martes, 13 de marzo de 2018

NOVENA A SAN BRUNO




NOVENA AL PATRIARCA Y PADRE SAN BRUNO, FUNDADOR DE LA ORDEN CARTUJA


ORACION AL PADRE ETERNO
Omnipotente y eterno Dios: Ante la augusta majestad, donde os contemplamos sentado en excelso solio, mirad a una vil criatura, ansiosa de conoceros y de conocerse, de reparar de una vez sus indignas infidelidades, y corresponder debidamente a vuestros dulces llamamientos. Dios mío: haced que venga la calma a posarse en mi corazón agitado por los encontrados vientos de las pasiones, que tienden a sofocarle; haced que sosiegue este mar donde tan frecuentes son las borrascas, tan continuados los furiosos embates de sus olas, y tan inminentes sus peligros; dadle aquella venturosa paz porque suspira, y trocadle en un corazón amante que arda siempre en la llama del más puro amor. No por nosotros. Señor, que no lo merecemos, sino por la sangre de vuestro Hijo y por sus merecimientos, por los de su Madre la Santísima Virgen María, y por los del glorioso patriarca San Bruno. Así sea.


DIA PRIMEO
CONSIDERACIÓN
Es la Fe un rico é inmenso tesoro, una brillante y clara luz que nos descubre el camino del Cielo; ella es la raíz y el fundamento de todas las demás virtudes, y no podemos adquirir ninguna de ellas si nos falta la Fe. Esta virtud es, según un doctor de la Iglesia, la que «forma a los verdaderos cristianos, la que inspira desprecio a los halagos del mundo y de la carne y la que enciende afecto a lo áspero y laborioso. Nada hay, por duro que sea, que no abrace por Dios el que con fe viva cree en El». «Los santos, dice el Apóstol San Pablo, por la Fe conquistaron reinos, obraron toda justicia, y alcanzaron el cumplimiento de las divinas promesas». Iluminado por la clarísima antorcha de la Fe cruzó este mundo San Bruno. Joven aún, ilustra su inteligencia con el estudio de las divinas Escrituras, acrecentando su fe a medida que crecía en ciencia, y sus palabras y sus obras reflejan la fe viva que su alma atesora. En las escuelas de Reims la comunica junto con su doctrina a sus discípulos; desde la cátedra sagrada la propaga entre el pueblo con gran celo y ardor; la fe le impulsa a rehusar los honores, a abandonar el mundo y obediente a la vocación de Dios, a huir al desierto para entregarse a la más áspera penitencia, mereciendo cual otro Abraham en premio a su fidelidad ser padre de una numerosa familia religiosa. Como la Fe no sabe qué cosa es falsedad y aborrece la mentira y el error, de aquí que el Santo se esforzara en detestar todo cuanto pudiese empañar su fe en todos los días de su vida; y puesto ya al extremo de ella en el lecho de la muerte, pronunció aquella hermosa protesta, declarando expresa y públicamente creer en todos los misterios de la Santa Religión católica y muy especialmente en los de la Augustísima Trinidad y sacratísima Eucaristía, contra las depravadas doctrinas de algunos herejes que en su tiempo vivieron.

AFECTOS Y RESOLUCIONES
Imitemos á b Bruno en la fe. No empañe nuestras creencias el hálito corrompido de la impiedad é indiferencia que en medio de la actual sociedad se respira. Empero, no basta esto; sea nuestra fe viva como fue la de Bruno; manifestemos nuestra fe á la faz del mundo, y no nos acobarden los respetos humanos. Jesucristo lo ha dicho: al que me confesare delante de los hombres, le confesaré yo también delante de mi Padre que está en los Cielos. Oh mi buen Jesús: Confirmadnos de día en día en tan necesaria virtud. Yo prometo ser fiel a vuestra gracia, que ciertamente Vos no me negareis; y pues ya que Vos sois, Jesús mío, verdad, camino y vida, iluminad mi inteligencia, guiad mis pasos, vivificadme con vuestra gracia, para que mi fe sea fe viva y no muerta. Oh Jesús mío: dejad que os diga con toda la vehemencia de mi alma: Señor, tengo fe; dadme más fe. Amen.
 Ahora se pedirá la gracia especial que se desee conseguir por esta Novena. Se rezará tres veces el Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri; y terminados, se continuará con la siguiente:

ORACION A SAN BRUNO
(para todos los días)
Glorioso Padre San Bruno, lumbrera de la Iglesia por vuestra doctrina, y modelo de los solitarios por vuestro retiro: desde el Cielo donde moráis miradme como uno de vuestros más entusiastas devotos. En la meditación continua de las heroicas virtudes que tanto os enaltecen aprenderé el camino que debe conducirme á la feliz eternidad. Iluminadme, moved mí corazón, guiadme, y haced que sin desviar un paso del recto sendero que vos con vuestros ejemplos me trazáis, alcance el dichoso fin para que Dios me ha criado. Oh santo glorioso: rogad por mi á fin de que imitándoos y siguiendo vuestras huellas por el camino estrecho pueda tener parte en la recompensa con que Dios ha coronado vuestros trabajos. Así sea.
Se rezan para finalizar las letanías y los gozos del Santo:


LETANIA
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Dios Padre Celestial.
Dios Hijo, Redentor del mundo.
Dios Espíritu Santo,
Santísima Trinidad, un solo Dios.
Santa María. R/ Ruega por nosotros
Santa Madre de Dios.
Santa Virgen de las Vírgenes.
San Bruno, Patriarca y fundador dela sagrada Orden de la Cartuja.
Amador de la Divina bondad.
Amador de la Le y divina.
Amador de la santa virtud.
Estrella brillantísima.
Columna del templo del Señor
Consuelo de los Monjes.
Doctor de los Doctores.
Excelente Discípulo de Jesucristo.
Ejemplar de Religiosos.
Fiel siervo de Dios.
Flor de los Eremitas.
Flor de los Santos Padres.
Fuente de sabiduría.
Guía de los Ermitaños.
Guía del camino celestial.
Justísimo reformador de costumbres
Insigne Maestro de la Pe.
Luz y Espejo del Mundo.
Modelo de la Santa Virtud.
Muro firme de la Iglesia.
Noble castigador de los vicios.
Honor del Clero.
Honor de los Doctores.
Exactísimo Imitador de Cristo.
Patriarca de los Monjes.
Piedra preciosa.
Piísimo Pastor.
Predicador de Jesucristo.
Señalado como sabio.
Restaurador del yermo.
Eremita sapientísimo.
Seguidor del Bien.
Defensor de la Justicia.
Teólogo consumado.
Varón amante de la Divinidad.
Varó n de excelente probidad.
Varón de santa Religión.
Vaso de ciencia.
Verdadero Doctor.
Verdadero guardador del Evangelio
Apoyo del Romano Pontífice.
Vencedor de las honras mundanas
Celador de la honra de Dios.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo.
L/: Ruega por nosotros, beatísimo Bruno.
R/: Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.

