viernes, 16 de marzo de 2018

ESTACIONES A LA VIRGEN DOLOROSA







ESTACIONES A MARÍA SANTÍSIMA EN SU SOLEDAD

INVOCACIÓN
¡Oh María la más afligida de las madres! yo el más indigno de vuestros hijos, humildemente postrado a vuestros pies, imploro vuestra poderosísima intercesión, a fin de que vuestro divino Hijo no me rechace de su presencia por razón de mis pecados, que fueron la verdadera causa de su muerte y de vuestros dolores. ¡Oh Madre la más tierna, y al mismo tiempo la más adolorida de las madres que han quedado sin hijo! yo no quiero dejaros sola, viéndoos sumergida en tan amargo dolor: aunque pecador, el más miserable de los pecadores, no, Madre dolorosísima, no os dejare sola en estas cuarenta horas de vuestra soledad. Permitidme, desolada Señora, os haga compañía; y que, mezclando mis lágrimas con vuestras lágrimas, participe algún tanto de vuestras penas, y de los tormentos de vuestro Santísimo Hijo, mi amabilísimo Redentor. Y Vos, dulcísimo Jesús, muerto por mi amor en el duro leño de una cruz, apiadaos de mí, que soy el vil é ingrato pecador que tantas veces os he crucificado. Yo soy el que con mis pecados os he quitado la vida a Vos y he puesto en la más triste soledad a vuestra dulcísima Madre. Pero perdonadme, Padre mío, que ya quisiera morir de dolor de haber pecado. Dadme gracia para morir mil veces antes que volver a pecar. Y ahora concededme la que necesito para practicar devotamente este piadoso ejercicio en, obsequio de vuestra madre desolada. Amen.


HIMNO
Dulce Madre, que llorabais
perdido un Hijo el más tierno,
Hijo también del eterno,
¡Oh que amarga suspirabais
De un nuevo dolor herida,
Qué grande vuestra tristeza.
Mi alma anhela con viveza
Seguiros adolorida.
Pío me neguéis el favor
De acompañaros lloroso:
Haced gima doloroso
Mi corazón con fervor.
Lágrimas de contrición
Que sean ellas bastantes
Derrames tan abundantes.
Para alcanzar el perdón. Amen.


PRIMERA ESTACIÓN


Sin límites fué el dolor
Que hasta ahora padecisteis:
Mas nunca privada os visteis
Del imán de vuestro amor.

Mas aquí; que desconsuelo
En sepulcro vuestro Amado,
Era a los ojos negado
Hasta de verle el consuelo.
no me neguéis el favor.



¡Oh alma mía! mira y contempla la dolorosa aflicción en que se halla sumergida María cerca el sepulcro en que había de ser enterrado luego el cuerpo de su estimado Hijo. ¡Pobre Madre, la más triste entre todas las madres que han visto enterrar a sus hijos! ¡Ay!  presente cuando José de Arimatea y Nicodemo envolvían su cuerpo en una sábana. ¡Ay de mí! exclamaría ella: ¿no es este aquel mismo cuerpo de mi amadísimo Hijo que yo misma envolvía en pañales en el Pesebre de Belén? ¡Mas hay! ¡Hijo mío de mis entrañas, y que diferencia!  yo os envolvía vivo, y ahora os envuelven muerto. Pero María ve el sagrado cuerpo de Jesús puesto ya en el sepulcro; y ¡ah penetrada de la más profunda tristeza, bañados los ojos de lágrimas, se vuelve a José y Nicodemo, y con una voz lastimera ¡Ay! dignaos les dice, dignaos esperar un poco, yo os lo suplico y no privéis aun a mis ojos de un objeto, que tanto ama mi corazón. Mas era preciso viese cerrar el sepulcro, y una losa le quita en el último consuelo que le quedaba de poder ver a lo menos el sagrado cadáver. ¡Ay! bendice entonces a su Hijo ya enterrado, dice San Bernardo; y con una voz que añudaban los sollozos, le llama, y le vuelve a llamar; y ay dice, ella yo le amo, y él no me responde y dejando caer la cabeza sobre el sepulcro, tendiendo sobre él los brazos, María llora y no sabe cómo separarse de él da aquella afligida Madre repetidos ósculos a la piedra, la riega con un torrente de lágrimas, y con amargos sollozos llora a su Hijo. Qué aflicción.

