NOVENA
AL SAGRADO CORAZON DE JESUS
EN
SUS PRINCIPALES DOLORES
L/: Señor, abrirás mis
labios:
R/: Y
mi boca anunciará tu alabanza.
L/: Oh Dios entiende en
mi ayuda:
R/: Apresúrate
Señor a socorrerme
Gloria
etc.
ACTO DE CONTRICIÓN
Oh
Jesús, Salvador mío, a quien amo con todo mi corazón, permitidme llegar a
vuestras plantas para dolerme de mis ingratitudes: dejadme acoger á vuestro
herido Costado, para unirme con vuestro Corazón, participar de sus sentimientos
y dar virtud con su dolor al mío v extinguir en el la tibieza de mi
arrepentimiento. Vos me habéis criado Señor, vos conserváis mi vida v me habéis
redimido con el precio de vuestra sangre: pero yo solo vivo ofendiéndoos,
olvidando vuestros beneficios y destrozando a cada paso vuestra divina ley.
¡Desgraciado de mí! ¿Cómo puedo Dios mío, acordarme de mis culpas sin morir de
dolor a vuestros pies? ¿Cómo no pienso en lavarlas con mis lágrimas, en
borrarlas con mi arrepentimiento, ni en repararlas con los rigores de la
penitencia? Cuando sólo la vista del pecado causó en vuestro generoso Corazón
aquella congojosa agonía y aquella mortal tristeza que os hizo derramar vuestra
sangre en tan extraño modo: ¿cómo puedo quedar yo tan insensible? ¿cómo no
ocupo mi vida en llorar los funestos desórdenes que Vos tanto llorasteis sin
ser vuestros? ¿Por qué vivo tan olvidado de mis pecados sabiendo que no basta
el conocer la iniquidad para confesarla, sino que es necesario, como el Real
Profeta, tener siempre a la vista nuestro pecado? ¡Perdón, Señor! ¡perdón,
amado Jesús mío! Haced que la contrición intensa que sentisteis en el huerto
por todos los pecados, mueva ahora mi corazón para sentir los míos, y de este
modo, purificado con el arrepentimiento, podré acercarme a considerar los
tormentos inefables de vuestro divino Corazón. Así sea.
INVOCACIÓN
Corazón
de Jesús, fuente de todas las gracias: Arca del Nuevo Testamento llena de ricos
tesoros, dejadme acercar a Vos y unirme con vuestros sentimientos: iluminad mi
entendimiento é inflamad mi corazón con las llamas que os consumen, para
disponerme dignamente a la consideración de vuestras penas. Así sea.
JACULATORIA
V.
Corazón de Jesús, lleno de tristeza en el huerto hasta la muerte.
R.
Ten misericordia de nosotros
PRIMER DIA
Aquí
vengo, ¡oh divino Jesús mío! a deciros
que os dignéis hacer patente a mis ojos la abertura de vuestro costado, y
mostrarme en medio de ella ese Corazón que tanto me ama, y a quien yo quiero
amar también con toda mi alma: ese Corazón que tanto ha sufrido por mí, y cuyos
dolores quiero considerar para santificarme con su memoria. Estaba ya para
llegar la hora de vuestros enemigos y el poder de las tinieblas: había llegado
ya la noche en que ibais a ser entregado por el discípulo traidor a los judíos
y por éstos a la muerte: y en esa misma noche en que se os prepara un cáliz tan
amargo, y en la que todos los poderes, los del mundo y los del infierno, se han
juntado en uno contra el Señor y contra su Ungido: en esa noche de mortales
angustias, os disponéis a hacernos el favor más señalado de vuestro amor y
misericordia. Tomáis el pan en vuestras manos, con los ojos alzados al cielo
dais gracias, le bendecís, y convirtiendo su sustancia en vuestro Cuerpo, le
distribuís a los Apóstoles recordándoles que ese cuerpo que tan amorosamente
les dais en sustento, pronto será entregado por ellos y despedazado. Mas, ¿qué
miro, Jesús mío? Judas, el discípulo infiel a quien habéis dado particulares
muestras de confianza, despreciando vuestras advertencias, y fingiendo no
entender las muchas insinuaciones con que lo atraíais al arrepentimiento,
consuma su malicia recibiendo en la boca el bocado divino, cometiendo contra
vuestro Cuerpo adorable el primero y el más horrible de los sacrilegios. Pero,
¡qué, Señor! ¿será posible que la primera vez que os dais a los hombres,
obrando un misterio tan grande y celebrando un banquete tan señalado, no haya
de faltar un impío que no adore, antes desprecie y profane el don celestial?
