VIERNES
DE DOLORES
O
RECUERDO
DE LA MADRE DE DIOS
AL
PIE DE
LA CRUZ
PARA
TODOS LOS VIERNES DEL AÑO
ACTO DE CONTRICIÓN
Por qué,
Dios de bondad y de infinita misericordia, ¿por qué te he desconocido tanto
tiempo? ¿Por qué he abandonado la casa de mi Padre y he ido a dilapidar en el
seno de amargas delicias los dulces y magníficos tesoros con que me
enriqueciste? ¿Qué alucinación funesta me ha dado el triste y fatal valor para
despreciar tu cólera, a la par que he desagradecido tus beneficios? Apenas la
razón ha derramado su luz en mi inteligencia, y mi corazón se
ha abierto a la impresión de tus afectos de que es susceptible por la
naturaleza, mis delirios, mis vergonzosos delirios y mis delitos pueden
contarse por los instantes de mi vida. Mañana, he dicho, mañana pondré término
a mis extravíos: mañana romperé los lazos que me ligan en el espantoso círculo
del crimen; pero la aurora de un nuevo día me ha sorprendido siempre en medio
de mi obstinación. Y tú ¡gran Dios! tú has presenciado el extravío de esta
hechura de tus manos! Tú me has visto correr delirante en pos de todos los
placeres ¡Tú has sido testigo de mi rebelión; y sin embargo, desde la cumbre sangrienta
del Gólgota, desde el cadalso levantado para tí con mis propias manos, allí cercado
de angustias, cubierto de amargura, devorado por la sed, sangrando tus heridas
abiertas por mí mismo tú desde el patíbulo en que yaces, le pides a tu Padre
celestial perdón para el ingrato! ¿Y todavía ¡Dios mío! todavía mi alma vivirá
sometida a la cruel influencia del crimen? ¿no arrojaré aún el duro y feroz yugo
del vicio? ¡Oh! quiero ya volver al regazo del más dulce Padre a quien he abandonado:
de mi Padre que tan tiernamente ha suspirado doliéndose de mi perdición, y que
por salvarme aceptó gustoso todos los tormentos, hasta el afrentoso suplicio de
la cruz. Sí, Dios mío, ya me arrepiento de haberte abandonado; me pesa la
ingratitud con que he correspondido a tu paternal ternura: me duele haber
vivido tanto tiempo lejos de tí. Oye, pues, compadecido mi plegaria y no
cierres tus oídos a mis dolientes gemidos. Acepta mis lágrimas, las lágrimas
sinceras de mi arrepentimiento. Par a que ellas sean aceptas a tus ojos, desde
hoy las deposito en las manos do la más pura, de la más bella, de la más tierna
Madre, de esa Madre tuya y a quien con el mismo dulce título me la diste y me
recomendaste desde la cruz próximo a la muerte. María, la amabilísima María, es
quien va a presentarte mis suspiros y el llanto de mi arrepentimiento. Por su
maternal mediación confío que atenderás, Dios de bondad, a mis ruegos, y asistiéndome
con tu divina gracia, podré resistir a las turbulencias de mi vida; y
cuando
la muerte venga a cerrar mis ojos sobre la tierra, me encontrará a la sombra de
ese madero sacrosanto en que has muerto por mi amor, y de allí, a tu lado, y de
la inmaculada María, mi Madre, podré partir a la morada celestial, a unir mis alabanzas
con las de los ángeles que te adoran sin cesar.
