NOVENA A NUESTRO PADRE JESÚS
DE LAS TRES CAÍDAS
que se venera en la Iglesia
de Tercera Orden de esta Ciudad de San Pedro de Cholula. escrita por el SR. D. M. A.
ACTO DE CONTRICCION
¡Dulcísimo Jesús, mi Redentor y mi Dios! ¿Cómo es posible
vivir olvidado de vuestras finezas, cuando Vos, me tenéis escrito en vuestras llagas?
¿Cómo podré seguir ofendiéndoos, cuando por mi habéis derramado vuestra sangre
con tanto amor? Vuestros sufrimientos son efecto de mis pecados: y os he sido
el verdugo de vuestra pasión sagrada; y, sin embargo, veo vuestro rostro ensangrentado
lleno de mansedumbre y de ternura. ¿Cómo no quedar traspasado por los divinos dardos
de vuestra caridad? ¿Cómo no ser todo de Vos? Es verdad que el temor de
vuestros juicios me hace temblar; pero vuestros gemidos amorosos me animan
dulcemente para implorar vuestra piedad. Permitidme, pues, que a vuestras
plantas deteste mis iniquidades, y deplore vuestras ofensas en la amargura de
mí alma. ¡Oh Jesús amable! me pesa de haberos ofendido. Quiero morir para no
ofenderos más: quiero recibir la aspersión de vuestra sangre divina que me
regenere en vuestra gracia: quiero meditar en vuestra pasión bendita y tener
parte en vuestros sufrimientos para tenerla también en vuestra gloria.
Perdonadme ¡oh buen Jesús! yo me escondo en vuestras preciosas llagas, y en
este divino asilo nunca vuestra justicia podrí castigarme. Aquí me llenareis de
compunción para llorar mis pecados; aquí me lavareis con vuestra sangre y
quedaré más blanco que la de vuestros méritos, mi salvación. Así lo espero de
vuestra infinita bondad; y confío en que no me dejareis perecer. Amen.
DIA PRIMERO
LA TRISTEZA DE JESÚS.
Entra Jesucristo al huerto de Getsemaní, y desde luego se
deja ver abrumado de tristeza, consternado y tímido, poseído de un abatimiento
profundo. Su aflicción es tan grande, que la manifiesta a sus discípulos con
estas palabras: “triste está mi alma hasta la muerte.” Como si dijera,
dice S. Hilario: "Es tan grande la tristeza de mi alma, que, si mi
virtud divina no viniera al socorro de mi flaqueza humana, me causaría la
muerte.” No dice, yo estoy triste, sino mi alma está triste: palabras
admirables con que nos revela, que además del alma, hay -en Jesucristo el yo
la persona del Verbo a la que su alma y su cuerpo están sustancialmente
unidos: y he aquí porqué dijo mi alma está triste, manifestándonos que
la tristeza estaba e n la naturaleza humana, no en la naturaleza divina.
¿Mas no es Jesucristo quién deseaba ardientemente ser
bautizado con su propia sangre, y suspiraba por esto feliz momento? ¿Por qué,
pues, ahora que ve la cercana muerte, tiembla, se aflige y manifiesta a sus
amigos su tristeza? Para convencernos, dice S. Juan Crisóstomo de que había
tomado realmente nuestra mortalidad, y que era como nosotros, hijo de aquel Adán,
cuyo pecado se disponía a expiar; para darnos la mayor prueba de su amor, al
tomar sobre sí
todas nuestras enfermedades, y aun el pavor natural que
causa la muerte; y para manifestarnos que Él no se aflige sino por nosotros, y
que sus lágrimas no corren, sino por nosotros. Por esto es que, dejando a los
demás apóstoles a la entrada de Getsemaní, solo entra en el huerto con Pedro,
Juan y Santiago; para que los mismos que fueron testigos de su gloria en el
Tabor, lo sean igualmente de su abatimiento en Getsemaní, y confiesen a la faz
del mundo, que ellos con sus propios ojos vieron al Redentor resplandeciente en
la cumbre de un monte, y abrumado de tristeza en el silencio de un huerto. Adoremos
a Jesucristo en su divinidad, y escuchemos las sentidas quejas de su sacrosanta
humanidad. Su profunda tristeza es la muestra que trae consigo el pecado; y la
toma sobre sí para convertir nuestro llanto en gozo. Trasportémonos con Jesús
al monte de los olivos, y allí encontraremos la unción do la gracia y el óleo
de la caridad. Acompañemos á Jesús en el huerto y lloremos de tristeza por
nuestros pecados que la causaron tan amarga a nuestro divino Redentor.
Tres
Padre nuestro y Ave María en la forma siguiente.
Mirad al más hermoso de los
hijos de los hombres. ¡Cómo su rostro en quien desean verse los ángeles ha sido
desfigurado!
