NOVENA A JESÚS CRUCIFICADO EN SU ADVOCACIÓN DEL
SEÑOR DE LA SALUD
SEÑOR DE LA SALUD
Cuya milagrosa
Imagen se venera en la Parroquia de San Miguel Arcángel de la Ciudad de León,
Guanajuato, México.
1912
ACTO DE CONTRICIÓN
Amadísimo
Redentor mío, que pendiente de la cruz estás derramando gracias sin cuento en
favor de los pecadores, y que no deseas otra cosa, sino que vengan a recibir de
tus manos los dones de tu bondad; veme aquí en tu presencia confundido por la
ignominia de mis iniquidades, pero atraído por tus llamamientos y confiado en
tus misericordias. Permíteme que con la mujer pecadora derrame en tus pies las
lágrimas de mi arrepentimiento; los bese sin cesar como a los pies de mi
Salvador, y los enjugue con los afectos de mi corazón. Me pesa de haberte ofendido
con tan enormes pecados, cuyo número y
malicia tú conoces perfectamente. Los horrores de la muerte me siguen por todas
partes; pero tú estás aquí para darme la vida y dármela con abundancia; por eso
vengo a tí, para impetrar tu gracia y tu salud. ¡Oh Dios mío! ya no más pecar. Sálvame
porque estoy enfermo: di a mi alma yo soy tu salud, y tus palabras de vida eterna me colmarán de bendiciones; me regocijaré bajo
la cubierta de tus alas de piedad y
protección; y quedaré adherido
a tí porque tu diestra me recibió.
Cría en mí un corazón puro, y
renueva en mis entrañas un espíritu recto, para que, con un propósito firme y eficaz, persevere en tu santo servicio hasta la
muerte. Amén.
DIA PRIMERO
La
gloriosa Virgen Santa Gertrudis, esposa muy amada de Nuestro Señor Jesucristo, oyó
un día que el Divino Salvador le enseñó esta doctrina, diciéndole: ''que cuando
uno mirare la imagen de este Señor crucificado, había de imaginarse que su
Divina Majestad le decía: ya vez como por tu amor estoy llagado en la
cruz-, pues si fuere necesario por tu salud, quisiera padecer por ti
solo, todo lo que padecí por todo el mundo. A tal extremo llega el
amor que nuestro Divino Redentor nos tiene. No solamente podemos decir con San
Pablo:
Cristo
murió por todos; sino que cada quien puede exclamar con el mismo
Apóstol -Jesús me amó y se entregó a sí mismo por mí: y aun
podemos añadir conforme a la revelación de Santa Gertrudis: si fuere
necesario para nuestra salud, Jesucristo padecería por cada uno
de nosotros, todo lo que padeció por todo el mundo. ¿Y por tanta
caridad y amor, no merece ser amado un tan fino amante de nuestras almas, como
lo es Jesucristo Señor Nuestro? Mas lejos de ser correspondido, nuestro Divino
Salvador, como merece, no recibe de nosotros sino olvido criminal, desprecio,
ultrajes, por la continua infracción de su santísima ley. ¿Qué hacer con
nuestro Dios tan ofendido? Corramos, por tanto, á desagraviar a nuestro Dios y
Señor que tanto nos ha amado. Corramos á desagraviarlo con el corazón contrito;
y humillados profundamente en su presencia, rindámosle nuestros homenajes de
reconocimiento, nuestros votos de gratitud, y la correspondencia de nuestro
amor.
DEPRECACIÓN
"El
Señor de los poderíos con nosotros; nuestro amparador el Dios de Jacob."
Padre nuestro y Ave María.
"Conviértenos,
Dios, Salvador nuestro, y aparta tu ira de nosotros."
Padre nuestro etc.
"Muéstranos,
Señor, tu misericordia y danos tu salud."
Padre nuestro etc.
