viernes, 9 de marzo de 2018

NOVENA AL SEÑOR DE LAS TRES CAIDAS






NOVENA A NUESTRO PADRE JESÚS DE LAS TRES CAÍDAS

que se venera en la Iglesia de Tercera Orden de esta Ciudad de San Pedro de Cholula. escrita por el SR. D. M. A.

ACTO DE CONTRICCION

¡Dulcísimo Jesús, mi Redentor y mi Dios! ¿Cómo es posible vivir olvidado de vuestras finezas, cuando Vos, me tenéis escrito en vuestras llagas? ¿Cómo podré seguir ofendiéndoos, cuando por mi habéis derramado vuestra sangre con tanto amor? Vuestros sufrimientos son efecto de mis pecados: y os he sido el verdugo de vuestra pasión sagrada; y, sin embargo, veo vuestro rostro ensangrentado lleno de mansedumbre y de ternura. ¿Cómo no quedar traspasado por los divinos dardos de vuestra caridad? ¿Cómo no ser todo de Vos? Es verdad que el temor de vuestros juicios me hace temblar; pero vuestros gemidos amorosos me animan dulcemente para implorar vuestra piedad. Permitidme, pues, que a vuestras plantas deteste mis iniquidades, y deplore vuestras ofensas en la amargura de mí alma. ¡Oh Jesús amable! me pesa de haberos ofendido. Quiero morir para no ofenderos más: quiero recibir la aspersión de vuestra sangre divina que me regenere en vuestra gracia: quiero meditar en vuestra pasión bendita y tener parte en vuestros sufrimientos para tenerla también en vuestra gloria. Perdonadme ¡oh buen Jesús! yo me escondo en vuestras preciosas llagas, y en este divino asilo nunca vuestra justicia podrí castigarme. Aquí me llenareis de compunción para llorar mis pecados; aquí me lavareis con vuestra sangre y quedaré más blanco que la de vuestros méritos, mi salvación. Así lo espero de vuestra infinita bondad; y confío en que no me dejareis perecer. Amen.



DIA PRIMERO
LA TRISTEZA DE JESÚS.
Entra Jesucristo al huerto de Getsemaní, y desde luego se deja ver abrumado de tristeza, consternado y tímido, poseído de un abatimiento profundo. Su aflicción es tan grande, que la manifiesta a sus discípulos con estas palabras: “triste está mi alma hasta la muerte.” Como si dijera, dice S. Hilario: "Es tan grande la tristeza de mi alma, que, si mi virtud divina no viniera al socorro de mi flaqueza humana, me causaría la muerte.” No dice, yo estoy triste, sino mi alma está triste: palabras admirables con que nos revela, que además del alma, hay -en Jesucristo el yo la persona del Verbo a la que su alma y su cuerpo están sustancialmente unidos: y he aquí porqué dijo mi alma está triste, manifestándonos que la tristeza estaba e n la naturaleza humana, no en la naturaleza divina.
¿Mas no es Jesucristo quién deseaba ardientemente ser bautizado con su propia sangre, y suspiraba por esto feliz momento? ¿Por qué, pues, ahora que ve la cercana muerte, tiembla, se aflige y manifiesta a sus amigos su tristeza? Para convencernos, dice S. Juan Crisóstomo de que había tomado realmente nuestra mortalidad, y que era como nosotros, hijo de aquel Adán, cuyo pecado se disponía a expiar; para darnos la mayor prueba de su amor, al tomar sobre sí
todas nuestras enfermedades, y aun el pavor natural que causa la muerte; y para manifestarnos que Él no se aflige sino por nosotros, y que sus lágrimas no corren, sino por nosotros. Por esto es que, dejando a los demás apóstoles a la entrada de Getsemaní, solo entra en el huerto con Pedro, Juan y Santiago; para que los mismos que fueron testigos de su gloria en el Tabor, lo sean igualmente de su abatimiento en Getsemaní, y confiesen a la faz del mundo, que ellos con sus propios ojos vieron al Redentor resplandeciente en la cumbre de un monte, y abrumado de tristeza en el silencio de un huerto. Adoremos a Jesucristo en su divinidad, y escuchemos las sentidas quejas de su sacrosanta humanidad. Su profunda tristeza es la muestra que trae consigo el pecado; y la toma sobre sí para convertir nuestro llanto en gozo. Trasportémonos con Jesús al monte de los olivos, y allí encontraremos la unción do la gracia y el óleo de la caridad. Acompañemos á Jesús en el huerto y lloremos de tristeza por nuestros pecados que la causaron tan amarga a nuestro divino Redentor.