Mas así sucede en verdad, y Judas consuma en vuestra misma presencia el crimen
más monstruoso. Mas, ¿qué sentís Vos, ¡oh Corazón sensible y nobilísimo! al ver
la ingratitud y la perversidad de aquel infiel Apóstol? ¿Cuál fué vuestra
tristeza al ver representados en aquel primer abuso de la Eucaristía, todos los
sacrilegios, todos los ultrajes y todas las profanaciones con que el mundo
habría de responder a vuestras finezas? ¡Ah Señor! nosotros hemos hecho
perpetuo vuestro dolor con nuestra malicia y negligencia. Los hijos a quienes
tanto amáis y a quienes tan regaladamente alimentáis, elevándolos a la dignidad
de consanguíneos vuestros, estos hijos os olvidan, os desconocen y os
desprecian; abandonan por años enteros vuestra mesa divina, os dejan solitario
y abatido en vuestros templos, o los profanan con sus desenvolturas o
inmodestias. Y aun entre las personas que os aman y que con más frecuencia os
reciben, ¡cuán grande es su tibieza, cuán ingrata su negligencia! Parece que la
continuación del beneficio, lejos de avivar su fe y encender su amor, las
enfada y causa hastío. ¿Dónde, pues, encontrareis, ¡oh Corazón amante! almas
que verdaderamente os amen, ¿y que con sus obsequios y adoraciones compensen el
olvido y el desprecio con que los hombres os tratan? ¡Oh Dios mío! Margarita
Alacoque la hija predilecta de vuestro Corazón, no ha tenido muchos imitadores,
y las almas de las Gertrudis, ele los Gonzagas y de las Teresas, son por
desgracia más raras cada día. ¡Oh, si tuviera yo la dicha de pertenecer a este
pequeño número! Mas, al contrario, yo he sido cómplice de las irreverencias y
de las ingratitudes con que el corazón humano paga vuestros favores;
perdonadme: de hoy en adelante quiero amaros y reverenciaros; me duelo con todo
mi corazón de veros tan desconocido y ultrajado ele los hombres, y deseara que
mis homenajes tuviesen un valor infinito para haceros una digna ofrenda y daros
una reparación suficiente. Mas ya que son tan débiles mis afectos, dejadme
convocar a todas las almas que os han amado y aun os aman en el mundo, para
ofreceros sus sentimientos y la viveza de la fe con la gratitud de su amor.
¡Teresa de Jesús, sublime amadora suya! ¡Margarita, celosa propagadora del
culto del divino Corazón! almas todas que ardéis en las llamas del amor santo,
venid, venid todas y unámonos para adorar el Corazón augusto de Jesucristo:
venid y digamos con la voz del corazón: Jesús, salvador nuestro; ¡bendito
seáis! bendita sea la generosidad de vuestro Corazón que nos proporcionó un
Sacramento tan admirable; bendito el amor que le perpetua para siempre en medio
de nosotros; bendita la paciencia con que sufrís á Judas y a sus muchos
imitadores. ¡Corazón de Jesús, bendito seáis! Y que esta palabra en que van
vinculados mis más íntimos sentimientos, vuele por todo el mundo y \ os suscite
en todas partes amantes y adoradores. Tales son mis deseos, dignaos bendecirlos
para que produzcan un tierno y sólido amor hacia Yos, que encuentre en la
gloria su feliz consumación. Así sea.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
Corazón
de Jesús, objeto de las complacencias del Padre, erario de los tesoros de su
bondad, foco sagrado a donde llegan y de donde salen todos los rayos de amor
divino que inflaman al universo: yo vengo a Vos para participar de vuestras
riquezas e inflamarme al contacto de vuestras llamas: vengo a Vos para
compadecerme de vuestros dolores, del sacrilegio y la traición de Judas, de la
cobardía de los apóstoles y de las penas que os causó la malicia del pecado y
la representación de vuestros próximos tormentos. Gracias os doy porque os
dignáis admitirme a la parte en vuestros sufrimientos. ¡Corazón santo!
santificadme, llenad mi corazón de un grande amor hacia el vuestro; haced que
os imite en la mansedumbre y en la humildad de que os habéis propuesto como
modelo, y permitid que, inflamándome cada día más en vuestra devoción, dé a
Conocer a todos vuestras preciosas virtudes y afectos. El amaros yo siempre y
el ser u n feliz apóstol de tan divino Corazón, son mis más grandes deseos cuya
realización espero de vuestra misericordia. Así sea.
SEGUNDO DIA
Adorable
Salvador de los hombres, que os dignasteis haceros un varón de dolores, tomando
un Corazón exquisitamente sensible para poder sentir toda la malicia del
pecado; decidme, amable maestro: ¿cuál fué el supremo de vuestros dolores en
aquella hora funesta en que apartado de vuestros amigos y arrodillado sobre la
tierra veíais aglomerarse sobre Vos todas las penas? ¡Ah! Si el dolor crece con
él amor, y si vuestro mayor amor era hacia el Padre, con el cual erais una
misma cosa, no pudo ser otro el mayor dolor de vuestro Corazón, que el
considerar las ofensas con que el mundo le ultrajaba. Después de los sucesos
del cenáculo y acompañado de los apóstoles fieles, os dirigís a un huerto
solitario, donde muchas veces al pie de los olivos derramabais amargas lágrimas
por las culpas de la tierra. Triste está mi alma hasta la muerte," decís a
vuestros discípulos; y estas palabras de inefable tristeza, les hacen presentir
que alguna cosa grande y espantosa os amenaza. Al fin, acompañado a alguna
distancia de tres Apóstoles, comenzáis la oración más solemne, la más necesaria
y la más triste que haya habido jamás, porque era el grande acto de contrición
que había de impetrar el perdón de todos los crímenes del mundo, y la
aceptación definitiva del sacrificio de la cruz que había de merecerlo.
