viernes, 27 de septiembre de 2024

NOVENA DE COMUNIONES A NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO


 

NOVENA DE COMUNIONES EN HONOR DE LA VIRGEN DEL PERPETUO SOCORRO


POR EL R. P. RAMÓN SARABIA

REDENTORISTA


IMPRENTA PULCRA

BARCELONA


ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

Madre mía del Perpetuo Socorro, desde este valle de lágrimas, desde esta tierra de pecados, te envío al trono excelso de tu gloria esta amorosa resolución: Voy a comulgar nueve días por amor de Jesús y por tu amor... ¡Ayúdame!... Tu corazón salta de alegría... el mío llora de esperanza... ¡Nos vamos a encontrar los dos en este banquete de caridad! Que esta comunión sea eterna: aquí en la tierra comiendo este divino pan: allá en el cielo, embriagándome de su contemplación santísima... Madre del Perpetuo Socorro, ayúdame, acompáñame, bendíceme, santifícame... Amen.


DÍA PRIMERO

LA REVELACIÓN DE LA EUCARISTÍA


CONSIDERACIÓN 

Cuando por vez primera brilló la luz en el mundo, entonces aparecieron en toda su maravillosa hermosura las obras de Dios... Cuando Jesucristo reveló al mundo el pensamiento divino de la Eucaristía, entonces brillaron en toda su infinita magnificencia el poder, la sabiduría y sobre todo la caridad de Dios. El sol que sale por el oriente, dora primero con sus rayos las cumbres de los montes... María es el monte de Dios que alza su grandeza sobre los hombres... Ella parece que debiera ser la primera en recibir la luz de esa revelación divina. Bajó el arcángel San Gabriel, mensajero de Dios, y le dijo: Salve, llena de gracia: salve, María... en tu seno virginal el Verbo se hará carne... ¡Serás Madre de Dios! Y la Virgen humilde, como el polvo, exclamó: ¡Fiat! Hágase en mí según su palabra. Y meses más tarde al oír la voz del Espíritu Santo que la hablaba bendiciéndola por labios de Santa Isabel, entre sublime e incomprensible alegría, cantó: ¡Magnificat! Mi alma engrandece al Señor. Inclinose Jesús sobre el corazón de su Madre y ya que no con palabras materiales, que suenan en los oidos, con aquella suerte de elocución que impresiona el fondo del alma, pareció decirle: quiero ser pan de la humanidad: así me comerás tú y me comerán todos los hombres. La encarnación mía que se obró en tu seno, se renovará de algún modo en el alma de todos los hombres. ¡En un banquete de amor se firmarán las paces entre el cielo y la tierra! ¡La tierra será un cielo! ¡El cielo será el término de la tierra! Y la Virgen debió pensar en un éxtasis de amor: Oh mundo, patria mía ¡cuánto te ama Dios!... Se hizo tu vecino, tu maestro, tu amigo, tu víctima... ¡Y será tu pan! Y en el Santuario de aquellos sagrados Corazones de Jesús y de María resonó un cántico de amor ante aquel ideal de inefable cariño: ¡un Dios hecho hombre y pan para redención y alimento del hombre hasta entonces maldito y desvalido! Alma mía, la Virgen del Perpetuo Socorro, te llama y te dice: Ten a mi Jesús... En mis brazos es Niño... en el sagrario es pan divino... en tu corazón será alimento celestial... Tómalo... ama mucho... y sé feliz! Alma mía ¡qué dicha... qué grandeza... qué amor... qué cielo!...


CORONA EUCARÍSTICA

Oh Virgen del Perpetuo Socorro, por la alegría que experimentó tu corazón, cuando tu Hijo divino te reveló el misterio de la Eucaristía, haz que mi alma salte de gozo, cuando Jesús me abra las puertas del sagrario y me invite a su banquete de amor. 

-Ave María.


Oh Virgen del Perpetuo Socorro, por aquella inmensa caridad con que te complaciste en que tu Hijo divino nos diera el cuerpo sagrado que de tí recibió, y permaneciera en el tabernáculo, prisionero de amor, concédeme la gracia de que sea mi cuerpo por la pureza, santuario de su divinidad y mi corazón por la humildad, víctima de su caridad. 

