ESTACIONES A MARÍA
SANTÍSIMA EN SU SOLEDAD
INVOCACIÓN
¡Oh
María la más afligida de las madres! yo el más indigno de vuestros hijos,
humildemente postrado a vuestros pies, imploro vuestra poderosísima
intercesión, a fin de que vuestro divino Hijo no me rechace de su presencia por
razón de mis pecados, que fueron la verdadera causa de su muerte y de vuestros
dolores. ¡Oh Madre la más tierna, y al mismo tiempo la más adolorida de las
madres que han quedado sin hijo! yo no quiero dejaros sola, viéndoos sumergida
en tan amargo dolor: aunque pecador, el más miserable de los pecadores, no,
Madre dolorosísima, no os dejare sola en estas cuarenta horas de vuestra
soledad. Permitidme, desolada Señora, os haga compañía; y que, mezclando mis
lágrimas con vuestras lágrimas, participe algún tanto de vuestras penas, y de
los tormentos de vuestro Santísimo Hijo, mi amabilísimo Redentor. Y Vos,
dulcísimo Jesús, muerto por mi amor en el duro leño de una cruz, apiadaos de
mí, que soy el vil é ingrato pecador que tantas veces os he crucificado. Yo soy
el que con mis pecados os he quitado la vida a Vos y he puesto en la más triste
soledad a vuestra dulcísima Madre. Pero perdonadme, Padre mío, que ya quisiera
morir de dolor de haber pecado. Dadme gracia para morir mil veces antes que
volver a pecar. Y ahora concededme la que necesito para practicar devotamente
este piadoso ejercicio en, obsequio de vuestra madre desolada. Amen.
HIMNO
Dulce Madre, que llorabais
perdido un Hijo el más tierno,
Hijo también del eterno,
¡Oh que amarga suspirabais
De un nuevo dolor herida,
Qué grande vuestra tristeza.
Mi alma anhela con viveza
Seguiros adolorida.
Pío me neguéis el favor
De acompañaros lloroso:
Haced gima doloroso
Mi corazón con fervor.
Lágrimas
de contrición
Que sean ellas bastantes
Que sean ellas bastantes
Derrames
tan abundantes.
Para alcanzar el perdón. Amen.
PRIMERA
ESTACIÓN
Sin límites fué el dolor
Que hasta ahora padecisteis:
Mas nunca privada os visteis
Del imán de vuestro amor.
Mas aquí; que desconsuelo
En sepulcro vuestro Amado,
Era a los ojos negado
Hasta de verle el consuelo.
no me neguéis el favor.
¡Oh alma mía! mira y contempla la dolorosa aflicción en
que se halla sumergida María cerca el sepulcro en que había de ser enterrado
luego el cuerpo de su estimado Hijo. ¡Pobre Madre, la más triste entre todas
las madres que han visto enterrar a sus hijos! ¡Ay! presente cuando José de Arimatea y Nicodemo
envolvían su cuerpo en una sábana. ¡Ay de mí! exclamaría ella: ¿no es este aquel
mismo cuerpo de mi amadísimo Hijo que yo misma envolvía en pañales en el
Pesebre de Belén? ¡Mas hay! ¡Hijo mío de mis entrañas, y que diferencia! yo os envolvía vivo, y ahora os envuelven
muerto. Pero María ve el sagrado cuerpo de Jesús puesto ya en el sepulcro; y ¡ah
penetrada de la más profunda tristeza, bañados los ojos de lágrimas, se vuelve a
José y Nicodemo, y con una voz lastimera ¡Ay! dignaos les dice, dignaos esperar
un poco, yo os lo suplico y no privéis aun a mis ojos de un objeto, que tanto
ama mi corazón. Mas era preciso viese cerrar el sepulcro, y una losa le quita
en el último consuelo que le quedaba de poder ver a lo menos el sagrado
cadáver. ¡Ay! bendice entonces a su Hijo ya enterrado, dice San Bernardo; y con
una voz que añudaban los sollozos, le llama, y le vuelve a llamar; y ay dice,
ella yo le amo, y él no me responde y dejando caer la cabeza sobre el sepulcro,
tendiendo sobre él los brazos, María llora y no sabe cómo separarse de él da
aquella afligida Madre repetidos ósculos a la piedra, la riega con un torrente de
lágrimas, y con amargos sollozos llora a su Hijo. Qué aflicción.