ORACIÓN
¡Oh tristísima Madre, sumergida en un mar de dolor cerca el sepulcro de vuestro estimadísimo Hijo! yo tomo parte, Señora, en vuestra aflicción. Oh que tristeza tan grande para una Madre tan tierna no ver ni oír mas el dulce objeto de vuestros cariños, y en lugar de su cuerpo adorable poder solamente abrazar la piedra que lo cubre y lo roba a vuestros ojos. Por esta misma aflicción que llenó de amargura vuestro corazón dulcísimo, os pido Virgen Santísima, que me alcancéis la gracia de que mi alma no merezca jamás por su culpa ser privada de la presencia de mi Dios. Amen.
Un Padre nuestro Ave María y Gloria Patri.


ORACIÓN AL SANTO SEPULCRO
¡Sepulcro dichoso! afortunado Sepulcro, a quien regó con sus preciosas lágrimas la más amable y al mismo tiempo la más desolada de las madres tú encerrabas juntamente con el cuerpo adorable de Jesús el corazón dulcísimo de María. ¡Ah! Quede también juntamente con ellos mi pobre corazón. Yo te adoro con todo afecto, ¡Oh sepulcro divino!
Padre nuestro, etc.
¡Oh María, Madre desolada! por vuestra soledad y desamparo dignaos ser ahora y siempre mi consuelo y ¿ni amparo, y principalmente en la hora de mi muerte. Amen.


SEGUNDA ESTACIÓN

Del sepulcro os separáis,
Y ¡oh que duro sentimiento!
Queda en aquel monumento
El tesoro que estimáis.

Oh cuan agudo dolor
¡El no poderle mirar!
Mas tenerle que dejar
¡Oh! esta sí es pena mayor.
No me neguéis el favor.



Oh alma mía, considera atentamente la aflicción de María al separarse del sepulcro, donde quedaba el único objeto de su amor su tan e timado Hijo. La noche se acerca le dice San Juan, y no está decente ni el quedarnos aquí, ni el volver de noche a Jerusalén; y por lo mismo partamos, Señora, si es de vuestro agrado. Desde luego aquella afligida Madre, siempre sumisa y resignada a la voluntad de Dios, se levanta de tierra, donde la había hecho caer el exceso de su dolor: dobla las rodillas abraza el sepulcro, y lo riega otra vez con sus lágrimas, ¡Ay Hijo mío! exclama de nuevo con una voz sollozante: ¡ay Hijo! ¡estimado Hijo! ¡ah! ¡que no pueda yo a lo menos quedar aquí con Vos! Levanta sus llorosos ojos al cielo, y ¡Padre mío! continua: Eterno Padre, yo os encomiendo mi Hijo, este Hijo apreciado que es también Hijo vuestro: y dando el último adiós al sepulcro, ¡Recibid, añade afligida recibid, hijo mío, mi corazón, que dejo enterrado aquí juntamente con Vos! Las piadosas mujeres que la acompañaban, sostenían su cuerpo desfalleciente y que vacilaba, y le echaron un velo a la cara. Ellas marchan las primeras: tras ellas seguía María puesta en la más viva aflicción: Juan y Magdalena estaban a sus lados. Ay triste su rostro, y anegada en un torrente de lágrimas, al paso que se iba alejando no podía menos que dirigir a menudo sus tiernas y lánguidas miradas hacia el huerto donde estaba sepultado el dulce objeto de sus amores. Con pasos trémulos iba apartándose, y sus llorosos ojos, se vuelven repetidas veces hacia aquel afortunado lugar. Pobre Madre verdaderamente que no solo estaba sumamente afligido su corazón tiernísimo, sino que él era el centro mismo de la aflicción. Qué dolor
Un Padre nuestro Ave María y Gloria Patri.

