PIADOSA NOVENA A SANTA MARÍA DE GUADALUPE
Puesto de rodillas delante de la imagen de María
Santísima; hecha la señal de la cruz, se dice el siguiente:
ACTO DE CONTRICIÓN
¡Oh Jesús y Señor mío! Cuán grande es mi ceguedad pues después de
revelarme que hay un infierno eterno, no he temido de tu justicia. Cual
monstruosa es mi locura, pues sabiendo que con pecar te tengo a ti por enemigo,
me he atrevido a cometer mil veces el pecado, a vivir años enteros sin darle
cuidado alguno a tu infinito amor. Merecía, Oh Señor mío, merecía justamente
que ejecutases tu sentencia que con tanta paciencia has diferido: lo merecía,
es verdad, más vos has querido vencer mi malicia con tu bondad; tu misericordia,
ha superado mi iniquidad: ya me doy por vencido de tu amor pues me has buscado
cuando huía de Ti. Como he de temer que ahora me arrojes de tus pies, ahora que
te busco arrepentido. ¡Oh dulcísimo Jesús, con toda el alma detesto, abomino y
aborrezco el pecado, sólo porque lo aborreces Tú a quien amo con todo mi
corazón, a quien deseo agradecer y acompañar por toda la eternidad! Amén.
Luego
se dirá la oración siguiente, la cual se ha de repetir todos los días de la
novena.
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA
¡Oh Santísima Señora Reina del Cielo y la Tierra! Cuando yo levanto los
ojos al trono de tu grandeza te contemplo, la mayor de todas las criaturas y
sólo menor que Nuestro Creador ¿Cómo es posible que me atreva a llamarte Madre?
Pero así es Señora, tú que eres Madre de Dios, me has dicho que también eres
Madre Mía. Así se lo dijiste que desde tu templo del Tepeyac te mostrarías
Madre amorosa y tierna de cuantos buscasen y solicitasen tu amparo. Pero no
sólo esto es lo más; lo más que es, que en esto no hiciste otra cosa que
conformarte gustosa con la voluntad de tu divino Hijo, Jesús, quien olvidado de
las penas atrocísimas que estaba padeciendo en la cruz y entre sus mortales
agonías, te encargó que me mirases como hijo. No lo merezco Señora, no merezco
ser hijo tuyo, pero tú has querido ser Madre Mía. No he sabido desempeñar el
título de hijo; pero no por eso dejas Tú de desempeñar el título de Madre,
nuestra que eres Madre, nuestra Madre, no atendiendo mis maldades, sino a las
entrañas de piedad y misericordia de que te dotó el Altísimo, cuando te hizo
abogada de los pecadores. Deseo portarme como hijo tuyo, pero no podré poner en
práctica mis deseos si no me alcanzas de Dios un aborrecimiento firme al pecado
mortal que es lo que me hace indigno de tu Amor. Amén.
Récense
cuatro salves en memoria de las cuatro apariciones, y luego se reza la oración
del día.
PRIMER DÍA
¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! Esa corona con que ciñes tus sagradas
sienes, pública que eres Reina del Universo. Lo eres, Señora, pues como hija,
como Madre y como Esposa del Altísimo tienes un poder y un justísimo derecho
sobre todas las criaturas. Siendo esto así, yo también soy tuyo, yo también
pertenezco a Ti por mil títulos; pero no me contento con ser tuyo sólo de esta
manera, quiero ser tuyo por otro título más; esto es, por la elección de mi
voluntad Veme aquí pues, postrado delante de tu trono te elijo por mi Reina y
mi Señora, y por éste motivo quiero someterme al señorío y dominio amoroso que
tienes sobre mí; quiero depender de Ti, y quiero que los designios que tiene de
mi Providencia Divina pasen por tus manos. Dispón de mí como mejor te agrade;
los sucesos, logros, fracasos y demás pruebas de mi vida, quiero que todos
corran por tu cuenta. Confío de tu
benignidad, que todos se enderezarán al bien de mi alma y honra, Gloria de
Nuestro Señor que tanto se complace en que todo el mundo te reconozca por su
Reina. Amén.
GOZOS
Pues
a ser nuestro consuelo
Bajasteis,
¡oh Virgen pura!
De
el lleno a nuestra ventura
Subir
a adorarte al cielo.
En
la tilma retratada
Dejaste
tu imagen bella
Para
que fuese la estrella
De
esta tu América amada;
Por
eso en ti asegurada
Tiene
su dicha este suelo
Del
sol los rayos ardientes
Forman
trono a tu grandeza,
Que no eran a tal pureza
Otros
adornos decentes:
Venzan
tus rayos valientes
De
nuestros pechos el yelo:
Para
bordar tu vestido
Han
bajado las estrellas,
Porque
en tu manto hallan ellas
Firmamento
más lúcido:
Tu
siempre la estrella has sido
Que
influye nuestro consuelo:
Tapete
forma la luna
A
tus plantas sacrosantas,
Porque
cree hallar en tus plantas
El
lleno de su fortuna:
Padezca
el indiano suelo:
En
tosco y grosero ayate
Pintas
tu imagen hermosa,
y
por honrarme piadosa
A
esto tu humildad se abate:
Justo
es que mi pecho trate
De
agradecer tanto celo.
