EXCELENTE
ORACION A SAN PABLO, APOSTOL DE JESUCRISTO.
Imprenta
de Plassan, Rue de Vaugirard, No. 15, París, Francia. Año 1810.
Excelente
oración a San Pablo, Apóstol de Jesucristo,
muy
útil a todos aquellos que la hicieran todos los días y que se recordaran
en su
memoria para meditarla, tanto en la noche como en el día.
¡Dios
mío! Yo te suplico que me des el espíritu de inteligencia para conocerte y
amarte por sobre todas las aficiones de mi corazón, y de reconocer que yo no
soy digno de presentarme ante tu adorable e infinita grandeza.
Inflama
mi alma con la preciosa esperanza de alcanzar la bienaventuranza eterna a la
cual tú nos has llamado, para colmarnos de delicias infinitas, y de riquezas
celestiales, ante el trono de tu gloria y majestad.
¡Padre
eterno! Haz que yo te ame, no solo de palabras, pero en verdad, con lo más
tiernos afectos de mi corazón. Hazme digno de tener parte en la redención que
tu querido Hijo nos ha obtenido, con el precio de su preciosa sangre derramada
por nosotros. Haz que la eficacia de sus méritos actúe poderosamente en mí, y
me haga perfecto en él, imitándolo con la penitencia como nuestro modelo y
nuestro Dueño crucificado por nosotros.
Hazme
conocer el amor ardiente del sagrado corazón de Jesús, en el cual todos los
tesoros de la sabiduría han sido depositados: un amor donde la caridad infinita
por nosotros lo hizo descender a la tierra, y morir por nosotros para hacernos
vivir eternamente en su gloria, y abrirnos el cielo que nuestros pecados han
mantenido cerrado.
Oh mi
amable Salvador Jesucristo! Enciéndeme del fuego sagrado de vuestro santo amor.
Haz que yo te ame infinitamente, y que yo no viva más que en ti y por ti. Conviérteme
en una nueva criatura completamente transformada por ti, que no busca nada más
que a Ti, y que no aspire si no a la dicha de verte en el cielo: uneme
íntimamente a ti por los lazos de un amor ardiente e inflamado, como el único
fundamento de toda mi esperanza, en reconocimiento de habernos liberado de las
penas del infierno por vuestra dolorosa pasión; y por haber tú mismo deseado,
por amor a nosotros, quedarte morando con nosotros en la especie de la
Eucaristía para santificar nuestras almas, y ofrecerte en sacrificio a Dios
vuestro Padre, por la expiación de nuestros pecados.
Mi
Dios, extiende tu Espíritu Santo sobre mí, a fin de que yo produzca los frutos
de la sabiduría, de la ciencia, de la inteligencia, de la piedad, y del dolor
de ofenderte.
Aumenta
en mí la fe, la caridad y la esperanza de alcanzar la gloria celestial por la obediencia
a tus santos mandamientos. Renueva el interior de mi corazón para santificarlo:
llénalo de todas las virtudes que me hacen falta: desátame de mi mismo y de
todas las cosas creadas, a fin de que yo no busque más que los bienes eternos.
Dame la
gracia, ¡Dios mío!, de hacer siempre vuestra santa voluntad, y de someterme a
ti en todos los momentos de mi vida. Que vuestra palabra sea siempre la luz de
mi alma, y que mi boca no hable más que para vuestra gloria y la edificación
del prójimo.
Señor,
dirige siempre mi voluntad hacia el bien; haz que yo aborrezca el mal
infinitamente, y que siempre rechace prontamente todas las sugestiones del
espíritu maligno, que ronda sin cesar detrás de mí para perderme: dame la
fuerza en los combates y la gracia para resistir sus ataques valerosamente
durante la noche y el día, y de vencerle siempre por vuestros divinos auxilios.
Despierta
en mí el celo ardiente de la caridad para crecer en muchas maneras en las obras
buenas con fervor, y de practicar la paciencia, la dulzura y el amor al
prójimo, sin jamás dejarles de hacer el bien, por ingrato que pueda ser éste,
siempre por amor a Ti. Únenos a todos en el amor fraterno por la caridad y por
la unión y el celo animados mutuamente por los deseos de los bienes eternos.
Mi
Dios, renueva en mi tus misericordias y la gracia que he perdido por mis
pecados; haz que yo siempre tenga en mi espíritu el deseo de conocer que mis
obras me pueden salvar o condenar por mis acciones. Dame la gracia de poner
atención en pertenecer a aquél pequeño rebaño de los elegidos por ti para
participar de la bienaventuranza del cielo, a través de combatir todos mis
fallos, y orar por el número infinito de pecadores que se pierden por querer
vivir la vida complaciendo sus pasiones que sólo les conducen a la perdición.
