miércoles, 14 de marzo de 2018

NOVENA AL SEÑOR DE LA SALUD





NOVENA A JESÚS CRUCIFICADO EN SU ADVOCACIÓN DEL
SEÑOR DE LA SALUD

Cuya milagrosa Imagen se venera en la Parroquia de San Miguel Arcángel de la Ciudad de León, Guanajuato, México.
1912

ACTO DE CONTRICIÓN
Amadísimo Redentor mío, que pendiente de la cruz estás derramando gracias sin cuento en favor de los pecadores, y que no deseas otra cosa, sino que vengan a recibir de tus manos los dones de tu bondad; veme aquí en tu presencia confundido por la ignominia de mis iniquidades, pero atraído por tus llamamientos y confiado en tus misericordias. Permíteme que con la mujer pecadora derrame en tus pies las lágrimas de mi arrepentimiento; los bese sin cesar como a los pies de mi Salvador, y los enjugue con los afectos de mi corazón. Me pesa de haberte ofendido con tan enormes pecados, cuyo número y malicia tú conoces perfectamente. Los horrores de la muerte me siguen por todas partes; pero tú estás aquí para darme la vida y dármela con abundancia; por eso vengo a tí, para impetrar tu gracia y tu salud. ¡Oh Dios mío! ya no más pecar. Sálvame porque estoy enfermo: di a mi alma yo soy tu salud, y tus palabras de vida eterna me colmarán de bendiciones; me regocijaré bajo la cubierta de tus alas de piedad y protección; y quedaré adherido a tí porque tu diestra me recibió. Cría en mí un corazón puro, y renueva en mis entrañas un espíritu recto, para que, con un propósito firme y eficaz, persevere en tu santo servicio hasta la muerte. Amén.


DIA PRIMERO
La gloriosa Virgen Santa Gertrudis, esposa muy amada de Nuestro Señor Jesucristo, oyó un día que el Divino Salvador le enseñó esta doctrina, diciéndole: ''que cuando uno mirare la imagen de este Señor crucificado, había de imaginarse que su Divina Majestad le decía: ya vez como por tu amor estoy llagado en la cruz-, pues si fuere necesario por tu salud, quisiera padecer por ti solo, todo lo que padecí por todo el mundo. A tal extremo llega el amor que nuestro Divino Redentor nos tiene. No solamente podemos decir con San Pablo:
Cristo murió por todos; sino que cada quien puede exclamar con el mismo Apóstol -Jesús me amó y se entregó a sí mismo por mí: y aun podemos añadir conforme a la revelación de Santa Gertrudis: si fuere necesario para nuestra salud, Jesucristo padecería por cada uno de nosotros, todo lo que padeció por todo el mundo. ¿Y por tanta caridad y amor, no merece ser amado un tan fino amante de nuestras almas, como lo es Jesucristo Señor Nuestro? Mas lejos de ser correspondido, nuestro Divino Salvador, como merece, no recibe de nosotros sino olvido criminal, desprecio, ultrajes, por la continua infracción de su santísima ley. ¿Qué hacer con nuestro Dios tan ofendido? Corramos, por tanto, á desagraviar a nuestro Dios y Señor que tanto nos ha amado. Corramos á desagraviarlo con el corazón contrito; y humillados profundamente en su presencia, rindámosle nuestros homenajes de reconocimiento, nuestros votos de gratitud, y la correspondencia de nuestro amor.


DEPRECACIÓN
"El Señor de los poderíos con nosotros; nuestro amparador el Dios de Jacob."
Padre nuestro y Ave María.

"Conviértenos, Dios, Salvador nuestro, y aparta tu ira de nosotros."
Padre nuestro etc.

"Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salud."
Padre nuestro etc.

"Como los ojos de la esclava en manos de su Señora; así nuestros ojos al Señor Dios nuestro, hasta que tenga misericordia de nosotros."

Gloria…


ORACIÓN PARA EL DIA PRIMERO
¿Cómo es posible amadísimo Dios nuestro, que tengamos gratitud para el más insignificante de nuestros bienhechores, y sólo para tí que diste 1a vida por nosotros, no tengamos el menor reconocimiento, ni queremos obedecer tus preceptos? Perdónanos, Señor, tan monstruosa ingratitud. Siendo tú nuestro Criador, te hemos despreciado prefiriendo a las criaturas: nos pesa de haberte así ofendido, y queremos de hoy en adelante servirte y amarte con todo nuestro
corazón, con toda nuestra alma, y con todas nuestras fuerzas, porque tú eres nuestro Dios, y para este fin nos criaste y redimiste. Concédenos tu gracia y la perseverancia final, y seremos eternamente felices. Amén.