Concluido el acto ele contrición, se rezan siete Ave
Marías y Gloria Patri, en recuerdo de los siete dolores de la augusta Madre de
Dios, y se ofrece con la siguiente:
ORACIÓN
Madre
inconsolable, María; sacrosanta reina de los mártires, del dolor y del
infortunio, ¿qué amargura es comparable a tu amargura? ¿qué lirio más bello ha
sido nunca más combatido por la tempestad, ni qué palmera más gallarda y gentil
ha doblegado su frente a impulso del huracán desencadenado? ¡Ninguna nube más
tempestuosa a nublado nunca la faz argentada de la luna, y no ha habido otro
rosal más hermoso que así haya visto palidecer sus purpurinas flores al viento
abrasador del torbellino! Raquel, habiendo perdido a sus hijos, hace estremecer
el desierto con el desgarrador acento de sus gemidos; enmudecer a los vientos
con los gritos amargos de su dolor, y no sufrió, sin embargo, tanto como tú.
Ni Agar,
que, en medio de una llanura abrasadora, vuelve sus espaldas para no presenciar
la muerte de su hijo devorado por la sed, y cuando agotada el lecho de sus
pechos, no puede refrescar los moribundos labios del hermoso fruto de sus
entrañas; ni David, que quisiera sustituir a Absalón en el sepulcro, y exclama
entristecido: "hijo mío, hijo mío, quién me diera morir por tí" ni Noemi,
que no quiere se le llame hermosa sino amarga, porque el Omnipotente la ha llenado
de grande amargura; la heróica madre de los Macabeos, que, ve despedazar a sus
siete hijos por la mano del verdugo, como destruye la embravecida tempestad la
hermosa corola de las flores: ni todos los mártires juntos; ni todas las madres
que han velado inconsolables junto al ataúd de sus hijos y van a llorar todos
los días sobre la losa de sus tumbas, han sufrido nunca como tú; porque el
cielo ha llenado de amargura tu cáliz y también has sido saciada bebiéndolo
hasta las heces; pero no con la amargura que apuraron Raquel y Agar, Noemi y
David, la madre de los Macabeos y todos los mártires, sino con una amargura
superior a toda amargura.
¡Ahí con
razón el llanto brota á torrentes de tus ojos celestiales! Tu hijo, el mas
bello de
los nacidos, yace suspendido de la cruz; y ese Mártir sacrosanto, inmolado por
salvarnos, solo tiene en su terrena multitud que insulta su agonía,
una
turba desenfrenada que se burla de sus dolores, y que desafiando su humildad y
su inocencia, está orgullosa de haberlo confundido con los criminales y de tratar
como sedicioso y perturbador al que vino a traer la paz, la luz la salud al mundo.
Abraham
por mandato de Dios, levanta su brazo armado para dar muerte a su hijo; pero un
ángel detiene la trémula mano del anciano siervo del Señor, y la vida de Isaac
vuelve la tranquilidad al corazón del angustiado padre. ¿Pero tú?
¿pero tu
hermoso Hijo? él solo expía el crimen del universo, y tú junto a la cruz,
cooperas con tu dolor a la redención, consumada a costa del más terrible y
sangriento sacrificio.
Ni una
queja se escapa de tus purpúreos labios: en pio, inmóvil, presa del tormento más
cruel, fija tu mirada dolorosa en tu moribundo hijo, llenos de lágrimas tus
ojos, pálida como la rosa herida por el rayo, escucha silenciosa el testamento
sagrado del Primogénito de los muertos, del Hombre celestial a quien mil veces cuando
niño llevaste en tus brazos maternales; de tu Hijo, tu único consuelo, tu sola alegría;
el que fué tu encanto desde que lo contemplaste a la luz de los cielos en la gruta
de Belén: por quien huías a Egipto para librarlo de la cuchilla de un verdugo orgulloso;
tu Hijo, en fin, a quien lloraste perdido en los caminos de Jerusalén y
Nazaret: él, tu dulce compañero en el callado retiro de tu humilde albergue; aquel
cuyo sueño velaste mil veces tiernamente, y cuya mirada celestial endulzaba en
tu corazón el oráculo amargo do los profetas.