¡Corazón de Jesús! ¿cuál fué vuestro dolor al veros cargado de todos los
pecados y preparado a recibir todos sus tremendos castigos? Amáis con un amor
infinito a vuestro Padre, y al verle tan torpemente ofendido, vida da su ley, ¡ignorados
sus beneficios y ultrajada su santidad con una espantosa corrupción de
costumbre!} vuestro Corazón se anegaba en un mar de desolación y de tristeza, y
se sentía llevado a tomar parte en favor de su Padre, en contra del hombre
transgresor. Por otra parte, siendo verdadero hombre, y por tanto nuestro
hermano, os sentíais también fuertemente inclinado a la clemencia y al perdón
en nuestro favor. ¿Qué partido va a tomar vuestro Corazón en este combate, en
que la justicia con todos sus rigores y la misericordia con todas sus bondades,
se disputan la victoria? Siendo tan generoso, y tan compasivo, y tan amante del
hombre, no quiere consentir en nuestro castigo; pero siendo al mismo tiempo tan
recto y tan amante de nuestro Padre, no puede dejar de empeñarse en la completa
destrucción del pecado. En Yos ¡oh Corazón! tuvo lugar ese combate en el que la
bondad de los juicios de Dios y la misericordia, se encontraron, terminando por
darse un ósculo la justicia y la paz. Yos fuisteis el altar santo donde se inició
la alianza del cielo con la tierra por su contrición, y se consumó por la
efusión de las últimas gotas de su sangre; Vos fuisteis la víctima divina e
inocente, que se inmoló a la justicia del Padre por todos los pecados, y Vos quien
hallasteis este medio admirable de aplacarle sin detrimento de la justicia,
recibiendo el castigo en lugar del pecador. Y ¿cuál ha sido el fruto de
vuestros grandes dolores? El mundo vive cada día más olvidado de Dios,
ignorante de sus leyes y corrompido en horribles desórdenes; el infierno sigue
tragando innumerables almas; la mayor parte de los hombres os desconocen, otros
muchos os conocen y os desprecian, y sólo un número muy pequeño os ama y os
bendice. Dignaos, pues, aumentar este número; inflamad en los ardores de vuestro
amor a tantas almas disipadas, pero no pervertidas todavía; haced que yo mismo
os ame con todo mi corazón, que sienta en el alma las ofensas de vuestro Padre,
y que esté pronto a ofrecerme como, víctima por los pecados de los hombres.
Así, participando de las penas de vuestro Corazón, é inflamado en sus afectos
aquí en la tierra, tomaré parte en sus glorias en el cielo. Amén.
TERCER DIA
Corazón
dulcísimo de mi amable Salvador, no sólo considerabais al pecado como ofensa de
vuestro Padre en la triste noche del huerto, sino también como una ingratitud
contra Vos mismo, y esto parece que os debería hacer vacilar en cierto modo en
la aceptación de los tormentos y la muerte. Veíais que la efusión de vuestra
sangre y la donación de vuestra vida, más que suficientes para salvar mil
mundos, aun no bastaban para ablandar el corazón del hombre é inflamarle en
amor vuestro. El estado del mundo en esa noche de dolores, os representaba su
perpetua perfidia. Los mayores y nobles del pueblo, se ocupan, no en daros a conocer
a todos como debieran, sino en sobornar contra vos falsos testigos, en pagar la
traición más infame, y en aprestar ministros que saliesen a aprehenderos. El
pueblo a quien habíais colmado de favores, multiplicando los prodigios para
beneficiarle, pronto trocará sus recientes aclamaciones en gritos de muerte;
posponiéndoos al más insigne criminal de sus prisiones, y aplaudirá hasta el
fin la ejecución de vuestro suplicio. ¿En dónde, pues encontrareis, ¡oh Corazón
adolorido! algún alivio a vuestras penas? Aun los apóstoles más favorecidos, a
quienes elegisteis par a que os acompañasen en el huerto, lejos de haceros
hallar algún consuelo en vuestros dolores, no hacen más que dormir
ingratamente, abandonándoos sólo a la violencia de los sentimientos que os
despedazaban. ¿No habrá, pues Señor, un alma siquiera que os compadezca? ¿No se
encontrará ni un sólo corazón que participe de vuestros dolores? El mundo todo
se ha de componer siempre de obstinados que os rechazan, de ciegos que os
desconocen, ¿y de indiferentes y tibios que duermen? Sí, Jesús mío,
indiferencia y olvido, ingratitud y abandono, esta es la única correspondencia
con que pagamos vuestro amor. Ahora como en el tiempo de vuestra pasión, los grandes
se ocupan en sentenciaros a muerte pretendiendo la total destrucción de la
Iglesia, que es cuerpo vuestro; el pueblo con la licencia de sus costumbres,
