sábado, 2 de junio de 2018

NOVENA AL SAGRADO CORAZON DE JESUS EN SUS PRINCIPALES DOLORES







NOVENA AL SAGRADO CORAZON DE JESUS
EN SUS PRINCIPALES DOLORES


L/: Señor, abrirás mis labios:
R/: Y mi boca anunciará tu alabanza.
L/: Oh Dios entiende en mi ayuda:
R/: Apresúrate Señor a socorrerme
Gloria etc.


ACTO DE CONTRICIÓN

Oh Jesús, Salvador mío, a quien amo con todo mi corazón, permitidme llegar a vuestras plantas para dolerme de mis ingratitudes: dejadme acoger á vuestro herido Costado, para unirme con vuestro Corazón, participar de sus sentimientos y dar virtud con su dolor al mío v extinguir en el la tibieza de mi arrepentimiento. Vos me habéis criado Señor, vos conserváis mi vida v me habéis redimido con el precio de vuestra sangre: pero yo solo vivo ofendiéndoos, olvidando vuestros beneficios y destrozando a cada paso vuestra divina ley. ¡Desgraciado de mí! ¿Cómo puedo Dios mío, acordarme de mis culpas sin morir de dolor a vuestros pies? ¿Cómo no pienso en lavarlas con mis lágrimas, en borrarlas con mi arrepentimiento, ni en repararlas con los rigores de la penitencia? Cuando sólo la vista del pecado causó en vuestro generoso Corazón aquella congojosa agonía y aquella mortal tristeza que os hizo derramar vuestra sangre en tan extraño modo: ¿cómo puedo quedar yo tan insensible? ¿cómo no ocupo mi vida en llorar los funestos desórdenes que Vos tanto llorasteis sin ser vuestros? ¿Por qué vivo tan olvidado de mis pecados sabiendo que no basta el conocer la iniquidad para confesarla, sino que es necesario, como el Real Profeta, tener siempre a la vista nuestro pecado? ¡Perdón, Señor! ¡perdón, amado Jesús mío! Haced que la contrición intensa que sentisteis en el huerto por todos los pecados, mueva ahora mi corazón para sentir los míos, y de este modo, purificado con el arrepentimiento, podré acercarme a considerar los tormentos inefables de vuestro divino Corazón. Así sea.


INVOCACIÓN

Corazón de Jesús, fuente de todas las gracias: Arca del Nuevo Testamento llena de ricos tesoros, dejadme acercar a Vos y unirme con vuestros sentimientos: iluminad mi entendimiento é inflamad mi corazón con las llamas que os consumen, para disponerme dignamente a la consideración de vuestras penas. Así sea.


JACULATORIA
V. Corazón de Jesús, lleno de tristeza en el huerto hasta la muerte.
R. Ten misericordia de nosotros