-Ave María.


Oh Virgen del Perpetuo Socorro, por aquellos deliquios celestiales que sintió tu corazón, cuando por vez primera viste la hostia santa y abriste tus labios y la recibiste en tus purísimas entrañas, dadme la gracia de que mi alma salte de gozo santo en este momento en que va a tener la misma dicha que tuviste tú. 

-Ave María.


Oh Virgen del Perpetuo Socorro, por aquel fervor inefable con que todos los días recibías la Sagrada Comunión, haz que todos los días venza yo la pereza de mi carne, la vana opinión del mundo y la vanidad de los negocios terrenales y venga a asistir al sacrificio del Altar y alimentarme de la divina Eucaristía.

-Ave María.


Oh Virgen del Perpetuo Socorro, por la paz celestial que inundó tu espíritu, cuando herida de la caridad y próxima a salir de este mundo, recibiste a tu Jesús que venía a consolarte y a darte la última gracia con el sagrado viático, concédeme la gracia de que, cuando llegue mi última hora, tenga el consuelo de recibir también a Jesús y que El con el viático de sus consuelos y de su amor me lleve de los brazos de la muerte al trono del cielo. 

-Ave María.


JACULATORIA FINAL

Bajó mi Jesús del cielo al seno de María.., del seno de María a sus brazos santísimos... Y ahora, Madre del Perpetuo Socorro, me lo das, porque me amas... me lo ofreces para que sea mi divino socorro... Es el mejor don de tu socorro perpetuo... Jesús y tú, Madre del alma, tenéis los ojos puestos en mí, y yo no lo quiero poner más que en estos dos divinos amores... Ángeles que contempláis a Jesús en los brazos de María, acompañadle ahora que viene a mí, y, como celestiales centinelas, poneos a la puerta de mi corazón para que no entren pensamientos terrenales... Jesús dentro de mi corazón. Corazón mío, ábrete... Madre mía, mírame... Jesús mío, ven... Que esta santa Comunión bajo la mirada de mi Madre del Perpetuo Socorro, guarde mi alma para la vida eterna... Así sea.



DÍA SEGUNDO

MARIA EN LA INSTITUCIÓN DE LA

EUCARISTÍA


CONSIDERACIÓN

Cuando el Eterno comenzó a tirar las líneas de la creación, allá en la inteligencia divina estaba María. Nos lo dice la Iglesia con aquellas palabras que el Espíritu Santo esculpió en las Sagradas Escrituras y que pone en labios de María: El Señor me llevaba en su corazón en el comienzo de todas las cosas. Cuando surgían los mundos de la nada y se alzaban las montañas y en el fondo de los valles murmuraban las fuentes y los mares se precipitaban en sus abismos, con El estaba y con El disponía todo para la gloria divina y la felicidad de los hombres. Y cuando la segunda persona de la Santísima Trinidad determinó hacerse hombre, no lo quiso hacer sin antes contar con la venia de María. Por eso una celestial embajada desciende del cielo y se dirige a la humilde doncellita que vivía en Nazaret y en la cual descansaban todas las complacencias divinas ¿Qué es la eucaristía sino la obra estupenda de la caridad de Dios y la prolongación de su inefable encarnación? Un día el divino Nazareno que recorría los campos de Galilea, abrió sus labios y dijo a las gentes que estaban pasmadas al ver que las había alimentado con cinco panes y dos peces: Mi cuerpo es comida y mi sangre es bebida. El que a mí me coma, tendrá vida eterna. Pero antes que resonaran estas palabras en los oídos de la humanidad ¡cuántas veces podemos imaginar que había resonado el sentido de ellas en el corazón de su Madre! Y cuando llegó la hora de la Redención, dice San Buenaventura, que Jesús entró en el aposento donde estaba su Madre y allí con la confianza de hijo y la ternura del amor le manifestó que había llegado el momento de ir a sufrir y morir por el hombre. La pasión de Jesucristo no ha terminado. El sagrario es el calvario donde su amor es sacrilegamente despreciado y villanamente escarnecido. Aquí en este misterio de amor es donde El bebe hasta las heces el cáliz de todas las ingratitudes y siente la aguda lanzada de todos los odios. María lo sabía, sin duda, y, por lo mismo, aceptó con la más rendida voluntad la disposición de su Hijo que, según el beneplácito del Padre, se nos daba, como víctima, como compañero de nuestro destierro en este valle del dolor y como alimento para la gran jornada del tiempo a la eternidad. No cabe dudar que Jesucristo hubiera podido instituir la divina Eucaristía, si lo hubiese querido, sin la cooperación de su Santísima Madre, ya que es el supremo Señor y nadie puede pedirle razón de sus actos. Pero no parece que convenía que obrase de ese modo. Convenía por el contrario que María, la dispensadora de todas las gracias de la Redención contribuyese de alguna manera a abrir esta nueva fuente de la gracia, la más abundante de todas: la divina Eucaristía. De este modo ponía digno coronamiento al don que nos había hecho de Jesús en el momento de la Encarnación, en el día de su Nacimiento y en el tiempo de la Pasión de nuestro adorable Salvador. ¡Madre mía del Perpetuo Socorro, gracias por el amor inmenso que nos has tenido al darnos a tu Hijo divino!... ¡Quiero comulgar para darle gusto y amarle por los que no le aman y por los que le ofenden! Quisiera que mis comuniones fervorosas le sirvieran de desagravio por todos los ultrajes que recibe en este Sacramento adorable... Por eso vengo a tus plantas, para que me ayudes a comulgar con fe y con amor... ¡Comunica a mi alma tan ruin y pecadora los hermosos sentimientos con que tú misma te acercabas a tu Jesús sacramentado!