ANTIFONA
He aquí un gran Confesor. Como la estrella de la mañana en medio de las tinieblas, como luce la luna llena en su plenitud, y como sol resplandeciente, así brilla el Bienaventurado Bruno en el Templo de Dios.
ORACION
Te rogamos, Señor, que, por la intercesión de tu Confesor San Bruno, vengas en nuestra ayuda; y ya que con nuestros graves pecados hemos ofendido tu Majestad, dígnate perdonarnos por sus méritos y oraciones. Por Cristo Señor nuestro, que contigo vive y reina en unión del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amen.


GOZOS
Ardiendo en llamas de amor,
sois serafín encendido
Dad, Bruno, de Dios querido,
al que os invoca favor.

Os vio Colonia nacer,
y tras candorosa infancia
ansioso voláis a Francia
para en la ciencia ascender.
Con vuestra ciencia y virtud,
conquistáis premio y loor.

En Reims fuisteis Canciller
de sus famosas escuelas,
hermanando siempre en ellas
la humildad con el saber.
De sabios fuiste maestro,
y en toda virtud Doctor.

La infausta condenación
del malvado Raimundo
os decide a huir del mundo,
y encontráis la perfección.
Despreciáis cargos y honores,
y está en Cristo vuestro amor.

De Bruno y sus compañeros
tiene Hugo aviso cierto,
viendo bajar al desierto
siete brillantes luceros.
Siendo él todo para ellos,
Caudillo, Padre y Pastor.

Vuestra continua oración,
ayuno y gran penitencia
os dan de Dios tal presencia,
tan alta contemplación,
que el yermo pobláis de gentes
y embalsama vuestro amor.

La plegaria es tan ferviente,
que conmueve al mismo Cielo,
y en su virtud brota el suelo
clara y milagrosa fuente.
Así dais a vuestros hijos
prendas de infinito amor.

Invicto atleta de Cristo,
gran lumbrera de su Iglesia,
de toda virtud y ciencia
vuestro celo es conocido,
luz y fuerza del Papado
y del sacerdocio honor.

De muerte alevosa y fiera
libras al Conde Roger
¿qué tiene ya que temer
quien confiado en tí espera?
Quien se acoja a tal Patrono
deseche todo temor.

Tu sepulcro milagroso
es probática piscina,
de todo mal medicina,
al que acude fervoroso.
Siempre te encuentra benigno
del desvalido el clamor.

Pues con Jesús vencedor
me esperáis en vuestro Empíreo,
Dad, Bruno, de Dios querido,
al que os invoca favor.



CANTICO A SAN BRUNO
A tí, oh San Bruno, te alabamos.
A tí, protector piísimo, te confesamos.
A tí, amabilísimo Padre, toda la Orden cartujana te venera.
A tí todas las celdas y todas las soledades.
A tí todos tus hijos los Cartujos en incesantes voces te aclaman:
Padre, Padre, Padre, ruega por nosotros.
Llena está toda la tierra del buen olor de tu santidad.
A tí el devoto Coro de los Cartujos,
A tí la loable muchedumbre de los Eremitas,
A tí te alaba el brillante ejército de los Anacoretas.
A tí, por toda la redondez de la tierra, la Santa Iglesia te alaba.
Padre de exima piedad.
Digno de toda alabanza por tu grande y santísimo género de vida.
Y también por tu santa y perpetua abstinencia de carnes.
Tú, ejemplo de penitencia.
Tú, que, por dejar el siglo, no tuviste horror de ocultarte en las sombras de la soledad.
Tú, vencedor del mundo falaz, hallaste para los que te siguen el camino de los Cielos.
Tú, que estás sentado en el Reino de Dios.
A ti pues te rogamos que vengas en auxilio de tus siervos, aquellos que por compañeros tuyos elegiste.
Haz que por tus preces seamos contados entre los que merecen la gloria eterna.
Salva a tus hijos con tus constantes oraciones, y bendice a tu posteridad.
Y rígelos, y consérvalos, hasta la vida eterna.
De día en día te invocaremos.
Y alabaremos en tí el santa nombre de Dios por los
siglos, y por los siglos de los siglos.
Dígnate, oh Santo, en este día mediante tus preces
custodiarnos.
Venga tu saludable protección sobre nosotros, ya
que tanto nos amaste.
En tus oraciones pues esperamos, para no ser confundidos por toda una eternidad. Amen.


