TRIDUO AL QUERUBÍN GUADALUPANO
QUE YACE A LOS PIES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DE GUADALUPE
L/: Gloria al Padre…
R/:
Y mi boca cantara tus alabanzas
R/:
Como
era en el principio…
ACTO DE CONTRICIÓN
Adorable Salvador mío,
que entre los numerosos coros angélicos que creaste, colocaste a los
Querubines, espíritus llenos de la ciencia más alta de las cosas celestiales,
concédeme por intercesión de estos felicísimos espíritus, la ciencia de la fe
que ilumine mi conciencia, y enseñe cuan gran mal es el pecado, y cuan
espantosa desgracia el cometerlo, y cuan terrible peligro el del infierno Y que
este conocimiento, Señor, no sea en mí estéril, sino que me haga dolerme
profundamente de mis pecados y resolverme a perder todas las cosas antes que
ofenderte de nuevo. Perdón pues, divino Jesús mío; siento en el alma el haberte
disgustado, y con el auxilio de la gracia, prometo resistir las tentaciones,
arrancar las ocasiones, y dedicarme enteramente a tu servicio. Amén.
ORACIÓN DIARIA A LA VIRGEN DE GUADALUPE
Virgen de Guadalupe,
amada Madre mía, tú sabes cuánta envidia he tenido siempre al noble espíritu
que mora bajo tus plantas: como él, desearía tomar tu túnica y tu manto en mis
indignas manos; como él, vivir siempre en tu compañía, y como él, no salir
nunca de la virtud de tus pies virginales. ¡Qué torrentes de salud y de dicha
no saldrán de tu celeste figura, Madre mía! ¡qué felicidad no será el estar
siempre con Aquella á quien dijo el arcángel: “el Señor es contigo” ¡qué
consuelo el estar junto a tus plantas que tanto caminaron llevando de una a
otra parte al Dios Niño! Admíteme aquí, pues, ¡oh Madre mía!: quiero hacer
amistades con el noble Príncipe que te sirve de trono, para gozar con él de tu
dulce presencia. ¡Que te acompañe yo siempre aquí en la tierra, Virgen de
Guadalupe, ¡para tener un día la dicha de acompañarte por siempre en el cielo!
Amén.
Con
el feliz Querubín
A
tus plantas morar quiero,
Y
servirte con esmero
Toda
mi vida, hasta el fin.
Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia…
PRIMER DIA
Espíritu soberano, que en otro tiempo tuviste la dicha de
bajar desde el cielo, acompañando a la Reina de los ángeles que se dignaba
venir a visitar nuestro suelo, y que, más feliz que tus compañeros
perteneciendo al mismo coro de que formas parte, tuviste la honra imponderable
de llevar sobre los hombros á La que llevó tanto en sus brazos como en su casto
seno al Dios humanado; yo quiero ser tu amigo, ángel dichoso: quiero venir a
conversar contigo a los pies de tu Reina y mi Madre. Si tú te tienes por tan
honrado y tan contento, con ser su súbdito y vasallo, ¡qué dicha, qué honra tan
grande no será la mía, al tenerla por Madre verdadera! Y si tú, ¡oh celeste
espíritu! estás siempre con ella como a su sombra, yo debo también estarlo como
un hijo con la madre a quien tiernamente ama. Hazme un lugar junto a ti, pues,
Príncipe angélico: juntos estén el ángel y el hombre para alabar a la Reina de
los ángeles y de los hombres; unidos se encuentren el habitante de los cielos y
el morador de la tierra, para venerar y ensalzar a la que bajó de los cielos a
honrar nuestra tierra. Si a ti te falta un corazón de carne para amarla, a mí
me falta una ciencia encumbrada para conocerla: juntémonos pues los dos, ángel
excelso: tú pondrás tu ciencia de Querubín para conocerla, y yo mi humano
corazón para amarla; y conocerla y amarla, y venerarla y servirla, será siempre
nuestra dulce y santa ocupación. Amén.
GOZOS
Pues te
ostentas tan hermoso,
A las
plantas de María:
Alivia
la pena mía,
¡Oh
Querubín venturoso!
Tú,
desplegadas las alas
Contienes
tu raudo vuelo,
Pues
descendiste del cielo
Para
mostrarnos tus galas;
Pues te
mantienes airoso
Bajo el
manto de María:
Con la una
mano, tu coges
La
virginal vestidura,
Y del
manto la hermosura
Con la
otra mano recoges:
Junto a ti
en dulce reposo
Admíteme
en este día;
Con el
hombro sustentando
La negra
luna, te miro,
Y al dulce
peso, te admiro
Tu cabeza
doblegando:
Como
atlante poderoso
Ostentas
tu valentía:
En tus alas
muestras luego
De colores
un portento:
El de azul
del firmamento,
El del oro
y el del fuego;
Son la fe,
el amor hermoso
Y la
esperanza en María:
Unos te
llaman Gabriel
Como ángel
de anunciación;
Otros te
dan por blasón
El
renombre de Miguel;
Mas tu
nombre misterioso
Nada añade
a tu hidalguía:
Haz que
contigo fielmente
Sirva á mi
Reina de peana,
Los pies
de mi Soberana
Venerando
reverente;'
Y así
contigo, gozoso
Veré su
rostro algún día:
Espíritu
esplendoroso,
Ángel de
sabiduría:
Alivia la pena mía,
¡Oh Querubín venturoso!
