jueves, 11 de julio de 2019

MES DE SEPTIEMBRE A LOS DOLORES DE MARÍA

MES DE SEPTIEMBRE CONSAGRADO A LOS SIETE DOLORES DE MARÍA SANTÍSIMA







PREPARACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios y Señor mío, que por el hombre ingrato os hicisteis también hombre, sin dejar por eso la divinidad, y os sujetasteis a las miserias que consigo lleva tal condición; a vuestros pies se postran la más inferior de todas vuestras criaturas y la más ingrata á vuestras misericordias, trayendo sujetas las potencias del alma con las cadenas fuertes del amor, y los sentidos del cuerpo con las prisiones estrechísimas de la más pronta voluntad, para rendirlos y consagrarlos desde hoy a vuestro santo servicio. Bien conozco, dueño mío, que merezco sin duda alguna ser arrojado de vuestra soberana presencia por mis repetidas culpas y continuos pecados, sepultándome vuestra justicia en lo profundo del abismo en castigo de ellos; más la rectitud de mi intención, y el noble objeto que me coloca ante vos en este afortunado momento, estoy seguro, mi buen Dios, Dios de mi alma, suavizará el rigor de vuestra indignación, y me hará digno de llamaros sin rubor.... Padre de misericordia.

No es esta otra más que el implorar los auxilios de vuestra gracia y los dones de vuestra bondad para que, derramados sobre el corazón del más indigno siervo de vuestra Madre, que atraído por su amor y dulcemente enajenado por su fineza viene a pedir esta merced, reflexione y contemple debidamente sus amargos dolores, y causarla de esta manera algún alivio en cuanto sea susceptible con esta ocupación y la seria meditación de mis culpas. Concededme, Señor, lo que os pido por la intercesión de vuestra Madre, a quien tanto amáis. Y vos, purísima Virgen y afligidísima Reina mía, interponed vuestra mediación para que vuestro siervo consiga lo que pide. Yo, amantísima Madre de mi corazón, lo tengo por seguro de vuestra clemencia; porque sé que todo el que os venera alcanzará lo que suplica, y. aunque este en la tribulación se librará de ella, pues no tenéis corazón para deleitaros en nuestras desgracias, y disfrutáis de tanto poder en el cielo que tenéis el primado en toda nación y pueblo ¡Feliz mil veces acierto a conseguir vuestras gracias para emplearme en tan laudable ejercicio! Derramad, Señora, sobre mí vuestras soberanas bendiciones; muévase mi alma a sentimiento en la consideración de vuestros santísimos dolores; inflámese mi voluntad para amaros cada vez más. Entonces sí que os podré decir: "O Señora, yo soy tu siervo" Consiga yo, en fin, cuanto os pido, siendo para mayor honra de Dios y gloria vuestra, como lo espero, consiguiendo seguro la salvación de mi alma. Amen.




DIA I.
Cuántos motivos, o afligidísima Virgen, ¡cuántos motivos para compadecerme de vos, para tomar vuestro ejemplo y para enmendarme he sacado de esta primera reflexión! Vos, Madre mía, tan solícita por el honor y comodidad del Dios que, infante humanado, va a salir a luz de vuestras purísimas entrañas, os angustiáis por ver no ser digno aquel lugar donde va a aparecer su humanidad divinizada, y con solicitud amorosa le adornáis y componéis cuanto os es posible.... y yo.... ¡ah ingratitud! no cuido de purificar mi conciencia, y preparar debidamente mi pobre, mi desaliñada, mi inmunda alma, cuando atraído por su infinita caridad viene a mí tan real y verdaderamente como está en los cielos, haciéndole entrar y recibiendo á tan magnífico rey en tan sucio y hediondo muladar.

¡Confusión grande la mía! Un Centurión, un hombre gentil se reputa indigno de recibirle en su casa, que según su dignidad estaría bien adornada, al ocurrírsele solo un primer pensamiento de la grandeza y poder de aquel hombre a quien ya confiesa por Dios; y yo que tengo tantos y tan profundos conocimientos de su magnificencia por las luces de la fe, ¡no me avergüenzo de tan horrible menosprecio! ¡Confúndame, Madre mía, ¡y me confieso reo de lesa Majestad divina! Mas no hade ser así en lo sucesivo.... no de ningún modo despreciaré vuestra doctrina y ejemplo. Como fiel siervo vuestro limpiaré y purificaré cuidadosamente mi conciencia hasta hallar, como la mujer del Evangelio, la preciosa dracma de la gracia que había perdido por la culpa, y no omitiré diligencia alguna para encontrarle, porque adornado con ella sé ciertamente que no se desdeñaría de venir a mi alma vuestro amabilísimo Jesús, y se complacerá de la mansión que le prepara, saciándola y embebiéndola con el torrente de sus celestiales delicias. Ven, exclama, ya desde este instante; ven, Señor, y no queráis tardar, pues ya no soy el que antes era, porque desconocido é ingrato os cerré la puerta de mi corazón por abrirla a la culpa traidora que tan lastimosa ha parado a mi alma. Ven, sí, dueño mío: ¡qué afortunado seré el día que me hagáis esta merced! ¡Buen Jesús! Cuando me acerque al celestial convite de vuestro amor, me vestiré el nupcial manto de vuestra gracia, y cuando toméis posesión de mi alma no os dejaré marchar, os asiré fuertemente, y como la esposa de los Cantares no os soltaré por manera alguna; cerraré todas las comunicaciones, echaré de ella a mis contrarios, os haré á vos solo el poseedor, y regocijado no me cansaré de clamar: "Encontré al que tanto ama mi alma." Así lo propongo, dulcísima María, y así lo he de cumplir, como que es lo que más me importa y lo que me ha de causar mi eterna felicidad.



CONCLUSIÓN PARA TODOS LOS DÍAS.
¿Por qué, o Dios mío, no he de daros las más humildes gracias, cuando en esta breve consideración os habéis dignado comunicar a mi alma los importantísimos conocimientos de unas verdades que tan olvidadas y menospreciadas tenía por mi abandono y necedad? ¿Por qué no he de concluir este saludable ejercicio rindiéndoos las más profundas alabanzas, cuando en él siento haberse encendido en mi corazón la llama del amor divino, que tan amortiguada es taba por un necio desvarío y por una fatal corrupción de mi entendimiento? Y pues que vos, que sois la verdad infalible y el verdadero camino que conduce a la patria celestial, habéis tenido a bien de comunicar a mi alma los efectos propios de vuestro amor, con los que puedo distinguir lo cierto é indudable que me sea útil a la salvación, y lo falso y mentiroso que me precipitará a mi perdición, por tanto, Señor, quiero aprovecharme desde este momento de tan divinas instrucciones, para caminar con libertad y seguridad entre tantos estorbos y peligros como me presenta este mundo miserable, y de este modo llegar más pronto a unirme con vos. Consígalo así, Virgen Santísima, para vivir compadeciéndome de vuestros dolores y aflicciones, y cumpliendo la promesa que os hice de ser siervo vuestro. Esta sea mi ocupación, estos mis desvelos y cuidados en este valle de lágrimas, porque así después disfrute en la celestial Jerusalén de vuestra compañía, en unión de tantos fieles Servitas que recibieron ya el premio de vuestros servicios, reinando a vuestro lado por los siglos de los siglos. Amen.






DIA II.
A vista del nacimiento de mi Redentor, ¡qué sentimientos de humillación se excitan en mi alma! ¡O Madre mía! ¿Para qué he llegado con mi consideración a tan santo lugar? ¿Para qué he penetrado con mi reflexión y registrado el portal de Belén? ¡Para qué, ay alma mía! Para aprender en él las lecciones más importantes porque al mirar la ternura de vuestro corazón en el sentimiento de las penalidades de mi Jesús, no puede menos de acompañaros el mío, concibiendo un justo aborrecimiento a las riquezas y fausto de la tierra. Tal es, Reina mía, el fuego que late en mi pecho, que me siento animado de los deseos más eficaces ¡Que diga el mundo lo que quiera contra mí, porque desde este lugar, á presencia de este espectáculo, estoy resuelto a llamar a cuantos ambiciosos pueblan la región vasta del universo para que concurran a este lugar !Venid , les diré con el más noble afecto de mi corazón, venid, potentados orgullosos venid, no a visitar a otros que compiten con vosotros en las riquezas no a las sinagogas del lujo y a los areópagos de la vanidad , sino a un portal desbaratado, a un pesebre humilde y a una escuela y cátedra de humildad. ¿Y quién es este? Me preguntareis, cuando yo no sé si os podré contestar sin causaros la más singular admiración. Advertid que es el Señor fuerte y poderoso, el Dios de toda virtud, y el mismo Rey de la gloria. ¿Os extrañáis y crece vuestro encanto al mirarle acompañado de tan humildes personas? Pues el uno es el fiel esposo y compañero de María, que es esa, que es la verdadera Madre del Niño Dios, que angustiada y afligida por el pesar quisiera colocarle en un lugar más proporcionado a tan gran monarca e hijo suyo. Pero oíd las lecciones que este tan tierno Niño os da desde tan humilde lugar. No queráis, os dice, atesorar sonreía tierra, donde tan expuestos se hallan vuestros tesoros, ya a que la oruga o polilla los con suma, o ya a que los roben los ladrones; atesorar, sí, en los cielos, donde nadie les puede causar detrimento alguno. No os esclavicéis por ellos, buscad primero el reino de Dios y su justicia, y lo demás queda a mi cargo Tomad mi ejemplo y el de estos mis fieles siervos, que, aunque afligidos por verme en tanta pobreza, se con forman gustosos con mi voluntad.... ¡Infelices poderosos y ricos, que no sabéis usar de vuestras riquezas! ¡Ay de vosotros, porque cifráis en ellas vuestra felicidad! Recordad el paradero desgraciado que tuvo el que vestía en el mundo púrpura y brocados, Y después en el infierno apetecía solo una gota de agua. Oíd esto, entendedlo e instruiros los que domináis la tierra.

Así me produciría, Virgen santa; así desahogaría mis sentimientos. Por tanto, Señora mía, yo desde ahora me determino a renunciar todo cuanto posea para hacerme pobre e imitaros Todo, todo lo he de sacrificar por vuestro amor Mas no, Madre mía, no me pedís que haga tan universales sacrificios; no queréis el que yo mendigue y lo distribuya todo; solo sí lo que queréis, y en ello os agradaré, es que destierre de mi corazón la afición ciega y el apego aborrecible que tengo al interés y a las riquezas; que use bien de las que Dios me conceda; que alivie con ellas a mis prójimos necesitados; que no maquine ni adopte medios inicuos con que adquirirlas y conservarlas; que deponga los pleitos injustos que aun contra mi propia sangre sostengo por un vil interés; que no falte a la verdad y acaso jure en falso por un lucro desgraciado; en fin , que no anteponga mis riquezas a mi propia salvación. De este modo seré feliz, enjugaré vuestras lágrimas, y os causaré inmensa alegría. Así lo haré, Virgen y Reina de mi corazón, pues estoy en el ánimo de ser vuestro siervo fiel aunque me cueste violencia, porque estoy seguro qui mi remuneración será completa por toda la eternidad.







DIA III.
Ciertamente, Madre mía afligidísima, me causa suma edificación el ver la prontitud y diligencia tan admirable que mostráis en el cumplimiento de la divina ley. No ignoráis, bendita Virgen; no ignoráis que vuestro santísimo Hijo es el mismo legislador supremo; tampoco se os oculta lo riguroso y penal del decreto, y los sensibles efectos que causa en los tiernos infantes, y mucho menos lo que va a contristar su ejecución a vuestro pecho enamorado. Esto, no obstante, inocente paloma, queréis padecer y angustiaros primero que omitirle, y lo hacéis con tanta solicitud y presteza ¡O santidad envidiada aun por los mismos ángeles! ¡O prontitud y celo para las criaturas tibias é indevotas! ¿Qué te parece, alma mía? ¿No te mueves á desarraigar de ti tu negligencia tan culpable, tu criminal pereza, á vista de la lección que te da tu Señora y Reina, pues no rehúsa añadir penas a otras que antes ya la habían afligido? ¿No te resuelves a sacudir de ti esa pereza que tantos daños te causa esa pereza que no te deja caminar a tu patria, impidiéndote toda clase de virtud y de obra buena, que son los únicos recursos para tal jornada esa pereza que tantas y tantas veces por un poco de sueño, por un poco de hambre, por un poco de conversación o poltronería no te deja rezar el rosario y frecuentar tus antiguas devociones, ocurriéndote mil pretextos, y amortiguando cada vez un poquito más el importantísimo estado de la salud de tu alma esa pereza que busca tantos efugios para retirarte de la frecuencia de los santos Sacramentos, para hacerte odiosa la asistencia a los templos del Señor, o porque llueve, o porque hace frio, o por que conviene más ir a dar un paseo con la amiga, o con el conocido o pariente para tratar de vuestros negocios, porque según decís, para todo hay después tiempo, y el día de fiesta solo estáis desocupados.... esa pereza que de tal suerte ha cambiado vuestro corazón y vuestra piedad que apenas sois ya conocidos, pues que algún día solo hallabais placer en servir a Dios, en tributarle los debidos respetos , en llorar vuestros antiguos pecados, en estudiar vuestra conciencia para enmendaros, en huir las ocasiones, en pedir al Señor la gracia de la perseverancia final , y en interesar para ello a María Santísima, cuyo patrocinio tantas veces solicitaste con lágrimas en tus mejillas y ahora todo lo has olvidado , todo lo has dejado, todo lo tienes en poco, nada te turba, ancha conciencia, y gracias si no te ríes y mofas de tan divinos ejercicios, contentándote solo con masculladas, gruñidas y cercenadas oraciones por cumplir, que al mismo Dios hacen volver la espalda y taparse los oídos por no indignarse más?.... ¿Qué dices, alma mía? ¿Qué juzgas de este estado de trepides y frialdad? Resuélvete y acaba de salir de tu ignorancia culpable.... ¿Quiere permanecer en él? Pero ¡ay! reflexiona el peligro en que te hayas de tu perdición.

Nada menos te concitas que la reprobación del mismo Dios, que asegura que vomitará y arrojará de sí a los tibios/' Despierta de tu letargo, que ya es hora; no quieras llamarte siervo de María con solas las palabras, negando tu corazón a ser participante de sus sentimientos Imítala en la prontitud con que cumple los preceptos del Altísimo, aunque conoce que va a ser contristado su pecho…. Hazlo tú así también, aunque tengas que mortificar tu genio, tu inclinación, tus afectos y pasiones. Mira que una de las cosas de que más se queja esta Señora es que hay muy pocos que la aman en verdad, porque hay muy pocos que se compadecen y aprovechan de sus penas y dolores. No seré yo uno de estos, Virgen y Madre de mi corazón, porque circuncidaré mi voluntad y desecharé de mí la pereza, seré fervoroso y asistente a todas las prácticas de piedad, y he de amaros e imitaros toda mi vida sin intermisión alguna. Vayan con Dios y me despido de todos los que me traten de apartar de mi acostumbrada piedad; lejos de mí las distracciones y las comodidades que me han resfriado mi acostumbrada devoción, pues que desde ahora he de poner en ejecución todas las cosas que pertenecen a mi aprovechamiento espiritual con exactitud y cuidado. Así os lo prometo, Señora mía, y así lo cumpliré con la gracia de vuestro santísimo Hijo , y con vuestra mediación, para que así no tengáis de mí la menor queja, y conozcáis que os amo y amaré hasta el fin.








