CONSIDERACION XXIII.
Habiendo
muerto el tirano Herodes y cesando con su muerte las sacrílegas pretensiones de
sus ministros y comisarios, ya no era forzoso a san José permanecer en Egipto
con su Familia. Así es que, apareciéndose el ángel al señor san José, por ser
cabeza y en algún modo superior de la sagrada Familia, le ordenó que se
volviese a Israel. Sale en efecto de Hérmópolis, que era la ciudad de su
habitación, con aquel regocijo con que los peregrinos dejan el lugar de su
destierro, que siempre está mezclado con ciertas cualidades tan amargas, que
jamás andan de acuerdo con la dulce memoria de la patria. El gusto en alguna
manera sería alivio y consuelo en aquel viaje tan largo, por distar Hérmópolis
de las tierras de Israel como algo más de ciento treinta y tres leguas castellanas.
Para llegar José con más prontitud y facilidad al término de su destino le
prestaba comodidad atravesar por la Judea, y así lo intentó; pero al llegar a sus
términos supo con pena y susto que en ella reinaba el tirano Arquelao, hijo de
aquel Heredes que mandó degollar a los niños de Belén, por lo que temió, y con
justicia, que el hijo pretendiese dar muerte al niño Dios. No pasó adelante, sino
que se detuvo dudando de lo que debía resolver en aquel lance tan estrecho, y
en el tormento de sus dudas y crueles temores se quedó dormido, y durante el
reposo del sueño se le apareció el ángel del Señor, y le dijo, que retrocediera
y se retirara á Galilea. Obedeció José, volviéndose puntualmente hacia la
Galilea, como el ministro de Dios se lo ordenaba, y estableció su habitación en
la antigua ciudad de Nazaret.
ORACION
Oh atribulado Patriarca señor san José, que apenas se alegra tu corazón paladeando el gozo, cuando de cerca te espera ya el dolor para llenarte de tristeza: yo te ruego que me alcances fortaleza y humildad para que ni la prosperidad me engría, ni me abata la adversidad, sino que en ambas con ánimo igual sirva a mi Dios, venerando siempre la mano que me exalta y que me humilla. Amén.
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