TRIDUO
A JESÚS DEL CLAUSTRO
QUE
SE VENERA EN TACUBA, CIUDAD DE MÉXICO
ACTO
DE CONTRICIÓN
Cuando me
hallo postrado a vuestros pies, amable Redentor mío, ¿cuántas cosas miro en mí,
y cuántas también en vos? En mí advierto mi nada, mi bajeza, mi atrevimiento y
mi ingratitud; y en vos admiro vuestra grandeza, vuestra paciencia, amor y
misericordia. Después de haber sido mi vida un insondable abismo de culpas, una
cadena de vicios, y un tejido de crímenes horrorosos, ¿tengo osadía para
presentarme a vuestra Majestad, y levantar mis ojos a veros á vos, ¿Señor, ante
quien por respeto encogen sus alas los serafines, y se cubren con ellas para no
miraros al rostro? ¡Ah, Señor! esto justamente me pasma; pero aún hay otra cosa
que debe asombrarme todavía más, y es, que no solamente consentís que me
acerque, sino que os mantenéis en ese madero con los brazos abiertos para
convidarme con ellos, ofreciendo a este pecador, ¡quizá el mayor que sustenta
la tierra, perdón y misericordia! ¿Cómo podría, no digo prometerme, pero ni
imaginar semejante beneficio, y que hicieras para mí, trono de vuestras gracias
ese ignominioso, leño en que os clavó mi pecado? Cruz santa, Cruz divina, Cruz
adorable, á cuyo pie derramo arrepentido estas lágrimas, dad testimonio -de
ellas, y presentádselas a mi Jesús, diciéndole, que mil veces me pesa haberle
ofendido. Decidle, que quisiera que la fuerza de mi contrición me quitara la
vida; aquí mismo, donde -por salvarme perdió ¡a suya mi 'Redentor. Pero decidle
también Ja firmeza de mi confianza, con que espero, que esa Sangré con qué estáis
teñida, es él precio de mi redención, y por ella pido la gracia dé una
verdadera penitencia, que, durando hasta el último instante de mi vida, me
asegure, mi eterna felicidad.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios grande, Dios de la Magostad: ¿quién es el hombre, o
qué has visto en él, para que á; tanta costa hayas querido salvarlo? El
perdonarle solamente sus; culpas, y no condenarlo al infierno, como condenaste
al ángel, sería una incomprehensible misericordia; pero no ha quedado contenta.
con esto, tu clemencia, y traspasando tu amor estos límites, descendiste del
cielo, tomaste nuestra naturaleza, apareciste con la forma de esclavo
revestido; de nuestras miserias, y te vio Jerusalén como el oprobio de los
hombres. Aunque; incapaz de todo pecado, cargaste, no obstante, las penas debidas
a la culpa: fuiste, como predijo Isaías, un varón de dolores; que después de estar
cubierto de heridas, y rodeado de ignominias, por todos nosotros, exhalaste en
ese madero el último suspiro. ¡Cuánto fue ó Señor, tu desamparo, pues volviendo
a todas partes tu vista no encontraste consuelo! ¡Oh quién hiciera que siempre
quedaras impreso en nuestro corazón! para que, teniéndote siempre presente, ya
no pensáramos más que en corresponderte agradecidos, y vivir por tí
crucificados, como tú lo estás por nosotros. Esfuerza, Dios mío, estos
sentimientos, a fin de que tu cruz y tu muerte, sean la tierna y continua
materia de nuestra meditación.
DIA
PRIMERO
MEDITACIÓN
Considera,
que no hay cosa que Dios Padre ame más que a su Hijo; porque tampoco hay, ni
puede haber, objeto, mas .digno que ese Hijo, del amor eterno del Padre. Sin
embargo, cuando se trata de salvarte, de remediar tus miserias y el lastimoso
estado a que te ha reducido tu culpa, en nada repara, y parece que aún de su
Hijo divino, que es el objeto de sus delicias, se desentiende, y te lo da, para
que por tí padezca, y compre con su Sangre y con su muerte tu redención.
Registra cuantas historias quieras, y trae a tu memoria las acciones más
heroicas de los amantes; yo te aseguro, que lo más asombroso que encuentres,
distará infinitamente de este amor inmenso con que desde la eternidad determinó
el Padre darte a su querido y consubstancial Hijo, para que, llegado el tiempo,
rescatara en la cruz con la muerte más dolorosa tu libertad. Jesús tú Redentor
en sus últimos momentos, cercado su espíritu de amargura y de una inexplicable
desolación: Dios mío, le dice, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Pero, sin
embargo de este tiernísimo clamor, su Eterno Padre no le liberta de aquellas
angustias y persecuciones, sino que lo deja espirar en medio de sus implacables
enemigos; llevando a bien, en fuerza de su caridad, que muera el Hijo inocente,
por tal que viva el culpable esclavo. Reflexiona bien este punto, y después dime,
¿te atreverás todavía a ofender a un Padre tan amoroso? ¿Podrás negarle tu
corazón a quien ha sido contigo tan liberal?
Se
rezarán tres Padre nuestros y Ave Marías, y después el Ofrecimiento: A vos,
dulcísima María, que está al final, y el Himno.