DIA IV.
El ejemplo de humildad y obediencia que nos dais, tristísima Virgen, en el acto de vuestra purificación en el templo, estoy por decir que fue ocasión para que el Cielo en cambio os regalara con la aflicción que sorprendió a vuestra alma en las palabras de Simeón. Por qué, aunque os reconoce como a su Reina y Señora, pero trata de añadiros el singular título de reina también de los laureados mártires, consagrándoos desde hoy la esmaltada corona. ¡Qué examinada y probada es vuestra constancia! Pero con todo, hoy más que nunca puedo aprender de vos una de las más importantes lecciones. Porque si vos que sois la pureza por gracia, la inmaculada desde ab eterno, toda pulcra por naturaleza, más pulcra por la gracia y pulquérrima por la gloria, pura en lo interior por la misma pureza y en lo exterior por la virginidad os presentáis hoy en el templo a cumplir la ley de la purificación, ¿qué haré yo, que desde mi primer instante fui concebido en el pecado? ¡Yo, que llevó siempre conmigo el instigador enemigo, y que soy de un barro el más frágil y quebradizo! ¡Y yo, en fin, que nada puedo reconocer si no, como el Apóstol, una rebelión de mis pasiones que cautiva la ley de mi razón inclinada y propensa siempre al mal! ¿Cómo es posible que, hallándome en tal esfera no cuide de purificar mi conciencia de las inmundicias de la culpa, y limpiarla de la escoria del pecado?

¡Solo mi ignorancia maliciosa puede ser la autora de semejante delito! ¡Tan solícito como soy en la limpieza de mi cuerpo, y en la de mi alma tan abandonado! ¡Me pediréis cuenta Dios mío, de si he vivido según la política mundana o según vuestra ley y soberanos preceptos! ¡Cuándo me he de convencer de verdades tan eternas! ¡O malicia y ceguedad de mi corazón! ¡Bien cuidadoso soy, Madre mía, cuando estoy enfermo de buscar medicinas, que sanen mi cuerpo miserable, que al fin se ha de arruinar, y para el bien de mi alma, que ha de vivir para siempre, ¡tan vergonzosamente descuidado! ¡Ah! ¡Si me confieso lo hago de tarde en tarde, de prisa y como una simple ceremonia, sin advertir que, por este santo Sacramento, recibido con la debida preparación, de enemigo que era de Dios por el pecado me reconcilio con él por la gracia; de hijo desconocido é infiel siervo de María me convierto en su más querido siervo y compasivo devoto! ¡Qué error! ¡Qué desgracia! No desea el Señor más que un he pecado para perdonarme como a David y yo ni aun esto practico ¡Hasta cuándo alma mía, hasta cuándo! ¡Pero ya no más! ¡Ahora Dios mío ahora Reina de mi corazón, llegó ya el instante de mi reconocimiento! Ya sé el camino, pues que hoy me lo demostráis.

 ¡Iré al templo, yo que tanta necesidad tengo de purificarme! Allí ¡o felicidad! confesaré mis iniquidades, porque sé que si así lo hago sois justo y fiel para perdonármelas ¿Cómo he de poder ser vuestro siervo, Virgen santísima, si vos sois tan limpio y yo tan sucio y abominable si vos amáis tanto la pureza del corazón, ¿y yo permanezco tan tranquilo en el hediondo muladar de mis pasiones? Mas no persistiré ni un instante en tal estado seré más solícito por la integridad de mi conciencia me dispondré mejor cuando llegue a esta saludable fuente a lavar mi alma, sin omitir el debido examen. ¡O confusión la mía! Infinitas veces he asistido a esta probática piscina, y por mi culpa he salido más inmundo de ella Yo he callado por una maldita vergüenza o mal entendido pundonor las circunstancias que más acriminaban mi culpa; yo he reparado tan poco en la enmienda desde una confesión a otra, que por mi habitual descuido no hacía reparo de las culpas graves que cometía presentándome al confesor con una misma relación, y convirtiendo esta celestial medicina en ruina y perdición de mi alma Pero no ya así, Madre mía; os lo prometo con las mayores veras de mi corazón y convencimiento de mi entendimiento, para que así sea efectivamente vuestro siervo.








DIA V.
La divina revelación es el medio, Virgen Santísima, que hoy os descubre las disposiciones incomprensibles del Altísimo, para salvar de tan odiable enemigo a vuestro Hijo muy amado. He reflexionado, Madre mía, este paso tan aflictivo, y en medio de que en él os encuentro sobresaltada como era justo, y oprime sobremanera mi espíritu vuestra situación, más con todo, Reina mía, me hallo admirado de la puntual correspondencia con que, haciéndoos superior a todos los pesares, poneis en ejecución la voluntad del Altísimo. ¡Digno ejemplo! ¡Exactitud singular! ¿Cómo, señora, no dudasteis cómo no os detuvisteis á escudriñar los juicios y ocultos arcanos de la eterna Sabiduría? ¿Cómo no dijisteis: este Hijo mío es más poderoso que todos los reyes del mundo, tiene en su defensa innumerables ángeles, ¿y con solo su presencia abatirá y confundirá todas las maquinaciones de su rival? ¿Cómo por fin no se os ocurrieron semejantes discursos? ¡Ah! Sin duda fue para enseñarnos a no despreciar las inspiraciones y llamamientos que tan continuamente nos está dando el Señor para que nos enmendemos y dejemos la mala vida que tenemos, o sigamos con más aliento la comenzada.

No lo dudes, alma mía, porque es evidente, que con frecuencia desatendemos los llamamientos que nos hace el mismo Dios. Y si no, dime, ¿qué otra cosa es ese interior movimiento que tú atribuyes á melancolía, pero que te amonesta y avisa para que no vuelvas a tratar con tal o tal persona que te es ocasión para pecar que no asistas a tal paseo o tertulia, que no te mezcles en las vidas ajenas,
murmurando de las acciones de tus prójimos bajo el frívolo pretexto de pasar el rato, no tener mala intención y ser ya casi indispensable? ¿Qué otra cosa es ese impulso o sentimiento que agita tu corazón cuando has obrado mal, que no te deja, que te contrista y perturba? ¿Qué otra cosa es ese nuevo movimiento que experimentas en muchas ocasiones, y te anima para que dejes tus malos hábitos, para que frecuentes los sacramentos, para que practiques tus antiguas devociones y de una vez mires con más interés por la salvación? ¿Qué otra cosa, para decirlo de una vez, son todas esas calamidades que te sorprenden, como una enfermedad, un revés de la fortuna, una traición de algún amigo o pariente en quien tú tanto confiabas, una persecución o semejantes, o esos desastres que adviertes acontecer en otras casas, como la muerte repentina de un vecino o conocido, un robo, una puñalada, un accidente, un incendio y tantos otros fatales
sucesos sino avisos del cielo, inspiraciones y llamamientos de la gracia de un Dios, que bondadoso te espera y avisa para perdonarte? ¡No los desprecies ya, alma mía, antes bien recíbelos como pruebas de la fineza de tu Dios! Así lo haré, Virgen Santísima, y os imitaré con la mayor fidelidad Sacaré de ellos una suma felicidad, y manifestaré mi gratitud debida a los beneficios de mi Dios, pues estoy firmemente persuadido que de esta manera me hago acreedor a sus misericordias; y así os doy también una prueba de los sentimientos nobles que, por la meditación de vuestros dolores, se reproducen en mi alma, aliviando así en lo que está de mi parte vuestras penas para reinar después sin fin con vos.







DIA VI.
Muy bien sabia, tristísima Señora, el Cielo a quién confiaba su tesoro. Tenía por seguro que, como era de infinito valor, se debía confiar a un cuidadoso y solícito custodio; y como conocía que ninguno mejor que vos lo sería, por lo mismo le depositó en vuestras manos Gran dignidad, pero muy dificultosa empresa para una criatura que no esté prevenida con las bendiciones de la celestial dulzura. Solo a vos ¡o María! se debió hacer tal entrega solo vuestro corazón podía responder de empresa tan soberana; y la cumplís con tal exactitud, que sois el dechado y modelo más perfecto. De vos, cuidadosísima Reina, podemos aprender a cumplir con las obligaciones a que Dios nos ha destinado En vos se halla descubierto nuestro vergonzoso olvido, o, mejor dicho, nuestro total abandono... Vuestras lecciones confunden cada vez más nuestra ignorancia pecaminosa y criminal ¡Por desgracia no vemos otra cosa en los días tan calamitosos en que vivimos, más que un olvido y abandono total de nuestras respectivas obligaciones! ¿Y qué nos hemos de prometer...? qué hemos de esperar de tan funesto proceder?

Lo dice el Salmista: "que el que declina en sus obligaciones será contado en el número de los inicuos.'' Sí, padres de familias; sí , amos y superiores del mundo, que tan poco celáis a vuestros hijos y domésticos , que los veis vivir sin sujeción, al gusto de su desenfreno y al arbitrio de su voluntad, sin amonestarles, sin castigarlos para que se enmienden en lo sucesivo; que los veis asociarse con malas compañías y faltar continuamente a sus respectivos deberes, criándose unos holgazanes y vagamundos, siendo después vuestro oprobio y el de la república, que no les tratáis como debéis, porque vosotros también vivís como no debíais, dándoles escándalo con vuestras desazones y quimeras frecuentes, y con vuestros desarreglos y palabras poco cautas y decentes seréis juzgados con los inicuos y condenados por toda la eternidad, y tendréis que sufrir las maldiciones que os echen en los infiernos cuando se vean condenados también por culpa y descuido vuestro Sí, hijos y súbditos que tan poco caso hacéis de aprovechar el tiempo, de respetar y obedecer a vuestros padres y superiores, de estar sujetos a lo que os mandan por vuestro bien , y de procurar dar pruebas de lo que sois aquí mismo, en este mundo serviréis de escarmiento a los demás, como otros muchos que finalizan su vida en afrentosos patíbulos, o sufren el insoportable peso de los grillos y cadenas, haciendo desgraciada su existencia; y en el otro recibiréis el castigo con los perversos, y sin fin Sí, por último, cristianos todos que tan descuidados sois en el cumplimiento de vuestras obligaciones, que tan poco caso hacéis de que Dios sea en ellas glorificado, y de lo mucho que podíais ganar para vuestras almas en ellas, como sería si, en ese trabajo en que le fatigas y sudas, o en ese destino en que padeces tantas incomodidades, lo sufrieses con paciencia y lo ofrecieses al Señor, para demostrar que cumplías aquí con tus deberes, y que esperabas la eterna retribución por ellos; y que finalmente, vosotros mismos conocéis los daños que os causa vuestra negligencia.....  seréis reputados con los mayores pecadores
del mundo.

 Pero yo, Madre mía dulcísima, yo de mi parte y en nombre de todos los que oyeren o leyeren estas reconvenciones que les hago originadas de la reflexión, que he formado en este día, acerca del cuidado y diligencia que tuvisteis de vuestro santísimo Hijo, por cuyo bien tantas penas y aflicciones acometían á vuestro corazón yo, Señora , prometo la enmienda en cuanto hubiere faltado hasta aquí, y estimulado con vuestro ejemplo, pondré en adelante el cuidado más grande por ser fiel en el desempeño de mis deberes Así, Virgen dolorosísima, me haré envidiable a todo el mundo, admirable a cuantos no lo hagan; así seré el decoro de la sociedad, contribuiré a su bienestar y espléndido
acrecentamiento, los que me conozcan me juzgarán como vuestro verdadero siervo, y vuestras delicias y las de mi Dios serán ponerme algún día a vuestro lado.








DIA VII.
¡Cuán terrible sería vuestra aflicción Virgen santa! ¡Qué momentos tan amargos! ¡O pérdida la más sensible y dolorosa del mundo! No habíais aún, triste Virgen, conocido en vuestro Hijo señal alguna que os indicase estaría próxima su muerte. No esperabais de manera alguna tan funesto suceso Y sin embargo, Jesús ya no está contigo Jesús no está como en otras ocasiones delante de tus ojos, aliviando con su presencia tus penas Ah esto sí que es un desconsuelo Tampoco era de extrañar, Madre mía, presumieseis que los pérfidos judíos, movidos de algún estímulo de envidia, hubiesen ejecutado en él algún atentado ¡Qué ansias qué dudas qué temores os afligen! Como las cosas que por alguna violencia están fuera de su centro se inclinan a él, así vuestro amoroso pecho apetecía la vista de su querido y regalado padre, esposo y señor No perdonasteis diligencias y desvelos hasta encontrarle; no disteis reposo alguno a vuestro corazón hasta verle y hallarle

¡Digno ejemplo! ¡Admirable lección para nosotros, que habiendo perdido la prenda preciosa é inestimable de la gracia, nos estamos tranquilos y sin poner diligencia alguna para buscarla! ¡O desvarío y necedad digna de llorarse con lágrimas de sangre! ¡Vos, reina de mi vida, no os juzgabais ni teníais por segura sin vuestro amado Hijo, que era vuestro consuelo y vida, y nosotros, habiendo visto huir de nosotros a la que nos conduce a la patria feliz , y sin la que no podemos ver ni gozar al que es la alegría de los ángeles, y forma la felicidad esencial de los santos vivimos tan sin pena, que parece nada nos falta y que todo lo tenemos en casa!

Estoy persuadido, Señora, de que no conocemos el estado tan fatal de nuestra alma en semejante situación, porque si consideramos que sin la gracia de Dios somos como sepulcros descubiertos que exhalan un fetidísimo hedor vasos de ira y de maldición mansión de los demonios leños secos y preparados para el fuego eterno objeto el más despreciable y provocador a los ojos de Dios no estaríamos un instante sin ella, ni daríamos otra vez cabida al pecado para robárnosla Si por el 'contrario considerásemos los bienes de esta gracia ; si reflexionáramos que es un adorno y vestidura imprescindible para entrar en aquel celestial convite de la gloria; que por ella nos hacemos amigos de Dios, sus delicias y, si se puede así decir, su embeleso y encanto, no haríamos
tan poco caso ni la miraríamos con tanto descuido. Si escuchásemos a que Ezequiel nos dice: "Que en cuanto el justo se aparta de su justicia y obra la iniquidad pierde el mérito de todas ellas, y el Señor no las recordará;" que el Apóstol nos exhorta a obrar con temor y temblor nuestra felicidad eterna;" y por último, a lo que él mismo escribe a los de Éfeso: "Tened entendido que todo fornicador, o inmundo, o avaro no tiene parte en la herencia del Señor," no correríamos tan precipitados en pos de nuestros vicios; no amaríamos tanto los bienes perecederos del mundo; no estimaríamos tanto sus honores y vanidades; solo la gracia, la gracia solo de Dios tendría el lugar preferente en nuestro corazón ¿De qué me sirven, Madre y Señora mía, todas las cosas de esta vida si de la noche a la mañana desaparezco de ella y soy trasladado al tribunal del Señor, supremo juez de todas mis acciones?

¡O gracia, exclamaré entonces, o gracia, que ahora me eres tan necesaria! ¡O justificación o inculpabilidad de vida! ¿dónde estás? ¡Los pasatiempos y vanidades de la tierra me han desamparado, dejándome en manos de mi condenación! ¡Ven, ven a mí, que contigo alcanzaré el perdón! ¡Pero ah cuán tarde te pretendo cuando ya no te puedo lograr! Mas ahora que tengo tiempo, Virgen Santísima, ahora que con esta reflexión me encuentro sumamente convencido, os prometo no mirarla ya con tanto descuido; si la pierdo o he perdido por mi debilidad y miseria, la buscaré con el mismo cuidado que vos al
autor de ella vuestro Hijo Jesús, y no des cansaré hasta encontrarla, viviendo hasta tanto en un continuo desasosiego; que si así lo hago seré el más feliz de vuestros siervos, asegurando para siempre mi eterna fortuna.








DIA VIII.
Como que el poseer y gozar María Santísima de su amabilísimo Hijo era la cosa que en su parecer, como era efectivamente, en cerraba el mayor bien y la felicidad más grande, como era un tesoro el más grande y de infinito valor , y como formaba todas sus complacencias y delicias, por consiguiente no debe causar admiración el verla poseída de dolor y angustias al considerar que algún día se había de desprender de semejante alhaja, y que se la habían de ar rebatar de entre sus brazos. Y mucho más si se detenía a recordar el modo tan bárbaro y cruel con que habían de apagar tan divina luz, y los oprobios que habían de acompañar a tan abominable acción lo que sí me admira, Madre mía de mi corazón; lo que sí me admira, repito, es el poco caso que hago de las lecciones que me dais, y lo poco que me aprovecho de los ocultos arcanos que en ellas se encierran para mi bien Vos, Virgen santa, os llenáis de amargura al presentir el fin que espera a vuestro tierno y regalado Hijo, porque es el objeto único de vuestro amor, y del que recibís tantas gracias y consolaciones y yo, reina de mi vida, vivo tan descuidado del único bien, de la prenda que más estimo, y de la que me ha de hacer feliz por toda la eternidad, que es mi alma ¿Y yo, para decirlo más claro, si es que puedo sin llenarme de rubor, hago tan poco caso de mi salvación y de conseguir que mi alma sea feliz y afortunada por toda la eternidad?