PRIMER DIA

Aquí vengo, ¡oh divino Jesús mío!  a deciros que os dignéis hacer patente a mis ojos la abertura de vuestro costado, y mostrarme en medio de ella ese Corazón que tanto me ama, y a quien yo quiero amar también con toda mi alma: ese Corazón que tanto ha sufrido por mí, y cuyos dolores quiero considerar para santificarme con su memoria. Estaba ya para llegar la hora de vuestros enemigos y el poder de las tinieblas: había llegado ya la noche en que ibais a ser entregado por el discípulo traidor a los judíos y por éstos a la muerte: y en esa misma noche en que se os prepara un cáliz tan amargo, y en la que todos los poderes, los del mundo y los del infierno, se han juntado en uno contra el Señor y contra su Ungido: en esa noche de mortales angustias, os disponéis a hacernos el favor más señalado de vuestro amor y misericordia. Tomáis el pan en vuestras manos, con los ojos alzados al cielo dais gracias, le bendecís, y convirtiendo su sustancia en vuestro Cuerpo, le distribuís a los Apóstoles recordándoles que ese cuerpo que tan amorosamente les dais en sustento, pronto será entregado por ellos y despedazado. Mas, ¿qué miro, Jesús mío? Judas, el discípulo infiel a quien habéis dado particulares muestras de confianza, despreciando vuestras advertencias, y fingiendo no entender las muchas insinuaciones con que lo atraíais al arrepentimiento, consuma su malicia recibiendo en la boca el bocado divino, cometiendo contra vuestro Cuerpo adorable el primero y el más horrible de los sacrilegios. Pero, ¡qué, Señor! ¿será posible que la primera vez que os dais a los hombres, obrando un misterio tan grande y celebrando un banquete tan señalado, no haya de faltar un impío que no adore, antes desprecie y profane el don celestial? Mas así sucede en verdad, y Judas consuma en vuestra misma presencia el crimen más monstruoso. Mas, ¿qué sentís Vos, ¡oh Corazón sensible y nobilísimo! al ver la ingratitud y la perversidad de aquel infiel Apóstol? ¿Cuál fué vuestra tristeza al ver representados en aquel primer abuso de la Eucaristía, todos los sacrilegios, todos los ultrajes y todas las profanaciones con que el mundo habría de responder a vuestras finezas? ¡Ah Señor! nosotros hemos hecho perpetuo vuestro dolor con nuestra malicia y negligencia. Los hijos a quienes tanto amáis y a quienes tan regaladamente alimentáis, elevándolos a la dignidad de consanguíneos vuestros, estos hijos os olvidan, os desconocen y os desprecian; abandonan por años enteros vuestra mesa divina, os dejan solitario y abatido en vuestros templos, o los profanan con sus desenvolturas o inmodestias. Y aun entre las personas que os aman y que con más frecuencia os reciben, ¡cuán grande es su tibieza, cuán ingrata su negligencia! Parece que la continuación del beneficio, lejos de avivar su fe y encender su amor, las enfada y causa hastío. ¿Dónde, pues, encontrareis, ¡oh Corazón amante! almas que verdaderamente os amen, ¿y que con sus obsequios y adoraciones compensen el olvido y el desprecio con que los hombres os tratan? ¡Oh Dios mío! Margarita Alacoque la hija predilecta de vuestro Corazón, no ha tenido muchos imitadores, y las almas de las Gertrudis, ele los Gonzagas y de las Teresas, son por desgracia más raras cada día. ¡Oh, si tuviera yo la dicha de pertenecer a este pequeño número! Mas, al contrario, yo he sido cómplice de las irreverencias y de las ingratitudes con que el corazón humano paga vuestros favores; perdonadme: de hoy en adelante quiero amaros y reverenciaros; me duelo con todo mi corazón de veros tan desconocido y ultrajado ele los hombres, y deseara que mis homenajes tuviesen un valor infinito para haceros una digna ofrenda y daros una reparación suficiente. Mas ya que son tan débiles mis afectos, dejadme convocar a todas las almas que os han amado y aun os aman en el mundo, para ofreceros sus sentimientos y la viveza de la fe con la gratitud de su amor. ¡Teresa de Jesús, sublime amadora suya! ¡Margarita, celosa propagadora del culto del divino Corazón! almas todas que ardéis en las llamas del amor santo, venid, venid todas y unámonos para adorar el Corazón augusto de Jesucristo: venid y digamos con la voz del corazón: Jesús, salvador nuestro; ¡bendito seáis! bendita sea la generosidad de vuestro Corazón que nos proporcionó un Sacramento tan admirable; bendito el amor que le perpetua para siempre en medio de nosotros; bendita la paciencia con que sufrís á Judas y a sus muchos imitadores. ¡Corazón de Jesús, bendito seáis! Y que esta palabra en que van vinculados mis más íntimos sentimientos, vuele por todo el mundo y \ os suscite en todas partes amantes y adoradores. Tales son mis deseos, dignaos bendecirlos para que produzcan un tierno y sólido amor hacia Yos, que encuentre en la gloria su feliz consumación. Así sea.


ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS

Corazón de Jesús, objeto de las complacencias del Padre, erario de los tesoros de su bondad, foco sagrado a donde llegan y de donde salen todos los rayos de amor divino que inflaman al universo: yo vengo a Vos para participar de vuestras riquezas e inflamarme al contacto de vuestras llamas: vengo a Vos para compadecerme de vuestros dolores, del sacrilegio y la traición de Judas, de la cobardía de los apóstoles y de las penas que os causó la malicia del pecado y la representación de vuestros próximos tormentos. Gracias os doy porque os dignáis admitirme a la parte en vuestros sufrimientos. ¡Corazón santo! santificadme, llenad mi corazón de un grande amor hacia el vuestro; haced que os imite en la mansedumbre y en la humildad de que os habéis propuesto como modelo, y permitid que, inflamándome cada día más en vuestra devoción, dé a Conocer a todos vuestras preciosas virtudes y afectos. El amaros yo siempre y el ser u n feliz apóstol de tan divino Corazón, son mis más grandes deseos cuya realización espero de vuestra misericordia. Así sea.