Padre
nuestro, Ave María.
Sus vestiduras están teñidas en su sangre, y su cabeza
está coronada de espinas.
Padre
nuestro, Ave María.
"Él ha sido llagado por
nuestras iniquidades.... y con sus cardenales fuimos sanados."
Padre
nuestro, Ave María.
"Por las preciosas heridas de su cuerpo se descubre el
amor de su corazón, se manifiestan las entrañas de su misericordia."
"¿Que más debió hacer por
nosotros y no lo hizo?"
Gloria
al Padre
ORACION
¡Dulcísimo Jesús! Vos que os habéis ocultado al mundo
para dar principio a nuestra Redención y hacer resonar vuestros gemidos en la
soledad, concedednos que, huyendo del mundo corrompido, pasemos con Vos el
torrente de la tribulación, para que, llorando nuestros pecados con amarga
tristeza, comencemos a trabajar por nuestra salvación. Amen.
RECUERDOS DE LA PASION.
¡Oh Jesús eterna
vida
De los vivientes
de Sion!
Sea nuestra alma defendida
Por tu cruz y tu pasión.
Al ver de Dios la
grandeza
¡Por el pecado
ultrajada!
Sintió tu alma
inmaculada
Una profunda
tristeza;
Y en el huerto, conmovida,
A Dios envió su oración.
A la sombra de un
olivo,
Entre el dolor más
acerbo,
Por amor del pobre
siervo
Agonizas,
compasivo;
Y tu alma vierte
afligida,
De piedad la sacra
unción.
Anegado en amargura.
Por el crimen y el
pecado
Un sudor de sangre
pura
Baña tu cuerpo
sagrado;
Y a nuestra alma dio
la vida
Tu perfecta
contrición.
Entregado por un beso
De una engañosa
amistad,
Para darnos
libertad,
Te dejas Tú llevar
preso:
Y por nos
envilecida
Es tu gran
reputación.
Prisionero te
mantienes
Y ligado te
presentas,
Entre baldones y
afrentas,
Por el amor que
nos tienes.
¡Oh caridad
encendida!
Cuánto sufres en
prisión!
En injustos
tribunales,
Atado con lazo
estrecho,
Te tienen por el
desecho
De malignos
criminales.
Y tu mejilla es
herida
Con horrible bofetón.
Desnudo y
avergonzado
Ante la plebe
insolente,
Siendo Tú tan inocente,
Eres cruelmente azotado.
Y tu sangre fue
vertida
Sin piedad ni compasión.
Crueles y agudos
abrojos
Coronaron tu
cabeza,
Traspasando con
fiereza
Tu cerebro y aun
tus ojos-
¡Oh crueldad jamás
oída!
¡Oh penosa
situación!
Por cubrirte de
ignominias
Te pone el pueblo
con saña,
Un harapo y una
caña
De ridículas
insignias.
Así la turba
deicida,
Rey te aclama de
irrisión.
Cargas con la cruz
al hombro,
Y al Calvario, en
gran tormento,
Caminas ya sin
aliento,
Llenando al ángel
de asombro.
Por tanta sangre
perdida
Vas en honda postración.
Y la Madre de tu
amor
Pregunta con
amargura:
Almas fieles, ¿por
ventura,
Habéis visto a mi
Señor?
Decidle que Yo,
afligida,
Fallezco de compasión.
Ya se escacha su
gemido
Cual, de silvestre
paloma,
Y entre, la turba es
asoma,
Y te ve desconocido.
Su alma queda
derretida
En tan terrible
aflicción.
E1 dichoso Cirineo
Te ayudó a llevar
la cruz,
Y en ella encontró
su luz,
Su más glorioso
trofeo.
Esta gracia
inmerecida
La negaste a tu
nación.
Al gran peso del
pecado
Que la cruz,
sagrada encierra,
Por tres veces
caes en tierra
Sin fuerzas y
atribulado.
A la piedad
conmovida
Llenas de
consternación.
En la cruz
crucificado
Todo lo atraes con
ternura;
En tí encontró su
ventura
El infeliz
desgraciado.
Y saludable
acogida
Nos donó tu pretensión.
Abandonado del
Padre
Te manifiestas
sediento;
Y en tu sacro
testamento
Nos das por madre a
tu madre.
Tu alma siempre
conmovida,
Por todos pide
perdón.
Dimas pide con
anhelo
Un recuerdo de tu
pecho
Y Tú en caridad
deshecho,
Al punto le das el
cielo.
Su alma voló
arrepentida,
A la celeste
mansión.
