jueves, 11 de julio de 2019

MES DE MARZO A SAN JOSÉ


PIADOSO MES DE MARZO EN HONOR DEL SANTÍSIMO PATRIARCA SAN JOSÉ
PADRE PUTATIVO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO





ORACIÓN PREPARATORIA
Amorosísimo Dios mío, ved aquí delante de Vos a aquella miserable é ingrata criatura, que en vez de emplearse desde la hora en que comenzó a conoceros en vuestro divino servicio, ha empleado los días de su vida en vuestras ofensas. ¡Oh días de mi vida que podíais ser tan agradables a mi Dios, cómo fuisteis mal gastados y empleados contra El! ¡cómo fuisteis perdidos! no lo hizo así, Dios mío, vuestro Padre estimativo José. Oh Señor, por vuestras entrañas de misericordia y por los méritos de María vuestra verdadera Madre, y por los de vuestro fidelísimo custodio y abogado mío señor san José, os pido que no os acordéis de los yerros é ignorancias de mi vida, y concededme la gracia de poder llorar mis pecados y ejecutar cuanto os prometo, que es ser vuestro en lo por venir, tanto cuanto no lo he sido en lo pasado. Y Tú, amabilísimo Patriarca, amor de mi corazón y esperanza de mi alma atribulada; dirige hacia este infeliz que te invoca esos tus ojos piadosísimos, é interponiéndote entre mis pecados y la ira de Dios justamente excitada de ellos, alcánzame el perdón, y juntamente las virtudes generales y especiales de mi estado, con las que logre agradar a mi Redentor Jesús y desagraviarle plenamente, juntas con su preciosísima Sangre.  Admíteme en el número de tus fieles siervos para que desde luego comience a obsequiarte en este mes que mi devoción señaló para honrar tu dulce memoria. Acuérdate que jamás se ha oído que desamparases al que te llamó en sus necesidades; no permitas, pues, que mis culpas, que ya arrepentido detesto, impidan que ejercites tus bondades para conmigo, antes ellas te presenten ocasión de hacer patente al mundo entero tu benignidad, tu valimiento con Dios y mi gratitud hacia Tí en la tierra y en el cielo, a donde espero, con tu ayuda, ir a alabar a la Santísima Trinidad en compañía de María, en la tuya, y en la de todos los Santos. Hago intención de ganar el mayor número posible de indulgencias con este ejercicio, y los demás que practicare en el día, y cedo estas indulgencias en favor de las santas almas del Purgatorio que la Virgen María señale: a este fin ruego a Dios por la intención de los prelados concesores y demás piadosos fines de nuestra madre la Iglesia. Amén.




CONSIDERACION I.
El templo no se hace para un hombre; se ha de levantar un edificio digno de que lo habite Dios: hablo, pues, de una obra magnífica, y de un templo a todas luces grandes, que sirva de palacio de la majestad del soberano Dios de Israel (Paralipom, 29, 1). Si este es el plan de los pensamientos de David, ¿cuáles serían los designios de aquel Señor que tiene a su arbitrio las grandezas, cuando preparó padre al Dios humanado, y esposo digno por la semejanza en virtudes y privilegios de la Reina del cielo y de la tierra? Baste decir, que pensar de José cosas que no sean grandes, seria agraviar la conducta de aquel Señor que no tiene semejante en los aciertos. En efecto, José, como padre existimativo de Jesús, se hizo vicario y sustituto del Padre Eterno; y compañero del Espíritu Santo, como Esposo dignísimo de Aquella, que ni tuvo a quien imitar, ni ha tenido quien la siga en el esplendor de sus perfecciones: así es que José fué óptimo por las virtudes y por los privilegios con que Dios le enriqueció. Era de la famosa tribu de Judá, y de la sangre de David por la rama de Salomón, que era la real; y como descendiente de aquel gran monarca de Israel, gran profeta y gran santo, contó entre sus ilustres progenitores diez jueces, tres capitanes del pueblo de Dios, trece patriarcas y veintidós augustos soberanos. Primogénito de Jacob según la naturaleza, se decía hijo legal de Helí, viniendo a ser también pariente de su purísima Esposa en segundo grado de consanguinidad, y pariente de Jesús en tercer grado; y, atentos su sexo y genealogía, heredero del trono de David, cuyo derecho trasmitió al morir a Jesús, su hijo propio y legítimo, bien que no lo fuese por naturaleza, sino solo por ser José marido de María siempre Virgen, verdadera madre del Hombre Dios por obra del Espíritu Santo.


ORACIÓN
Oh José, cielo excelso é inmenso en que lucen y caben el Sol Jesús tu hijo estimativo, y la Luna María tu verdadera esposa, ¡y tantos ángeles, como estrellas, que les servían!  Con cuánta alegría levanto mis ojos a contemplar tu grandeza, y cómo salta mi corazón de regocijo considerando la magnificencia de tu gloria! ¡Ah, con razón mi alma se abre a la confianza y al amor, considerando que eres mi padre! Ya no me espanta el abismo de miseria y pecados en que estoy caído, porque extendidos mis brazos hacia Tí, estoy seguro de que me levantarás a tu cielo, obteniéndome el dolor del arrepentimiento y las lágrimas de la penitencia. ¿Por ventura te negarían algo Jesús y María cuando les pidas la salvación de mi alma reprobada por sus culpas? Mientras viva en carne mortal las puertas del infierno no se cerrarán sobre mí, y tu eficaz protección alcanzará que sea borrada mi sentencia de eterna condenación rubricada de mis delitos. No dejaré, pues, de estar llamando á las puertas de tu piedad, y estoy seguro de que no han de quedar defraudadas mis esperanzas. Desde este lugar en que estoy postrado en tu presencia, te envió los suspiros de mi corazón agradecido y los ayes de dolor por mis maldades; óyeme, José, y despáchame, por María y tu Hijo bendito. Amén