DÍA TERCERO

LA VIRGEN SUSPIRA POR LA EUCARISTÍA


CONSIDERACIÓN

Desde el momento en que Dios reveló a María la institución de la divina Eucaristía, su corazón suspiró con amorosas y ardientes ansias por aquel momento felicísimo en que había de alimentarse de su divino Hijo. Hay un corazón que puede revelarnos lo que pasó por el corazón de María: el corazón de Jesús. David le oyó decir: Tengo deseos de sufrir. Preparado estoy para recibir todos los azotes de mi pasión. San Lucas le oyó exclamar: He venido a poner fuego en las almas ¿qué he de querer sino que arda? Pero San Juan nos ha revelado el gran deseo que dominó todos los demás deseos de Jesucristo. Pocos momentos antes de su muerte se sentó a la mesa con sus Apóstoles y rompió la conversación con estas palabras que debieran levantar en éxtasis a todos los hombres: Con deseo grande he deseado comer esta Pascua con vosotros. Y cuando Jesús decía estas palabras, el corazón de María debía repetir como el eco: Ese también ha sido el gran deseo de mi corazón. Los peregrinos que atraviesan la Europa para besar la tierra santa de Jerusalén, no piensan más que en aquella hora bendita en que tendrán ante sus ojos los lugares santificados por la presencia de Jesús. Y cuando a lo lejos contemplan las montañas y los valles y los viejos muros de la ciudad santa, caen de rodillas y las lágrimas corren por sus mejillas... Así María contemplaba desde el momento en el cual Dios le reveló la sagrada Eucaristía, aquella hostia santa en que su Hijo había de condensar todas las maravillas de su amor, aquel sagrario en que había de encerrarse prisionero, aquella lámpara silenciosa que había de velar su vida eucarística; y hacia aquella hostia corría su corazón con las alas de los más vehementes deseos. Santa Margarita de Cortona, transformada por la gracia de Dios de pecadora en santa, cuando se dirigía al templo para comulgar iba repitiendo como una loca de caridad: Corramos, corramos al horno del amor.  Santa Catalina de Sena era un ángel y como un ángel hambriento de este divino pan, decía a su confesor: Padre mío, dadme a Dios, tengo hambre de Dios... Si así hablaban y sentían unas pobres criaturas, que sólo tenían de la eucaristía una idea muy imperfecta, ¿qué diría, qué sentiría la Virgen que conocía todos los tesoros de santidady de gracia que en ella están encerrados? ¿Con qué ansias suspiraría por el momento felicísimo de volver a tener dentro de sí misma a su mismo Hijo? Era su propia carne divinizada por la unión con Dios la que otra vez volvía a ella para santificar su humana naturaleza, ¡Qué grandeza! ¡qué dicha, qué cielo! Y a mí el cielo, la tierra, la Iglesia, los santos, el confesor, la conciencia, la educación, la gracia, la familia, todas las cosas que me rodean me gritan que vaya a comulgar... ¡y sigo durmiendo!... y, ¡sigo excusando mi pereza con las ocupaciones de la vida! Madre mía del Perpetuo Socorro, en adelante no será así. Envíame todas las mañanas a uno de los ángeles para que me traiga en sus alas a este banquete de amor. La comunión es el don más precioso de tu Perpetuo Socorro.