Tres Padre nuestro y Ave María en la forma siguiente.

Mirad al más hermoso de los hijos de los hombres. ¡Cómo su rostro en quien desean verse los ángeles ha sido desfigurado!
Padre nuestro, Ave María.

Sus vestiduras están teñidas en su sangre, y su cabeza está coronada de espinas.
Padre nuestro, Ave María.

"Él ha sido llagado por nuestras iniquidades.... y con sus cardenales fuimos sanados."
Padre nuestro, Ave María.

"Por las preciosas heridas de su cuerpo se descubre el amor de su corazón, se manifiestan las entrañas de su misericordia."
"¿Que más debió hacer por nosotros y no lo hizo?"
Gloria al Padre

ORACION

¡Dulcísimo Jesús! Vos que os habéis ocultado al mundo para dar principio a nuestra Redención y hacer resonar vuestros gemidos en la soledad, concedednos que, huyendo del mundo corrompido, pasemos con Vos el torrente de la tribulación, para que, llorando nuestros pecados con amarga tristeza, comencemos a trabajar por nuestra salvación. Amen.



RECUERDOS DE LA PASION.


¡Oh Jesús eterna vida
De los vivientes de Sion!

Sea nuestra alma defendida
Por tu cruz y tu pasión.

Al ver de Dios la grandeza
¡Por el pecado ultrajada!
Sintió tu alma inmaculada
Una profunda tristeza;
Y en el huerto, conmovida,
A Dios envió su oración.

A la sombra de un olivo,
Entre el dolor más acerbo,
Por amor del pobre siervo
Agonizas, compasivo;
Y tu alma vierte afligida,
De piedad la sacra unción.

Anegado en amargura.
Por el crimen y el pecado
Un sudor de sangre pura
Baña tu cuerpo sagrado;
Y a nuestra alma dio la vida
Tu perfecta contrición.

Entregado por un beso
De una engañosa amistad,
Para darnos libertad,
Te dejas Tú llevar preso:
Y por nos envilecida
Es tu gran reputación.

Prisionero te mantienes
Y ligado te presentas,
Entre baldones y afrentas,
Por el amor que nos tienes.
¡Oh caridad encendida!
Cuánto sufres en prisión!

En injustos tribunales,
Atado con lazo estrecho,
Te tienen por el desecho
De malignos criminales.
Y tu mejilla es herida
Con horrible bofetón.

Desnudo y avergonzado
Ante la plebe insolente,
Siendo Tú tan inocente,
Eres cruelmente azotado.
Y tu sangre fue vertida
Sin piedad ni compasión.

Crueles y agudos abrojos
Coronaron tu cabeza,
Traspasando con fiereza
Tu cerebro y aun tus ojos-
¡Oh crueldad jamás oída!
¡Oh penosa situación!

Por cubrirte de ignominias
Te pone el pueblo con saña,
Un harapo y una caña
De ridículas insignias.
Así la turba deicida,
Rey te aclama de irrisión.

Cargas con la cruz al hombro,
Y al Calvario, en gran tormento,
Caminas ya sin aliento,
Llenando al ángel de asombro.
Por tanta sangre perdida
Vas en honda postración.

Y la Madre de tu amor
Pregunta con amargura:
Almas fieles, ¿por ventura,
Habéis visto a mi Señor?
Decidle que Yo, afligida,
Fallezco de compasión.

Ya se escacha su gemido
Cual, de silvestre paloma,
Y entre, la turba es asoma,
Y te ve desconocido.
Su alma queda derretida
En tan terrible aflicción.

E1 dichoso Cirineo
Te ayudó a llevar la cruz,
Y en ella encontró su luz,
Su más glorioso trofeo.
Esta gracia inmerecida
La negaste a tu nación.

Al gran peso del pecado
Que la cruz, sagrada encierra,
Por tres veces caes en tierra
Sin fuerzas y atribulado.
A la piedad conmovida
Llenas de consternación.

En la cruz crucificado
Todo lo atraes con ternura;
En tí encontró su ventura
El infeliz desgraciado.
Y saludable acogida
Nos donó tu pretensión.

Abandonado del Padre
Te manifiestas sediento;
Y en tu sacro testamento
Nos das por madre a tu madre.
Tu alma siempre conmovida,
Por todos pide perdón.

Dimas pide con anhelo
Un recuerdo de tu pecho
Y Tú en caridad deshecho,
Al punto le das el cielo.
Su alma voló arrepentida,
A la celeste mansión.

