DEVOCIÓN
DE LA SEMANA
DEDICADA
A
JESÚS
DE TRUJILLO
Cuya
imagen se venera en la Villa Nueva, población cercana a la capital, en el
camino de Amatitlán
Se
debe rezar en la Cuaresma, en la Semana de Pasión, para terminarla el Domingo,
por ser ese día destinado para su culto, o en cualquier otra época del año.
Con
licencia de la Autoridad Eclesiástica.
Tipografía
Sánchez y de Guise
1939
ACTO
DE CONTRICIÓN
Jesús
mío, con toda confianza vengo a Vos, miradme postrado a tus pies, angustiado al
pensar en los muchos y graves pecados que eh cometido, sabiendo que con ellos
eh causado nuevas heridas a tu amante corazón. Dadme luz, Señor, para conocer
tu Soberana Majestad, y mi horrible vileza, tu inmenso amor y mi negra
ingratitud. ¡Ay Jesús mío! no quiero pecar más, no mas ofenderte, Señor te pido
me des fuerza para cumplir el propósito que hago de apartarme de toda ocasión
que me ponga en peligro de perder la gracia, esto lo espero de tu infinita
misericordia, te lo pido por las lágrimas de tu amantísima y dolorida Madre y
por tu preciosa Sangre. Amén.
¡Oh
Jesús Nazareno! En los días de la semana que dedico para honrarte, deseo,
contando con tu favor y ayuda, meditar algunos pasos dolorosos de tu preciosa
vida. Amén.
LUNES
Vengo
a considerar el momento en que te despediste de tu Madre Amantísima, pues era
llegado el tiempo de salir a predicar, a enseñar tu celestial doctrina, el
camino que conduce al cielo. ¡Oh Maestro de las Almas! ¿Qué sacrificio no has
hecho por nuestro bien? Dejar a tu Madre ¡que dolor para Vos el más amante de
los hijos de los hombres! Al darte el adiós de despedida, sus ojos se llenaron
de lágrimas, tu corazón, Jesús mío, sintió profunda pena al dejarla. Considero
este paso uno de los más tristes y dolorosos de tu santísima vida. No alcanza
mi pobre inteligencia a medir el dolor de María y tu dolor. Por este paso, Señor,
te ruego tengas misericordia de mi pobre alma, misericordia para los fieles que
están en pecado mortal, para los agonizantes que en esa terrible hora luchan
con el enemigo que quiere perderlos, misericordia para las almas que en el
purgatorio se purifican de las manchas que en ellas dejó impresas el pecado,
donde padecen dolores atroces sin poder ellas merecer nada para salir de ese
lugar de expiración. Por tus infinitos méritos te pido perdón y espero por tu
preciosa sangre nos des la salvación.
SÚPLICAS
-
Jesús Nazareno R/: Humildemente te pido tengas misericordia de mí.
-
Por el dolor que tu corazón sintió, al despedirte de tu amantísima Madre, para
ir a comenzar la predicación de tu celestial doctrina.
-
Por el dolor que tu corazón sufrió, al recibir en la mejilla el beso con que
fuiste entregado a tus enemigos por Judas, tu discípulo traidor.
-
Por el dolor intenso que padeció tu corazón, al ver que tus discípulos huían
dejándote solo, abandonado en manos de tus amigos.
-
Por el dolor que tu alma traspasó al oír que tu amado discípulo Pedro te negó
tres veces.
-
Por las lágrimas que llenaron tus ojos al ser cubiertos con una venda.
-
Por el dolor que padeciste al ser atado a la columna, rasgadas tus espaldas por
los azotes, herida tu cabeza con las espinas.
-
Por el dolor que sentiste al encontrarte solo en el momento de recibir la Cruz
que debías llevar hasta el Calvario.
¡Si,
Jesús mío misericordioso! Perdón, perdón te pide este pobre pecador, que
cargando con tantos crímenes solo merece el castigo, pero espera de tu inmenso
amor te compadezcas de su miseria y le des la salvación.
¡Sangre Preciosísima de Cristo, Salvadnos!
¡Sangre Preciosísima de Cristo, Salvadnos!
