miércoles, 17 de febrero de 2021

DIEZ Y NUEVE DE MES A SAN JOSÉ


DIA DIEZ Y NUEVE EN HONOR DE SAN JOSE, ESPOSO DE MARIA

Escrito por Gabino Chávez, presbítero, devoto suyo.

 

En México, Imprenta Religiosa de M. Torres y C.

Calle de Santa Clara núm. 16. Año 1872.

 

L/: Señor, abre mis labios

R/: Y mi boca pronunciará tus alabanzas

 

L/: Dios mío ven en mi ayuda.

R/: Señor, apresúrate en socorrerme.

 

ACTO DE CONTRICION

Amable Jesús, dulce Salvador mío: ¡cuán gran desdicha es para un corazón que arde en deseos de amarte, el ver el negro cuadro de su pasada vida, con las continuas culpas que aumenta cada día su flaqueza! ¡Cuánto quisiera el alma tener un dolor vivo, ardiente y profundo para sentir tus ofensas, y un corazón tierno y sensible para dolerse de ellas, y un lenguaje divino como el del Rey David para llorarlas! ¡Ah Señor!, bien ves que a mí todo me falta, y que siendo tantos y tan grandes mis pecados, nunca he sabido sentirlos ni llorarlos. Apiádate, pues, de mí, Jesús mío, según tu gran misericordia: lávame más y más de mis iniquidades, rocíame con el hisopo de tu Sangre divina, y quedaré purificado y limpio. Yo en reconocimiento de tu bondad y tu perdón, enseñaré a los pecadores los santos caminos por donde pueden volver a ti como yo habré vuelto, y conociendo tú misericordia y tu clemencia, se convertirán al fin, a ti, su Padre y su Pastor. Yo sé que las ofrendas puramente materiales no te complacen, y por eso quiero ofrecerte mi pobre corazón, contrito de dolor y humillado con el conocimiento de su propia miseria. Obra, pues, Señor, en esta mi alma afligida, con tu acostumbrada benignidad, y ayúdame a levantar los muros de las virtudes derribados por mis culpas, y a resistir a las nuevas tentaciones que el demonio me prepare. Y entonces todas mis obras te serán agradables, mis oraciones, mis sacrificios y mis trabajos; y mi corazón convertido en un altar santo donde arda siempre el fuego de tu amor, recibirá como víctima del sacrificio todos mis afectos a todas las criaturas, todos mis apegos sensibles, todas mis inclinaciones perversas, para inmolarlas a honor tuyo y para tu gloria. Perdóname, pues, Salvador mío: lávame con tu Sangre; suple con tu dolor en el huerto lo mucho que, al mío, falta para ser perfecto, y a por los méritos del dulcísimo varón a quien quisiste respetar en el mundo como padre, dame la gracia de una contrición verdadera que me merezca volver al cielo perdido por mis pecados. Amén.

 

A SEÑOR SAN JOSÉ

¡Oh dichoso varón escogido para las obras más altas de la Divinidad y asociado a los planes de la Eterna Sabiduría para la redención del mundo! ¡Oh José! Varón justo, Esposo de María, de la cual nació Jesús; representante del Padre Eterno acá en la tierra; depositario de los secretos celestiales; guardador de los tesoros más preciosos que Dios tiene; ayo de Jesús; testigo y custodio de la virginidad de María; cabeza de la Sagrada Familia; el último y más fervoroso de los patriarcas que esperaron al Redentor del mundo y que lo tuviste largo tiempo a tu lado; ángel de inaudita pureza, escogido entre todos los hombres para ser colocado en compañía de la Reina de las vírgenes; modelo de prudencia y de justicia en tus determinaciones, de templanza en las prosperidades, y en los trabajos de fortaleza, mansísimo y obedientísimo; recto y sencillo como Job, fiel como Abraham, laborioso como Jacob, benigno y favorecido como el otro José, el cual llevó tu nombre y en tantas maneras prefiguró tus excelencias: ¡Oh grande santo! Yo no encuentro que diga en tu alabanza, y solo puedo enmudecer ante tu grandeza, ¡que me asombra y me confunde! ¡Bendito sea el Señor que te hizo tan grande, y que, así como pudo y quiso enriquecer a su divina Madre con tan altas prerrogativas, así también quiso y pudo adornar de virtudes excelentes y de preciosos dones al corazón del mortal afortunado que debería servirle de padre sobre la tierra! ¡Cuánto me gozo, padre mío, de que tu nombre se ensalce ahora por todo el universo, de que se propaguen con numerosos y piadosos escritos tu culto y devoción, y de que sea el esclarecido Pontífice, el dulce y grande Pío IX, el que haya dado este nuevo impulso a tus glorias, anunciando tu próximo engrandecimiento en el seno de la Iglesia, ¡y nombrándote Patrón insigne y universal de ella! ¡Cuánto me regocijo de los continuos prodigios que el Señor está obrando por tu intercesión, y que muestran el aprecio grande con que mira tu persona, y el respeto con que escucha las súplicas de aquel a quien quiso obedecer y sujetarse como Hijo fiel en el mundo! ¡Cuánto admiro y glorifico la economía de la Providencia Divina, que parece haber reservado para estos últimos tiempos el conocimiento más claro y el culto más vivo de su representante en la Santa Familia, después de haber extendido en los primeros siglos el conocimiento de Jesucristo, y en los siguientes las glorias de su augusta Madre! Gózate, pues, casto y dulce Patriarca, gózate en la grandeza y sublimidad a que Dios ha querido elevarte, y suple con tus acciones de gracias, lo que nosotros, pobres mortales, no podemos hacer, dignándote aceptar ahora el recuerdo de tus dolores y de tus gozos que vamos a venerar. Amén.