GOZOS
Oh mi Jesús adorable
¡Por mi amor puesto en la cruz!
Seas bendito y alabado
Señor Dios de mi salud.

Todo fiel a tí ha venido
Con reverente confianza,
Y nunca salió fallido
Su fervor y su esperanza.
Auxilias al desgraciado
Con paternal prontitud.

Vemos en tí nuestra egida
En penosas amarguras;
Tu sangre nos da la vida,
Y con tus llagas nos curas.
Tanto así nos ha cuidado
Tu eficaz solicitud.

Tu das gozo al penitente,
Al que te habla das consuelo;
El que está contigo, siente
La alegría de todo el cielo.
A todo el que te ha invocado
Diste la paz y quietud.

Al débil le das aliento,
Al enfermo sanidad,
Al que está triste, contento,
Al pecador santidad.
Prometes feliz reinado
Al que viva en rectitud.

Condolido de tus hijos
Cuando los miras llorando,
En ellos tus ojos fijos,
Los abrazas sollozando.
¿Quién jamás ha ponderado
¿De tu amor la magnitud?

Escucha tú mi gemido,
Los clamores de mi voz;
Te pido cual desvalido,
Protégeme como Dios.
Mi pecho se ve alentado
Al mirar tu excelsitud.

Sed ardiente como fuego
Tienes de nuestra ventura,
Y tu sed se calma luego
Con nuestro llanto y ternura.
Danos horror al pecado
Y a su amarga esclavitud.

En mi postrimer momento
Mírame con indulgencia,
Para sentir el portento
De tu amor y tu clemencia.
Por tu mano sea llevado
A la eterna beatitud.



ORACIÓN FINAL
Te rogamos Señor Dios nuestro, que concedas a tus siervos gozar de una perpetua salud de alma y cuerpo, y que, por la gloriosa intercesión de la Inmaculada siempre Virgen María, nos veamos libres de la presente tristeza y gocemos de la eterna alegría. Por Cristo Nuestro Señor. Amen.


DIA SEGUNDO
Los males que padecemos, dice un Santo Padre, los han merecido nuestros pecados. Esta verdad es tan cierta, que está apoyada y sostenida con mucha frecuencia en varias partes de la Santa Escritura. Así, el Espíritu Santo nos dice: El fuego, el pedrisco, el hambre y la muerte, todas estas cosas fueron criadas para venganza. Los dientes de las bestias fieras, y los alacranes y serpientes, y espada vengadora, para exterminio de los impíos. Demás de esto, muerte, sangre, contiendas y espada, opresiones, hambre y quebranto y azotes, para los malos fueron criadas todas estas cosas, y por ellos vino el diluvio. Las terribles inundaciones, los incendios voraces, los terremotos, la peste y la guerra, la escasez de recursos, la carestía de los víveres, todo esto es motivado por los pecados con que hemos ofendido a la Majestad soberana. ¿Sufrimos el rigor de los azotes de la venganza divina? Pues hay un medio poderoso con que lograremos conjurar tanto mal y aplacar la justicia de Dios. Este remedio es la sincera penitencia, la penitencia verdadera. El Señor está dispuesto a perdonarnos, sí arrepentidos de corazón, imploramos su misericordia. Levantémonos y vengamos al Señor de la Salud, a tan amable Señor que siempre ha sido nuestro consuelo en las tribulaciones. Acerquémonos al trono de la gracia y del perdón, a Jesús crucificado, é imploremos la virtud omnipotente de su preciosa sangre derramada en la cruz para ablución de nuestras manchas. Acerquémonos al sacramento de la penitencia para que Jesucristo nos aplique el valor infinito de su preciosa sangre y de esta macera quedaremos reconciliados con Dios.
Deprecación como el día primero.