¡O necedad! ¡O desvío lastimoso! ¿Qué es, pero conseguir de esas honras porque tanto me afano de esos negocios que tantos desvelos me causan, y por cuya consecución ni como, ni bebo, ni sosiego, ni descanso? ¿Qué puede ser más que el aprecio, la distinción y el nombre de los hombres? ¿Qué... más que el pasar una vida cómoda, sin carecer de nada vivir agasajado, obsequiado, reverenciado y aun temido? Pero y todo esto, ¿qué vale? ¿De qué me servirá en aquel momento crítico, en aquel pesado lance de mi juicio? ¡Ah! Si esta noche escucharé la voz del Evangelio que, como al rico, me dice: Hoy mismo será la separación de tu cuerpo y de tu alma, y vendrás a dar me cuenta ¿de qué te sirve todo eso que has congregado, si estás vacío de buenas obras?... Conozco, Princesa del empíreo, mi insensatez y demencia.... No desprecio ni un leve consejo de mis amigos cuando pertenece al logro de mis deseos y con tanta desvergüenza hallo y menosprecio los que me da mi Redentor, hablando a Marta y en ella a todos los cristianos.... diciendo: "¿Para qué te afanas y turbas con tantos negocios, cuando uno solo es necesario?" Oigo clamar á los Profetas en el antiguo Testamento, a los Evangelistas y san Pablos en el nuevo, y que sin intermisión me gritan y amonestan el camino que debo llevar, y el negocio único de mi salvación, en que me debo ocupar con esmero y solicitud, Pero yo, sordo y ciego, doy más crédito y me guio por mis apetitos y pasiones, que no al mismo Señor que me vino a salvar. ¿Es posible, alma mía, es posible que antepongas esa tu pasión, tu tibieza, tu poco recogimiento, tu libertinaje y desenfrenamiento al consejo adorable de tu Redentor, y a los avisos de tus más fieles apreciadores? ¿Es posible que prefieras esos bailes, torneos y banquetes, esas palabras amatorias, esos desahogos livianos, y en suma, tantas culpas y delitos que te han de perder y condenar sin remedio, a las saludables doctrinas de los que de veras te aman, y a las tan útiles instrucciones de los que desean verte glorificada y feliz en su compañía?

Abre, alma mía, los ojos, y aprovéchate de la luz que en esta ocasión te ofrece tu misericordiosa Madre Expurga y sacude con su ayuda todos cuantos estorbos te se presentan, y conoce que algún día te alegrarás de haberlo hecho así. ¡Sí Reina mía, me aprovecharé de vuestras saludables lecciones, que tanto contribuyen a mi eterna salud! ¿Con qué os podré pagar beneficios tan inestimables? Por tanto, Virgen mía, os propongo mirar con más interés mi propia salud ; que si así lo hago me podré gloriar de siervo vuestro en esta vida, y os acompañaré en premio eternamente.









DIA IX.
Indecible sería el dolor vuestro, Madre mía, en tal situación... No sois vos solamente, Señora, la que os admiráis de la obstinación de los judíos por no reconocer en sus acciones tan asombrosas al divino Jesús por el Redentor que esperaban, sino que yo también extraño una ilusión semejante en obcecarse a los resplandores luminosos de antorcha tan divina. Culpables eran y dignos de castigo pero a lo menos eran de poca fe Yo sí , y los demás que nos gloriamos de católicos, somos culpables, porque ilustrados de tan superior luz, y enriquecidos con un don tan favorito, vivimos de tal manera , que damos á entender, o que hemos extinguido sus rayos, o que no queremos apreciarle como se merece... ¡Tanta gloria que gozamos los españoles de católicos, y tan poco como lo demostramos! ¿Qué fe es la nuestra? ¿Cuál la fe de los españoles?

¡Ah! Presumo, que es una fe la más vana é infructuosa una fe exhausta y amortiguada.... fe inferior a la de los demonios, que al menos creen y se estremecen Presumo ¿Qué oigo presumo? No, no, fuera esta expresión no es presunción, es realidad comprobada con los más funestos hechos... ¡Ojalá fuera una mera presunción! ¡Ojalá me engañase! Hablen nuestras obras ¿Qué fe es la tuya, criatura infeliz, que, si observas en algo los mandamientos de tu Dios, si cumples con el precepto anual de confesarte, si vas a misa, si honras y obedeces a tus padres o superiores, es más por humanos respetos o terrenas conveniencias, que no porque creas que todo esto es muy conveniente a la salud de tu alma? ¿Qué fe es la tuya, si cuando recibes al Señor de cielos y tierra, si cuando asistes al tremendo y adorable sacrificio del Altar, si cuando concurres a los divinos Oficios es con irreverencia, distracción, descompostura y profanidad, y con tan poco espíritu, que claramente manifiestas no hacerlo sino
por pura ceremonia, y sin avivar la fe sacrosanta que te avisa, que te declara, que te enseña la grandeza, la excelencia é inefable bondad con que tan accesible se ofrece a tu miseria é indignidad, y te colma de infinitos bienes, prendas seguras para tu gloria?

¿Qué fe? ¡Ah, y qué dolor! ¿Qué fe es la tuja, insensata, estúpida y bárbara criatura, si cuando oculto en el Sacramento de la Eucaristía, pero existente y real como en el solio de su gloria, derramando bondad sale como pan de vida en forma de Viático para consolar a los afligidos enfermos, te resistes a doblarle la rodilla, á quitarte el sombrero, a acatarle como merece; te incomodas si lo ves reverenciado, ¿y aun tuerces de calle por no encontrarte con él? ¿Qué fe cuando hemos visto robados los vasos sagrados por manos impuras, y arrojadas las sagradas formas o por los altares o por los suelos? ¿Qué fe? ¡Dios mío! ¿Qué fe la de muchos católicos que pronuncian las proposiciones más escanda losas, que enseñan los errores más heréticos, que siembran el aire con palabras horrendas y sacrílegas contra vos, contra María Santísima, contra la Iglesia santa y sus respetables ministros, reputando a la religión como obra de los hombres, enseñándola como ilusión y publicándola como un aborto del fanatismo y de la superstición? ¿Qué fe? ¡Tiembla la pluma y se resiste a escribir tales horrores!

¿Qué fe? ¿A dónde, ni para qué proseguir cuando la España llora con lágrimas de sangre los funestos espectáculos que presenta la prevaricación y el naufragio funesto cíe la fe en el corazón de muchos católicos españoles? Concluyamos, Madre mía, conociendo y confesando con mengua y confusión nuestra, que somos mucho más culpables que los judíos, pues, aunque aquellos crucificaron al Redentor, no le conocían por tal, Pero nosotros que le confesamos y reconocemos nuestro Redentor, nuestra salud, nuestra vida y resurrección, y sin embargo ejecutamos acciones tan sacrílegas, que sin duda ellos no hubieran hecho si le hubieran conocido ¡O Virgen dolorosísima! ¿Es este el modo de enjugar vuestras lágrimas y mitigar vuestras penas? ¡No, Señora mía! Mas si nos enmendamos y reconocemos de tan torpe conducta, suavizaremos tus aflicciones y consolaremos vuestro corazón así os lo prometo, Reina de mi vida, en cuanto esté de mi parte: á lo menos por mi propia utilidad y bien de mi alma, para poder así gozar el título de vuestro verdadero siervo en este valle, y después besar vuestras hermosísimas manos en la gloria.








DIA X.
¿Quién es, Virgen dolorosísima, el que causa tanto pesar a vuestro corazón? ¿Quién aumenta de tal manera vuestros clamores y suspiros? ¡Quién ha de ser! Aquel a Dios que oísteis de la divina boca de vuestro amantísimo Hijo ¡Ay, Señora mía, ¡que yo soy el motivo principal que os se paró de vuestro santísimo Hijo por mí se despide hoy de vos yo soy la causa de vuestra aflicción! ¿Quién lo diría, que vuestro siervo os había de arrebatar la prenda que más apreciáis? ¿Cuándo se habrá oído semejante atrevimiento? Pero Reina mía sería yo ingrato y obstinado si prosiguiese en tal consideración, y no os restituyese el gozo y alegría que os causa vuestro santísimo Hijo Es verdad que ya no le perdéis de vista pues que le gozáis intuitivamente, pero os entristecéis, en el modo que cabe, cada vez que le posponemos a las criaturas y a los apetitos desordenados, no haciendo el aprecio que se merece por Redentor de nuestras almas y querido vuestro.

Por tanto, Señora mía, y para ejecutar los sentimientos que os dignáis inspirarme en estas breves reflexiones que en memoria de vuestros dolores medito y considero vos aquí mismo en vuestra presencia a daros una firme señal de verdadero siervo, y a despedirme con efecto y de corazón de todas las cosas que fueron causa de vuestra aflicción y de la muerte de vuestro querido Hijo ¡Oídme Madre de mi alma, oídme, que ya empiezo con santa resolución y eficaz propósito! ¡A Dios, honras y deleites que tanto me hacéis ofender a Dios, a mi Salvador A Dios, respetos humanos, murmuraciones, envidias, blasfemias y escándalos que habéis sido mis favoritos , y ahora conozco el mal que habéis causado a mi alma a Dios pereza, poco amor a las cosas santas, pasiones y vicios que me impedisteis tanto el camino de mi salvación y me pusisteis á peligro de perderme a Dios, mundo infame , escuela de maldad y teatro del vicio, que pues me has tenido engañado, te abandono y me aparto de ti a Dios, en fin, todas las cosas que podáis haber sido causa de la ofensa de mi Dios, que desde ahora os detesto y me aparto de vosotras! ¡Quiero ser fiel siervo de mi Señora, y por eso os desamparo y olvido!

María Santísima me ama, estima y quiere como hijo por lo mismo quiero a ella sola amar, estimar y querer. Ella me prepara bienes eternos por premio, y vosotros me disponéis un interminable precipicio en paga. Por último, soy su siervo y quiero cumplir exactamente mis deberes. ¡Consolaos Madre mía dulcísima, que, si troqué vuestras cadenas tan estimables y dignas de aprecio por otras despreciables é insufribles, no supe lo que me hice! Mas ahora arrojo de mí estas para estrecharme con aquellas. ¡Feliz soy con ellas, porque me guían a mi patria y reino vuestro, y me librarán de los males que padecería en los abismos por toda la eternidad!







DIA XI.
¡Ay Madre de mi corazón! ¡Qué pesar tan grande experimento en mi alma ¡Qué extraña al paso que sensible admiración ocupa mi entendimiento! ¡Oh! ¿Quién jamás pensaría que de la misma familia y amados discípulos de tan divino Maestro había de salir un hijo tan ingrato, un discípulo tan desconocido y un amigo tan falso? ¿Quién jamás llegaría a creer que en un redil de mansos corderos se abrigaba un lobo tan rapaz e inhumano? ¿Quién, por último, imaginaria que en tan celestial jardín se cultivaba ortiga tan venenosa? Mas, ¿cuál es la causa, o qué motivo pudo haber para tan inesperada transformación? ¡Ah Reina de mis potencias, qué doctrina tan importante debo sacar para mi instrucción! ¡Judas sacrílego, Judas traidor, Judas bárbaro ahora, y antes era discípulo, amigo y privilegiado por el Redentor! ¿Y por qué? ¿Por qué? ¡O lección y escarmiento para mí!... Porque no tuvo perseverancia, porque no continuó hasta el fin en el bien que había comenzado.

Lo mismo que sucedió a otros muchos que comenzaron bien y finalizaron mal; y lo mismo que nos sucederá si no vivimos con aviso y cuidado, porque solo está prometida la salvación al que perseverare hasta el fin. Pero ¿cómo es posible alma mía, ignores tan constante y eterna verdad, cuando aún en las cosas
temporales ves confirmados sus evidentes principios? ¿De qué sirve comenzar una obra si no se trabaja hasta verla concluida? ¿Qué aprovechan los trabajos empleados en ella y los medios que se han adoptado, si no se logra llevarla hasta el cabo? Después de haberse fatigado un general en ordenar el plan de batalla, distribuidas sus tropas y facilitados todos los preparativos, ¿de qué aprovecharía todo esto si en lo más empeñado de la lucha, próximo ya a la victoria, ya no cuida, deja su actividad, omite sus antiguas medidas, y no se halla animado del interés que poco ha? ¿Qué adelantamientos serían los de un médico que llevara muy adelantado el estado de su enfermo por sus medicinas, por sus observaciones y estudios, si después no volviera más a verle, le abandonara y descuidase de su restablecimiento ya tan inmediato? ¿Para qué, en fin, trabajaría el labrador afanoso, labrando la tierra y sembrándola con tantos trabajos é intemperies, si aproximándose la cosecha no hiciese más caso de ella?

¡Afanes infructuosos! ¡Trabajo perdido! ¿Y te extrañarás, alma mía, te extrañarás de que, aunque sean muchos tus méritos y tus buenas obras en la actualidad, si no continúas en ellos hasta el término de tus días todo sea vano, todo sin provecho y malogrado? ¡Ah! oye sino las expresiones con que, lo que Dios no permita, te reprenderá y fiscalizará si te condenas aquel supremo Juez ¿Para qué, diría, para qué infeliz criatura, comenzaste a ser virtuosa, a dedicarte a las obras de piedad y temor santo mío, a la solicitud y cuidado de agradarme? ¿Para qué, revestida de un celo laudable, te alistaste en el número de los siervos de mi dolorida Madre, y te consagraste a su servicio y a la compasión de sus penas? ¿Para qué te mortificaste tanto, renunciando tus comodidades y gustos, y entregándote a la contemplación y retiro? ¿Para qué, por último, frecuentaste los Sacramentos instituidos por tu salud y felicidad?...

¡Desdichada! Todas estas cosas te acusan y condenan cada vez más, pues que inconstante no perseveraste y las olvidaste culpablemente, por lo que aumentan de grado tu perversidad y malicia ¡Qué desengaños, alma mía, tan evidentes! ¡Qué razones tan poderosas! Todo esto, Madre de mi corazón, confirmado con el paradero triste del infeliz Judas, a quien mejor hubiera sido no nacer, me obliga a vivir desde ahora avisado, a no decaer de las buenas obras, a ejercerlas hasta el fin ayudado de la gracia de mi Dios que haciéndolo así no debo temer en manera alguna la conclusión de aquel infeliz apóstol, sino que por el contrario, perseverando así hasta el fin, tengo seguro salvarme y gozar por siempre de tu hermosa presencia.







DIA XII.
No es extraño, Virgen angustiadísima, que receléis mucho del porte y malos modos de los bárbaros judíos, pues los advertís preocupados y frenéticos por el odio contra vuestro amantísimo Hijo Jesús ¡Cuántos sustos y temores agitan a los corazones de las madres, cuando sus hijos que están en el servicio de las armas tienen que entrar en una cruel y sangrienta batalla, con unos enemigos cuya ferocidad ha llegado a distinguirlos con el dictado de bárbaros, en cuyas manos son acuchillados los contrarios sin atender a tratados, sin admitir distinciones y sin remisión alguna! Mas estas, sin embargo, tienen todavía alguna esperanza, y no desconfían totalmente por depender sus vidas de la fortuna o ventajas de la acción; pero con todo se angustian y sobrecogen sin consuelo.

Pues ¿qué habíais de hacer vos Madre la más amante del mundo, sabiendo de cierto que tenían la victoria por suya unos hombres sin comparación inhumanos, bárbaros y sanguinarios? ¿Qué confianza habíais de concebir? ¡Ah! Toda su barbarie y obstinación provenía de su orgullo y soberbia Este abominable monstruo, este principio y raíz de todo pecado, esta pasión horrorosa y vicio execrable que domina tanto a las criaturas, ¿en cuántas ocasiones Madre mía, nos hace semejantes a los obstinados judíos? ¿Cuántas veces, endureciendo nuestro corazón, nos abandona a un porte tan reprensible como el de aquellos?

