DEVOTO QUINARIO EN HONOR DE SANTA URSICINA VIRGEN Y MÁRTIR
Por
la Señal de la Santa Cruz...
L/: Abrid, Señor, mis labios:
R/: Y mi boca
pronunciará vuestra alabanza.
L/: Señor, atended a mi socorro:
R/: Y venid pronto en
mi auxilio.
L/: Gloria al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo.
R/: Como fué en el principio, sea
ahora, y siempre y por los siglos de los siglos. Amen.
HIMNO
Ved
á Ursicina cándida
De
Jesús el discipular
Vedla
abrazar impávida
La
nueva ley pacífica.
Con
resplandor magnífico
Brilla
en su frente innocua
La
fé que en cruel suplicio
Plantó
Cristo en el Gólgota.
Su
balbuciente labio
La
fé en voz alta anuncia
Ante
el tirano bárbaro
Que
brilla en oro y purpura.
Sea
al Padre la gloria,
Sea
al Verbo Unigénito:
Y
al divino Paráclito
Honor
se dé perpetuo. Amen.
Señor mío Jesucristo, Rey de los mártires, y
corona delos que confiesan vuestro nombre, que alentáis a vuestros soldados
mientras pelean por vuestra gloria, que recibís su sangre como un holocausto
muy parecido al que vos ofrecisteis en el sagrado patíbulo de la cruz que sube
a vuestro trono en olor de suavidad, que honráis sus heridas con la aureola de
la inmortalidad: ¡oh Dios mío, mi Salvador, y Redentor amabilísimo! en quien creo,
en quien espero, y a quien amo sobre todas las cosas, y quisiera amar con el
amor de los Serafines, y con el inflamado corazón de todos los mártires y demás
justos; pésame, mi Dios, de haberos ofendido por ser quien sois bondad
infinita: detesto todos mis pecados con los que tantas veces he quebrantado
vuestra santa ley, y he tenido la necedad y desfachatez de postergaros a mis
caprichos, a mis pasiones y viles apetitos, y a las necias vanidades de la
tierra. ¡Oh Dios de mi corazón! ¡Felices mil veces, y mil veces dichosos los
que conservaron inmaculada la inocencia! ¡Quién como la afortunada amable virgen
Santa Ursicina hermoseada con la palma del más atroz martirio! ¡Oh Santa niña!
Ya que en mí no sea esto posible después de haber perdido la gracia de mi Dios,
a lo memos interceded por este desdichado que pecó contra el cielo y vuestro
esposo celestial, para que el Señor me restituya el don precioso de su gracia, y
me perdone todos mis pecados. ¡Levantada!
Cielo en mi favor vuestras manos puras, a fin de que perdonado y
hermoseado con los dones celestiales, merezca el premio de los pecadores
arrepentidos. Amen.
DIA PRIMERO
CONSIDERACION
La fé ha sido siempre la primera de las virtudes
para agradar a Dios y entrar en el reino de los cielos. De tal manera Dios amó al
mundo, decía el evangelista S. Juan, que entregó a su mismo hijo unigénito, a fin
de que todos los que creyeren en él no perezcan, sino que posean la vida
eterna. Sin esta virtud, decía el apóstol, es imposible agradar a Dios: y el
mismo Jesucristo, autor y consumador de nuestra fé, añade, que aquel que no
creyere se condenará infaliblemente. Penetrada de estas verdades la niña
Ursicina, fiel cristiana desde los años más tiernos de su vida, confesaba en su
corazón a Jesucristo, Dios y hombre verdadero, autor y consumador de nuestra
religión sacrosanta. Pero es preciso que atiendas, oh cristiano, cuán difícil
era en los tiempos de Ursicina llegar al conocimiento de esta fé. No había entonces
templos abiertos, no circulaban en manos de los niños numerosos catecismos no se
enseñaba la fé en las escuelas y en los parajes públicos como ahora. Entonces
los maestros de la fé, los ministros del Evangelio tenían que esconderse para
repartir a sus neófitos el pan de la doctrina cristiana: tenían que ocultar con
frecuencia su ministerio y su celo: y muchas veces hasta ignoraban los fieles
donde paraban estos explicadores de los misterios de Dios. Sin embargo, no
faltaron á Ursicina medios de imbuirse en los, rudimentos de la fé: oyó hablar
de Jesucristo, y quedó enamorada de su doctrina: tiernamente solicita, como la
Magdalena cuando corría en busca del Salvador, no cesaba de escuchar a sus
maestros en la fé, y ávida de la divina palabra, no apartaba de su corazón lo
que acababa de aprender. ¿Qué serias, oh cristiano, si con tantas dificultades,
si con tantos peligros hubieses de buscar quien te instruyese en los misterios
de nuestra religión? Considéralo bien, y dime si en esta parte tienes la
solicitud de Ursicina. Pero no solamente se ofrecían dificultades en adquirir
la fe, sino mucho más en conservaba. Levantábanse por todas partes templos consagrados
al error e innumerables estatuas de ídolos que recordaban las supersticiones antiguas
y las preocupaciones en que había sido nutrida la infancia: las Gestas de los
paganos que se celebraban en Roma con un aparato y con una pompa extraordinaria
fascinaban a muchos, y les hacían olvidar la fé: el lujo además, la disipación
de las costumbres, y la disolución más escandalosa estragaban el corazón de
muchos cristianos, y les hacían preferir la afeminación y molicie de las costumbres
paganas a la santa severidad del Evangelio. Ni era fácil en aquellos días de persecución