DIA SEGUNDO
CONSIDERACIÓN
Tan pobre y desnudo quedó el hombre después del pecado, que no tiene otro recurso sino levantar los ojos a Dios y esperar remedio de Él para todos sus males, los cuales no pueden ser curados sino por El. De aquí el que la esperanza sea una virtud muy necesaria al hombre. El tentado y afligido espera en Dios remedio para sus tentaciones y aflicciones; el que pide, espera ser atendido en su petición; el pecador arrepentido espera el perdón de sus pecados, y el justo el premio de la bienaventuranza eterna. Hermosa virtud es la virtud de la esperanza. El delicado perfume que ella exhala, llena el vacío del corazón humano, da fuerza y vigor al espíritu débil, y hace intrépido y valeroso al hombre a la vez que le da aliento en la tribulación; y como tiene su fin en Dios, hace mirar como mezquinos los consuelos de la tierra y conculca, despreciándolos, los honores y riquezas del mundo. En muy elevado grado poseyó San Bruno la virtud de la esperanza. Puesta su mirada en el Cielo, esperó en medio de las aflicciones con que fue probado, y en días más prósperos rehusó los honores y dignidades que se le ofrecieron; porque como tenía el corazón todo puesto en Dios, en El solo esperaba: Él era su único remedio en la adversidad; El, el premio único de sus trabajos. Siendo canónigo de Reims, salió a la defensa de los intereses de la Iglesia en contra de los usurpadores de sus bienes y derechos: tuvo Bruno que arrostrar las iras de los enemigos, sufriendo persecuciones, destierros y quebrantos en sus bienes temporales. Lejos de entristecerse por estas contrariedades, se consideró muy honrado con padecer por la gloria de Dios y de su Iglesia; y puesta su confianza en el Señor, esperó el triunfo de la justicia; y la justicia triunfó, y con ella triunfó Bruno-de sus adversarios. En premio de su celo quisieron el clero y el pueblo de Reims elevarle a la silla arzobispal; y vuelve aquí a resplandecer otra vez la esperanza de nuestro Santo, negándose a admitir tan gran dignidad, pues no espera el premio de sus trabajos sino en la otra vida: hecho que repitió años después al renunciar la mitra arzobispal de Reggio, que el Papa le ofrecía. Quien tenía puesto su corazón en Dios en poca tenia los honores y recompensas de la tierra. Y, ¿de dónde, sino de la esperanza en la eterna recompensa que tiene Dios prometida a los que lo dejan todo por El, sacó el santo fundador de la Cartuja la fuerza de voluntad para emprender y seguir aquella áspera vida de rigurosa penitencia que siguió en la soledad del desierto?

AFECTOS Y RESOLUCIONES
Ejercitémonos en actos de esperanza, como medio necesario para llenar las aspiraciones del corazón. No desconfiemos jamás, en medio de nuestras necesidades espirituales ó temporales, de la misericordia del Señor; y, sobre todo, esperemos de El la bienaventuranza eterna y los medios para alcanzarla, esto es, la gracia de vivir y morir santamente, de vencer las tentaciones y de obtener el perdón de nuestros pecados. Sea Dios ahora y siempre el término de nuestra esperanza, imitando á San Bruno, que con sus ejemplos nos alienta. Jesús mío: Vos y solo Vos podéis llenar las aspiraciones de nuestro pobre corazón. En las angustias y en las tribulaciones á Vos, Señor, volveré mis ojos, por que Vos sois mi esperanza: haced resonar en mí interior el eco de aquellas consoladoras palabras que brotaron de vuestros divinos labios en el sermón de la montaña: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.... Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, y los pobres de espíritu, porque de ellos será el reino de los cielos. ¡Oh, cuán suaves son estas palabras! para mí son más dulces que la miel y los panales. Si las tentaciones o la desolación afligen mi alma, no desfalleceré, por que Vos, oh Dios mío, me señaláis la cruz como mi única esperanza. No permitáis, Jesús mío, que alguna vez desconfié, ni busque fuera de Vos el remedio de mis males. Alentado por la esperanza, emprenderé el camino de la virtud, por áspero que se presente a mi vista; sed mi guia así en lo próspero como en lo adverso, para que al llegar al término de mi peregrinación vea cumplidas mis esperanzas al unirme con Vos en la gloria que tenéis prometida a los que os siguen. Amen.


DIA TERCERO
CONSIDERACIÓN
Preguntado nuestro Señor Jesucristo cual era el mayor de los mandamientos, contestó «Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus potencias: este es el mayor y el primero de los mandamientos». He aquí el inestimable valor que para el cristiano tiene la caridad; que no solo es una virtud, sino también un precepto, el principal entre los preceptos, y aun puede decirse que es el único precepto. Porque, según la frase del mismo Jesucristo, en el amor a Dios y en el amor al prójimo están compendiados la Ley y los Profetas. La ley de Cristo es ley de amor: por esto su yugo es suave y su carga ligera. Si no tuviere caridad, dice el apóstol San Pablo, nada soy. Ni la fe, ni la esperanza, ni el don de profecía, ni el martirio, ni el hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles, ni otra alguna virtud tiene precio ni mérito ante Dios si no va acompañada de la caridad, que es reina entre todas las virtudes. La esencia de la santidad es el amor de Dios: la santidad no es mas que la perfección cristiana, y la perfección cristiana consiste en amar á Dios. Mientras más amor se tenga a Dios, mayor será la perfección y mayor será la santidad. Fue Bruno en este santo amor, encendido Serafín. ¡Oh, y como ardía en su corazón la llama del amor divino! Y como este amor al Creador hace incompatible todo amor a la criatura mientras no vaya este ordenado al último amor, que es el amor de Dios, de aquí aquel desasimiento que Bruno mostró a todo cuanto no le servía para amar a Dios. Por esto se le ve abandonar sus riquezas, las cátedras, los honores, las amistades, sus más caros afectos, para darse todo a Dios. Prendió en S. Bruno el fuego del divino amor, y quedó tan libre de los humanos amores, y tan puro y limpio su corazón de todo afecto terreno, que su pureza y sencillez de corazón es la nota especialísima que caracteriza a nuestro santo protector; sencillez y pureza en tan alto grado poseídos, que no mueren con él, sino que las comunica aun después de sus días a sus hijos los cartujos, y ellas son todavía, al cabo de ocho siglos, como el sello particular del espíritu interior de la orden cartujana. Así lo confirman las vidas de muchísimos de sus monjes. La vida de Bruno, es más angélica que humana: vive en este mundo como si no viviese en él, porque su unión con Dios por el amor es continua; y rebosando su corazón aquella santa alegría de espíritu que Dios le comunica, con frecuencia se le oía repetir aquella tan dulce y para él tan familiar jaculatoria: ¡Oh Bonitas! ¡Oh bondad de Dios!

