DÍA
DÉCIMO SÉPTIMO
EL
MILAGROSO NIÑO JESÚS DE PRAGA Y LA BONDAD DE DIOS
Al
echar una mirada a todo el conjunto de las criaturas, dos clases de bondad
sorprendemos a ellas; bondad natural o física y bondad moral. La primera, según
Santo Tomás, consiste en tener una criatura todas las partes que según su
naturaleza le convienen, y esta es la bondad que reconoce Dios en las cosas
creadas, pues al verlas dijo de ellas que eran buenas. La otra clase de bondad
es la que llamamos moral, y que sólo es propia de las criaturas intelectuales,
y consiste en tener todas las virtudes y el ejercicio de ellas, según y como
conviene al propio estado. A esta clase de bondad se le llama santidad. Aunque
en los seres racionales estas dos bondades con frecuencia andan separadas de
Dios, dice el Angélico, siempre estas juntas, porque tan natural le es una con
otra. ¡Oh, Jesús, bondad por esencia, pues eres tan Dios como tu Padre, qué
descanso y confianza siente mi alma cuando se humilla y confunde en tu
presencia! Siente descanso y bienestar, porque le parece que contemplando esa
tú infinita bondad y demás atributos, como que "vos Señor, le das fuerza
de varón par que, como ice Santa Teresa, dé del todo con todo en el suelo, como
hizo con la Magdalena con brevedad".
MIENTRAS
LA PROCESIÓN DEL MILAGROSO NIÑO JESÚS DE PRAGA
En
la Iglesia de los Carmelitas Descalzos de Santiago, Chile. Tuvo un lugar, en
Octubre de 1916, un milagro de tanta resonancia, que su noticia y rumor ha
hecho por cientos y miles se aumente el número de devotos que tiene el Santo
Niño en Chile. Una señora tenía un problema en la pierna y no podía caminar,
fue que llegó una estampa del Santo Niño de Praga y de la diversidad de
testimonios de muchos devotos. La señora comenzó a dedicarle una novena,
pidiéndole con devoción le permita curar su enfermedad para poder volver a
caminar. El día de la procesión del Niño de Praga, pidió que la llevasen a la
Iglesia, fue allí donde se arrodilló ante la imagen del altar mayor del Niño de
Praga, y de repente sintió un dolor leve en sus pies que le permitieron estar de
pie un razonable tiempo. ¿Cómo esto pudo ser posible? La señora salíó de la
Iglesia y pidió ir hacia la procesión. Agradeció el milagro que el Niño de
Praga, le había concedido. ¡Gloria al Divino Infante de Praga!
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