CONSIDERACIÓN II.
San José fué ennoblecido y singularmente privilegiado con los honores de Esposo de la gran Madre de Dios; dignidad que es un sólido fundamento de donde se deduce que no solo fue santificado en el vientre materno, sino que también fué libre de maldad y confirmado en gracia; de suerte que ningún hombre [digámoslo animosamente] hubo jamás sobre la tierra más santo que José. En efecto, cuando Dios ha concedido el privilegio de ser santificados antes de nacer a otros fuera de la Virgen, parece que no negaría la misma gracia al futuro Esposo de esta Señora. Y a la verdad, que cuando se habla de algún santo que no tiene ni primero en su destino ni segundo en su ministerio, se ha de conceder franca licencia a los discursos y sentimientos con que se explica y se recrea la devoción, que tiene de su parte los erarios de un Soberano. ¿Qué gracia, pues, podría conceder, y que, no obstante, la negase al que tenía escogido para Esposo de la Madre de Jesús y para que hiciese las veces de Padre con el Verbo humanado, a quien había de sustentar con el trabajo de sus manos, y tener en sus brazos, como tutor y custodio de aquella fuente de la santidad y divino ejemplar de la pureza? Razón tuvo San Agustín cuando dijo, que Dios hizo lo que, fundándonos en razones verdaderas, nos pareciese ser lo mejor.

ORACIÓN
Oh José poderosísimo, en quien Dios omnipotente ha depositado todos sus tesoros, mejor que Faraón en las manos del anterior José las riquezas de Egipto: á tí ocurrimos, suplicándote humildes y confiados que nos mires con ojos de piedad, porque nuestra salud está en tus manos. Alcánzanos de tu divino Hijo la que nos conviene en el cuerpo, y la que necesitamos y tanto nos importa del alma, para que, sirviendo a nuestro Dios con un corazón gozoso en esta vida, logremos por tu intercesión su amorosa vista sea la gloria. Amén







CONSIDERACIÓN III.
La elevada dignidad y el nobilísimo ministerio en que no tiene semejante, fundan la piadosa creencia de la anticipada santificación de José. Es Esposo de María; es Padre estimativo de Jesús: he aquí en breves términos anunciada la grandeza de su gloria y la sublimidad de su honra. Desde luego consideremos y pesemos aquí el primer título, y veremos brotar raudales de luz que certifiquen nuestro pensamiento. San José fué escogido por un Señor de infinita sabiduría para los desposorios con la Virgen y Madre de Jesús, y por tanto hemos de suponer entre estos Esposos toda aquella semejanza que no es contraria a los libros sagrados: esto es, semejanza en los favores, y [exceptuando aquel momento feliz de la Concepción de María] semejanza en la santificación anticipada y en todas aquellas cualidades que hacen los desposorios más conformes a aquel decreto divino con que Dios estableció, como una condición oportuna, la semejanza entre los consortes. José no fue un Esposo que le tocó a María por suerte, o que esta Señora tomase a ciegas; fué un Esposo que le previno Dios con particularísima providencia, y por esto ajustado a todas las leyes de la razón. Era, pues, conveniente que José fuese semejante a la Virgen no solo en la sangre real sino también en las costumbres, en el genio, en los modales, y, en lo posible, en la santificación anticipada, pues ninguno ignora que la primera prenda que se busca entre los que se eligen por esposos es la semejanza: luego no anda lejos de la verdad afirmar que san José fué santificado desde el seno materno.

ORACIÓN
Oh José purísimo, cuya altísima dignidad y fragantes virtudes quiso Dios manifestar al mundo al señalarte por Esposo de la Virgen de las vírgenes; por este singular favor te suplico, que me alcances de la divina piedad la vestidura preciosa de la gracia, y que, revestida de ella mi alma, logre celebrar sus bodas eternas con el Cordero sin mancha. Amén, Jesús.







CONSIDERACIÓN IV.
Si la dignidad que da al señor san José su carácter de Esposo de María apoya tan eficazmente la opinión de su anticipada santificación, ¿cuánto la adelantará y robustecerá la cualidad de Padre de Jesús? Aquí faltan las palabras para describir la grandeza de José, y el pensamiento languidece agobiado con el peso de tanta gloria. Jefe de la casa de Dios y superior en algún modo de la Virgen y de Cristo ¿pudo estar privado de los dones y privilegios que no se negaron a otro santo que no era de tan esclarecida dignidad ni de tan supremo ministerio? Antes deberemos afirmar, agregando resueltamente, que, sobre santificado antes de salir a la luz pública de este mundo, fué también favorecido allí con el uso del entendimiento y del libre albedrío, que consagró a Dios con aquella acción que se llama Bautismo de fuego, que es aquel amor divino con que las criaturas racionales aman a su Criador. Y más todavía, libre de la concupiscencia por el hecho de haberle Dios elegido para el más alto empleo imaginable, porque, como discurre San Agustín, la mayor pureza de san José era una confirmación de la paternidad á que le destinó la infinita sabiduría. Así es que, tuvo todas las pasiones siempre sujetas al imperio de la razón, y tan reprimidas que no tenían fuerza alguna para inquietar u ofender al purísimo Patriarca, principalmente desde que celebró sus desposorios con la Madre de la pureza. Esta prerrogativa es muy propia y debida a un hombre de tan relevante limpieza de alma y cuerpo, que más tuvo de ángel que de hombre en toda la conducta de su vida, la cual, por su dignidad y ministerio, pedía una tranquilidad de ánimo y una serenidad de corazón correspondientes a la familia con quien trataba.

ORACIÓN
Oh amorosísimo Patriarca, dulce guía de los pecadores, aromático atractivo de los justos y delicioso jardín de tus tiernos amantes: admite, Padre mío, esta alma ansiosa de ser del número de tus devotos, haz que mi corazón nunca se aparte del tuyo, y que bajo tu eficaz protección viva siempre unido en el estrecho y puro amor de Cristo. Amén.