SEGUNDO DIA

Adorable Salvador de los hombres, que os dignasteis haceros un varón de dolores, tomando un Corazón exquisitamente sensible para poder sentir toda la malicia del pecado; decidme, amable maestro: ¿cuál fué el supremo de vuestros dolores en aquella hora funesta en que apartado de vuestros amigos y arrodillado sobre la tierra veíais aglomerarse sobre Vos todas las penas? ¡Ah! Si el dolor crece con él amor, y si vuestro mayor amor era hacia el Padre, con el cual erais una misma cosa, no pudo ser otro el mayor dolor de vuestro Corazón, que el considerar las ofensas con que el mundo le ultrajaba. Después de los sucesos del cenáculo y acompañado de los apóstoles fieles, os dirigís a un huerto solitario, donde muchas veces al pie de los olivos derramabais amargas lágrimas por las culpas de la tierra. Triste está mi alma hasta la muerte," decís a vuestros discípulos; y estas palabras de inefable tristeza, les hacen presentir que alguna cosa grande y espantosa os amenaza. Al fin, acompañado a alguna distancia de tres Apóstoles, comenzáis la oración más solemne, la más necesaria y la más triste que haya habido jamás, porque era el grande acto de contrición que había de impetrar el perdón de todos los crímenes del mundo, y la aceptación definitiva del sacrificio de la cruz que había de merecerlo. ¡Corazón de Jesús! ¿cuál fué vuestro dolor al veros cargado de todos los pecados y preparado a recibir todos sus tremendos castigos? Amáis con un amor infinito a vuestro Padre, y al verle tan torpemente ofendido, vida da su ley, ¡ignorados sus beneficios y ultrajada su santidad con una espantosa corrupción de costumbre!} vuestro Corazón se anegaba en un mar de desolación y de tristeza, y se sentía llevado a tomar parte en favor de su Padre, en contra del hombre transgresor. Por otra parte, siendo verdadero hombre, y por tanto nuestro hermano, os sentíais también fuertemente inclinado a la clemencia y al perdón en nuestro favor. ¿Qué partido va a tomar vuestro Corazón en este combate, en que la justicia con todos sus rigores y la misericordia con todas sus bondades, se disputan la victoria? Siendo tan generoso, y tan compasivo, y tan amante del hombre, no quiere consentir en nuestro castigo; pero siendo al mismo tiempo tan recto y tan amante de nuestro Padre, no puede dejar de empeñarse en la completa destrucción del pecado. En Yos ¡oh Corazón! tuvo lugar ese combate en el que la bondad de los juicios de Dios y la misericordia, se encontraron, terminando por darse un ósculo la justicia y la paz. Yos fuisteis el altar santo donde se inició la alianza del cielo con la tierra por su contrición, y se consumó por la efusión de las últimas gotas de su sangre; Vos fuisteis la víctima divina e inocente, que se inmoló a la justicia del Padre por todos los pecados, y Vos quien hallasteis este medio admirable de aplacarle sin detrimento de la justicia, recibiendo el castigo en lugar del pecador. Y ¿cuál ha sido el fruto de vuestros grandes dolores? El mundo vive cada día más olvidado de Dios, ignorante de sus leyes y corrompido en horribles desórdenes; el infierno sigue tragando innumerables almas; la mayor parte de los hombres os desconocen, otros muchos os conocen y os desprecian, y sólo un número muy pequeño os ama y os bendice. Dignaos, pues, aumentar este número; inflamad en los ardores de vuestro amor a tantas almas disipadas, pero no pervertidas todavía; haced que yo mismo os ame con todo mi corazón, que sienta en el alma las ofensas de vuestro Padre, y que esté pronto a ofrecerme como, víctima por los pecados de los hombres. Así, participando de las penas de vuestro Corazón, é inflamado en sus afectos aquí en la tierra, tomaré parte en sus glorias en el cielo. Amén.