ORACIÓN
¡Amadísimo Salvador nuestro! Cuánto hemos merecido sufrir todos los castigos con que nos amenazas, y que, solo por tu infinita bondad has permitido que nos
hieran. Tú nos das tiempo para que hagamos penitencia y para que no caigamos en poder de tu justicia airada. Pues aparta tu rostro de nuestros pecados: y borra todas nuestras iniquidades. Vuélvenos la alegría de tu salud: y confórtanos con un espíritu principal. Haz de nosotros unos verdaderos penitentes y quedemos abrasados con tu misericordia, antes que castigados por tu justicia. Amén.


DIA TERCERO
Jesucristo para darnos la salud eterna en medio de clamores y de lágrimas; pendiente su cuerpo virginal de durísimos clavos derramando torrentes de sangre de todas sus heridas, y siendo injuriado en sus mismos tormentos, no pidió justicia sino clemencia no venganza, sino misericordia, y por eso exclamó con todo el fervor de su alma -Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen con esta suplica afectuosa implora de su Eterno Padre el perdón para sus mismos verdugos, y lo implora con tanto interés que en su oración no usa de otro nombre que el de ladre, porque sabe que su Padre nada negara a quien es su Hijo muy amado, en quien tiene todas sus complacencias. Con esta súplica, además, nuestro Divino Salvador implora el perdón para todos los pecadores; y lo hace con tanta caridad, que, a la eficacia de su oración reverente, agrega el grito de su preciosa sangre que con instancia pide misericordia, el grito de todas sus llagas que son como otras tantas bocas que están pidiendo perdón por nuestros pecados. De aquí es que, por más pecadores que hayamos sido, no hay que desesperar, si de veras nos convertimos al Señor "Si alguno pecare, dice San Juan, tenemos por Abogado con el Padre a Jesucristo el justo. Y él mismo es la víctima de propiciación por nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo"
Deprecación como el día primero.


ORACIÓN
¡Eterno Dios y Señor! ¿Quién duda que atenderás a la súplica de tu santísimo Hijo para perdonar nuestras iniquidades? Él te ruega no solamente con su corazón y con sus labios, sino también con su lengua amargada por la hiel, con sus ojos moribundos y ensangrentados, con su cabeza coronada de espinas y con su sangre preciosa que está vertiendo de todas sus heridas. En virtud de esta víctima sacrosanta, cuyos ruegos fueron oídos por su reverencia, el Centurión se convirtió, confesando a Jesucristo por el verdadero Hijo de Dios, y el pueblo que presenció la escena sangrienta del Calvario, se volvió a la ciudad, dándose golpes de pecho. Por los méritos infinitos de tu santísimo Hijo, danos sentimientos de verdadera penitencia, mediante los cuales consigamos nuestra salvación eterna. Amén.


DIA CUARTO
Admirable es la misericordia de Jesucristo, recibiendo a la Magdalena arrepentida y perdonándole todos sus pecados. Es admirable la misericordia de Jesús, que después de que Pedro su discípulo tan favorecido le negó hasta con juramento, el divino Salvador, compadecido del Príncipe de los Apóstoles, se dignó dirigirle una mirada compasiva, que vino a ser el origen de su maravillosa
conversión. Muy admirable es la misericordia de Jesús, quien, oyendo la confesión del buen ladrón arrepentido, del patíbulo de la cruz lo transportó al Paraíso. Mas cuando vemos que Jesús recibe a Judas que trae el corazón lleno de malicia y de perfidia; cuando en los momentos en que Judas se acerca a entregar a su divino Maestro, escuchamos estas palabras de Jesús: amigo a qué has venido, cuando vemos que Jesús rehúsa el beso sacrílego que el pérfido discípulo le da, como señal que dió a los que le iban a aprehender; aquí se ve como de bulto que la misericordia de Jesús no tiene límites. Judas cambia el símbolo de la amistad en señal de traición y alevosía, y Jesús le dice: Judas, con un beso entregas al Hijo del hombreé Judas ve en Jesucristo su mayor enemigo, y Jesucristo para convertirlo, se digna darle el tratamiento de amigo. Judas no hace caso de las suavísimas reconvenciones del Salvador, y Jesucristo insiste en atraerle a sí, por medio de la dulzura y de la mansedumbre. ¡Oh misericordia de Jesús, digna de infinitas alabanzas y de eternas bendiciones! El rostro inmaculado del Cordero divino, dice San Bernardo, repele el contacto de los labios impuros de Judas. Jesucristo no se aparta, ni muestra su rostro severo, ni retira su frente, sino que sale al encuentro del pérfido, se acerca a él, le abraza y recibe su beso. ¡Oh!  cuán hermoso es contemplar a Jesús abrazando al traidor para convertirlo! En cuanto a mí, dice el P. Ventura, "confieso que el beso que Jesús concede a Judas, me habla de la misericordia divina mucho más que la mirada amorosa que arroja sobre Pedro; más que el perdón que otorga a la Magdalena y más aún que el paraíso abierto al malhechor." Lloremos con Jesús, contemplando esta escena de amor y de ternura. Mesclemos nuestras lágrimas con las de Pedro penitente. ¡Oh venturosas lágrimas! Ellas serán el bálsamo que cicatrice nuestras heridas, el baño que limpiará nuestras manchas, la salutífera medicina que curará nuestras enfermedades.
Deprecación como el día primero.

