CONSIDERACION II.
San
José fué ennoblecido y singularmente privilegiado con los honores de Esposo de
la gran Madre de Dios; dignidad que es un sólido fundamento de donde se deduce
que no solo fue santificado en el vientre materno, sino que también fué libre
de maldad y confirmado en gracia; de suerte que ningún hombre [digámoslo
animosamente] hubo jamás sobre la tierra más santo que José. En efecto, cuando
Dios ha concedido el privilegio de ser santificados antes de nacer a otros
fuera de la Virgen, parece que no negaría la misma gracia al futuro Esposo de
esta Señora. Y a la verdad, que cuando se habla de algún santo que no tiene ni
primero en su destino ni segundo en su ministerio, se ha de conceder franca
licencia a los discursos y sentimientos con que se explica y se recrea la
devoción, que tiene de su parte los erarios de un Soberano. ¿Qué gracia, pues,
podría conceder, y que, no obstante, la negase al que tenía escogido para Esposo
de la Madre de Jesús y para que hiciese las veces de Padre con el Verbo
humanado, a quien había de sustentar con el trabajo de sus manos, y
tener en sus brazos, como tutor y custodio de aquella fuente de la santidad y
divino ejemplar de la pureza? Razón tuvo San Agustín cuando dijo, que Dios hizo
lo que, fundándonos en razones verdaderas, nos pareciese ser lo mejor.
ORACIÓN
Oh
José poderosísimo, en quien Dios omnipotente ha depositado todos sus tesoros,
mejor que Faraón en las manos del anterior José las riquezas de Egipto: á tí
ocurrimos, suplicándote humildes y confiados que nos mires con ojos de piedad,
porque nuestra salud está en tus manos. Alcánzanos de tu divino Hijo la que nos
conviene en el cuerpo, y la que necesitamos y tanto nos importa del alma, para que,
sirviendo a nuestro Dios con un corazón gozoso en esta vida, logremos por tu
intercesión su amorosa vista sea la gloria. Amén
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