OCTAVARIO A LA GLORIOSA ASUNCIÓN DE LA SANTISIMA VIRGEN MARIA
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, porque sois
mi Criador, mi Redentor, y mi benigno Salvador, y porque sois mi amoroso Padre,
me pesa en lo íntimo de mi corazón, con el más vivo dolor, de haber ofendido a
vuestra infinita bondad, con los atrevidos ultrajes de mi delincuente malicia. Propongo,
Señor, aprovecharme para mi enmienda de los poderosos auxilios de vuestra
soberana misericordia, cuya dulce confianza me alienta, para ofreceros el
sacrificio de mi fervorosa voluntad, con la que deseo padecer todas las
afrentas, dolores y trabajos en satisfacción de mis repetidas culpas y pecados,
y para cuyo perdón apelo, Padre amantísimo, inmenso tesoro de los méritos de
vuestra preciosa y divina sangre, esperando que vuestra gracia haga eficaces
los firmes propósitos de ni debida perseverancia en vuestro santo servicio.
Amen.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Oh amabilísima Madre, Reyna y Señora de todo lo criado, a
vuestros soberanos y divinos pies se ofrece mi alma, y desde los obscuros senos
de su corazón suspira por la clara luz de aquella resplandeciente gloria, con
que vuestro virginal y purísimo cuerpo fué elevado al supremo y magnifico
trono, que la Trinidad Beatísima os preparó en los eternos tabernáculos, como
digno premio de vuestras excelsas y singulares virtudes, de modo que estáticas
las angélicas Potestades, con dulces y agradables consonancias admirasen la
inmensa majestad de vuestra brillante y feliz Asunción: Suplícoos humildemente,
Señora Madre mía, que pues domináis gloriosa, y reconocida por Reyna augusta de
los venturosos ciudadanos de la celestial Jerusalén, no os olvidéis del que
abatido en este profundo valle de sollozos, gime entre míseras cadenas,
confiado únicamente en que las benignidades de vuestra amorosa clemencia sean
las que resuciten la esperanza de su salvación, y el gozo inefable de adorar la
hermosura de vuestra real presencia entre los numerosos y afortunados coros de
los Bienaventurados. Amen.
DIA PRIMERO
ORACION
Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de los Ángeles, cuya
admiración en el día glorioso de vuestra triunfante Asunción excedió á su sublime
inteligencia, el reconoceros más hermosa que la luna, y más brillante que el
sol: Suplícoos, Señora y Madre mía, iluminéis la densa rudeza de mi ignorancia,
para que ilustrado con las hermosas luces de vuestra preciosa gracia, os rinda
mi corazón las alabanzas debidas a vuestra suma grandeza, adorándoos reverente al
pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme el favor
particular, que os pido en este Octavario, à mayor gloria de Dios, culto
vuestro, y bien de mi alma. Amen.
MEDITACION
Considera el inefable gozo, que tuvieron los Ángeles en el
cielo, al contemplar a su soberana Reyna colocada en alto y distinguido solio
al lado de la Santísima Trinidad en el día de su gloriosa Asunción: ¡Cuanto se
les aumentaría el contento al ver como el Padre Eterno la coronaba como Hija,
el Hijo como Madre, y el Espíritu Santo como Esposa! ¿Con que cántico no celebrarían
su venturoso triunfo? ¡Oh privilegiada Ester! vos sola pudisteis entre todas
las mujeres lograr del divino Asuero el más singular indulto. A la consideración,
pues, de este sagrado Misterio, eleva tu espíritu hasta el trono de su
grandeza, y penetrado de una inflamada devoción, a vista de tan divina Reyna,
ofrécela tus rendidos homenajes, y junta tus fervientes votos con los
celestiales coros de los Ángeles, que la rodean en la gloria.
Se rezan tres veces el Ave María y un Gloria
Patri.
ULTIMA ORACION PARA TODOS LOS DÍAS
Soberana Emperatriz de cielos y tierra, divina primogénita
del Altísimo, y dichosa posesión de sus delicias; dignaos, Señora, de recibir
las festivas voces de alegría, con que el amor de mi alma os saluda, y
dulcemente os alaba, acompañándoos, en el gozo que tuvisteis, cuando vuestro purísimo
cuerpo, unido a vuestra alma gloriosa, entre los cánticos armoniosos de las celestes
Jerarquías, magnifica y admirablemente fue elevado a la mejor y más hermosa
Sion, como arca incorruptible; que en su precioso seno encerró el verdadero maná
de la vida, y la divina prenda de nuestra feliz alianza: Suplicoos, Señora y
Madre mía, que desde esas celestes alturas no dejéis de inclinar vuestros
benignos y piadosos ojos sobre este miserable desterrado, que peregrinando
afligido por la desgraciada región de los peligros, coloca en el trono de vuestra
clemencia los profundos gemidos de su corazón, confiado en que admitiréis
propicia el sacrificio de alabanzas, con que rendida os adora, para que
subiendo ante vuestro soberano acatamiento en olor de suavidad, se una a los
sonoros himnos, con que incesantemente os saludan los lucidos escuadrones de
los Ángeles, y las excelsas y brillantes compañías de los Justos. Amen.