ORACIÓN
¡Oh tristísima Madre,
sumergida en un mar de dolor cerca el sepulcro de vuestro estimadísimo Hijo! yo
tomo parte, Señora, en vuestra aflicción. Oh que tristeza tan grande para una
Madre tan tierna no ver ni oír mas el dulce objeto de vuestros cariños, y en
lugar de su cuerpo adorable poder solamente abrazar la piedra que lo cubre y lo
roba a vuestros ojos. Por esta misma aflicción que llenó de amargura vuestro
corazón dulcísimo, os pido Virgen Santísima, que me alcancéis la gracia de que
mi alma no merezca jamás por su culpa ser privada de la presencia de mi Dios.
Amen.
Un
Padre nuestro Ave María y Gloria Patri.
ORACIÓN AL SANTO SEPULCRO
¡Sepulcro dichoso! afortunado
Sepulcro, a quien regó con sus preciosas lágrimas la más amable y al mismo
tiempo la más desolada de las madres tú encerrabas juntamente con el cuerpo
adorable de Jesús el corazón dulcísimo de María. ¡Ah! Quede también juntamente
con ellos mi pobre corazón. Yo te adoro con todo afecto, ¡Oh sepulcro divino!
Padre
nuestro, etc.
¡Oh María, Madre desolada!
por vuestra soledad y desamparo dignaos ser ahora y siempre mi consuelo y ¿ni
amparo, y principalmente en la hora de mi muerte. Amen.
SEGUNDA ESTACIÓN
Del
sepulcro os separáis,
Y
¡oh que duro sentimiento!
Queda
en aquel monumento
El
tesoro que estimáis.
Oh
cuan agudo dolor
¡El
no poderle mirar!
Mas
tenerle que dejar
¡Oh!
esta sí es pena mayor.
No me neguéis el favor.
Oh alma mía, considera
atentamente la aflicción de María al separarse del sepulcro, donde quedaba el
único objeto de su amor su tan e timado Hijo. La noche se acerca le dice San
Juan, y no está decente ni el quedarnos aquí, ni el volver de noche a
Jerusalén; y por lo mismo partamos, Señora, si es de vuestro agrado. Desde
luego aquella afligida Madre, siempre sumisa y resignada a la voluntad de Dios,
se levanta de tierra, donde la había hecho caer el exceso de su dolor: dobla
las rodillas abraza el sepulcro, y lo riega otra vez con sus lágrimas, ¡Ay Hijo
mío! exclama de nuevo con una voz sollozante: ¡ay Hijo! ¡estimado Hijo! ¡ah! ¡que
no pueda yo a lo menos quedar aquí con Vos! Levanta sus llorosos ojos al cielo,
y ¡Padre mío! continua: Eterno Padre, yo os encomiendo mi Hijo, este Hijo
apreciado que es también Hijo vuestro: y dando el último adiós al sepulcro, ¡Recibid,
añade afligida recibid, hijo mío, mi corazón, que dejo enterrado aquí
juntamente con Vos! Las piadosas mujeres que la acompañaban, sostenían su
cuerpo desfalleciente y que vacilaba, y le echaron un velo a la cara. Ellas
marchan las primeras: tras ellas seguía María puesta en la más viva aflicción:
Juan y Magdalena estaban a sus lados. Ay triste su rostro, y anegada en un
torrente de lágrimas, al paso que se iba alejando no podía menos que dirigir a
menudo sus tiernas y lánguidas miradas hacia el huerto donde estaba sepultado
el dulce objeto de sus amores. Con pasos trémulos iba apartándose, y sus
llorosos ojos, se vuelven repetidas veces hacia aquel afortunado lugar. Pobre
Madre verdaderamente que no solo estaba sumamente afligido su corazón
tiernísimo, sino que él era el centro mismo de la aflicción. Qué dolor
Un Padre nuestro Ave María y Gloria Patri.