CONSIDERACIÓN V.
Belén, por otro nombre Efrata, que significa lugar fértil o abundante, es una villa o Ciudad pequeña por el corto número de casas y de habitadores, pero distinguida por el nacimiento de aquellos príncipes que a ninguno cede en la antigüedad de su nobleza. No contenta con la fama y glorias que le adquirió el nacimiento del Mesías nuestro insigne "Libertador, cuenta entre sus hijos y ciudadanos al señor san José, dando al padre y al hijo un lugar para nacer. Sin embargo, el Patriarca más adelante estableció de asiento su habitación en Nazaret, en una casa que era poses ion suya y en la que vivió con la santísima Virgen, por ser estilo de los hebreos que las mujeres se pasaran a vivir a las casas de sus esposos. Esta casa, en donde encarnó el Verbo divino, es la misma que, trasladada después por ministerio de los ángeles a la Marca de Ancona, en los Estados de la Iglesia y en las riberas del mar Adriático, se venera con el nombre de Santa casa de Loreto, según la constante tradición de más de cinco siglos.

ORACIÓN
Oh candidísimo Patriarca, cuyo sagrado corazón estuvo siempre unido al corazón de Jesús, con quien mereciste tener hasta una misma patria: yo te ruego que tu mediación me alcance de la piedad divina, que disponga mi alma, de manera que logre dar asilo y habitación a Jesús sacramentado en mi corazón, y que todo cuanto hay en este mundo no sea capaz de apartarme de su bondadosa Majestad. Amén.





CONSIDERACIÓN VI.
Sobre este particular no tenemos más documentos que aquellas luces con que nos alumbra el común consentimiento de los hombres, porque del Evangelio solo deducimos que señor san José fué artesano, sin determinar el género de ejercicio a que se dedicaba habitualmente. Los más convienen en que fué carpintero, aunque no falta quien discurra que no puso tienda pública al efecto, sino que ejercitó el oficio privadamente en su casa, y según convenía a una persona de su carácter, silencio y retiro de los hombres. Mas no creamos que el tal oficio manchara o afrentase el esclarecido linaje de este nobilísimo Varón, porque entre los hebreos no fué profesión ajena de la nobleza labrar madera, así como el pastorear ganado no oscurecía el esplendor con que fueron distinguidos en su pueblo los patriarcas y reyes de Judea. De este modo si bien José y su sagrada familia vivían en pobreza, pero era pobreza honrada, no miserable ni vil.

ORACIÓN
Oh humildísimo José, que supiste hacer de la santa pobreza una joya de inestimable valor, que realzaba tu heroica conformidad con la voluntad de Dios: yo te ruego que no apartes tus ojos clementísimo de mi pequeñez, tan pronta  á ensoberbecerse con la nadería de los bienes de este mundo, y me obtengas que, teniéndote por ejemplar, me conforme en todo con la voluntad divina, así en lo próspero para que no me engría como en lo adverso para que no desespere. Amén






CONSIDERACIÓN VII.
Era José, hijo primogénito de Jacob, el pariente más inmediato de la hija heredera de san Joaquín, y el que, por consecuencia, estaba prevenido por el cielo y decretado por la ley para contraer con Ella su alianza. Era José también por las excelentes virtudes que desde su niñez le hicieron grande y distinguido entre los hebreos, acreedor a los desposorios con su prima; y á El, inspirados de lo alto, se la concedieron por Esposa los sacerdotes, a cuyo cuidado estaba después de la muerte de sus padres, que aconteció a los ocho años de la presentación en el Templo. Todo iba gobernado por el consejo de la Augustísima Trinidad, como que aquel enlace había de servir para que el misterio de la Encarnación del Verlo Eterno se ejecutará bajo la sombra de un matrimonio público, y con las precauciones de la más sabía providencia. Pasaba todo esto en la capital que era Jerusalén, y en aquel magnífico templo cuyas riquezas, que apenas se pueden numerar, estaban representando los designios de aquellos desposorios; sin que el sacerdocio entendiese que aquella resolución, que en el santuario parecía medirse por las reglas de una providencia común, había de decidir la suerte más feliz y ventajosa a las naciones, Analizando en el mayor de los prodigios. José tenía razón de lisonjearse de aquella alianza que el Dios de Abrahán había dispuesto a su hija, y aunque sus pensamientos no se extendían a las intenciones de la corte celestial en aquel enlace con la hija y heredera de Joaquín, verosímilmente percibía en los atractivos de la niña ciertos rasgos que le anunciaban felicidades y bendiciones. Mas no se le ofreció por entonces que sus desposorios podían ser el cumplimiento del oráculo de Isaías, cuando anunció que una Virgen concebiría y daría a luz un hijo cuyo nombre querría decir Dios con nosotros, y que un joven habitaría con una Virgen. Refieren los continuadores de Bolando, que el anillo que el señor san José dió en su matrimonio a la Virgen María, se conserva en Perusa, una de las ciudades de la Umbría, perteneciente a los dominios de la Iglesia, y que confina con los estados del gran ducado de Toscana.

ORACIÓN
Oh soberano Patriarca, cuyo espíritu fué tierra bendita en que el divino Sembrador derramó la lluvia de tantas gracias y alzó cosecha de óptimos frutos; yo te suplico que, pues ves mi alma llena de espinas, me alcances del Señor una lluvia eficaz de su divina gracia, que la convierta en paraíso de virtudes, que sirva de recreo á Jesús, a María y á tí José mío. Amén.






CONSIDERACIÓN VIII.
Aunque no se sabe qué edad tendría señor san José cuando se desposó con la santísima Virgen, pero sí puede afirmarse, sin nota de temeridad, que no era anciano: así lo persuaden poderosos motivos, no despreciables a los ojos de los hombres de sano criterio. En efecto, convenía que en aquellos desposorios se guardara entre los esposos aquella proporción que, según el uso y la costumbre, se suele observar; y como la santísima Virgen se desposó jovencita aun, no parecía proporcionado su enlace con un anciano. Y si atendemos al designio del cielo en este matrimonio, más se robustece esta razonable conjetura: porque no era posible mantenerse ileso el honor y fama de María al ser Madre de Jesús, si se hubiera casado con un hombre por su vejez incapaz de generación, que ni podía haberla valido en la huida tan larga, penosa y difícil a Egipto, y en otros trabajos que pedían robustez, vigor y sanidad (incompatibles con la ancianidad) para afrontarlos, cuánto más para prestar protección en ellos a una débil doncellita y a un tierno niño. La misma Escritura Sagrada está en algún modo de parte de la edad varonil de José a la época de sus desposorios, los cuales, delineándolos Isaías, se expresaba así: y vivirá un joven con una Virgen. Es, pues, de presumir que José seria hombre de treinta o cuarenta años, cuando felizmente contrajo matrimonio con la purísima y siempre Virgen María.