¡Sangre
Preciosísima de Cristo, Salvadnos!
ORACIÓN
A NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES
Madre
Santísima, Virgen llena de Dolores, acuérdate que mi alma ha sido redimida por
la dolorosa pasión y muerte de tu amantísimo Hijo, que le costó el sacrificio
de su vida, expirando enclavado en una Cruz, derramando hasta la última gota de
su preciosa sangre, que su alma estuvo triste hasta la muerte, acuérdate que,
en sus últimos momentos, nos entregó a Vos como hijos. ¡Si, Madre mía muy
amada! Los pecadores somos tu herencia, somos tus hijos de tus dolores bañados
con tus lágrimas. Madre mía dulcísima,
tuyos somos, cúbrenos con tu manto, nos entregamos a Vos hoy y siempre. Solo en
Vos ponemos nuestra esperanza, defiéndenos de todo peligro, ayúdanos, y en la
hora de terrible de la muerte, en la estrecha cuenta que hemos de dar, sed
nuestra abogada, y no nos dejes hasta que, por tu piadosa y bendita mano, sean
nuestras almas sacadas del purgatorio y llevadas al cielo. Así te lo pedimos,
Madre llena de dolor. Haced que cuando expiremos, nuestras almas entreguemos
por tus manos al Señor. Amén.
Aquí
se hace la petición.
Jesús
Nazareno, por intercesión de tu Santísima Madre, te ruego, que, si es de tu
voluntad, y para el bien de mi alma, me concedas el favor que te pido.
Se
reza una vez el Credo, y para terminar esta invocación:
Eterno
Padre, por la Sangre Preciosa de tu Santísimo Hijo, convertid a los pecadores,
salvad a los moribundos, librad a las almas del purgatorio, tened piedad de
nosotros.
Se
reza un Padre nuestro, según la intención del Romano Pontífice.
MARTES
Vengo
a meditar en el dolor que tu corazón sintió, cuando Judas tu discípulo, llegó
al huerto donde orabas, aquella oración: “Padre, si es posible, aparta de mí
este cáliz, más no se haga mi voluntad sino la tuya” ¡Pensar en lo que sufrías!
Cuanta sería la angustia que oprimió tu corazón que no pudo contener la sangre,
brotando por los poros de tu bendito cuerpo, hasta regar la tierra donde orabas
de rodillas, fue tan copioso ese sudor, tanta sangre perdida, que dejó tu
cuerpo sin fuerzas, débil, aniquilado. Paréceme oír tu voz desfallecida que
clama nuevamente: “Si es posible no me hagas beber este cáliz” “No abandones a
tu hijo, dadme fuerzas, que se cumpla tu voluntad, mi espíritu está pronto.” Un
ángel bajó del cielo y te confortó, tuviste fuerzas para resistir el grandísimo
dolor de verte vendido por uno de tus discípulos, traicionado por un amigo ¡Que
dolor para tu corazón que tanto lo amaba! Entregado por aquel a quien regalaste
con el don de tu precioso cuerpo, que bebió tu misma sangre, pienso Jesús mío, que,
al llegarse a Vos para entregarte, todavía le ofreciste la mejilla para recibir
el beso de amigo, ¡y así le llamaste! “Amigo ¿a que has venido?” llamamiento
que lleno de amor y caridad al alma para atraerla a Vos, para detenerla al
borde del abismo ¡y no fuiste oído! ¡Oh dolor para tu amante corazón! Jesús y
Padre mío, ayúdame siempre, no quiero ser un discípulo traidor, perdonadme
cuantas veces no he querido oír el llamamiento que con todo el amor que hay en
tu corazón para mi alma, has hecho, y yo ingrata no he respondido a tu
dulcísima voz. Aquí estoy, Redentor mío, vengo a presentarte mi debilidad y
pobreza, no me abandones, soy un miserable gusano de la tierra ¿Qué podre si
Vos no me das tu ayuda? Por María Santísima te pido tu amistad y gracia, y
uniendo sus lágrimas a las tuyas, te ruego que con ellas laves mi alma para que
persevere en el bien, y pueda un día amarte eternamente en el cielo.