¿Cuántas, posesionada de nuestra alma, de clara guerra descubierta a Jesucristo, a sus instrucciones y a la humildad que nos dejó enseñada? ¡Oh qué verdad tan funesta! Entronizada en algunas ocasiones la soberbia en nuestra alma, ¿cuáles son si no los efectos? ¡Dios mío! Si por vuestras soberanas disposiciones nos habéis constituido en el estado de la pobreza, o por vuestros incomprensibles juicios no se logran nuestras pretensiones o encargos ¿quién nos puede ver, ni oír ni aguantar? ¡Qué votos qué por vidas qué maldiciones qué desesperación! Si nos hacen alguna injuria u ofensa, ¡qué cólera tan furiosa se enciende en nosotros qué deseos de venganza! ¡Quisiéramos, como aquellos inconsiderados discípulos, que bajase fuego del cielo para devorarlos! ¡Qué discurrir qué cavilar qué buscar medios para saciar la soberbia! Si por vuestra inefable bondad nos constituisteis en alguna dignidad, o en la opulencia y riquezas, ¡qué vanidad qué orgullo qué desdén y menosprecio de los otros qué superioridad para con los subalternos qué imperio qué modales tan soeces para tratar á los pobres desvalidos! Si para nuestro bien del alma y utilidad de nuestros prójimos nos habéis dotado de algún talento o ingenio particular, ¡qué hinchazón qué gravedad... qué prurito porque todos lo sepan, lo conozcan y lo alaben qué rabia si vemos algo igual en otros qué empeño por desconceptuarle... qué si lo copió qué si se lo dijeron que si no es capaz.

En todas nuestras obras, por último, no respiramos más que soberbia y vanidad Queremos ser preferidos a los otros que nadie nos resuelle que todo se gobierne a nuestro antojo Si así sucede, es Dios un bendito y digno de alabanza; pero si no es un injusto un cruel un qué sé yo ¿Y qué resulta de esto? ¡Qué dolor causa solo el escribirlo! Lo que dice la sagrada Escritura: " Entre los soberbios siempre hay desazones se hacen odiosos de Dios y de los mismos hombres;" son castigados siempre por Dios como Lucifer y, por último, que es muy suficiente, "es un mal incurable" Alma mía, despierta alma mía, sal de tu sopor, y vigila para no dejarte sorprender... mira que has de estar tanto más avisada, cuanto es un vicio que se introduce con mucha sagacidad, y no se suele llegar a sentir sino de un pronto Advierte que tiene muchos pretextos para ocultar su veneno el honor el cuidar de su reputación el no mostrarse cobarde el no dejarlo pasar así el me toca de justicia la satisfacción son otros tantos pasos y pretextos para llegar a este formidable vicio Ea, alma mía, al cielo por los caminos de la humildad á consolar a nuestra Madre en sus dolores, que ningún soberbio puede llamarse con verdad siervo de María, sino un fiel imitador de los bárbaros judíos.







DIA XIII.
No encuentra, Virgen tristísima, mi consideración un momento de desconsuelo y aflicción comparable con este, en el cual veis en tan funesta situación a vuestro muy querido hijo Jesús... ¿Qué esperanzas concebiríais Madre mía, sabiendo era conducido de un tribunal a otro en manos de tan perversa canalla, y en poder de hombres tan desalmados? En la meditación anterior vimos como apenas os quedaba alguna, más en la presente le lloráis con justa razón perdido ¡Ah! ¡Qué tormento os causarían las pruebas que os daban de ser muy próxima su muerte! ¡Cuánto la sentiríais! ¿Pero no me será lícito, Reina de mi corazón, exclamar lleno de júbilo, Oh muerte dichosa, que librándole de la venganza de sus enemigos y poniendo fin a sus padecimientos, le vas a resucitar más glorioso, ¿y a abrirnos las puertas del cielo que nuestra culpa había cerrado? ¡Ojalá que en nuestra muerte permaneciéramos en el estado en que la del Señor nos constituyó! Quiero decir ¡ojalá que en aquel trance nos hallásemos dignos de tal
herencia por haber conservado con una vida justa la gracia que nos mereció Jesucristo! Mas los sentimientos únicos que hoy me animan , son solo los de tener siempre presente la importancia de una buena muerte No, cristiano, no debes ignorar que en aquella hora, cuando ya se acabó el tiempo de merecer, si te hayas acreedora del infierno , has de convencerte con claridad del desprecio de los pasos tan costosos que hoy ves dar a tu Dios humanado por tu bien, y de los tormentos y aflicciones que por esta causa oprimen al corazón de su bendita Madre ¡Cuánto te importa por esta razón el recordar siempre el momento de tu muerte!

¡Ah! ¡Nótalo muy bien, y repara las muchas dificultades que se oponen respecto de sus circunstancias! ¡Qué avisos serán estos para tu bien! Si reflexionas su incertidumbre en cuanto al tiempo, ¡o Dios mío! y cómo puede suceder en acabando de cometer un pecado me sorprenda y traslade al tribunal del Eterno o bien sea por la mañana o por la tarde, o por el día o por la noche, o a los veinte, a los cuarenta, o a los setenta Si consideras el cómo y adónde ¿quién te ha asegurado que no morirás o de un accidente, o de una puñalada, o cayéndote un porrazo, o ahogándote, o en la cama, en la calle, en el paseo, en la iglesia, en la visita, según todos los días lo estás presenciando? Si recuerdas, por fin, lo que sirven entonces las riquezas, los honores, las comodidades y la fortuna, hallarás que todo se queda por acá, y que de nada te aprovechan entonces ¿Qué les ha quedado, si no, a tantos generales poderosos y hombres del siglo, si aunque por mucho tiempo hayan sido afamados y célebres, el mismo tiempo, que es el padre del olvido, ha depositado en su tenebroso seno las victorias, los aplausos y las conquistas? ¿Qué utilidad le ha resultado al rico orgulloso de sus bienes y cuantiosas sumas, si ahora se quedan por aquí para que los disfruten otros, sin que les fuera posible llevarlos en su compañía? ¿Qué ventajas le han resultado al voluptuoso, al rencoroso, al murmurador, al envidioso y al que tanto aborreció la religión de Jesucristo y sus máximas, de sus vicios y locuras?

 ¡Oh! ¡Cuántos en aquella hora desearían no haber cometido tales culpas, y haber dado oído a tantas verdades como les anunciaron los predicadores y libros santos! Con que de aquí, alma mía, la consecuencia es muy natural Con que solo en aquella hora te aprovecharán las obras buenas y santas Con que si yerras el golpe, entonces tu error es para siempre inevitable Con que según es la vida así es la muerte Pues desde ahora, Virgen dolorosísima, he de vivir empleado en tan santo pensamiento A mí no me asustará, Madre mía, porque estoy seguro de que si vivo bien es el principio de mi felicidad A mí no me causará pavor como a los que viven olvidados de que ha de llegar, antes por el contrario me estimulará para obrar bien, y así después reinar en vuestra compañía para siempre.








DIA XIV.
Pero, Señora mía, no os podrá alguno preguntar, ¿por qué no os retirabais de aquel sitio, escusándoos de presenciar una escena que tanto dolor y sentimiento causaba a vuestro corazón? Mas cualquiera sin duda llega a conocer el objeto y móvil que os obliga a unas acciones de que tan grandes penas os resultaban Reflexionando atentamente sobre el pesar que recibiría vuestra alma en aquel acto tan cruel, conozco que era imposible que pudieseis sobrevivir si no estuvieseis auxiliada por la gracia y virtud de Dios Doctrina muy útil e importante puedo sacar para mi provecho, cuando hoy advierto la mansedumbre de mi Dios en un castigo tan descompasado, y la consternación de mi Reina en
su presencia y a su vista ¿No sería yo, a la verdad, la criatura más desatinada, si
con tales ejemplos no me animo a buscar, encontrar y abrazarme con la penitencia?

¡Cristo Jesús sin culpa recibe hoy por la mía tantos azotes! ¡María Santísima tampoco rehúsa las ocasiones de padecer, queriendo en esto imitar a su dulcísimo Hijo!... ¿Y yo solo, a quien con más razón corresponde, he de huir de las ocasiones que me presenta la penitencia y la mortificación? Pero, aunque quiera yo prescindir de estas que tanto me obligan a abrazarme con ella, ¿no hallo también otras muy poderosas que me la aconsejan, que me la persuaden y que me manifiestan su necesidad y utilidad? ¡Cuántos pecados he cometido! ¡Cuán repetidas han sido mis ofensas contra el cielo! Pues ¿qué medio para repararlas qué para borrarlas y limpiarme de ellas si no la penitencia? "Si no hago penitencia cierta es mi perdición eterna," como me lo escriben las sagradas páginas: y si la hiciere, viviré para siempre, y el Señor se olvidará de cuantas culpas hubiere cometido contra él.

¡O felicidad! ¡Fortuna incomparable! ¡Cuánto daría un hombre de los que hubiese incurrido acá en el mundo según las leyes en delito de proscripción o de muerte, y solo con algunas muestras de arrepentimiento y pruebas de enmienda los viese absueltos y borrados! ¿Qué hacéis, mortales, que a tan poca costa no adquirís tan particular remedio? ¿Qué os cuesta ceñiros un cilicio, castigar vuestra carne con una disciplina, ayunar como es debido y cercenar el sueño para estar vigilantes en la oración? Pero qué.... ¿Os espantáis? ¿Tembláis ya horrorizados al oír unos nombres tan inhumanos y crueles a vuestro parecer? ¿Pues qué hubierais dicho si vivierais en tiempo de los Antonios, Pablos, Arsenios, Pacomios, Jerónimos y demás anacoretas? ¿Qué si hubieseis repasado sus chozas, sus camas, sus vestiduras, sus alimentos y los instrumentos de mortificación y penitencia?

¿Qué si los miraseis tan flacos y consumidos que parecían ambulantes esqueletos? ¡Estos sí que meditaban la pasión de su Redentor estos sí que apreciaban el costoso precio de su rescate! Con todo eso no te escuses no alegues pretextos, criatura católica, pues no te estrecho yo á tan grande austeridad aunque debiera muy bien exhortarte a semejantes mortificaciones, porque la gloria , que era el fin a que se dirigían las de aquellos, es la misma a que tú caminas, y por tanto lo mismo debes tú trabajar para conseguirla No , no exijo de ti tan rígidas penitencias mucho más fáciles son las que te pueden reconciliar con Dios, y yo me daría por contento si las practicases Calla, deja esos tratos ilícitos con que tanto ofendes a Dios; evita esas ocasiones que te hacen caer en pecado ; retírate de esa compañía de perdición; no continúes en esas murmuraciones tan dañosas al prójimo; sufre, lleva con paciencia el genio de tu consorte, de tus padres y señores ; no desees vengar tus injurias, abrázate con humildad con los trabajos que te envié el Señor; tolera las molestias de tu pobreza, de tu oficio y de tu empleo; despójate de la vanidad y de la soberbia; arroja esas galas y renuncia las ilícitas y nocivas recreaciones por último, si tienes un poco de reflexión, conocerás que en estas y otras cosas que tanta repugnancia te cuestan , puedes ir practicando una laudable y útil penitencia¡

O alma mía, aprende aquí una mortificación y penitencia que desconocías, ¡pudiéndote ser tan fácil! Justo es, Madre mía, que desde ahora comience a remediar tantos males como ha producido mi culpa Desde ahora os doy palabra de utilizar tantos medios como tengo para la satisfacción. Y no solo lo haré por esto, sino que por vuestro amor estoy resuelto a mucho más, con el dictamen de
mi confesor, para apreciar así la sangre de Jesucristo y el fruto de mi redención, y para portarme como siervo vuestro.






DIA XV.
¡Que inhumanos, Virgen Santísima qué crueles y desapiadados eran los judíos! ¡Qué corazón tan empedernido tenían! Porque siquiera al considerar que al día inmediato iba a espirar con tormentos tan terribles como le preparaban, debían dejarle reposar en la noche, para que tuviese fuerzas y valor para sufrirlos A cualquier reo, por gravísimos que sean sus delitos, se le dispensa una justa conmiseración; pero a este dulcísimo Redentor, que inocente padece por delitos ajenos, no se le da alivio alguno, ni aun el más mínimo descanso.

¡Barbarie inaudita! ¡Cruel dad incomparable! Pero si con un poco cuidado dedicamos nuestra reflexión á registrar o examinar la conducta de muchas criaturas que son por la misericordia del Señor católicas y no hebreas, descubriremos con el más profundo dolor que no se compadecen de la terrible noche que pasó nuestro divino Redentor en la casa de Pilatos. La razón es muy clara porque solo al recordar nosotros que tal hora, tal día, tal mes o en tal ocasión nos sucedió algún infortunio o calamidad, bien presente lo tenemos y muy bien nos lo representamos cuando llega Pues siendo esto efectivamente así, ¿ no podremos asegurar con lágrimas en nuestros ojos que hay muchos que se dicen cristianos , que no se compadecen de la terrible noche que sufrió nuestro inocente Jesús y su contristada Madre? ¿Qué es, si no, infelices, lo que muchos piensan y en lo que emplean las noches, cuya oscuridad, cuyo silencio y cuya ocasión les recuerda aquella noche tan terrible para el Redentor y tan fatal para su tierna Madre? ¿Las emplean por ventura en leer algún libro devoto u honesto é instructivo en rezar con la familia el rosario u otras devociones, en coser, en algún juego o lícita recreación o en algunas cosas semejantes, tan propias de un buen cristiano u hombre de bien? ¡Ojalá que así fuera!

¡No tratamos aquí Virgen Santísima, ni hablamos indiferentemente con todos, porque afortunadamente se hallan buenas almas, fieles y exactos Servitas, que saben recordar los padecimientos de aquella noche funesta, y emplearse en obras de virtud y de piedad! Nos lamentamos, sí, con el más profundo sentimiento de otros muchísimos, que las emplean en tertulias ilícitas, donde la conversación favorita es la murmuración, la disolución, ¡la lascivia y el libertinaje de las pasiones! ¡De aquellos que las emplean y consagran a unos espectáculos de inmoralidad y disipación, aprendiendo en ellos, no el pundonor, la sencillez y la virtud, si no los inicuos tratos, los impuros amores, la infidelidad, el crimen y la maldad, en mascarados con el más paliado disfraz de inocencia y rectitud!

¡O peste digna de ser deplorada! ¡O insensatez y necedad! ¡No ha de haber dinero para dar una limosna a un pobre, para socorrer a una afligida doncella, para aliviar a un necesitado enfermo, u otras obras de que tanto bien resulta a las almas, y sí para contribuir tan locamente a nuestra perdición y a la de los demás! Otros las dedican a la concurrencia a los bailes, y á excitar contra sí la maldición de Dios que irritado clama: "¡Ay de vosotros, bailarines, pueblo cargado de iniquidad" ¡Y todavía hay quien los defienda, todavía quien los sostiene por justos y sensatos! ¡Locos ignorantes no queráis cohonestar lo que terminante mente el cielo abomina y repudia! ¿Cómo se hubieran seguido de ellos tan funestas consecuencias si fueran tan inocentes como suponéis?  Mientras que Moisés estaba en el monte recibiendo la ley del Señor, se levanta
el pueblo a bailar al rededor del be cerro que había formado, y el mismo Dios le dice: "Baja, baja al instante, Moisés, que el pueblo me está ofendiendo. Baile
inocente y honesto era el que formó la hija de Jepté para salir a recibirle cuando volvía vencedor; pero tuvo que sufrir la muerte de él mismo, para cumplir la palabra que había dado a Dios cuando se halló en peligro, que fue sacrificarle lo primero que hallase al entrar en su casa, si volvía a ella triunfante Baile inocente era el de la joven Herodías, y de él resultó la muerte del Bautista.