Y no hay castigo a
la criatura
En la cruz en
donde espiras:
Allí nada más
respiras,
Amor, amor y
ternura:
Y para ser nuestra
egida,
Nos abres tu corazón,
Con amor constante
y fuerte
Redimes á los esclavos,
Siendo testigos
los clavos,
La cruz y tu
amarga muerte.
Así queda ya
cumplida
Nuestra santa
redención.
ORACION
ULTIMA.
¡Oh María, Reina de los mártires y fuente de amor! Vos que
habéis experimentado en vuestra alma purísima todos los tormentos y angustias, los
oprobios y abatimientos que sufrid vuestro santísimo Hijo en s u sagrada
pasión, alcanzadnos de Dios que sintamos la fuerza de vuestro dolor, para
llorar con Vos las ignominias de nuestro Redentor Jesús. Grabad en nuestras almas
sus preciosas llagas; y concedednos que, acompañándoos al pie de la cruz,
tengamos la dicha de morir al amparo de vuestra protección. Amen.
DIA SEGUNDO.
LA ORACIÓN DE JESÚS.
Jesucristo en el huerto se aleja u n poco de sus discípulos; y puesto de rodillas, inclina humildemente su cuerpo, baja su frente y pega su rostro con la tierra. Ved al Hijo de Dios adorando y pidiendo a su Eterno Padre como el último de los hombres, a fin de inculcarnos los sentimientos de respeto y humillación con que debemos orar. Jesús levanta con lentitud su cabeza, fija en el cielo sus ojos bañados en lágrimas, y extendiendo sus brazos en forma de cruz, exclama: Padre, si es posible, pase de mi este cáliz: mas no se haga mi voluntad sino la tuya. Con esta oración no repugna Jesucristo los tormentos y las ignominias que toda su vida tuvo presentes y que tanto había anhelado para salvarnos: manifiesta sí el horror que tiene a la muerte, por ser esta la triste condición a que el pecado nos sujetó ; porque siendo la muerte, no obra de Dios, sino del demonio que era homicida desde el principio, Jesucristo la rechaza como contraria al primitivo designio de su bondad, que nos había criado para la vida de modo, que estas palabras pase de mí, no es el horror que le inspiran los tormentos, sino el acento compasivo de su amor , en vista de la fuerte condición á que nos ve reducidos. Jesucristo no repugna el cáliz de s u pasión: lo que siente es, que este cáliz de amargura le sea ofrecido por su mismo pueblo a quien ama tiernamente, a quien ha colmado de gracias, y cuya maldición desea evitar: por esto n o dice, pase de mí el cáliz, sino ¡pase de mi este cáliz!: lo quo siente en su corazón es, que hayan sido inútiles las reclamaciones benéficas que dirigió a su pueblo para salvarlo buscándolo con la ansiedad amorosa de un buen pastor siente la pérdida de tantas almas que no se aprovecharán del fruto de su pasión: siente la dureza de los pecadores que no atienden a sus llamamientos, ni hacen caso de su amor excesivo. Por esto dice, pase de mi este cáliz. Y, sin embargo, Jesús no olvida su misión sublime: sabe que va a satisfacer a Dios por el pecado; que va a redimir al género humano; que va a reconciliarlo con su Eterno Padre, y añade: mas no se haga mi voluntad sino la tuya. He aquí de n u e v o manifiesta la humanidad de Jesucristo en la repugnancia que siente por el pecado y por la ingratitud, y su naturaleza divina en la sujeción a la voluntad de Dios. He aquí como desaparece el viejo Adán, caído y enfermo, y se manifiesta el nuevo con todo su esplendor. El lenguaje de la flaqueza ha sido reemplazado por el sublime acento de la fuerza, y vemos y a la víctima que se ofrece voluntariamente a Dios por nosotros.
ORACION
¡Amantísimo Jesús! que teniendo amor para sufrir por nosotros
no una, sino muchas muertes, habéis sentido en lo íntimo de vuestro Corazón la
repugnancia de nuestra muerte y de nuestra ingratitud, concedednos que os
acompañemos en vuestra oración, para que poseídos de arrepentimiento por
nuestros pecados, nos revistamos de vuestro espíritu de vida y hagamos en toda
vuestra santísima voluntad. Amen.
DIA TERCERO.
LA AGONÍA DE JESÚS.
