sois acaso Vos el Padre de Jesús? Como tal, ¿Qué no tenéis en vuestras manos?... ¿no sois el esposo de María Inmaculada y el jefe de la Sagrada Familia?... pues por estos títulos, yo os venero por el administrador de las gracias de Jesús y por el tesorero de la Virgen, ellos no quieren hacer nada sin Vos, me parece que os tiene en el cielo, la misma obediencia que como jefe de familia, os presentaron en la tierra, sed mi abogado y especial protector… mas veo, ¿llora el hermoso Niño que tenéis en vuestros brazos?... ¿Qué tiene, que le apena? Decídmelo Padre, porque me mira con cierto recelo y prevención.

 

San José. – Es Jesús que s resiente de las ofensas que contra El has cometido, de tu frialdad en amarle, cuando Él ha dado generosamente su sangre preciosísima por tu salvación, de tu poco o ningún espíritu de mortificación, puesto que la mas leve pena te espanta, de tu egoísmo que solo hace pensarte y moverte por tu felicidad, y no te acuerdas de la familia atribulada que vive cerca de tu casa, que es vecina tuya, ni de tu amigo infeliz, que llora bajo el peso de sus acerbos dolores: tú, me dice, que no piensas mas que para ti, que solamente acudes a mi protección y bajo amparo de Padre te escudas, para suplicarme gracias para ti sola, pidiéndome siempre que seas feliz y dichosa, sin que haya la menor sombra de pena en la tranquila felicidad de tu corazón.

 

El alma. - ¡Ah! Me arrepiento con todas las veras de mi corazón, Padre mío, ya seré de hoy en adelante, si, quiero serlo, os lo prometo, Jesús adorable, muy compasiva hasta llegar a olvidarme de mí, para a semejanza vuestra, ser todo compasión para los demás. Dadme Jesús mío, un rayo siquiera de vuestra caridad: San José, sed mi abogado y protector.

 

San José. – Si, lo seré, y lo soy, alma devota que en mi confías, pero ahora oye, aunque te duelan mis palabras de tu Padre: es precios que no conduelas más el corazón de mi queridísimo hijo Jesús, corrige tus faltas de obediencia, que no son más que una glosa de tus propias excelencias, la epopeya de tu orgullo, que te presenta grande, cuanto tan pequeño eres, reprime tu amor propio que es causa de tantas rencillas y cuestiones en tu familia, el trastorno y desorden de tu casa, el motivo de las dimensiones entre tus amigos. Ese genio vivo que tienes, es tu amor propio, que, subiéndose a la cabeza, te hace creer más sabia, más entendida y mejor que los demás, haciendo que no encuentres bien hecho en nada de los demás, que todo lo critiques, cosas y personas, llegando a lastimar los sentimientos y el buen nombre de tus semejantes, ya ves, si tiene razón de llorar Jesús.

 

El alma. – Confuso quedo, Padrecito mío, pues yo vivía tan tranquilo, teniendo por nimiedades las faltas que me presentáis a mis ojos. Perdón os pido, Jesús, mi dulce bien, y gracias os doy por haberme hecho conocer mis imperfecciones que no tenia en cuenta por mi culpable descuido de no hacer diariamente un detenido examen de mi propia conciencia. ¡Ah Jesús! A veces, os lo confieso, no quería ahondar, para que, viendo mis imperfecciones, no me apenara, era mi orgullo, lo comprendo, perdón. Pedídselo por mí, queridísimo Padre mío San José, y que no llore ya más, que quiero ser muy bueno.  

 

San José. – Si, alma devota, por quererte muy buena, por eso has visto el llanto de mi hijo, y lo mucho que le condueles los pecados de los hombres. ¡Si vieras su Corazón Sacratísimo! Le verías atravesado por millares de punzantes espinas, que son los pecados que, cual dardos venenosos, van a dar contra su Corazón Deífico, te quiere muy bueno, el Buen Jesús me lo dice. Ámale mucho, y se su consuelo y la reparación de las ofensas que continuamente recibe en el Sacramento Augustísimo de su amor.

 

El alma. – Gracias Padre mío, que me indicáis el camino de agradar a mi adorado bien, el buen Jesús, yo seré de hoy en adelante su guardia de honor, y mi corazón siempre despierto y en forma de incensario, levantará sus afectos a todos, hasta el interior de su Corazón Deífico, para vivir solo por Jesús, amar todas las cosas por Jesús y en Jesús, con el amor sin igual que me enseñó Él, muriendo por sus propios enemigos.

 

San José. – Ahora sí, eres hijo digno de mi amor: yo recojo tus propósitos todos, tus afecciones íntimas, los vaivenes de amor de tu corazón, y en ramillete y guirnalda preciosísima, la presento en regalo al buen Jesús Ves como ha cesado ya el llanto, yate sonríe, y te mira con ojos de amistad y de cariño. ¿Ya estas contento? Pues el me dice que le suelte de mis brazos, que quiere venir a los tuyos, más aun, quiere venir en el interior de tu corazón, para hacer de el su alcázar y sagrario. Prepáralo dignamente, que es tu Rey y dueño Soberano, el que quiere tomar posesión de él.

 

El alma. – Gracias rendidas os doy, San José, mi padre adorado, por tantas mercedes, humillado en vuestra presencia, permitid que antes de despedirme de Vos, al objeto de cumplir mis deberes, os salude con la siguiente:

 

 

ORACIÓN

Bendito seas, glorioso Patriarca San José, Padre de Jesús y Padre también mío, yo os suplico, de hinojos a vuestras plantas, encendáis en mi corazón el fuego de la caridad, para que sea digno discípulo de vuestro queridísimo Hijo Jesús. Sed, Padre adorado, mi protector y abogado, y sedlo también de tantas otras almas como gimen bajo de la desgracia y de la tribulación, consoladlas, Vos que sois el Padre de las Misericordias del Señor, oíd y despachad favorablemente sus peticiones, y la especial que os dirijo yo en este día, sed mi ángel custodio, consuelo y esperanza en esta vida, y al exhalar mi último suspiro, estad Vos a mi lado, para acogerme y presentarme a Jesús y a María. Amén.

Padre nuestro…

 

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