Ceñida
la real corona
Se
ve, oh María en tu cabeza,
Que
por Reina te confiesa
Desde
la una hasta la otra zona:
Allí
de águila te abona
¡Que
hasta Dios levantó el vuelo!
ORACIÓN
QUE SE HA DE DECIR TODOS LOS DÍAS
QUE SE HA DE DECIR TODOS LOS DÍAS
¡Oh Madre amorosísima mía, María Santísima de Guadalupe! Bien lo sabes,
Señora, bien sabes que desde mi tierna edad te he mirado y reverenciado como
Madre, como abogada y protectora. Tú has querido desde entonces mirarme como uno
de tus hijos. Cuantas gracias y mercedes he recibido de Dios, conozco haberlas
recibido por tu medio. ¡Qué descuido tan grande el mío! ¡Qué infidelidad tan
grosera el no haberte servido y obsequiado con una puntualidad y amor igual a
tu bondad! Mas ya desde hoy protesto honrarte, servirte y amarte, como
corresponde a un hijo atento, amante y reconocido. No fue otro el fin de tu
venida a este suelo, sino hacemos presente, traernos a la memoria el amor,
cuidado y solicitud que como Madre tienes de nosotros: pues yo me doy, Señora,
por entendido y recurro a ti como madre: no sean parte mis maldades para que
apartes de mí los ojos de misericordia. Haz que viva como hijo tuyo, pues no es
otro mi deseo sino agradarte y servirte en esta vida y después de ella darte en
el cielo los agradecimientos de las misericordias que Dios me ha concedido por
tu intercesión. Amén.
SEGUNDO DÍA
¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! Que bien se conoce que eres abogada
nuestra en el tribunal de Dios, pues esas hermosísimas manos que jamás dejan de
bendecirnos, las juntas ahora en el pecho en ademán de quien suplica y ruega,
dándonos con esto a entender, que desde el trono de la gloria en donde asistes
como Reina de los ángeles y hombres, haces también el oficio de abogada,
rogando e intercediendo a favor nuestro. ¿Con qué afecto de reconocimiento y
gratitud podré pagar tanta fineza? Pero no habiendo en todo mi corazón
suficiente caudal para pagarlo, a Ti recurro para que me enriquezcas con los
dones preciosos de una caridad ardiente y fervorosa, y de una humildad profunda,
y de una obediencia pronta al Señor. Aumenta tus súplicas, multiplica tus
riesgos y no ceses de pedir al Todo Poderoso me haga suyo, y me conceda ir a
darte las gracias por el feliz éxito de tu amorosa meditación en la gloria. Amén.
TERCER DÍA
¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! ¡Qué puedo creer al verte cercada
por los rayos del Sol, sino que estas tan íntimamente unida al sol de la
divinidad, que no hay en Ti cosa alguna que no sea luz, que no sea gracia, que
no sea Santidad! Qué puedo creer si no que estás sumergida en el piélago de las
divinas perfecciones y atributos y que Dios te tiene siempre en su corazón. Sea
para bien, Señora, tan alta felicidad. Yo, entre tanto, arrebatado del gozo que
ella me causa, me presento delante de tu trono y te suplico te dignes a enviar
uno de tus ardientes rayos hacia mi corazón; ilumina con su luz mi
entendimiento; enciende con su luz mi voluntad; ¡haz que acabe yo de
persuadirme de que vivo engañado todo el tiempo! Sino no lo empleo en amar a
Dios sobre todas las cosas, amarte a Ti mi querida Madre y a tus hijos mis
hermanos; haz que acabe de persuadirme de que me engaño miserablemente cuando
amo a las criaturas más que a mi Dios y cuando no demuestro con mis obras ese
amor, amándote a Ti y a mis prójimos. Amén.
CUARTO DÍA
¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! Si un ángel del cielo tiene por
honra tan grande suya estar a tus pies que en prueba de su gozo abre los brazos
y extiende las alas para formar con ellas un escaño a tu trono. ¿Qué deberé yo
hacer para manifestar mi veneración a Ti Madre Mía sino ofrecerte, no ya la
cabeza, ni los brazos sino el corazón, y mi alma para que santificándola con
tus delicadas plantas se haga trono digno de tu reinado? Dígnate, Señora,
admitir este obsequio no tiene mérito pues grande es mi miseria y mi pobreza,
pero me atengo a tu amor y bondad. Te abro mi corazón y verás que no lo mueve
otra cosa sino el deseo de ser tuyo y el temor de ofrecer tu Divino Hijo. Forma
un tronco en mi corazón y ya no envilecerá dándole entrada a la culpa y
haciéndose esclavo del demonio. Haz que no vivan en el sino en Jesús y María. Amén.