DÍA CUARTO

LA PRIMERA COMUNIÓN DE LA VIRGEN 


CONSIDERACIÓN

Terminada la cena pascual, tomó Jesús un poco de pan en sus manos, levantó los ojos al cielo, lo bendijo, y luego con grave y amorosa voz, exclamó: Este es mi cuerpo... Y en virtud de la omnipotencia de Dios. aquello que era pan, era ya Jesús, tan realmente, como aquel divino Señor que presidía el banquete. Jesús tomó un poco de aquel pan divino y se comulgó a sí mismo. La comunión derramó en el alma santísima del Verbo hecho carne una alegría celestial que le dió alientos para continuar hasta la cruz la obra de la redención del mundo... ¿Comulgó también María en aquella memorable noche? Callan los evangelistas, pero hablan los santos, hablan los teólogos y el mismo Dios habla por las revelaciones hechas a sus amigos, los santos. Y apoyados en esos testimonios podemos afirmar que María comulgó en aquella memorable noche. Comulgó María... Apenas el divino Hijo obró el prodigio de la Eucaristía que Él y su Madre habían esperado con tantas ansias podemos suponer piadosamente que se levantó de la mesa y se dirigió a un cuarto vecino, donde estaba en oración su Madre y Él mismo le puso en sus labios aquel divino bocado. Entonces debió decirle: Madre mía, tú en la Encarnación te diste toda a mí. Mi carne es carne tuya y mi corazón ha sido amasado en tu propio corazón. Justo es que ahora yo me dé todo a tí. Toma mi cuerpo, mi sangre, mi alma, mi divinidad... Comulgó María y los ángeles bajaron del cielo y asistieron a esa inefable unión de un Hijo divino que era pan de su propia Madre. Cubriéronse el rostro con sus alas y velaron ante aquel sagrario viviente, el más santo y el más puro que podía tener Jesús Sacramentado. Comulgó María... Santa Teresa daba por bien empleados todos sus trabajos si con ellos había arrancado de un alma un acto de amor de Dios... Jesús dió por bien empleados todos los dolores y todas las amarguras que ha tenido que devorar en su tabernáculo, sólo por la dicha de haberse dado en comunión a su Madre querida. Comulgó María... Su comunión fué la única que se celebró en la tierra y en la cual Cristo al pasar al corazón humano no hallara los estragos de la culpa. El camino que recorrió la carroza de la Eucaristía al entrar en su alma santísima fué un camino sembrado de gracias. Ni el cielo es tan hermoso como lo era aquel corazón de la Virgen Madre. Comulgó María... Nosotros recordamos el día de nuestra primera comunión, lo recordamos como el día más grande y más santo de nuestra vida... ¿Cómo lo recordarías tú, Madre mía? ¡Oh Madre del Perpetuo Socorro! en este momento en que me acerco a comulgar, te pido que me infundas parte de aquellas divinas disposiciones que prepararon tu corazón a tu primera comunión. Quiero creer, como tú, y como tú, esperar y llevar en mi alma el mismo fuego de caridad que tú llevabas... ¡Madre mía, límpiame, perdóname, purifícame!... Jesús mío, ven a mi corazón! Te ofendió en la pasada vida... Ahora te ama y siempre te quiere amar…



DÍA QUINTO

¿FUÉ LA VIRGEN LA PRIMERA EN COMULGAR?


