DIEZ MINUTOS
DEDICADOS A LOS DOLORES DE MARÍA SANTÍSIMA
EN EL PÉSAME DEL VIERNES SANTO
ORACIÓN
¡Oh Virgen Purísima, Reina inmaculada del cielo y de la tierra, aquí me tienes arrodillado ante tu bendita imagen, implorando el perdón a mis innumerables pecados. Tú padeciste acerbos dolores, dolores sin comparación cuando injustamente condenaron a muerte a tu Santísimo Hijo Nuestro Señor Jesucristo. Y por qué fué? Por amor a nosotros que tan ingratamente nos manejamos ofendiéndolo a cada segundo en esta vida. Tú Virgen Divina, sufriste en el alma todos los tormentos de Jesús con una abnegación sin nombre. Y esos padecimientos tanto tuyos como de tu Hijo Sacratísimo sólo han sido para nuestro bien. ¡Yo soy muy ingrato contigo! Pero desde hoy prometo enmendarme. Tú Virgen nobilísima no haces aprecio de mis ofensas, al contrario nos amas con mayor vehemencia.
¿Quién como tú? ¿Quién es el causante de tus indescriptibles penas? El pecador ¡oh Madre que te hace desfallecer de amor, y anhelas con el ardor de tu alma mi verdadera felicidad. Tú me velas si estoy despierta; tú me sostienes con tu mano si estoy herida por mi culpa y aún te inclinas a levantarme si caigo. Tú me curas si estoy tu me alegras si me hallo triste; tú me acompañas en mis negocios, como si fueran tuyos; te invoco y me escuchas; y aunque abandone el mundo todo, tú no puedes abandonarme, porque eles mi Madre. Si suspiro por tí en el mundo, mi suspiro hace eco en tus purísimo corazón. Si levanto los ojos al cielo encuentro el consuelo, y tú, Madre, desde tu Trono me diriges una mirada expresiva; y si te digo que te amo, te sonríes y me muestras tu corazón amante. Pues bien, amor mío, ya que eres tan compasiva, mi querida Madre, tan dulce y amorosa, déjame abrirte mi corazón y comunicarte mis secretos, exponerte mis necesidades, y entregarme toda en tus manos. ¡Sí! yo me entrego toda a Tí, lo que soy y cuánto a mí pertenece, mi cuerpo y mi alma, mi pasado y mi presente, mi porvenir, las circunstancias de mi vida y mi destino eterno; más para que aceptes mi ofrenda, ¡oh Madre de los Dolores! concededme una verdadera devoción; no estoy contenta con experimentar al ver tu imagen, ni con mis tibias oraciones que te dirijo, ni aún con las lágrimas que suelen derramar mis ojos cuando medito tus bondades, y porque una triste experiencia me enseña que muy pronto olvido mis resoluciones, se apaga mi fervor. Yo no reformo mis costumbres; ¿ Qué hacer, pues, con una desgraciada así de inconstante e ingrata y desleal? ¡Ah! Madre mía, yo no hallo qué decirte, sino que te dignes por piedad robarme el corazón; compadécete de mi suerte, Madre, que te ofrezco mi vida tan recargada de culpas y de crímenes, que yo misma me avergüenzo en tu presencia, pero tú, Madre, me has de defender en el Tribunal de tu Divino Hijo; y siempre que miro, sus sacratísimas llagas, me acuerdo que te tengo convidada para las tres necesidades que son a la hora de la muerte, y cuando me esté tomando cuenta, y cuando me esté sentenciando a las penas que por mi culpa merezco; como mi Madre, te pido que me defiendas; no te separes entonces de mi cabecera y hazme sentir consuelos en tu presencia, y háblame con palabras que alienten mi esperanza e inflamame en el fuego de la caridad divina sorprendeme y agráciame con las virtudes de tu resplandeciente rostro, y recibe en tus virginales brazos mi pobre alma, para que desde el asilo seguro de tu seno, oiga del Juez Supremo la sentencia de mi salvación eterna. Amén.
Tres Ave Marías por intención de las personas que llevan a efecto esta devoción.
HIMNO
A NTRA SEÑORA DE LOS DOLORES
CORO:
De rodillas. hermanos oremos,
A la Madre Sagrada de Dios.
Y llorando su amor imploremos
Por su pena tan grande y atróz.
Tú sufriste dolor sin segundo
Cuando a tu hijo tormento le dieron,
Tus angustias un éco tuvieron
En tu amante e infeliz corazón.
Abrazando la Cruz que nos salva
Si sentido un momento quedaste;
Y mil quejas sin nombre exhalaste
Al morir El que vida nos dió,
Hoy recuerdan las almas cristianas
Tus amargos sentidos clamores
Y en el nombre de aquellos dolores
Te pedimos nos tengas piedad.
Desde lo alto del cielo, Señora,
Do se eleva un trono esplendente,
Tus miradas dirige clemente
A este valle de pena y dolor.
Pon tus ojos en tanta miseria
Que domina tu pueblo querido;
A mis quejas inclina tu oído,
Llegue á tí mi doliente clamor.
A ofrecerte venimos canciones
Que de amor y ternura están llenas,
Y á decirte también nuestras penas;
Que torturan nuestros corazones.
Y de fé y de dolor poseídos
Elevemos á tí nuestra queja,
Imitando el cimbrar de la abeja
Que bajará alrededor de tu altar.
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