P o r tres veces nuestro adorable Salvador repite a su
Eterno Padre la misma oración. Ya que sus discípulos duermen, y les dirige sus
quejas, diciéndoles: " no habéis podido velar una hora conmigo.' Vuelve al
lugar de su oración, y solo
como el ave solitaria en
el techado devora en su Corazón un pavor y una tristeza tan grandes que le
hacen entrar en una mortal agonía. En esta lucha y combate, que es lo
que significa la palabra agonía. Jesucristo se manifiesta como animoso
atleta, luchando y combatiendo no entre las dos voluntades de su persona, sino
entre dos a tributos de su naturaleza divina; entre la justicia que quiere
castigar a los pecadores, y la misericordia que quiere redimirlos: la justicia representada
por el Padre, la misericordia personificada en el Hijo ¿Quién no ve en esta mortal
agonía el excesivo amo» que Jesús nos tiene si lo contemplamos con su rostro
pegado en la tierra, temblando, llorando y entre las angustias de la agonía,
nos parecería que olvidado de nosotros, solo se ocupa de los tormentos y
oprobios que se le esperan; más cuando lo vemos interrumpir su oración para
despertar a sus discípulos e invitarlos a que lo acompañen a velar y orar,,
demuestra, dice el Venerable Beda, que su agonía es más bien por sus discípulos
y por nosotros que por El, y que mientras que nosotros dormimos el sueño del
pecado y del olvido, Jesús lucha con su misericordia para satisfacer su
justicia en favor nuestro; para dulcificar con su agonía las amarguras de la
nuestra y para darnos una bendición de triunfo en nuestras luchas y combates. La
agonía de Jesús, por tanto, no es el esfuerzo del hombro débil que se muere,
sino la lucha del hombre fuerte que pelea con valor.
No es el resultado de
una extraña flaqueza, sino el efecto de su más tierno amor, y el deseo más ardiente
de aplicarnos el fruto de su pasión y de hacernos triunfar con su propia
victoria. Es verdad que un ángel aparece confortando a nuestro divino Salvador;
pero este consuelo no disminuye su dolor y abatimiento, sino que lo aumenta;
porque la voluntad de su Eterno Padre es que sea la víctima de propiciación por
los pecados del mundo.
Almas cristianas, venid
al huerto de Getsemaní Aquí veréis no el Edén de las delicias, sino la mansión
del dolor: escuchareis, no la armonía de las aves, sino los gemidos de Jesús, y
veréis que el Salvador agoniza para ganar la vida que Adán y su posteridad
perdieron por el pecado.
Padre
nuestro como el día primero.
ORACION
¡Oh buen Jesús! que, para elevarnos al lugar de vuestra
gloria, os habéis colocado Vos en el lugar de nuestra ignominia, vistiéndoos
con la apariencia de nuestro pecado, y haciéndonos participantes de vuestra
gracia; Vos que habéis sufrido las amarguras de nuestra agonía, auxiliadnos en
nuestro postrer combate, para que espirando en vuestra amistad, percibamos
eternamente los frutos de vuestra Santísima pasión. Amen.
DIA CUARTO
EL SUDOR DE SANGRE.
La humilde actitud que
Jesús ha tomado en la oración del huerto, nos manifiesta que Él ha consentido
en llevar la inmensa carga de nuestros pecados, y de este modo se presenta a su
Eterno Padre, como un culpable arrepentido que se somete al castigo que
nosotros merecimos. Jesucristo para expiar nuestras iniquidades comenzó por
experimentar en su corazón un dolor perfecto de todas las ofensas de Dios y este
dolor que experimentó voluntariamente tan profundo y tan intenso, como si los
pecados de todos los hombres hubieran sido suyos propios, y los hubiera El solo
cometido todos su contrición es tanto más perfecta, cuanto que proviene del conocimiento
claro que tiene de la infinita bondad de Dios ultrajada por el pecado; de la
horrible deformidad de este y de sus tremendos castigos. Se duele en su interior
de ver a Dios ofendido por innumerables culpas, y de ver condenados a los
hombres a quienes ama tiernamente: y continuando en su angustiosa agonía,
comienza a sudar sangre por todos los poros de su cuerpo, y en tanta abundancia
que, corriendo hasta el suelo, todo su cuerpo queda bañado en su propia sangre.
Ved el terrible efecto de la profunda contrición que destroza al Corazón de
Jesús. Ved al Salvador del mundo derramando un sudor milagroso de sangre, y ofreciéndose
al Eterno Padre por nuestra salud, como holocausto que se consume entre las llamas
de su caridad divina: ved, por fin, el bautismo por el cual Jesucristo suspiraba
con tanto ardor, y nuestra redención copiosa practicada por el
Hijo de Dios, no con una gota, sino con toda la efusión de su preciosa sangre,
"Yo he sido saciado, dice, de todas las amarguras posibles: se me ha
obligado a tomar una bebida de absintio: los tormentos de iniquidad me han
conturbado, he llegado altamar, y la tempestad me ha anegado. Decid ¡oh almas! si
habéis visto un padre más tierno, un esposo más amable, un mediador más poderoso
que Jesús? Su Oración nos ha reconciliado con Dios, su agonía Dios ha dado el triunfo
y la vida, su sangre nos ha lavado de todo.