CONSIDERACIÓN

Cuanto más lo pienso, más me inclino a creerlo. En aquella memorable noche en que Jesús instituyó la Sagrada Eucaristía, María, según admiten muchos piadosos autores, se alimentó también con el pan de los ángeles; y siendo la Virgen la criatura más pura, la más santa y la más amada del Corazón de su divino Hijo y amándole Ella en aquellos solemnes momentos más que le habían de amar todos los hombres juntos en el decurso de los siglos, no será temerario creer que Jesús quiso distinguirla de una manera especial disponiendo fuese su Madre querida la primera criatura que en la tierra recibiese la sagrada comunión. Jesús y María no se separaron jamás en aquellos momentos en los cuales se obraba la redención del mundo. Juntos están en la encarnación y juntos en Belén y juntos en Egipto y juntos en Nazaret. Y cuando muere en cruz, permite Jesús que le arranquen sus vestiduras, pero quiere que allí, junto a su patíbulo, esté su Madre. ¿Y no había de estar María al lado de Jesús en aquel momento sublime en que daba la Eucaristía a la humanidad, el don que compendiaba todas las maravillas de su corazón divino? La Eucaristía es un recuerdo. Alejandro, el gran conquistador, antes de lanzarse a sus atrevidas empresas, distribuyó sus bienes entre sus generales... Jesús, el vencedor de la muerte y del pecado, el Salvador de la humanidad, va a morir... También El hace testamento. Quiere dejar su cuerpo y su alma encerrados en bocado de pan a toda la humanidad. Quiere que todos tengan y posean su mismo divino Corazón. Pero, ¿no es María la heredera que ostenta mejores títulos a esta herencia y posesión divina? La Eucaristía es fuerza en los grandes combates de la vida. Iba a empezar la pasión del Redentor de la humanidad. y en esa hora de amargura, su Madre no debía apartarse un momento de El. Y ¿no había de tener María quien la fortaleciese cuando empezaba para ella la hora de la Pasión? Su mismo Hijo quiso ser el ángel que la consolara en aquellos solemnes momentos para que bebiera hasta las heces aquel cáliz de amargura. Por eso le dió el cáliz del amor. Cuando vemos al pié de la cruz a María firme y serena, como una roca contra la cual se estrellan las olas tempestuosas de la mar, meditemos la causa de su incomparable fortaleza: ¡Estaba en la más íntima e inefable comunión de ideas, de afectos y de deseos con la Víctima Sagrada!... Oh Virgen del Perpetuo Socorro, los ángeles presentan a tu Hijo los instrumentos de su Pasión, y El se estremece. Tú permaneces triste, pero resignada. Sabes que no te ha de faltar el socorro de tu Jesús en la hora del dolor. Tú eres su consuelo y El es tu socorro. Oh Madre mía, también yo tengo penas y dolores; también yo tengo mi corazón clavado en la cruz. Por eso vengo a Jesús y vengo a Tí. Mi Jesús desde la Eucaristía y Tú desde el cielo me daréis gracia para no desmayar en el camino de la salvación.