Y no hay castigo a la criatura
En la cruz en donde espiras:
Allí nada más respiras,
Amor, amor y ternura:
Y para ser nuestra egida,
Nos abres tu corazón,

Con amor constante y fuerte
Redimes á los esclavos,
Siendo testigos los clavos,
La cruz y tu amarga muerte.
Así queda ya cumplida
Nuestra santa redención.




ORACION ULTIMA.
¡Oh María, Reina de los mártires y fuente de amor! Vos que habéis experimentado en vuestra alma purísima todos los tormentos y angustias, los oprobios y abatimientos que sufrid vuestro santísimo Hijo en s u sagrada pasión, alcanzadnos de Dios que sintamos la fuerza de vuestro dolor, para llorar con Vos las ignominias de nuestro Redentor Jesús. Grabad en nuestras almas sus preciosas llagas; y concedednos que, acompañándoos al pie de la cruz, tengamos la dicha de morir al amparo de vuestra protección. Amen.


DIA SEGUNDO.
LA ORACIÓN DE JESÚS.

Jesucristo en el huerto se aleja u n poco de sus discípulos; y puesto de rodillas, inclina humildemente su cuerpo, baja su frente y pega su rostro con la tierra. Ved al Hijo de Dios adorando y pidiendo a su Eterno Padre como el último de los hombres, a fin de inculcarnos los sentimientos de respeto y humillación con que debemos orar. Jesús levanta con lentitud su cabeza, fija en el cielo sus ojos bañados en lágrimas, y extendiendo sus brazos en forma de cruz, exclama: Padre, si es posible, pase de mi este cáliz: mas no se haga mi voluntad sino la tuya. Con esta oración no repugna Jesucristo los tormentos y las ignominias que toda su vida tuvo presentes y que tanto había anhelado para salvarnos: manifiesta sí el horror que tiene a la muerte, por ser esta la triste condición a que el pecado nos sujetó ; porque siendo la muerte, no obra de Dios, sino del demonio que era homicida desde el principio, Jesucristo la rechaza como contraria al primitivo designio de su bondad, que nos había criado para la vida de modo, que estas palabras pase de mí, no es el horror que le inspiran los tormentos, sino el acento compasivo de su amor , en vista de la fuerte condición á que nos ve reducidos. Jesucristo no repugna el cáliz de s u pasión: lo que siente es, que este cáliz de amargura le sea ofrecido por su mismo pueblo a quien ama tiernamente, a quien ha colmado de gracias, y cuya maldición desea evitar: por esto n o dice, pase de mí el cáliz, sino ¡pase de mi este cáliz!: lo quo siente en su corazón es, que hayan sido inútiles las reclamaciones benéficas que dirigió a su pueblo para salvarlo buscándolo con la ansiedad amorosa de un buen pastor siente la pérdida de tantas almas que no se aprovecharán del fruto de su pasión: siente la dureza de los pecadores que no atienden a sus llamamientos, ni hacen caso de su amor excesivo. Por esto dice, pase de mi este cáliz. Y, sin embargo, Jesús no olvida su misión sublime: sabe que va a satisfacer a Dios por el pecado; que va a redimir al género humano; que va a reconciliarlo con su Eterno Padre, y añade: mas no se haga mi voluntad sino la tuya. He aquí de n u e v o manifiesta la humanidad de Jesucristo en la repugnancia que siente por el pecado y por la ingratitud, y su naturaleza divina en la sujeción a la voluntad de Dios. He aquí como desaparece el viejo Adán, caído y enfermo, y se manifiesta el nuevo con todo su esplendor. El lenguaje de la flaqueza ha sido reemplazado por el sublime acento de la fuerza, y vemos y a la víctima que se ofrece voluntariamente a Dios por nosotros.


ORACION

¡Amantísimo Jesús! que teniendo amor para sufrir por nosotros no una, sino muchas muertes, habéis sentido en lo íntimo de vuestro Corazón la repugnancia de nuestra muerte y de nuestra ingratitud, concedednos que os acompañemos en vuestra oración, para que poseídos de arrepentimiento por nuestros pecados, nos revistamos de vuestro espíritu de vida y hagamos en toda vuestra santísima voluntad.  Amen.


DIA TERCERO.
LA AGONÍA DE JESÚS.