TERCER DIA

Corazón dulcísimo de mi amable Salvador, no sólo considerabais al pecado como ofensa de vuestro Padre en la triste noche del huerto, sino también como una ingratitud contra Vos mismo, y esto parece que os debería hacer vacilar en cierto modo en la aceptación de los tormentos y la muerte. Veíais que la efusión de vuestra sangre y la donación de vuestra vida, más que suficientes para salvar mil mundos, aun no bastaban para ablandar el corazón del hombre é inflamarle en amor vuestro. El estado del mundo en esa noche de dolores, os representaba su perpetua perfidia. Los mayores y nobles del pueblo, se ocupan, no en daros a conocer a todos como debieran, sino en sobornar contra vos falsos testigos, en pagar la traición más infame, y en aprestar ministros que saliesen a aprehenderos. El pueblo a quien habíais colmado de favores, multiplicando los prodigios para beneficiarle, pronto trocará sus recientes aclamaciones en gritos de muerte; posponiéndoos al más insigne criminal de sus prisiones, y aplaudirá hasta el fin la ejecución de vuestro suplicio. ¿En dónde, pues encontrareis, ¡oh Corazón adolorido! algún alivio a vuestras penas? Aun los apóstoles más favorecidos, a quienes elegisteis par a que os acompañasen en el huerto, lejos de haceros hallar algún consuelo en vuestros dolores, no hacen más que dormir ingratamente, abandonándoos sólo a la violencia de los sentimientos que os despedazaban. ¿No habrá, pues Señor, un alma siquiera que os compadezca? ¿No se encontrará ni un sólo corazón que participe de vuestros dolores? El mundo todo se ha de componer siempre de obstinados que os rechazan, de ciegos que os desconocen, ¿y de indiferentes y tibios que duermen? Sí, Jesús mío, indiferencia y olvido, ingratitud y abandono, esta es la única correspondencia con que pagamos vuestro amor. Ahora como en el tiempo de vuestra pasión, los grandes se ocupan en sentenciaros a muerte pretendiendo la total destrucción de la Iglesia, que es cuerpo vuestro; el pueblo con la licencia de sus costumbres, secunda tan perversos designios, y vuestros amigos entre tanto duermen; ellos duermen el sueño perezoso de la tibieza y de la negligencia. Porque ¿en dónde se encuentran ahora aquellos ministros celosos y santos, aquellos fieles fervorosos, que miran al mundo como un destierro, que sólo anhelan por vuestro amor, y cuya conversación y trato está en los cielos? ¡Ah! apenas hay quien sepa manejar el arma de la oración como aquellos santos y santas que os arrancaban el azote de las manos, y trocaban en perdón vuestros enojos; aun la virtud más escogida sólo piensa en sí misma, y casi nadie se compadece de vuestro Corazón despedazado cruelmente por la malicia de los hombres. Pero Señor, yo sé que en un instante podréis trocar las piedras en hijos de Abraham, o inflamar los más helados corazones; yo sé que para ello habéis dado a conocer en los últimos siglos la inefable ternura de vuestro Corazón, haciendo como el postrer esfuerzo de vuestra bondad para la santificación de las almas: pídoos, pues, que os deisá conocer por todas partes: que reaniméis a la» almas débiles y encendáis a las tibias: y que hagáis que con mi amor, mi fidelidad y mi gratitud, procure compensar de algún modo la frialdad y el olvido de los hombres para con Vos, para que sintiendo vuestras penas, merezca participar algún día de vuestras glorias. Amén.




CUARTO DIA

¡Oh Corazón dulcísimo de Jesucristo! Vos veis que el pecado es el sumo mal, que rompe la ley del Se- ñor, que cautiva bajo el yugo del demonio, que hace estéril vuestra sangre divina, que puebla las cavernas infernales, y pervierte espantosamente los más grandes beneficios del cielo. Veis que el pecado rompe los fines de la creación, porque hechas todas las cosas para el hombre, y debiendo referirse a Dios por su mediación, apartándose él por el pecado, del Creador, rompe la cadena que unía con él todos los seres, pervierte el orden de la naturaleza, y trastorna su armonía. Veis al pecado abusar del beneficio de la conservación, pues concurriendo Dios como primer motor a la formación de nuestras acciones, palabras y pensamientos, le obligamos por la culpa a tomar parte en nuestras abominaciones y a servir a nuestras mismas iniquidades. Mas, sobre tocio, veis al pecado de los cristianos conculcar vuestra sangre preciosa, hacer inútil el beneficio tan costoso de la redención, y renovar él sólo los tormentos de vuestra pasión y de vuestra muerte. Vos veíais, Jesús mío, estos desórdenes inmensos del pecado, y al mismo tiempo os sentíais cargado de todos, responsable por todos y próximo a sufrir su tremendo castigo: a vuestros ojos no bastan para llorar los, y fué preciso que los poros de vuestro cuerpo, dieran testimonio de la agudeza de vuestra pena, abriendo paso a vuestra sangre generosa, que descendió como una lluvia celestial á purificar a una tierra hasta entonces maldita. ¡Ah Señor y Dios mío! Dejad que me arrodille junto a vos para consolaros, para enjugar ese humor divino que baña vuestro semblante, y para ayudaros a llorar la malicia del pecado. Dejadme pediros que venga á nos vuestro reino, y que el reino de Satanás se destruya para siempre; que sea santificado en todas partes vuestro nombre, y que se cumpla en todo el mundo la voluntad benignísima que tenéis de salvarnos a todos. Bien veis el estado actual de vuestra Iglesia, perseguida, blasfemada, maldecida, despojada de cuanto no sois Vos, combatida por fuera por la impiedad y la herejía, y por dentro con la indiferencia y las culpas de sus hijos, recibiendo golpes terribles en su cabeza visible, que lastiman y perjudican a todo el cuerpo: favorecedla, .mandadle ministros celosos que la defiendan, almas de oración y de virtud que sin cesar os la encomienden; corazones inflamados en vuestro amor que la alivien y con suelen. Tomad una santa venganza de vuestros enemigos, disparando contra ellos vuestras saetas agudas, e hiriendo con ellas el corazón de los enemigos del rey eterno, para que, cayendo los pueblos bajo vuestras plantas, os adoren, os conozcan y os amen. Haced, finalmente, que yo me llene de un santo celo por la salud de las almas, que ayude a alcanzarla con fervorosos ruegos, y que logre ver un gran número de corazones ocupados sólo en vuestro amor puro y ardiente, para que, procurando vuestro honor y gloria durante la vida, gocemos ele vuestra belleza soberana eternamente. Amén.