DÍA SEXTO

LAS COMUNIONES DE MARÍA


CONSIDERACIÓN

Murió Jesús y en la misma tumba quedó sepultado el corazón de su Madre, María, Pero María tenía que vivir para ser maestra de los Apóstoles y el socorro de los primeros discípulos de Cristo. La Iglesia, que acababa de brotar de la llaga del costado del Salvador, era todavía débil e imperfecta. Necesitaba una madre que la alimentara con la leche de sus consuelos y de su fortaleza. Esa madre tenía que ser la Madre de Dios, María... Pero María sin Jesús no podía vivir. Era menester, pues, que Jesús inventara algún medio para estar presente y ausente a la vez de la tierra, para que su Madre viviera sin Él, y sin embargo, viviera de la misma vida y sintiera a cada instante los latidos de su filial corazón... ¡La Eucaristía resolvió todos los planes divinos! Todos los días, la Virgen, que recordaba con vivísima intensidad las escenas del Golgota, se acercaba al altar... ¡En las manos del discípulo amado San Juan, aparecla la hostia! ¡Era Jesús que se arrojaba en brazos de Ella; era Jesús que venía a conservarle la vida del cuerpo y a aumentarle la vida del alma!... ¡Era Jesús que en la carroza del amor visitaba aquel corazón donde El había hallado la vida y el cuerpo humano!... ¡Era Jesús que visitaba aquel templo de santidad donde todo era santo y puro!... Era Jesús, que recorría acompañado de los ángeles aquel museo de virtudes, aquellas maravillas divinas, la obra maestra de su amor y de su santidad!... ¡Era Jesús, que entraba en aquel tabernáculo para reposar un poco de los desdenes de los hombres y para consolarse de los sacrilegios humanos!... ¡Jesús y María se entrevistaban todos los días en el sagrario de la Eucaristía!... Allí se contaban sus penas... Allí se decían sus amores... Allí se consolaban con sus esperanzas. Entró Jesús en el alma de los Apóstoles y les dió ciencia y santidad; ...entró en el corazón de los Mártires y les revistió de fortaleza... entró en el pecho de las vírgenes y las vistió de inocencia pura;... entró en la cueva de los anacoretas y su alma y su soledad los transformó en un cielo en la tierra... ¿Qué maravillas de santidad no haría la comunión diaria en el alma de María, donde ni el pecado ni las distracciones, ni las concupiscencias estorbaban y malograban la acción de la gracia?... Comulgaba María todos los días y aquellas comuniones fueron de tal suerte coronando su santidad que ya no podía vivir en la tierra. La naturaleza humana no sufría tanta vida divina... Necesitaba el ambiente del cielo. Oh Madre del Perpetuo Socorro, verme comulgar todos los días es tu alegría mayor. Verme con Jesús en mi corazón es tu gozo completo. Lo comprendo... ¡Eres Madre de Jesús y Madre mía! Vernos a los dos unidos en ese abrazo de amor, es tu cielo, es la corona y el término de tu perpetuo socorro. Madre mía, róbamelo, despréndelo de las criaturas y haz que venga siempre que pueda a comulgar. Vengo estos nueve días... ¿Os dejaré después? Virgen del Perpetuo Socorro, que no abandone a Jesús... que no te deje a Tí…



DÍA SÉPTIMO 

LOS EFECTOS DE LA COMUNIÓN EN MARÍA 


CONSIDERACIÓN 

La Eucaristía encierra en sí misma semillas de santidad y de vida sobrenatural de fuerza infinita. Sólo en la Virgen María pudo desarrollar todas las energías santas que lleva en sí misma y que puede sufrir la naturaleza humana. Leamos la vida de los santos y veremos que en algunos ha querido Dios ostentar con grandes prodigios los tesoros guardados en este divino pan. Y hay que suponer, aunque la Escritura no lo revela, que todas esas gracias las derrochó mucho más abundantes en el alma de su Madre santísima. Para algunas almas privilegiadas la Eucaristía no tan sólo era el manjar celestial que sostenía la vida de su espíritu, sino también el pan que conservaba sus fuerzas físicas. ¿Sería, pues, temerario el afirmar que la divina Eucaristía produjo en María los mismos maravillosos efectos? Siendo Ella la Virgen jamás mancillada por el más leve hálito de la culpa y la Madre inmensamente amante y amada de Jesús, que se entregaba todo entero, podemos razonablemente admitir que sostendría con su divina virtud aquel cuerpo virginal, como ha sostenido después el de otros sus amigos predilectos. En nosotros las especies sacramentales sólo duran breves minutos. Son momentos de cielo durante los cuales somos sagrarios vivientes de Jesucristo. A algunas almas escogidas Dios les concedió el singular favor de que la hostia de un día no se consumiera en el pecho y quedara intacta hasta el día siguiente, cuando otra nueva hostia venía a ocupar el tabernáculo del corazón. Todas las mañanas se acercaba María inflamada de anhelos inmensos de unirse con su divino Hijo, y lo recibía oculto bajo los velos eucarísticos. Y Jesús, que para regalar a algunas almas predilectas, ha hecho a veces el milagro de conservar en su pecho la hostia santa sin corromperse hasta el día siguiente, ¿habrá rehusado a su Madre amantísima este regaladísimo favor? ¿No podemos creer, sin temor de equivocarnos, que a Ella con más generosidad que a otras almas se lo ha concedido?... De esta suerte María venía a ser como un nuevo sagrario de la Eucaristía. En ese Sagrario santo se consolaba Jesús de todas las ofensas que recibía en todos los sagrarios de la tierra... ¡Qué cosas le diría Jesús!... ¡Qué cosas le contestaría María!... ¿Quién podrá explicar los actos amorosos, los sentimientos tiernísimos del Corazón de María, al sentirse de esa manera tan íntimamente unida con el Corazón de Jesús? ¡Oh Madre del Perpetuo Socorro, cuando Jesús vivía, lo llevabas en tus brazos... cuando subió al cielo, lo llevabas en tu corazón! Siempre con Jesús... Ahora voy a recibirlo en mi corazón... Madre mía, que no salga jamás. Quiero encadenarlo allí con las cadenas del amor…




