DÍA
DÉCIM OCTAVO
HUMILDAD
DE SAN JOSÉ
Siendo la humildad el fundamento de la santidad, la medida de las gracias y de la gloria, ¡cuál no debió ser la humildad de San José en sus relaciones con Jesús, a quien reconocía por su Creador y Salvador, y cerca de María, la divina Madre de Jesús. Y a pesar de esto, ¡él debía mandar y ser fielmente obedecido por ellos; en una palabra, ¡debía ser jefe de la Sagrada Familia! ¡Cuáles no serían los sentimientos de humildad del corazón de San José, al contemplar las profundas humillaciones del Verbo hecho carne, anonadándose hasta la forma de esclavo; cuáles al oír a la inmaculada Virgen declarándose su humilde sierva! La humildad debe ser asimismo la virtud dominante del adorador de la Eucaristía. Él adora a Jesús, mucho más humillado en el Santísimo Sacramento, que jamás lo fuera en Belén y durante su vida mortal. Él está al servicio del Rey de cielos y tierra, anonadado, bajo las sagradas especies. A ejemplo de San José, el adorador ha de considerarse indigno del servicio de Jesús. Él debe honrar sus profundos anonadamientos eucarísticos, por el voluntario sacrificio de toda gloria personal, de toda estima y de cualquier homenaje que pudiera exaltarlo en la tierra. Por regla de su humildad debe tener la misma de que se sirvió San José; que no apareció jamás cuando del servicio de Jesús podía redundarle alguna gloria; o bien la de San Juan Bautista, que respondió a los que pretendieron glorificarle: Oportet illum crescere, me autem minui. Es menester que Jesús sea exaltado y que yo me oculte y desaparezca. Sólo a Jesús alabanza y gloria, a mi menosprecio y olvido.
Aspiración: San
José, humilde en la presencia de Dios hecho hombre, obtenednos la gracia de
anonadarnos en el servicio del Dios que se anonada bajo las especies del
Sacramento.
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