UNA
HORA DE CAMINO AL SANTUARIO DE GUADALUPE
-Al
salir de la ciudad, y después de haber hecho la señal de la cruz, dirá,
emprendiendo su camino, el siguiente:
ACTO
DE CONTRICIÓN
Dios,
que me has dado la vida
para
que te sirva y ame
y
Padre tierno te llame
en
cualquier tribulación.
Fuente
inagotable y pura
cómo
es puro tu amor mismo;
de
perfecciones abismo,
consuelo
del corazón.
Señor,
que a librar bajaste
al
hombre, cual Padre tierno,
del
pecado y del infierno,
y
a darle tu santa luz;
y
por escarnecido,
escupido
y azotado
fuiste,
y luego enclavado
en
la alta y pesada cruz.
Mira
a tu hijo desdichado,
en
medio de su agonía,
hacia
el templo de María
y
a sus pasos dirigir.
Hacia
el templo de esa Madre
que
es de México Señora,
y
su amparo y protectora,
si
a su pueblo ve sufrir.
Mírame,
¡Dios bondadoso!,
desde
esa elevada altura,
ir
a buscar mi ventura
en
medio de mi aflicción.
Mírame,
y mis pasos guía
para
que llegue á su templo,
siendo
de virtud ejemplo,
y
sin que halle distracción.
Y
tú, ¡celestial Señora!,
tú,
Virgen de Guadalupe,
haz
¡ay! que mi alma se ocupe
en
pensar tan sólo en ti.
E
n ti, que eres el amparo
del
mortal en este suelo,
y
su dicha y su consuelo,
y
su bien mayor aquí.
Bien
sé y o que no merezco,
Reina
del cielo adorada,
con
un alma tan manchada
á
tu casa santa entrar.
Bien
sé yo que limpia y pura
estar
debe de pecado;
de
las culpas con que airado
te
he ofendido sin cesar.
Pero
tú, luz de mis ojos,
más
pura que la paloma
y
que el sol que bello asoma
en
el Oriente al nacer,
has
permitido que el hombre,
por
tu alto amor, infinito,
a
un manchado con delito
te
pueda, Señora, ver.
¡Quién
de otro modo, oh mi madre,
verte
en el mundo podría!
¿Quién
un corazón tendría
limpio
y digno de tu amor?
¡Ahí
ninguno, porque tú eres
más
que la pureza, pura;
y
el hombre, por su amargura,
es
la culpa y el error.
Y
tú, Padre, en la desgracia
del
infelice cristiano,
tiéndeme
amante la mano
para
en culpa no caer.
Para
que siempre en la senda
de
la virtud vaya el alma,
buscando
en tu amor la calma,
y
en ti su eterno placer.
Por
los dolores te pido
sufridos
en el madero;
por
tu sangre, que venero
y
que vertiste en la cruz;
por
las lágrimas preciosas
de
tu Madre desolada
cuando
estuvo al pie postrada
del
leño, que es ¡ay! mi luz.
guíame
al templo divino
de
tu Madre y mi Señora,
que
es mi eterna Protectora
y
reina en tu alta mansión
Guíame,
sin que un instante
me
distraiga en mi camino,
é
inflama, Padre divino,
con
tu amor, mi corazón.
Perdóname
cuantas culpas
en
el mundo he cometido,
con
las cuales te he ofendido
siendo
tú mi dulce luz.
Perdona,
que y o prometo
desde
este instante la enmienda,
y
seguirte por la senda
que
me muestra, ¡oh Dios!, tu cruz.
Dame
tu gracia, ¡Dios mío!,
para
que, ferviente el alma,
medite
con dulce calma
en
cada misterio fiel
de
la Virgen sacrosanta
que
bajó del alto ciclo
á
dar salud á este suelo,
que
convirtió en un vergel
-Un
Padrenuestro y diez Avemarias con Gloria Patri.
MEDITACIÓN
DEL PRIMER MISTERIO
Considérese
el placer y la sorpresa del venturoso Indio Juan Diego cuando se le presentó la
santísima Virgen en el monte de Tepeyac, diciéndole que era la Madre de Dios, y
que, anhelando la felicidad del suelo indiano, quería que allí mismo le
fabricasen un templo, donde la adorasen.
JACULATORIA
Señora,
que de la altura
bajaste
para consuelo
de
la humilde criatura,
mándame
de tu alto cielo
la
piedad y la ventura.
ORACIÓN
Madre
de Dios, Virgen pura,
placer
dulce en el quebranto
y
bálsamo en la amargura,
gracias
hoy por favor tanto
te
da mi alma en su ventura.
Tú,
que entonces descendisteis
de
tu alto esplendente cielo
porque
nuestras penas vistes,
haz
descender desde el cielo
tu
amor, y a que amando existes.
Vuelve
á nosotros tus ojos
aunque
te hemos ofendido:
no
nos mires, con enojos,
porque
se verá perdido
del
mundo el hombre entre abrojos.