ORACIÓN
Oh Dios, que conoces que, por nuestra humana fragilidad, rodeados como nos hallamos de tantos peligros, no podemos subsistir, danos la salud de alma y cuerpo, para que venzamos con tu ayuda las contradicciones que continuamente experimentamos por nuestros pecados. Por Nuestro Señor Jesucristo que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios por todos los Siglos de los siglos. Amén.


DIA QUINTO
¡Oh admirable dignación de tu piedad para con nosotros! ¡Oh inestimable dilección de caridad! ¡Para redimir al siervo, entregaste a tu Hijo! En estas sentidas expresiones prorrumpe la Santa Iglesia para bendecir y alabar al eterno Padre, y para darle gracias por el imponderable beneficio de la redención. El hombre pecó, y no teniendo caudal suficiente para reparar la injuria hecha a Dios por la infracción de su precepto, se tuvo por perdido eternamente; porque necesitando dar a Dios una satisfacción infinita, como necesitaba igualmente ser Dios, lo cual era imposible. El Eterno Padre, compadecido del estado deplorable en que, por el pecado, cayó el primer hombre a quien había criado para el cielo, resolvió que su Hijo Dios se hiciera hombre, y que, tomando la naturaleza humana con todas sus miserias, menos el pecado, y representando al hombre pecador, hiciera la redención de una manera plenamente satisfactoria a su justicia divina. El inescrutable misterio de la Encarnación se realizó; la humanidad fué unida hipostáticamente a la Divinidad, y Jesucristo Dios y hombre verdadero, hizo la redención dando a Dios, como hombre, una perfecta
satisfacción por el pecado del hombre, y como Dios, elevando dicha satisfacción a un valor infinito. ¡He aquí la pintura viviente de la misericordia de Dios! Con razón el Apóstol San Juan, enajenado de admiración exclama: de tal manera amó Dios al mundo, que nos dio a su Hijo unigénito. El Eterno Padre no vio con indiferencia nuestra desgracia, y para salvarnos no pudo hacer cosa más admirable que darnos a su Santísimo Hijo, quien nos abrió las puertas del cielo.
¡Cuán elocuente es la Santa Iglesia en los majestuosos y encantadores oficios del sábado de Gloria! El Diácono se acerca para hacer la bendición del Cirio pascual, la cual practica con una solemnidad extraordinaria. Desde luego entona la maravillosa y sublime Angélica, propia del genio de San Agustín; y refiriendo la caridad con que Jesucristo pagó al Eterno Padre la deuda por nuestros pecados, y la bondad de Dios en darnos tal Redentor, en medio de tanta melodía canta como arrobado: ¡O mira circa nos tuae pietatis dignatio! ¡O inaestimabilis dilectio charitatis!  servum redimeres Filium tradidisti. ¡Oh admirable dignación de tu piedad para con nosotros! ¡Oh inestimable dirección de tu caridad! Para redimir al esclavo entregaste a tu Hijo.
Deprecación como el día primero.


ORACIÓN
¡Eterno Dios y Señor! La caridad de tu santísimo Hijo al redimirnos fué tan grande, que murió no solo por sus amigos sino aun por sus mismos enemigos, a fin de que todos los hijos de Adán fuesen redimidos y para todos quedasen abiertas las puertas del cielo. Por esta infinita caridad de nuestro divino Redentor te pedimos que nos apliques los méritos de esta redención, para que, haciendo tu santísima voluntad, merezcamos conseguir la vida perdurable. Amen.