P o r tres veces nuestro adorable Salvador repite a su Eterno Padre la misma oración. Ya que sus discípulos duermen, y les dirige sus quejas, diciéndoles: " no habéis podido velar una hora conmigo.' Vuelve al lugar de su oración, y solo
como el ave solitaria en el techado devora en su Corazón un pavor y una tristeza tan grandes que le hacen entrar en una mortal agonía. En esta lucha y combate, que es lo que significa la palabra agonía. Jesucristo se manifiesta como animoso atleta, luchando y combatiendo no entre las dos voluntades de su persona, sino entre dos a tributos de su naturaleza divina; entre la justicia que quiere castigar a los pecadores, y la misericordia que quiere redimirlos: la justicia representada por el Padre, la misericordia personificada en el Hijo ¿Quién no ve en esta mortal agonía el excesivo amo» que Jesús nos tiene si lo contemplamos con su rostro pegado en la tierra, temblando, llorando y entre las angustias de la agonía, nos parecería que olvidado de nosotros, solo se ocupa de los tormentos y oprobios que se le esperan; más cuando lo vemos interrumpir su oración para despertar a sus discípulos e invitarlos a que lo acompañen a velar y orar,, demuestra, dice el Venerable Beda, que su agonía es más bien por sus discípulos y por nosotros que por El, y que mientras que nosotros dormimos el sueño del pecado y del olvido, Jesús lucha con su misericordia para satisfacer su justicia en favor nuestro; para dulcificar con su agonía las amarguras de la nuestra y para darnos una bendición de triunfo en nuestras luchas y combates. La agonía de Jesús, por tanto, no es el esfuerzo del hombro débil que se muere, sino la lucha del hombre fuerte que pelea con valor.
No es el resultado de una extraña flaqueza, sino el efecto de su más tierno amor, y el deseo más ardiente de aplicarnos el fruto de su pasión y de hacernos triunfar con su propia victoria. Es verdad que un ángel aparece confortando a nuestro divino Salvador; pero este consuelo no disminuye su dolor y abatimiento, sino que lo aumenta; porque la voluntad de su Eterno Padre es que sea la víctima de propiciación por los pecados del mundo.
Almas cristianas, venid al huerto de Getsemaní Aquí veréis no el Edén de las delicias, sino la mansión del dolor: escuchareis, no la armonía de las aves, sino los gemidos de Jesús, y veréis que el Salvador agoniza para ganar la vida que Adán y su posteridad perdieron por el pecado.
Padre nuestro como el día primero.

ORACION

¡Oh buen Jesús!  que, para elevarnos al lugar de vuestra gloria, os habéis colocado Vos en el lugar de nuestra ignominia, vistiéndoos con la apariencia de nuestro pecado, y haciéndonos participantes de vuestra gracia; Vos que habéis sufrido las amarguras de nuestra agonía, auxiliadnos en nuestro postrer combate, para que espirando en vuestra amistad, percibamos eternamente los frutos de vuestra Santísima pasión. Amen.

DIA CUARTO
EL SUDOR DE SANGRE.
La humilde actitud que Jesús ha tomado en la oración del huerto, nos manifiesta que Él ha consentido en llevar la inmensa carga de nuestros pecados, y de este modo se presenta a su Eterno Padre, como un culpable arrepentido que se somete al castigo que nosotros merecimos. Jesucristo para expiar nuestras iniquidades comenzó por experimentar en su corazón un dolor perfecto de todas las ofensas de Dios y este dolor que experimentó voluntariamente tan profundo y tan intenso, como si los pecados de todos los hombres hubieran sido suyos propios, y los hubiera El solo cometido todos su contrición es tanto más perfecta, cuanto que proviene del conocimiento claro que tiene de la infinita bondad de Dios ultrajada por el pecado; de la horrible deformidad de este y de sus tremendos castigos. Se duele en su interior de ver a Dios ofendido por innumerables culpas, y de ver condenados a los hombres a quienes ama tiernamente: y continuando en su angustiosa agonía, comienza a sudar sangre por todos los poros de su cuerpo, y en tanta abundancia que, corriendo hasta el suelo, todo su cuerpo queda bañado en su propia sangre. Ved el terrible efecto de la profunda contrición que destroza al Corazón de Jesús. Ved al Salvador del mundo derramando un sudor milagroso de sangre, y ofreciéndose al Eterno Padre por nuestra salud, como holocausto que se consume entre las llamas de su caridad divina: ved, por fin, el bautismo por el cual Jesucristo suspiraba con tanto ardor, y nuestra redención copiosa practicada por el Hijo de Dios, no con una gota, sino con toda la efusión de su preciosa sangre, "Yo he sido saciado, dice, de todas las amarguras posibles: se me ha obligado a tomar una bebida de absintio: los tormentos de iniquidad me han conturbado, he llegado altamar, y la tempestad me ha anegado. Decid ¡oh almas! si habéis visto un padre más tierno, un esposo más amable, un mediador más poderoso que Jesús? Su Oración nos ha reconciliado con Dios, su agonía Dios ha dado el triunfo y la vida, su sangre nos ha lavado de todo.
Los tres Padre nuestros como el día primero.