acudir a los sacerdotes para adquirir en los sacramentos y en las palabras de vida
nuevas instrucciones, nuevo vigor y nueva fortaleza para resistir a la seducción
y al escándalo. Pero la joven Ursicina, cual experimentado combatiente, burló
todos estos ardides del enemigo, y recordando el consejo del apóstol S. Pedro
“resistíos firmes en la fe las astucias del diablo, que cual león rugiente nos
circuye para devorarnos y perdernos eternamente. ¡Oh fé admirable la de
Ursicina! Imítala, cristiano: y en medio de los peligros, en medio de las
seducciones con que te rodea el mundo, nunca olvides que en el bautismo prometiste
a tu Dios que guardarías su fé todos los días de tu vida. Lo que más dificultad ofrecía a los ojos del
cristiano en aquellos días borrascosos era confesar la fé que se babia
adquirido en el bautismo. Estaba debió por el apóstol escribiendo a los
Romanos, que si es necesario creer de corazón para purificarse, no lo es menos
confesar la fé con las palabras oh con las obras para salvarse. Y el mismo
Jesucristo que ha de presentarse un día como Juez supremo de vivos y muertos, debió
aquellas terminantes palabras: aquel que no me confesare, o que me negare
delante de los hombres, también le negaré yo delante de mi padre celestial. Y
¡qué prueba tan dura y tan terrible era está en los tiempos en que vivía
Ursicina! Las cadenas, las cárceles, los azotes, los ecúleos, las catastas, las
hogueras, las espadas, toda especie de suplicios, los más exquisitos tormentos,
todo se ponía en juego para intimidar a los cristianos, y retraerles de confesar
el nombre de Jesucristo. Más todo fue en vano con Ursicina. Firme en la fé,
impávida en la confesión, inalterable en los tormentos, generosa en la muerte,
jamás desmintió con las palabras ni con las obras aquello que había empezado a
creer, y que la granjeaba el honroso título de fiel discípula de Jesucristo. ¡Oh
fé admirable! ¡Oh fe generosa y esforzada, digna de ponerse por ejemplo a los
ojos de los siglos cristianos! Considéralo bien, devoto de Ursicina, y lleno de
admiración y de respeto, conserva en tu corazón esta preciosa luz, y sin temor
a los respetos humanos ni a los detrimentos corporales no dejes de confesarla
delante de los hombres.
Aquí
se puede parar un poco en relacionar sobre la virtud de la Santa, y hacer
propósito de imitarla. Luego se añadirán las siguientes jaculatorias.
A LA MANO DERECHA
Oh esforzada mano, que te levantaste en alto
para esculpir en la frente la señal gloriosa de la fé sin temer a los vanos
respetos de los hombres, clavada en un madero, bendita seas y reverenciada.
Padre
nuestro, Ave María, y Gloria Patri.
A LA MANO IZQUIERDA
Oh mano compasiva y generosa, que te abriste
para ejercer la más dulce misericordia, y practicar las obras santas y piadosa,
clavada en un madero, bendita seas y reverenciada.
Padre
nuestro, Ave María, y Gloria Patri.
AL PIE DERECHO
Oh pie virginal, que nunca entraste en las sendas
de los impíos y pecadores, y que seguiste los caminos de la justicia en pos de tu
Jesús, clavado en un madero, bendito seas y reverenciado.
Padre
nuestro, Ave María, y Gloria Patri.
AL PIE IZQUIERDO
Oh pie angélico, que corriste como el de una
ligera cervatilla para encontrar los tormentos y la cruz, y hacerte una imagen
viva de tu celestial esposo, clavado en un madero, bendito seas y reverenciado.
Padre
nuestro, Ave María, y Gloria Patri.
A LA CABEZA
Oh sagrada cabeza, relicario precioso de
los dones del Espíritu Santo, que encerraste los tesoros de un alma pura y
privilegiada, y te ofreciste, como un holocausto por la gloria de Jesucristo,
abierta con el golpe despiadado de un verdugo, bendita seas y reverenciada.
Padre
nuestro, Ave María, y Gloria Patri.
ORACION
Oh fidelísima y gloriosa mártir, que en los
primeros crepúsculos de vuestra vida convertisteis a Dios los ojos de vuestra
alma alumbrados por la luz admirable de la fé, convertid los míos carnales y
terrenos a aquella ley santísima que ha de dirigir todos los pasos de mi vida,
todos mis afectos, mis obras y mis palabras. Vos conservasteis este don sagrado
en medio de las más terribles contradicciones del mundo: haced que yo también lo
conserve en medio de las angustias y peligros que me circuyen, y a pesar de los
respetos humanos con que es tentada mi constancia. Vos no vacilasteis en
confesar el nombre santo de Jesucristo en presencia de los jueces de la tierra,
y de los tormentos más erguiditos que se os preparaban: haced que yo tampoco
titubee en confesar tan augusto nombre, y que si acaso le amenazan los
escarnios, los insultos, las cárceles, los destierros por causa del dulce nombre
de mi Jesús, prefiera todos los males y detrimentos de la vida, y hasta la muerte
más cruel, antes que negar aquella fé, de cuya gloriosa confesión vos me
disteis un ejemplo tan brillante en lo alto de un patíbulo, oh mi amada
Ursicina. ¡Oh Santa mía! Vos exaltada al reino de la luz en donde veis cara a
cara, y sin misterios y sin enigmas al mismo Dios, ya no necesitáis de esta fé.