Siete Padrenuestros y Ave Marías, a los dolores y gozos del Santo. Petición.

 

ORACION

¡Oh poderoso y justo Patriarca, dignísimo Esposo de María y adoptivo padre del Salvador, aquí vengo a pedirte favores y gracias, ¡con la firme confianza de no ser desechado! Mira, pues, a la Iglesia católica, a esta Iglesia de Jesús, a quien tanto amaste, y que por ser cosa tan suya no puede dejar de interesarte; a esta Iglesia que es hoy víctima de la más tenaz y más espantosa de las persecuciones, y que después de aclamar a María pro su remedio, te elige Patrón suyo, y ennoblece tu culto, y predica tus grandezas: favorécela, ¡oh grande Santo! Hazle conocer que su confianza no ha sido vana, y que desde el cielo esforzadamente la defiendes y le alcanzas singulares dones, y la proteges contra el furor de sus enemigos: haz que se extienda más y más tu devoción por todo el mundo; que todos te tomen por abogado y protector; que los jefes de familia te entreguen la dirección de su casa y negocios; las almas devotas el cuidado de su espíritu; los casados el gobierno y la tranquilidad de sus estados; los religiosos sus esperanzas de clausura; los sacerdotes sus deseos de saber tratar con Jesucristo íntimamente, y los moribundos su tutela y defensa en el último combate. Y yo también, ¡oh padre mío benignísimo! Te invoco para mi hora postrera. No me dejes allí solo: no me abandones en esa crisis tremenda; líbrame entonces de la tentación de presunción, y más aún de la desconfianza con que tanto urge el demonio en aquellos momentos angustiosos. Tú que entregaste placidísimamente tu espíritu en las manos de María y de Jesús, por la inefable dicha de tu muerte, alcánzame una muerte santa que me abra las puertas de la gloria y me haga ver y alabar a Dios en tu grata compañía y en la de la Inmaculada María mi Madre. Amén.

 

Puede terminarse con un Padrenuestro para la hora de la muerte con la jaculatoria:

 

En la postrera agonía,

Cuando mi muerte llegare,

Tu patrocinio me ampare

Y el de tu esposa María.

 

L/: Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar;

R/: En los cielos, en la tierra y en todo lugar.

 

ORACION AL SEÑOR SAN JOSE PATRON DE LA IGLESIA UNIVERSAL,

APROBADA POR SU SANTIDAD EL PAPA PIO IX.

¡Glorioso Patriarca, señor San José! Una voz de mucha más autoridad que la que una vez salió del Trono de Egipto diciendo: “Id a José”, ha últimamente movido a la gran familia de los cristianos a acudir a ti en sus necesidades. Mira, pues, a esta extensa familia confiada a tu cuidado: y míranos a todos postrados ante tu Trono Celestial, implorando tu asistencia, en nuestras presentes y graves necesidades. Aunque en medio de nosotros hay todavía muchos inocentes benjamines  que sufren y gimen sin culpa suya, sin embargo, nosotros, semejantes a los hermanos del antiguo José, acudimos a ti humillados y confundidos por nuestros pecados, que  han atraído sobre nosotros la ira del Cielo; pero nuestros corazones están principalmente afligidos, porque oímos a nuestro venerable Padre, que semejante al manso y piadoso Jacob, se lamenta dulcemente al ver que los últimos días de su vida están llenos de amargura: ten, por tanto piedad de sus canas y no permitas que cierre sus ojos con el sueño del Justo antes de que la paz y la salud hayan bajado sobre toda su familia. ¡Oh Santo poderoso! Este es el primer favor que te pedimos, ya que has sido proclamado nuestro Patrón universal: y ¿podrás tener corazón para negárnoslo? ¡Ah! Nosotros esperamos que tú, ¡oh segundo José!, manifestarás aún más compasión que el primero: animados por tanto con esta confianza te repetimos: “Señor San José, ruega por nosotros”.

 

Lo siguiente, escrito por el Santo Padre, fue sacado de su original:

 

“Die 23 Fer 1871. Filiie carissimi ite ad Joseph et ipse intercedet pro nobis in angustiis nostris. Pius Papa IX”.  Hijos carísimos, id a José y él intercederá por nosotros en nuestras angustias.

 

Jesús, María y José, os doy mi corazón y mi alma.

(Indulgencias, 100 días). Pío VII. Abril 28 de 1807.

 

Colaboración de Carlos Villaman

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