PESAME
A LA SANTÍSIMA VIRGEN DE LA SOLEDAD
Virgen
gemebunda, Madre de las tribulaciones, cuán inmenso es tu dolor. Lloraste toda
la noche y no hubo quien te consolara. Tu manto de luto, tus ojos llenos de
lágrimas, tu rostro ensombrecido por el pesar, tus manecitas juntas en
actitud
de plegaria, todo tu ser me revela el suplicio incomparable que torturó tu
corazón. Fuiste madre, y te arrancaron al Hijo de tus entrañas, viste morir al
que
fuera tu vida, tu delicia y tu encanto. Quedaste abandonada en el desierto sombrío
de las tristezas, víctima de amarguras sin igual. ¿A quién te compararé, ¡oh
Hija de Jerusalén! ¿Quién se asemejaría a tí Mártir sublime y Reina de todos
los
mártires?
Recibe,
Madre querida, la condolencia filial de nuestras almas. Venimos a darte el
pésame, sentimos la pérdida irreparable que abrió en tu corazón profunda herida
y que te hizo llorar en el desamparo, huérfana y viuda, sin consuelo y sin
protección. Estamos cerca de tí para hacerte compañía, queremos enjugar tus
lágrimas, acariciar tu frente, derramar bálsamos curativos en tu corazón
atribulado.
Si
perdiste a un Hijo Santísimo, puro y divino, tienes a tus plantas hijos pecadores,
maliciosos e ingratos, es verdad; pero que, confusos y arrepentidos, te
prometen ser bueno practicar la virtud, servirte toda la vida y amarte con todo
el corazón. Mira, Madre clemente y piadosísima, la sinceridad con que te
hablamos. Queremos regar con el llanto de nuestros ojos las baldosas de esta
Iglesia, queremos llegar hasta tí para llorar el desamparo tremendo que
sufriste, al morir Jesús y al ausentarse de tí.
Soledad
te rodeó durante muchos años, en tu peregrinación por este valle de
tribulaciones. Sola, sin él Hijo que era t u encanto, sin la Luz que alumbró
tus caminos, sin el Dios Redentor que te llenó de gracias; sola, sin consuelo, apurando
el cáliz de la amargura, llegaste hasta la cumbre del dolor inconcebible. Virgen
del infortunio, doliente Madre mía, acepta nuestra filial condolencia;
acuérdate que lloramos contigo, extiende tus fúnebres vestiduras
para
arroparnos con ellas, guarecernos allí, permanecer místicamente identificados
contigo y servirte y amarte, durante nuestra vida para merecer el premio de la
eterna bienaventuranza por los siglos de los siglos. Amén.
CORONILLA
Por
la señal. Acto de contrición.
L/: Abre, Señor, mis
labios
R/: Y
publicará mi lengua tus bondades.
L/: Ven, ¡oh Dios! en mi
ayuda.
R/: Apresúrate
a socorrerme.
L/: Gloria al Padre y al
Hijo y al Espíritu Santo.
R/: Como
era en el principio, sea así, ahora y siempre por los siglos de los siglos.
Amén.
(Un Padre Nuestro, cinco Ave Marías y Gloria
al Padre).
JACULATORIA
Divide,
Virgen, tus penas al ver tu Hijo llagado con este pobre humillado que te da su
corazón.
(Padre
Nuestro, cinco Ave Marías, tres veces).
L/: Ruega por nosotros,
¡oh Virgen de la Soledad!
R/: Para
que seamos dignos de los merecimientos de Cristo.
OREMOS:
Oh María, Reina de todos los mártires, te suplicamos, por los dolores de tu
soledad, que nos alcances merecer los frutos de la Redención de tu Hijo
Santísimo que, después de morir, vive y reina con Dios Padre y el Espíritu
Santo en unidad perfecta por los siglos de los siglos. Amén.
DIA DIECIOCHO DE CADA MES
ORACIÓN
Vengo
a tí Madre querida, con el corazón lleno de tristeza. Me conmueven tus lágrimas,
me compadezco de tus dolores, la aflicción que te hiere, me hiere también con
crueldad y fiereza. Virgen de la Soledad, ¿quién podrá medir tu desamparo? Quedaste
sola en el mundo cuando murió Jesucristo que era para tí hijo muy amado,
maestro y protector.
Su
vida fue tu vida; su hermosura, tu satisfacción; sus altísimos misterios, el
objeto de los tuyos, sagrados también y maternales. Pero, al bajar Jesús al
sepulcro, al ocultarse después en los esplendores del cielo, sufriste penas
torturadoras he inenarrables. Me lo dicen tus ojos inflamados por el llanto, tu
frente angelical que eclipsaron mil infortunios, tus vestidos de luto que
simbolizan el dolor.
Parece
que oyes todavía el feroz alarido de las multitudes deicidas y que miras aún el
vaivén de los verdugos que crucificaron a Cristo. Parece que asistes a la
tragedia del Calvario y que contemplas la desaparición de los sacratísimos
despojos, devotamente enterrados por los piadosos varones.
La
Cruz, el sepulcro, el adiós postrero se renuevan en tu mente y ponen en tu
corazón tristezas funerarias que no es posible comprender. Soledad te rodeó
cuando, por veinticuatro años, apuraste, hasta las heces, el cáliz de la
amargura; soledad inclemente y fiera, destrozó tu corazón de madre que ansiaba
estar al lado del Hijo único y querido; soledad taladró tu espíritu
perfectísimo, al no hallar en la tierra compañías que supieran comprenderte. Soledad
interior, mística, completa soledad soportaste como ninguna criatura.
Por
eso la Iglesia, al recordar tus pesadumbres, te invoca y te venera con el
nombre significativo y dulcísimo de la Soledad. Augusta Madre mía, quiero beber
tus lágrimas, consolar tus aflicciones, estar en tu compañía.
No
te abandonaré, ¡oh Reina de los Mártires! no te dejaré sola. Aquí siento tus caricias maternales, cerca, de
tu altar hay paz y quietud, santa alegría, místicos fervores que no hay en otra
parte. Cuántos hijos tuyos han venido a este santuario. Cuántos han recibido salud
y protección. Son innumerables, forman
legiones que te alaban y glorifican. Uno mi pobre voz a la de los mil que te
bendicen, mi plegaria va con la plegaria de los que te aman, con la plegaria de
la Iglesia que te honra.
No
me dejes, Madre mía, no me dejes solo. Asísteme en la tentación, defiéndeme en
los peligros y consuélame en mis dolores. Quiero vivir en gracia y perseverar en
ella hasta la muerte. Esto te pido para mí y para mis padres, amigos y
parientes. Madre de la Soledad, sé tú mi refugio, sé mi guía, consígueme la
felicidad eterna. Amén.
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