ORACIÓN
Oh dichoso Patriarca, cuya recta y pura intención siempre te hizo dirigir tus obras a la mayor gloria de Dios; yo humildemente te ruego que me alcances una intención semejante, para que, normando por ella mis acciones, su Majestad me continúe los socorros de su gracia, con los que me santifique en esta vida para después alabarte en el cielo. Amén






CONSIDERACIÓN IX.
Este punto es tan constante y tan claro en la historia de la inmaculada vida del Esposo de María, que, aun los enemigos de nuestra fé, convencidos de las eficaces y concluyentes razones que lo apoyan, confiesan que el señor san José llevó al sepulcro aquella azucena de la virginidad con que nació. De este modo, del matrimonio de dos esposos vírgenes, sin lesión de su integridad y pureza corporal, y solo por la acción divina, resultó un Hijo igualmente siempre virgen. Todos los escritores católicos, a su cabeza san Gerónimo, han seguido la sentencia de la perpetua virginidad de José, y es de ver a san Pedro Damián decir con satisfacción, que la fé de la Iglesia es, que el señor san José fue tan virgen como su purísima Esposa: bien que aquí este santo escritor no entendió hablar de la fé propiamente dicha, sino de la piadosa creencia de la Iglesia. Y ciertamente, en cuanto es lícito valerse de conjeturas probables, ¿quién ah de creer que Dios no eligió un Esposo virgen a su santa Madre, cuando que, hecho hombre crecido y estando para morir, se la dejó encomendada a un hombre que era virgen? Con razón muchos escritores, venerables por sus virtudes y por su ciencia, defienden que José v María de común consentimiento se consagraron a Dios con voto de perpetua virginidad; disponiéndolo así el Espíritu Divino, para que en aquel gran misterio que contenía la salud del mundo, tuviese la Madre de Dios un consorte, que no solo en toda su vida, sino también en la pureza, le fuese conforme. Ni tal voto contrario al matrimonio, en que hubo fruto (bien que divino), fé y sacramento de la antigua ley.

ORACIÓN
Oh virgen limpísimo y Padre estimativo de Jesús, tú conoces los graves peligros que me rodean, amenazando hundirme al peso de la impureza en el abismo sin fondo del pecado y del infierno; yo, pues, te suplico por tu casto consorcio con María, a quien respetaste siempre virgen, que me alcances, para guardar la castidad y pureza propia de mi estado, gracias eficacísimas que me hagan grato a los ojos del Cordero sin mancha. Amén






CONSIDERACIÓN X.
Luego que fué el Verbo Divino en las virginales y purísimas entrañas de María, y acaso el mismo día de la encamación, salió la Señora apresurada de Nazaret para las montañas de Judea a visitar a su prima santa Isabel, que vivía en la ciudad de Hebrón: El camino, aun para otra persona en quien no concurrieran las circunstancias de la Virgen María, era escabroso, largo y en algunas partes despoblado, por estar el sitio de Hebrón distante de Nazaret como treinta y tres leguas, por lo que debe creerse que el señor san José, destinado del cielo para servir a la Madre de Dios, acompañó a su santísima Esposa. Como caminaban con mucha prisa, presto llegaron al término de su viaje, y luego entró la Virgen a saludar a santa Isabel, que a tal presencia quedó llena del Espíritu Santo, y san Juan santificado en su vientre dando saltos de alegría. A esta sazón santa Isabel prorrumpió, entre otras expresiones, en aquellas célebres palabras que hoy forman parte del AVE MARÍA: «bendito el fruto de tu vientre» y María Virgen en aquel hermoso cántico que forman las delicias de sus buenos hijos, y que repiten sin cansarse: Glorifica mi alma al Señor etc. Mientras estos misterios se celebraban entre tan santas personas, José, según las ceremonias y costumbres de la nación, pasó a presentar sus respetos á Zacarías. Aunque es probable que nuestro Santo fué admitido al coloquio que su Esposa tuvo con su prima en esta ocasión, escuchando el cántico de aquella y las palabras de ésta, pero no es temerario decir que no comprendió la significación de aquellos maravillosos sentimientos: al modo que los Apóstoles, escuchando después a Cristo, quien con la mayor claridad les hablaba de su pasión, nada entendieron. La Virgen se mantuvo en la casa de Zacarías casi por el espacio de tres meses, cumplidos los cuales se volvió a su casa de Nazaret, en compañía de su amabilísimo Esposo.

ORACIÓN
Oh mi dulce padre José, que, conformándote con los designios misericordiosos de Dios, acompañaste a tu bendita Esposa María Virgen a la casa de santa Isabel, quien fué llena del Espíritu Santo y san Juan santificado en su vientre: yo te ruego que visites en compañía de Jesús y María a mi pobrecita alma, a fin de que a vuestra presencia me sean perdonadas todas mis culpas y merezca vuestra especial y constante protección. Amén.