ORACIÓN
¡Oh Madre llena de dolores!
yo tomo parte en las penas que sufristeis en aquella triste hora en que os
visteis precisada a separaros como por fuerza del sagrado sepulcro de vuestro
divino Hijo para volveros a Jerusalén. ¡Angustiada Madre! por el dolor tan grande
que sufristeis en aquella hora de tanta aflicción, yo os suplico me alcancéis la
gracia de quedar enterrado con Jesús, y de vivir en adelante y hasta el último
suspiro de mi vida, no según el espíritu del mundo sino según el espíritu de mi
Salvador. Amen.
Un
Padre nuestro, etc.
ORACIÓN A LA SANTA LANZA
¡Ay lanza cruel, que
traspasaste muerto el sagrado cuerpo del Autor de la vida! traspasa también mi
corazón empedernido, y manen de él lágrimas de viva contrición. Tú nos abriste
la puerta para entrar en su corazón: Yo te adoro, ¡oh Lanza divina!
Padre nuestro, etc.
TERCERA
ESTACIÓN
Calvario
¡oh monte triste!
La
Cruz del Hijo plantada,
Y
con su sangre rociada,
En
él Madre mía, viste.
El
dolor se renovó
Que en la muerte del amado
Os
había angustiado,
¡Y
ay! de nuevo os penetró.
No
me neguéis el favor.
¡Oh alma mía! considera el
mar de amargura en que se vio sumergida María al volver a Jerusalén. ¡Ah! ella
se ve en la triste precisión de atravesar el Calvario, horroroso teatro donde
había pasado poco antes la más trágica de las escenas, que no acabó con menos
que con un horrendo deicidio. Ella se para en aquel funesto collado de
incienso, en aquel tan amargo monte de mirra; y ¡ay! que se le renuevan
entonces todos los dolores que en aquel tristísimo lugar había sufrido. ¡Ah!
ella ve levantado aun el hasta entonces infame madero de la Cruz, bañado todo
con la sangre de su Hijo, y su imaginación le representa los crueles tormentos
que había padecido en aquellas tres horas de mortales agonías. ¡Ay Hijo mío!
exclama afligida: ¡ay Hijo mío! ¿y por qué no me ha sido permitido que yo muriese
por Vos? ¡ah! la muerte misma no habría sido para mí tan cruel como el vero
morir a Vos, ¡oh prenda siempre amada de mi corazón! María se acerca a la Cruz,
la adora la abraza, la aprieta a su corazón estrechándola cuanto puede con sus
brazos: María la angustiada María no cesa de besar aquel ya precioso madero, y
lo riega con sus lágrimas. ¡Su Hijo siempre amabilísimo muerto en él! ¡qué
triste recuerdo para tan tierna Madre ¡que aflicción!
Un
Padre nuestro Ave María y Gloria Patri.
ORACIÓN
¡Oh tiernísima Madre mía! yo
tomo parte en el dolor que afligió vuestro corazón al veros otra vez en el tan
triste monte Calvario y al pie de la Cruz, teñida con la sangre de vuestro
divino Hijo. ¡Ay madre mía! tiernísima madre mía, mis pecados son los que
clavaron en cruz a vuestro Hijo, y le quitaron inhumanamente la vida.
Permitidme en desagravio que yo reverencie y abrace esa Cruz santa con los
sentimientos de un corazón verdaderamente contrito y humillado. Alcanzadme de
vuestro piadosísimo Hijo la gracia de que yo sea un verdadero adorador de la
Cruz. Haced, Madre mía, amabilísima, que yo ame de veras la Cruz, y que con una
santa resignación a la voluntad del Señor abrace y lleve de buena gana las
cruces de los trabajos que tenga a bien enviarme. Haced en fin que uniendo mis
penas con las de mi adorable Salvador, logre satisfacer por mis pecados, y
merecer algún día la gloria del cielo. Amen.
Un
Padre nuestro, etc.
ORACIÓN LA SANTA CRUZ
¡Oh Cruz adorable! árbol
divino que con su misma sangre santificó mi buen Jesús recibidme entre vuestros
brazos, aunque tan pecador. Cruz preciosa yo te abrazo con todo mi afecto: con
todo el afecto de mi corazón yo te adoro, ¡oh Cruz divina!
Otro
Padre nuestro, etc.
¡Oh María, Madre
desolada! por vuestra soledad y
desamparo dignaos ser ahora y siempre mi consuelo y mi amparo, y principalmente
en la hora de mi muerte. Amen.
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