Pero ¿a qué más pruebas que las que todos los días experimentan sus prosélitos y concurrentes en los efectos tan nocivos para sus cuerpos y para sus almas? Para sus cuerpos, pues gastan sus dineros en las joyas, en los adornos y en las galas, se fatigan toda una noche con movimientos violentos, se ven flacos, consumidos , enfermizos y sin salud para sus almas , porque se encuentran cargados de pereza y gravados por el desenfreno, incapaces para frecuentar los sacramentos de vida eterna; cobran horror a la virtud, miran con tedio a los virtuosos, manchan su conciencia con multitud de crímenes, se facilitan en la culpa, ejercitan las lecciones que en ellos aprendieron, fomentan las pasiones , y atesoran un cúmulo de delitos para formar su perdición eterna. ¡Ah! si el confesor alguna vez les mandase alguna penitencia mortificativa ¡cuántos pretextos buscarían! ¡cuánto se quejarían de su proceder! Si en penitencia les mandase tales desatinos como hacen contra su cuerpo, su salud y su dinero ¡qué indignación, qué plegarias contra él!...

Otros destinan las noches para los acechos, para las rondas, para los galanteos, para le des honestidad, para la intriga, para el robo, valiéndose de la oscuridad como celaje de sus desórdenes, sin considerar que Dios, aunque sea el sitio más oscuro y tenebroso, todo lo ve y presencia... ¡Qué bien Madre, santifican estos las noches y las consagran a la memoria de lo infinito que padecisteis! Mas si un funesto error ofusca su imaginación y les sostiene en su engaño, ocasión es esta, Reina de mi corazón, para que yo avisado corrija mis excesos y las emplee
mejor en vuestro obsequio, resarciendo sus faltas y satisfaciendo por ellos. así, Señora, os lo prometo muy gozoso, por saber que en ello os presto algún consuelo y me hago digno de vuestra maternal correspondencia.








DIA XVI.
Se ha finalizado el juicio que los inicuos han formado contra vuestro querido Hijo. Echaron ya el falló a su causa, y le condenaron a muerte... ¡O juicio sin justicia! ¡O injusto juicio! Pero Señora mía, hoy que veo delante de mis ojos un proceder tan descaminado, quiero recordar a mi alma, en los sentimientos propósitos que he de formar en este día, a diferencia con que el supremo Juez ha de proceder en el juicio en que ha de residenciar a todos los mortales en el día formidable de la cuenta ... ¡Ah! ¡Qué día aquel tan terrible! ¡Qué signos tan espantosos han de anunciar su aproximación!...

¡Qué temor producirá en los malos la vista sola del Señor! ¡Se acabaron ya los delitos, dirán, se finalizaron nuestras pasiones, y ahora a la faz de todo el mundo van a ser publicadas para su castigo! ¡Qué vergüenza, alma mía, le causará al deshonesto el oír que sus obscenidades se van a publicar, y a ser sabidas de todos los que antes las ignoraban! ¡Qué confusión para el murmurador, para el ambicioso, para el vengativo y para el cristiano impío y desmoralizado el ver que sus delitos se hacen patentes y sabidos aun de aquellos que en el mundo les tenían por buenos y mortificados! Pero todo esto será más llevadero, que el escuchar la sentencia que Dios ha de pronunciar después de justificadas las iniquidades: "Id, les dirá, id, malditos, al fuego eterno, que os está preparado desde la eternidad; porque me visteis hambriento y no me disteis de comer, sediento y no me disteis de beber, desnudo y no me vestisteis." ¡O Dios mío! ¿Quién oirá tales palabras sin estremecerse y aterrarse? Entonces gemirán y clamarán: "¿Cuándo te vimos hambriento y no te dimos de comer cuándo sediento y no te dimos de beber cuándo desnudo y no te vestimos? No lo hicisteis, les responderá el Señor, con los pobrecitos y desvalidos, que eran mis semejantes. Id sin réplica a los abismos, apartaos de mí por toda la eternidad." "Caed, montes y collados, sobre nosotros, gritarán, y sepultadnos en vuestras ruinas.

¿Para qué, Dios mío nos criaste? ¿Por qué no nos ocupó la muerte en el vientre
de nuestra madre? ¿Por qué no perecimos antes de nacer? ¿Por qué nos recibieron en el regazo? ¿Por qué nos alimentaron con su leche? ¡Ojalá que nada de esto nos hubiera sucedido, y no os hubierais acordado de criarnos para venir a este fin! Mas nadie nos tiene la culpa nosotros mismos nos hicimos reos de condenación eterna, pues sabiendo los preceptos del Altísimo los hemos menospreciado. Tú eres justo, Señor, tu juicio recto "Alma mía ¿qué te llenas de pavor y confusión al ver el fin de los malos en el juicio de Dios? ¿Te afliges
y estremeces al considerar que sin remedio te has de hallar en él y ser juzgada? ¿Te consternas sobremanera solo con su memoria? Pues no... no temas, alma mía, no te acobardes, cuando ahora tienes tiempo de prevenirte Allí te pedirán cuenta de la sangre, de los tormentos, de la Pasión de Jesucristo, de los dolores, aflicciones y penas de su Santísima Madre tan menospreciados por tus pecados Allí te pedirán cuenta de las inspiraciones, de los llamamientos de la gracia, de los avisos que Dios te ha dado, de la paciencia con que te ha sufrido, y del fruto de los santos Sacramentos que tan descubiertamente has profanado Y bien, ¿por qué has de dudar tanto de su buen éxito, cuando ahora sabes lo que tienes que hacer? Una vida santa, recogida, arreglada y compungida será la que te ahorrará después todos los temores y confusiones.

La penitencia, si caíste en algún pecado, te restituirá a la reconciliación, sin que jamás te dejes sorprender de la desesperación o desconfianza. Si así lo haces no te dé cuidado alguno, porque, aunque tus culpas hayan sido escritas en el libro de la cuenta, serán borradas por tu arrepentimiento y dolor, fundado en los méritos de Jesucristo Prométeselo así hoy a tu Madre dolorosa, dala una firme palabra, y procura cumplirla, para que después del juicio del Señor, pases a disfrutar sus caricias estando en su compañía.








DIA XVII.
En efecto, Virgen desconsoladísima, somos muy ingratos los mortales. Solamente la fineza del amor de vuestro Hijo, que tanto se realzó en su acerba Pasión, sería bastante para hacernos huir del vicio y cobrarle un horror y tedio especial. Mas la causa de nuestro poco aprecio y correspondencia hace mucho tiempo que está sabida, y es, "el que está desolada la tierra, porque no hay ninguno que reflexione en su corazón. Si esto se hiciera, sin duda alguna el hombre amaría y buscaría la virtud, para demostrar en ello su reconocimiento a los infinitos beneficios del Señor, y su horror al pecado, ocasión y motivo de los padecimientos de Jesucristo. He aquí, alma mía, por qué hoy debes sentir un afecto é inclinación particular a la virtud, cuyo sentimiento deberías desear se comunicase a todas las demás. "No sé, dice el V. P. Fr. Luis de Granada, qué linaje de escusa pueden alegar los hombres para dejar de seguir la virtud, pues tantas razones se presentan en favor de ella." Y a la verdad, que son tantas, que cada vez ofrecen al hombre mil motivos de confusión. Porque ¿qué necesidad tenía Dios de criarle, si tan Dios, tan eterno, tan poderoso y magnífico era, aunque no lo hubiera criado?

Quiso el Señor usar de este rasgo de su omnipotencia y misericordia, y después de sacarle a ver la luz y disfrutar de las cosas que para él había criado, lo extendió aún mucho más en conservar le la vida y hacer producir y fructificar á
todas las criaturas cuanto para ello fuere necesario. Pero, ¿y qué del beneficio tan grande de habernos hecho nacer en el seno del cristianismo, y en el gremio de la Católica Iglesia? ¡Cuántos infelices, que acaso hubieran correspondido mejor que nosotros, han quedado sentados en las tinieblas y sombra de la muerte, y no fueron como nosotros llamados! Sobre todo, alma mía, sobre todo, ¿con qué le pagarás el inmenso beneficio de tu redención? ¿de aquella redención que fue obra de su sangre, de sus tormentos, de su pasión y de su muerte? ¡Oh qué incentivo tan grande es este para que te animes a la virtud!

Además ¿no estás viendo tú misma el gozo y alegría de los que la siguen y la conservan? ¿Cuál hallas á Abrahán, a Isaac, á Jacob, á Judit, á Tobías, á Mardoqueo, con otros muchos del antiguo Testamento, y con los apóstoles, discípulos, mártires y confesores del nuevo, aunque fueron tentados, perseguidos, angustiados, calumniados y malquistos de la fortuna? ¡Qué bondad... qué fe que caridad qué confianza, que paz y tranquilidad! ¿Y cuál es la causa, sino la que David asigna cuando dice: mucha paz, Señor, tienen los que aman su ley, ¿y por nada se perturban? En efecto, con qué satisfacción van siempre acompañados; qué superioridad de espíritu los anima en las contradicciones de un mundo que no es digno de ellos; cómo alejan de sí las agitaciones que produce una conciencia manchada y perturbada con el crimen; con qué serenidad aguardan el momento último de su vida, cuando por el contrario los pecadores le temen y tiemblan.

¿Qué más se puede decir ni pensar, alma mía, sobre el fruto de la virtud, cuando ha de ser alabada aun de los réprobos, que llenos de confusión en el juicio clamarán: "Nosotros, insensatos, juzgábamos su vida por locura y su fin por deshonor: les veíamos mortificados apartarse de las vanidades y entregarse al retiro, despreciadores siempre del placer y de la comodidad, compañeros de la penitencia, y entonces les juzgábamos por mentecatos; pero mirad como ahora son contados entre los hijos de Dios, y disfrutarán de su vista en compañía de los santos. Todas estas garantías son premio debido a la virtud Síguela, alma mía; resuélvete de una vez, aunque el mundo te aborrezca, pues bien sabes que primero aborreció a tu Redentor, aunque te rechifle y haga burla de ti, que algún
día será para él el pesar, y para ti la satisfacción y la alegría Lo prometo así, Madre amantísima, a lo menos para corresponder y daros muestras de que aprecio y estimo los favores que vuestro Santísimo Hijo me hizo con su pasión y muerte, manifestando en ello ser vuestro siervo reconocido, y confiando merecer por ello una eterna felicidad.








DIA XVIII.
Yo admiro, Señora mía, la paciencia de vuestro querido Hijo Jesús y la vuestra, porque cuando a este Señor le cargaron la cruz sobre sus hombros tan delicados, ni los apartó, ni les replicó que no era costumbre ni ley que el que caminaba al suplicio llevase él mismo el instrumento, sino que sin abrir sus divinos labios la tomó y abrazó con sumo gusto y contento. así mismo cuando vos, Madre mía, veíais las injurias y conocíais lo malos é indebidos tratamientos que usaban aquellos hombres bárbaros con vuestro querido Hijo, no os movéis á impaciencia o deseo de venganza, antes bien os mostráis conforme con las disposiciones soberanas, y recibís con voluntad pronta cuantas penas os envía el Omnipotente. En esta misma admiración me ofrecéis un modelo para re formar con él la viciosa inclinación que me domina en todas mis adversidades y trabajos, y renovar en mi corazón la incomparable virtud de la paciencia.

¡Qué poco, alma mía, imitamos a nuestro Redentor y a su Madre en las ocasiones que nos proporciona virtud tan excelente como la de la paciencia! ¡Tanto mérito y realce como obtuvieron del Eterno Padre, y nosotros, que podíamos acumular este tesoro para el día de la ira y de la venganza, tan descuidados y perezosos! En las calamidades que Dios nos envía, sufridas con paciencia, le encontraríamos sin duda y le conservaríamos; pero como nos falta esta lo perdemos todo... ¡Qué excelente y agradable a los ojos de Dios fue la invicta paciencia de Job! ¡Pero quién de nosotros padecería tanto como él! Arruinada su casa, destruidos sus ganados, muertos sus hijos, disipados sus gruesísimos haberes, tendido en un muladar, cubierto de úlceras, bullendo en gusanos, despreciado de su mujer, burlado de sus amigos y con todo esto no se le oye ni una sola queja de impaciencia, antes bien mil bendiciones, diciendo: Dios me lo dió, Dios me lo quitó, sea su nombre bendito. ¡Quién de nosotros sufriría tanto! Si apenas hay valor para vernos afligidos con alguna larga o penosa enfermedad o en nuestras casas a nuestros hijos, mujeres, criados o animales padeciendo cualquier dolencia si porque el marido o la consorte tiene mal genio o condición si porque los hijos traviesos causan alguna pesadumbre si porque no se logró bien este negocio , y salimos mal de tal empresa si porque tenemos que soportar las molestias de nuestro estado y obligación si porque de algún revés de la fortuna vinimos a miserables y si porque, últimamente, nos suceden cosas semejantes a estas lo echamos todo con mil Satanases, y en vez de usar las bendiciones del santo Job, prorrumpimos en maldiciones, por vidas, palabras escandalosas, y nos dejamos dominar de la soberbia e ira.

¡Qué necedad! ¿No sabéis que todo esto viene de la mano de Dios? Esperad un poco, y oiréis á Job que así lo continúa diciendo: "Si recibimos con alegría los bienes de mano del Señor ¿por qué con la misma no hemos de tolerar los males que nos envía? ¿Qué te parece, alma mía? ¿No recibes de solo estas expresiones un gozo y ánimo particular para armarte con el escudo inexpugnable de la paciencia? Y si es señal de que Dios nos ama cuando nos prueba y mortifica, ¿por qué nonos hemos de dar por muy contentos cuando nos llena de amargura? ¿Con qué objeto nos enviará los trabajos? ¿Será con el cruel fin de divertirse con nuestros padecimientos?... ¡Ah! Muy lejos de nosotros idea tal...

Nos mortifica para vivificarnos después; nos da la tribulación para sanarnos después; nos sepulta en un abismo de males para sacarnos después triunfantes a lo elevado de los cielos; nos lleva por los caminos de la cruz para que así más seguros lleguemos a su gloria. Nos anticipa, digámoslo de una vez, nos anticipa el purgatorio en este mundo, para que pasemos purgados de nuestras faltas y culpas sin detención a la gloria ¿Qué culpa, Dios mío, era la vuestra para tolerar
con tanta resignación tantos tormentos? No tenía alguna; pero, como dice el Evangelista, "convenia que así padeciese y entrase en su gloria, para enseñarnos con su ejemplo." ¡O Madre mía, yo propongo desde hoy imitarle! ¡Qué locura la mía, si viendo delante de mí tan ilustres caudillos, no tratare de seguir sus acciones! Vengan trabajos, Reina mía, que ayudándome vos y protegido de la gracia, espero recibirlos con resignación y paciencia...






DIA XIX.
De propósito y con toda deliberación, Virgen tristísima, salisteis a buscar la ocasión de hallar a vuestro querido Hijo Jesús; y el impulso interior del amor que consumía vuestro pecho era el resorte que animaba la máquina corporal y órganos naturales, desfallecidos y casi exánimes por tantos tormentos y penas como habíais padecido... Salís a buscarle para desahogar tan amorosas llamas, y satisfacer el deseo eficaz que teníais de abrazarle, estrecharos con él, y aun besarle si os fuera permitido ¡Heróica acción! ¡Hecho generoso! ¡Magnífica empresa! Aunque podíais tener por cierto que pereceríais y acabaríais vuestra vida a manos del dolor y sentimiento por verle en un estado tan lastimoso y conducido al suplicio; aunque también podíais haber conocido que os exponíais á que hiciesen algún atentado con vos aquellos bárbaros hombres, y a que os silbase y mofase aquella insolente turba, con todo, nada es suficiente a conteneros, pues juzgáis por más digna una acción excitada y producida del amor, que cuantos males os pudieran venir de ella.

¡Ejemplo admirable para muchos de los católicos, que por respetos humanos no se apartan de tantos vicios, y cometen tantas y tan lastimosas culpas! ¡Cuántos por el qué dirán no se retraen de las malas compañías y se dedican a obrar la virtud porque les llamarán beatos! ¡Cuántos por el mismo motivo no dejan a un lado las indecentes modas y se visten con la decencia que exige su estado, no van al sermón ni a las funciones devotas, ni se atreven tampoco a alistarse en el número de los siervos de María! ¡Cuántos no abandonan de una vez los bailes, tertulias y demás pasa tiempos porque no digan que se han vuelto encogidos y pusilánimes! ¡Cuántos no perdonan y se reconcilian con sus enemigos, conocidos y parientes con quienes están encontrados, por no parecer cobardes y de poca palabra! ¡Cuántos, finalmente, no ejecutan otros actos semejantes por no ser tenidos por de poco carácter, y por no perder el parecer y crédito del siglo de la ilustración! ¡O malditos del mismo Dios, a quien tenéis vergüenza de confesar, porqué cosa tan leve queréis perder vuestra alma!