MIÉRCOLES
Vengo
a meditar en aquella noche, en que agotadas tus fuerzas por el sudor de tu
sangre, tu santo cuerpo hecho una llagas, tu lengua pegada al paladar por la
ardiente sed que te causó la pérdida de la sangre, tu alma triste, lleno de
dolor tu corazón por la pérdida del alma de Judas, por verte traicionado de uno
de tus discípulos, te considero entregado a la turba de soldados que con
crueldad te trataron, uno de ellos dio tremenda bofetada en tu Divino Rostro,
injuria que respondiste con profunda humildad, ofreciéndole la otra mejilla,
¡Vos la Majestad Eterna! ¡Dios y Señor! humillado ante un soldado, yo, pobre de
mí ¡Cuantas veces te he ofendido, cuantas me has perdonado! Y he vuelto a mi
pecado, humillándote mil veces más que ese soldado. Te veo ¡Oh mi Dios! atado
con lazos y cadenas, arrastrado por el lodo, herido, ensangrentado, padeciendo
agudos dolores en el cuerpo, pero mil veces peores han sido los que sufres en
el alma. Encontrarte solo, abandonado de todos, en los momentos de sufrimiento,
cuando se siente necesidad de consuelo, de un amigo que le acompañe. Yo pienso
en el transcurso de mi vida, y veo que jamás me has dejado solo en los días que
has querido probarme con la pena y el dolor, he sentido tu providencia cuando
en lo humano ya no ha habido remedio a mis penas, has estado Vos para
remediarlas, he recurrido a tu bendita Madre y he encontrado consuelo, y con
todo esto ¿me atrevo aun a ofenderte dejándote solo? No Señor, con tu ayuda te
seré fiel, todos tus amigos huyeron, te dejaron solo, en manos de tus crueles
enemigos, yo quiero estar siempre a tu lado. Cuanto sufrió tu corazón por la
ingratitud, te abandonaron a Vos, que les habías dado todo, tu amor, tu
amistad, tus enseñanzas y tu cuerpo sacrosanto que bebieron tu sangre en la
noche de la cena, aquella noche en que tomaste en tus manos el pan y el vino
para convertirlos en comida y bebida que alimenta a las almas, ¡y se olvidaron
de estos beneficios! Dejándote solo ¡Cuanta ingratitud! Padre mío, no permitas
que algún día, sea yo el ingrato que te deje, Recordaré siempre este doloroso
paso de tu Pasión, pero mi debilidad me hace caer a cada paso ¿sin tu ayuda que
podré? Solo Vos podéis sostenerme en los combates de la vida que me pongan en
peligro de perderte, quiero ser agradecido al do precioso que me das en la
Santa Comunión, vivir en gracia para poder abrirte mi corazón, recibirte en él
y ofrecerte mi amor. Confiada en Vos, por los méritos de tu preciosa Sangre y
por los dolores de tu Santísima Madre, así te lo ofrezco y espero cumplirlo.
JUEVES
Vengo
a considerar los sufrimientos que padeciste en aquella obscura cárcel a donde
con tantas injurias te llevaron, abofeteado tu Divino Rostro, insultado,
escupido, Vos, la soberana Majestad, a quien los cielos son cortos para
contener tu grandeza, ante quien los Ángeles se postran y se cubren con sus
alas, de quien dijo el Eterno: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis
complacencias”. Vos encerrado en una inmunda y obscura cárcel ¡Que
sufrimientos! Pero te faltaba sufrir una mayor todavía, al oír que Pedro, tu
discípulo, el escogido para jefe de tu Iglesia, para pastor de tu rebaño, al que
dijiste “si me amas, apacienta mis corderos” al que lavaste los pies, al que
diste con tu propia mano a comer tu Santísimo Cuerpo, a beber tu Preciosa
Sangre, te negó, no una vez, sino tres, repitió “No le conozco.” Este dolor
traspasó tu corazón, has sufrido injurias, baldones, ingratitud y hasta el
desconocimiento de un amigo. Pedro conoció su pecado y lloró, la contrición
llenó su corazón, buscó a María, tu Santa Madre, y en ella encontró refugio, le
confesó su pecado, le rogó intercediera por él, que le alcanzara perdón. Volvió
a Vos, y no te dejó hasta dar su vida por tu amor, fue tanto lo que lloró su
pecado durante su vida, que las lágrimas abrieron surcos en sus mejillas.