ORACION
Clementísimo Jesús! que antes de que los azotes y las espinas, los clavos y la lanza desgarraran vuestro cuerpo bendito, habéis regado la tierra, con el copioso sudor de vuestra sangre al impulso de la contrición perfecta que habéis tenido por nuestros pecados: lavadnos con esa sangre divina que corre, no por la crueldad del verdugo, sino por la violencia de vuestro amor y en virtud de ella, concededme una verdadera contricción. Amen.


DIA QUINTO
LA PRISIÓN DE JESÚS
Mientras que Jesucristo gime solitario en el huerto, Judas su discípulo viene a la cabeza de una turba armada con espadas y palos y con linternas y antorchas para aprender a nuestro Redentor. Los aprehensores pretenden sorprender a Jesús, temerosos de que se les escape; pero Jesús sale a su encuentro y los sorprende, ya no se ve en Jesucristo al hombro tímido y bajo el peso de la tristeza y de la agonía, sino el Salvador que se adelanta generoso a consumar la obra de nuestra redención. Jesús recibo al traidor con la frente serena y el semblante afable: la dulzura reposa en sus labios, sus palabras están llenas de bondad, su continente es amable: es la imagen viva de la misericordia de Dios que corre en pos del pecador cuando lo ofende, para ofrecerle el perdón y la gracia: es el amante más fino que aún se digna dar a su enemigo el tratamiento de amigo. Ni Judas, ni los soldados conocieron al Salvador; y por esto Jesús, para dárseles a conocer, con voz dulce y majestuosa les pregunta: ¿a quién buscáis? La turba responde que, a Jesús Nazareno, y el Salvador les dice: yo soy. A esta respuesta, todos aquellos hombres armados caen por tierra como heridos por un rayo. ¿Dónde está ahora el aparato formidable y el odio furibundo de tantos enemigos? Una sola palabra pronunciada por un hombre indefenso los hiere, los vence y los derriba en tierra. Todos caen y solo Jesús permanece en pie, porque solo Jesús es grande, solo en Jesús está la fuente de la fuerza y del poder, y solo Él tiene en sus manos las llaves de la vida y de la muerte. Jesucristo permite que se levante la turba derribada, y después de preguntarles de nuevo ¿a quién buscáis? y de escuchar la misma respuesta, añade: ya os he dicho que yo soy: si, pues, a mí me buscáis, dejad libres a mis discípulos. ¡Cuánto amor de Jesús! Pronto aceptar para sí la prisión v la muerte se apresura a asegurar a los suyos la libertad y la vida. Con un yo soy, derriba a la multitud: con otro yo soy, se entrega al poder do las tinieblas: con el primer yo soy, manifiesta que es Dios, con el segundo yo soy, prueba que es hombre, y que como hombre Dios va á redimir al mundo: como hombre, porque el hombre pecó, y él debe satisfacer a Dios; copió, Dios, porque solo Dios puede satisfacer condignamente a Dios. Jesús se da a conocer al traidor, quien da la señal convenida, entregando con un ósculo de perfidia al que nadie pudo argüirle de pecado, y a quien tanta prueba le dio de paternal cariño y amistad. Entonces la turba enfurecida se arroja sobre Jesús, sin tener en cuenta la curación milagrosa que allí mismo hizo á Malco, dando una prueba más de su divinidad; y nuestro buen Jesús voluntariamente entrega sus brazos a los cordeles, su cuerpo a las cadenas, y se deja conducir prisionero, en medio de la grita más espantosa. ¡Almas cristianas! Contemplemos en silencio las humillaciones de nuestro Dios, y seremos aprisionados por su amor.

ORACION
¡Dulcísimo Jesús! Nosotros somos los traidores que muchas veces os hemos vendido con un beso de falsa amistad: nosotros los que con nuestros escándalos hemos atado vuestras manos para impedir el bien, y con nuestras iniquidades os hemos cargado de cadenas. Nos arrepentimos de haber pecado: perdonadnos ¡oh buen Jesús! Caigan de nosotros las prisiones que nos sujetan á Satanás; pronunciad un yo soy, y nuestros enemigos serán derribados. Aprisionadnos con vuestro amor; sujetadnos a vuestra ley y salvadnos. Amen.