CONSIDERACIÓN XI.
Dios, usando de su infinita benignidad, mezcla los trabajos con el torrente de las dulzuras, aun en los justos, en cuya vida alternan el gozo y el dolor, que tejen con hermosa variedad la tela de su gloriosa historia. Así san José vivía entre las dulzuras de la compañía de su amable Esposa cuando, observando lo crecido del vientre virginal de María, vio convertida su prosperidad en tribulación y en mortales angustias su quietud; y en medio de las penosas luchas de su espíritu, se determinó a abandonar en secreto a su casta Esposa. Mas no hay que creer que en el ánimo generoso de José cupo la menor sospecha respecto de la pureza de la Virgen, porque el único móvil de su conducta fué su profunda humildad, aquella humildad que indujo a san Pedro a no permitir que Jesús le lavara los pies, y al Centurión a no permitir que el Señor honrara su casa con su presencia, que es lo mismo que decir, el sentimiento de su propia indignidad. Y si se determinó a dejarla ocultamente, esto mismo demuestra su alto respeto a tan gran Señora, cuya honra le era más querida que su propio consuelo en seguir habitando con ella: porque entendió muy bien que, si hubiera descubierto aquel misterio que él sospechaba a los judíos, estos hombres incrédulos y de dura cerviz no le hubieran dado crédito, y habrían querido propasarse a castigar a María como si hubiera sido adúltera. Y en efecto, más adelante se confirmó este concepto previsor del Patriarca, porque los hebreos no creyeron al Hijo cuando les hablaba en el templo, ¿pues cómo habían de haber dado fé á su silencio cuando estaba encerrado en las entrañas de la Madre? Y fueron tan poderosos estos dos motivos de humildad y respeto en san José, que de hecho, habría abandonado a su Virgen Esposa, a no haberle un ángel de parte de Dios confirmado la creencia que ya tenía del misterio, ordenándole que continuase al lado de la que ya era por dicha Madre del Verbo Eterno. De este modo si antes la amargura rebosó en el corazón de José, ahora se ve ampliamente compensada con una avenida de contento purísimo, considerándose como escogido para servir a tal Madre y para alimentar a tal Hijo.

ORACIÓN
¡Oh justísimo Varón de incomparable excelencia señor san José!  jamás nos atreveremos a pedirte que nos libres de las tribulaciones con que Dios quiera purificar y probar nuestras almas; pero sí te rogamos que nos alcances un claro conocimiento de que son gracias que se nos dispensan con título de trabajos, y buena voluntad para abrazarnos con ellas, por amor de aquel Jesús de quien mereciste llamarte Padre con ejercicio de admirable potestad. Amén







CONSIDERACIÓN XII.
Dios, dice san Ambrosio, velaba con tan amorosa conducta sobre los intereses de su santa Madre, que expuso a las dudas de algunos el origen de su generación, por tal de que no se atribuyese a la pureza y brillantez de la honra de María alguna mancha: así sabemos que Jesús tenía ya como treinta años y era reputado hijo de José. Pues si Dios celaba tanto la honra de María que en cierto modo prescindía de la honra de su divino origen (porque aún no era tiempo de descubrir a todos el misterio,) prefiriendo pasar a los ojos del vulgo por hijo de un hombre, ¿será creíble que encaminase los sucesos de modo que José, el más interesado en honra de María, que era también honra propia suya, y encargado de custodiarla y conservarla incólume con los fueros de marido, dudase ni un momento de la integridad virginal de su santísima Esposa, solo por lo que sus ojos veían, a saber, la preñez de Ella? lejos de nosotros tan temerario pensamiento. José, como dotado de un entendimiento perfectísimo y lleno del conocimiento de las sagradas letras, conjeturaba casi con certeza, atentas las circunstancias bíblicas de los tiempos en que vivió y las virtudes y dones altísimos de María, que no podía tardar más la venida del Mesías prometido, y que ninguna mujer sino su virgen Esposa era digna de ser Madre del Verbo. De manera que, cuando observó la preñez misteriosa de María, se desató en el corazón del humildísimo Patriarca una terrible lucha entre el amor y el temor reverencial. Amaba a su Esposa, que tanto lo merecía, sin querer separarse de Ella; pero, conjeturando el misterio, se creía indigno de su amable consorcio, sobre todo habitando en Ella el Verbo, y pretendía con dolor ausentarse de su lado. Fatigado y rendido en esta lucha se quedó dormido, y entonces el ángel le acabó de certificar el misterio, y para que no concibiese, en consecuencia, mayor temor reverencial, que le obligara a alejarse de María, le ató con los vínculos de la obediencia, mandándole de parte de Dios, que permaneciera al lado de su virgen Esposa. De este modo la vivísima fé del Patriarca, poderosa para iluminarle aun entre sueños, queda vindicada de la nota de que flaqueó despierta a la vista de la preñez de María. José, pues, volvió a tomar la Esposa que en sus pensamientos había intentado dejar, teniéndose por indigno de comparecer en presencia de aquel asombro de pureza y de aquella dignidad incomparable

ORACIÓN
Oh inocentísimo José y peregrino recreo de tu purísima virgen Esposa, mi señora la bienaventurada María, por el singular afecto y veneración que tienes a esta Madre de la santa esperanza, te pedimos humildemente que te compadezcas de los que luchan con mal entendida vergüenza para no confesar sus culpas, y les alcances la gracia de reconciliarse con Aquella cuya misteriosa Encarnación te certificó el ángel. Amén.







CONSIDERACIÓN XIII.
Resuelto señor san José a permanecer al lado de su castísima y virgen Esposa, la servía fiel y respetuoso, mirándola ya con plena certeza como á verdadera Madre de Dios y Esposa del Espíritu Santo. Todo su empeño era mirar a la gloriosísima Virgen más como á soberana que como á esposa, y concordar su trabajo con el ejercicio continuo de las más heroicas virtudes, y con la contemplación de las profecías hacia el linaje humano, que ya comenzaban su cumplimiento: Cerca de seis meses llevaba de esta vida cuando el César mandó con un edicto general que se empadronasen todos los habitantes del imperio en el lugar de su origen o patria, pagando el censo, que era un dinero de la moneda de aquel país (equivalente casi á real y medio de la moneda mexicana) por cada persona de las que daban su nombre ante los comisarios del imperio. Obediente José salió con la Virgen de Nazaret para Belén su patria, o a lo menos lugar en donde tenía su origen la real familia de David, de la que así el Santo como su nobilísima Esposa eran descendientes. Mediaban por tierra de un punto a otro como treinta leguas, y por lo común se concluía esta caminata en cinco días. Llegados estos virginales Esposos a Belén, que era de poca extensión, hallaron ocupadas todas las posadas, así es que José hubo de alquilar para su habitación aquel establo que estaba dentro de una gruta, en donde los decretos del cielo tenían determinado el nacimiento del Mesías y nuevo Monarca de Judea, el que luego que nació (en tal pobreza que llenaba de angustia el corazón de José) fué puesto por los ángeles en brazos de su santísima Madre. Después de nacido Jesús, fajado y puesto sobre el establo vino el feliz Esposo, o llamado de la Madre de Dios, o del llanto del Niño, o de los cantares de los ángeles, y, adorándole primero le recibió después en sus brazos y en el manto o capa de que usaba; de la cual se conserva un retazo en Roma entre las reliquias de la iglesia de santa Cecilia, que está de la otra parte del Tíber.

