sábado, 9 de diciembre de 2023

CAMINATA EN HONOR DE LA VIRGEN DE GUADALUPE


 

UNA HORA DE CAMINO AL SANTUARIO DE GUADALUPE

 

-Al salir de la ciudad, y después de haber hecho la señal de la cruz, dirá, emprendiendo su camino, el siguiente:

 

ACTO DE CONTRICIÓN

Dios, que me has dado la vida

para que te sirva y ame

y Padre tierno te llame

en cualquier tribulación.

Fuente inagotable y pura

cómo es puro tu amor mismo;

de perfecciones abismo,

consuelo del corazón.

 

Señor, que a librar bajaste

al hombre, cual Padre tierno,

del pecado y del infierno,

y a darle tu santa luz;

y por escarnecido,

escupido y azotado

fuiste, y luego enclavado

en la alta y pesada cruz.

 

Mira a tu hijo desdichado,

en medio de su agonía,

hacia el templo de María

y a sus pasos dirigir.

Hacia el templo de esa Madre

que es de México Señora,

y su amparo y protectora,

si a su pueblo ve sufrir.

 

Mírame, ¡Dios bondadoso!,

desde esa elevada altura,

ir a buscar mi ventura

en medio de mi aflicción.

Mírame, y mis pasos guía

para que llegue á su templo,

siendo de virtud ejemplo,

y sin que halle distracción.

Y tú, ¡celestial Señora!,

tú, Virgen de Guadalupe,

haz ¡ay! que mi alma se ocupe

en pensar tan sólo en ti.

 

E n ti, que eres el amparo

del mortal en este suelo,

y su dicha y su consuelo,

y su bien mayor aquí.

Bien sé y o que no merezco,

Reina del cielo adorada,

con un alma tan manchada

á tu casa santa entrar.

 

Bien sé yo que limpia y pura

estar debe de pecado;

de las culpas con que airado

te he ofendido sin cesar.

Pero tú, luz de mis ojos,

más pura que la paloma

y que el sol que bello asoma

en el Oriente al nacer,

has permitido que el hombre,

por tu alto amor, infinito,

a un manchado con delito

te pueda, Señora, ver.

 

¡Quién de otro modo, oh mi madre,

verte en el mundo podría!

¿Quién un corazón tendría

limpio y digno de tu amor?

¡Ahí ninguno, porque tú eres

más que la pureza, pura;

y el hombre, por su amargura,

es la culpa y el error.

 

Y tú, Padre, en la desgracia

del infelice cristiano,

tiéndeme amante la mano

para en culpa no caer.

Para que siempre en la senda

de la virtud vaya el alma,

buscando en tu amor la calma,

y en ti su eterno placer.

 

Por los dolores te pido

sufridos en el madero;

por tu sangre, que venero

y que vertiste en la cruz;

por las lágrimas preciosas

de tu Madre desolada

cuando estuvo al pie postrada

del leño, que es ¡ay! mi luz.

 

guíame al templo divino

de tu Madre y mi Señora,

que es mi eterna Protectora

y reina en tu alta mansión

Guíame, sin que un instante

me distraiga en mi camino,

é inflama, Padre divino,

con tu amor, mi corazón.

 

Perdóname cuantas culpas

en el mundo he cometido,

con las cuales te he ofendido

siendo tú mi dulce luz.

Perdona, que y o prometo

desde este instante la enmienda,

y seguirte por la senda

que me muestra, ¡oh Dios!, tu cruz.

 

Dame tu gracia, ¡Dios mío!,

para que, ferviente el alma,

medite con dulce calma

en cada misterio fiel

de la Virgen sacrosanta

que bajó del alto ciclo

á dar salud á este suelo,

que convirtió en un vergel

 

-Un Padrenuestro y diez Avemarias con Gloria Patri.

 

MEDITACIÓN DEL PRIMER MISTERIO

Considérese el placer y la sorpresa del venturoso Indio Juan Diego cuando se le presentó la santísima Virgen en el monte de Tepeyac, diciéndole que era la Madre de Dios, y que, anhelando la felicidad del suelo indiano, quería que allí mismo le fabricasen un templo, donde la adorasen.

 

JACULATORIA

Señora, que de la altura

bajaste para consuelo

de la humilde criatura,

mándame de tu alto cielo

la piedad y la ventura.

 

 

ORACIÓN

Madre de Dios, Virgen pura,

placer dulce en el quebranto

y bálsamo en la amargura,

gracias hoy por favor tanto

te da mi alma en su ventura.

Tú, que entonces descendisteis

de tu alto esplendente cielo

porque nuestras penas vistes,

haz descender desde el cielo

tu amor, y a que amando existes.

Vuelve á nosotros tus ojos

aunque te hemos ofendido:

no nos mires, con enojos,

porque se verá perdido

del mundo el hombre entre abrojos.