Compadeceos de este viador, a quien rodean sombras y tinieblas; y haced que
crea firmemente todos los dogmas y misterios de nuestra santa religión, para que,
viviendo siempre en el seno de la Iglesia católica, apostólica, romana, muera
en la paz de los justos, y venga a ver en nuestra compañía la claridad de Dios.
Amen.
ANTÍFONA
De Cristo
ven esposa,
Ven,
Ursicina, ven:
Ven,
mártir victoriosa,
Y tu
corona ten.
Ten la
inmortal corona,
Que Dios
te preparó,
Cuando,
ínclita amazona,
Al cielo
te llamó.
DIA SEGUNDO
HIMNO
¿Quién a los montes célicos
Su ojo
alzó mísero,
Y al Dios
de los ejércitos
Venir no
vio en su auxilio?
De su
salud el áncora
En Dios
fijó pacífica.
Nuestra
Virgen; é impávida
Triunfó
en la lid horrífica.
Y su
confianza férvida
Jamás
mintió a su espíritu:
Que
siempre firme e intrépida
Su voz
tendió al Empíreo.
Sea al
Padre la gloria,
Sea al
Verbo Unigénito:
Y al
divino Paráclito
Honor se
dé perpetuo. Amen.
CONSIDERACION
Cuando uno acomete una empresa ardua, y midiendo sus propias
fuerzas, calcula que estas son muy inferiores a la cantidad de la empresa; o
bien se desanima, y se retrae de proseguir en su trabajo, o bien se alienta con
la confianza de que otro le ayudará, y le prestará medios y recursos para
llevar a cabo su empresa. Cuando el hombre cristiano repara en la poquedad de
sus fuerzas y en la miseria de su flaca y débil naturaleza, y levanta sus ojos a
aquella patria inmortal a donde es llamado, a aquel Dios elevado sobre los
querubines que le convida, a aquellos bienes inefables que ni el ojo vio, ni el
oído percibió, ni el corazón del hombre pudo comprender jamás, se confunde, se
anonada Y se abismaría en la más triste desesperación si no la sostuviera la
esperanza cierta de que el Dios que le ha criado para el cielo le dará luz y
fuerzas para llegar a él. Apenas la niña Ursicina comprendió la importancia de
su salvación, y se penetró de su dificultad, fijó su corazón en Dios, que era
su refugio, su amparo y su esperanza única. Desconfió de sí misma, y esperó en
el Señor que había de darla gracia y fortaleza para perseverar en sus
propósitos, y llegar a su fin último que es la posesión de Dios; y ciertamente
no fue confundida. Muy viva y muy firme fué la esperanza de Ursicina: y por eso
atravesó inmaculada los caminos de la vida sin que la contaminasen sus
inmundicias. ¿Es esta tu esperanza, o cristiano? ¿Te has parado en poner tu
confianza en Dios, o has presumido de tí mismo? Medítalo, y considera cuantas
han sido tus caídas por esta vana presunción. En los años tiernos en que Ursicina
empezó a pisar los umbrales de la vida, vio cuan borrascosos y difíciles eran
los tiempos en que vivía, cuantos peligros la rodeaban, cuantos enemigos la combatían,
cuantos combates la esperaban, cuán difícil, cuan imposible era triunfar una
niña que no llegaba a los quince años. A los ojos de la carne parecía lo más
prudente salirse del mundo, huir de los hombres, evitar tantos escollos, tantos
compromisos, tan terribles elementos. Exponerse a los peligros, provocar los
combates, aguardar los tormentos, parecía lo sumo de la imprudencia en una
joven tan delicada y de tan tierna edad; y los que lo miraban con ojos no tan
santos como ella lo graduaban de presuntuosa temeridad por la que merecía que naufragase
su fé. Más Ursicina no lo miraba así: esperaba en Dios, por cuya causa peleaba,
y esto la revestía de valor y de fortaleza. Levantaba con el Profeta sus ojos a
las montañas santas de donde esperaba que le vendría el socorro y con el mismo
Profeta cantaba animosa: En el Señor tengo puesta mi confianza: ¿Cómo pues
decís a mi alma: retírate prontamente al monte como una ave que huye? No huyó, no se retiró del combate la niña Ursicina,
porque decía con el salmista: esperando en el Señor, nunca ¡laquearé. ¡Oh cristiano!
¡Qué cobardía! ¡Qué confusión! ¡Qué ignominia si temes los compromisos, si
huyes de los peligros que pueda agarrotarte el nombre de cristiano, solo por el
pretexto de que te sientes flaco, ni cuidas de robustecer tu flaqueza poniendo
la confianza en el Señor! Sé confiado como Ursicina, y serás también esforzado
como ella. Nuestra amable y santa niña tenía muy fijas en su mente aquellas
palabras: en vos. Señor, he esperado; no seré confundida eternamente. Por esto
no reparó en lo tierno de su edad, ni en lo frágil de su sexo, ni en la
grandeza de los peligros, ni en la atrocidad de los tormentos: reparó solamente
en los auxilios que de seguro concede el Señor en abundancia a sus siervos que
confían en él, y que pelean por la gloria de su nombre. Y esta esperanza no
dejó confundida ni burlada á Ursicina. Esta esperanza sostenía el corazón de
Ursicina, cuando se presentaban a su vista las grandes tribulaciones que se la
esperaban, si permanecía en la nueva ley que había abrazado. Esta esperanza ponía
en su boca admirables sentencias y respuestas victoriosas, para no vacilar en
los momentos en que era interrogada de su fé. Esta esperanza la daba el vigor
de una heroína y la paciencia de una mártir, cuando clavada en un madero era
atormentado su cuerpo con acerbísimos dolores. Esta esperanza la sostuvo hasta
el fin, hasta la muerte, cuando fijando en el cielo sus ojos medio ofuscados
por la atrocidad de los tormentos veía venir sobre su cabeza la aureola
gloriosa que estaba prometida a su cruel martirio. ¿Qué es esto, o cristiano?