GOZOS A LA GLORIOSA
ASUNCIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA
Hoy, que
en la celeste Sion
colocada
os veis, María;
celébrese
en tan gran día
vuestra
triunfante Asunción.
Los
Ángeles con su canto
por su
Reyna os galardonan,
y en alto
trono os coronan
Padre, e
Hijo, y Espíritu Santo:
Del
original borrón
sois la
exenta Ester, María;
Al veros
en tal dosel
los
Patriarcas se os sujetan,
y en vos
por Reyna respetan
la más
hermosa Raquel:
Su beldad,
en parangón
de la
vuestra, es sombra fría;
De Judit,
en tanta gloria,
los
Profetas, Reyna amada,
en vos ven
verificada
la más
singular victoria:
Ante vos,
arca en Sion,
David
danza de alegría;
De Dios
sentada a la diestra,
los
Apóstoles sagrados,
de nuevo
gozo bañados,
Reyna
adoran su Maestra:
Docta Saba,
la lección.
les trocáis
en melodía;
Cono á
Reyna celestial,
hoy los Mártires
también
os rinden
el parabién
por tan
digno honor triunfal:
De su
sangre la efusión
cada cual repetiría;
No menos
los Confesores
por su
Reyna os apellidan,
y con su
ejemplo convidan
á cantar
vuestros loores:
Su
gloriosa confesión
van
renovando á porfía;
¡Oh,
Vírgenes venturosas!
en vuestra
intacta pureza
mostráis
la mayor fineza
Á vuestra
Reyna obsequiosas:
Unid
vuestra adoración
á nuestra
humilde armonía;
Con el más
ferviente celo
en vuestro
aplauso se aplican,
y por su
Reyna os publican,
todos los
Santos del cielo:
Por tan
feliz mediación
en vos
nuestro amor confía;
L/: Salid ¡Oh Hijas de Sion!
R/: Recibid a la Reina que viene ya.
OREMOS: Dios todopoderoso y eterno, que
has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, madre
de tu Hijo, haz que nosotros, ya desde este mundo, tengamos todo nuestro ser
totalmente orientado hacia el cielo, para que podamos llegar a participar de su
misma gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
SEGUNDO DIA
ORACION
Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de los Patriarcas, que
como resplandeciente estrella de maravillosas virtudes, brillasteis luminosa, excediendo
la fe de Abrahán, la obediencia de Isaac, la constancia de Jacob, y la castidad
de José: Suplícoos Señora y Madre mía, me concedáis la gracia de que la práctica
de las virtudes en mi espíritu sea tan perfecta, que mi pequeñez pueda publicar
altamente lo excelso de vuestra soberanía, y confesando reverente la alteza de
vuestras misericordias, y alabándoos eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado
trono; y también concededme el favor particular, que os pido en este Octavario,
a mayor gloria de Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amen.
MEDITACION
Considera la singular alegría, que cupo a los Patriarcas,
al ver en el empíreo a la Virgen Santísima venerada por su soberana Reyna. No es
capaz el entendimiento humano de concebir cual fuese su celestial alborozo. Con
el mayor contento adorarían à la que fue la verdadera luz de tantas sombras y
figuras: Abrahán conocería entonces la mejor Sara; Isaac la más prudente Rebeca,
y Jacob la más hermosa Raquel. Llenaríanse todos del mas imponderable regocijo,
y se uniría con los Ángeles para cantar sus divinas alabanzas. Confúndete de
ver, cuan indigno eres de poder entrar en aquellos luminosos atrios para celebrar
el venturoso triunfo de María Santísima en su gloriosa Asunción. Procura de hoy
en adelante ser más devoto suyo, para promover su mayor obsequio, y reforma tu
vi da si deseas lograr con los Patriarcas de tan soberano Misterio.