secunda tan perversos designios, y vuestros amigos entre tanto duermen; ellos
duermen el sueño perezoso de la tibieza y de la negligencia. Porque ¿en dónde
se encuentran ahora aquellos ministros celosos y santos, aquellos fieles
fervorosos, que miran al mundo como un destierro, que sólo anhelan por vuestro
amor, y cuya conversación y trato está en los cielos? ¡Ah! apenas hay quien
sepa manejar el arma de la oración como aquellos santos y santas que os
arrancaban el azote de las manos, y trocaban en perdón vuestros enojos; aun la
virtud más escogida sólo piensa en sí misma, y casi nadie se compadece de
vuestro Corazón despedazado cruelmente por la malicia de los hombres. Pero
Señor, yo sé que en un instante podréis trocar las piedras en hijos de Abraham,
o inflamar los más helados corazones; yo sé que para ello habéis dado a conocer
en los últimos siglos la inefable ternura de vuestro Corazón, haciendo como el
postrer esfuerzo de vuestra bondad para la santificación de las almas: pídoos,
pues, que os deisá conocer por todas partes: que reaniméis a la» almas débiles
y encendáis a las tibias: y que hagáis que con mi amor, mi fidelidad y mi
gratitud, procure compensar de algún modo la frialdad y el olvido de los
hombres para con Vos, para que sintiendo vuestras penas, merezca participar
algún día de vuestras glorias. Amén.
CUARTO DIA
¡Oh
Corazón dulcísimo de Jesucristo! Vos veis que el pecado es el sumo mal, que
rompe la ley del Se- ñor, que cautiva bajo el yugo del demonio, que hace
estéril vuestra sangre divina, que puebla las cavernas infernales, y pervierte
espantosamente los más grandes beneficios del cielo. Veis que el pecado rompe
los fines de la creación, porque hechas todas las cosas para el hombre, y
debiendo referirse a Dios por su mediación, apartándose él por el pecado, del
Creador, rompe la cadena que unía con él todos los seres, pervierte el orden de
la naturaleza, y trastorna su armonía. Veis al pecado abusar del beneficio de
la conservación, pues concurriendo Dios como primer motor a la formación de
nuestras acciones, palabras y pensamientos, le obligamos por la culpa a tomar
parte en nuestras abominaciones y a servir a nuestras mismas iniquidades. Mas,
sobre tocio, veis al pecado de los cristianos conculcar vuestra sangre
preciosa, hacer inútil el beneficio tan costoso de la redención, y renovar él
sólo los tormentos de vuestra pasión y de vuestra muerte. Vos veíais, Jesús
mío, estos desórdenes inmensos del pecado, y al mismo tiempo os sentíais
cargado de todos, responsable por todos y próximo a sufrir su tremendo castigo:
a vuestros ojos no bastan para llorar los, y fué preciso que los poros de
vuestro cuerpo, dieran testimonio de la agudeza de vuestra pena, abriendo paso
a vuestra sangre generosa, que descendió como una lluvia celestial á purificar
a una tierra hasta entonces maldita. ¡Ah Señor y Dios mío! Dejad que me
arrodille junto a vos para consolaros, para enjugar ese humor divino que baña
vuestro semblante, y para ayudaros a llorar la malicia del pecado. Dejadme
pediros que venga á nos vuestro reino, y que el reino de Satanás se destruya
para siempre; que sea santificado en todas partes vuestro nombre, y que se
cumpla en todo el mundo la voluntad benignísima que tenéis de salvarnos a
todos. Bien veis el estado actual de vuestra Iglesia, perseguida, blasfemada,
maldecida, despojada de cuanto no sois Vos, combatida por fuera por la impiedad
y la herejía, y por dentro con la indiferencia y las culpas de sus hijos,
recibiendo golpes terribles en su cabeza visible, que lastiman y perjudican a
todo el cuerpo: favorecedla, .mandadle ministros celosos que la defiendan,
almas de oración y de virtud que sin cesar os la encomienden; corazones inflamados
en vuestro amor que la alivien y con suelen. Tomad una santa venganza de
vuestros enemigos, disparando contra ellos vuestras saetas agudas, e hiriendo
con ellas el corazón de los enemigos del rey eterno, para que, cayendo los
pueblos bajo vuestras plantas, os adoren, os conozcan y os amen. Haced,
finalmente, que yo me llene de un santo celo por la salud de las almas, que
ayude a alcanzarla con fervorosos ruegos, y que logre ver un gran número de
corazones ocupados sólo en vuestro amor puro y ardiente, para que, procurando
vuestro honor y gloria durante la vida, gocemos ele vuestra belleza soberana
eternamente. Amén.