¿Tenéis acaso fe? Pues si la tenéis y creéis que habéis de morir, y que todas las cosas de este mundo pasan como sombra y se desvanecen como el humo, y que en la última hora os alegrareis haber sido arreglados y conformes a la ley y preceptos del Señor, y no haber vivido según el mundo, ¿por qué hacéis caso de él? ¡Qué necedad! Es mundo loco, ¿y vosotros os queréis regir por él? Aprended de María Santísima a no hacer aprecio de sus dichos y costumbres. ¿Media la honra de Dios, la gloria de nuestra Madre, o la salvación de nuestras almas y de las de los prójimos?... Pues a ello, aunque el mundo nos insulte; a ejecutar semejante acción, aunque se burle de nosotros. ¡Qué poco que se hubieran hecho amigas de Dios de enemigas que eran suyas Thais la pecadora, Pelagia, María Egipciaca y Magdalena, ¡si hubieran hecho caso de los dichos y burlas del mundo! Pero oyeron la divina inspiración, y con santa resolución dejaron sus deleites sensuales, arrojaron sus trajes disolutos, se vistieron de saco y cilicio, y se entraron a los desiertos a buscar la penitencia y el retiro. Lo mismo les hubiera sucedido a tantos otros santos que al presente son el decoro de nuestra Iglesia y religión, y si se hubieran guiado por el mundo y sus locuras no serían sino su oprobio y confusión.

Pues, alma mía, ¿qué te ha de poner desde hoy impedimento alguno? Hablen digan búrlense y desprécienme los insensatos, que por eso no dejaré de ser asistente a los ejercicios de piedad y devoción que continuamente se celebran. Llámenme lo que quieran, que, aunque eso sea, mi mayor honra será llevar colgado en mi cuello el escapulario de mi Madre dolorosa, y el tributarla los servicios de fiel siervo. No omitiré jamás semejantes actos de virtud, pues estoy seguro que, aunque esto así me suceda en esta vida, en la otra participaré de los consuelos eternos...






DIA XX.
Extremos os hace hoy ejecutar, Virgen Santísima, el afectuoso amor que profesáis á vuestro amado Hijo... Por esto os resolvisteis a salir a su encuentro en un paso tan tierno como en el que este Señor se hallaba; por esto mismo determinasteis buscarle en esta ocasión tan lastimosa para seguirle después de hallado. Quizá algún inconsiderado entendimiento llegar a juzgar habíais obrado mal en salirle a buscar en tan críticos instantes, asegurado en la certeza de que os exponíais a morir con solo su representación, siendo así que entonces ni aun le podíais suministrar algún consuelo. Pero erraría sin duda en semejante conjetura, cuando debe saber "que el amor es fuerte como la muerte." ¡Ojalá que nosotros buscásemos ocasiones tan propias para manifestar nuestro amor a un Dios de quien tantos beneficios recibimos! Mas sucede todo, muy al contrario, pues muchas veces cometemos la culpa y le ofendemos porque no huimos las ocasiones de pecar.

No cabe la menor dificultad en que serían muchas las ofensas de Dios que evitaríamos si nos apartásemos al instante de la ocasión, porque la virtud más sólida va por tierra si no se halla fundamentada en este principio. "El enemigo mortal, que no se duerme y siempre está en vela, aunque nos vea prevenidos con armas de mortificación y penitencia, que para él son tan nocivas, con todo, por eso no deja de hacernos guerra, sin deponer jamás sus tentativas; ¿pues qué
hará cuando nos vea buscar la ocasión y meternos en ella? ¡Ay alma mía!... aun los más santos por no huir las ocasiones cayeron en un profundo abismo de miserias. ¿Qué le sucedió a un David, que estaba cortado a la medida del corazón de Dios? Pues muy pequeña fue la ocasión, porque no hacía más que pasearse por su galería a la hora del medio día, y viendo lavarse en el baño á Betsabé, se detuvo a observar su hermosura, de cuya detención resultó cegarse de una criminal pasión, por la que cayó en adulterio y quitó la vida ignominiosamente a su pobre marido el fiel Urías.

No era tampoco la ocasión de Dina más que el ver las mujeres de aquella tierra donde había llegado; pero de solo esta curiosidad resultó que, viéndola el joven Sichem, cometiese otra deshonestidad violentándola, de cuyo hecho provinieron tantas desgracias. ¿Para qué dilatar más nuestra comprobación cuando son tantos por desgracia los diferentes casos que lo comprueban? ¿Para qué detenernos en registrar las historias santas y los escritos profanos en la investigación de una tan constante verdad? ¡Ah!... ¿Para qué, cuando todos sentimos los lastimosos estragos de aquella ocasión no evitada por nuestros primeros padres en el Paraíso? Con tan evidentes lecciones, con tan singular experiencia, ¿vacilarás ni un instante, alma mía, en las consecuencias que resultan de no huir las ocasiones? A buen seguro que si no hablásemos con tal persona, si no la buscásemos ni aun por escrito, ahorraríamos el tener después aquellos pensamientos, aquellas inquietudes y desasosiegos, tan nocivos para nuestra alma como molestos para el cuerpo Cierto es que si no asistiésemos a tal concurrencia, si no tratásemos con algunos amiguitos, si no fuésemos a la iglesia (que hasta en el templo introducimos nuestros desaciertos), al paseo en tal o cual hora y día, que si no bebiésemos demasiado y cargásemos el estómago, si no recibiésemos dones de alguna persona, y si no hiciésemos otras mil cosas de este tenor, y que cada uno puede conocer en sí, viviríamos más tranquilos, evitaríamos muchas desazones, no contraeríamos tantas enfermedades, ni tendríamos mala reputación, y lo que más importa, no llevaríamos pecados tan graves sobre nosotros. ¿Y no te atreverás, alma mía, a poner desde ahora cuidado en evitar las ocasiones en las que se ofende a Dios, se ultraja á María y se pierde tu felicidad?

Por eso mi mayor cuidado, Virgen dolorosísima, será este; aunque por huir las ocasiones y evitarlas en un todo tenga que separarme, como otro Abraham y Lot, de mis más queridos parientes o amigos, y cosas que más llamen mi atención, para tener así propicia a mi Reina y Madre dolorosa, y en su soberano palacio de la gloria.








DIA XXI.
Mucho contribuía, Virgen tristísima, a duplicar vuestras penas y dolores la poca compasión y caridad que con vuestro Jesús tenían los judíos. Verdad es que no podían ya menos de satisfacer los decretos del Senado y sus pretensiones, que eran el que se le quitase la vida; pero también es innegable que mucho le podían haber escusado el padecer tantos tormentos si se hubieran reportado, tanto en las mofas y malos tratamientos, cuanto en la jornada hasta el Calvario y en el desnudarle de sus vestiduras. Muy gran sentimiento os causaba este inicuo proceder que usaban con él; pero mucho más os causará al presente á vuestro Santísimo Hijo y á vos el ejemplo é imitación que se advierte en muchos cristianos de tan impía canalla ¿Qué caridad Madre mía, es la que acompaña a muchos de los que profesan la religión santa de vuestro querido Hijo? ¡Yo no lo acierto a describir! Pero si se coteja con la definición que de ella da el Apóstol, es muy fácil llegarlo a comprender. En primer lugar, dice "que es benigna "

Mas ¿cuál es la benignidad de aquellos? ¡Ah! ciertamente están poca, que acaso es ninguna. No pue den sufrir el más leve defecto del prójimo sin encolerizarse y dar muestras de furor y por lo mismo no tienen el otro carácter de la caridad, que es no irritarse. Tampoco es ambiciosa; y la de nuestros días lo es tanto, que piensa que por dar una limosna a un pobre le ha de faltar, y así son des pedidos muchas veces con groseros modales, sin considerar que el que a ellos desprecia al mismo Dios desprecia. No piensa mal del prójimo, como piensa la nuestra; pues cualquiera acción que vemos en él, que puede ser no lleve mala intención, al instante la echamos nosotros a la peor parte, y formamos de ella materia para
murmuraciones. No se alegra del mal ajeno, vicio tan frecuente y por el que tantas veces desahogamos nuestra rencilla y rabia Por más que le veamos padecer, con una entereza dimanada del mismo Lucifer, estamos muy enteros y decimos: me alegro, que pague el mal que me ha hecho. Todo, en fin, lo sufre, cree y espera la verdadera caridad, pero la nuestra nada de esto ejecuta.

Ved aquí por qué el Señor no da muchas veces oídos a nuestras peticiones, no somos dignos de que nos escuche Dios, cuando no queremos permanecer en su
imitación; porque el Señor es la misma caridad. así era que cuando los judíos se quejaban diciendo: "¿por qué ayunamos y oramos, y no escucháis nuestras oraciones, ni hacéis caso de nuestros ayunos?'' les respondía Dios: "porque en el día del ayuno hacéis vuestra voluntad; oprimís a todos vuestros deudores ayunáis, mas no de pleitos y contiendas, ni de hacer mal á vuestro prójimo…

 No es, pues, esto lo que me agrada. Pero si rompiereis las escrituras y tratos usurarios, si levantarais de encima de los pobres las cargas con que los tenéis oprimidos, si dejaseis en su libertad a los afligidos y necesitados, si partiereis el pan con el mendigo y acogiereis á los peregrinos, é hicieseis semejantes oficios de caridad, entonces podéis pedirme y aun argüirme si no os lo concedo ¡Tal es la recomendación que el Señor hace de la caridad! Esto solo basta, alma mía, para que desde hoy renueves tus deseos, y te inclines a los sentimientos de la caridad. Sientes, y con razón, la impiedad de los judíos; te dueles de su poca compasión con el Redentor ¿y no has de conocer que te asemejas a ellos si no procuras aprovecharte de las preciosas lecciones de la caridad? ¡O dulce Virgen!
os prometo" romper los vínculos de aquellos impíos, y arrojar de mí su abominable yugo", ejercitando la compasión y la caridad. Conozco que este es el modo único de no engañarme, y el camino seguro para llegar a unirme para siempre con vos...








DIA XXII.
Qué extraño era, dolorosísima Virgen, ¡que quedaseis penetrada del sentimiento y poseída del pesar al percibir aquel sonido tan des apetecible y cruel que formaban los golpes del martillo! ¡Cómo se representarían a vuestra alma los acervos dolores que entonces padecería vuestro Hijo Jesús! Sabíais muy bien que aquel mismo cuerpo era obra del Espíritu divino, y por lo mismo le juzgabais por el más delicado y excelente.

Cada golpe de aquellos tan repetidos y funestos se convertía en un agudo puñal
que traspasaba de parte a parte vuestro corazón, y por lo tanto los percibíais todos distintamente, basta tanto que vuestros sentidos se enajenaron a la violencia de la aflicción, y al triste recuerdo de su delicadeza y sensibilidad. A vuestro ejemplo, Madre mía, debíamos nosotros dar oídos a los golpes y llamamientos que nuestra conciencia nos da, cuando el fiero monstruo del pecado clava, despedaza y rasga nuestra alma, que es lo más apreciable que tenemos, cuando por desgracia le hemos cometido.

Después de la culpa de Adán, no ha habido ni habrá, excepto vuestro Hijo Santísimo y vos, criatura alguna exenta de esta herencia, cuya carga molesta y funestos efectos experimentamos en tantas ocasiones como renovamos la iniquidad y cometemos el crimen: pero también es constante que ninguna criatura deja de sentir los estímulos y golpes que su conciencia continuamente le está dando Aunque el comerciante, el artífice y letrado se regocije y alegre al ver la excesiva ganancia y el aumento de su caudal, que ha adquirido por enredos, fraudes y sofismas, siempre advierte un no sé qué allá dentro de su corazón que no le permite sea su gozo completo. Aunque el marido infiel, la mujer inconstante, la caprichosa doncella, el joven despreocupado que han cometido la deshonestidad, que han dado satisfacción a su antojo y deseo, procuren entretenerse, distraerse o divertirse, ya en el paseo o la tertulia; aunque cante o baile, siempre, siempre le viene a la imaginación su delito, y como David no lo pueden apartar de: Peccatum meum contra me est semper. No hay que cansarse ni darle vueltas; porque aunque hayamos hecho cualquiera cosa que sea ofensa de Dios, y pongamos todos los medios posibles para olvidarnos de ella, y aun concedamos todavía más: supongamos que lo podemos conseguir por algunos años, pero al cabo vuelve otra vez el gusanillo á roer, vuelve a sonar el golpe, y vuelve otra vez a representársenos el pecado: Peccatum meum contra me est semper. No hay duda que son inevitables estos estímulos de nuestra conciencia fiel, cuyo amargo torcedor solo la confesión y penitencia pueden borrar.

Pero ¿hasta dónde ha de llegar nuestra insensatez y necedad?... Estos remordimientos, alma mía, estos golpes de nuestra conciencia son gracias especiales del Señor que, como amoroso Padre, nos quiere recordar nuestro delito para no verse obligado a castigarnos eternamente. ¿Y nosotros no hemos de recibir estas advertencias cariñosas, antes, por el contrario, hemos de buscar medios para distraerlas y olvidarlas? ¿Cómo podremos quejarnos el día que nos encontremos en el infierno si Dios nos dirá: "Te llamé, te avisé con tiempo, y no me quisiste responder" ¿A dónde apelaremos entonces? ¡Cuánto nos pesará el haber sido sordos, cuando pudimos tan fácilmente haber confesado nuestro pecado que tanto nos remordía y angustiaba! Mas no quiero, alma mía, que pases más adelante, porque desde ahora es preciso sobreponerte a toda tentación de menosprecio, a los avisos de la conciencia; ahora es ocasión para no desperdiciar los llamamientos del Señor.

¡Ah! no me quiero condenar, Madre mía, ni vos tampoco lo queréis; por eso os prometo ser desde hoy el más pronto en tranquilizar mi conciencia a la más leve insinuación que me dé de estar culpado. Con esto viviré tranquilo, y sin temor de aquella terrible reconvención: y así sirviéndoos con la paz de mi corazón, completaré después mis deseos de amaros en la feliz eternidad.








DIA XXIII.
Grande es en efecto el ánimo que habéis adquirido, Señora mía, por ver ya el sacrificio que ha de reconciliar a los hombres con Dios, en la forma con que se ha de presentar al Eterno Padre para exigirle esta gracia. Si no supieses, alma mía, que este es el motivo por que ahora miramos tan fortalecida a María, podías objetar y decir: ¿pues cómo María se manifiesta tan entera cuando los tormentos de Jesús se han duplicado, y su muerte está tan próxima? ¿Por qué la consideración de la salud del linaje humano no ha sido siempre la que la aliviase como ahora las aflicciones, y la preservase de sus continuas congojas? Mas no tienen lugar semejantes discursos, siendo así que ahora, para decirlo más propiamente, si así se puede explicar, dio por más bien empleados los suspiros pasados por mirarle en aquel signo tan tierno de amor y reconciliación.

¡Corazón magnánimo y generoso el de nuestra Corredentora María! Pero lo que más debes advertir, alma mía, y llamar tu atención, es el ver que entre las exclamaciones con que la buena Madre desahoga su sentimiento, la que más parece la penetra es causada al mirar la desnudez vergonzosa del santísimo y castísimo cuerpo de su Hijo ¡O misterio inefable en la desnudez de Jesús halla María el mayor pesar, porque sabe lo que el Señor estima la honestidad y la pureza! ¡Qué suspiro tan profundo podía yo arrancar Virgen castísima, desde el más recóndito seno de mi corazón! ¡Ah Reina mía! ¡Si presenciaseis y con vuestros ojos miraseis los escándalos que sobre este particular se cometen funestamente en nuestros desgraciados días! ¡Si vieseis cómo se halla tan perdida en todos los cristianos la preciosa margarita del pundonor, de la vergüenza, de la castidad tan enlodada y denegrida con el cieno inmundo de la lascivia! Yo creo, Señora, que el haber demostrado vos tanto sentimiento por la desnudez de vuestro Hijo, fue porque preveíais los efectos lastimosos de este vicio, y el dilatado dominio que había de tomar sobre los hijos de Adán.