Estrella
pura y radiante
entre
obscuros nubarrones,
salva
al triste navegante
que
marcha a obscuras, errante,
en
el mar de las pasiones
Vuélveme
tu tierno amor
desde
este felice día:
vuélvemelo
por favor;
no
me abandones, María,
Madre
tierna del Señor.
MEDITACIÓN
DEL SEGUNDO MISTERIO
Reflexiónese
detenidamente en el dolor de Juan Diego, al ver que el Obispo no quería creer
en el mensaje que la Madre de Dios le había dado; y en el amor tierno de esta
misma Madre hacia sus hijos cuando, saliendo por segunda vez, encargó al
venturoso indio dijera al Obispo que era la Reina del cielo la que deseaba que
allí le edificaran un templo.
ORACIÓN
Vida
preciosa de la vida mía;
alma
que alienta cariñosa mi alma;
luz
de donde la toma el sol del día
cuando
brilla más pura y más en calma.
Rosa
fragante de fragante esencia
de
quien toman las flores el aroma;
bálsamo
que reanimas mi existencia;
blanca,
amorosa y celestial paloma.
Radiante
estrella en la tormenta impía;
faro
brillante sobre el mundo incierto;
imán
precioso que mis pasos guía;
del
náufrago infeliz seguro puerto.
Bendita
Madre del Señor bendito,
que,
llena de piedad, por vez segunda
con
amor te mostrasteis inaudito
á
Diego, muy más que antes rubicundas
Y
o te bendigo, Emperatriz hermosa:
mi
alma te adora, Emperatriz del cielo,
porque
quisiste, fina y amorosa,
ser
el amparo del indiano suelo.
Pues
bien, ¡oh, Virgen!, celestial María,
oye
hoy los ruegos que te eleva mi alma,
y
haz que sea feliz la patria mía
y
que, amándote a ti, paz goce y calma.
MEDITACIÓN
DEL TERCER MISTERIO
Debe
considerarse en la aflicción que tendría Juan Diego al presentarse á la Virgen
para manifestar la incredulidad del Obispo, y la prueba que éste pedía le
llevase para dar crédito á lo que le decía, al mismo tiempo que en el pesar que
experimentaría el elegido indio al no poder al día siguiente, como la santísima
Virgen le había mandado, ir a recibir la prueba que ella misma le iba a dar,
para que el Obispo no titubeara ya: falta en que incurrió Juan Diego por el
riesgo en que estaba la vida de su tío, a quien cuidaba.
JACULATORIA
Señora,
que de la altura
bajaste
para consuelo
de
la humilde criatura,
mándame
de tu alto cielo
la
piedad y la ventura.
ORACIÓN
Madre
divina, que bondad tuviste
de
á Juan Diego esperar con dulce anhelo,
para
colmar de dichas a este suelo,
que
con ojos piadosos siempre viste.
Espera
al pecador que a ti contrito
se
acerca en este instante. Madre mía;
espera
al que se acerca en este día
á
pedirte perdón de su delito.
A
pedirte perdón, dulce Señora,
de
tanto y tanto destructor pecado
con
que a tu Hijo divino yo he ultrajado
cada
día fatal y cada hora.
Cada
día, cada hora, cada instante
que
tras vanos deleites he corrido;
espérame,
que vengo arrepentido
á
llorar mis pecados, Madre amante.
Perdona,
sí, perdona, Virgen pura,
las
ofensas sin fin que te ha hecho el alma,
para
que alcance aquí delicia y calma;
y
al expirar, la gloria en la ancha altura.
MEDITACIÓN
DEL CUARTO MISTERIO
Aquí
debe meditarse en el amor sin límites de la Madre de Dios hacia el mortal, al
volver, a pesar de verse desobedecida de Juan Diego no asistiendo a la cita, a
presentarse al humilde indio, al cual le consoló di» cien dolé que nada temiera,
que su tío sanaría, y que fuera sin recelo a cortar algunas flores a un punto
que jamás había dado más que malezas, las cuales probarían al Obispo que era la
Madre de Dios la que tales flores mandaba.
JACULATORIA
Señora,
que de la altura
bajaste
para consuelo
de
la humilde criatura,
mándame
de tu alto cielo
la
piedad y la ventura.
ORACIÓN
Protectora
del hombre desdichado
que
gime en este mundo de dolor;
Madre
del hombre que nació en pecado,
gracias
te rindo por tu inmenso amor.
Por
ese amor con que piadosa al hombre
cuidas
constantes, aunque te ofenda a ti;
¡ah!
tu precioso y sacrosanto nombre
bendito
sea para siempre aquí.
Virgen
de Guadalupe, más divina
que
cuanto alcanza el hombre a figurar,
más
bella que la estrella matutina,
más
radiante que el sol al asomar.
Protectora
y amparo de este suelo,
indigno
por sus culpas de tu amor,
míranos
con piedad desde ese cielo
radiante
de hermosura y de esplendor.
Tú,
que, con tanto empeño, ¡Madre mía!,
te
presentaste a Diego, por su bien,
tus
dones viertes sobre mí este día,
que
tu hijo, como él era, soy también.