AFECTOS Y RESOLUCIONES
¡Si comparamos nuestro amor con el amor que inflamaba á Bruno, cuán tibios y cuán flojos aparecemos! ¿por qué desde este mismo momento animado con el ejemplo de este tan gran santo, no aparto de mí todo afecto que no vaya encaminado á Dios? Y yo no quiero, Señor, abrigar en mi alma ya más amor, sino vuestro amor; por esto yo quiero desde ahora arrancar de mí todo cuanto me sea obstáculo para llegarme á Vos. Trabajaré, Señor, con vuestro auxilio por vencer mi amor propio, tan contrario á vuestro amor; y persuadido como estoy de que el que ama, si es verdadero amador, no tiene ni quiere tener más voluntad que la de su amado, y esta es la señal del verdadero amor, me esforzaré más y más en conformar mi voluntad con la vuestra y en cumplir, Dios mío, esta vuestra santa voluntad que está en guardar vuestros mandamientos y con ellos las obligaciones y deberes de mi estado. Amabilísimo Jesús: Dadme una centella del amor en que arde vuestro Sacratísimo Corazón, y ya nada más necesitaré; pues quien tiene vuestro amor todo lo tiene; porque solo Vos, Señor mío, podéis satisfacer el vacío de mi corazón. Si atiendo a las criaturas, todas. Señor, me dicen que os ame; porque no ellas, sinó Vos, sois el fin para que me habéis criado. Vos mismo. Dios mío, me habéis impuesto como precepto vuestra ley de amor. !Oh y cuán suave es vuestro yugo y cuán ligera vuestra carga para el que os ama de todo corazón! Sí, Jesús mío, venga a mi vuestro amor, y lleno yo de él exclamaré con el Apóstol: ya no vivo yo, sino es Cristo quien vive en mí. Amen.



DIA CUARTO
CONSIDERACIÓN
El amor de Dios y el amor del prójimo están tan íntimamente relacionados entre sí, que son dos ramas nacidas de un mismo tronco, dos ríos que salen de un mismo manantial. Dios, que se ama á sí mismo con un amor infinito, ama al hombre con ese mismo amor, y por él el Verbo divino no solo se hizo hombre, sino que quiso ser tenido por el último de los hombres, hasta morir muerte afrentosa de cruz. He aquí que el mismo Jesucristo quiere que sus verdaderos discípulos le imiten, y pone como señal que les ha de distinguir, este amor. «En esto conocerán los hombres dijo a los Apóstoles que sois mis discípulos: si os amáis unos a otros». Tan solo en imitar a Jesucristo tendría el hombre motivos más que suficientes para amar a su prójimo, si el mismo Jesucristo no le hubiera impuesto este amor como precepto. «Un mandamiento nuevo os doy, les decía a los mismos Apóstoles, que os améis unos a otros como yo os he amado». Necesaria es, pues, al cristiano la virtud de la caridad para con su prójimo, para llegar a la cumbre de la perfección, como le es de absoluta necesidad el amor de Dios. Y como uno y otro amor van juntos y San Bruno tuvo el amor de Dios en tan alto grado, de aquí que en el mismo grado poseyó y ejercitó el amor para con sus semejantes. La caridad es, según dice el Apóstol S. Pablo, paciente, es benigna, no es envidiosa, no obra precipitadamente, ni se ensoberbece; no es ambiciosa, no busca sus intereses, no se irrita, no piensa mal, no se alegra del mal de los demás, antes bien se complace del bien de los otros; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera todo lo soporta». Circunstancias todas ellas que se acomodan perfectamente a la práctica de la caridad según la ejercitó continuamente el Santo fundador de la Cartuja, ya sufriendo las injurias de sus enemigos, que eran los enemigos de la Iglesia; ya en su trato dulce y apacible con todos, no envidiando a nadie, obrando en todos sus actos con tino y prudencia, y nunca precipitadamente; jamás se ensoberbeció, por estar muy bien fundado en la humildad; no ambicionó ni buscó sus propios intereses, sino el bien de los demás y la gloria de Dios. Y así como la vida de San Bruno es un ejemplo del amor de Dios no interrumpido, puede asegurarse que toda ella es un continuo ejemplo del desprendimiento de sí mismo y de amor para con sus prójimos. La enseñanza en las escuelas y en la sagrada cátedra, el perdón de sus perseguidores, los prudentes consejos a sus amigos, el amoroso y paternal cariño para con sus hijos espirituales y compañeros a la vez en el desierto, aquel celo que despliega en Roma y en el Concilio de Plasencia en Italia por la salud de las almas interesándose para conseguir esta por medio de la reforma de las costumbres, la milagrosa protección que presta al Conde Roger de Calabria su gran amigo salvándole la vida amenazada por pérfida traición, sus penitencias asperísimas y su continua oración en las que se ofrece a Dios como víctima por la salvación de los hombres ¿qué son todos y cada uno de estos y otros diferentes actos, imposibles de enumerar, sino otros tantos actos de caridad para con el prójimo? Bruno, como fiel imitador de su maestro Jesús, pasó como el divino Salvador por esta vida haciendo bien a sus semejantes.

AFECTOS Y RESOLUCIONES
Mucho se aparta nuestro proceder de los ejemplos que de esta virtud nos ofrece la vida de San Bruno. ¡Cuánta negligencia por nuestra parte en el cumplimiento de los deberes que para con el prójimo nos impone la caridad! ¿Pongo yo todo el cuidado necesario para reprimir en mí toda acción ó palabra que pueda ofender á mi hermano? ¡Oh, cuántos pensamientos de desprecio, cuantos juicios temerarios! ¡cuántos movimientos de cólera, de envidia, de venganza! ¡cuántas palabras ofensivas! Aun en aquellos actos que practicamos en favor, del prójimo, si bien los examinásemos, quizá hallaríamos mezcla de nuestro amor propio; quizá muchos de ellos los ejecutamos por propio interés o por halagar nuestra vanidad. Muchos de estos defectos los evitaríamos si mirásemos en nuestros prójimos la imagen de Dios y viésemos en cada uno de ellos un alma redimida con la sangre de Jesucristo. Misericordiosísimo Jesús, fuente inagotable de caridad: yo os pido vuestra gracia para poder apartar de mí todo cuanto me impida el amar a mi prójimo por Vos; pues si no fuese precepto vuestro, bastaríame imitaros en el amor sin límites que a los hombres tenéis y con ellos a mí mismo; concededme los medios y las fuerzas que me faltan para darme de lleno a la práctica del bien en favor de mi prójimo y al ejercicio constante de las obras de misericordia, a fin de alcanzar la vuestra y con ella la bienaventuranza que a los que las practican tenéis prometida. Amen.