"Como
los ojos de la esclava en manos de su Señora; así nuestros ojos al Señor Dios nuestro,
hasta que tenga misericordia de nosotros."
Gloria…
ORACIÓN PARA EL DIA PRIMERO
¿Cómo es
posible amadísimo Dios nuestro, que tengamos gratitud para el más
insignificante de nuestros bienhechores, y sólo para tí que diste 1a vida por
nosotros, no tengamos el menor reconocimiento, ni queremos obedecer tus
preceptos? Perdónanos, Señor, tan monstruosa ingratitud. Siendo tú nuestro
Criador, te hemos despreciado prefiriendo a las criaturas: nos pesa de haberte así
ofendido, y queremos de hoy en adelante servirte y amarte con todo nuestro
corazón,
con toda nuestra alma, y con todas nuestras fuerzas, porque tú eres nuestro
Dios, y para este fin nos criaste y redimiste. Concédenos tu gracia y la
perseverancia final, y seremos eternamente felices. Amén.
GOZOS
Oh mi
Jesús adorable
¡Por mi
amor puesto en la cruz!
Seas
bendito y alabado
Señor Dios de mi salud.
Todo
fiel a tí ha venido
Con
reverente confianza,
Y nunca
salió fallido
Su
fervor y su esperanza.
Auxilias
al desgraciado
Con
paternal prontitud.
Vemos en
tí nuestra egida
En
penosas amarguras;
Tu
sangre nos da la vida,
Y con
tus llagas nos curas.
Tanto
así nos ha cuidado
Tu
eficaz solicitud.
Tu das
gozo al penitente,
Al que
te habla das consuelo;
El que
está contigo, siente
La
alegría de todo el cielo.
A todo
el que te ha invocado
Diste la
paz y quietud.
Al débil
le das aliento,
Al
enfermo sanidad,
Al que
está triste, contento,
Al
pecador santidad.
Prometes
feliz reinado
Al que
viva en rectitud.
Condolido
de tus hijos
Cuando
los miras llorando,
En ellos
tus ojos fijos,
Los
abrazas sollozando.
¿Quién
jamás ha ponderado
¿De tu
amor la magnitud?
Escucha
tú mi gemido,
Los
clamores de mi voz;
Te pido
cual desvalido,
Protégeme
como Dios.
Mi pecho
se ve alentado
Al mirar
tu excelsitud.
Sed ardiente
como fuego
Tienes
de nuestra ventura,
Y tu sed
se calma luego
Con
nuestro llanto y ternura.
Danos
horror al pecado
Y a su
amarga esclavitud.
En mi
postrimer momento
Mírame
con indulgencia,
Para
sentir el portento
De tu
amor y tu clemencia.
Por tu
mano sea llevado
A la
eterna beatitud.
ORACIÓN FINAL
Te
rogamos Señor Dios nuestro, que concedas a tus siervos gozar de una perpetua salud
de alma y cuerpo, y que, por la gloriosa intercesión de la Inmaculada siempre Virgen
María, nos veamos libres de la presente tristeza y gocemos de la eterna alegría.
Por Cristo Nuestro Señor. Amen.