Te sobrevienen desgracias, y te irritas: el Señor te prueba en el crisol de la
tribulación, y murmuras de su providencia: se te ofrecen tentaciones, y creyendo
que tampoco podrás vencerlas, desconfías, laqueas, y sucumbes. Pon tus ojos en
Ursicina, anímate con su ejemplo, y confía en el Señor.
ORACION
Oh gloriosa Santa Ursicina, cuyos años inocentes fueron
sostenidos por una confianza sin límites en el Señor, y en cuya edad tierna
nunca vacilasteis en presentaros a los más recios combates, porque esperabais
que vuestro divino esposo estaría siempre con vos, y Os sacaría airosa de todos
los apuros y conflictos; haced que yo también espere en mi Dios, y no desmaye
en vista de mi flaqueza y de la poquedad de mis fuerzas. Alcanzadme una
esperanza firme que no sea capaces de contrarrestar todos los temores de la
vida y todos los obstáculos del infierno. Y si acaso alguna vez me opusieren
las criaturas dificultades y embarazos en el camino de mi salvación y si el
demonio me presentare como muy severa é impracticable la virtud, y me abultare
los peligros que me rodean, y mi propia debilidad; alentad mi corazón, é
inspiradme un sentimiento vivo de confianza, a fin de que acudiendo humilde a
aquel Dios que jamás desampara a los que en él esperan, se fortalezca mi alma,
se tranquilice mi espíritu, y nunca retroceda de los buenos pasos que haya
dado. Sed vos, Santa mía, mi apoyo, mi sustentáculo, y mi intercesora para con
Dios, a fin de que confiado y animoso con vuestros ejemplos, permanezca siempre
firme, y llegue a la cumbre del monte santo en la Sion celestial. Amen.
DIA TERCERO
HIMNO
Ardiente cual Vesubio
Su
corazón castísimo
De amor
divino efluvios
Vierte en
dulces deliquios.
En su
Jesús seráfica
Fija
amorosos ósculos:
Desfallece
en dulce ansia
De amor
su pecho mórbido. ,
De
caridad o víctima
Que en
los celestes atrios
Ardes con
luz deífica,
Enciéndenos,
inflámanos.
Sea al
Padre la gloria,
Sea al
Verbo Unigénito:
Y al
divino Paráclito
Honor se
dé perpetuo. Amen.
CONSIDERACION
Aunque
Dios impuso al cristiano muchas obligaciones y preceptos, todos sin embargo se
reducen a uno solo, al de la caridad. Este es el primero y más grande precepto
de la ley, respondió Jesucristo a aquel legisperito del Evangelio: amarás a tu
Dios y Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
Porque, como decía el apóstol, la caridad es el complemento de la ley: de
manera que, como dice S. Juan, Dios es la misma caridad, y el que tiene la
dicha de permanecer en la caridad, permanece unido al mismo Dios; y así ya no
tiene nada más que desear. Por esto añade el apóstol San Pablo, que la caridad
es el vínculo de la perfección. Apenas nuestra joven Ursicina abrió los ojos de
su alma, y empezó a conocer a su Dios y esposo Jesucristo, de tal modo quedó
enamorada de sus inefables perfecciones, de sus atributos incomparables, de su
hermosura infinita, que ya no pudo menos de consagrarle su corazón, su alma,
sus sentidos y potencias, constituyéndole como el principal, como el único
objeto de su amor. Un corazón joven y que no ha amado todavía, está muy
dispuesto a entregarse al primer objeto que se le presente, si en la realidad o
en la apariencia es digno de su amor: y las primeras impresiones amorosas que
sufre un corazón, especialmente el de una doncella, son por lo común tan vivas
y tan profundas, que difícilmente se borran en todo el resto de la vida. ¡Cuán
profundas serian, pues, las primeras impresiones del amor de Dios en la joven
Ursicina, mayormente siendo secundadas por la gracia! ¡Dichosa joven, cuyos
primeros amores se emplearon en objeto tan digno de ser amado! ¡Dichoso tú, o
cristiano, si ya que no haya sido Dios el primer objeto de tu amor, le
constituyes ahora como el amante único digno de ocupar tu corazón! Pero el amor
se acredita en las obras. Aquel que poseyere bienes de este mundo, dice S. Juan,
y viere en necesidad a su hermano, si cierra sus entrañas para no favorecerle
¿cómo podrá decirse que permanece en la caridad de Dios? Y aquel que dijere a
menudo: Señor, yo os amo: y estuviere lejos de guardar los mandamientos de su
ley, y su corazón estuviere ocupado en las criaturas y en las vanidades de este
mundo, ¿no se dirá qué es falso, qué es fatuo su amor? Mas no era así la
caridad de Ursicina. Desde que conoció y empezó a amar a Dios, quedó de tal manera
su voluntad ligada a la ley santa del Señor, que podía muy bien exclamar con el
Profeta ¡Cuán dulces son, Señor, vuestros mandamientos! son más gustosos que la
miel a mi boca. Ursicina en su edad más tierna, dulcemente enamorada de su Dios,
suavemente encantada en contemplarle, santamente ocupada en servirle, absorta
toda en aquel piélago de bondad y de hermosura que deja embelesados a los más
elevados espíritus, ya no era dueña de su corazón: é íntimamente unida con su Dios
y criador, exclamaba con la esposa santa, mi amado es todo para mí, y yo soy
toda para él. Nada se le hacía difícil, nada áspero, nada repugnante, cuando se
trataba de complacer a su amante. No se movía, no suspiraba, no vivía, sino
para agradar a su Dios; y los actos todos de su vida eran un reflejo purísimo de
su ardiente caridad. ¿Qué es esto, o cristiano? ¿Es este tu amor para con Dios?