QUINTO DIA
Corazón
adorable de Jesucristo, dejadme preguntaros con respeto: ¿por qué clamáis en
esa noche de tristeza Padre mío, si es posible pase de mí este cáliz? Vos
habíais venido para salvar al mundo del pecado, y desde el primer instante de
vuestra vida aceptasteis esa penosa misión: hablabais de vuestra pasión a los
discípulos como de una cosa que aguardabais con ansia: pues ¿qué significan
esas palabras de vacilación y desaliento?... ¡Oh Salvador mío! Era que, siendo
Dios, erais también hombre verdadero, y como tal, queríais sentir un horror
natural a los dolores y a la muerte, para que aún esta pena no os faltase. Al
presentarse ante Vos la ceguedad de los judíos, la crueldad los gentiles, la
malignidad de los jueces, y la falsedad de los acusadores, la inhumana dureza
de los verdugos: al representaros los satélites armados que habían de venir a
aprehenderos, á Vos mismo arrastrado con ignominia por las calles de Jerusalén,
a vuestros discípulos fugitivos, al pueblo amotinado, a un criminal preferido á
Vos. y a un juez cobarde firmando vuestra muerte, vuestra santa humanidad,
temblaba de pavor y sobresalto, y repetíais vuestra humilde oración:
"Padre mío, si es posible pase de mí este cáliz. Pensabais en aquella
deshecha tormenta que había de descargar sobre vuestro sensible cuerpo: en las
crueles bofetadas que os darían los criados insolentes, en aquellos azotes que
la barbarie había de multiplicar sobre todo número, en aquellas punzantes
espinas que habían de atormentar por largas horas vuestra cabeza, en la cruz
que agravaría vuestros hombros lastimados, en los clavos que traspasarían
vuestras manos y pies, y en aquella última lanzada que abriría un herida en
vuestro costado, y traspasaría vuestro Corazón aunque sin vida. Y al mirar tan tos
tormentos 'pagados con tantas ingratitudes, el sanguíneo sudor se hacía más
copioso, vuestro dolor se aumentaba, y repetíais con voz angustiada vuestra
ferviente oración: "Padre mío, si es posible pase de mí este cáliz;"
pero conformándoos perfectamente con la divina voluntad, añadíais: "Mas no
se haga mi voluntad sino la vuestra." ¡Oh Jesús mío! vuestra angustia
había sido suprema, y fué preciso que un ángel bajase á confortaros, y un
milagro del amor de vuestro Corazón os conservase entretanto la vicia. ¡Oh, y
cuánto habéis sufrido por nosotros! Mas a pesar de ello, todavía no hacemos
caso de vuestras penas, y olvidamos los dolores de que solo nosotros fuimos
causa. Tos lo aceptáis todo por salvarnos, y nosotros nada queremos hacer para
alcanzarlo; Vos apuráis el cáliz del dolor hasta las heces, para endulzar las
amarguras de nuestras penas; y nosotros rehusamos padecer aun la contradicción
más pequeña, y no sabemos hacer la menor violencia a nuestras pasiones.
Remediadnos ¡oh santo Corazón! hacednos pacientes y sufridos, dadnos a conocer
el precio grande de las cruces, y haced que aprendamos de vuestra imagen, en la
que quisisteis aparecer herido, cargado con la cruz y cercado de espinas, que
es necesario padecer para llegar a amaros, y que seremos felices, si por los
pequeños trabajos del a vida presente, llegamos a la gloria que se revelará en
nosotros algún día. Amén.
SEXTO DIA
Levantándoos
de vuestra oración, decís a los Apóstoles que os acompañaban: "Levantaos,
y vamos, porque se acerca el que me ha de entregar." ¡Pero Señor! ¿quién
puede entregaros a Vos tan manso, tan inocente? ¿Será alguno de esos fariseos a
quienes reprendíais públicamente, echándoles en cara su vergonzosa corrupción?
No; ellos se reservan el delito de vuestra muerte; pero como el padece r de
parte de los amigos y favorecidos suele ser más doloroso, había de ser un
amigo, un discípulo vuestro el que os entregase vilmente en manos de vuestros
enemigos. Judas, uno de los apóstoles. ennoblecido con una vocación tan
especial, testigo ele vuestros prodigios, asistente a vuestras enseñanzas. y
hecho por un favor particular, tesorero del colegio apostólico, os entrega con
la más negra de las traiciones, y pactando con los Príncipes de los Sacerdotes,
les promete poneros en sus manos mediante una vilísima suma de dinero. Y fué
tal el dolor que os causó la desgracia de este apóstol, que muchas veces
hablasteis de ello en la cena, pretendiendo conmover a aquel rebelde corazón.