DIA SEGUNDO
Los
males que padecemos, dice un Santo Padre, los han merecido nuestros pecados. Esta
verdad es tan cierta, que está apoyada y sostenida con mucha frecuencia en
varias partes de la Santa Escritura. Así, el Espíritu Santo nos dice: El
fuego, el pedrisco, el hambre y la muerte, todas estas cosas fueron criadas
para venganza. Los dientes de las bestias fieras, y los alacranes
y serpientes, y espada vengadora, para exterminio de los impíos. Demás
de esto, muerte, sangre, contiendas y espada, opresiones, hambre y
quebranto y azotes, para los malos fueron criadas todas estas
cosas, y por ellos vino el diluvio. Las terribles inundaciones, los
incendios voraces, los terremotos, la peste y la guerra, la escasez de
recursos, la carestía de los víveres, todo esto es motivado por los pecados con
que hemos ofendido a la Majestad soberana. ¿Sufrimos el rigor de los azotes de
la venganza divina? Pues hay un medio poderoso con que lograremos conjurar
tanto mal y aplacar la justicia de Dios. Este remedio es la sincera penitencia,
la penitencia verdadera. El Señor está dispuesto a perdonarnos, sí arrepentidos
de corazón, imploramos su misericordia. Levantémonos y vengamos al Señor de la
Salud, a tan amable Señor que siempre ha sido nuestro consuelo en las
tribulaciones. Acerquémonos al trono de la gracia y del perdón, a Jesús
crucificado, é imploremos la virtud omnipotente de su preciosa sangre derramada
en la cruz para ablución de nuestras manchas. Acerquémonos al sacramento de la
penitencia para que Jesucristo nos aplique el valor infinito de su preciosa
sangre y de esta macera quedaremos reconciliados con Dios.
Deprecación
como el día primero.
ORACIÓN
¡Amadísimo
Salvador nuestro! Cuánto hemos merecido sufrir todos los castigos con que nos
amenazas, y que, solo por tu infinita bondad has permitido que nos
hieran.
Tú nos das tiempo para que hagamos penitencia y para que no caigamos en poder
de tu justicia airada. Pues aparta tu rostro de nuestros pecados: y
borra todas nuestras iniquidades. Vuélvenos la alegría de tu salud: y
confórtanos con un espíritu principal. Haz de nosotros unos verdaderos
penitentes y quedemos abrasados con tu misericordia, antes que castigados por
tu justicia. Amén.
DIA TERCERO
Jesucristo
para darnos la salud eterna en medio de clamores y de lágrimas; pendiente su
cuerpo virginal de durísimos clavos derramando torrentes de sangre de todas sus
heridas, y siendo injuriado en sus mismos tormentos, no pidió justicia sino
clemencia no venganza, sino misericordia, y por eso exclamó con todo el fervor
de su alma -Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen con
esta suplica afectuosa implora de su Eterno Padre el perdón para sus mismos verdugos,
y lo implora con tanto interés que en su oración no usa de otro nombre que el de
ladre, porque sabe que su Padre nada negara a quien es su Hijo muy amado, en quien
tiene todas sus complacencias. Con esta súplica, además, nuestro Divino Salvador
implora el perdón para todos los pecadores; y lo hace con tanta caridad, que, a
la eficacia de su oración reverente, agrega el grito de su preciosa sangre que
con instancia pide misericordia, el grito de todas sus llagas que son como
otras tantas bocas que están pidiendo perdón por nuestros pecados. De aquí es
que, por más pecadores que hayamos sido, no hay que desesperar, si de veras nos
convertimos al Señor "Si alguno pecare, dice San Juan, tenemos por Abogado
con el Padre a Jesucristo el justo. Y él mismo es la víctima de propiciación
por nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino también por los de todo
el mundo"
Deprecación
como el día primero.
ORACIÓN
¡Eterno
Dios y Señor! ¿Quién duda que atenderás a la súplica de tu santísimo Hijo para perdonar
nuestras iniquidades? Él te ruega no solamente con su corazón y con sus labios,
sino también con su lengua amargada por la hiel, con sus ojos moribundos y
ensangrentados, con su cabeza coronada de espinas y con su sangre preciosa que está
vertiendo de todas sus heridas. En virtud de esta víctima sacrosanta, cuyos
ruegos fueron oídos por su reverencia, el Centurión se convirtió,
confesando a Jesucristo por el verdadero Hijo de Dios, y el pueblo que
presenció la escena sangrienta del Calvario, se volvió a la ciudad, dándose
golpes de pecho. Por los méritos infinitos de tu santísimo Hijo, danos
sentimientos de verdadera penitencia, mediante los cuales consigamos nuestra salvación
eterna. Amén.