T
ú, que sanaste de Juan Diego al tío
cuando
estaba y a próximo a expirar,
sana
de culpa tanta el pecho mío,
que
estar en culpa es a la muerte estar.
QUINTO
MISTERIO
Reconcéntrate
en ti, corazón mío,
reconcéntrate
en ti lleno en fervor,
para
que pienses silencioso y pío
de
la Virgen María en el amor.
Para
que pienses en el dulce instante
en
que, al Obispo, Diego corrió a ver,
con
tanta flor bellísima y fragante
cual
la Madre de Dios le hizo coger.
Para
que pienses en la dicha tanta
que
el fiel ministro con placer sintió,
cuando
al abrir con tierno afán la manta
de
la Virgen la imagen bella vio.
L
a imagen, sí, que, impresa allí, grabada,
con
asombro del mundo llegó a estar,
imagen
que en el templo colocada
se
encuentra, y en el cual voy pronto a entrar.
JACULATORIA
Señora,
que, de la altura,
bajaste
para consuelo
de
la humilde criatura,
mándame
de tu alto cielo
la
piedad y la ventura.
ORACIÓN
Salve,
salve, Virgen pura,
fragante
y precioso lirio
de
delicada hermosura,
Madre
de eterna dulzura,
que
calmas nuestro martirio.
Salve,
sí, salve mil veces,
consuelo
del afligido,
que
a ti levanta sus preces;
tú,
que del dolor las heces
endulzas
del vil nacido.
Tú,
que de Diego en la manta
te
imprimiste con pasión,
haz
sea mi dicha tanta,
que
impresa tu imagen santa
lleve
dentro el corazón.
Porque
si conmigo estás,
¡oh,
Virgen preciosa y pura!,
será
eterna mi ventura,
no
te ofenderé jamás
y
es mi salvación segura.
Por
eso dentro del alma
te
ruego que impresa estés,
y
que la virtud me des,
para
que aquí viva en calma
y
a verte vaya después.
Á
LA VIRGEN DE GUADALUPE
Radiante
luz de consuelo
que
en el cielo
tienes
tu trono inmortal,
siendo
alfombra las estrellas,
do
tus huellas
brillan
con luz celestial.
D
e los astros rutilantes,
los
diamantes
son
que brillan en tu sien,
y
la luna y el sol bello
un
destello
que
ellos mandan por mi bien.
Consuelo
del afligido
desvalido,
que
ha nacido á padecer;
Madre
de Dios, Virgen pura,
mi
ventura,
mi
bien eterno y placer.
Y
o te adoro con el alma,
y
la calma.
Madre,
en ti vengo á buscar;
á
ti vengo en este día,
Madre
mía,
y
a resuelto á no pecar.
N
o me arrojes, pues, airada,
enojada
de
mis culpas, que mil son;
no
me arrojes, no, María,
Virgen
pía,
cuando
imploro tu perdón.
Cuando
vengo á bendecirte
y
á pedirte
en
mis peñas mil, piedad;
en
mis penas, que mi pecho
han
desecho
con
impía crueldad.
Mírame,
pues, sin enojos,
con
tus ojos
más
radiantes que la luz,
como
al hombre impío viste,
cuando
triste
lloraste
al pie de la cruz.
¿Sin
tu amparo, Madre mía,
qué
sería
del
malvado pecador?
U
n errante peregrino,
que
el camino
extraviara
en su dolor.
Un
ciego que va sin guía
noche
y día
entre
escollos que mil son.
Un
marino que ve roto,
por
el noto
y
las olas, su timón.
T
ú, consuelo en la honda pena,
Virgen
llena
de
ternura y dulce amor,
sé
la luz que me ilumine
y
encamine
por
la senda del Señor.
Sé
la fiel y santa guía.
Madre
mía,
del
que ciego en culpa está;
sé
el timón del fiel marino,
que
al destino
entre
la borrasca va.
No
me dejes entregado
al
pecado,
del
que quiero hoy huir;
sé
mi amparo en este suelo,
mi
consuelo,
mi
fiel Madre hasta morir.
Y
o me acerco al santo templo,
do
contemplo
tu
palacio celestial;
donde
escuches amorosa,
bondadosa,
la
plegaria del mortal.
Yo
me acerco á ti, rendido,
afligido,
implorando
tu perdón;
no
desoigas, pues, mi ruego,
y
el sosiego
derrama
en mi corazón.
Derrámalo,
Virgen pía,
alegría
del
que nace á padecer:
alma
que das vida al alma
que
sin calma
llora
las culpas de ayer.
Y
o las lloro, pues, rendido,
afligido
porque
un tiempo te ofendí:
y
á implorar, ¡oh Virgen pura!,
tu
ternura
vengo
en este instante aquí.
No
desoigas, pues, mi ruego,
hoy
que llego
mis
delitos á llorar.
Tierna
acógeme y piadosa,
Madre
hermosa,
de
belleza singular.
Tierna
acógeme, María,
porque
un día
al
dejar el mundo aquí,
pueda
mi alma al alto cielo,
del
vil suelo,
volar
á gozar de ti.
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