sábado, 10 de marzo de 2018

VIERNES DE DOLORES A MARIA SANTISIMA




VIERNES DE DOLORES
O
RECUERDO DE LA MADRE DE DIOS
AL
PIE DE LA CRUZ
PARA TODOS LOS VIERNES DEL AÑO


ACTO DE CONTRICIÓN

Por qué, Dios de bondad y de infinita misericordia, ¿por qué te he desconocido tanto tiempo? ¿Por qué he abandonado la casa de mi Padre y he ido a dilapidar en el seno de amargas delicias los dulces y magníficos tesoros con que me enriqueciste? ¿Qué alucinación funesta me ha dado el triste y fatal valor para despreciar tu cólera, a la par que he desagradecido tus beneficios? Apenas la razón ha derramado su luz en mi inteligencia, y mi corazón se ha abierto a la impresión de tus afectos de que es susceptible por la naturaleza, mis delirios, mis vergonzosos delirios y mis delitos pueden contarse por los instantes de mi vida. Mañana, he dicho, mañana pondré término a mis extravíos: mañana romperé los lazos que me ligan en el espantoso círculo del crimen; pero la aurora de un nuevo día me ha sorprendido siempre en medio de mi obstinación. Y tú ¡gran Dios! tú has presenciado el extravío de esta hechura de tus manos! Tú me has visto correr delirante en pos de todos los placeres ¡Tú has sido testigo de mi rebelión; y sin embargo, desde la cumbre sangrienta del Gólgota, desde el cadalso levantado para tí con mis propias manos, allí cercado de angustias, cubierto de amargura, devorado por la sed, sangrando tus heridas abiertas por mí mismo tú desde el patíbulo en que yaces, le pides a tu Padre celestial perdón para el ingrato!   ¿Y todavía ¡Dios mío! todavía mi alma vivirá sometida a la cruel influencia del crimen? ¿no arrojaré aún el duro y feroz yugo del vicio? ¡Oh! quiero ya volver al regazo del más dulce Padre a quien he abandonado: de mi Padre que tan tiernamente ha suspirado doliéndose de mi perdición, y que por salvarme aceptó gustoso todos los tormentos, hasta el afrentoso suplicio de la cruz. Sí, Dios mío, ya me arrepiento de haberte abandonado; me pesa la ingratitud con que he correspondido a tu paternal ternura: me duele haber vivido tanto tiempo lejos de tí. Oye, pues, compadecido mi plegaria y no cierres tus oídos a mis dolientes gemidos. Acepta mis lágrimas, las lágrimas sinceras de mi arrepentimiento. Par a que ellas sean aceptas a tus ojos, desde hoy las deposito en las manos do la más pura, de la más bella, de la más tierna Madre, de esa Madre tuya y a quien con el mismo dulce título me la diste y me recomendaste desde la cruz próximo a la muerte. María, la amabilísima María, es quien va a presentarte mis suspiros y el llanto de mi arrepentimiento. Por su maternal mediación confío que atenderás, Dios de bondad, a mis ruegos, y asistiéndome con tu divina gracia, podré resistir a las turbulencias de mi vida; y
cuando la muerte venga a cerrar mis ojos sobre la tierra, me encontrará a la sombra de ese madero sacrosanto en que has muerto por mi amor, y de allí, a tu lado, y de la inmaculada María, mi Madre, podré partir a la morada celestial, a unir mis alabanzas con las de los ángeles que te adoran sin cesar.