DIA SEXTO
Entrando Jesús al huerto de Getsemaní, su alma santísima sintió una tristeza tan
grande que pudo haberle causado la muerte; y esta tristeza mortal la manifestó a sus discípulos diciendo: mi alma está triste hasta la muerte. De esta manera, Jesucristo "instruye a sus discípulos con sus palabras, los edifica con su ejemplo, los consuela con el espectáculo de sus penas, y los santifica ofreciéndose por ellos" y por los pecadores de todo el mundo. No dijo yo estoy triste, porque el yo significa la persona del Verbo que siendo Dios no puede estar sujeto a ninguna pasión; sino que dijo: mi alma está triste, mostrando con esto, dicen los Santos Padres, que Jesucristo padeció en su humanidad para desagraviar a la Divinidad ofendida por el pecado. Esta tristeza le fué ocasionada, no solamente por la representación de todas las penas que tenía que sufrir para redimirnos, pues como hombre verdadero, estas penas le fueron muy amargas; sino por la ingratitud de los nombres que después de redimidos habían de seguir ofendiendo a la Majestad Soberana Principalmente siente esta tristeza
mortal por las gravísimas ofensas inferidas a su Eterno Padre, por lo cual se postró en tierra pegando su rostro con el polvo para satisfacer a Dios ofendido por hombre que no es más que polvo. En medio de tanta humillación, suplica con instancia a su Eterno Padre que aparte de él aquel cáliz de amargura, pero sometiéndose siempre a su santísima voluntad. Y se apareció mi ángel del cielo que lo confortaba, y este ángel le significó, dice San Ambrosio, que su muerte estaba decretada para la salud del mundo y para la gloria de Dios. Jesús entra en una terrible agonía; y el peso de nuestros pecados que cargó sobre si para satisfacer por ellos y aplacar la ira de Dios le hizo sudar sangre en abundancia, Y fué su sudor como gotas de sangre que corría hasta la tierra. Ved pues el horror que Dios tiene al pecado por la malicia que esta encierra pues de esta manera trató a su mismo Hijo que siendo impecable por naturaleza no tenía más que el traje de pecado la ofensa de Dios produjo en el corazón de Jesús una contrición tan grande, que le hizo derramar sangre por todos los poros de tu cuerpo para darnos la eterna salud. Transportémonos en espíritu al Huerto de Getsemaní al valle del aceite, de ese aceite de misericordia que está manando del Corazón de Jesús para curar nuestras heridas volemos al jardín de las Olivas, árboles que representan la paz, esa paz que Jesús vino a establecer entre Dios y el hombre. Allí es cucharemos en silencio los gemidos del corazón de Jesús, seremos testigos da la tristeza del alma de Jesús, y seremos bañados y limpios con su preciosa sangre.
Deprecación como el día primero.


ORACIÓN
¡Dulcísimo Jesús Salvador nuestro! Hoy que el manantial precioso de tu misericordia se abre para derramarse sobre nosotros, concédenos que renunciemos a nuestros vicios, purifiquemos nuestras almas con lágrimas de penitencia y recojamos la gracia que corre abundantemente de tu oración en el
Huerto, de tu agonía y del sudor de tu preciosa sangre. Aplícanos los méritos de esa sangre divina, de la cual, "una sola gota es suficiente para lavar a todo el mundo, por monstruosas que sean sus ingratitudes." Ella, sin duda nos transformará en vasos de elección y de gloria, dignos de tus complacencias y de tu amor.



