Tomado del “Pequeño Manual de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro”
Buenos Aires, Argentina, 1953
Es asociarse al espíritu de la Santa Iglesia dedicar el sábado de cada semana a la excelsa Madre de Dios. En este día es un deber para los devotos de María Santísima, visitar una de sus milagrosas imágenes. Aunque en estas visitas puede rezarse cualquier oración, no han de desagradar las que aquí ponemos entresacadas de la Sagrada Escritura y de los escritos de los devotos de la Santísima Virgen. Además deseando practicar en cualquier época del año los nueve sábados a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, se puede igualmente hacer uso de estas mismas oraciones.
SALUDO Y ALABANZAS A MARÍA
Salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita Tú entre todas las mujeres. Tú eres el resplandor de la Luz eterna, espejo sin mancilla de la Majestad de Dios, imagen de su bondad. El Señor ha derramado sobre Ti sus bendiciones, comunicándote su poder. Ea pues, Madre mía, consagrada al pie de la Cruz, ruega por nosotros, porque eres Inmaculada y amada de Dios. Presenta Tú al Señor mis oraciones. Acuérdate, Madre de mi Señor, del tiempo en que te hallabas en estado humilde, invoca Tú al Señor, habla por nosotros y líbranos de la muerte eterna. Amén.
ORACIÓN
Dulcísima María, Reina de la tierra y de los cielos, de los Angeles y de los hombres, yo quiero unirme al coro universal de alabanzas, bendiciones y abrasado de amor de que eres objeto, y ofrecerte el pobre homenaje de gratitud y filial ternura. ¡Cuánto me mi has amado, Madre querida, desde la hora feliz para mí en que me adoptaste por hijo al pie de la Cruz en que expiró el Redentor! ¡Cuántas veces tu ruego ha detenido el rayo de la ira divina, próximo a herirme y justamente merecido por mis pecados! lanzarme a las llamas del infierno, Completa tu obra, poderosa Madre de Dios, sálvame a pesar de mi gran miseria. No tengo títulos con que solicitar tus favores, porque he sido ingrato para con Jesús, mi Redentor, y para contigo, mi bondadosa Madre. Pero no podrás abandonarme. Eres el refugio del pecador y el consuelo del afligido. ¡Ah! ¡qué nunca deje de amarte! y cuando veas que languidece mi amor a Ti, reanímalo, Virgen querida. No me dejes ¡clementísima María! Alcánzame las virtudes que han de adornar a un hijo tuyo: que sea puro, humilde, paciente y amante de Dios. Sostenme en el combate con mis enemigos; y, cuando llegue mi última hora, ven, Madre mía querida; colócate a mi lado, inspírame cual nunca sentimientos de vivo dolor de mis faltas de confianza en las divinas misericordias, pon en mis labios el nombre de Jesús y el Tuyo, sean ellos la postrera palabra que pronuncien, recoge mi último suspiro y llévame a contemplar la hermosura de mi Dios y la tuya, en la patria de la gloria. Amén.
Acordaos ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que haya acudido a Vos, implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos. Animado con esta confianza, a Vos también acudo, oh Virgen, Madre de la vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vuestra presencia Soberana. No despreciéis mis súplicas, oh Madre del Verbo, antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Así sea.
Colaboración de Tommy Gutiérrez.
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