QUINTO DIA

Corazón adorable de Jesucristo, dejadme preguntaros con respeto: ¿por qué clamáis en esa noche de tristeza Padre mío, si es posible pase de mí este cáliz? Vos habíais venido para salvar al mundo del pecado, y desde el primer instante de vuestra vida aceptasteis esa penosa misión: hablabais de vuestra pasión a los discípulos como de una cosa que aguardabais con ansia: pues ¿qué significan esas palabras de vacilación y desaliento?... ¡Oh Salvador mío! Era que, siendo Dios, erais también hombre verdadero, y como tal, queríais sentir un horror natural a los dolores y a la muerte, para que aún esta pena no os faltase. Al presentarse ante Vos la ceguedad de los judíos, la crueldad los gentiles, la malignidad de los jueces, y la falsedad de los acusadores, la inhumana dureza de los verdugos: al representaros los satélites armados que habían de venir a aprehenderos, á Vos mismo arrastrado con ignominia por las calles de Jerusalén, a vuestros discípulos fugitivos, al pueblo amotinado, a un criminal preferido á Vos. y a un juez cobarde firmando vuestra muerte, vuestra santa humanidad, temblaba de pavor y sobresalto, y repetíais vuestra humilde oración: "Padre mío, si es posible pase de mí este cáliz. Pensabais en aquella deshecha tormenta que había de descargar sobre vuestro sensible cuerpo: en las crueles bofetadas que os darían los criados insolentes, en aquellos azotes que la barbarie había de multiplicar sobre todo número, en aquellas punzantes espinas que habían de atormentar por largas horas vuestra cabeza, en la cruz que agravaría vuestros hombros lastimados, en los clavos que traspasarían vuestras manos y pies, y en aquella última lanzada que abriría un herida en vuestro costado, y traspasaría vuestro Corazón aunque sin vida. Y al mirar tan tos tormentos 'pagados con tantas ingratitudes, el sanguíneo sudor se hacía más copioso, vuestro dolor se aumentaba, y repetíais con voz angustiada vuestra ferviente oración: "Padre mío, si es posible pase de mí este cáliz;" pero conformándoos perfectamente con la divina voluntad, añadíais: "Mas no se haga mi voluntad sino la vuestra." ¡Oh Jesús mío! vuestra angustia había sido suprema, y fué preciso que un ángel bajase á confortaros, y un milagro del amor de vuestro Corazón os conservase entretanto la vicia. ¡Oh, y cuánto habéis sufrido por nosotros! Mas a pesar de ello, todavía no hacemos caso de vuestras penas, y olvidamos los dolores de que solo nosotros fuimos causa. Tos lo aceptáis todo por salvarnos, y nosotros nada queremos hacer para alcanzarlo; Vos apuráis el cáliz del dolor hasta las heces, para endulzar las amarguras de nuestras penas; y nosotros rehusamos padecer aun la contradicción más pequeña, y no sabemos hacer la menor violencia a nuestras pasiones. Remediadnos ¡oh santo Corazón! hacednos pacientes y sufridos, dadnos a conocer el precio grande de las cruces, y haced que aprendamos de vuestra imagen, en la que quisisteis aparecer herido, cargado con la cruz y cercado de espinas, que es necesario padecer para llegar a amaros, y que seremos felices, si por los pequeños trabajos del a vida presente, llegamos a la gloria que se revelará en nosotros algún día. Amén.