¿Es esta tu solicitud en servirle y agradarle? Si no lo ha sido hasta aquí, sea
el amor de Ursicina el que encienda tu frio corazón. ¿Qué amor puede haber más
grande que el de aquel que sacrifica su vida por sus amigos? Según el
testimonio de Jesucristo, no puede haber otro mayor. En esto conocemos la caridad
de Dios, dice S. Juan, en que él dió su vida por nosotros: y por esto también
nosotros debemos darla por nuestros hermanos. En esto también conocerás, o
cristiano, la grande caridad de Ursicina, en que sacrificó su vida por su amigo
y amante Jesucristo. Dió sus manos puras y sus ¡nocentes pies para que fuesen
taladrados con agudos clavos: dió su sagrada cabeza para que fuese abierta: dió
su cuerpo todo para que fuese atormentado: su vida y su alma dió para que
subiese al eterno Padre como un holocausto puro y agradable en olor de
suavidad, y fuesen un brillante testimonio de su purísima caridad. Dice el
Espíritu Santo que las copiosas aguas no pudieron extinguir la caridad de la
esposa mística; ni tampoco los torrentes de la tribulación fueron capaces de
amortiguar la caridad de esta ferviente esposa de Jesucristo. ¿Quién me separará
de la caridad de Cristo? podía ella preguntar desde lo alto de su patíbulo. Y también
podía responderse con el apóstol, que ni la tribulación, ni la angustia, ni el
hambre, ni la desnudez, ni el peligro, ni la persecución, ni la espada, ni la
vida, ni la muerte, ni otra criatura alguna podrían jamás separarla de la
caridad de Dios, que es en el Señor Jesucristo. Los clavos y la espada pudieron
separar el alma de su cuerpo, mas no pudieron separarla de su Dios. Los tormentos
pudieron extinguir el soplo de la vida, mas no pudieron extinguir la caridad de
Dios; porque está dicho por e! Espíritu Santo, que la verdadera caridad es más
fuerte que la muerte. ¡Qué portentos de amor, o cristiano! ¡Qué estímulos para
tu indiferencia! ¡Qué ardor para su extraordinaria frialdad! Si el incendio que
devora el corazón de Ursicina no inflama tu frio espíritu, no te cuentes entre
los devotos de tan amante y amable niña.
ORACION
Oh amantísima Virgen Santa Ursicina, cuyo pecho
era un volcán de amor de Dios, cuyo corazón era templo y asiento del Espíritu
Santo, amor divino, fuego inextinguible, y llama eterna de caridad, comunicadme
ese ardor con que amabais a vuestro Señor y esposo Jesucristo, y os desvivíais
por complacerle y agradarle. ¡Con qué gusto hacíais vos su voluntad! ¡Con qué esmero
observabais su santa ley! qué placer mortificabais vuestros apetitos para dar
gusto a vuestro Dios a quien amabais de lo íntimo de vuestro corazón! Enseñadme,
Santa mía, con vuestro ejemplo, y haced que en virtud de este amor cumpla en toda
la voluntad de mi Dios, que observe perfectamente su santa ley, y que
mortifique mis apetitos y pasiones, a fin de que sea la caridad la que dirija y
presida todas mis obras, pensamientos y palabras. Y si amasteis a vuestro
dulcísimo Jesús hasta la muerte, y si para dar un testimonio de este amor no
vacilasteis en dar la vida en un patíbulo y sufrir los tormentos más
horrorosos, imite yo vuestro celo y vuestra raridad en sacrificarme y sufrir
todos los males imaginables antes que disgustar a mi Dios, a fin de que inflamado
en su amor espire en el ósculo del Señor. Amen.
DIA CUARTO
HIMNO
¡Qué
bella es y que cándida
Ursicina
flor de Vírgenes!
En su
candor complácese
El
celestial Artífice.
Cual
ángel pura y límpido,
Electa
cual sol ígneo,
Y cual
violeta mística,
Y cándida
cual lirio;
Del
Cordero purpúreo
Esposa es
integérrima,
Que
brilla en sus crepúsculos
Como la
aurora espléndida.
Sea al
Padre la gloria,
Sea al Verbo Unigénito:
Y al
divino Paráclito
Honor se
dé perpetuo. Amen.