ORACIÓN
Oh obedientísimo José, que por cumplir con la ley de un soberano temporal no dudaste emprender una peligrosa caminata en compañía de tu delicadísima Esposa: yo te ruego por esta tu humilde y pronta sujeción a las órdenes del cielo, representadas en el edicto del César, que me alcances gracia para que me someta con gusto y fidelidad a los mandatos de mis legítimos superiores. Amén.







CONSIDERACIÓN XIV.
Por la torre de Ader, que está entre Jerusalén y Belén, distante como un cuarto de legua de esta ciudad, y a eso de la cuarta vigilia de la mañana, esto es, al aparecerse la aurora sobre aquel horizonte, dieron los ángeles la feliz nueva del nacimiento del Mesías a los pastores, quienes luego se encaminaron a Belén, y entrando en ella adoraron entre las más brillantes luces y músicas del cielo al Niño Dios, en presencia de la Virgen María y del señor san José. No es fácil describir el gozo de estos felicísimos Esposos al escuchar las relaciones y alabanzas de los pastores. La Madre las imprimió en lo más profundo de su corazón, conservándolas en su pecho para manifestarlas a su tiempo, como nos lo explica san Lucas (2, v. 19;) y José las imprimiría en su memoria para tener siempre presentes las glorias y maravillosos acaecimientos de aquella noche, a fin de dar las gracias continuamente al Señor por tan insignes misericordias y favores tan ventajosos.

ORACIÓN
Oh bienaventurado José, cuyo corazón saltaba de gozo al presenciar las alabanzas de sencillos pastores a tu hijo estimativo Jesús; yo te ruego que me alcances un corazón puro y amoroso con que merezca tomar parte en aquellas felices adoraciones, las cuales consiga continuar en tu compañía por toda la eternidad. Amén.







CONSIDERACIÓN XV.
San Efrén el sirio, autor que floreció en tiempo de san Basilio y muy acreditado por su piedad y sabiduría, afirma con palabras claras que el señor san José fué quien por sus manos circuncidó al Niño Jesús, y es de presumir que la Madre concurriera a la ejecución de esta ceremonia teniendo en los brazos al Niño. De esta suerte María y José fueron los ministros de aquella dolorosa operación en que Jesús, al cumplir con un precepto fundamental de la ley Mosaica, ofreció las primicias de su sangre preciosísima, suficiente desde aquella hora, si su Eterno Padre se hubiera querido contentar con ella, para la redención del universo. En el mismo día que el hijo era circuncidado se le daba también el nombre, según la costumbre de los hebreos; por lo cual José y María, que tenían sobre este asunto órdenes secretas del cielo, le pusieron el sacrosanto nombre de Jesús, con que Dios quiso significar que aquel Niño era la salud del mundo y el Salvador del género humano. Significación que dió un golpe de regocijo a María santísima y al amante corazón del señor san José, que estaban consternados con el ejercicio de aquella dolorosa ceremonia, la que se ejecutó en el mismo establo y gruta de Belén, que en aquel acto era la casa de los padres, propia para cumplir con la ley de la circuncisión.

ORACIÓN
Oh corazón de José, amargamente afligido con la dolorosa y sangrienta circuncisión de tu Hijo estimativo, y después lleno de regocijo con el sacrosanto nombre de Jesús que le impusiste: Ruégote que me alcances contrición, que, quebrantando mi corazón de dolor de mis culpas, me libre de ellas, y llene mi alma del gozo y alegría de una buena conciencia. Amén.







CONSIDERACIÓN XVI.
A los trece días del nacimiento del Niño Dios llegaron a adorarle y ofrecerle dones tres felices soberanos del Oriente, a quienes el Evangelio llama magos, porque, viniendo a conocer al Dios recién nacido guiados de las luces de una estrella, más parecían astrónomos o filósofos que príncipes. El señor san José, como siente san Juan Crisóstomo, participó, juntamente con la Madre de Dios, de los honores hechos al nuevo Rey de los judíos y Divino Libertador del linaje humano. En efecto, no es creíble que san José, educado según el esplendor de su nacimiento, se hubiese retirado de la gruta, que por entonces era la casa que para su habitación había dispuesto y prevenido por motivos superiores la adorable providencia del Cielo, cuando, según las tradiciones más bien fundadas, se presentaban al que era tenido por su hijo tres testas coronadas del Oriente, que eran, después de los pastores de Judá, las primicias del cristianismo. No, Dios quiso premiar su virtud y heroica conformidad con la conducta del Cielo, consolándole con la aparición de la estrella, y con la venida de los magos y las profundas demostraciones de su respeto hacia el Niño Dios.

ORACIÓN
Oh felicísimo José que mereciste presenciar las honras con que era distinguido tu Hijo estimativo en medio de su pobreza: alcánzame por este gozo que, despreciando los bienes caducos de la tierra y sus honras vanas, únicamente aspire a los del cielo, en donde logre la dicha de adorar eternamente a nuestro buen Señor Jesucristo en tu dulce compañía. Amén.