ORACIÓN
¡Oh Madre llena de dolores! yo tomo parte en las penas que sufristeis en aquella triste hora en que os visteis precisada a separaros como por fuerza del sagrado sepulcro de vuestro divino Hijo para volveros a Jerusalén. ¡Angustiada Madre! por el dolor tan grande que sufristeis en aquella hora de tanta aflicción, yo os suplico me alcancéis la gracia de quedar enterrado con Jesús, y de vivir en adelante y hasta el último suspiro de mi vida, no según el espíritu del mundo sino según el espíritu de mi Salvador. Amen.
Un Padre nuestro, etc.


ORACIÓN A LA SANTA LANZA
¡Ay lanza cruel, que traspasaste muerto el sagrado cuerpo del Autor de la vida! traspasa también mi corazón empedernido, y manen de él lágrimas de viva contrición. Tú nos abriste la puerta para entrar en su corazón: Yo te adoro, ¡oh Lanza divina!
Padre nuestro, etc.

TERCERA ESTACIÓN


Calvario ¡oh monte triste!
La Cruz del Hijo plantada,
Y con su sangre rociada,
En él Madre mía, viste.

El dolor se renovó
Que en la muerte del amado
Os había angustiado,
¡Y ay!  de nuevo os penetró.
No me neguéis el favor.



¡Oh alma mía! considera el mar de amargura en que se vio sumergida María al volver a Jerusalén. ¡Ah! ella se ve en la triste precisión de atravesar el Calvario, horroroso teatro donde había pasado poco antes la más trágica de las escenas, que no acabó con menos que con un horrendo deicidio. Ella se para en aquel funesto collado de incienso, en aquel tan amargo monte de mirra; y ¡ay! que se le renuevan entonces todos los dolores que en aquel tristísimo lugar había sufrido. ¡Ah! ella ve levantado aun el hasta entonces infame madero de la Cruz, bañado todo con la sangre de su Hijo, y su imaginación le representa los crueles tormentos que había padecido en aquellas tres horas de mortales agonías. ¡Ay Hijo mío! exclama afligida: ¡ay Hijo mío! ¿y por qué no me ha sido permitido que yo muriese por Vos? ¡ah! la muerte misma no habría sido para mí tan cruel como el vero morir a Vos, ¡oh prenda siempre amada de mi corazón! María se acerca a la Cruz, la adora la abraza, la aprieta a su corazón estrechándola cuanto puede con sus brazos: María la angustiada María no cesa de besar aquel ya precioso madero, y lo riega con sus lágrimas. ¡Su Hijo siempre amabilísimo muerto en él! ¡qué triste recuerdo para tan tierna Madre ¡que aflicción!
Un Padre nuestro Ave María y Gloria Patri.

ORACIÓN

¡Oh tiernísima Madre mía! yo tomo parte en el dolor que afligió vuestro corazón al veros otra vez en el tan triste monte Calvario y al pie de la Cruz, teñida con la sangre de vuestro divino Hijo. ¡Ay madre mía! tiernísima madre mía, mis pecados son los que clavaron en cruz a vuestro Hijo, y le quitaron inhumanamente la vida. Permitidme en desagravio que yo reverencie y abrace esa Cruz santa con los sentimientos de un corazón verdaderamente contrito y humillado. Alcanzadme de vuestro piadosísimo Hijo la gracia de que yo sea un verdadero adorador de la Cruz. Haced, Madre mía, amabilísima, que yo ame de veras la Cruz, y que con una santa resignación a la voluntad del Señor abrace y lleve de buena gana las cruces de los trabajos que tenga a bien enviarme. Haced en fin que uniendo mis penas con las de mi adorable Salvador, logre satisfacer por mis pecados, y merecer algún día la gloria del cielo. Amen.
Un Padre nuestro, etc.

ORACIÓN LA SANTA CRUZ

¡Oh Cruz adorable! árbol divino que con su misma sangre santificó mi buen Jesús recibidme entre vuestros brazos, aunque tan pecador. Cruz preciosa yo te abrazo con todo mi afecto: con todo el afecto de mi corazón yo te adoro, ¡oh Cruz divina!
Otro Padre nuestro, etc.
¡Oh María, Madre desolada!  por vuestra soledad y desamparo dignaos ser ahora y siempre mi consuelo y mi amparo, y principalmente en la hora de mi muerte. Amen.

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