CONSIDERACION
Bienaventurados
los limpios de corazón, decía Jesucristo, porque ellos verán a Dios. La limpieza
de alma y cuerpo, aquella virtud que desconocieron los antiguos, y que nosotros
llamamos con el nombre de Virginidad, ha sido siempre una virtud hermosísima a
los ojos de Dios, y ha arrebatado todas sus complacencias y cariños. Por esto
cuando el Verbo divino determinó venir al mundo, y hacerse hombre, quiso nacer
de una Madre virgen; y cuando quiso salir del mundo en su muerte, encomendó
esta Madre virgen a un discípulo virgen también. Por esto los que son vírgenes
tienen señalado un lugar preferente en el cielo, y cantan un cántico nuevo que
nadie puede cantar sino ellos, y siguen al Cordero a donde quiera que vaya, como
enseña S. Juan en su Apocalipsis. Y el mismo Jesucristo hablando de los Vírgenes
los compara a los ángeles en el cielo. Así que Ursicina aprendió los primeros
rudimentos de la ley cristiana quedó de tal manera enamorada de esta bellísima
virtud, que ya no le fué difícil consagrar su cuerpo y su alma a Jesucristo:
aunque tierna en los años, era ya bastante madura, y tenía la suficiente
resolución y firmeza de ánimo para firmar un desposorio espiritual con Dios. Desde
entonces ya no pensó más que en agradar a Dios, y en guardarle una fidelidad
inviolable: por esto custodiaba religiosamente su alma y su cuerpo, a fin de
que no se empañase ni levemente su pureza. ¡O cristiano! ¡Cuánto tienes que
aprender en Ursicina! ¡Cuánto no deben confundirte los purísimos modales de
esta niña angelical! Los que son verdaderamente Vírgenes tienen nuevo adelantado
para trabajaren el negocio de su santificación: porque, como enseña el apóstol,
la no casada y virgen no piensa más que en las cosas que son de Dios, a fin de
hacerse santa en el cuerpo y en el espíritu: más la mujer casada tiene precisión
de pensar en las cosas del mundo, a fin de agradar a su marido. Por esto
Ursicina á fio de entregarse más libremente a los negocios de su alma, y
agradar a Dios, determinó consagrarle la preciosa joya de su virginidad, y hacerse
santa en el cuerpo y en el espíritu. Instruida en los deberes de la virgen
cristiana, nada tenía de común con el mundo, a quien aborrecía como el más
temible enemigo de la hermosura de su alma. Sabía que la modestia en los ojos,
la circunspección en las palabras, la sencillez en los vestidos, la delicadeza
en el trato, la sobriedad en todos los sentidos eran el indicio de una alma
verdaderamente pura y cándida: y Ursicina podía considerarse como el retrato de
una perfecta virgen cristiana. Libre de los contagios de la carne, inocente, inmaculada,
toda angelical, dedicábase á los negocios del espíritu, no tenía más delicias
que ocuparse en Dios, y sus castísimos pensamientos estaban fijos en el cielo.
Se la babia enseñado a huir cuidadosamente en todo cuanto pudiese contaminar la
castidad de su cuerpo: y por esto no es estrado que su preciosa alma fuese una
bellísima imagen de Dios con quien estaba desposada, y que no fuese entorpecida
en su majestuoso vuelo con que se elevaba hasta la divinidad. ¡O cristiano! ¿De
qué te quejas si experimentas estímulos en tu carne, contradicciones en el
bien, dificultades en la virtud, tedio en las cosas del espíritu? Sé puro y
casto como Ursicina, y semejante a los ángeles fijarás como ella tu corazón en
Dios. Pero es preciso que adviertas, o cristiano, las dificultades que en los
tiempos de Ursicina ofrecía el profesar esta hermosísima virtud. Ella era desconocida
de aquel pueblo carnal y adicto solamente a las cosas de la tierra: los dioses
que adoraba aquel pueblo contaban entre sus proezas y sus glorias las más abominables
torpezas: a nombre de la religión se daban fiestas y espectáculos en que campeaban
la labilidad y el desenfreno: Roma era entonces un vasto teatro de disolución,
donde la obscenidad estaba fomentada por el lujo, por las pinturas, por los
libros inmorales, y todo cuanto puede contribuir a estragar y corromper las
costumbres. Y sin embargo, Ursicina se conservó pura en esta nefanda Sodoma. Ursicina
rodeada de tantos peligros, topando con tantas dificultades, combatida de tantos
enemigos ostentó íntegro e inviolable el hermoso lirio de su virginidad. La
virginidad de Ursicina fué un huerto cerrado, en el que no tuvieron entrada las
feas abominaciones de su tiempo. La niña Ursicina fué en el juicio una ingerí
provecta que sabe poner a cubierto su recato y su honestidad. Fue una verdadera
virgen cristiana que consagró su corazón y su cuerpo a Jesucristo: fue una
virgen, a quien ni la seducción, ni los halagos, ni el peligro, ni el escándalo
pudieron apartarla un ápice de su santo y noble propósito, ni causar el más
leve detrimento en su integérrima castidad. ¿Qué sería de tí, o cristiano, si
te encontrases en una situación semejante a la de Ursicina? ¿Qué ha sido si te
has encontrado alguna vez entre lazos y peligros? El ejemplo de esta amable y purísima
niña debe confundirte, y hacerte más cauto, más sobrio y más casto.
ORACION
¡Oh purísima virgen Ursicina, espejo de
vírgenes y castísima esposado Jesucristo! Admirado de la hermosura de vuestra
alma, y conociendo cuan digna sois de ser contada en el número de las esposas
del Cordero inmaculado, os suplico me alcancéis la gracia para conservar la
pureza de mi alma y de mi cuerpo: y si acaso hubiere tenido la desgracia de
perder esta bellísima virtud, que hace a los hombres semejantes a los ángeles y
gratísimos a los ojos de Dios; y si acaso dominare en mis miembros el fuego
impuro de la concupiscencia; clavad mi corazón y mi carne con el santo temor de
Dios, á si de que refrenados mis apetitos, y sujetada la rebeldía de la carne,
no piense más que en agradar a mi Dios y en cumplir su santa ley. ¡O niña
angélica! ¡Cuán grande seria mi dicha, si á imitación vuestra, desde los
primeros pasos de mi infancia hubiese andado por los caminos de la inocencia, e
inviolablemente hubiese conservado vuestra pureza! Mas vuestro ejemplo me
llenará de una saludable confusión, y de un santo remordimiento, y vuestra
intercesión me alcanzará del Cordero inocentísimo Cristo Jesús, esposo de
vírgenes, y premio de las almas puras, la gracia de recobrar por la penitencia
el don santísimo de la castidad, y de este modo puro y limpio como vos venga a
recibir el premio de los castos en la posesión de Dios, a quien solo pueden ver
los que son limpios de corazón. Amen.