DIA SEXTO.
LOS AZOTES.
Nuestro Señor Jesucristo, pasa la noche de su prisión a merced de un populacho inhumano que lo cubre de insultos y de oprobios; y en esta noche de angustias, el Corazón de Jesús abandonado a la crueldad de sus enemigos, tiene que sufrir la negación más sensible de uno de sus más caros discípulos. Arrastrado de tribunal en tribunal, escarnecido en su doctrina, blasfemado en su divinidad, herido en su mejilla y pospuesto á Barrabás, Pilatos por un sentimiento de compasión, injusto y cruel, y para ver si puede librar de la crucifixión al que confiesa inocente, manda aplicarle el más duro castigo de los azotes. "Verdugos insolentes se apoderan del Salvador, le arrancan sus vestiduras, y lo amarran a una columna. ¡Cómo queda Jesús cubierto de rubor y da vergüenza al verse desnudo en presencia de un pueblo desenfrenado! Entonces se verificó a Jesús aquella sentida queja de David: "tú sabes. Señor, mi improperio y mi confusión" Mas, no obstante, la vergüenza indecible que le causa su desnudez, Jesucristo está aparejado para los azotes, y El mismo se coloca en el infame poste para recibir de mano de los hombréala ingrata recompensa de su amor. Los verdugos rechinando los dientes, lanzan contra Jesús miradas feroces y se preparan con un gozo brutal para recrearse en sus tormentos. Como tigres sedientos de sangre se arrojan sobre e1 Salvador y descargan en todo su cuerpo una tempestad de azotes estrepitosos. La paciencia y el sufrimiento de Jesús, agotan las fuerzas de los verdugos que se remudan para azotar con nueva crueldad. Aquel cuerpo tan sensible aparece y a surcado con horribles contusiones: desgarrada su piel bendita comienza á manar sangre que tiñendo los instrumentos de la flagelación, corre hasta el suelo; y desde las plantas de los pies hasta la coronilla de la cabeza, no hay en El parte sana. Al furor de los azotes caen en torno de Jesús los pedazos de su carne virginal. Ya no hay parte en donde herir; pero los verdugos embriagados de odio y sin piedad, dejan caer los azotes sobre la carne viva que tiembla, y hacen, nuevas profundas heridas. Los músculos se rompen, las venas se abren y pueden ya contarse todos sus huesos. ¡Oh si escucháramos en este instante un gemido de Jesús! ¿Seriamos tan indolentes que permaneciéramos insensibles? Si contempláramos que Jesús en medio de sus tormentos nos dirige una dulce mirada de amor; ¿no quedaría nuestro pecho herido de contrición? Pues Jesús gime; y esos golpes que lo hieren, esos azotes que lo desgarran, esas heridas que lo atormentan son obra funesta de nuestros pecados, son efecto admirable de s u amor. No le basta una boca para decirnos que nos ama, y ha permitido que en su cuerpo se abran tantas bocas cuantas heridas tiene, por donde su amor nos habla al corazón

ORACION
Adorable Salvador nuestro. El misterio de vuestros azotes es el misterio de vuestra paternal ternura y amor a nosotros. Vos habéis sufrido en vuestro cuerpo bendito todos los azotes que mereció nuestro cuerpo de pecado: habéis curado nuestras llagas con la sangre que mana de vuestras heridas, y habéis satisfecho a Dios por nuestras iniquidades. Aplicadnos esa sangre preciosa, para que lavados de toda mancha, podamos obtener los frutos de una verdadera penitencia. Amen.