DIA TERCERO
ORACION
Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de los Profetas, que
como dignísima y amada Esposa del Espíritu Santo, merecisteis el lleno de sus
más sagradas ilustraciones, y que iluminada con el fuego de sus soberanos
dones, fueseis adornada con la gracia original, para que pudieseis justamente
anunciar al mundo, que seríais bendita de todas las naciones: Suplícoos, Señora
y madre mía, me concedáis la gracia de que este soberano Espíritu descienda
sobre mi corazón, como Espíritu de verdad que me ilumine, como Espíritu de
santidad que me purifique, y como Espíritu de fortaleza que me anime, para que
venciendo los obstáculos con que mis pasiones me perturban, pueda alabaros
eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme
el favor particular, que os pido en este Octavario, a mayor gloria de Dios,
culto vuestro, y bien de mi alma. Amen.
MEDITACIÓN
Considera, cuanta parte tuvieron los Profetas en el
celestial regocijo de contemplar à su Reyna, celebrada de los Ángeles,
aplaudida de los Patriarcas, y venerada de todos los Cortesanos del cielo. No
con tanta pompa, ni alegría pudo entrar en Betulia la valerosa Judit. Si
aquella heroína fué la magnificencia del pueblo de Israel, la Virgen Santísima
fué las delicias de la celestial Jerusalén. María fué el cumplimiento de tantas
profecías. En ella encontraron la mujer fuerte tan deseada; la verdadera Madre del
divino Salomón, colocada ya en el trono, que le preparó su soberano Hijo; la
paloma del arca; el arca sagrada del nuevo Testamento; en esta su feliz translación
se regocijaría de nuevo el gran David. ¡O divina Señora! si fué tal el gozo de
los Profetas, ¡cual sería el mío si pudiese disfrutar de tan adorable vista!
¿Pero cuán lejos estoy de merecerla? ¿cuánto dista mi conducta de la de los
Santos Profetas? ¿cómo se puede componer el fervor de aquellos varones justos
con la tibieza de un corazón criminal? Procurare, pues, imitar su virtud, y apartarme
del vicio, si deseo ser compañero de sus inefables contentos en la gloria.
CUARTO DIA
ORACIÓN
Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de los Apóstoles, que
como clarísima antorcha de la Iglesia los iluminasteis, siendo su Maestra y su Doctora,
fortaleciendo su fe, y animando su celo, para que con fogoso espíritu
emprendiesen la alta predicación del Evangelio, llevándola animosos hasta los
más remotos extremos del orbe: Suplícoos, Señora y Madre mía, que pues sois todo
mi refugio, y el único asilo de mi confianza y mi consuelo, admitáis propicia
los humildes votos, y los fervorosos cultos con que gustoso me consagro bajo la
poderosa protección de vuestra eminente doctrina, para que dejando correr sobre
mi alma los copiosos auxilios de vuestra divina gracia, sostenga constante la
santa fe, y con ella consiga alabaros eternamente al pie de vuestro celestial y
estrellado trono; y también concededme el favor particular, que os pido en este
Octavario, a mayor gloria de Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amen.
MEDITACIÓN
Considera, que al paso que San Pedro, y los demás
Apóstoles, sintieron la ausencia de María Santísima en su dichoso tránsito, sin
embargo, entregados a una fervorosa oración se llenarían del mas inexplicable
contento, al contemplar como entraba la misma soberana Virgen en los eternos
tabernáculos de la gloria. ¡Oh, cuan excesivo sería el gozo de aquellos
venturosos Discípulos al adorar a su divina Maestra como á Reyna suya, colocada
en la celeste cátedra del Espíritu Santo, coronada de estrellas, vestida de la
luz del sol, y teniendo la luna a sus pies! Todas las lecciones, que oyen de
sus divinos labios cuando estaba en el mundo mortal, se convertirían en cánticos
de celestial melodía. ¡Oh, como en aquel divino cenáculo del empíreo renovarían
los reverentes obsequios, que le tributaron en el cenáculo de Jerusalén! No cesarían
de alabar de continuo sus misericordias, y de bendecir al Señor, que la crio
tan hermosa a sus divinos ojos, que la llenó de tantas gracias, y la escindió
del pecado original. Eleva tu consideración à tan sublime espectáculo, y
procura concebir con la intercesión de María Santísima, á imitación de los Santos
Apóstoles, un total aborrecimiento al vicio, y el amor a la virtud, a fin de
conseguir la gracia de poder algún día gozar de su inefable triunfo en la
gloria celestial.