SEXTO DIA

Levantándoos de vuestra oración, decís a los Apóstoles que os acompañaban: "Levantaos, y vamos, porque se acerca el que me ha de entregar." ¡Pero Señor! ¿quién puede entregaros a Vos tan manso, tan inocente? ¿Será alguno de esos fariseos a quienes reprendíais públicamente, echándoles en cara su vergonzosa corrupción? No; ellos se reservan el delito de vuestra muerte; pero como el padece r de parte de los amigos y favorecidos suele ser más doloroso, había de ser un amigo, un discípulo vuestro el que os entregase vilmente en manos de vuestros enemigos. Judas, uno de los apóstoles. ennoblecido con una vocación tan especial, testigo ele vuestros prodigios, asistente a vuestras enseñanzas. y hecho por un favor particular, tesorero del colegio apostólico, os entrega con la más negra de las traiciones, y pactando con los Príncipes de los Sacerdotes, les promete poneros en sus manos mediante una vilísima suma de dinero. Y fué tal el dolor que os causó la desgracia de este apóstol, que muchas veces hablasteis de ello en la cena, pretendiendo conmover a aquel rebelde corazón. Pero Judas no se arrepiente, ni vuelve atrás de sus inicuos proyectos; antes sale poseído por el demonio, acelera sus pasos, y hablando con los Príncipes de los sacerdotes, se da prisa a cumplir lo prometido, poniéndose a la cabeza de los ministros que van a aprehenderos, y llevándolos al huerto, donde sabía que acostumbrabais recogeros a orar durante la noche. Vos le miráis llegar en busca de vuestra persona, y entonces es, cuando levantándoos del lugar de vuestra oración, y despertando a vuestros discípulos, les advertís la llegada del traidor, el cual por fin se acerca, os saluda y os da el ósculo convenido, principio do vuestra pasión y preludio de vuestra muerte. Mas ¿qué sentisteis Vos al recibir ese ósculo infame y maldito? .... Vuestras palabras claramente lo revelan; y cuando le decís: "Amigo, ¿a qué has venido? vuestro amor estaba pronto a conservarle en vuestra estimación y amistad, con tal que reconozca su error y se arrepienta de su pecado. Mas viendo que permanece inmoble en su maldad, añadís: "Judas, ¿así entregas al Hijo del Hombre, con un ósculo?"' Y de este modo le reveláis su maldad, y mostrándole su propio corazón, le hacéis ver que sois Dios a quien nada se le oculta, y le inclináis a la detestación de su crimen, ahorrándole su confesión. Pero él al fin permanece obstinado, y consuma su horrible traición, delante de los hombres y de los ángeles ¡Oh, y cuánto sentisteis la pérdida de este apóstol! ¡cuánto dolor os causó aun en medio de vuestros tormentos el espectáculo de su última desgracia! Mas ¡oh Corazón de Jesucristo! ¿cuántas veces no se repite en el mundo esta escena dolorosa sin que os mostremos la menor compasión? Os vendemos a cada paso por un deleite culpable o por un vilísimo interés; os ponemos en manos de vuestros enemigos siempre que os hacemos descender a un corazón manchado; os perdemos con señal ele paz y amistad cuando con vil hipocresía ostentárnoslas señales exteriores de la piedad, teniendo la iniquidad dentro del alma; y os entregamos de mil maneras en poder de vuestros verdugos. Y a pesar de esto no hay quien gima, no ha y quien os compadezca ni os defienda; insensibles a los estragos del pecado, sólo sabemos afligirnos por los males temporales. Fortaleced, pues, nuestra fé; encended nuestro amor, hacednos sentir sumamente las ingratitudes y ultrajes con que los hombres corresponden vuestras finezas; llenadnos de un santo temor de ofenderos después de haber sido vuestros discípulos y amigos; ponednos en el número de aquellas almas que de veras os aman, y que perderían mil veces la vida antes que ofenderos; y haced que honremos a vuestro dulce Corazón juntamente con los ángeles en las eternas mansiones de la Bienaventuranza. Amén.




SEPTIMO DIA

Al fin Judas os entrega, se desespera y se condena: pero ¡oh Corazón de Jesús! aun os quedan los otros apóstoles fieles: ellos que no se han manchado con ninguna traición, os consolarán, os acompañarán en los amargos pasos de vuestra pasión, ¡y harán con su presencia menos doloroso siquiera vuestro suplicio! Mas, ¡qué digo Redentor mío! ¿acaso no debíais padecer solo, sin consuelo, y abandonado al morir hasta de vuestro Padre celestial? Así es en verdad, Señor, y por eso los apóstoles a pesar de sus promesas, cuando ven llegar la hora terrible predicha por Vos, y os miran cargar de cadenas, en esos instantes, en que más debieran manifestaros su gratitud y su ternura, por el contrario, llenos de susto y de terror, huyen cobardemente del teatro de vuestras penas, y corren a ocultarse cautelosamente de las pesquisas de vuestros enemigos. ¡Oh Corazón de Jesucristo! ¿Conque todos os han abandonado? ¿Conque aun los discípulos se alejan, y los amigos desfallecen? ¡Oh Señor! Aun os pagan los hombres de la misma manera: aquellos a quienes habéis honrado con una vocación especial, arrebatándolos de los vanos cuidados de la tierra, comunicándoles vuestra luz en la oración, vuestra palabra en las instrucciones de los santos ministros, y vuestro cuerpo en la frecuente comunión: estas mismas almas os olvidan, y sirviéndoos sólo mientras duran los celestes consuelos, cuando es preciso acompañaros al Calvario, y seguiros con la cruz sobre los hombros, entonces os vuelven las espaldas, como los apóstoles en el huerto, tiemblan a la vista de vuestros enemigos, y huyen cobardemente a ocultarse en las habitaciones de la tibieza y del olvido. Ya no vemos aquellas almas fervorosas y fieles que os sirven con una santa abnegación, y que caminan gozosas por vuestras huellas ensangrentadas; y la virtud en nuestros días parece que no alcanza a gustar las delicias ele vuestra cruz, y la dicha inefable de las panas. Haced Vos, ¡oh Corazón adorable! que las almas os acompañen y os consuelen; que vuelva a arder en los corazones el fuego santo que os consume; que los hijos que os sirven y os adoran, sacudan el funesto sueño de la tibieza, que mediten constantemente en vuestros inmensos dolores para que, animados a sufrir por Vos y con Vos toda clase de trabajos, merezcan recibir la corona prometida, a los que combatieron legítimamente y hasta el fin. Amén.