DIA SEPTIMO
LA CORONACION DE ESPINAS.
Jesucristo cubierto de heridas, bañado en su sangre, temblando de dolor, no inspira a sus enemigos ninguna compasión; antes, por el contrario, apoderados de Satanás, se preparan a darle un nuevo tormento, cubriendo su cabeza con una corona de oprobio como á rey de burlas. Por segunda vez le despojan de sus vestiduras y le hacen sentar sobre una piedra como sobre un trono. Tejen un casco de penetrantes espinas y se lo ponen en la cabeza. Un desecho de purpura y una caña en la mano son el manto y el cetro que ponen en ridículo a la dignidad real del Hijo de Dios. Los verdugos armados de palos, clavan a golpes la corona en la noble cabeza de Jesús. Las espinas rompen el cráneo y penetran hasta el cerebro. Algunas se abren paso al través de la frente, y otras salen por las sienes y aun por las mejillas. La sangre corre por todas partes tiñendo la barba y los cabellos, y aquel rostro venerable queda desfigurado. El dolor que cada espina causa en la sagrada cabeza de Jesús, se extiende a todo su cuerpo y a toda su organización interior; de modo que Jesús en este tormento, es verdaderamente el varón de dolores que lleva sobre sí nuestras enfermedades. Jesucristo no solo sufre en su cuerpo indecibles tormentos, sino que también sufre en su alma las ignominias y los oprobios. Los verdugos, para burlarse más de su víctima, hincan la rodilla, aparentando adorarle como a Dios; y entre risas y gestos insultantes, le hacen reverencias ridículas, y le saludan por burla diciendo: "Dios te salve, rey de los judíos." Entre tanto, unos lo escupen, otros lo abofetean, otros le arrancan los cabellos y la barba, y otros con la caña le clavan más las espinas, renovando su dolor y sus heridas. ¡Oh! ¡quién nos diera fuentes de lágrimas, para llorar los tormentos y las ignominias de nuestro dulce Redentor! ¡Quién pudiera lamentar día y noche los sufrimientos y afrentas de nuestro Dios! ¡Oh triste día de angustias indecibles, de tormentos inauditos, de ultrajes y de escarnio para Jesús! ¿Y es este el día que Jesucristo llama día de sus desposorios y de la alegría de su corazón, Sí, Jesucristo sufre mucho es verdad; pero sufre con una paciencia inalterable y con gran júbilo de su alma, ¿porque está cumpliendo los grandes designios de su misericordia para nosotros? Con los insultos que recibe en su divinidad, expía nuestras irreverencias é impiedades; su frente agobiada bajo el peso del dolor, abate nuestro orgullo: su rostro amable lleno de asquerosas salivas pide a Dios perdón por nosotros: la púrpura que lo cubre, es la sangre con que nos regenera: la caña que lleva en su mano, significa nuestra vanidad, condenada a tanto costo: y la corona que le hiere es nuestra maldición que tomó sobre sí, la cual comenzó con las espinas desde Adán, y terminó con las espinas en Jesús.
De este modo el Salvador celebra con las almas sus desposorios, destruyendo el imperio de Satanás, fundando su reinado de gracia y dándonos derecho al reino de los cielos
ORACION
¡Oh buen Jesús! Vos sois el Rey de nuestro corazón, y en adelante nada podrá separarnos de Vos. Reinad, pues, en nosotros: sostened la casa de nuestra fragilidad, y armadnos de fortaleza; arrancad las espinas de nuestra esterilidad, y dadnos vuestra gracia: mostradnos vuestro rostro tan amable, y concedednos la entrada a vuestro celestial reino. Amen.


DIA OCTAVO.
EL CAMINO DE LA CRUZ.
Sentenciado, por fin, a muerte nuestro divino Salvador, cubierto de nuevo con sus propias vestiduras, se abraza con gozo de aquella Cruz que tanto había deseado; y cargando el instrumento de su muerte, con la calma en el semblante y el júbilo en el corazón, comienza a andar el camino más lleno de amargura y de dolor. ¿Quién no se conmueve con este espectáculo? ¿Quién no suelta sus lágrimas al oír al pregonero que anuncia el paso del divino sentenciado? ¿Quién no gime viendo al Salvador abrumado bajo el peso de la Cruz, subiendo con ella la escarpada pendiente del Gólgota al través de innumerables ultrajes, confundido entre dos malhechores para su deshonra, seguido de multitud de pueblo, odiado de sus enemigos y solo compadecido por las pocas almas fieles que lo acompañan? Sus fuerzas se agotan, porque su humanidad está debilitada por la pérdida de tanta sangre, por los dolores de tantas heridas. Mas esta flaqueza no proviene tanto del agotamiento de sus fuerzas, como de su ardiente caridad; porque lo que abruma principalmente a Jesucristo es el misterioso peso le las iniquidades del mundo que, acumuladas sobre la Cruz, le hacen tan pesada y abaten su corazón a esto concepto su debilidad es tanta, que, faltándole las fuerzas, cae por tierra, y queda envuelto en el polvo y debajo de la Cruz. ¡Oh! ¡cómo han humillado nuestras maldades a nuestro buen Jesús y Salvador! Los judíos, lo vea tan abatido, que temen que expire antes de llegar al Calvario; y para tener la diabólica satisfacción de verlo morir en el patíbulo, hacen fuerza a un gentil de Cirene, llamado Simón para que ayude a llevar la Cruz a nuestro Redentor Jesucristo, consiente en esto, porque quiere hacer a los gentiles esta gracia de que los judíos se han hecho indignos: ha llamado a los paganos, representados en Simón, para que como él confiesen y adoren su Cruz; y ha desechado al pueblo judío para quien la cruz será objeto de terror y de confusión. Entre tanto, la tierna Virgen María sabe que su amantísimo Hijo camina al suplicio; y anegada en lágrimas, corre a su encuentro. Pero ¡ay! que apenas descubre a Jesús entre la turba, y ve que los tormentos le han puesto desconocido. Quisiera dar a su Hijo algún auxilio, pero no le es posible; y su corazón, desgarrado por el amor maternal y por la compasión, casi espira. María ve a su Hijo y Jesús ve a su Madre. ¿Quién comprenderá el dolor intenso que en esta vez hace gemir en lo más íntimo á Jesús y a María? Jesús continua su camino, y María le sigue muriendo de angustia. ¡Cuánto hay que lamentar en este camino de la Cruz! Las mujeres piadosas vertiendo lágrimas de compasión al ver a Jesús gimiendo de dolor, cubierto de ignominias; la mujer compasiva enjugando el fatigado rostro del Salvador, Jesús cayendo repetidas veces para expiar nuestras recaídas; la Madre angustiada siguiendo a su Hijo expirante; todo esto manifiesta que este camino es de llanto y de gemidos, de indecibles angustias y de aflicciones. Sigamos, pues, nosotros Jesucristo hasta el Calvario, en donde lo veremos morir por nuestro amor.