Ilumina mi espíritu, a fin de que yo no me aparte jamás del camino que conduce
a la vida eterna, y que yo alcance mi salvación con arrepentimiento y
contrición. Perdona los errores de mi juventud en la cual yo te he ofendido
tanto. Cambia mi corazón, para mortificar y frenar mis pasiones; haz que yo no
sea jamás esclavo del pecado, sino que me oponga siempre a la violencia y a las
tentaciones del demonio. Conviérteme enteramente a ti por completo, y que mi
conversión sea agradable siempre a ti. Yo te consagro mi corazón, mi alma, mi
vida y todos mis afectos: yo me pongo enteramente en tus manos; Señor, revísteme de la túnica de la
inocencia, que he perdido por mis errores; adórname con la santa pureza y con
la humildad, a fin de que yo viva siempre en la santidad hasta mi último
suspiro.
Perdona
mis ofensas, Dios de bondad; borra la sentencia de mi condenación que mis
crímenes me han obtenido y me han hecho merecer; átame fuertemente al amor de
la cruz de Jesucristo para defenderme contra todos los poderes de las tinieblas,
y que en el momento de mi muerte no me separe jamás de ella ni de él, para que
así yo pueda alcanzar mi salvación.
Haz,
Señor, que yo crezca todos los días en gracia, en virtud, en sabiduría y en
vuestro santo amor; que yo sufra pacientemente todas las penas y aflicciones
pasajeras de esta vida con alegría, resignación y perseverancia, sin considerar
las cosas visibles de la tierra si no las invisibles celestiales que tú nos has
prometido, para recordarme siempre que los pequeños momentos de adversidad
producen en nosotros la fuerza para perseverar en alcanzar una soberana e
incomparable gloria eterna en el cielo.
Que la
paz de Nuestro Señor Jesucristo, esa que él tanto nos ha ordenado, guarde
siempre mi corazón, y que todo lo que es santo, verdadero, sincero, justo,
honesto, amable, de buen olor y de edificación sea siempre el objeto de todos
mis pensamientos, palabras, obras y se grabe profundamente en mi mente y en mi
voluntad, y en todos mis tratos con el prójimo.
Mi
Dios, dame el fervor en la oración, y que mi oración sea siempre ardiente,
animada por el amor, el respeto y la perseverancia, recordando que la oración
es la llave del cielo para obtener tu gracia y alcanzar la dicha de verte.
Ten
piedad de mí, Señor, según la grandeza de tu misericordia; crea en mi un
corazón puro y un espíritu recto, adornado de todas las virtudes; aparta mis
aflicciones y dudas, a fin de que a la hora de mi muerte yo sea digno de
vuestra clemencia; y por merecerla, dame, te suplico, la gracia de practicar
siempre la humildad, la pureza, la castidad, la caridad, la humanidad, la
dulzura, la bondad, la obediencia, la sinceridad, la paciencia, la modestia, la
vigilancia, el desprendimiento y la perseverancia en vuestro santo amor por el
resto de mi vida.
Haz, mi
Dios, que yo no tenga deseo más que de los bienes eternos, y que desprecie los
bienes perecederos de la tierra; que mi vida sea toda una imitación de
Jesucristo, tanto en su ejemplo, como en la oración, el silencio, la piedad, la
meditación, la elevación de mi corazón hacia ti, y el huir del mundo tan
peligroso a nuestra salvación; haz que yo aborrezca todas sus vanidades, sus
concupiscencias, y sus doctrinas perversas que encienden vuestra ira contra los
pecadores.
Despierta
en mi la gracia, Dios mío, para que por tu santa inspiración yo no busque más
que ser recto de corazón; gobierna mi espíritu a fin que yo te busque y que tu
gracia me prevenga y me acompañe siempre y que ella me mantenga atento de no
olvidarme de hacer buenas obras para vuestra gloria y la salvación del prójimo,
sin excusarme de no poder hacerlo.
Que yo me
recuerde siempre, Señor, que los mentirosos, los orgullosos, los lujuriosos, y
todos aquellos que se alejen de Ti, perecerán. Despierta en mi la paciencia y
la bondad para perdonar a todos aquellos que me han faltado; graba en mi
corazón la caridad, que es el vínculo de la perfección cristiana. Hazme
participar en la plenitud de los méritos de Jesucristo, y que todas mis
acciones sean hechas en su santo nombre para poder alabarlo en su gloria,
dándole el honor y todas las acciones de gracia.
Concédeme
esa circuncisión que consiste en el desprendimiento del pecado, que tanto
ofende a tu vista, y que no produce más que tu ira y la muerte del alma. Arranca
de mí al viejo hombre pecador y revísteme del nuevo hombre en Jesucristo, con
la santa pureza.