QUINTO DIA
ORACIÓN
Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de los Mártires, que
con la más heroica constancia sufristeis los crueles tormentos, que la impiedad
descargó sobre el inocente y virginal cuerpo de vuestro soberano y divino Hijo,
haciéndole padecer el linaje de muerte más atroz, y cuyos dolores, penetrando
con horror la ternura de vuestro compasivo corazón, llenaron de la más amarga pena
vuestra purísima y sacratísima alma: Suplicoos, Señora y Madre mía, que pues
vuestro precioso Hijo quiso tomar el vestido de mi naturaleza para subir al
patíbulo de la cruz, y padecer el más triste y lamentable suplicio, por redimir
mi alma de la esclavitud del demonio, me concedáis la gracia de que tan cruento
sacrificio aplaque la justa indignación, que merecen mis delitos, y que perdonadas
mis maldades, y lavadas en la fuente sacrosanta de esta Divinísima sangre, merezca
alabaros eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también
concededme el favor particular, que os pido en este Octavario, a mayor gloria
de Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amen.
MEDITACIÓN
Considera, cuan alborozados los Mártires estarían al mirar
como su Reyna María Santísima quedaba cual otro Betzabé colocada en alto trono
al lado diestro de la Santísima Trinidad. Felices fueron nuestros tormentos,
dirían entonces, pues se han convertido en tan inefables dulzuras. Las cruces,
las espadas, los ecúleos fueron vanos instrumentos de la gentilidad, para
privarnos de esta incomparable dicha. Ocupados de estos gloriosos afectos se acercarían
al trono, que la había destinado su Eterno Padre allá desde el principio de sus
caminos. Más si fijamos nuestra atención en aquel celestial aparato, ¿cómo no
nos inflamamos con los más vivos deseos de disfrutar con los Mártires de su eterna
felicidad? Y si con los ojos del alma llegamos à percibir alguna vislumbre de
aquellos resplandores, ¿cómo no procuramos apartar los ojos del cuerpo de aquellos
objetos, que nos hacen indignos de su participación? Suframos con paciencia, a
su imitación, los trabajos que su divina Majestad nos enviare en esta vida.
Evitemos todos los peligros a que la fragilidad humana nos expone, y fijemos
solamente nuestra atención en los medios, que pueden hacernos partícipes de la
gloria de los Mártires.
SEXTO DIA
ORACIÓN
Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de los Confesores, que
elegida como el sol por resplandeciente modelo de la humildad profunda, y de la
oración continua, siendo llena de gracia, fuisteis colmada de las supremas bendiciones
del cielo, para que ennoblecida con sus sobrenaturales dones, fueseis entre todas
las criaturas angélicas y humanas la más hermosa, y la más amada del Señor:
Suplicoos, Señora y Madre mia, que para que yo pueda imitar en parte vuestras
soberanas perfecciones, dirijáis mis pasos por el bello camino de la rectitud y
de la paz, y concediéndome un corazón puro y sencillo, logre meditar
constantemente en los divinos preceptos, para alabaros eternamente al pie de
vuestro celestial y estrellado trono; y también concededme el favor particular,
que os pido en este Octavario, à mayor gloria de Dios, culto vuestro, y bien de
mi alma. Amen.
MEDITACIÓN
Considera, con qué alegría los Confesores, en recompensa
del ardor y fidelidad con que defendieron y observaron la divina ley, lograron
el supremo honor de poder tributar sus rendidos homenajes a María Santísima
como á Reyna suya en el Misterio de su triunfante Asunción. No se detendrían un
punto para mezclarse con los Ángeles, Patriarcas, Profetas, y demás Santos en
tan glorioso acompañamiento. Renovando a su presencia los actos de Adoración y
respeto, que les hicieron merecedores de aquella imponderable fortuna, se postrarían
a sus adorables plantas, la reconocerían por Madre suya, y Madre de pecadores,
ofreciéndose como el Evangelista San Juan à obedecerla y venerarla como hijos
suyos. Repetirían todos cuanto dijeron y escribieron en sus divinas alabanzas.
Los Misterios que defendieron, ya con la voz, ya con la pluma, y siempre con el
ejemplo, en obsequio de tan gran Señora, serían los testimonios más irrefragables
de su filial amor, que produjo en ellos tan venturosos sentimientos; y estos
mismos sentimientos deberían ocupar tu corazón, al contemplar la gloria de que participarías
si te dedicases, como los Confesores, à la observancia de los preceptos de
Dios. El yugo del Evangelio es suave; pero tu poco fervor te lo presenta como
insoportable. Entrégate a la meditación del soberano Misterio, que hoy te ofrece
la piedad cristiana, cumple puntualmente con tus obligaciones, si deseas lograr
el auspicio de María Santísima, y gozar algún día de su adorable presencia en
la gloria.