Los tres Padre nuestros como el día primero.
ORACION
Clementísimo Jesús! que
antes de que los azotes y las espinas, los clavos y la lanza desgarraran vuestro
cuerpo bendito, habéis regado la tierra, con el copioso sudor de vuestra sangre
al impulso de la contrición perfecta que habéis tenido por nuestros pecados:
lavadnos con esa sangre divina que corre, no por la crueldad del verdugo, sino
por la violencia de vuestro amor y en virtud de ella, concededme una verdadera
contricción. Amen.
DIA QUINTO
LA PRISIÓN DE JESÚS
Mientras que Jesucristo
gime solitario en el huerto, Judas su discípulo viene a la cabeza de una turba
armada con espadas y palos y con linternas y antorchas para aprender a nuestro
Redentor. Los aprehensores pretenden sorprender a Jesús, temerosos de que se
les escape; pero Jesús sale a su encuentro y los sorprende, ya no se ve en
Jesucristo al hombro tímido y bajo el peso de la tristeza y de la agonía, sino
el Salvador que se adelanta generoso a consumar la obra de nuestra redención.
Jesús recibo al traidor con la frente serena y el semblante afable: la dulzura
reposa en sus labios, sus palabras están llenas de bondad, su continente es
amable: es la imagen viva de la misericordia de Dios que corre en pos del pecador
cuando lo ofende, para ofrecerle el perdón y la gracia: es el amante más fino
que aún se digna dar a su enemigo el tratamiento de amigo. Ni Judas, ni los
soldados conocieron al Salvador; y por esto Jesús, para dárseles a conocer, con
voz dulce y majestuosa les pregunta: ¿a quién buscáis? La turba responde
que, a Jesús Nazareno, y el Salvador les dice: yo soy. A esta
respuesta, todos aquellos hombres armados caen por tierra como heridos por un
rayo. ¿Dónde está ahora el aparato formidable y el odio furibundo de tantos enemigos?
Una sola palabra pronunciada por un hombre indefenso los hiere, los vence y los
derriba en tierra. Todos caen y solo Jesús permanece en pie, porque solo Jesús
es grande, solo en Jesús está la fuente de la fuerza y del poder, y solo Él
tiene en sus manos las llaves de la vida y de la muerte. Jesucristo permite que
se levante la turba derribada, y después de preguntarles de nuevo ¿a quién
buscáis? y de escuchar la misma respuesta, añade: ya os he dicho que
yo soy: si, pues, a mí me buscáis, dejad libres a mis discípulos. ¡Cuánto
amor de Jesús! Pronto
aceptar para sí la prisión v la muerte se apresura a asegurar a los suyos la
libertad y la vida. Con un yo soy, derriba a la multitud: con otro yo
soy, se entrega al poder do las tinieblas: con el primer yo soy,
manifiesta que es Dios, con el segundo yo soy, prueba que es hombre, y que
como hombre Dios va á redimir al mundo: como hombre, porque el hombre pecó, y
él debe satisfacer a Dios; copió, Dios, porque solo Dios puede satisfacer
condignamente a Dios. Jesús se da a conocer al traidor, quien da la señal
convenida, entregando con un ósculo de perfidia al que nadie pudo argüirle de
pecado, y a quien tanta prueba le dio de paternal cariño y amistad. Entonces la
turba enfurecida se arroja sobre Jesús, sin tener en cuenta la curación milagrosa
que allí mismo hizo á Malco, dando una prueba más de su divinidad; y nuestro buen
Jesús voluntariamente entrega sus brazos a los cordeles, su cuerpo a las
cadenas, y se deja conducir prisionero, en medio de la grita más espantosa. ¡Almas cristianas!
Contemplemos en silencio las humillaciones de nuestro Dios, y seremos
aprisionados por su amor.
ORACION
¡Dulcísimo Jesús! Nosotros somos los traidores que muchas
veces os hemos vendido con un beso de falsa amistad: nosotros los que con nuestros
escándalos hemos atado vuestras manos para impedir el bien, y con nuestras
iniquidades os hemos cargado de cadenas.
Nos arrepentimos de haber pecado: perdonadnos ¡oh buen Jesús! Caigan de
nosotros las prisiones que nos sujetan á Satanás; pronunciad un yo soy,
y nuestros enemigos serán derribados. Aprisionadnos con vuestro amor; sujetadnos
a vuestra ley y salvadnos. Amen.
DIA SEXTO.
LOS AZOTES.