¡Señor y Dios mío! ¡Cuantas veces te he negado, haciéndote sufrir, despreciando
tu amor, quebrantando tus mandamientos! Me arrepiento, quisiera llorar como
Pedro mi pecado. Dadme Señor una verdadera contrición, un firme propósito de
enmendar mi vida, y tu santa gracia para cumplirlo. Te lo suplico por los
infinitos méritos de tu Pasión y Muerte, y por los dolores de tu Santísima
Madre.
VIERNES
Vengo
a meditar en tu paciencia y humildad, al presentar tu Santa Cabeza para que un
soldado lleno de furia y crueldad, cubriera tus divinos ojos con una sucia
venda, esos ojos que con dulzura tantas veces en tu vida dirigiste a los pecadores,
a cuya mirada muchos se convirtieron, dulcísimos ojos que veían a los niños con
amor y cariño, a los pobres enfermos, a todos los que sufrían, ojos que
elevabas al cielo en demanda de perdón, para los extraviados, esos ojos en
quien tu amantísima Madre se recreaba, al ser vendados se llenaron de lágrimas,
por el dolor de pensar a cuantos cegaría el pecado, para cuantos almas serian
inútiles tus sufrimientos, cuantas caerían en el infierno. Tus ojos se llenaron
de lágrimas al sentir la soledad y tristeza en que quedaba tu Madre Santísima. ¡Jesús
mío! redentor de las almas, que, por tantos sufrimientos, caiga la venda del
pecado que cubre mis ojos, que, por tus lágrimas, llore yo siempre la
ingratitud con que he pagado tu amor, que por el recuerdo de tu Santísima
Madre, por lo que sufrió en tu Dolorosa Pasión y Muerte, sea yo siempre fiel a
tus llamamientos, para que al fin de mi vida pueda llegar al Cielo, esto lo
espero de tu infinita misericordia.
SÁBADO
Vengo
a considerar en tu inmensa Majestad, ultrajada, hasta ponerte atado a una
columna, ligadas tus santas manos tan fuertemente que reventaron, saltando la
sangre por las uñas con agudísimo dolor, fuiste azotado con cuerdas y garfios
de hierro, arrancado de tus espaldas, jirones de carne que quedan prendidos en
la columna, descubriendo tus huesos, fueron tan fuertes los golpes, que en la columna
quedaron impresos, veo tu Santa Cabeza agachada recibiendo en ella la corona,
armada de punzantes espinas, espinas de cambronera, que traspasaron tu cerebro,
siendo indecible el dolor que padeciste. Como a Rey de burla te trataron, ya
coronado, cubrieron tus espaldas con una capa sucia, y en tus manos ¡Oh Señor Rey
del Cielo! Te pusieron una caña por cetro, como Rey de burla en la tierra, no hay
en el pensamiento humano quien pueda llegar a comprender lo que pasó en tu alma
esa noche. ¿adivina quien te hirió? Preguntaban los soldados a cada golpe que
daban a tu sagrada persona, veo correr lágrimas de tus divinos ojos, mezclarse
con la sangre que brotaba de las heridas de las espinas y al mismo tiempo con
inmundas salivas que los soldados arrojaban a tu Divino Rostro. Todo lo recibes
con la humildad más profunda. ¡Oh paciencia! ¡Oh amor por las almas, pues todo
los sufres por salvarnos! Y pensar en tus sufrimientos perdidos para tantas que
no quieren seguir tus mandamientos. Al contemplarte herido, azotado, ofendido
de todos modos, comparo la maldad de los que te hicieron tanto daño con mi
propia maldad. Ellos no te conocían, yo sí, yo he recibido todas las prendas de
tu amor y cariño, tu cuerpo y sangre en la Eucaristía, jamás me ha faltado tu
ayuda, en mis caídas siempre eh encontrado tu mano que me levanta, cuando mi
alma ha sido manchada, por el pecado, te he pedido perdón y he sido perdonada
con toda misericordia, y después de tantos beneficios, aun te ofendo con mis
pecados y rebeldías, sabiendo que te pongo peor que en aquella cárcel, sabiendo
que al pecar te azote, te coronó de espinas, te ultrajo. ¡Ah! ¡Ah Señor
Redentor y Dueño mío! ¿todavía me amas? Si, incesantemente oigo tu voz que llama
a mi alma, como el pastor a sus ovejas. Virgen Santísima, Dolorida Madre, no me
dejes nunca, tenme siempre junto a Vos, pues soy tan débil e inconstante que
puedo perderme, de tu mano quiero cambiar, hasta que llegue el día que, de fin
a mi vida, y me entregues a tu Hijo, que con su sangre me redimió.