DIA ÚLTIMO
HIMNO
Brama tempestad horrida;
Ruge el
tirano rígido;
Véase
espadas, y esquileos,
Y clavos,
y patíbulos:
Y nuestra
virgen ínclita,
Persiste
fiel é intrépida;
Que la
crueldad horrífica
Impávida
desprecia. . .
¿No veis
sus manos cándidas?
¿No veis
sus pies virgíneos?
Ofrécelos
magnánima,
Del clavo
al golpe rígido.
Y de su
frente angélica
¿No veis
la roja púrpura?
Es la
diadema regia
Que orna
sus sienes fúlgidas. .
Venid,
laureados mártires,
Y de la
virgen ínclita
Los
triunfos y certámenes
Cantad en
prez magnífica.
Sea al
Padre la gloria,
Sea al
Verbo Unigénito:
Y al
divino Paráclito
Honor se
dé perpetuo. Amen.
CONSIDERACION
Con el establecimiento del cristianismo debía
desalojarse del mundo un enemigo fuerte y poderoso. El fuerte armado, con cuyo
nombre designa Jesucristo al demonio encubierto con todas las formas del
paganismo, debía ser arrojado para siempre de la posesión tiránica, que sobre
los hombres venía ejerciendo había ya cuatro mil años. Y así como el demonio
para conservar su dominación sobre la tierra había ordenado su ejército de
sacerdotes de los ídolos, de falsos filósofos, y de una muchedumbre fanatizada
en favor dela mentira, así también fué preciso que Jesucristo ordenara el suyo
para combatir a los enemigos de la verdad, y destruir los baluartes del error.
Pero Jesucristo quiso escoger unos combatientes que la prudencia de la carne reputó
por los más ineptos para la consecución de la victoria: escogió dice el apóstol
S. Pablo, lo más débil y flaco según el mundo para confundir a los fuertes y
poderosos. Y uno de estos combatientes elegidos por Jesucristo fué la tierna
niña Ursicina. Esta inexperta niña es la que viste la armadura de la fé, empuña
la espada de la justicia, y embraza el escudo inexpugnable de la equidad, y en
el nombre del Señor se presenta, cual otro joven David, a lidiar con los
gigantes del siglo, y a hacer verá los alucinados de la mentira que ni en el
cielo ni en la tierra hay otro Dios fuera del Señor Jesucristo, y que él solo es
el Rey en cuya fortaleza vencen los cristianos. Admira, o cristiano, admira la
santa intrepidez y arrojo de Ursicina en lanzarse de este modo a la lid en que
ha de luchar frente a frente con los más formidables enemigos de la Cruz; y si
esta intrepidez te admira, disponte a imitarla. A una niña que apenas ha
entrado en los años de pubertad se le presentan desde luego las más terribles
amenazas y los más bárbaros rigores. No se le oculta lo que está sucediendo
todos los días con los seguidores del Evangelio. Estos son arrastrados a los
tribunales, a los calabozos más fétidos, los tormentos más horrorosos, a los más
afrentosos patíbulos. Las cadenas, los ecúleos, las catastas, las hogueras, son
el premio que se da por confesar el nombre de Jesucristo. Ni los más
despreciables esclavos ni las más viles bestias son tratados como los
cristianos. Todo esto pasaba cada día á los ojos de Ursicina; y Ursicina no se retraía
de inscribirse en el ejército cristiano para pelear contra los furores del infierno
con las armas de la humildad, de la paciencia y de una constancia incontrastable.
Expuesta a ser presentada a los tribunales, encarada con los jueces de la tierra,
alagada con promesas, amenazada con tormentos, no decaía el ánimo dela niña Ursicina;
y la entereza, la dignidad y la prudencia con que contesta a los que quieren
apartarla de la fé que ha profesado manifiestan que el invariable, que es
inflexible la resolución que ha tomado. Ciertamente quo necesitaba una fortaleza
de ánimo extraordinaria para no titubear en tan duro conflicto: y la intrepidez
y la serenidad con que Ursicina resiste a todo este aparato de seducción y de terror
indican cuan fuertemente estaba grabada en su pecho la resolución de morir por Jesucristo.
¿Qué sería de tí, o cristiano, si te vieses en la tentación de Ursicina? ¿Adelantarías
impávido y constante hacia el martirio, o bien retrocederías débil y cobarde,
temiendo las amenazas de los hombres? ¿Te avergonzarías de aparecer cristiano
entre los oprobios e insultos, o bien levantarías la mano para esculpir la señal
de la fé sobre tu frente? Pero en Ursicina no son todo seducciones, ni se para
todo en amenazas: no queriendo ceder de su piadosa y santa determinación, se viene
a las obras, y a las obras más duras, a las pruebas más crueles y terrible.