SÉPTIMO DÍA
ORACIÓN
Oh amabilísima Madre, augusta Reyna de las Vírgenes, que
mística víctima del amor a la pureza, os consagrasteis, sin ejemplo, como
oloroso holocausto en las aras del cordero inmaculado, para que ejércitos de
candidísimas Vírgenes le ofreciesen después sus floridas guirnaldas de
azucenas, y las inmarcesibles palmas de sus triunfos: Suplícoos, Señora y Madre
mía, me libréis del aire contagioso, que debilita y enflaquece los sencillos impulsos
de la inocencia, y concededme la gracia de que posea en un supremo grado la
bella virtud de la pureza, para que apartando de mi corazón todo lo que puede
tiznar y deslucir el delicado lustre de esta virtud excelentísima, logre alabaros
eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también
concededme el favor particular que os pido en este Octavario, à mayor gloria de
Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amen.
MEDITACIÓN
Considera, como à la Virgen Santísima aplaudirían las demás
Vírgenes del cielo en el día de su triunfante Asuncion. Engolfadas en aquel inmenso
piélago de dulzuras, se postrarían ante su glorioso trono, y la obsequiarían
como a su Reyna y Emperatriz. Con el mayor contento y regocijo se juntarían con
el coro de los Ángeles para celebrar con sus cánticos á la verdadera vara de Jesé,
al precioso cedro del Líbano, al sagrado ciprés del monte Sion, a la divina
palma ya escalada en Cadés, y à la purísima rosa plantada en Jericó. A tan
soberanos encomios correspondería la gran Reyna con aquellas suavísimas voces
de piedad y dulzura, con que la Esposa de los cantares explicaba su gratitud y
amor. ¡Oh, que ternura y devoción no causaría aquella luminosa procesión de Espíritus
celestiales! ¿Quién es capaz de comprender la conmoción de afectos, que experimentarían
todos los moradores de aquella ciudad santa? ¿Y quién puede dejar de apetecer
la participación de tan soberanos festejos? Si deseas tener alguna parte en ellos,
imita à las Santas Vírgenes en su pureza, medita con atención, y ejecuta lo que
ellas obraron en vida, y así después de la muerte te puedes prometer la fruición
de la alegría, que gozan en el cielo en compañía de María Santísima.
DIA ULTIMO
ORACION
Oh amadísima Madre, augusta Reyna de todos los Santos, que
como refulgente luna de la más sublime santidad, oscurecéis los claros resplandores
de virtud de todas las demás estrellas del sagrado firmamento de la Iglesia,
sobresaliendo vos sola más que todos los luceros celestiales: Suplicoos, Señora
y Madre mía, que pues por vuestros preciosos méritos estáis exaltada sobre el
elevado monte de la suma felicidad, no despreciéis los lastimosos suspiros del
que desdichado lucha con las inquietas ondas del piélago peligroso de este
mundo, para que alumbrado con los lucidos esplendores de vuestra divina gracia,
os alabe eternamente al pie de vuestro celestial y estrellado trono; y también
concededme el favor particular, que os pido en este Octavario, à mayor gloria
de Dios, culto vuestro, y bien de mi alma. Amen.
MEDITACIÓN
Considera, ¿con cuanta veneración y respeto todos los
Santos en el cielo se regocijarían con María Santísima en el día de su suntuosa
Asuncion? ¿Cuánto se congratularían de haber logrado de Dios, que la
condecorase como Reyna suya? Con la más digna competencia se acercarían para
venerarla en su excelso solio. Los Patriarcas se complacerían en la fe de Abrahán,
los Profetas en el celo de Elías, y Moisés: los Apóstoles desde el cenáculo de Jerusalén,
al contemplar este Misterio, se complacerían también en la constancia de Santiago
el mayor: los Mártires en el sufrimiento de Isaías y Eleazar: los Confesores en
la piedad del padre del Bautista, San Joaquín, y Simeón: las Vírgenes en la
castidad de Susana, y en fin todos los Santos en santa comunión se participarían
unos a otros sus virtudes todas. ¡Oh glorioso Misterio, que excitó la atención
de todos los Espíritus celestiales! Si deseas, pues, tu imitar a los Santos,
sondea tu corazón, examina tus procederes, y duda te reconocerás por indigno de
poder entrar con ellos a su participación. La doctrina de los Santos, la imitación
de sus virtudes ha llenado el cielo de Justos; si tú los imitas, como debes, si
rectificas tus acciones, podrás esperar que algún día el Señor te cuente también
con los Santos entre el número de los escogidos en la gloria.
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