Concluido el acto ele contrición, se rezan siete Ave Marías y Gloria Patri, en recuerdo de los siete dolores de la augusta Madre de Dios, y se ofrece con la siguiente:

ORACIÓN

Madre inconsolable, María; sacrosanta reina de los mártires, del dolor y del infortunio, ¿qué amargura es comparable a tu amargura? ¿qué lirio más bello ha sido nunca más combatido por la tempestad, ni qué palmera más gallarda y gentil ha doblegado su frente a impulso del huracán desencadenado? ¡Ninguna nube más tempestuosa a nublado nunca la faz argentada de la luna, y no ha habido otro rosal más hermoso que así haya visto palidecer sus purpurinas flores al viento abrasador del torbellino! Raquel, habiendo perdido a sus hijos, hace estremecer el desierto con el desgarrador acento de sus gemidos; enmudecer a los vientos con los gritos amargos de su dolor, y no sufrió, sin embargo, tanto como tú.

Ni Agar, que, en medio de una llanura abrasadora, vuelve sus espaldas para no presenciar la muerte de su hijo devorado por la sed, y cuando agotada el lecho de sus pechos, no puede refrescar los moribundos labios del hermoso fruto de sus entrañas; ni David, que quisiera sustituir a Absalón en el sepulcro, y exclama entristecido: "hijo mío, hijo mío, quién me diera morir por tí" ni Noemi, que no quiere se le llame hermosa sino amarga, porque el Omnipotente la ha llenado de grande amargura; la heróica madre de los Macabeos, que, ve despedazar a sus siete hijos por la mano del verdugo, como destruye la embravecida tempestad la hermosa corola de las flores: ni todos los mártires juntos; ni todas las madres que han velado inconsolables junto al ataúd de sus hijos y van a llorar todos los días sobre la losa de sus tumbas, han sufrido nunca como tú; porque el cielo ha llenado de amargura tu cáliz y también has sido saciada bebiéndolo hasta las heces; pero no con la amargura que apuraron Raquel y Agar, Noemi y David, la madre de los Macabeos y todos los mártires, sino con una amargura superior a toda amargura.

¡Ahí con razón el llanto brota á torrentes de tus ojos celestiales! Tu hijo, el mas
bello de los nacidos, yace suspendido de la cruz; y ese Mártir sacrosanto, inmolado por salvarnos, solo tiene en su terrena multitud que insulta su agonía,
una turba desenfrenada que se burla de sus dolores, y que desafiando su humildad y su inocencia, está orgullosa de haberlo confundido con los criminales y de tratar como sedicioso y perturbador al que vino a traer la paz, la luz la salud al mundo.

Abraham por mandato de Dios, levanta su brazo armado para dar muerte a su hijo; pero un ángel detiene la trémula mano del anciano siervo del Señor, y la vida de Isaac vuelve la tranquilidad al corazón del angustiado padre. ¿Pero tú?
¿pero tu hermoso Hijo? él solo expía el crimen del universo, y tú junto a la cruz, cooperas con tu dolor a la redención, consumada a costa del más terrible y sangriento sacrificio.
Ni una queja se escapa de tus purpúreos labios: en pio, inmóvil, presa del tormento más cruel, fija tu mirada dolorosa en tu moribundo hijo, llenos de lágrimas tus ojos, pálida como la rosa herida por el rayo, escucha silenciosa el testamento sagrado del Primogénito de los muertos, del Hombre celestial a quien mil veces cuando niño llevaste en tus brazos maternales; de tu Hijo, tu único consuelo, tu sola alegría; el que fué tu encanto desde que lo contemplaste a la luz de los cielos en la gruta de Belén: por quien huías a Egipto para librarlo de la cuchilla de un verdugo orgulloso; tu Hijo, en fin, a quien lloraste perdido en los caminos de Jerusalén y Nazaret: él, tu dulce compañero en el callado retiro de tu humilde albergue; aquel cuyo sueño velaste mil veces tiernamente, y cuya mirada celestial endulzaba en tu corazón el oráculo amargo do los profetas.