DÍA OCTAVO

EL VIÁTICO DE LA VIRGEN


CONSIDERACIÓN 

Llegó para María la última hora. La mano de Dios llamó a los Apóstoles que estaban esparcidos por el mundo. Quería que todos asistiesen a la muerte de su Madre santísima. La muerte dolorosa la había Ella padecido en el Gólgota. Ahora la muerte tenía que ser la aurora de la gloria eterna. En torno del lecho de María están aquellos santísimos varones que habían de llevar el nombre de Cristo hasta los últimos límites del mundo. Ella los había acompañado con sus oraciones y sus consejos. La tierra adoraba a Jesús por la mediación de su Madre. La alegría y el amor consumen el corazón de la bienaventurada Virgen. Y es tan fuerte la vida del amor que el organismo humano no la puede aguantar más... Víctima del amor muere María. Los ángeles bajaron para anunciarla que iba a ser Madre de Dios. Los ángeles bajaron también en su última hora para escoltarla en su marcha triunfal al cielo... Pero ya viene lo que María espera y ama... ¡Viene Jesús!... ¡Viene en la Sagrada Eucaristía!... ¡Viene para ser su viático desde la tierra hasta lo más alto del cielo... En brazos de Jesús quiere Ella franquear los límites de esta vida y entrar en el reino de la eternidad... Pero dejemos la palabra al gran Doctor Mariano San Alfonso, quien hablando de los últimos momentos de María, escribe: «Fué revelado a Santa Isabel que Jesucristo se apareció a María antes de expirar»... San Juan Damasceno añade que el Señor le dió la comunión por Viático, diciéndole estas dulcísimas palabras: «Recibe, Madre mía, de mis propias manos el Cuerpo que Tú me diste». Y María, después de haber recibido con grande amor aquella última comunión, entre los suspiros de la agonía le dijo: «En tus manos, Hijo mío, encomiendo mi espíritu; te encomiendo esta mi alma, que con tanta bondad criaste, y que desde el principio de su sér la enriqueciste con tantas gracias y por singularísimo privilegio la preservaste de toda mancha de pecado. Te encomiendo también mi cuerpo, del cual te dignaste tomar carne y sangre» ... Dijo y se presentó la muerte, no con ese aparato de luto y de tristeza que Ostenta cuando se presenta para el golpe fatal a los demás hombres, sino rodeada de luz y de alegría. Digo que se presentó la muerte, y digo mal, porque no la muerte, sino el amor divino fué el que rompió el hilo de esta preciosa vida»... Y el cuerpo de la Virgen descansa en el sepulcro. Y al tercer día sale de la tumba circundado de resplandores y sube al cielo!... Allí, allí tenía que estar aquel cuerpo que había sido casa del Verbo encarnado y sagrario viviente de la divina Eucaristía... ¡El viático!... mi alma se estremece cuando siente tocar las campanas que anuncian su paso grave y silencioso, Y ¡sin embargo, es una amorosa invención de Dios!... La muerte es la hora del abandono de los hombres y de la soledad del alma. Sale de la tierra y entra en una región desconocida, donde la justicia divina va a fijar para siempre sus eternos destinos... Y ¡son... un cielo o un infierno!... Solo un Dios-amor me puede consolar y acompañar en esa hora tremenda... ¡Eso es el viático!... Al son de las campanas vendrá El a visitarme y a ofrecérseme por compañero en mi viaje a la eternidad. ¡Es un Dios-amor!... ¡Es el viático! ¡No tengo miedo!... Madre del Perpetuo Socorro, alcánzame la gracia de morir con los santos sacramentos. Será la última manifestación de tu perpetuo socorro en esta vida... Madre mía, bendita seas. Y ahora voy a comulgar... ¿Será la última comunión?... ¿Será esta Eucaristía mi viático?... Ven, Jesús mío, y haz de mí lo que mejor te plazca... Manos divinas no hacen daño... Corazón divino siempre santifica y lleva al cielo…