SEGUNDO DIA
¡Oh y cuán
gozoso te miro, glorioso Querubín, a los pies de la Virgen María! Como San
Pedro en el Tabor, bien podrás tú decir: «¡oh y cuán bueno es el estar aquí!»
Pero si allá los vivos que aún estaban en este mundo, y los habitantes del
otro, Moisés y Elías, acompañaban a nuestro amado Salvador, acá también es
necesario que no sólo los celestes moradores por ti representados, la
acompañen, sino que también los mortales de la tierra que la reconocen por
Madre, procuren no faltar de su lado. Y así, en la dulce Imagen, la luna oscurecida
representa nuestro suelo antes sumido en las tinieblas de la idolatría, y tú,
oh celeste espíritu que con un hombro la sostienes, debes ayudar con tus
fuerzas é intercesión al sostenimiento de la fe entre nosotros. Cercano siempre
a la Virgen de Guadalupe, unido continuamente a las regias plantas de la
Patrona de México, parece tienes más facilidad, y hasta como una cierta obligación
de rogar por nosotros. Pídele, pues, Querubín sapientísimo, que cada día
conozcamos mejor nuestra religión y nuestra fe, para mejor seguirla y
practicarla: que conozcamos más su amor y sus finezas para más amarla y
agradecerla; que conozcamos mejor las tristes tinieblas en que nos traen
envueltos nuestras pasiones, para que a sus plantas se desvanezcan y disipen, y
para que a la noche del siglo presente veamos alguna vez suceder el clarísimo
día de la futura gloria. Amén.
TERCE R DIA
¡De tres
colores misteriosos pintadas tienes las plumas de tus alas Querubín
dichosísimo! Un azul de notable finura las decora; el color ¡amarillo que
tiende al del oro las hermosea, y el rojo subido las engrandece. Pero ¿qué es
el azul sino el color del firmamento, y qué puede simbolizar sino los deseos
celestiales a los que pedimos a Dios con la Iglesia que levante y enderece
nuestros corazones? Así las plumas azuladas son los celestes deseos, las altas
aspiraciones de nuestro pobre corazón, que, sacudiendo el polvo del destierro, agita
sus alas, y quiere remontarse a las azuladas alturas donde su patria se encuentra.
¿Y qué indica el color de oro, sino las riquezas de la fe, la fe santa
cristiana que llevaba a los Magos a la cuna del Salvador, y que representaban
por el oro de sus ofrendas? La fe es la preciosa margarita del cielo a la
tierra descendida, y por cuya posesión debemos todo darlo y todo perderlo. ¿Y
el rojo color de sangre y color de fuego, no simboliza a la encendida caridad,
fuego que enciende el corazón y hacia Dios lo levanta, y que le hace derramar
por él su sangre en el martirio, o abrasarse en vivas llamas de celo por la salvación
de las almas? Así, los colores de tus alas, significan aquellas tres grandes y
hermosas virtudes que unen al alma con Dios y hacia Dios la llevan, y a ellos
solo tienen por fin y por objeto. Alcánzalas para nosotros ¡oh alabado
espíritu! Que nuestra fe hoy tan combatida por los vientos de la impiedad y la
herejía, se afirme y robustezca ante la Madre del conocimiento. Que la dulce
esperanza se levante a los eternos bienes de la bienaventuranza, mirando a la Virgen
de Guadalupe, Madre de la santa esperanza; que la caridad tan enfriada en
nuestros días, vuelva a arder en todos los corazones encendida a las plantas de
la que es Madre de la hermosa dilección, del amor casto y puro, hoy que
indignos y locos afectos ensucian el corazón humano y lo hacen arder en
infernales llamas. Extiende, ¡oh Querubín! el manto virginal a tu mano
confiado, y cubre con él a América y a sus moradores, para que su sombra nos
alivie, y su virtud nos fortalezca. Y a mí, escúchame en la necesidad que hoy
me hace invocarte. Alcánzame con la Virgen Santísima de Guadalupe lo que pido,
pues estando a sus plantas muy de cerca te escucha. Poderoso eres, no me
abandones, pues te imploro confiado. Amén.
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