DIA QUINTO
CONSIDERACIÓN
«El temor de Dios es principio de Sabiduría», dice el Santo rey David; y en verdad, que no puede haber más alta sabiduría, ni puede hallarse hombre más sabio que el que busca y encuentra la seguridad de la salvación de su alma, cuya seguridad se halla en el temor santo de Dios; de igual manera que la seguridad de los cuerpos está en el temor de los peligros. Por esto dice Salomón, en el libro de los Proverbios, que es bienaventurado el hombre que vive temeroso, porque este temor le hace solícito en huir las ocasiones. Santo temor que siempre fue el fiel compañero de los grandes siervos de Dios. Del pacientísimo Job dice la Sagrada Escritura que era «varón sencillo y recto, y temeroso de Dios» y los mismos sagrados libros refieren de Tobías el anciano, como en alabanza suya, «que enseñó á su hijo á ser temeroso de Dios». San Pablo en una de sus Epístolas aconseja esta santa virtud diciendo «Obrad vuestra salud con temor y con temblor». Y qué de maravillar es que sea esta virtud tan apreciada por los justos y tan recomendada por el Espíritu Santo, si ella es practicada hasta por los mismos espíritus celestiales? Ante la inmensa map-estad de Dios tiemblan las potestades y cúbranse con sus alas los mas encumbrados serafines. Este santo temor que en los ángeles reconoce como principio el respeto y adoración que deben a Dios, tiene en los hombres, además de este motivo, aquel otro de la inseguridad e incertidumbre de la gracia y de la perseverancia en ella. Lo terrible de los juicios de Dios hacía estremecer al doctor San Jerónimo, quien continuamente tenía en su memoria y le parecía oír resonar la trompeta del juicio final. El mismo temor á los juicios de Dios impulsó á San Bruno á buscar la mayor perfección, movido por aquel espantoso suceso de la condenación eterna del doctor Raimundo, quien llenó de consternación á los que como Bruno asistían á sus funerales, al oír de la boca del cadáver aquellas lúgubres y terribles palabras en tres distintas veces pronunciadas: He sido acusado por el justo juicio de Dios. He sido juzgado por el justo juicio de Dios. He sido condenado por el justo juicio de Dios.

AFECTOS Y RESOLUCIONES
Muévame, Señor mío, á mí también a buscar la mayor perfección la meditación continua de las verdades eternas: la incertidumbre de la hora y el lugar de mi muerte; el rigor de vuestros inapelables juicios; lo terrible del fuego eterno del infierno... ¿Cómo me atreveré yo, miserable pecador, teniendo ante mis ojos tan tremendas verdades, á seguir riendo y holgando, dejando trascurrir los días en vanos pasatiempos? Hora es ya de que vuelto de todas veras á Vos, Señor, pueda decir con el profeta David: «porque temí á tus juicios, no me aparté de la guarda de tus mandamientos». Sea el fruto de este santo temor el arrepentimiento de la vida pasada, y en lo venidero el huir las ocasiones de pecar para alcanzar la perseverancia final. Yo así os lo pido, Dios mío, y seguro estoy que Vos no me negareis vuestra gracia. Divino Jesús: traspasad con el santo temor mis carnes, y enviad desde lo alto la gracia del Espíritu Santo, para que derramando sobre mi alma tan preciado don, imite á los ángeles tributando con profunda humildad y respeto el honor y la gloria que á la grandeza de vuestra majestad se debe. Quede yo al mismo tiempo fortalecido con el don del santo temor de Dios, para que mirando yo mi pequeñez y miseria, desconfié de mí, y desconfiando, huya mejor las ocasiones de ofenderos para más acercarme á Vos que sois «fuerza y firme apoyo de los que os temen». Si, Jesús mío, haced que, creciendo en mi este temor, crezca á la vez la confianza en Vos, para que apartándome de los lazos que me tiende el espíritu tentador, me arroje en vuestros brazos que abiertos para recibirme me mostráis desde la Cruz, y una vez ya en vuestros brazos, Jesús benignísimo, ¿a quién temeré? ¿qué es lo que me hará temblar? Amen.



DIA SEXO
CONSIDERACIÓN
Algunos santos han llamado á la mortificación el amor de Jesús puesto en práctica. Cosa cierta es que el amor se alimenta de privaciones y sacrificios hechos en obsequio de la persona amada, y estas privaciones y sacrificios predisponen el corazón para amar más y mejor y ofrecerse á nuevos sacrificios. Por esto dice nuestro Señor Jesucristo que el mejor de los amores es dar la vida por quien se ama. Satisfacer á la divina justicia por nuestras culpas y enflaquecer las malas inclinaciones de nuestra carne, debilitando y enflaqueciendo la misma carne, que es la raíz de la culpa, es el oficio de la mortificación. Tiende pues la mortificación á sujetar las inclinaciones de la parte sensitiva del hombre que busca los deleites sensuales, dominándolas y refrenándolas, elevando el cuerpo á las regiones del espíritu; y dueño el hombre de los sentidos externos por la mortificación, fácilmente podrá entregarse á mortificar su interior, mortificación mucho mas provechosa y eficaz que la de los sentidos exteriores, aunque sea esta tan necesaria como aquella. La mortificación de la razón y de la voluntad, contradiciendo estas potencias y sujetándolas humildemente, ya á los sucesos contrarios que la divina Providencia envía, ya al parecer y á la voluntad de otro, por Dios, constituyen la negación de sí mismo, condición indispensable impuesta por el divino Salvador á los que quieran seguirle por los caminos de la perfección. «Si quieres ser perfecto, niégate á ti mismo, toma tu cruz y sígueme». La mortificación dispone para la oración; desembarazando el ánimo y aliviándolo del peso de los sentidos ayuda á la contemplación de las cosas sobrenaturales, aumenta la intensidad del amor, pelea contra los enemigos de la ley de Dios y los vence, comunica al alma el gozo espiritual que hace despreciables los goces y deleites del mundo, llega á hacer al hombre semejante á los ángeles, busca el agradar á Dios y sujetarse á la divina voluntad; y cuando va junta con la oración, nos acerca á la divinidad, obra maravillas, y es poderosa para aplacar la justicia divina y para alcanzar de Dios cuanto se quiera. Clamó la voz de Juan Bautista en el desierto, exhortando al pueblo é invitándole á preparar los caminos del Señor y á hacer rectas sus sendas, no por medio de otra virtud, sino por medio de la penitencia: penitencia que él mismo practicó desde sus tiernos años en los desiertos de la Judea. Bruno, tomando por modelo al Santo precursor, huye como él al desierto y allí mora, creciendo en gracia y santidad á los ojos del Señor. Su abstinencia fue rigurosa, el sueño breve y sobre dura cama, prolongadas sus vigilias, ásperos sus vestidos, el silencio continuo, las disciplinas con que castigaba su carne frecuentes y sangrientas, y tuvo por vivienda una celdilla entre riscos y breñas, de espantosa soledad rodeada. Predicó Bruno con su vida la penitencia á los pueblos, y aun hoy sigue predicándola por medio de la austera Orden de que fue padre y fundador. Frutos de esta mortificación fueron en nuestro Santo intercesor una castidad y pureza angélica, una paz y gozo interior incomprensibles para los mundanos, una prudencia más que humana, y un gran poder para con Dios, milagroso en vida y en muerte.