Estrella pura y radiante

entre obscuros nubarrones,

salva al triste navegante

que marcha a obscuras, errante,

en el mar de las pasiones

                                        Vuélveme tu tierno amor

desde este felice día:

vuélvemelo por favor;

no me abandones, María,

Madre tierna del Señor.

 

 

MEDITACIÓN DEL SEGUNDO MISTERIO

Reflexiónese detenidamente en el dolor de Juan Diego, al ver que el Obispo no quería creer en el mensaje que la Madre de Dios le había dado; y en el amor tierno de esta misma Madre hacia sus hijos cuando, saliendo por segunda vez, encargó al venturoso indio dijera al Obispo que era la Reina del cielo la que deseaba que allí le edificaran un templo.

 

ORACIÓN

Vida preciosa de la vida mía;

alma que alienta cariñosa mi alma;

luz de donde la toma el sol del día

cuando brilla más pura y más en calma.

Rosa fragante de fragante esencia

de quien toman las flores el aroma;

bálsamo que reanimas mi existencia;

blanca, amorosa y celestial paloma.

Radiante estrella en la tormenta impía;

faro brillante sobre el mundo incierto;

imán precioso que mis pasos guía;

del náufrago infeliz seguro puerto.

Bendita Madre del Señor bendito,

que, llena de piedad, por vez segunda

con amor te mostrasteis inaudito

á Diego, muy más que antes rubicundas

Y o te bendigo, Emperatriz hermosa:

mi alma te adora, Emperatriz del cielo,

porque quisiste, fina y amorosa,

ser el amparo del indiano suelo.

Pues bien, ¡oh, Virgen!, celestial María,

oye hoy los ruegos que te eleva mi alma,

y haz que sea feliz la patria mía

y que, amándote a ti, paz goce y calma.

 

 

MEDITACIÓN DEL TERCER MISTERIO

Debe considerarse en la aflicción que tendría Juan Diego al presentarse á la Virgen para manifestar la incredulidad del Obispo, y la prueba que éste pedía le llevase para dar crédito á lo que le decía, al mismo tiempo que en el pesar que experimentaría el elegido indio al no poder al día siguiente, como la santísima Virgen le había mandado, ir a recibir la prueba que ella misma le iba a dar, para que el Obispo no titubeara ya: falta en que incurrió Juan Diego por el riesgo en que estaba la vida de su tío, a quien cuidaba.

 

JACULATORIA

Señora, que de la altura

bajaste para consuelo

de la humilde criatura,

mándame de tu alto cielo

la piedad y la ventura.

 

ORACIÓN

Madre divina, que bondad tuviste

de á Juan Diego esperar con dulce anhelo,

para colmar de dichas a este suelo,

que con ojos piadosos siempre viste.

Espera al pecador que a ti contrito

se acerca en este instante. Madre mía;

espera al que se acerca en este día

á pedirte perdón de su delito.

A pedirte perdón, dulce Señora,

de tanto y tanto destructor pecado

con que a tu Hijo divino yo he ultrajado

cada día fatal y cada hora.

Cada día, cada hora, cada instante

que tras vanos deleites he corrido;

espérame, que vengo arrepentido

á llorar mis pecados, Madre amante.

Perdona, sí, perdona, Virgen pura,

las ofensas sin fin que te ha hecho el alma,

para que alcance aquí delicia y calma;

y al expirar, la gloria en la ancha altura.

 

 

MEDITACIÓN DEL CUARTO MISTERIO

Aquí debe meditarse en el amor sin límites de la Madre de Dios hacia el mortal, al volver, a pesar de verse desobedecida de Juan Diego no asistiendo a la cita, a presentarse al humilde indio, al cual le consoló di» cien dolé que nada temiera, que su tío sanaría, y que fuera sin recelo a cortar algunas flores a un punto que jamás había dado más que malezas, las cuales probarían al Obispo que era la Madre de Dios la que tales flores mandaba.

 

JACULATORIA

Señora, que de la altura

bajaste para consuelo

de la humilde criatura,

mándame de tu alto cielo

la piedad y la ventura.

 

ORACIÓN

Protectora del hombre desdichado

que gime en este mundo de dolor;

Madre del hombre que nació en pecado,

gracias te rindo por tu inmenso amor.

Por ese amor con que piadosa al hombre

cuidas constantes, aunque te ofenda a ti;

¡ah! tu precioso y sacrosanto nombre

bendito sea para siempre aquí.

Virgen de Guadalupe, más divina

que cuanto alcanza el hombre a figurar,

más bella que la estrella matutina,

más radiante que el sol al asomar.

Protectora y amparo de este suelo,

indigno por sus culpas de tu amor,

míranos con piedad desde ese cielo

radiante de hermosura y de esplendor.

Tú, que, con tanto empeño, ¡Madre mía!,

te presentaste a Diego, por su bien,

tus dones viertes sobre mí este día,

que tu hijo, como él era, soy también.