DOMINGO
Ultimo
día de la semana que he dedicado para honrarte, vengo a meditar en el supremo
dolor que padeciste, cuando aniquilado tu cuerpo por la sangre derramada por
los azotes, la corona de espinas y demás suplicios, llegó el momento en que
debías cargar con la Cruz en que ibas a morir enclavado, allá en el Monte
Calvario. Le recibiste en tus hombres, sobre tus espaldas que eran una sola
llaga, rasgadas sin carne casi, con los huesos descubiertos por los azotes, que
a pedazos arrancaron tu carne. Recibiste la Cruz con amor, te abrazaste a ellas
sufriendo agudísimos dolores, su peso era grande. ¿Cómo no? Si grande, si enorme
es el peso de nuestros pecados, que por salvarnos has tomado sobre Vos, y yo
con la más negra ingratitud cargo cada día más con ellos. Mucho has sufrido en
tu santísimo cuerpo, pero mucho más agudos han sido los dolores de tu alma. Al momento
de cargar la Cruz te encontraste solo sin ningún rostro amigo, así que emprendiste
el camino del Calvario, a empellones con paso vacilante, cayendo e tierra,
chorreando sangre, tu santa y divina faz cubierta de sudor, polvo y salivas,
inconocible tu semblante, jadeante tu respiración, así caminabas cuando
encontraste a tu Santísima Madre, ella te encontró siguiendo la huella de
sangre que dejaste en el camino, y la voz de su corazón que a Vos la llevó. La vista
de tu Madre, ¿sería para Vos Señor, un consuelo? ¡Ah Padre mío! si no ha ah
habido ni habrá hijo que más ame a su Madre, que lo que vos amaste a la tuya,
tus dolores aumentaron al verla sufrir, su pena, su angustia de verte y no
poder aliviarte. ¡Oh pobre corazón de Madre! ¿Verdad Padre mío, que su dolor
aumentó tu dolor? Pero era tu Madre y te acompañó hasta verte morir en el
Calvario. Madre mía, qui tienes a esta ingrata alma que ofende a tu amado Jesús
y también a Vos que lo ves sufrir, ya no quiero ofenderlo más, quiero un
corazón nuevo para amarlo y servirlo, Vos bien sabéis lo débil que soy, te pido
me sostengas, pedidle por mí, que me de fuerza para vencer los escollos del
camino, decidle que le ofrezco mi alma, para que deje en ella impreso su Divino
Rostro, como lo dejó en las tocas de la Verónica, aquella mujer dichosa, que
venciendo los obstáculos que encontró a su paso, llegó hasta el en el camino de
la Cruz, a enjugar su Santa y Divina Faz. Al pensar lo que aun me falta para el
final de mi carrera, me siento desfallecer ¡es tan duro el camino de la vida! Jesús
dio tres caídas en el camino del Calvario, en recuerdo de ellas te ruego le
pidas me fortalezcas, así algún día podré verte en el Cielo, cando después de
la agonía que para terminar mi vida he de pasar, pues el mismo Dios la pasó,
oiga de su voz el perdón de mi mala vida y mis muchas culpas, que Vos Madre
mía, hayas alcanzado para mi alma que tanto ha costado a tu Jesús y a Vos
tantas lágrimas, desde ahora para entonces invoco tu protección y espero tu
misericordia. Te lo pido por la Pasión y Muerte de tu dulcísimo Jesús. ¡Que la
sangre del Justo no sea en vano derramada por nosotros!
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