DIA CUARTO
Admirable
es la misericordia de Jesucristo, recibiendo a la Magdalena arrepentida y perdonándole
todos sus pecados. Es admirable la misericordia de Jesús, que después de que
Pedro su discípulo tan favorecido le negó hasta con juramento, el divino
Salvador, compadecido del Príncipe de los Apóstoles, se dignó dirigirle una
mirada compasiva, que vino a ser el origen de su maravillosa
conversión.
Muy admirable es la misericordia de Jesús, quien, oyendo la confesión del buen
ladrón arrepentido, del patíbulo de la cruz lo transportó al Paraíso. Mas
cuando vemos que Jesús recibe a Judas que trae el corazón lleno de malicia y de
perfidia; cuando en los momentos en que Judas se acerca a entregar a su divino
Maestro, escuchamos estas palabras de Jesús: amigo a qué has venido, cuando
vemos que Jesús rehúsa el beso sacrílego que el pérfido discípulo le da, como
señal que dió a los que le iban a aprehender; aquí se ve como de bulto que la
misericordia de Jesús no tiene límites. Judas cambia el símbolo de la amistad
en señal de traición y alevosía, y Jesús le dice: Judas, con un beso
entregas al Hijo del hombreé Judas ve en Jesucristo su mayor
enemigo, y Jesucristo para convertirlo, se digna darle el tratamiento de
amigo. Judas no hace caso de las suavísimas reconvenciones del Salvador, y
Jesucristo insiste en atraerle a sí, por medio de la dulzura y de la
mansedumbre. ¡Oh misericordia de Jesús, digna de infinitas alabanzas y de
eternas bendiciones! El rostro inmaculado del Cordero divino, dice San
Bernardo, repele el contacto de los labios impuros de Judas. Jesucristo no se
aparta, ni muestra su rostro severo, ni retira su frente, sino que sale al
encuentro del pérfido, se acerca a él, le abraza y recibe su beso. ¡Oh! cuán hermoso es contemplar a Jesús abrazando
al traidor para convertirlo! En cuanto a mí, dice el P. Ventura, "confieso
que el beso que Jesús concede a Judas, me habla de la misericordia divina mucho
más que la mirada amorosa que arroja sobre Pedro; más que el perdón que otorga
a la Magdalena y más aún que el paraíso abierto al malhechor." Lloremos
con Jesús, contemplando esta escena de amor y de ternura. Mesclemos nuestras
lágrimas con las de Pedro penitente. ¡Oh venturosas lágrimas! Ellas serán el
bálsamo que cicatrice nuestras heridas, el baño que limpiará nuestras manchas, la
salutífera medicina que curará nuestras enfermedades.
Deprecación
como el día primero.
ORACIÓN
Oh Dios,
que conoces que, por nuestra humana fragilidad, rodeados como nos hallamos de
tantos peligros, no podemos subsistir, danos la salud de alma y cuerpo, para que
venzamos con tu ayuda las contradicciones que continuamente experimentamos por
nuestros pecados. Por Nuestro Señor Jesucristo que contigo vive y reina en
unidad del Espíritu Santo, Dios por todos los Siglos de los siglos. Amén.