La hermosa y cándida flor de la castidad, que forma las complacencias del mismo Dios y vuestras delicias, está tan hollada y marchita en nuestros días aciagos, que su fragancia, convertida en fétido hedor, provoca de continuo las iras de Dios contra los miserables mortales ¿Es así, juventud corrompida? ¡Qué bien que la procuráis conservar, viviendo según los apetitos torpes de la sensualidad; y lo más doloroso y sensible es, que después que os halláis en un abismo de congojas y penas por sus resultados formidables, en cuanto salís de ellas volvéis a los antiguos tratos y prohibidos amores, ¡acordándoos solo de santa Bárbara cuando truena! ¿Es así, casados licenciosos y mal informados de la santidad del sacramento que habéis recibido? ¿Qué estimación hacéis de la hermosa prenda de la honestidad y pudicicia, pues, aunque seáis casados, también a vosotros comprende la virtud de la castidad, viviendo en comunicaciones escandalosas, de las que tanto perjuicio se sigue a vuestra familia e intereses, y tan gravísimos daños para vuestras almas? ¿Es así, hombres y mujeres sin pudor ni vergüenza? ¿Qué caso hacéis de esta virtud, cuando formáis vuestro placer en menos preciarla, abrasándoos como los sodomitas en las voraces llamas de la lujuria, y sosteniendo casas públicas de comercio infame, donde el casado tropieza, el joven se corrompe y se fomentan a su sombra las clases de vicios más degradantes é injuriosos? ¿Y se sostienen?

¡Dios de bondad! y se permiten, digo mal, ¿y se patrocinan en una nación tan católica establecimientos tan viles, lupanares tan nocivos, casas de tamaña iniquidad y crimen? ¿Y se extrañará todavía que ha ya tantos matrimonios desavenidos y enredados, tantos mancebos perdidos y tantos ladrones cometiendo sus crueldades por todas partes? No, no se busque lo causa, cuando está ella misma indicando que de allí sale y nace todo cuanto la funesta experiencia nos descubre ¡Hasta donde no se ha extendido ya el dominio de la lujuria! ¿Quién hay, no digo de mediana religión, sino de mediana crianza, que pueda salir por las calles y plazas sin confundirse y avergonzarse? Aquí verá una señorita rígida observadora de la novedad y de la moda, que no sabrá acaso cómo se toma la aguja y cómo se responde al catecismo de la doctrina cristiana, adornada con la mayor profanidad y desenvoltura. Allí repara en una mujer de las que el mundo dice de romper y rasga, y la religión llama lazo del demonio, que, con sus movimientos descompasados, su aire sin moderación y sus vestidos cortos y muy bien acomodados va seduciendo al crimen a cuantos necios la correspondan. En esta parte encuentra unos jóvenes mentecatos y sin pizca de reflexión, que, gloriándose de ser licenciosos, provocan a las doncellas y mujeres honestas que por allí pasan.

En la otra divisa un corro de chiquillos que apenas se les ve en el suelo, y aterran los oídos piadosos con deshonestidades y blasfemias. Por último, si entra en muchas casas y observa sus adornadas salas, no verá ya aquellas imágenes dulces de nuestro Redentor, de María Santísima o de sus Santos, sino las de Venus u otros paisajes que hieren aun a los ojos más desmoralizados ¡Buen Dios! ¿Y tú callas, tú sufres, tú tienes paciencia? ¡Oh no, no, me engaño! Tú nos castigas por estos pecados con las guerras que nos destruyen, con las pestes y enfermedades que nos acaban, y con los trabajos que cada uno experimenta en su casa... Alma mía, ya no más si te has extraviado alguna vez. Dios te perdonará si tú mudas de conducta. Lo propongo de veras, Madre mía; guárdame tú, ayúdame tú para vencer ya de una vez a mi enemigo, para que hallándome ya con la vestidura nupcial de la gracia, entre después a las bodas del cordero inmaculado.







DIA XXIV.
Gravísimos deben ser, compasiva Virgen, los tormentos que en el infierno padezcan las almas de los condenados, cuando sois tan cuidadosa y deseáis con tantas ansias librar de ellos a los mortales. Los motivos principales que les hacen tan crueles entre otros descubro solo tres. Uno de ellos es la Pasión del Redentor, que solo se dirigió a librarlos de ellos, y que con tanta osadía menospreciaron; otro es el furor de los demonios, ministros destinados para la justa venganza de Dios; y el último es la enormidad de la culpa, y la misma gravedad del pecado que clama por el castigo. ¡O miserables, que visteis padecer al mismo Hijo de Dios y rey absoluto de cielos y tierra por vosotros sin necesidad, y le volvéis las
espaldas con torpe ignominia! Sufrió por vuestro bien tormentos inauditos, y por lo mismo es razón que vosotros los sufráis también eternamente.

¡Ah Madre de mi corazón! ¿Es posible que seamos tan estúpidos que tan poco cuidado pongamos por no vernos afligidos con tan terribles tormentos? Si hubierais tenido presente tanta necedad, ¿cuánto más lo sentiríais? Y a la verdad que es digno de llorarse con lágrimas de sangre el que, por unos gustos terrenos y momentáneos, permitamos hacernos dignos de una eterna condenación ¡Cuántos de los que yacen sepultados en aquellos oscuros calabozos darían por muy feliz su suerte si les permitieran volver a este mundo al estado de viadores, para merecer en su muerte la eterna gloria! No es exageración Escuchad los clamores del rico avariento, el cual, viendo que no se le concedía el corto alivio de que Lázaro le socorriese con una gota de agua, exclamaba diciendo "Padre Abraham, te ruego que a lo menos le envíes a la casa de mi padre para avisar a cinco hermanos que tengo procuren no venir a este lugar de tormentos "Oíd sino los clamores rabiosos de aquel padre o madre, que revolcándose en las voraces llamas y mordiéndose las carnes, se lamenta diciendo: malditos hijos, que por no haberos castigado a su tiempo y criado bien, apartándoos de las malas compañías y de las modas corrompidas, estamos penando en este fuego sin esperanza de alivio!

¡Malditos padres, contestarán los hijos sumidos también en aquel funesto lugar,
que por el mal ejemplo y doctrina que nos disteis con vuestra desarreglada vida, y por el poco cuidado que de nosotros tuvisteis, somos atormentados con estas penas indecibles! ¡Desgraciados de nosotros, gemirán los demás condenados, que por haber vivido sin temor de Dios y al antojo de nuestras pasiones, ya en usuras, ya en murmuraciones, ya en deshonestidades, ya en bromas y diversiones perjudiciales, y ya en fin en todo género de vicios, nos cogió la muerte en pecado, y por juicios justos del Señor nos condenamos! ¡Antes no podíamos ver el ayuno, teníamos horror a la penitencia, huíamos de toda mortificación, y ahora sufrimos mucho más que todo aquello, hasta rechinar y crujir los dientes! ¡Dios mío, qué penas tan gravísimas serán estas, cuando Isaías admirado prorrumpe: "Quién de vosotros podrá habitar en aquellos sempiternos ardores!"

Siendo vos, Madre mía de los Dolores, tan solícita por librar a vuestros siervos de las horribles penas del infierno, que por ello padecéis resignada los tormentos y penas de la muerte de vuestro santísimo Hijo, ¿qué insensato sería yo en no corresponder a vuestros amorosos designios, costándome tan poco? Solo con aborrecer y no dar entrada en mí á la culpa, evito arder en los abismos para siempre Pues desde ahora, Señora mía, os lo prometo por daros muestras de gratitud, por aliviar en algún modo vuestras penas, y por llegar algún día a gozar con vos de la eterna felicidad de la gloria.








DIA XXV.
Ahora, dolorosísima Virgen, os podemos llamar con verdad Madre nuestra. Vuestro mismo Hijo único nos cedió este derecho en sus últimas palabras, y nos puso bajo vuestra protección. Desde tan feliz instante quedamos en la obligación de reconoceros por tal. ¡Ojalá desempeñásemos todos las obligaciones que nos impone tal acepción! De mi parte, Madre mía, estoy resuelto a cumplirlas con toda fidelidad. Enjugad, pues, Señora, vuestras lágrimas.

Cierto es que os quedáis destituida de un tan singular y divino Hijo, y que recuerdo tan amargo acibara todos los momentos de vuestra vida; más en lo posible haré por dulcificarlos con mi recto proceder. Por lo mismo me parece que la más fuerte prueba será el amor que delante de los cielos y a la faz del universo he de profesar a mi Dios. Yo mismo, en cuanto sea adaptable a mi capacidad, exhortaré a las criaturas todas á tan soberano amor Sí, almas piadosas, excitad en vuestro corazón esta divina llama, pues con su vivífico calor os hallareis robustecidas en el camino de vuestra peregrinación; si os broqueláis con este cortísimo escudo, no tenéis que temer cosa alguna; si os dejáis dirigir por este celestial norte, os encontrareis poseídas de una heroicidad cual la de un Abrahán, y a su imitación sacrificareis las cosas más estimadas, aunque sea vuestra misma vida, y lograreis los jeroglíficos y las alabanzas que de David forma el Espíritu Santo, entre las cuales dice "que el Señor le hizo invencible a sus enemigos… "No hay duda ninguna, porque a los que aman a Dios "todas las cosas les salen bien" así lo experimentareis, padres de familias, porque este amor de Dios os ilustrará para enseñar bien a vuestros hijos, y os aliviará las incomodidades que os ocasiona su educación.

Así lo experimentareis vosotros los que estáis unidos por el santo matrimonio, porque con el amor de Dios tendréis paciencia para soportar las molestias y pesadumbres que os cause el genio, la condición o la temeridad de vuestro consorte, si es de áspera condición, y viviréis en una perfecta paz ¡Qué alegres os encontrareis asimismo vosotros, o infelices á quienes la suerte constituyó en una fortuna común y acaso necesitada, ganando el sustento con el sudor de vuestro rostro, y soportando otros mil trabajos, si tenéis en vuestro corazón la posesión feliz y venturosa del amor de Dios! Todos, en fin, cuantos os miráis oprimidos de las aflicciones de esta vida, efectos indudables de nuestras culpas y pecados, ¡cuán consolados os hallareis, si desde luego os determináis a amar a vuestro Dios y a conservaros en tan divino amor! Tiernos niños, amad desde vuestra infancia a Dios, para que seáis felices. Juventud hermosa y delicada, dadle vuestro corazón a Dios, ¡para que en él infunda su santo amor y vuestra felicidad! ricos, pobres, sabios, ignorantes, hombres y mujeres todas, amad a un Dios que tanto os ha amado No permitáis jamás que la llama de su amor se extinga en vosotros, y desfallezcáis para siempre... Amad a Dios, porque ni el ojo vió, ni el oído oyó, ni cabe en la comprensión humana lo que el Señor tiene preparado para los que le Aman.

Alma mía, tú no te descuides tampoco en tanta felicidad Sin temor ofréceselo a tu Madre dolorosa en este instante prométeselo así coa toda resolución porque así, recibiendo cada vez más aumentos de la gracia, te emplees en el servicio y obligación de tan buena Madre, y seas digno de que te llame su hijo en el cielo.








DIA XXVI.
Justos son, Virgen afligidísima, vuestros suspiros por ver que se aplaca la sed de vuestro amado dueño con tan amarga y desabrida bebida. La redención del mundo le es muy costosa, y por nuestra salud padece el Señor tan duros tormentos. ¡O precioso rescate! ¡O afectuosísima benignidad del Salvador! Pero ¡o pérfida correspondencia la de los redimidos! ¡Cuánto podéis llorar Señora mía, nuestra ingratitud! Oís quejar a vuestro Hijo de estar sediento por nuestra eterna salud, y veis al mismo tiempo el licor amargo con que se la mitigan: queriendo este Señor desde esa divina cátedra darnos las lecciones más importantes para nuestro aprovechamiento en esta ocasión.

Mas ¿cómo las recibimos nosotros? ¿Las apreciamos como de tan divino Maestro? ¡Ah Reina de mi corazón, que la vida que tenemos tan entregada a los deleites y a la satisfacción de los sentidos, está clamando que no es así! ¡Cuántas almas de las redimidas con la sangre de Jesucristo sedan á banquetes superfluos y bebidas delicadas, con menosprecio de la pasión del Redentor, porque de ellos no nacen sino las riñas, los escándalos y la desolación! Entremos a examinar sus mesas, y las vemos rodeadas de toda clase dé vicios: reparemos la singularidad de los manjares, la delicadeza de sus vinos, y los ricos vasos y salvillas con que se sirven; y arrancando un triste suspiro nos veremos obligados a clamar...

¡O dulce Jesús, que os estáis lamentando en la dura cruz por falta de agua, y en su lugar os administran hiel y vinagre en una esponja mirad desde ella a vuestros redimidos, que abundantes triunfan en sus banquetes y ebriedad! Pero no son, buen Salvador de mi alma, solamente los ricos y voluptuosos los que tan poco caso hacen de vuestros continuos padecimientos, porque aún en los de mediana esfera y condición se encuentran semejantes discípulos. Todos podíamos aprovecharnos de ellos, pues cuando la comida o bebida está mal sazonada, o es de mal gusto, y cuando por nuestra suerte no la tenemos tal cual apetecíamos, o teniéndola nos abstenemos de ella en obsequio y recuerdo de la sed de nuestro Redentor, todo esto sufrido en paciencia sería prueba de nuestros sentimientos.

Pero ¿se hace así? No, siervos de María que nos gusta comer bien y beber mejor, sin que nos falte nada y esté todo en su punto así vamos formando en nosotros los odiosos hábitos de la gula así cobramos un horror y tedio capital al ayuno, buscando pretextos que a nosotros nos parecen suficientes para escusarnos de él, y en el tribunal de Dios de nada nos servirán así abrimos la puerta a las demás pasiones, pues de no mortificar los deleites sensuales en cuanto a la comida y bebida entra después el sueño, del sueño el deseo de cama blanda y mullida, de aquí el hastío a la penitencia y a la oración, de la penitencia aborrecida se sigue la disipación de la vida, deseando con ansia el regalo, los placeres y la comodidad; y de todo esto resulta la caída y recaída en el pecado, haciéndose acreedores de su eterna condenación.

¡Cuántos males resultan de un deleite no refrenado por reverencia y memoria de lo que padeció nuestro adorable Redentor! ¡Alma mía! ¿por qué no me he de mortificar, aun en aquellas cosas que me sean lícitas, por no llegar a caer en un abismo de males, y por manifestar el sentimiento que me causa la sed y angustia de mi inocente Salvador, y las tiernas lágrimas de su Santísima Madre y mi Señora? Sea así Desde luego os lo prometo, Reina de mi alma, porque estoy resuelto a cumplir en todo con el cargo de fiel hijo vuestro.







DIA XXVII.
Oh Madre mía amabilísima, ya espiró vuestro querido Hijo! ¿Qué cosa habrá en el mundo que os pueda consolar, si os falta el que es gozo y admiración de los ángeles? ¿Qué lágrimas serán suficientes para desahogar vuestra pena? ¿Qué dolor tan penetrante atravesará vuestra alma, si las cosas insensibles dan muestras del más funesto quebranto? Yo, Señora mía, con la reflexión os he estado acompañando en todos los pasos de esta trágica escena, pero en ninguno siento tanta conmoción. Subid venid, pecadores, a este santo monte daos prisa a recopilar los tormentos de vuestro Redentor y los dolores de su Madre miradlos todos compendiados en ese funesto cuadro.... ved la sangre que, esparcida por todas partes, todavía está humeando advertid cuidadosamente la transformación ocurrida, el sol retirando sus luces no la quiere presenciar, la luna se oculta, las estrellas se retiran, la tierra tiembla, se parten las piedras, y Pero ¿qué os parece que pretendo cuando aquí os llamo para ser testigos de tanto horror?