ORACION
¡Amabilísimo Jesús!  que nos habéis trazado el camino que debemos llevar para salvarnos: concedednos que nos neguemos a nosotros mismos; que tomemos la Cruz, de nuestros sufrimientos; y que, siguiéndoos en todos vuestros pasos, merezcamos morir defendidos por vuestra Cruz. Amen.


DIA ULTIMO
LA CRUCIFIXION Y EL PERDON.
Luego que Jesús llega al Calvario, le arrancan sus vestiduras pegadas con su sangre a las heridas que se renuevan con los dolores más agudos; y después de gustar la hiel amarga para expiar nuestra gula, así desnudo, y solo con los paños de la honestidad que su Madre le previno, sube al trono de su dolor. Obligado por nuestro amor más bien que por crueldad de los verdugos, se inclina a la tierra, y el mismo coloca sus espaldas deserradas y sangrientas sobre el tosco madero de la Cruz, para que sean atravesados por duros clavos. ¿Quién puede escuchar con calma el golpe del martillo que retumba? ¿Quién sin conmoverse puede ver que estos clavos, rompiendo la carne y las arterias, traspasan las manos y los pies de Jesús juntamente con el madero? En seguida vuelven la Cruz para remachar clavos, aquel cuerpo bendito, oprimido y estrujado, vierte sangre por das sus heridas. Levantan en alto al crucificado y fijan la Cruz en medio de dos ladrones
¡Cuánto sufre Jesucristo con el vaivén con el sacudimiento de su cuerpo cuando la cruz se sienta de golpe en el agujero! Ahora es cuando las almas fieles pueden preguntar al Redentor ¿Qué llagas son esas Señor en medio de vuestras manos? "Estas llagas dice Jesús; he recibido en mi misma casa de mano de aquellos que debían amarme." Pero yo os he escrito en mis manos." ¡Consolémonos, almas infortunadas! Jesús no nos ha escrito en papel sino en las palmas de sus manos con su sangre. Ahí está la escritura de nuestros méritos, de nuestra confianza, de nuestra salvación. Mientras tanto, el odio de los verdugos no se ha extinguido: su furor infernal no queda saciado con los sufrimientos del Hijo de Dios y la montaña resuena con el eco de blasfemias horrorosas, de improperios, de sacrílegos insultos Jesús el más tierno de los padres a favor de sus hijos ingratos ¡Ay! de boca del Salvador moribundo salen más que palabras de misericordia y de sus ojos lánguidos hace subir al cielo su vos agonizante El Redentor no habla para pedir venganza sino para detenerla, y con ternura infinita exclama: ¡Padre perdónalos por que no saben lo que hacen! ¡Oh admirable súplica! Solo una infinita misericordia ha podido solicitar el perdón en favor de una malicia infinita. ¡Oh tierno y amante Jesús! cuánto gozo y confianza excitáis en nuestras almas con una súplica tan tierna! ¿Para qué pedís, blasfemos que baje de la Cruz; creeréis en El? ¿No está probando con esta suplica que es el Hijo de Dios? Acerquémonos a la montaña: subamos al Calvario: abracémonos de la cruz. Aquí escucharemos las últimas palabras de nuestro Dios, recibiremos la sangre que mana de sus llagas y obtendremos el perdón y la eterna salud. 

ORACION
Desnudos y avergonzados por nuestras maldades, oh dulce Redentor, corremos presurosos al árbol de la Cruz, bajo cuya sombra seremos libres del castigo que merecemos. Concedednos el perdón de nuestros pecados: cubridnos con la vestidura de vuestra gracia: lavadnos con vuestra sangre, y salvadnos por vuestras llagas. Amen.

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