Ahora desnudo, devorado por la sed, herido, ¿olorosamente herido desde la cabeza hasta los pies, suspendido de la cruz presa de toda la tremenda cólera del cielo, no te es dado libertarlo de sus enemigos; no te se permitirá consolar su agonía sino solo sufrir con él. Allí no volverás a oír el dulce título de Madre, nombre precioso con que los labios de tu Hijo te saludaron en otros días más dichosos, y cuyo recuerdo viene hoy a atormentarte más y más. Nada… nada hay en tu derredor que pueda compararse a tu dolor y consolar tu amargura. ¡Ah! ¿y por quien angustiada Madre mía, por quién has aceptado esos sufrimientos sin igual, quién ha llevado a tus labios virginales tan amarga copa? ¿quién es el insensible y cruel que no ha vacilado en inundar de lágrimas tu rostro más bello que los lirios, más resplandeciente que la luz y herir tu corazón, santuario precioso del amor, de la ternura, de la sensibilidad y de la virtud? ahí yo, solo yo te he sumergido en ese océano insondable de amargura; por mí sufres ese dolor sin semejante; ahí tienes presente al pie ensangrentado de la cruz, y me aceptas por hijo.

¡Cuánta bondad en tu corazón! ¡cuánta ingratitud y perfidia hay en el mío! Sí, reina inmaculada de los Dolores, reconozco que por mí eres víctima de "eso martirio espantoso que arrostras por mi salud, y no puedo menos que ceder al reconocimiento a que me impulsan tus indecibles dolores y tu generosidad maternal. Es verdad que yo te he arrebatado a tu Hijo y lo he entregado al doloroso dominio de la muerte: por mí sufres y con él tú sufres viéndolo cercado de tormentos; pero si es cierto ese crimen perpetrado por mi ingratitud, también es cierto que tú aceptas con compasión el llanto del que se arrepiente, y lo presentas ante el trono de tu Hijo.

Muy tarde quizá he vuelto mis ojos al Calvario: obstinando en el mal, no he detenido mis miradas en ese terrible monte donde yaces cubierta de amargura; pero, Madre mía, ya vuelvo mis pasos para colocarme a tu lado y participar de tus sufrimientos. No me rechaces, Madre mía; déjame vivir contigo en esa afrentosa montaña, quiero participar de la dulce afrenta de la cruz, quiso vivir en ese sitio ignominioso, tumba infame de los criminales, pero voy santificado por la muerte del Hijo de Dios, y donde la inocencia misma se ofreció en holocausto para calmar la cólera del cielo.

Tiende una mirada a tu pueblo, a este tu pueblo nutrido con las bienhechoras doctrinas de tu Hijo; no consientas que se aleje de la religión católica, apostólica, romana que profesa: mira el llanto de la Iglesia, que angustiada ve levantarse contra ella a sus hijos descarriados, como la deicida Jerusalén se levantó apedreando a los profetas y después pidiendo la muerte de tu Hijo.

 Ilumina el entendimiento y rectifica el corazón de nuestros hermanos a quien el error aparta del rebaño del Señor. Ruega por ellos para que te amen, y así a la luz de la verdad. Bien vea el cumulo de males que pesan sobre nosotros; es cierto que son la obra funesta do nosotros mismos y que más hemos merecido por nuestros crímenes; pero también es cierto que, si sinceramente nos acogemos á tí, nos salvarás de la borrasca. Oye nuestra plegaria y no apartes de nosotros tu bienhechora mano, sino antes bien tiéndela generosa en favor de los que en tí confiamos, para que asidos de ella y sostenidos por tí, con la sinceridad de nuestro dolor, consolemos tus dolores, y de la cumbre del Gólgota partamos al reino celestial, a alabarte eternamente como a reina de los mártires, como á consuelo de los afligidos, como á auxilio de los cristianos y como a la más dulce madre que el Salvador del mundo pudo darnos en prueba de su amor, cuando cercano a la muerte te encomendó a nosotros desde la cruz. Amen.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

ANOTACIONES

Al hablar sobre la piedad popular, es referirnos a aquellas devociones que antaño se hacían en nuestros pueblos y nuestras casas, cuando se...