OERECIMIENTO
A MARÍA SANTÍSIMA
QUE SE
REPITE TODOS LOS TRES DÍAS
A vos, dulcísima María, que hacéis parte tan,
considerable en la historia lastimosa de vuestro Hijo Jesús: a vos, como a
nuestra Corredentora, reverentes os ofrecemos este piadoso ejercicio, para que
por vuestras manos purísimas sea presentado al trono de Dios, y parezca agradable
a sus divinos ojos. ¡Sois el canal de las gracias? Pues ya debemos contar por
recibidas cuantas en este santo Triduo pedimos. Nuestra confianza no puede ser más
fundada, pues nos consta vuestro poder, como Hija que sois del Padre, vuestra
sabiduría como verdadera Madre del Hijo, y Vuestra caridad y amor como
inmaculada Esposa del Espíritu Santo. Haced; o Virgen dolorosísima y Madre de
misericordia, que todas las criaturas conociendo la cooperación de las tres divinas
Personas en esta grande obra de nuestra salud, desatemos nuestras lenguas, é
incesantemente nos ocupemos en bendecir y alabar al Padre, al Hijo, al Espíritu
Santo, y a vos juntamente, pues sois, o grande María, nuestra Medianera, y
Templo riquísimo de esta Augusta, Incomprensible, y Santísima Trinidad.
HIMNO
Verbo
eterno del Padre,
Amable
Jesús mío:
¿Por qué
a mí tan ingrato,
Me miras
compasivo?
Al ángel
miserable
Por un
solo delito,
Sin
dejarle esperanza,
Lo envías
al abismo:
Yo soy más
delincuente,
Mil
veces te he ofendido;
Y tú
Costado abierto
Siempre
me ofrece asilo.
Mi
altivez y soberbia,
Mi
proceder inicuo;
He aquí
lo que ha causado
Ese horrendo
deicidio.
Infiel,
desleal e infame,
Con
golpes repetidos
Arruiné
la hermosura
De tu
rostro divino.
Yo
eclipsé esos luceros,
Y les
maté su brillo,
Y yo fui
ciertamente
Quien
tus carnes ha herido.
No hay
duda, mis maldades
Y todos
mis caprichos
Son los
que te llevaron
¡O mi
Dios! al suplicio.
Por mí,
Señor, espiras,
Y
clavado te miro
En ese tosco
leño
Con
increíble martirio.
Me
confieso, por tanto,
Tu mayor
enemigo;
Más
válgame tu Sangre,
Pues en
ella confió.
¿Por mí,
Señor, te ofreces
Al Padre
en sacrificio?
Luego
quedan borrados
Mi deuda
y mis delitos.
Gloria y
honor: al Padre,
Honor y
gloria al Hijo,
Y al
Espíritu Santo
Por
sempiternos siglos.
SEGUNDO
DÍA
Considera,
cuanto es el amor que debes a Jesucristo, y cuanta es la estimación que
Jesucristo hace de la salud de tu alma, supuesto que por ella se sujetó al
decreto eterno del Padre, y con toda su voluntad le prestó, desde entonces, la más
perfecta obediencia. Por tí nació en un establo, llevó muchos años una vida
humilde y oscura, se entregó a una predicación trabajosa; y después de haber
sufrido en su misma patria azotes, espinas, y las más horrendas afrentas,
clavado de pies y manos en una cruz toleró tales tormentos y dolores, que no
pueden expresarse, ni aún concebirse. Si tienes ánimo, levanta tus ojos a esa
triste imagen de tu amantísimo Jesús, verás su Cuerpo bañado con su Sangre,
acardenalado con los golpes, afeado con las salivas, lleno, como un -leproso de
llagas, sin tener ni una poca de i agua con que aliviar su ardiente sed, ni
otro consuelo al espirar, que oír los dicterios con que sus crueles
perseguidores le burlan. Así murió y así acabó con horror de toda la naturaleza
una vida tan preciosa. Contempla muy espacio, cuan caro le cuesta tu remedio;
pero advierte, que aun esto, siendo tanto, no le parece bastante, pues aún ya
muerto consiente que una cruel lanza abra su Costado, con el fin de derramar
cuanta sangre tiene, para que layes tus manchas, y abrirte una puerta por donde
puedas registrar lo que pasa en su Corazón; Entra, pues, sean cuajes- fueren
tus maldades: entra en ese pecho, y ¡mira en él como te ama el Hijo; de Dios.
Deja correr las lágrimas de tus ojos, y ellas sean las voces con que exclames
con la Iglesia: ¡o feliz culpa, que mereció tal y tan grande Redentor!
Se
rezarán tres Padre nuestros y Ave Marías, y después el Ofrecimiento: A vos,
dulcísima María, que está al final, y el Himno.
DIA
TERCERO
Considera,
que si tanto debes al Eterno Padre por la caridad inmensa con que te dio a su
Hijo; si tanto al Hijo por la obediencia y amor con que por tí derramó su
Sangre; no debes menos al Espíritu Santo, que fué el autor principalísimo de la
Encarnación de ese Hijo, tu Redentor, en el seno de la Virgen más pura que han
conocido el cielo y la tierra. Con el fin de vestirse de nuestra naturaleza y
habitar entre los hombres, el Verbo de Dios, eligió, desde la eternidad, a
María, para que fuera su tabernáculo; para el divino Espíritu teniendo en consideración
tu bien y remedio, enriqueció y santificó este templó, y prestó su poderoso
influjo en este altísimo Misterio. Contempla; por último, que; si Jesucristo
aplicó a tu salud las actas de su vida, pasión y muerte la cooperación del
Espíritu iranio intervino en todo esto, consumando con sus dones, y gracias la
estupenda obra de nuestra redención. Al considerar, por tanto, lo que hizo y
padeció tu Salvador, no olvides la caridad con que por tí quiso concurrir el
Espíritu del Señor, para que agradecido le consagres tu corazón, y siempre lo clames
y lo invoques como a tu Dios y Espíritu Consolador.
Se
rezarán tres Padre nuestros y Ave Marías, y después el Ofrecimiento: A vos,
dulcísima María, que está al final, y el Himno.
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