Pero Judas no se arrepiente, ni vuelve atrás de sus inicuos proyectos; antes
sale poseído por el demonio, acelera sus pasos, y hablando con los Príncipes de
los sacerdotes, se da prisa a cumplir lo prometido, poniéndose a la cabeza de
los ministros que van a aprehenderos, y llevándolos al huerto, donde sabía que
acostumbrabais recogeros a orar durante la noche. Vos le miráis llegar en busca
de vuestra persona, y entonces es, cuando levantándoos del lugar de vuestra
oración, y despertando a vuestros discípulos, les advertís la llegada del
traidor, el cual por fin se acerca, os saluda y os da el ósculo convenido,
principio do vuestra pasión y preludio de vuestra muerte. Mas ¿qué sentisteis
Vos al recibir ese ósculo infame y maldito? .... Vuestras palabras claramente
lo revelan; y cuando le decís: "Amigo, ¿a qué has venido? vuestro amor
estaba pronto a conservarle en vuestra estimación y amistad, con tal que
reconozca su error y se arrepienta de su pecado. Mas viendo que permanece
inmoble en su maldad, añadís: "Judas, ¿así entregas al Hijo del Hombre,
con un ósculo?"' Y de este modo le reveláis su maldad, y mostrándole su
propio corazón, le hacéis ver que sois Dios a quien nada se le oculta, y le
inclináis a la detestación de su crimen, ahorrándole su confesión. Pero él al
fin permanece obstinado, y consuma su horrible traición, delante de los hombres
y de los ángeles ¡Oh, y cuánto sentisteis la pérdida de este apóstol! ¡cuánto
dolor os causó aun en medio de vuestros tormentos el espectáculo de su última
desgracia! Mas ¡oh Corazón de Jesucristo! ¿cuántas veces no se repite en el
mundo esta escena dolorosa sin que os mostremos la menor compasión? Os vendemos
a cada paso por un deleite culpable o por un vilísimo interés; os ponemos en
manos de vuestros enemigos siempre que os hacemos descender a un corazón
manchado; os perdemos con señal ele paz y amistad cuando con vil hipocresía
ostentárnoslas señales exteriores de la piedad, teniendo la iniquidad dentro
del alma; y os entregamos de mil maneras en poder de vuestros verdugos. Y a
pesar de esto no hay quien gima, no ha y quien os compadezca ni os defienda;
insensibles a los estragos del pecado, sólo sabemos afligirnos por los males
temporales. Fortaleced, pues, nuestra fé; encended nuestro amor, hacednos
sentir sumamente las ingratitudes y ultrajes con que los hombres corresponden
vuestras finezas; llenadnos de un santo temor de ofenderos después de haber
sido vuestros discípulos y amigos; ponednos en el número de aquellas almas que
de veras os aman, y que perderían mil veces la vida antes que ofenderos; y
haced que honremos a vuestro dulce Corazón juntamente con los ángeles en las
eternas mansiones de la Bienaventuranza. Amén.
SEPTIMO DIA
Al
fin Judas os entrega, se desespera y se condena: pero ¡oh Corazón de Jesús! aun
os quedan los otros apóstoles fieles: ellos que no se han manchado con ninguna
traición, os consolarán, os acompañarán en los amargos pasos de vuestra pasión,
¡y harán con su presencia menos doloroso siquiera vuestro suplicio! Mas, ¡qué
digo Redentor mío! ¿acaso no debíais padecer solo, sin consuelo, y abandonado
al morir hasta de vuestro Padre celestial? Así es en verdad, Señor, y por eso
los apóstoles a pesar de sus promesas, cuando ven llegar la hora terrible
predicha por Vos, y os miran cargar de cadenas, en esos instantes, en que más
debieran manifestaros su gratitud y su ternura, por el contrario, llenos de
susto y de terror, huyen cobardemente del teatro de vuestras penas, y corren a
ocultarse cautelosamente de las pesquisas de vuestros enemigos. ¡Oh Corazón de
Jesucristo! ¿Conque todos os han abandonado? ¿Conque aun los discípulos se
alejan, y los amigos desfallecen? ¡Oh Señor! Aun os pagan los hombres de la
misma manera: aquellos a quienes habéis honrado con una vocación especial,
arrebatándolos de los vanos cuidados de la tierra, comunicándoles vuestra luz
en la oración, vuestra palabra en las instrucciones de los santos ministros, y
vuestro cuerpo en la frecuente comunión: estas mismas almas os olvidan, y
sirviéndoos sólo mientras duran los celestes consuelos, cuando es preciso
acompañaros al Calvario, y seguiros con la cruz sobre los hombros, entonces os
vuelven las espaldas, como los apóstoles en el huerto, tiemblan a la vista de
vuestros enemigos, y huyen cobardemente a ocultarse en las habitaciones de la
tibieza y del olvido. Ya no vemos aquellas almas fervorosas y fieles que os
sirven con una santa abnegación, y que caminan gozosas por vuestras huellas
ensangrentadas; y la virtud en nuestros días parece que no alcanza a gustar las
delicias ele vuestra cruz, y la dicha inefable de las panas. Haced Vos, ¡oh
Corazón adorable! que las almas os acompañen y os consuelen; que vuelva a arder
en los corazones el fuego santo que os consume; que los hijos que os sirven y
os adoran, sacudan el funesto sueño de la tibieza, que mediten constantemente
en vuestros inmensos dolores para que, animados a sufrir por Vos y con Vos toda
clase de trabajos, merezcan recibir la corona prometida, a los que combatieron
legítimamente y hasta el fin. Amén.