AFECTOS Y RESOLUCIONES
YO confieso. Señor mío, que hasta ahora he vivido muy poco mortificado; y en verdad que vuestros Santos no despreciaron ni la menor ocasión para ejercitar sus sentidos y su espíritu en actos de penitencia. Le bastaba á Bruno fijar su mirada en la imagen de Jesucristo crucificado para moverse á la práctica de esta virtud, ¿por qué no hemos de imitarle nosotros? Busquemos, no los regalos del mundo, sino á Cristo, y á Cristo crucificado. Preparémonos á hallarle mediante actos de penitencia y mortificación; y cuando le encontremos, no nos separemos de Él. Sigámosle, negando nuestra propia voluntad. Queremos seguiros. Señor; ¿pero á donde os seguiremos? ¡Ah!  ya oigo que llamáis, á unos á la casita de Nazaret, para que os acompañen en la vida oculta, humilde y obediente; á otros á la soledad del desierto, para que os sigan en los rigurosos ayunos, y en las tentaciones. A estos al huerto de Getsemaní, para que prueben con Vos del amargo cáliz de la desolación; y á otros para que os acompañen en las afrentas, oprobios é injusticias de que fuisteis víctima en la pasión, ó en vuestra agonía y muerte de la cruz. Señor, gustoso os seguiré-á donde quiera que me llaméis; porque no quiero que se cumpla mi voluntad, sino la vuestra; y á este fin encaminaré todas mis privaciones voluntarias y aceptaré todas las contrariedades que vuestra divina Providencia me envié, ya que no con alegría como debiera, al menos con resignación y conformidad. Divino Jesús, Cordero inmaculado sacrificado por mis pecados, á Vos acudo pidiendo me concedáis la virtud de la mortificación, para ofrecerme al Padre Eterno junto con Vos en expiación de mis culpas. Concededme, Señor, también resolución firme de castigar mis sentidos como medio de evitar el pecado y de negar mi propia voluntad, á fin de conformarme en un todo con la vuestra, aspirando á la perfección de la vida cristiana. Vos, Dios mío, desde la cruz me estáis llamando á penitencia, y yo con el auxilio de vuestra gracia quieres seguiros y no parar hasta esconderme dentro de vuestras sacratísimas llagas, testimonio patente de vuestra voluntaria mortificación y trofeo glorioso de vuestra pasión sacratísima que aun ostentáis y por eternidad de eternidades ostentareis entre los resplandores de vuestra gloria. Amen.



DIA SEPTIMO
CONSIDERACIÓN
La oración es arma poderosa en manos del cristiano, de la que puede servirse con grandísimo provecho en la lucha que ha de sostener en esta vida contra sus formidables enemigos: mundo, demonio y carne. Sírvele en el combate de escudo que le pone á cubierto de los dardos del contrario, y como espada con la que le hiere y ahuyenta. Tan necesaria es la oración al alma para perfeccionarse y para sostenerse en las alturas de la perfección alcanzada, como lo es el alimento al cuerpo para conservar su fuerza y vigor. Que «es menester siempre orar, y nunca desfallecer», lo dice repetidas veces el Santo Evangelio. Sin desfallecer, pues, y con confianza debe continuamente orar el cristiano; porque la oración hecha con las debidas disposiciones es seguro medio de alcanzar la gracia y eficacísima en sus resultados. Peleaba el ejército de Israel contra Amalee y oraba entre tanto Moisés en la cumbre de la montaña con los brazos levantados. Mientras Moisés tenia los brazos en alto, vencía Israel; si los bajaba, avanzaba en el combate Amalee. Cansado Moisés, hizo que le sostuviesen los brazos levantados, y Amalee fue por fin derrotado. Triunfó Israel por las oraciones de Moisés, como triunfa siempre de sus enemigos el alma que se acoge á la oración. Cual otro Moisés, el Patriarca San Bruno oraba desde los montes de la Cartuja y desde los montes de la Calabria por la confusión y derrota de los enemigos de la Iglesia y de los enemigos de la salvación de las almas. Su ocupación constante puede decirse que era la oración. La meditación de la santa ley de Dios era continua; con propiedad podía Bruno repetir con el Real Profeta: «porque amé tu ley, Señor, todo el día es el objeto de mi meditación». ¡Qué fervor el del piadoso anacoreta Bruno al recitar en medio de la espléndida naturaleza del desierto el oficio divino! ¡Cómo penetraban las sentencias de los sagrados libros en su corazón alejado de todo cuidado mundanal! ¡Cómo escucharía Dios las palabras y los afectos de aquella alma tan pura y fervorosa! Levantabas á media noche á cantar las divinas alabanzas, y el sol del nuevo día le sorprendía en la oración. ¡Oh y que espíritu el de nuestro amado Santo! ¡Cómo se revela su unción en los escritos que dejó fruto de sus meditaciones y de su oración! A él se atribuye, como devotísimo de la Madre de Dios, el prefacio que la Iglesia canta en las festividades de Nuestra Señora; él comentó los salmos de David, de los que hacía constante uso en sus plegarias, y las Epístolas de San Pablo, que le servían como norma de su vida. Su ministerio principal al retirarse al desierto fue la oración, y la oración es la ocupación casi no interrumpida de sus hijos los Cartujos, que imitando á los serafines y querubines que de continuo asisten ante el trono del Señor, se emplean en tan altísima ocupación en torno del Sagrario noche y día. ¡Oh glorioso San Bruno: ya que ahora estáis ante el trono de Dios ejercitándoos en tan santísimo ministerio como en este mundo practicasteis, interceded por nosotros, rogad por los que os invocan!