DIA SEPTIMO
Tres circunstancias notables contribuyeron en el Calvario para que el buen ladrón se convirtiera, según el P. Ventura.
la. Que al "ser Jesús crucificado, cuando los verdugos dieron el primer martillazo en el clavo que traspasó su mano derecha, salió su sangre divina y salpicó el cuerpo de Dimas.
2a, Que, al ser levantadas las cruces, la del buen ladrón quedó colocada de tal suerte, que su cuerpo quedó cubierto con la sombra del cuerpo sacratísimo de Jesús.
3a. Que á Dimas le tocó estar al lado derecho del Redentor, en el mismo lado que estaba su santísima Madre, quien teniendo presente la benevolencia y cariño con que Dimas lo trató, en el encuentro que tuvo con la santísima Señora y su tierno niño, en la huida a Egipto, le correspondió tal favor, rogando por él para que se convirtiera verdaderamente a Dios.
Por estas tres circunstancias la conversión de Dimas fué asombrosa, pues de facineroso pasó a ser penitente, de hombre escandaloso, á ejemplar, de indiferente é infiel, á creyente fervoroso. Por lo cual San Juan Crisóstomo exclama: "¡Oh hombre afortunado! ¡Oh hombre diestro! Ni aún pendiente de la cruz has olvidado tu antigua profesión de ladrón, pues que en pocos instantes conseguiste arrebatar el reino eterno." Cuando Dimas oyó que su compañero blasfemaba de Cristo diciendo: ¿si tú eres el Cristo, sálvate á tí mismo y a nosotros, le dijo con su santo celo, ni aun tu temes a Dios, estando en el mismo suplicio? Con esta reprensión indicó que ya estaba convertido y que anhelaba que su compañero participase de su dicha. Refiriéndose después a sus tormentos, decía: nosotros padecemos justamente, porque estamos recibiendo el digno castigo que nuestros hechos merecen, con cuyas palabras declara los sentimientos que le animan de verdadera penitencia; y pasando luego a defender
la inocencia de Jesucristo, dice: este no ha hecho ningún mal. Creyó que Jesús
era el Mesías verdadero, anunciado por los profetas, cuyo reinado no tendría fin, y arrojándose desde luego en el seno de su piedad, le dice: Señor, acuérdate de raí cuando estés en tu reino. ¡Oh admirable súplica! El no pide ninguna señal exterior para conseguir el bien que desea: no dice como el Centurión, di una sola palabra y mi criado sanará; ni que le impusiera su mano como lo pedía Jairo en favor de su hija para que resucitara: él solo pide un recuerdo, porque ve que
su Salvador es tan grande, que con solo un recuerdo le basta para ser eternamente feliz; y por esto dice: Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino. Jesucristo escucha su clamor y le contesta: en verdad te digo: hoy serás
conmigo en el Paraíso. He aquí las maravillas de la Redención, el prodigio de la gracia y su cooperación a ella, el portento de la salvación obtenida por intercesión de la Santísima Virgen María. Así es como Jesucristo responde al que llama, y abre al que toca; así es como el Salvador da al que pide y concede la eterna salud, al que, como Dimas, clama verdaderamente arrepentido.
Deprecación como el día primero.


ORACIÓN
¡Adorable Salvador nuestro! Dígnate concedernos un lugar entre tus siervos los escogidos, entre tus ovejas muy amadas, separándonos de las sendas de los pecadores y estableciéndonos perpetuamente a tu lado derecho. En este lado feliz tus espaldas dilaceradas proyectarán sobre nosotros una sombra refrigerante que nos librará de los ardores de la divina justicia: aquí nos rociará
con tu preciosa sangre y quedáremos lavados y más blancos que la nieve: aquí porque quedaremos protegidos bajo el amparo de Mana Santísima, por cuyos ruegos esperamos conseguir en favor nuestro la sentencia de los escogidos. Amén.



DIA OCTAVO
Nadie es capaz de ponderar suficientemente el inapreciable beneficio de la redención. ¿Qué hubiera sido de nosotros miserables pecadores, si el Hijo de Dios vivo no se hubiera ofrecido al Eterno Padre para darle una satisfacción infinita que nos alcanzara el perdón de nuestras ofensas y nos proporcionara la entrada al Paraíso? Para que se verificara esta copiosa redención, ni el Padre perdonó a su Hijo, ni el Hijo se perdonó a sí mismo. Él tomó sobre sí nuestras enfermedades. Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz. "El castigo que debíamos llevar nosotros por nuestras culpas, lo tornó sobre sí, y por medio de su muerte nos libró de la eterna que merecíamos, reconciliándonos perfectamente con su Padre". Ofreció sus manos y sus pies a los terribles clavos, su cuerpo virginal a los azotes y a la tremenda cruz, su cabeza sacrosanta a la corona de espinas. No apartó su rostro de los que le herían: permitió que su dignidad fuese blasfemada, y sufrió las más sangrientas burlas. Las lágrimas de sus ojos, los latidos de su corazón, las humillaciones de su augusta persona, las miradas apacibles de su rostro divino, el valor dé su preciosa sangre, todo su ser sacrosanto nos consagró para obrar nuestra redención a fin de ganarnos para el cielo. Con cuánta razón el glorioso Apóstol de las gentes nos inculca esta preciosa doctrina, diciéndonos: Ninguno de nosotros para sí vive, y ninguno para sí muere. Porque si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Y así, que vivamos, que muramos, del Señor somos. Porque por esto murió el Señor y resucitó: para ser Señor de muertos y vivos.
Deprecación como el día primero.