T ú, que sanaste de Juan Diego al tío

cuando estaba y a próximo a expirar,

sana de culpa tanta el pecho mío,

que estar en culpa es a la muerte estar.

 

 

QUINTO MISTERIO

Reconcéntrate en ti, corazón mío,

reconcéntrate en ti lleno en fervor,

para que pienses silencioso y pío

de la Virgen María en el amor.

Para que pienses en el dulce instante

en que, al Obispo, Diego corrió a ver,

con tanta flor bellísima y fragante

cual la Madre de Dios le hizo coger.

Para que pienses en la dicha tanta

que el fiel ministro con placer sintió,

cuando al abrir con tierno afán la manta

de la Virgen la imagen bella vio.

L a imagen, sí, que, impresa allí, grabada,

con asombro del mundo llegó a estar,

imagen que en el templo colocada

se encuentra, y en el cual voy pronto a entrar.

 

JACULATORIA

Señora, que, de la altura,

bajaste para consuelo

de la humilde criatura,

mándame de tu alto cielo

la piedad y la ventura.

 

ORACIÓN

Salve, salve, Virgen pura,

fragante y precioso lirio

de delicada hermosura,

Madre de eterna dulzura,

que calmas nuestro martirio.

Salve, sí, salve mil veces,

consuelo del afligido,

que a ti levanta sus preces;

tú, que del dolor las heces

endulzas del vil nacido.

Tú, que de Diego en la manta

te imprimiste con pasión,

haz sea mi dicha tanta,

que impresa tu imagen santa

lleve dentro el corazón.

Porque si conmigo estás,

¡oh, Virgen preciosa y pura!,

será eterna mi ventura,

no te ofenderé jamás

y es mi salvación segura.

Por eso dentro del alma

te ruego que impresa estés,

y que la virtud me des,

para que aquí viva en calma

y a verte vaya después.

 

Á LA VIRGEN DE GUADALUPE

Radiante luz de consuelo

que en el cielo

tienes tu trono inmortal,

siendo alfombra las estrellas,

do tus huellas

brillan con luz celestial.

 

D e los astros rutilantes,

los diamantes

son que brillan en tu sien,

y la luna y el sol bello

un destello

que ellos mandan por mi bien.

 

Consuelo del afligido

desvalido,

que ha nacido á padecer;

Madre de Dios, Virgen pura,

mi ventura,

mi bien eterno y placer.

 

Y o te adoro con el alma,

y la calma.

Madre, en ti vengo á buscar;

á ti vengo en este día,

Madre mía,

y a resuelto á no pecar.

 

N o me arrojes, pues, airada,

enojada

de mis culpas, que mil son;

no me arrojes, no, María,

Virgen pía,

cuando imploro tu perdón.

 

Cuando vengo á bendecirte

y á pedirte

en mis peñas mil, piedad;

en mis penas, que mi pecho

han desecho

con impía crueldad.

 

Mírame, pues, sin enojos,

con tus ojos

más radiantes que la luz,

como al hombre impío viste,

cuando triste

lloraste al pie de la cruz.

 

¿Sin tu amparo, Madre mía,

qué sería

del malvado pecador?

U n errante peregrino,

que el camino

extraviara en su dolor.

 

Un ciego que va sin guía

noche y día

entre escollos que mil son.

Un marino que ve roto,

por el noto

y las olas, su timón.

 

T ú, consuelo en la honda pena,

Virgen llena

de ternura y dulce amor,

sé la luz que me ilumine

y encamine

por la senda del Señor.

 

Sé la fiel y santa guía.

Madre mía,

del que ciego en culpa está;

sé el timón del fiel marino,

que al destino

entre la borrasca va.

 

No me dejes entregado

al pecado,

del que quiero hoy huir;

sé mi amparo en este suelo,

mi consuelo,

mi fiel Madre hasta morir.

 

Y o me acerco al santo templo,

do contemplo

tu palacio celestial;

donde escuches amorosa,

bondadosa,

la plegaria del mortal.

 

Yo me acerco á ti, rendido,

afligido,

implorando tu perdón;

no desoigas, pues, mi ruego,

y el sosiego

derrama en mi corazón.

 

Derrámalo, Virgen pía,

alegría

del que nace á padecer:

alma que das vida al alma

que sin calma

llora las culpas de ayer.

 

Y o las lloro, pues, rendido,

afligido

porque un tiempo te ofendí:

y á implorar, ¡oh Virgen pura!,

tu ternura

vengo en este instante aquí.

 

No desoigas, pues, mi ruego,

hoy que llego

mis delitos á llorar.

Tierna acógeme y piadosa,

Madre hermosa,

de belleza singular.

 

Tierna acógeme, María,

porque un día

al dejar el mundo aquí,

pueda mi alma al alto cielo,

del vil suelo,

volar á gozar de ti.

 

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