CONSIDERACIÓN XVII.
Cumplidos los cuarenta días, a cuyo término por la ley de Moisés debían las madres purificarse, y ofrecerse el hijo al Señor por los propios padres, salieron José y María del mismo establo de Belén con el Niño Dios a presentarle en el Templo, que distaba como unas tres leguas castellanas. La presentación de Jesús se ejecutó ofreciendo al Señor juntamente las víctimas ordenadas por la ley, las cuales consistían para los pobres, como lo eran José y María, en dos tórtolas o dos pichones. Llevó la Virgen María al Niño Dios en sus brazos hasta aquel paraje del vestíbulo que estaba destinado para la consagración de los primogénitos, y allí Ella y José ofrecieron a Jesús a su Eterno Padre á vista de los ministros del altar; y después fue esta joya, que era la más preciosa que había en el mundo, redimida con cinco ciclos en este día, esto es, con dos onzas y media de plata acuñada. Al entrar en el templo José y María con el Niño, llegó a saludarles el santo anciano Simeón, antiguo habitador de Jerusalén, hombre justo y temeroso de Dios, de quien recibió promesa de que no moriría antes de ver al Consolador de la nación. Inspirado de lo alto el profeta tomó respetuosamente al Niño en sus brazos, y, bendiciendo a Dios en voz alta, prorrumpió en estas sublimes expresiones: «Ya, Señor, sacad en paz a vuestro siervo de esta vida, pues mis ojos han visto vuestra salud; al que es la luz de las naciones y la gloria de Israel vuestro pueblo.» Simeón, al entregar el divino Infante que tenía en sus brazos, dió á sus padres la enhorabuena; pero, volviéndose a María, «sabed, le dijo, que este Salvador que habéis dado al mundo está puesto como objeto de la ruina y resurrección de muchos, y en su pasión atravesará vuestro maternal corazón aguda espada de dolor.» Estas palabras amargaron a estos dos virginales Esposos, que solo se consolaban con la esperanza de la resurrección o redención de los muchos, conforme al vaticinio. Cumplidas todas las ceremonias de la ley, salió el santo Patriarca de Jerusalén, a fin de volverse a su casa de Nazaret acompañado de Jesús y María, y, estando en Belén de paso, repentinamente se halló con una orden del cielo que le mandaba por medio de un ángel huir a Egipto antes de llegar a su amada casa de Nazaret.

ORACIÓN
Oh atribulado Patriarca, hondamente afligido con el vaticinio del santo profeta Simeón; yo te ruego por aquella caridad que te hizo alegrarte oyendo el anuncio de la redención de los hombres, que me alcances gracia para que, haciendo con digna penitencia de mis culpas, logre frutos abundantísimos de santificación de mi alma. Amén.







CONSIDERACIÓN XVIII.
Luego que Herodes (llamado el grande) supo que los magos a quienes esperaba para informarse del nacimiento de aquel infante de quien se decía ser el heredero de la corona de Judea, se habían vuelto a la Arabia sin pasar por Jerusalén, creyó que era nacido aquel Rey de los judíos que ellos venían buscando para adorarle. Así es que, con el designio de deshacerse de El en quien temía un rival, mandó degollar a todos los niños que hubiesen nacido en Belén de Judá y en todos sus contornos en el espacio de dos años. Pero como contra Dios no hay consejo que valga, un ángel del Señor se apareció a San José, que estaba dormido a la sazón, y, haciéndole saber los celos y órdenes del soberano de Judea, le previno que huyese a Egipto en compañía del Niño y de su santa Madre. El Patriarca, sin esperar la luz del día ni oponer dificultades, respondió a los mandatos del cielo con una pronta obediencia. En la misma noche del aviso salió de Belén para Egipto, y se mantuvo en este reino hasta que, muerto el perseguidor, llamó Dios a su Hijo de Egipto. Esto nos muestra que en semejantes persecuciones es laudable la retirada, si el que huye se guarda para empresas de la gloria divina; porque no se han de esperar milagros cuando los lances se pueden evitar con providencias humanas.

ORACIÓN
Oh José lleno de susto y congoja por el peligro en que la tiranía de Herodes puso a tu Hijo estimativo, sufriendo además en tu fuga intemperies, necesidades y desamparos juntamente con tu Familia; por tu invicta fortaleza en estos trabajos y por el gozo que tuviste viendo á Jesús puesto en salvo, te ruego que me libres de las ocasiones de ofender a Dios, alcanzándome gracia para huirlas. Amén.







CONSIDERACIÓN XIX.
Es más verosímil que el señor san José hizo su viaje de Belén a Egipto por tierra, como más adecuado a la familia y rara prudencia del Patriarca, escogido de Dios para consuelo de Jesús y de María en este trabajo. En este supuesto, debió encaminarse a Gaza que estaba en las entradas de la tierra de Canaán, y de aquí tomó rumbo hacia el desierto, donde tuvo que andar setenta leguas, de las que solo veinte estaban pobladas, y pasado el desierto entró en Caíran, que hoy llaman Matarea, donde, al decir de algunos, se quedó la sagrada Familia, a distancia de cuatro leguas de la célebre ciudad de Ménfis. En Matarea está un país de grande extensión, en el cual se ve un pozo de agua dulce, y un árbol que hasta ahora está inclinado hacia la tierra desde aquel día en que, como es fama constante, hizo reverencia al Niño Dios cuando pasaba. Si el viaje se hizo por mar, como varios discurren (juzgándolo más proporcionado a la Familia y más breve con viento favorable), salió el señor san José por tierra hasta el puerto de Jope, o, como otros dicen, Jafa, distante de Belén cerca de tres leguas castellanas, y allí se embarcó tomando la dirección a Damieta, a cuyo puerto arribó con felicidad, y de Damieta pasó a Cairo el viejo, en donde estuvo antiguamente Babilonia de los Egipcios, y allí, según las tradiciones vulgares, se mantuvo la sagrada Familia hasta que de Egipto volvió a la tierra de Israel. Sea lo que fuere en este particular, la santísima Virgen pudo estar en todos los lugares que se han nombrado, yendo a Egipto por agua y volviendo por tierra a Israel, o bien al contrario; pero ninguno dudará que el Patriarca tuvo mucho que sufrir en su caminata por el yermo o por el mar, dándonos a todos ejemplo de constancia e incansable paciencia en medio de sus trabajos, y rindiendo adoraciones a la benéfica Providencia Divina, que así conservaba la vida del Niño para la redención del género humano.