DIA QUINTO
¡Oh
admirable dignación de tu piedad para con nosotros! ¡Oh inestimable dilección de
caridad! ¡Para redimir al siervo, entregaste a tu Hijo! En estas sentidas
expresiones prorrumpe la Santa Iglesia para bendecir y alabar al eterno Padre,
y para darle gracias por el imponderable beneficio de la redención. El hombre
pecó, y no teniendo caudal suficiente para reparar la injuria hecha a Dios por
la infracción de su precepto, se tuvo por perdido eternamente; porque
necesitando dar a Dios una satisfacción infinita, como necesitaba igualmente
ser Dios, lo cual era imposible. El Eterno Padre, compadecido del estado deplorable
en que, por el pecado, cayó el primer hombre a quien había criado para el
cielo, resolvió que su Hijo Dios se hiciera hombre, y que, tomando la naturaleza
humana con todas sus miserias, menos el pecado, y representando al hombre
pecador, hiciera la redención de una manera plenamente satisfactoria a su
justicia divina. El inescrutable misterio de la Encarnación se realizó; la
humanidad fué unida hipostáticamente a la Divinidad, y Jesucristo Dios y hombre
verdadero, hizo la redención dando a Dios, como hombre, una perfecta
satisfacción
por el pecado del hombre, y como Dios, elevando dicha satisfacción a un valor
infinito. ¡He aquí la pintura viviente de la misericordia de Dios! Con razón el
Apóstol San Juan, enajenado de admiración exclama: de tal manera amó Dios al
mundo, que nos dio a su Hijo unigénito. El Eterno Padre no vio con
indiferencia nuestra desgracia, y para salvarnos no pudo hacer cosa más
admirable que darnos a su Santísimo Hijo, quien nos abrió las puertas del
cielo.
¡Cuán
elocuente es la Santa Iglesia en los majestuosos y encantadores oficios del
sábado de Gloria! El Diácono se acerca para hacer la bendición del Cirio
pascual, la cual practica con una solemnidad extraordinaria. Desde luego entona
la maravillosa y sublime Angélica, propia del genio de San Agustín; y
refiriendo la caridad con que Jesucristo pagó al Eterno Padre la deuda por
nuestros pecados, y la bondad de Dios en darnos tal Redentor, en medio de tanta
melodía canta como arrobado: ¡O mira circa nos tuae pietatis dignatio! ¡O
inaestimabilis dilectio charitatis!
servum redimeres Filium tradidisti. ¡Oh admirable dignación de tu
piedad para con nosotros! ¡Oh inestimable dirección de tu caridad! Para redimir
al esclavo entregaste a tu Hijo.
Deprecación
como el día primero.
ORACIÓN
¡Eterno
Dios y Señor! La caridad de tu santísimo Hijo al redimirnos fué tan grande, que
murió no solo por sus amigos sino aun por sus mismos enemigos, a fin de que todos
los hijos de Adán fuesen redimidos y para todos quedasen abiertas las puertas
del cielo. Por esta infinita caridad de nuestro divino Redentor te pedimos que
nos apliques los méritos de esta redención, para que, haciendo tu santísima
voluntad, merezcamos conseguir la vida perdurable. Amen.
DIA SEXTO
Entrando
Jesús al huerto de Getsemaní, su alma santísima sintió una tristeza tan
grande
que pudo haberle causado la muerte; y esta tristeza mortal la manifestó a sus
discípulos diciendo: mi alma está triste hasta la muerte. De esta
manera, Jesucristo "instruye a sus discípulos con sus palabras, los
edifica con su ejemplo, los consuela con el espectáculo de sus penas, y los
santifica ofreciéndose por ellos" y por los pecadores de todo el mundo. No
dijo yo estoy triste, porque el yo significa la persona del Verbo
que siendo Dios no puede estar sujeto a ninguna pasión; sino que dijo: mi
alma está triste, mostrando con esto, dicen los Santos Padres, que
Jesucristo padeció en su humanidad para desagraviar a la Divinidad ofendida por
el pecado. Esta tristeza le fué ocasionada, no solamente por la representación
de todas las penas que tenía que sufrir para redimirnos, pues como hombre
verdadero, estas penas le fueron muy amargas; sino por la ingratitud de los
nombres que después de redimidos habían de seguir ofendiendo a la Majestad Soberana
Principalmente siente esta tristeza
mortal
por las gravísimas ofensas inferidas a su Eterno Padre, por lo cual se postró en
tierra pegando su rostro con el polvo para satisfacer a Dios ofendido por hombre
que no es más que polvo. En medio de tanta humillación, suplica con instancia a
su Eterno Padre que aparte de él aquel cáliz de amargura, pero sometiéndose
siempre a su santísima voluntad. Y se apareció mi ángel del cielo que
lo confortaba, y este ángel le significó, dice San Ambrosio, que su muerte
estaba decretada para la salud del mundo y para la gloria de Dios. Jesús
entra en una terrible agonía; y el peso de nuestros pecados que cargó sobre si
para satisfacer por ellos y aplacar la ira de Dios le hizo sudar sangre en
abundancia, Y fué su sudor como gotas de sangre que corría hasta la tierra.