AFECTOS Y RESOLUCIONES
Muy obligado estoy. Señor, á la oración, ¡pero cuan olvidado ando de ella! Como el pobre y el mendigo acuden al rico, así tengo necesidad de acudir yo á Vos, Señor mío, porque son muchas las necesidades que afligen á mi espíritu y á mi cuerpo. Si la presencia de Dios fuese en mí continua como lo fue en los Santos y corno lo es en los justos nunca cesaría yo de orar, y las alabanzas del Señor siempre las tendría en mis labios. Vuestra santa ley y los beneficios recibidos debían ser el constante objeto de mi meditación. Aun las pocas veces que invoco vuestro Santo Nombre, Dios mío, ¡cuánta es mi frialdad y mi tibieza! confieso que mi oración se reduce las mas de las veces á pronunciar palabras vanas, y aun estas interrumpidas con muchas distracciones é imaginaciones inoportunas; ¿cómo quiero, pues, ser atendido? ¡Oh, si orase como se debe orar! Si mi plegaria estuviese hecha con humildad, enderezada á fin recto y con perseverancia, ciertamente. Señor, no me desatenderíais; porque palabras vuestras son: «pedid y recibiréis; buscad y encontrareis; llamad y se os abrirá!» Jesús mío: con grandísima confianza acudo á Vos pidiendo el espíritu de oración; porque siendo sin número mis necesidades, para las que no puedo hallar remedio fuera de Vos, sucédeme muchas veces que puesto ante vuestra divina presencia no tengo palabras en mi boca que deciros á causa de la sequedad de mi corazón; caiga sobre mí vuestra gracia, como cae la lluvia benéfica sobré tierra árida y seca, y brotarán de mi interior santos afectos y deseos; y entonces de la abundancia del corazón hablará la boca palabras de confianza pidiendo vuestra ayuda, y palabras de reconocimiento en acción de gracias; y aun entonces suplid, Jesús mío, con vuestros méritos infinitos, lo que á mi pobre oración falte, y de este modo será acepta al Padre Celestial, á quien con Vos y con el Espíritu Santo se debe y sea dada toda alabanza por toda la eternidad. Amen.



DIA OCTAVO
CONSIDERACIÓN
Hay algunas virtudes en los Santos que más bien son para ser admiradas que para ser imitadas; una de estas es la contemplación, en la que por permisión divina alcanzaron algunos siervos de Dios grado tan alto, que no es posible llegar á él sin un especialísimo don del Cielo. Así el Apóstol San Juan, que arrobado en éxtasis vio tan misteriosos arcanos como dejó escritos en su Apocalipsis; así San Pablo, que arrebatado al tercer cielo, se le dieron á conocer de extraordinario modo «cuales cosas tiene Dios preparadas para aquellos que le aman»: tales, «que ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó á hombre por pensamiento». Seguían las turbas á Jesús, pero el número de sus Apóstoles era contado; y aun entre estos, solo tres, por El mismo escogido, merecieron la dicha de acompañarle al Tabor y presenciar su gloriosa Transfiguración. Privilegio es este, el de la contemplación, que no suele Dios otorgar sino á almas profundamente humildes; pues á los humildes les son reveladas muchas cosas que están escondidas á los prudentes y á los sabios del siglo. Concedida fue por Dios á San Bruno la gracia de tener muy elevada contemplación; premio, sin duda, de su profunda humildad. Desprendido de sí mismo, sus talentos y su ciencia adquirida por un constante estudio los pone al servicio de Dios; nada quiere para su propio provecho temporal. Asi es que no proponiéndose otro fin en sus estudios desde su juventud, sino el buscar á Dios, llegar á comprender, en cuanto en lo humano cabe, los abismos de su grandeza, de su bondad, de su sabiduría, y de su misericordia, hizo grandes progresos en la ciencia divina; y como hermano con esta la oración, la penitencia, y una gran pureza de corazón, virtudes que asentó sobre un profundo abatimiento y humillación de sí mismo, su espíritu ayudado de la gracia divina pudo remontarse cual águila á las sublimes regiones de lo sobrenatural, y allí dilatarse en suaves deliquios de amor. En esta continua comunicación con el Cielo, Bruno, que más parece espíritu celestial que ser humano, acumula méritos sobre méritos, y recibe de las manos de Dios nuevas riquezas, inmensos tesoros; y cuanto más se le da a conocer la grandeza de Dios, mejor comprende la miserable pequeñez del hombre; y cada paso que da Bruno en la contemplación, es otro paso que avanza en la humildad. ¡Dichoso y privilegiado Santo, á tan alto estado llamado aun en la vida, y que tan bien supo corresponder!