OCTAVO DIA

Corazón pacientísimo de Jesucristo, aun no bastaban tantas penas para darnos a conocer la inmensidad de. vuestro amor, y todo lo que habíais sufrido os parecía poco por el grande deseo que teníais de padecer por nosotros. Mas contentaos, porque aun os queda mucho que sufrir en esa noche de interiores tormentos. San Pedro, el apóstol escogido por Vos para cabeza de la Iglesia, y Príncipe de los Pastores; San Pedro, que había proclamado tan claramente vuestra Divinidad, y a quien habíais hecho tan grandes promesas; él, que poco antes aseguraba que no se escandalizaría en Vos, y que os acompañaría hasta la muerte, confiando vanamente en sí mismo, y creyendo más que a vuestros anuncios, al amor que os profesa, entra en la casa donde los sacerdotes os juzgaban del modo más inicuo, y mientras ellos buscan falsos testigos, y os acusan de blasfemia, él os niega cobardemente, perdiendo el ánimo a la pregunta de . una simple mujer; y poco después no sólo reitera su negativa, sino que a la tercera vez agrava su pecado con juramentos é imprecaciones. Mas a Pedro recuerda dentro de unos instantes vuestras predicciones, abandona el lugar de su caída, sale fuera y comienza a llorar su pecado. Una mirada vuestra que recibe, basta para enternecerle, para cambiarle j y convertirle. ¡Oh! y cuánto no debisteis Yos sufrir en esa indigna conducta del Príncipe de los apóstoles! ¡Cómo no debisteis sentir esa serie de pecados que a las ofensas de vuestros enemigos había venido a añadir la injuria, de los mismos amigos! De suerte que, en esa noche de penas, estaba decretado que sufrieseis toda clase de dolores, y no fué el menor de ellos el que os causó la negación de San Pedro, de aquel apóstol a quien entre todos habíais condecorado y distinguido. Y así como había habido un Judas en cuya conducta se mirase la espantosa malicia del corazón del hombre, capaz de hacer ineficaces las gracias más suficientes del cielo, cuando no queremos cooperar a la gracia, así también convenía que en otro pecador resplandeciesen vuestras misericordias, y la eficacia maravillosa del arrepentimiento. ¡Corazón de Jesucristo! ¡Cuán bueno sois! ¡cuán misericordioso! sufrís con divina resignación la ingratitud de vuestro apóstol, pedís por él a vuestro Padre, y ya que no podéis, estando en prisiones, salirle al encuentro y rendirle con vuestras palabras, ¡queréis convertirle con una dulce, tierna, compasiva y omnipotente mirada de vuestros ojos! Nosotros renovamos a cada paso el dolor que os causó la caída de San Pedro, cuando después de haber sido iluminados y de haber gustado los dones celestiales, cedemos a los más pequeños encuentros, y por un ruin interés, por un humano respeto, o por una fatal debilidad, os negamos delante de los hombres, y juntamos a nuestra negación las culpas más enormes; todos los días estáis recibiendo semejantes tratamientos, adorable Salvador mío, y la caída del apóstol ha tenido muchos imitadores, sin tenerlos su penitencia; yo mismo he sido bastante desgraciado par a abandonaros muchas veces, después de haberos conocido, y para haberos negado ingratamente después de los más señalados favores. Dignaos, pues, darme una mirada de amor y de misericordia que me conmueva, que me arranque para siempre de las tristes vanidades de la tierra, y me haga llorar amargamente mis pecados; de esta manera, imitando al apóstol en su penitencia, podré alabar con él, en el cielo, la bondad y la ternura de vuestro amabilísimo Corazón. Amén.