QUINTO DÍA
¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! ¿Qué otro vestido le correspondía a quien,
en un cielo por hermosura, sino un toldo de estrellas? ¿Con qué podría adornarse
una belleza tan celestial sino con los brillos de unas virtudes tan lúcidas y
tan resplandecientes como las tuyas? Bendita mil veces la mano de aquel Dios,
que supo unir en Ti hermosura tan peregrina, con pureza tan realzada, y gala
tan brillante y rica, con humildad tan apacible. Yo quedo, Señora, absorto de
tu hermosura tan amable y quisiera que mis ojos se fijaran siempre en Ti para
que mi corazón no se dejara arrastrar de otro afecto que no fuera tu maternal
amor. No podré logara este deseo, si esos resplandecientes astros de que estás
adornada, no infunden en mí una ardiente y fervorosa caridad, con que ame con
todo mi corazón y con todas mis fuerzas a Dios, y después de Dios a Ti mi
Madre, mi Reina, mi Señora, a quien todos queremos amar filialmente. Amén.
SEXTO DÍA
¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! ¡Qué bien dice a tu realeza ese
tapete que la luna forma a tus sagradas plantas! ¡Hallaste con tu vida invicta
planta las vanidades del mundo! Y quedando superior a todo lo creado, jamás
padeciste el menguante de la más ligera imperfección. Desde el primer instante
de tu concepción estuviste llena de gracias. Miserable de mí, Señora, que no
sabiéndose mantener en los propósitos que hago, no tengo estabilidad en la virtud,
y sólo soy constante en mis viciosas costumbres. Duélete de mí, Madre amorosa y
Tierna, ya que soy muy inconstante en el bien y la virtud, sea como la luna que
está a tus pies; esto es, firme siempre en tu devoción y amor para no padecer
los menguantes del pecado. Haz que yo esté siempre a tus plantas por el amor y
devoción, y ya que no temeré los menguantes del pecado, sino que procuraré
darme de lleno a mis obligaciones detestando de corazón todo lo que es ofensa a
Dios. Amén.
SÉPTIMO DÍA
¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! Nada veo en éste hermosísimo
retrato, que no me lleve a conocer las altas perfecciones de que dotó el Señor
a tu alma, Inocentísima. Este lienzo grosero y despreciable; ese pobre, pero
feliz ayate en que se ve estampada tu singular belleza, dan claro a conocer la
profundísima humildad que manifiesta tu fino y delicado rostro espejo de
asombrosa Santidad. No te desdeñaste de tomar la tilma pobre de Juan Diego,
para que el Señor estámpese en ella tu rostro que es canto de los ángeles,
hechizo de los hombres y admiración de todo el universo. Pues ¿Cómo no he de
esperar yo de tu benignidad que la pobreza y la miseria de mi alma no sea
obstáculo para que estampes en ella tu imagen graciosísima? Yo te lo pido,
Señora, y para esto te ofrezco mi corazón como si fuera un ayate. Tómalo Señora
en tus manos y no dejes jamás, pues mi deseo es que no se emplee en otra cosa
que en amarte y amar a Dios. Amén.
OCTAVO DÍA
¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! ¡Qué misteriosa y que acertada anduvo
la mano del Artífice Supremo, bordando tu vestido con esa orla de oro finísimo
que le sirve de guarnición aludió sin duda a aquel finísimo oro de caridad y
del amor de Dios con que fueron enriquecidas tus apariciones! ¿Y quién duda,
Señora, que sea tu encendida caridad y amor? A Dios estuvo siempre acompañada
del amor al prójimo, pues, aunque eres nuestra Emperatriz y Reina no te has
olvidado de nosotros. Are tu inmaculado corazón lleno de amor a quien es tan
miserable, dale la mano a quien caído te invoca para levantarse. Permíteme, Señora,
recordar lo que tú misma dijiste a Juan Diego ¿Qué no estás en mi regazo y
corres por mi cuenta? Por eso acudo a tu compasión y misericordia maternal. Amén.
NOVENO DÍA
¡Oh Santísima Virgen de Guadalupe! ¡Qué cosa no podrá tu poder de
intercesión, cuando tu divino Hijo multiplica por tu medio prodigios
admirables! Ni la tosquedad ni lo burdo del ayate fueron obstáculos para
estampar en él milagrosamente tu bendita imagen. Ni la voracidad del tiempo, en
más de cuatro siglos, ha podido dejar en ella su huella, ni ha podido
desalentar tan poco la fe de tus hijos y por eso, una vez más queremos
suplicarte que abras tu corazón maternal y acordándote del amplio poder de
intercesión que te dio el Señor para favorecer a los mortales, te dignes
pedirle que estampes en nuestros corazones su divina imagen que nuestras culpas
han borrado. Que tu piedad y misericordia supera la maldad de nuestras
perversas costumbres, dígnate mirarnos, y con esto alentaremos nuestra miseria,
nuestra única esperanza, después de Jesús, eres Tú Bendita Madre. Amén.