Ved pues el horror que Dios tiene
al pecado por la malicia que esta encierra pues de esta manera trató a su mismo
Hijo que siendo impecable por naturaleza no tenía más que el traje de pecado la
ofensa de Dios produjo en el corazón de Jesús una contrición tan grande, que le
hizo derramar sangre por todos los poros de tu cuerpo para darnos la eterna
salud. Transportémonos en espíritu al Huerto de Getsemaní al valle del aceite,
de ese aceite de misericordia que está manando del Corazón de Jesús para curar
nuestras heridas volemos al jardín de las Olivas, árboles que representan la
paz, esa paz que Jesús vino a establecer entre Dios y el hombre. Allí es cucharemos
en silencio los gemidos del corazón de Jesús, seremos testigos da la tristeza del
alma de Jesús, y seremos bañados y limpios con su preciosa sangre.
Deprecación como el día primero.
ORACIÓN
¡Dulcísimo
Jesús Salvador nuestro! Hoy que el manantial precioso de tu misericordia se
abre para derramarse sobre nosotros, concédenos que renunciemos a nuestros
vicios, purifiquemos nuestras almas con lágrimas de penitencia y recojamos la
gracia que corre abundantemente de tu oración en el
Huerto,
de tu agonía y del sudor de tu preciosa sangre. Aplícanos los méritos de esa sangre
divina, de la cual, "una sola gota es suficiente para lavar a todo el
mundo, por monstruosas que sean sus ingratitudes." Ella, sin duda nos
transformará en vasos de elección y de gloria, dignos de tus complacencias y de
tu amor.
DIA SEPTIMO
Tres
circunstancias notables contribuyeron en el Calvario para que el buen ladrón se
convirtiera, según el P. Ventura.
la. Que
al "ser Jesús crucificado, cuando los verdugos dieron el primer martillazo
en el clavo que traspasó su mano derecha, salió su sangre divina y salpicó el
cuerpo de Dimas.
2a, Que,
al ser levantadas las cruces, la del buen ladrón quedó colocada de tal suerte, que
su cuerpo quedó cubierto con la sombra del cuerpo sacratísimo de Jesús.
3a. Que
á Dimas le tocó estar al lado derecho del Redentor, en el mismo lado que estaba
su santísima Madre, quien teniendo presente la benevolencia y cariño con que Dimas
lo trató, en el encuentro que tuvo con la santísima Señora y su tierno niño, en
la huida a Egipto, le correspondió tal favor, rogando por él para que se
convirtiera verdaderamente a Dios.