OCTAVO DIA
Corazón
pacientísimo de Jesucristo, aun no bastaban tantas penas para darnos a conocer
la inmensidad de. vuestro amor, y todo lo que habíais sufrido os parecía poco
por el grande deseo que teníais de padecer por nosotros. Mas contentaos, porque
aun os queda mucho que sufrir en esa noche de interiores tormentos. San Pedro,
el apóstol escogido por Vos para cabeza de la Iglesia, y Príncipe de los
Pastores; San Pedro, que había proclamado tan claramente vuestra Divinidad, y a
quien habíais hecho tan grandes promesas; él, que poco antes aseguraba que no
se escandalizaría en Vos, y que os acompañaría hasta la muerte, confiando
vanamente en sí mismo, y creyendo más que a vuestros anuncios, al amor que os
profesa, entra en la casa donde los sacerdotes os juzgaban del modo más inicuo,
y mientras ellos buscan falsos testigos, y os acusan de blasfemia, él os niega
cobardemente, perdiendo el ánimo a la pregunta de . una simple mujer; y poco
después no sólo reitera su negativa, sino que a la tercera vez agrava su pecado
con juramentos é imprecaciones. Mas a Pedro recuerda dentro de unos instantes
vuestras predicciones, abandona el lugar de su caída, sale fuera y comienza a
llorar su pecado. Una mirada vuestra que recibe, basta para enternecerle, para
cambiarle j y convertirle. ¡Oh! y cuánto no debisteis Yos sufrir en esa indigna
conducta del Príncipe de los apóstoles! ¡Cómo no debisteis sentir esa serie de
pecados que a las ofensas de vuestros enemigos había venido a añadir la
injuria, de los mismos amigos! De suerte que, en esa noche de penas, estaba
decretado que sufrieseis toda clase de dolores, y no fué el menor de ellos el
que os causó la negación de San Pedro, de aquel apóstol a quien entre todos
habíais condecorado y distinguido. Y así como había habido un Judas en cuya
conducta se mirase la espantosa malicia del corazón del hombre, capaz de hacer
ineficaces las gracias más suficientes del cielo, cuando no queremos cooperar a
la gracia, así también convenía que en otro pecador resplandeciesen vuestras
misericordias, y la eficacia maravillosa del arrepentimiento. ¡Corazón de
Jesucristo! ¡Cuán bueno sois! ¡cuán misericordioso! sufrís con divina
resignación la ingratitud de vuestro apóstol, pedís por él a vuestro Padre, y ya
que no podéis, estando en prisiones, salirle al encuentro y rendirle con
vuestras palabras, ¡queréis convertirle con una dulce, tierna, compasiva y
omnipotente mirada de vuestros ojos! Nosotros renovamos a cada paso el dolor
que os causó la caída de San Pedro, cuando después de haber sido iluminados y
de haber gustado los dones celestiales, cedemos a los más pequeños encuentros,
y por un ruin interés, por un humano respeto, o por una fatal debilidad, os
negamos delante de los hombres, y juntamos a nuestra negación las culpas más
enormes; todos los días estáis recibiendo semejantes tratamientos, adorable
Salvador mío, y la caída del apóstol ha tenido muchos imitadores, sin tenerlos
su penitencia; yo mismo he sido bastante desgraciado par a abandonaros muchas
veces, después de haberos conocido, y para haberos negado ingratamente después
de los más señalados favores. Dignaos, pues, darme una mirada de amor y de
misericordia que me conmueva, que me arranque para siempre de las tristes
vanidades de la tierra, y me haga llorar amargamente mis pecados; de esta
manera, imitando al apóstol en su penitencia, podré alabar con él, en el cielo,
la bondad y la ternura de vuestro amabilísimo Corazón. Amén.