Nuestro Señor Jesucristo,
pasa la noche de su prisión a merced de un populacho inhumano que lo cubre de
insultos y de oprobios; y en esta noche de angustias, el Corazón de Jesús
abandonado a la crueldad de sus enemigos, tiene que sufrir la negación más
sensible de uno de sus más caros discípulos. Arrastrado de tribunal en
tribunal, escarnecido en su doctrina, blasfemado en su divinidad, herido en su mejilla
y pospuesto á Barrabás, Pilatos por un sentimiento de compasión, injusto y
cruel, y para ver si puede librar de la crucifixión al que confiesa inocente,
manda aplicarle el más duro castigo de los azotes. "Verdugos insolentes se
apoderan del Salvador, le arrancan sus vestiduras, y lo amarran a una columna.
¡Cómo queda Jesús cubierto de rubor y da vergüenza al verse desnudo en
presencia de un pueblo desenfrenado! Entonces se verificó a Jesús aquella
sentida queja de David: "tú sabes. Señor, mi improperio y mi
confusión" Mas, no obstante, la vergüenza indecible que le causa su
desnudez, Jesucristo está aparejado para los azotes, y El mismo se coloca en el
infame poste para recibir de mano de los hombréala ingrata recompensa de su
amor. Los verdugos rechinando los dientes, lanzan contra Jesús miradas feroces
y se preparan con un gozo brutal para recrearse en sus tormentos. Como tigres
sedientos de sangre se arrojan sobre e1 Salvador y descargan en todo su cuerpo
una tempestad de azotes estrepitosos. La paciencia y el sufrimiento de Jesús,
agotan las fuerzas de los verdugos que se remudan para azotar con nueva
crueldad. Aquel cuerpo tan sensible aparece y a surcado con horribles contusiones:
desgarrada su piel bendita comienza á manar sangre que tiñendo los instrumentos
de la flagelación, corre hasta el suelo; y desde las plantas de los pies hasta
la coronilla de la cabeza, no hay en El parte sana. Al furor de los azotes caen
en torno de Jesús los pedazos de su carne virginal. Ya no hay parte en donde herir;
pero los verdugos embriagados de odio y sin piedad, dejan caer los azotes sobre
la carne viva que tiembla, y hacen, nuevas profundas heridas. Los músculos se
rompen, las venas se abren y pueden ya contarse todos sus huesos. ¡Oh si escucháramos
en este instante un gemido de Jesús! ¿Seriamos tan indolentes que permaneciéramos
insensibles? Si contempláramos que Jesús en medio de sus tormentos nos dirige
una dulce mirada de amor; ¿no quedaría nuestro pecho herido de contrición? Pues
Jesús gime; y esos golpes que lo hieren, esos azotes que lo desgarran, esas
heridas que lo atormentan son obra funesta de nuestros pecados, son efecto
admirable de s u amor. No le basta una boca para decirnos que nos ama, y ha
permitido que en su cuerpo se abran tantas bocas cuantas heridas tiene, por
donde su amor nos habla al corazón
ORACION
Adorable Salvador
nuestro. El misterio de vuestros azotes es el misterio de vuestra paternal ternura
y amor a nosotros. Vos habéis sufrido en vuestro cuerpo bendito todos los
azotes que mereció nuestro cuerpo de pecado: habéis curado nuestras llagas con
la sangre que mana de vuestras heridas, y habéis satisfecho a Dios por nuestras iniquidades. Aplicadnos
esa sangre preciosa, para que lavados de toda mancha, podamos obtener los
frutos de una verdadera penitencia. Amen.
DIA SEPTIMO
LA CORONACION DE ESPINAS.
Jesucristo cubierto de
heridas, bañado en su sangre, temblando de dolor, no inspira a sus enemigos
ninguna compasión; antes, por el contrario, apoderados de Satanás, se
preparan a darle un nuevo tormento, cubriendo su cabeza con una
corona de oprobio como á rey de burlas. Por segunda vez le despojan de
sus vestiduras y le hacen sentar sobre una piedra como sobre un
trono. Tejen un casco de penetrantes espinas y se lo ponen en la cabeza.
Un desecho de purpura y una caña en la mano son el manto y el cetro que
ponen en ridículo a la dignidad real del Hijo de Dios. Los verdugos armados de
palos, clavan a golpes la corona en la noble cabeza de Jesús. Las
espinas rompen el cráneo y penetran hasta el cerebro. Algunas se abren
paso al través de la frente, y otras salen por las sienes y aun por
las mejillas. La sangre corre por todas partes tiñendo la barba y los
cabellos, y aquel rostro venerable queda desfigurado. El dolor que
cada espina causa en la sagrada cabeza de Jesús, se extiende a todo su
cuerpo y a toda su organización interior; de modo que Jesús en este
tormento, es verdaderamente el varón de dolores que lleva sobre sí
nuestras enfermedades. Jesucristo no solo sufre en su cuerpo indecibles
tormentos, sino que también sufre en su alma las ignominias y los oprobios.