Por
estas tres circunstancias la conversión de Dimas fué asombrosa, pues de
facineroso pasó a ser penitente, de hombre escandaloso, á ejemplar, de
indiferente é infiel, á creyente fervoroso. Por lo cual San Juan Crisóstomo exclama:
"¡Oh hombre afortunado! ¡Oh hombre diestro! Ni aún pendiente de la cruz has
olvidado tu antigua profesión de ladrón, pues que en pocos instantes
conseguiste arrebatar el reino eterno." Cuando Dimas oyó que su compañero blasfemaba
de Cristo diciendo: ¿si tú eres el Cristo, sálvate á tí mismo y a nosotros,
le dijo con su santo celo, ni aun tu temes a Dios, estando en el mismo
suplicio? Con esta reprensión indicó que ya estaba convertido y que anhelaba
que su compañero participase de su dicha. Refiriéndose después a sus tormentos,
decía: nosotros padecemos justamente, porque estamos recibiendo el
digno castigo que nuestros hechos merecen, con cuyas palabras declara
los sentimientos que le animan de verdadera penitencia; y pasando luego a
defender
la
inocencia de Jesucristo, dice: este no ha hecho ningún mal. Creyó que
Jesús
era el
Mesías verdadero, anunciado por los profetas, cuyo reinado no tendría fin, y
arrojándose desde luego en el seno de su piedad, le dice: Señor, acuérdate
de raí cuando estés en tu reino. ¡Oh admirable súplica! El no pide ninguna
señal exterior para conseguir el bien que desea: no dice como el Centurión, di
una sola palabra y mi criado sanará; ni que le impusiera su mano como lo pedía Jairo
en favor de su hija para que resucitara: él solo pide un recuerdo, porque ve
que
su
Salvador es tan grande, que con solo un recuerdo le basta para ser eternamente
feliz; y por esto dice: Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino.
Jesucristo escucha su clamor y le contesta: en verdad te digo: hoy serás
conmigo
en el Paraíso. He aquí las maravillas de la Redención, el
prodigio de la gracia y su cooperación a ella, el portento de la salvación
obtenida por intercesión de la Santísima Virgen María. Así es como Jesucristo
responde al que llama, y abre al que toca; así es como el Salvador da al que
pide y concede la eterna salud, al que, como Dimas, clama verdaderamente arrepentido.
Deprecación como el día primero.
ORACIÓN
¡Adorable
Salvador nuestro! Dígnate concedernos un lugar entre tus siervos los escogidos,
entre tus ovejas muy amadas, separándonos de las sendas de los pecadores y estableciéndonos
perpetuamente a tu lado derecho. En este lado feliz tus espaldas dilaceradas proyectarán
sobre nosotros una sombra refrigerante que nos librará de los ardores de la
divina justicia: aquí nos rociará
con tu
preciosa sangre y quedáremos lavados y más blancos que la nieve: aquí porque
quedaremos protegidos bajo el amparo de Mana Santísima, por cuyos ruegos
esperamos conseguir en favor nuestro la sentencia de los escogidos. Amén.
DIA OCTAVO
Nadie es
capaz de ponderar suficientemente el inapreciable beneficio de la redención. ¿Qué
hubiera sido de nosotros miserables pecadores, si el Hijo de Dios vivo no se
hubiera ofrecido al Eterno Padre para darle una satisfacción infinita que nos
alcanzara el perdón de nuestras ofensas y nos proporcionara la entrada al Paraíso?
Para que se verificara esta copiosa redención, ni el Padre perdonó a
su Hijo, ni el Hijo se perdonó a sí mismo. Él tomó sobre sí nuestras
enfermedades. Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y
muerte de cruz. "El castigo que debíamos llevar nosotros por nuestras
culpas, lo tornó sobre sí, y por medio de su muerte nos libró de la eterna que merecíamos,
reconciliándonos perfectamente con su Padre". Ofreció sus manos y sus pies
a los terribles clavos, su cuerpo virginal a los azotes y a la tremenda cruz,
su cabeza sacrosanta a la corona de espinas. No apartó su rostro de los que le
herían: permitió que su dignidad fuese blasfemada, y sufrió las más sangrientas
burlas. Las lágrimas de sus ojos, los latidos de su corazón, las humillaciones de
su augusta persona, las miradas apacibles de su rostro divino, el valor dé su
preciosa sangre, todo su ser sacrosanto nos consagró para obrar nuestra
redención a fin de ganarnos para el cielo. Con cuánta razón el glorioso Apóstol
de las gentes nos inculca esta preciosa doctrina, diciéndonos: Ninguno de
nosotros para sí vive, y ninguno para sí muere. Porque si vivimos, para el
Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Y así, que vivamos, que
muramos, del Señor somos. Porque por esto murió el Señor y resucitó: para ser
Señor de muertos y vivos.