ORACIÓN
"Bendice, alma mía al Señor, y todas las cosas que hay dentro de mí, a su santo nombre. Bendice, alma mía al Señor, y no te olvides de todos sus galardones. El perdona todas tus maldades: él sana todas tus enfermedades: él redime tu vida de la muerte: él te corona de misericordia y de piedades. El llena de bienes tu deseo: se renovará como la del águila tu juventud. Bendecid al Señor todos sus poderíos: ministros suyos que hacéis su voluntad. Bendecid al Señor todas sus obras: en todo el lugar de su señorío, bendice alma mía al Señor"



DIA ULTIMO
La filial gratitud con que debemos agradecer a Dios el incomparable beneficio de la redención, nos pide con insistencia un recuerdo constante de la pasión y muerte de nuestro divino Redentor, a quien debemos amar con todas nuestras fuerzas, guardando con exactitud sus santos mandamientos, y no olvidando nunca la encendida caridad con que nos redimió. Los ángeles revelaron a una santa religiosa que nuestro Señor Jesucristo ve con tanto amor, y recibe las lágrimas de compasión y afecto a su santísima pasión, y le son un sacrificio tan agradable, como si se derramara la sangre y se sufrieran por su amor grandes aflicciones. El mismo Señor dijo a la Beata Verónica de Binasco, "que no hay lengua humana que pueda expresar el gozo y contento que su Divina Majestad recibe por una sola lágrima que se derrama por compasión a sus dolores, y la utilidad y fruto que logrará el que la derramare. A Santa Catarina de Bolonia le dijo Jesucristo: "Si quieres darme gusto, recréate con el recuerdo diario de mi pasión y recomienda a otros que hagan lo mismo, para que pueda comunicarte a tí y a todos, sus inestimables frutos." Santa María Magdalena de Pazzis supo
por revelación, que cuando la criatura ofrece a Dios Padre la preciosa sangre de Cristo con que fué redimida, le ofrece un don de tanto valor, que casi este Señor no tiene precio con que pagarlo; y decía la Santa que este don es tan grande, que Dios se reputa obligado a la criatura". En vista de tantos bienes que trae consigo la memoria de la pasión de Jesús, debemos animarnos para no dejar día en que no hagamos mérito de este precioso recuerdo. Por él, sin duda, conseguiremos la reforma de nuestras malas costumbres; alcanzaremos el perdón de todos nuestros pecados; y lograremos, por fin, ser contados en el número de los escogidos. Corramos, por tanto, al Señor de la Salud, cuya imagen devota y portentosa Dios nos ha concedido para que la veneremos, é invoquemos su protección, como hace siglos que nuestros mayores la veneraron é invocaron la piedad y amparo del Señor. Nadie puede contar los estupendos milagros y beneficios que Dios ha hecho y está haciendo continuamente en favor de todos los afligidos que han ocurrido y están ocurriendo con entera fe y confianza al poder omnipotente del Señor de la Salud. Su actitud tan amable y benigna nos llama para que le veneremos; sus brazos abiertos nos convidan para que nos arrojemos en el seno de su misericordia; su rostro inclinado lleno de majestad y de ternura nos está animando para que le amemos. ¡Dichosos mil veces si el ¡Señor de la Salud es nuestro abogado y protector!
Deprecación como el día primero.


ORACIÓN
¡Jesucristo Señor nuestro! Por aquella amargura que por nosotros sufriste en la cruz, principalmente en aquella hora, cuando tu nobilísima alma se separó de tu bendito cuerpo, te suplicamos que tengas piedad de nosotros en la hora de nuestra muerte, y que conduzcas nuestras almas a la vida eterna. Amen.




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