AFECTOS Y RESOLUCIONES
Admiremos y alabemos á Dios, que quiere ser glorificado en sus Santos, y démosle gracias por darnos tan grandes intercesores como Bruno, que desde el Cielo ruegan por nosotros. Y entre tanto, como pobres pecadores que somos, y muy faltos de humildad, busquemos á Cristo, no en el Tabor, sino en el establo de Belén, ó en la cumbre del Calvario, donde podemos contemplar y aprender á la vez la divina ciencia de la humildad, porque quiere el divino Maestro que aprendamos de Él, no á hacer milagros, no cosas elevadas, que En las concede solo á aquellos á quienes le place por sus altos é inescrutables designios, sino la humildad. «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón», nos dice El mismo. ¡Oh divino Maestro; y cuan fácil y asequible es vuestra doctrina! A todos llamáis, á todos invitáis, aun á los más pequeños. ¿Por qué no os siguen los hombres? ¿por qué no os sigo yo? Jesús mío y Maestro mío: postrado me tenéis como María la hermana de Marta á vuestros pies, para escuchar de vuestros divinos labios los sublimes y a la par sencillos consejos de humildad y mansedumbre que me dais, con los continuos ejemplos de vuestra vida. Vasto campo para la contemplación me ofrece vuestra sacratísima humanidad. Sean aquellos vuestros ejemplos mi constante estudio, porque este fue el camino por donde comenzaron los grandes santos. Imítelos yo, y con ellos á Vos en la virtud de la humildad; y seguro estoy, Señor mió, que si yo os busco en las humillaciones, os hallaré después también en la gloria que preparada y prometida tenéis a vuestros discípulos, en cuyo número. Señor, os pido que me contéis. Amen.



DIA NOVENO
CONSIDERACIÓN
Hemos meditado en cada uno de los días precedentes, alguna de aquellas virtudes en que, entre otras muchas, mas sobresalió el Santo fundador de la Cartuja. La Fe, que ilustra la razón con las verdades sobrenaturales reveladas por Dios, la Esperanza, que llena los deseos de la voluntad con la seguridad de alcanzar un bien que de presente no se tiene, y la Caridad, que trocando los deseos en afectos, se complace con la posesión del bien amado. El temor, que acerca á Dios, haciendo huir del peligro de perderle. La mortificación, que espiritualiza al hombre sujetando los sentidos. La oración, por la que el hombre se comunica con su Creador; y la contemplación, que da entrada al espíritu en las elevadas regiones de la divinidad. Pero todas y cada una de estas virtudes necesitan ir acompañadas de otra que les sirve como de complemento, y es la perseverancia; porque escrito está que la corona no es para el que comienza, sino para el que acaba. Aquella constancia y firmeza en el ejercicio de la virtud, tan seguras y arraigadas, que no hay medio alguno humano que haga retroceder en el camino comenzado al que la práctica, es lo que da el triunfo. La perseverancia es la que aseguró la palma y la corona á tantos y tantos mártires como cuenta la Iglesia de Jesucristo. Ni los halagos y promesas, ni los tormentos más crueles, ni la misma muerte, hicieron retroceder á aquellos ilustres campeones de la Fe. La perseverancia acompañó también á Bruno en toda su carrera, desde el principio hasta su fin. Bien presenté tuvo aquella máxima del Salvador: que el que pone la mano en el arado, y vuelve la vista atrás, este no es apto para el reino de los Cielos. Su energía de carácter y fortaleza de ánimo las desplegó constantemente en no doblegar su voluntad, ni á los halagos de la carne, ni á los atractivos del mundo, ni á las instigaciones del maligno espíritu, á los cuales venció constantemente con la perseverancia en las virtudes. Por esto halló la justa recompensa al llegar al término de sus días, recibiendo en la Gloria de manos de Dios el premio de su constante perseverancia.

AFECTOS Y RESOLUCIONES
Señor: veo lo muy necesaria que me es á mí también la virtud de la perseverancia; sin ella, de nada me aprovecharía el comenzar; pues si yo no prosigo en el camino comenzado, no llegaré al fin que me propongo, que es serviros y amaros en esta vida, y veros y gozaros en la otra. ¿Y quién me dará fuerzas para proseguir? Solo Vos, Señor, porque verdaderamente que sin vuestro auxilio ni aun siquiera puedo pronunciar vuestro santísimo nombre. Por mi parte, Señor Dios mío, estoy dispuesto á perseverar; concededme el auxilio que necesito. Yo os ofrezco desde ahora los diferentes actos de cada virtud que pudiera hacer, para que me concedáis la constancia en la misma virtud, ya que en la constante práctica de ellas está la perseverancia; y esto aunque me cueste esforzarme; pues ya se que el Reino de los Cielos lo tenéis. Señor, prometido á los que se hacen violencia; pero como el medio más eficaz para alcanzar todas las virtudes, es pedíroslas á Vos, á la oración me acojo como medio segurísimo de conseguir la preciada virtud de la perseverancia. Así lo practicó nuestro Santo protector; y por estos medios espero. Dios mío, que me la concederéis á mí también. Preciosa fue á los ojos de Dios la muerte de San Bruno. Durmióse en el Señor, en dichoso y apacible sueño, y desligada su alma de los lazos de la carne voló á entrar de lleno en el gozo de la Gloria. Grandes alegrías debieron recibir los Ángeles, Santo bendito, cuando os vieron entrar en el Cielo', mas luego os dirían: Amigo, subid más alto. Lo mismo debieron deciros los Arcángeles, los Principados, las Potestades, las Virtudes, las Dominaciones y los Tronos, y aun los mismismos Querubines. Los Serafines os recibieron en su coro. Ahí, glorioso Santo, estáis ardiendo en amor de Dios y gozando para siempre de su vista. Ahí estáis recreándoos en el abismo de la esencia divina. Ahí, en el coro de los Serafines, resplandecéis entre otros esclarecidos Bienaventurados, como astro de erran magnitud. Glorioso Patriarca San Bruno, ruega por nosotros. Mira ¡oh estrella brillantísima! desde esas alturas de tu gloria con favorable y benigna mirada, no solo á tus hijos, en los que vive aun tu espíritu de soledad, silencio, penitencia, oración y contemplacion elevadísima, con todas las demás virtudes de que estuvisteis adornado, sino también a tus devotos, que, admirados de tanta luz como irradia tu clarísima santidad, pedimos tu intercesión á fin de alcanzar gracia para imitarte aquí en este suelo y después verte en la celestial Jerusalén. Divino Jesús, así sea.





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