Dame la
gracia, Señor, de vencer siempre a la pereza y de evitar la ociosidad, y de
emplear bien el resto de mi vida para merecer el cielo, y de permanecer atento
a cumplir todos los deberes de mi estado para servirte fielmente en el trabajo,
la oración y la vigilancia, a fin de que yo no esté ocioso en el momento que tú
te lleves mi alma; y que me recuerde siempre que la vida y el tiempo huyen como
la sombra y que la eternidad nos espera; y que tú nos has dicho que todo árbol
que no produzca buenos frutos será echado al fuego eterno; y que no solamente
la vida es corta, si no también llena de peligros funestos y numerosos para
aquellos que son ociosos. Por esto te suplico, Señor, que me fortalezcas por la
consideración de las penas y sufrimientos, vejaciones y trabajos dolorosos que
Nuestro Salvador Jesucristo ha padecido por nosotros; y que, a su ejemplo, y el
de todos aquellos tantos mártires de toda edad y sexo que han sufrido los más
crueles tormentos por alcanzar el cielo, yo sea animado e infundido de celo y
sienta pena por no haber tenido como ellos el mismo valor de servirte con ardor
para merecer la corona eterna de la gloria.
Ayúdame,
Señor, a vencer mi cobardía controlando todos mis pensamientos, palabras y
obras, y por el vivo dolor de transgredir los votos sagrados y magníficos de mi
bautizo, por los cuales yo renuncié a las pompas y obras del demonio, que
conducen al fuego del infierno. Graba en mi memoria el recuerdo de la finalidad
del hombre en aquellos momentos terribles y decisivos en los cuales puede
obtener la recompensa o el castigo eterno por todas sus acciones. Ayúdame a
reducir mi cuerpo a una servidumbre por la oración, el recogimiento y la
mortificación, a fin de que yo sea vencedor de todas sus malas inclinaciones.
Dame la gracia de odiar las vanidades mundanas, que irritan vuestra ira sobre
todos los orgullosos. Concédeme la humildad y la modestia que son los
verdaderos medios de alcanzar la gloria infinita. Haz que yo me sobreponga a mi
funesta negligencia en hacer todos mis esfuerzos por vencer todas mis pasiones
rebeldes por mi salvación: relléname de fuerza y de coraje para destruirlas
enteramente por la violencia que hacen contra mí mismo, donde depende mi
destino eterno. No rechaces por favor Señor, un corazón contrito y humillado,
que en vida se ha arrepentido de haberte ofendido; dígnate fortalecerlo contra
todas sus debilidades culpables, vicios y defectos. Respóndeme con tu
misericordia y con tu gracia para vivir en penitencia por el resto de mi vida,
para obtener tu clemencia, y el perdón de mis pecados, y las delicias de las
bondades del cielo que tú has prometido a todos aquellos que hayan
legítimamente combatido y expiado todos sus pecados con las lágrimas de un
corazón sinceramente convertido y abrasado por vuestro santo amor.
Dame la
sabiduría de practicar todos tus santos preceptos y que tu santo espíritu me
inspire hoy por tu gracia: presérvame la malicia de resistir tu voluntad.
Santísima
y Amadísima Trinidad, un solo Dios en tres Divinas Personas iguales en gloria,
en poder y majestad, yo te adoro con el más profundo respeto. Yo creo en ti, y
me consagro enteramente a ti con amor y humildad. Haz que yo no pierda jamás tu
santa presencia en todos mis pensamientos, palabras y obras. Yo puedo hacer
nada sin ti, Dios mío, yo no puedo por mí mismo formar un solo pensamiento
bueno ni una sola buena acción si tú no me ayudas. Tu eres mi fuerza, mi guía y
mi sostén; yo pongo en ti toda mi confianza y toda mi esperanza; dame la gracia
de amarte constantemente, de servirte fielmente, de huir siempre del mal y de
hacer siempre el bien, de caminar con fe sobre los pasos de vuestros santos
mandamientos con atención y perseverancia, a fin de que después de ser vencedor
sobre la tierra yo alcance una santa muerte, y que tú me halles digno de
vuestra misericordia, y de la dicha de amarte y poseerte eternamente en la
gloria del cielo. Te lo pido por el nombre de Jesucristo. Así sea.
Bajo tu
amparo nos acogemos, ¡Oh Santa Madre de Dios!, no desoigas nuestras súplicas,
antes bien de todo peligro líbranos siempre, Virgen Gloriosa y bendita. Oh
María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti. Amén.
CONSEJO
DE SAN PABLO:
En el huir del mal,
está la salvación;
En la oración
ardiente, está la gracia
En el combate, está
la victoria
Y en la perseverancia,
está la eterna recompensa.
-Colaboración de
Carlos Villaman