Los verdugos, para burlarse más de su víctima, hincan la rodilla,
aparentando adorarle como a Dios; y entre risas y gestos insultantes,
le hacen reverencias ridículas, y le saludan por burla diciendo:
"Dios te salve, rey de los judíos." Entre tanto, unos lo
escupen, otros lo abofetean, otros le arrancan los cabellos y la barba,
y otros con la caña le clavan más las espinas, renovando su dolor
y sus heridas. ¡Oh! ¡quién nos diera fuentes de lágrimas, para llorar
los tormentos y las ignominias de nuestro dulce Redentor! ¡Quién pudiera
lamentar día y noche los sufrimientos y afrentas de nuestro Dios!
¡Oh triste día de angustias indecibles, de tormentos inauditos, de
ultrajes y de escarnio para Jesús! ¿Y es este el día que Jesucristo llama
día de sus desposorios y de la alegría de su corazón, Sí, Jesucristo
sufre mucho es verdad; pero sufre con una paciencia inalterable y con
gran júbilo de su alma, ¿porque está cumpliendo los grandes designios de su
misericordia para nosotros? Con los insultos que recibe en su divinidad,
expía nuestras irreverencias é impiedades; su frente agobiada bajo el peso del
dolor, abate nuestro orgullo: su rostro amable lleno de asquerosas
salivas pide a Dios perdón por nosotros: la púrpura que lo cubre, es la
sangre con que nos regenera: la caña que lleva en su mano, significa
nuestra vanidad, condenada a tanto costo: y la corona que le hiere es
nuestra maldición que tomó sobre sí, la cual comenzó con las espinas
desde Adán, y terminó con las espinas en Jesús.
De este modo el Salvador
celebra con las almas sus desposorios, destruyendo el imperio de Satanás, fundando
su reinado de gracia y dándonos derecho al reino de los cielos
ORACION
¡Oh buen Jesús! Vos sois
el Rey de nuestro corazón, y en adelante nada podrá separarnos de Vos. Reinad,
pues, en nosotros: sostened la casa de nuestra fragilidad, y armadnos de
fortaleza; arrancad las espinas de nuestra esterilidad, y dadnos vuestra
gracia: mostradnos vuestro rostro tan amable, y concedednos la entrada a
vuestro celestial reino. Amen.
DIA OCTAVO.
EL CAMINO DE LA CRUZ.
Sentenciado, por fin, a
muerte nuestro divino Salvador, cubierto de nuevo con sus propias vestiduras,
se abraza con gozo de aquella Cruz que tanto había deseado; y cargando el
instrumento de su muerte, con la calma en el semblante y el júbilo en el
corazón, comienza a andar el camino más lleno de amargura y de dolor. ¿Quién no
se conmueve con este espectáculo? ¿Quién no suelta sus lágrimas al oír al
pregonero que anuncia el paso del divino sentenciado? ¿Quién no gime viendo al
Salvador abrumado bajo el peso de la Cruz, subiendo con ella la escarpada pendiente
del Gólgota al través de innumerables ultrajes, confundido entre dos
malhechores para su deshonra, seguido de multitud de pueblo, odiado de sus
enemigos y solo compadecido por las pocas almas fieles que lo acompañan? Sus
fuerzas se agotan, porque su humanidad está debilitada por la pérdida de tanta
sangre, por los dolores de tantas heridas. Mas esta flaqueza no proviene tanto
del agotamiento de sus fuerzas, como de su ardiente caridad; porque lo que
abruma principalmente a Jesucristo es el misterioso peso le las iniquidades del
mundo que, acumuladas sobre la Cruz, le hacen tan pesada y abaten su corazón a
esto concepto su debilidad es tanta, que, faltándole las fuerzas, cae por
tierra, y queda envuelto en el polvo y debajo de la Cruz. ¡Oh! ¡cómo han humillado
nuestras maldades a nuestro buen Jesús y Salvador! Los judíos, lo vea tan
abatido, que temen que expire antes de llegar al Calvario; y para tener la
diabólica satisfacción de verlo morir en el patíbulo, hacen fuerza a un gentil
de Cirene, llamado Simón para que ayude a llevar la Cruz a nuestro Redentor
Jesucristo, consiente en esto, porque quiere hacer a los gentiles esta gracia
de que los judíos se han hecho indignos: ha llamado a los paganos,
representados en Simón, para que como él confiesen y adoren su Cruz; y ha
desechado al pueblo judío para quien la cruz será objeto de terror y de confusión.