ULTIMO DIA

Corazón afligidísimo de mi Dios, aún hay otro dolor muy intenso que en esa noche os atormente y despedace. María, vuestra Madre, aquella Virgen tan pura e inocente, llamada por Dios a deshacer las obras de la mujer primera, y a tomar parte en la reparación del género humano, padece y sufre por Vos horriblemente; vuestros tormentos la oprimen, vuestros dolores la despedazan, y vuestra mortal tristeza la pone a punto de desfallecer. Unido en todo su santo corazón con el vuestro, no hacen los dos sino una sola víctima, que se inmola voluntariamente pollos pecados del mundo. Así como María es el alma que más supo conoceros y amaros entre todas las criaturas, así también ella es la que mejor supo compadeceros, la que se unió más íntimamente con vuestros sentimientos, y cuyos dolores, después de los vuestros, fueron los más meritorios y los menos merecidos. Ella, pues, sufre uno a uno vuestros dolores; pero Vos sufrís también, además de los vuestros, los de tan santa madre, y experimentáis una profunda compasión al ver padecer a aquella celestial criatura, aquellas penas cuya intensidad sólo vos pudisteis conocer. Vos, que sois el más sensible y amoroso de los corazones, ¿cuánto no amaríais a la Virgen María, a aquella mujer tan admirable y tan semejante a Vos, a aquella que os había dado el ser humano y que había sido el glorioso conducto por donde se nos ministró vuestra Divinidad, ¿siendo vuestra verdadera madre? ¡Ah! que ella era en verdad la criatura predilecta de vuestro Corazón, y la amabais como ama a su madre e hijo más tierno y agradecido. Pero si tal era el amor que le teníais a esta Soberana Señora, ¿cuál sería vuestro dolor al verla llena de tormentos y dolores, desgarrado con vuestras penas su corazón maternal, y sufriendo en su noble alma todo cuanto Vos sufríais en vuestro cuerpo adorable? ¡Ah Señor! que en verdad la contemplación de las angustias de vuestra afligida Madre vino a dar el colmo a vuestros dolores, y a acabar de despedazar a vuestro amante Corazón. ¡Oh Corazones de Jesús y de María! que padecisteis tanto por mi amor. Haced que entre yo en vuestros mismos sentimientos, que me santifique con la meditación de vuestros dolores, y que saque por fruto de las prácticas de estos días, una nueva y eficaz detestación de todos mis pecados, unos vivos deseos de dar a conocer a todo el mundo vuestras riquezas soberanas, un profundo dolor de ver al Señor tan ultrajado de los hombres, con un celo ardiente para proseguir la obra de la perfección en mi propio espíritu; de esta manera, si logro ser uno de vuestros fervorosos amadores sobre la tierra, alcanzaré por vuestra gracia la felicidad infinita de ser uno de vuestros adoradores en las clarísimas moradas de la gloria. Amén.



DOLORES DEL CORAZÓN ADORABLE DE JESUCRISTO

Área de dones colmada,
Templo de amor y oración:
¡Oh Divino Corazón,
Sé tú mi asilo y morada!

Cuando nos diste amoroso
Tu cuerpo y sangre en comida,
El apóstol homicida
Comió el bocado precioso;
Fué está la primer lanzada
Que sentiste en tu pasión:

Ves, del padre que te ha enviado,
Ultrajado el santo nombre,
Y en vez de Dios por el hombre
A Satanás, adorado;
Esta agudísima espada
Te hiere sin compasión:

Miras tu sangre perdida
En muchas almas carnales,
Y por aliviar sus males
En vano dada tu vida.
Su ingratitud extremada
Te llena de turbación:

La malicia del pecado
Que sólo tú conocías,
Y cuyo peso sentías
Sobre tus hombros cargado,
Hizo a tu sangre adorada
Brotar con cruel opresión:

Presentábanse á tu mente
Las penas que te aguardaban,
Y todas se aglomeraban
Par a herirte juntamente.
Tu alma fué despedazada
Con tan vehemente aprehensión:

Judas, discípulo aleve:
Te vende a la turba impía;
Y él mismo quiere ser guía
Que á tí en el huerto la lleve.
Llega, y con paz simulada
Consuma su vil traición:

Los apóstoles medrosos,
A la hora fatal se alejan
Y entre las manos os dejan
De verdugos alevosos.
¡Cuánto esta infiel retirada
Acrecentó tu aflicción:

De tu amor, Pedro, olvidado,
Una y tres veces te niega,
Y a lo más vivo te llega
Su ingratísimo pecado.
Mas con sólo una mirada
Operas su conversión:

Los dolores de María
Acrecientan tus dolores,
Pues son los tuyos mayores
Al contemplar su agonía;
¡Aun tu madre inmaculada
Ha de avivar tu aflicción!

¡Llave del cielo sagrada
Altar de propiciación:
¡Oh divino Corazón,
Sé tú mi asilo y morada!


ORACION:  ¡Oh Jesús! Señor nuestro, haz que nosotros nos revistamos de las virtudes de tu Santísimo Corazón, y nos inflamemos con sus afectos, para que merezcamos conformarnos a la imagen de tu bondad, y ser participantes de tu redención; tú que vives y reinas con Dios Padre, en unidad del Espíritu Santo, Dios por todos los siglos y de los siglos Amén.



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