Ahora
desnudo, devorado por la sed, herido, ¿olorosamente herido desde la cabeza hasta
los pies, suspendido de la cruz presa de toda la tremenda cólera del cielo, no
te es dado libertarlo de sus enemigos; no te se permitirá consolar su agonía
sino solo sufrir con él. Allí no volverás a oír el dulce título de Madre,
nombre precioso con que los labios de tu Hijo te saludaron en otros días más
dichosos, y cuyo recuerdo viene hoy a atormentarte más y más. Nada… nada hay en
tu derredor que pueda compararse a tu dolor y consolar tu amargura. ¡Ah! ¿y por
quien angustiada Madre mía, por quién has aceptado esos sufrimientos sin igual,
quién ha llevado a tus labios virginales tan amarga copa? ¿quién es el
insensible y cruel que no ha vacilado en inundar de lágrimas tu rostro más
bello que los lirios, más resplandeciente que la luz y herir tu corazón, santuario
precioso del amor, de la ternura, de la sensibilidad y de la virtud? ahí yo,
solo yo te he sumergido en ese océano insondable de amargura; por mí sufres ese
dolor sin semejante; ahí tienes presente al pie ensangrentado de la cruz, y me
aceptas por hijo.
¡Cuánta bondad
en tu corazón! ¡cuánta ingratitud y perfidia hay en el mío! Sí, reina
inmaculada de los Dolores, reconozco que por mí eres víctima de "eso
martirio espantoso que arrostras por mi salud, y no puedo menos que ceder al
reconocimiento a que me impulsan tus indecibles dolores y tu generosidad
maternal. Es verdad que yo te he arrebatado a tu Hijo y lo he entregado al
doloroso dominio de la muerte: por mí sufres y con él tú sufres viéndolo
cercado de tormentos; pero si es cierto ese crimen perpetrado por mi
ingratitud, también es cierto que tú aceptas con compasión el llanto del que se
arrepiente, y lo presentas ante el trono de tu Hijo.
Muy
tarde quizá he vuelto mis ojos al Calvario: obstinando en el mal, no he
detenido mis miradas en ese terrible monte donde yaces cubierta de amargura;
pero, Madre mía, ya vuelvo mis pasos para colocarme a tu lado y participar de
tus sufrimientos. No me rechaces, Madre mía; déjame vivir contigo en esa
afrentosa montaña, quiero participar de la dulce afrenta de la cruz, quiso
vivir en ese sitio ignominioso, tumba infame de los criminales, pero voy
santificado por la muerte del Hijo de Dios, y donde la inocencia misma se
ofreció en holocausto para calmar la cólera del cielo.
Tiende
una mirada a tu pueblo, a este tu pueblo nutrido con las bienhechoras doctrinas
de tu Hijo; no consientas que se aleje de la religión católica, apostólica, romana
que profesa: mira el llanto de la Iglesia, que angustiada ve levantarse contra ella
a sus hijos descarriados, como la deicida Jerusalén se levantó apedreando a los
profetas y después pidiendo la muerte de tu Hijo.
Ilumina el entendimiento y rectifica el
corazón de nuestros hermanos a quien el error aparta del rebaño del Señor.
Ruega por ellos para que te amen, y así a la luz de la verdad. Bien vea el cumulo
de males que pesan sobre nosotros; es cierto que son la obra funesta do
nosotros mismos y que más hemos merecido por nuestros crímenes; pero también es
cierto que, si sinceramente nos acogemos á tí, nos salvarás de la borrasca. Oye
nuestra plegaria y no apartes de nosotros tu bienhechora mano, sino antes bien
tiéndela generosa en favor de los que en tí confiamos, para que asidos de ella
y sostenidos por tí, con la sinceridad de nuestro dolor, consolemos tus
dolores, y de la cumbre del Gólgota partamos al reino celestial, a alabarte
eternamente como a reina de los mártires, como á consuelo de los afligidos,
como á auxilio de los cristianos y como a la más dulce madre que el Salvador
del mundo pudo darnos en prueba de su amor, cuando cercano a la muerte te
encomendó a nosotros desde la cruz. Amen.
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