ULTIMO DIA
Corazón
afligidísimo de mi Dios, aún hay otro dolor muy intenso que en esa noche os
atormente y despedace. María, vuestra Madre, aquella Virgen tan pura e
inocente, llamada por Dios a deshacer las obras de la mujer primera, y a tomar
parte en la reparación del género humano, padece y sufre por Vos horriblemente;
vuestros tormentos la oprimen, vuestros dolores la despedazan, y vuestra mortal
tristeza la pone a punto de desfallecer. Unido en todo su santo corazón con el
vuestro, no hacen los dos sino una sola víctima, que se inmola voluntariamente
pollos pecados del mundo. Así como María es el alma que más supo conoceros y
amaros entre todas las criaturas, así también ella es la que mejor supo
compadeceros, la que se unió más íntimamente con vuestros sentimientos, y cuyos
dolores, después de los vuestros, fueron los más meritorios y los menos
merecidos. Ella, pues, sufre uno a uno vuestros dolores; pero Vos sufrís
también, además de los vuestros, los de tan santa madre, y experimentáis una
profunda compasión al ver padecer a aquella celestial criatura, aquellas penas
cuya intensidad sólo vos pudisteis conocer. Vos, que sois el más sensible y
amoroso de los corazones, ¿cuánto no amaríais a la Virgen María, a aquella
mujer tan admirable y tan semejante a Vos, a aquella que os había dado el ser
humano y que había sido el glorioso conducto por donde se nos ministró vuestra
Divinidad, ¿siendo vuestra verdadera madre? ¡Ah! que ella era en verdad la
criatura predilecta de vuestro Corazón, y la amabais como ama a su madre e hijo
más tierno y agradecido. Pero si tal era el amor que le teníais a esta Soberana
Señora, ¿cuál sería vuestro dolor al verla llena de tormentos y dolores,
desgarrado con vuestras penas su corazón maternal, y sufriendo en su noble alma
todo cuanto Vos sufríais en vuestro cuerpo adorable? ¡Ah Señor! que en verdad
la contemplación de las angustias de vuestra afligida Madre vino a dar el colmo
a vuestros dolores, y a acabar de despedazar a vuestro amante Corazón. ¡Oh
Corazones de Jesús y de María! que padecisteis tanto por mi amor. Haced que entre
yo en vuestros mismos sentimientos, que me santifique con la meditación de
vuestros dolores, y que saque por fruto de las prácticas de estos días, una
nueva y eficaz detestación de todos mis pecados, unos vivos deseos de dar a
conocer a todo el mundo vuestras riquezas soberanas, un profundo dolor de ver
al Señor tan ultrajado de los hombres, con un celo ardiente para proseguir la
obra de la perfección en mi propio espíritu; de esta manera, si logro ser uno
de vuestros fervorosos amadores sobre la tierra, alcanzaré por vuestra gracia
la felicidad infinita de ser uno de vuestros adoradores en las clarísimas
moradas de la gloria. Amén.
DOLORES DEL CORAZÓN ADORABLE DE JESUCRISTO
Área
de dones colmada,
Templo
de amor y oración:
¡Oh
Divino Corazón,
Sé
tú mi asilo y morada!
Cuando
nos diste amoroso
Tu
cuerpo y sangre en comida,
El
apóstol homicida
Comió
el bocado precioso;
Fué
está la primer lanzada
Que
sentiste en tu pasión:
Ves,
del padre que te ha enviado,
Ultrajado
el santo nombre,
Y
en vez de Dios por el hombre
A
Satanás, adorado;
Esta
agudísima espada
Te
hiere sin compasión:
Miras
tu sangre perdida
En
muchas almas carnales,
Y
por aliviar sus males
En
vano dada tu vida.
Su
ingratitud extremada
Te
llena de turbación:
La
malicia del pecado
Que
sólo tú conocías,
Y
cuyo peso sentías
Sobre
tus hombros cargado,
Hizo
a tu sangre adorada
Brotar
con cruel opresión:
Presentábanse
á tu mente
Las
penas que te aguardaban,
Y
todas se aglomeraban
Par
a herirte juntamente.
Tu
alma fué despedazada
Con
tan vehemente aprehensión:
Judas,
discípulo aleve:
Te
vende a la turba impía;
Y
él mismo quiere ser guía
Que
á tí en el huerto la lleve.
Llega,
y con paz simulada
Consuma
su vil traición:
Los
apóstoles medrosos,
A
la hora fatal se alejan
Y
entre las manos os dejan
De
verdugos alevosos.
¡Cuánto
esta infiel retirada
Acrecentó
tu aflicción:
De
tu amor, Pedro, olvidado,
Una
y tres veces te niega,
Y
a lo más vivo te llega
Su
ingratísimo pecado.
Mas
con sólo una mirada
Operas
su conversión:
Los
dolores de María
Acrecientan
tus dolores,
Pues
son los tuyos mayores
Al
contemplar su agonía;
¡Aun
tu madre inmaculada
Ha
de avivar tu aflicción!
¡Llave
del cielo sagrada
Altar
de propiciación:
¡Oh
divino Corazón,
Sé
tú mi asilo y morada!
ORACION: ¡Oh Jesús! Señor nuestro,
haz que nosotros nos revistamos de las virtudes de tu Santísimo Corazón, y nos
inflamemos con sus afectos, para que merezcamos conformarnos a la imagen de tu
bondad, y ser participantes de tu redención; tú que vives y reinas con Dios
Padre, en unidad del Espíritu Santo, Dios por todos los siglos y de los siglos Amén.
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