¡Ahí Ya me habréis comprendido, pues me parece os hallo enternecidos al ver aun tan inocente cordero sacrificado con tanta barbarie Mas ¡ay! esperad por Dios un momento oídle, que su voz muda os habla con amor y os dice "Convertíos a mí de todo corazón, pecadores ¿He podido hacer más por vosotros que no haya hecho? Pues ¿dónde está la retribución y el agradecimiento? ¿Por qué no os resol veis a dejar las culpas y os convertís de veras a mí? ¿Desconfiáis acaso de mi bondad y clemencia?... ¿Cuándo, decidme, cuándo me buscó el que me ofendió y no me ha encontrado? ¡Dígalo la Magdalena... que lo publique Pedro testifíquelo el buen ladrón que conmigo está aquí crucificado háganlo patente tantos semejantes a éstos que disfrutaron de mi amistad y perdón! Si no ¿para qué hubiera yo sido puesto en esta cruz y padecido tanto en mi vida? ¿Para qué hubiera yo abierto mis brazos y derramado mi sangre, sino para lavar tu pecado y recibirte en ellos? ¿Conoces, infeliz, todas estas poderosas razones? ¡Bien veo me dirás que no! Porque entonces, desgraciado, ¿es este el pago que me das y la correspondencia que me muestras? ¿Por qué me dejas y abandonas por un vil deleite?...

Compárale con lo mucho que me costaste y verás cuán inferior es ¿Es posible que siendo yo la fuente de la vida eterna no quieras beber sin interés alguno mis aguas vivas, excavando corrompidas y disipadas cisternas de vicios para satisfacerte? ¿Me oyes, pecador? ¿Has escuchado mis amorosas quejas? Pues si me oíste que te llamaba y no me quisiste responder; si te di mi consejo y extendí mi mano sobre ti y no le quisiste recibir llegará la hora de tu muerte, y me reiré de ti y te desecharé de mi presencia ¡Qué fuerza, alma mía, tienen las razones que desde la cruz nos hace el Salvador! ¿Cómo ha de caber disculpa alguna?

¡O Madre mía! Por lo tanto, convencido de esta verdad y depuesta la ingratitud de mi corazón, determino y os pro pongo volverme a mi Dios de todo corazón, porque es Padre de misericordia, y con el mayor placer recibirá a otro pródigo reconocido y contrito, borrando mi iniquidad y restituyéndome a su gracia. Nada habrá que me aparte de esta resolución. Así, Madre afligida, espero consolaros, y que al mismo tiempo os convenceréis de mis deseos de serviros con la mayor fidelidad.









DIA XXVIII.
¿Con que es verdad Madre mía, que la culpa ha sido la causa de vuestras penas?... ¿Con que la culpa ha ocasionado tantas desgracias?... No hay duda de que ella, quitando la vida tan cruelmente a vuestro querido Hijo, os llenó de amarguras y aflicciones tan excesivas... ¿Y sabiendo yo esto he de cometerla aún? ¿Conociendo yo que ella angustió vuestra alma, quitó la vida a vuestro predilecto Jesús, os privó de su compañía dulcísima y produjo desgracias sin semejantes me arrojo a su ejecución?... ¡Loco soy sin la menor duda!... ¡Perdido
he el juicio y la razón!...

Pero, aunque motivos tan eficaces y poderosos como los que en el día de ayer me hizo mi Dios y Señor no me moviesen y convenciesen… aunque unos efectos tan sensibles como ha producido en mí Jesús y su Madre no me compeliesen a odiarla y aborrecerla de todo corazón ¿no serán suficientes los es
tragos que en mi causa y ha causado? Duro y obstinado no he de llorar los males
tan lastimosos que originó a mi adorable Redentor, y a su Madre amabilísima y mi generosa fiadora; pero con todo ¿no me rendiré y resolveré á detestarla por lo que en mi experimento?

Recurriré sino a examinar el tiempo pasado, presente y futuro, y encontraré claros motivos para mi desengaño En el tiempo pasado ¡infeliz de mí! antes de nacer al mundo era ya por la culpa enemigo de mi Dios, y no vería más su divino rostro, ni gozaría en la gloria de su presencia, si primero no purificase mi inmundicia en las aguas del Bautismo. Nací y disfruté la luz, pero gimiendo y llorando el penoso destierro a que venía, y las miserias y desdichas que tenía que padecer por la herencia adquirida por ella En el tiempo presente, experimentando sus funestos efectos ; ganando el sustento con el sudor de mi rostro; padeciendo mil incomodidades y enfermedades; sufriendo malísimos ratos de amargura y escrúpulos de conciencia por haberla cometido, y aumentado cada vez más la satisfacción por ella debida; peleando continuamente con las tentaciones y pasiones, y logrando la victoria con una suma dificultad por mi desventura, sujeto siempre y humillado á pedir al Señor los auxilios de su gracia En el tiempo futuro.

¡Oh calamidad é infortunio! me veré obligado a pagar su estipendio y pasar el duro trance de la muerte, teniendo después que sufrir el juicio de Dios, y recibir la pena que por ella haya merecido, purgándola hasta limpiarme, para entraren la gloria ¡Cuántos infortunios, alma mía, resultan de la miserable culpa! ¿Y no obstante la he de cometer?... ¿No he de escarmentar de una vez?... Ya es tiempo, Virgen tristísima, de que yo abra los ojos ya es ocasión de reflexionar los perjuicios que causó a vuestro inocente Jesús y á vos, Señora mía solo por esto
me resuelvo á detestarla... por esto solo la detestaré eficazmente Ayudadme vos á cumplir mis propósitos, porque no deseo más que complaceros en todas las cosas y compadecer vuestras penas, porque así estoy seguro de participar vuestras glorias en la eterna Sion.








DIA XXIX.
¿Cómo será posible dolorosa Madre mía cómo será posible que sabiendo yo vuestra fineza y amoroso cariño hacia vuestro único y estimado Hijo, no llegue a imaginar lo sumo y excesivo de esta amargura? Vos, que, aunque le mirabais muerto vivíais con todo consolada en algún modo por verle ya abandonado de sus enemigos y desamparado de ellos, aliviando vuestras angustias con los amorosos sollozos y quejas que le dabais cuando estabais al pie de la cruz solo con vuestra noble compañía; pero se duplican vuestras penas nuevamente, y la tribulación cada vez se os aumenta ¡Dolor grande para vos, Señora mía!...

¡Sentimiento extremado! No puedo, Reina mía, me nos de sentirlo y compadecerme, como que bien os amo y os quiero. Sin embargo, sé y conozco que vuestro corazón, igualmente que el mío y el de todos los cristianos, se dilataría algún tanto en medio de su aflicción al mirar aquel costado abierto, convertido en puerta franca para cuantos gusten entrar por ella, y en fuente tan copiosa y saludable para purificar y lavar nuestras manchas. Bien lo considero, y advierto que así pasaba por vos una alegría tan superior, aunque comprimida en algún tanto por vuestro dolor. Mas como en estos pasos tan funestos estabais tan solícita de nuestra redención, os llenabais de júbilo en lo posible siempre que veíais alguna señal más particular de esta obra maravillosa, porque todas se dirigían a ella en general ¡Y qué!...

¿No me será lícito sacar de esta reflexión, después de compadecerme de vos, unos deseos eficaces de manifestar a los mortales el costado abierto de tan dulce
¿Padre, para exhortarles y hacerles palentes los motivos tan grandes que tenemos para confiar en su divina misericordia? ¿Quién será el que pueda desconfiar de ella? Ni la multitud de las culpas, ni su enormidad y grandeza nos podrá jamás apartar de la dulce confianza de que el Señor nos perdone... Pues qué ¿no podremos usar las palabras de David, y decir como él al Señor: "Sed, Dios mío, mi protector... mirad al rostro de vuestro Hijo pues toda mi gloria espero recibirla por él?" ¡Qué insensato sería yo Dios mío, si sabiendo que con solo apoyar mis súplicas en los méritos de mi Abogado había de obtener el perdón de mis pecados no lo hiciese, por dejadez o por temor! Vuestra misericordia se nos patentiza en los brazos abiertos del que vos enviasteis para la satisfacción de mi culpa: vuestra misericordia está brillando en su sangre preciosísima; vuestra misericordia, en fin, se nos ostenta y descubre en la hermosísima llaga del costado de mi amante Jesús... ¡O llaga del costado precioso, abierta más por el amor de los hombres que con el hierro de la lanza cruel! ¡O puerta del cielo, ventana del paraíso, lugar del refugio, torre de fortaleza, santuario de los justos por ti entran los animales á guarecerse del diluvio en el arca del verdadero Noé... á ti se acogen los tentados... en ti se con
suelan los tristes contigo se curan los enfermos por ti entran en el Cielo los pecadores en ti reposan los desterrados y peregrinos...

Ábreme, Señor, esta puerta recibe mi corazón en esta tan deleitable morada Ved aquí, pecadores, si por las llagas solamente y por la pasión de Jesucristo podemos confiar en la misericordia de nuestro Dios ¡Desventurado de aquel que, teniendo unos motivos tan manifiestos para acogerse a ella, y unas señales tan evidentes de que por ella le ha de perdonar nuestro Dios, no lo hace y se aprovecha de tan eficaz remedio! ¡Ah... sí desde ahora, alma mía, has de colocar toda tu confianza en esta sacrosanta llaga del costado de mi buen Jesús! ¡Madre mía, así te lo prometo, esperando que ella ha de ser la puerta para entrar a la celestial Jerusalén confiando también que acogido en ella seré durante mi vida fortalecido contra todos mis enemigos Corroborad, Señora mía, estos mis sentimientos, para que así experimente la misericordia de mi Dios, y con ella consiga mi perfecta felicidad...







DIA XXX.
Mi corazón, Señora, se deshace en lágrimas y sollozos cuando con la reflexión posible me recojo a pensar y recordar vuestros sentimientos y nenas cuando teníais en vuestro regazo a vuestro amabilísimo Hijo difunto, y tan lastimado... ¡Qué dolor tan penetrante atravesaría vuestro pecho tiernísimo! ¡Qué afectos tan compasivos os vendrían al pensamiento y expresaríais con vuestros labios! ¡Qué ósculos tan estrechos, qué abrazos tan apretados le daríais! ¡Aquí es donde se renuevan las amarguras y los pesares! ¡Aquí donde se recopilan todos los afectos y angustias que en toda su pasión y en toda su vida os atormentaron! ¡Aquí donde se nos presenta el mar, innavegable piélago y mar de penalidades, de donde han salido y adonde han vuelto tantos ríos de dolor como hasta aquí hemos notado y visto en vuestro amoroso pecho! ¡Aquí en fin reconozco la suma de tantos sinsabores y aflicciones! Pero ¡o felices dolores, o bienaventuradas penas o dichosos pesares cuántos frutos y utilidades nos han resultado! ¡cuánto honor y gloria a la misma Señora y Madre nuestra amabilísima!

Por los dolores de esta Reina recibió tanto júbilo y alegría la corte celestial, como le fue revelado a santa Brígida, la cual vio una procesión de cortesanos y bienaventurados que guiaba la dolorosa Señora delante de los cuales iba un ángel que llevaba una grande espada, que significaba los dolores que padeció en la vida y muerte de su santísimo Hijo; des pues de lo cual le fue dicho a la Santa: "Mira cuánto honor y gloria resulta de esta festividad a María Santísima, por la espada de angustia que sufrió en la pasión de su amado" Por los dolores de nuestra Madre hemos hallado delante del Señor nuestra redención y la reconciliación de nuestra perdida amistad, porque si Dios envió al mundo su querido Hijo para que con su pasión y muerte le rescatase dela culpa, claro está
que en su modo la Madre de donde había de nacer, y que por el vínculo natural
había de sentir tantas penas, angustias y tormentos, cooperaba y concurría en este sentido a nuestra reparación, aunque esta fuese solo obra reservada a Jesucristo.

En los dolores de María podemos fundar nuestro tesoro, siendo para con Dios de tanto valimiento que inclinan tan piadosamente al Eterno, que parece como que no puede negar cosa alguna que por ellos le pidamos. Los dolores de María son la salud para nuestras dolencias, tranquilidad y refugio de los acosados, conformidad en nuestras adversidades, y socorro para nuestras aflicciones. Los dolores de María son el remedio de nuestros males, escudo para los justos, camino para los extraviados, y esperanza para todos los pecadores.

Los dolores de María son la alegría del triste, la guía del peregrino, el amparo de las doncellas, la estrella que ilumina en la obscuridad, el tino en las dudas, acierto en las resoluciones, y puerto deseado de los que navegan en este valle de lágrimas. Los dolores de María, en dos palabras, son nuestro patrocinio en la tierra y nuestra corona en el cielo ¡Bendita sea María Santísima, y alabados eternamente sus santísimos dolores! ¡Ah, qué felicidad, alma mía, qué dicha la nuestra si nos sabemos aprovechar de tan infinito tesoro! ¡Sí, desde ahora os lo prometo! ¡Ojalá que os agraden estas mis palabras, y que la meditación de mi corazón sea recibida en tu presencia! Pues de este modo quiero manifestar que soy vuestro reconocido siervo, y que en vuestros dolores tengo colocada mi eterna confianza.






DIA XXXI.
¡Cómo es esto, Señora mía! "Apartaos de mí, lloraré eternamente; no queráis cansaros en consolarme" nos decís ¿Hablareis acaso Reina de mi vida, con vuestros siervos inútiles y vanos, que entregándose sin rienda al pecado se quieren llamar vuestros esclavos y gozar de este honroso título? ¿Se dirigirán vuestras palabras a los corazones que, pegados a lo terreno y pecaminoso, arrastran alegres las vergonzosas cadenas de las pasiones, y los pesados grillos de sus apetitos? Pero a mí, Madre de mi alma a mí, gloria de mi corazón a mí, esperanza y refugio de mis intenciones y deseos a mí, finalmente, que estoy resuelto y determinado a ser vuestro verdadero, legítimo y fiel siervo ¿cómo es posible, celestial Princesa, cómo es posible que mis deseos firmísimos y mis constantes propósitos tan pronta é ignominiosamente se hayan resfriado, y mas
en unas circunstancias tan críticas? ¡Vos gimiendo y llorando, y yo sin verter si quiera una lágrima de compasión!

¡Vos tristísima y yo sin consolaros! ¡Vos luchando entre las mayores angustias y desfalleciendo de dolor, y yo sin acelerarme a confortaros y alentaros! ¡Vos sola y desamparada, y yo sin acompañaros! No será así, porque todo cuanto he ofrecido y á cuanto me he obligado lo cumpliré fielmente. Es verdad que aquellos pésimos siervos a quienes dirigiréis acaso vuestras palabras, con sus desvaríos, yerros y descomedimientos aumentarán vuestras penas, duplicarán vuestras angustias, y harán más insufrible vuestra soledad Cierto es que os causarán sentimientos indecibles por su cobardía y bajo proceder, afrentándose con sus obras y envileciéndose con sus bajezas, Pero yo de mi parte, herido mi corazón de sumo dolor, y penetrada mi alma de amarguras sin número por haber
recorrido con la reflexión la tragedia asombrosa de vuestros dolores me determino ¡oídme, cielos!... me resuelvo... ¡testigos sedme, criaturas todas!... á portarme como Servita fiel ¡Qué vergüenza, haber recibido de María dolorosa tantas gracias, favores y prerrogativas, y no agradecerlas como es debido! No haré tal, Virgen Santísima de los Dolores...

Asistiré puntual a los ejercicios de piedad y devoción te daré devoto la Corona dolorosa y las devociones propias de un Servita... imitaré vuestros ejemplos... seguiré la virtud con valor, y con el mismo detestaré la culpa; y todo cuanto bueno sea y pueda lo ejecutaré fervorosamente, puesto siempre bajo vuestra soberana proteccion... Sea así, Reina de mi alma Estos son mis sentimientos; estos mis propósitos. Bendícelos, Madre mía, para que siendo tu verdadero siervo en esta vida, sea después tu adorador eterno en la gloria.




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