DÍA NOVENO

LA VIRGEN DEL CIELO Y LA EUCARISTÍA DE LA TIERRA


CONSIDERACIÓN

Rompe la muerte los lazos del cuerpo, pero jamás podrá destruir los santos pensamientos que fueron la vida y la santidad del espíritu. Cae la carne en el polvo del sepulcro y allí la devoran los gusanos, pero el alma vuela al cielo, santificada por la penitencia y por el amor, y allí conserva la divina caridad que Dios la comunicó en el mundo, pero mucho más perfecta y gloriosísima. Murió la Virgen... Su cuerpo estuvo tres días entre las garras de la muerte, pero Jesús, que es vida y que en todo quería fuera semejante a Él, le levantó del sepulcro y se juntó al alma santísima y allí, en cuerpo y alma, sería María por toda la eternidad la Reina de los ángeles y de los hombres. Dice el Espíritu Santo en las santas Escrituras, que allí donde está el cuerpo, allí se congregarán las águilas... Y San Alfonso, el serafín de la Eucaristía, dice que los santos, que, como águilas se remontaron sobre todas las cosas terrenas para mirar de hito en hito a Dios, volaron siempre a la puerta del sagrario, porque allí está el cuerpo de Cristo que es el alimento de las almas. María está en el cielo, pero sería una locura y una blasfemia pensar que en el cielo ya se ha olvidado del sagrario de la tierra. Sus ojos miran continuamente a la tierra, pero en la tierra ve un punto que brilla... Es la lamparilla del Sagrario... Allí está sacramentado su Hijo divino... Allí también, sin perder la vista de Dios, baja el corazón de la Madre. Con qué celestial complacencia ve a las almas fervorosas que lo dejan todo para pasar un raio a los pies de su Dios en el tabernáculo del amor! ¡Con qué tiernas emociones asistirá a esas comuniones generales en que los hijos de la tierra se unen a su Dios del cielo!... Si gozamos tanto en esos espectáculos eucarísticos los hijos del polvo, ¡quién podrá entender la alegría que en el cielo tendrá la Madre amantísima de Jesús! Pero no se contenta con eso la Virgen del Perpetuo Socorro. Nos dicen escritores viejos, que cuando el Niño Dios crecía en Egipto y en Nazaret, era tal el ascendiente que tenía sobre los demás niños, que los niños pobres se juntaban y se decían: «Vamos a ver al Hijo de María»... María en el cielo es la reina de los Apóstoles, la eterna misionera de las grandezas de Jesús; por eso se acerca a las almas y las impresiona con la lectura de libros santos, de predicaciones fervorosas, de milagros emocionantes... Pero toda esa preparación de la gracia termina siempre con las mismas delicadas palabras de su corazón: «ld a mi Jesús; id a la Eucaristía». Es verdad que muchas veces en el curso de los siglos Jesús ha roto el silencio del tabernáculo para pedir a los hombres que no le dejaran tan solo, que fueran a adorarlo y a comer su carne divina. Si la Virgen cooperó a la institución de este sacramento ¿sería exageración decir y meditar que en todas las apariciones del Corazón-eucaristía de Jesús, se sienten también los latidos amorosos de su Madre María? Oh Madre del Perpetuo Socorro, lo cierto es que cuanto más te amo a Ti, más amo a la Eucaristía. No puedo estar mucho rato a tus plantas sin oir tu voz delicada que me invita a este banquete celestial. Y sé todavía algo más, y es que el mayor don que me quiere hacer tu socorro perpetuo es hacer de mí un ángel del tabernáculo y sostenerme con este pan celestial en el camino de la virtud y regalármelo para que me sirva de viático en el camino de la eternidad por entre las sombras horribles de la muerte. Gracias, Madre mía: Que así sea. Amén.

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