Deprecación
como el día primero.
ORACIÓN
"Bendice,
alma mía al Señor, y todas las cosas que hay dentro de mí, a su santo nombre. Bendice,
alma mía al Señor, y no te olvides de todos sus galardones. El perdona todas
tus maldades: él sana todas tus enfermedades: él redime tu vida de la muerte: él
te corona de misericordia y de piedades. El llena de bienes tu deseo: se
renovará como la del águila tu juventud. Bendecid al Señor todos sus poderíos:
ministros suyos que hacéis su voluntad. Bendecid al Señor todas sus obras: en
todo el lugar de su señorío, bendice alma mía al Señor"
DIA ULTIMO
La
filial gratitud con que debemos agradecer a Dios el incomparable beneficio de
la redención, nos pide con insistencia un recuerdo constante de la pasión y
muerte de nuestro divino Redentor, a quien debemos amar con todas nuestras
fuerzas, guardando con exactitud sus santos mandamientos, y no olvidando nunca
la encendida caridad con que nos redimió. Los ángeles revelaron a una santa
religiosa que nuestro Señor Jesucristo ve con tanto amor, y recibe las lágrimas
de compasión y afecto a su santísima pasión, y le son un sacrificio tan
agradable, como si se derramara la sangre y se sufrieran por su amor grandes aflicciones.
El mismo Señor dijo a la Beata Verónica de Binasco, "que no hay lengua
humana que pueda expresar el gozo y contento que su Divina Majestad recibe por
una sola lágrima que se derrama por compasión a sus dolores, y la utilidad y
fruto que logrará el que la derramare. A Santa Catarina de Bolonia le dijo
Jesucristo: "Si quieres darme gusto, recréate con el recuerdo diario de mi
pasión y recomienda a otros que hagan lo mismo, para que pueda comunicarte a tí
y a todos, sus inestimables frutos." Santa María Magdalena de Pazzis supo
por
revelación, que cuando la criatura ofrece a Dios Padre la preciosa sangre de
Cristo con que fué redimida, le ofrece un don de tanto valor, que casi este
Señor no tiene precio con que pagarlo; y decía la Santa que este don es tan
grande, que Dios se reputa obligado a la criatura". En vista de tantos
bienes que trae consigo la memoria de la pasión de Jesús, debemos animarnos
para no dejar día en que no hagamos mérito de este precioso recuerdo. Por él,
sin duda, conseguiremos la reforma de nuestras malas costumbres; alcanzaremos el
perdón de todos nuestros pecados; y lograremos, por fin, ser contados en el
número de los escogidos. Corramos, por tanto, al Señor de la Salud, cuya imagen
devota y portentosa Dios nos ha concedido para que la veneremos, é invoquemos
su protección, como hace siglos que nuestros mayores la veneraron é invocaron la
piedad y amparo del Señor. Nadie puede contar los estupendos milagros y
beneficios que Dios ha hecho y está haciendo continuamente en favor de todos
los afligidos que han ocurrido y están ocurriendo con entera fe y confianza al
poder omnipotente del Señor de la Salud. Su actitud tan amable y benigna
nos llama para que le veneremos; sus brazos abiertos nos convidan para que nos arrojemos
en el seno de su misericordia; su rostro inclinado lleno de majestad y de
ternura nos está animando para que le amemos. ¡Dichosos mil veces si el ¡Señor
de la Salud es nuestro abogado y protector!
Deprecación
como el día primero.
ORACIÓN
¡Jesucristo
Señor nuestro! Por aquella amargura que por nosotros sufriste en la cruz, principalmente
en aquella hora, cuando tu nobilísima alma se separó de tu bendito cuerpo, te
suplicamos que tengas piedad de nosotros en la hora de nuestra muerte, y que
conduzcas nuestras almas a la vida eterna. Amen.
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