Entre tanto, la tierna Virgen María sabe que su amantísimo Hijo camina al
suplicio; y anegada en lágrimas, corre a su encuentro. Pero ¡ay! que apenas
descubre a Jesús entre la turba, y ve que los tormentos le han puesto
desconocido. Quisiera dar a su Hijo algún auxilio, pero no le es posible; y su corazón,
desgarrado por el amor maternal y por la compasión, casi espira. María ve a su
Hijo y Jesús ve a su Madre. ¿Quién comprenderá el dolor intenso que en esta vez
hace gemir en lo más íntimo á Jesús y a María? Jesús continua su camino, y
María le sigue muriendo de angustia. ¡Cuánto hay que lamentar en este camino de
la Cruz! Las mujeres piadosas vertiendo lágrimas de compasión al ver a Jesús
gimiendo de dolor, cubierto de ignominias; la mujer compasiva enjugando el
fatigado rostro del Salvador, Jesús cayendo repetidas veces para expiar nuestras
recaídas; la Madre angustiada siguiendo a su Hijo expirante; todo esto
manifiesta que este camino es de llanto y de gemidos, de indecibles angustias y
de aflicciones. Sigamos, pues, nosotros Jesucristo hasta el Calvario, en donde
lo veremos morir por nuestro amor.
ORACION
¡Amabilísimo Jesús! que nos habéis trazado el camino que debemos
llevar para salvarnos: concedednos que nos neguemos a nosotros mismos; que
tomemos la Cruz, de nuestros sufrimientos; y que, siguiéndoos en todos vuestros
pasos, merezcamos morir defendidos por vuestra Cruz. Amen.
DIA ULTIMO
LA CRUCIFIXION Y EL PERDON.
Luego que Jesús llega al
Calvario, le arrancan sus vestiduras pegadas con su sangre a las heridas que se
renuevan con los dolores más agudos; y después de gustar la hiel amarga para
expiar nuestra gula, así desnudo, y solo con los paños de la honestidad que su
Madre le previno, sube al trono de su dolor. Obligado por nuestro amor más bien
que por crueldad de los verdugos, se inclina a la tierra, y el mismo coloca sus
espaldas deserradas y sangrientas sobre el tosco madero de la Cruz, para que sean
atravesados por duros clavos. ¿Quién puede escuchar con calma el golpe del
martillo que retumba? ¿Quién sin conmoverse puede ver que estos clavos, rompiendo
la carne y las arterias, traspasan las manos y los pies de Jesús juntamente con
el madero? En seguida vuelven la Cruz para remachar clavos, aquel cuerpo bendito,
oprimido y estrujado, vierte sangre por das sus heridas. Levantan en alto al
crucificado y fijan la Cruz en medio de dos ladrones
¡Cuánto sufre Jesucristo
con el vaivén con el sacudimiento de su cuerpo cuando la cruz se sienta de
golpe en el agujero! Ahora es cuando las almas fieles pueden preguntar al Redentor
¿Qué llagas son esas Señor en medio de vuestras manos? "Estas llagas dice
Jesús; he recibido en mi misma casa de mano de aquellos que debían
amarme." Pero yo os he escrito en mis manos." ¡Consolémonos, almas
infortunadas! Jesús no nos ha escrito en papel sino en las palmas de sus manos
con su sangre. Ahí está la escritura de nuestros méritos, de nuestra confianza,
de nuestra salvación. Mientras tanto, el odio de los verdugos no se ha
extinguido: su furor infernal no queda saciado con los sufrimientos del Hijo de
Dios y la montaña resuena con el eco de blasfemias horrorosas, de improperios,
de sacrílegos insultos Jesús el más tierno de los padres a favor de sus hijos
ingratos ¡Ay! de boca del Salvador moribundo salen más que palabras de
misericordia y de sus ojos lánguidos hace subir al cielo su vos agonizante El
Redentor no habla para pedir venganza sino para detenerla, y con ternura infinita
exclama: ¡Padre perdónalos por que no saben lo que hacen! ¡Oh admirable
súplica! Solo una infinita misericordia ha podido solicitar el perdón en favor
de una malicia infinita. ¡Oh tierno y amante Jesús! cuánto gozo y confianza
excitáis en nuestras almas con una súplica tan tierna! ¿Para qué pedís, blasfemos
que baje de la Cruz; creeréis en El? ¿No está probando con esta suplica que es
el Hijo de Dios? Acerquémonos a la montaña: subamos al Calvario: abracémonos de
la cruz. Aquí escucharemos las últimas palabras de nuestro Dios, recibiremos la
sangre que mana de sus llagas y obtendremos el perdón y la eterna salud.
ORACION
Desnudos y avergonzados
por nuestras maldades, oh dulce Redentor, corremos presurosos al árbol de la
Cruz, bajo cuya sombra seremos libres del castigo que merecemos. Concedednos el
perdón de nuestros pecados: cubridnos con la vestidura de vuestra gracia:
lavadnos con vuestra sangre, y salvadnos por vuestras llagas. Amen.
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