Agotados por la ingeniosa crueldad todos los medios de intimidación y de
terror, se adopta la última prueba, en que o ha de triunfar el tirano, o ha de
brillar con una gloria inmortal la invicta fortaleza de la mártir. La invencible
niña es extendida sobre un madero: agudos clavos atraviesan sus tiernas muñecas
y sus débiles tobillos: brolla la sangre de las heridas: se contraen los
nervios: los dolores son insoportables; y la niña no llora, no sé altera, no se
inmuta, no pierde su serenidad ni su habitual alegría en confesar el nombre santo
de Jesucristo. La infancia parece que se ha hecho insensible hasta a sus
propios dolores: ¡tal es y tan grande la fuerza de la gracia en dotar de una
fortaleza invencible a lo que parecía débil por la complexión, flaco por el
sexo, tímido por la edad! ¡O admirable espectáculo! ¡Espectáculo digno de que lo
contemplen con edificación y con asombro los siglos cristianos! Clavada Ursicina
en sus pies y en sus manos es una viva imagen de su divino esposo Jesús; y esta
semejanza en el padecer endulza sin duda las amarguras de su martirio. Mas el
rigor de los clavos no acaba con la vida de Ursicina: por esto, a fin de que no
se defraude de su gloria a la mártir, un tremendo golpe viene a abrir su virginal
cabeza, siendo esta última herida la diadema de gloria que ciñe las sienes
virginales de la reina espesa de Jesucristo. Asómbrate, o cristiano, al ver
tanto valor, tanta intrepidez, tanto sufrimiento, tanta constancia en una
mártir de tan pocos años: y en la fortaleza y paciencia de Ursicina alaba y bendice
el poder de Dios que es siempre admirable y glorioso en sus mártires.
ORACION
¡Oh gloriosa y esforzada mártir Santa
Ursicina! cuya fortaleza en las tentaciones, cuyo valor en la confesión, cuya
paciencia en los tormentos, cuya serenidad en la muerte cruelísima que sufristeis
os hacen digna de brillar entre las más ilustres heróicas de Jesucristo, y de
competir con los más gloriosos mártires de los siglos cristianos, yo prosternado
delante de vuestro venerable cuerpo, que me presenta los gloriosos vestigios de
los tormentos que padecisteis, os suplico humildemente me alcancéis una santa
fortaleza para despreciar los peligros, los temores, los reveses, los compromisos
con que las criaturas acaso intenten apartarme de mi Dios, y de los caminos de
su santa ley. Poned delante de mis ojos vuestra paciencia inalterable, á de que
con ella sufra constante las adversidades de este mundo, y las penalidades de
la presente vida. Haced, o Santa mía, que todos los males, dolores y
adversidades temporales me sean dulces, cuando se trate de sufrirlos por el
santo nombre de Jesucristo. ¡Cuánta confusión cubre mi rostro al contemplar las
gloriosas cicatrices de vuestras manos y de vuestros pies! Yo me avergüenzo, y
me confundo al reparar en la fortaleza y serenidad con que padecisteis
acerbísimos dolores, y en la delicadeza con que se me hacen insoportables los
males más ligeros. Y ya que vuestra fortaleza ínclita os ha granjeado los
triunfos y las palmas inmortales de que gozáis en el cielo, y que os hacen
gloriosa en la tierra, imite yo vuestra fortaleza para que os acompañe en los triunfos
y palmas de la gloria. Amen.
GOZOS
EN ALABANZA
DE LA GLORIOSA VIRGEN
Y MARTIR
SANTA URSICINA
Ya que en
Dios reináis segura,
Virgen
pura:
Dadnos ver la luz divina,
Mártir de Cristo Ursicina.
De la
vida en los albores
Los
primores
De una
alma privilegiada
Ostentáis
inmaculada
Con las
flores
De una
santidad probada
Del
martirio en la tortura,
Virgen
pura:
Los
amagos
Burláis
con sabia constancia:
En
vuestra más tierna infancia
Golpes
vagos
Reputáis
su petulancia,
Cuando de
él triunfáis segura,
Virgen
pura:
De
Vírgenes flor hermosa,
Casta
esposa
Sois del
divino Cordero:
Para
honor tan lisonjero,
Tierna
rosa,
En vos el
lustro tercero
Edad es
digna y madura,
Virgen
pura:
Ni el
rigor de los tormentos,
Ni los
vientos
De la
tempestad que brama,
Pueden extinguir
la llama
Que en
portentos
De amor
vuestro pecho inflama
Y de
celestial dulzura,
Virgen
pura:
De los
clavos la dureza
Con
certeza
Os
taladra pies y manos:
Y los
furores insanos
Y fiereza
Despreciáis
de los tiranos
Con
heroica bravura,
Virgen
pura:
Con
dignidad y entereza
La cabeza
Ofrecéis
al golpe fiero
Del
verdugo, que certero
Atraviesa
Vuestra
sien con cruel acero,
Y os da
muerte fiel y dura,
Virgen pura:
Cual Corderita
inocente
Vuestra
frente
Al hierro
dais resignada:
Así en un
palo clavada
Y
pendiente
Imagen
sois acabada
De Jesús,
y fiel figura,
Virgen
pura:
En
vuestra preciosa muerte
Mujer
fuerte
Absorta
os contempla Roma,
Cuando
para vos asoma
Feliz
suerte,
En que voláis
cual paloma
Del sacro
empíreo a la altura
Virgen
pura:
De Jesús
crucificado
Sois
dechado,
Y de
vírgenes modelo,
A
mártires vuestro celo,
Inflamado
Asombro
causa y consuelo
Del
tormento en la amargura,
Virgen
pura:
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