ORACIÓN
Oh constante y pacientísimo José, que con gran fortaleza afrontaste los peligros y cuidados de una prolongada caminata, cuidando solícito de Jesús y de María; yo te ruego humildemente que me alcances fuerzas para emprender resuelto los caminos de la ley de Dios, por cuyo amor te sujetaste a tantos trabajos y dolores. Amén.






CONSIDERACIÓN XX.
Es tradición que en Hérmópolis, ciudad de la Tebaida, situada entre Heliópolis y Babilonia, vivió la bienaventurada Virgen con Jesús y con su Esposo José, después de que huyeron de Judea. Se ve también en esta ciudad un huerto de bálsamo con una fuente, en donde, según se dice, la Virgen bañaba al niño Dios; por lo que aquel sitio es venerado no solo de los cristianos sino también de los infieles. No tenemos noticias del todo ciertas sobre este punto, omiso en el Evangelio, y que solo es posible esclarecer un poco a la luz de las conjeturas y tradiciones de los habitantes del Egipto.

ORACIÓN
Oh mi tierno Padre José, que con tanta solicitud procuraste guardar en Egipto la vida y salud del amable Niño Jesús, encomendado a tu cuidado juntamente con María su verdadera Madre: yo te ruego que extiendas a mí tus cuidados para librarme de los males de alma y cuerpo que me rodean y que amenazan destruirme con riesgo de mi eterna salvación. Amén, Jesús,








CONSIDERACIÓN XXI.
Sabemos por el Evangelio de san Lucas, que el señor san José salió de Egipto antes de que Jesús hubiese cumplido los doce años de su edad; mas no se puede establecer como cosa cierta en qué año de los antecedentes fué el regreso. Entre los varios pareceres que sobre este punto ha producido la humana crítica, no parece despreciable la opinión de santo Tomás, que dice, que el destierro en Egipto de la sagrada Familia duró siete años, cuya terminación celebra la Iglesia, en todos sus martirologios, el día 7 de enero, conmemorando la vuelta de tan santas Personas a Israel.

ORACIÓN
Oh José digno por mil títulos de la gratitud de todos los hombres, porque les guardaste cuidadoso y diligente el Pan de Vida Cristo; yo te ruego que me alcances la gracia de alimentarme con El toda mi vida, y que no me lo arrebaten mis pecados a la hora de mi muerte. Amén.







CONSIDERACIÓN XXII.
Las memorias de aquel tiempo no hablan del género de vida que el señor san José hizo entre los egipcios, ni de las demostraciones de humanidad con que recibieran al extranjero aquellas gentes; todo esto, pues, solo puede conjeturarse y describirse ya por el genio amable, y ya por el nombre común de justo con que el Espíritu Santo le da a conocer en el Evangelio, y también por la fortuna del otro José, que vino al mundo representando al Padre estimativo de Jesús. De aquel José que era imagen de Este, nos dice la historia sagrada que, en Egipto, que fué el magnífico teatro de su virtud, se concilió el amor de la nación con su genio cortes y afable. Si esto hicieron los egipcios en vista de los atractivos que llevaba la imagen en sus grandes prendas, es verosímil que se excediesen a sí mismos en las demostraciones de civilidad y amor, cuando tuvieron la fortuna de ver el original en que aparecían tan superiores las ventajas. Estando, pues, el Santo, como se presume, tan bien recibido, es creíble que se valdría de su aceptación para mostrar con cordura y certeza a los egipcios la falsedad de aquellos ídolos extravagantes que adoraban, y para enderezar las costumbres por los caminos de la ley natural y divina. En fin, el señor san José cuya pobreza siempre fué honrada y que nunca se abatió a la mendicidad, logrando mantenerse en todo tiempo a sí y a su familia con la industria de su trabajo, tuvo indudablemente el consuelo de ver en Egipto el fruto de sus afanes por la gloría de Dios en la conversión de muchos a la verdadera religión; y aun algunos se  adelantan a afirmar que presenció algunas ruinas de la idolatría que causó el Niño Dios con su presencia.

ORACIÓN
Oh sapientísimo José, que profundamente enseñado en la escuela de Jesús y María, pudiste ser constituido doctor de las gentes y desempeñaste gloriosamente el misterio de la fé con muchos; yo te ruego que ilustres mi torpe entendimiento con las luces de tu ciencia divina, para que, conociendo lo que debo de creer y practicar, lo obre ayudado de tu poderosa protección. Amén.







CONSIDERACIÓN XXIII.
Habiendo muerto el tirano Herodes y cesando con su muerte las sacrílegas pretensiones de sus ministros y comisarios, ya no era forzoso a san José permanecer en Egipto con su Familia. Así es que, apareciéndose el ángel al señor san José, por ser cabeza y en algún modo superior de la sagrada Familia, le ordenó que se volviese a Israel. Sale en efecto de Hérmópolis, que era la ciudad de su habitación, con aquel regocijo con que los peregrinos dejan el lugar de su destierro, que siempre está mezclado con ciertas cualidades tan amargas, que jamás andan de acuerdo con la dulce memoria de la patria. El gusto en alguna manera sería alivio y consuelo en aquel viaje tan largo, por distar Hérmópolis de las tierras de Israel como algo más de ciento treinta y tres leguas castellanas. Para llegar José con más prontitud y facilidad al término de su destino le prestaba comodidad atravesar por la Judea, y así lo intentó; pero al llegar a sus términos supo con pena y susto que en ella reinaba el tirano Arquelao, hijo de aquel Heredes que mandó degollar a los niños de Belén, por lo que temió, y con justicia, que el hijo pretendiese dar muerte al niño Dios. No pasó adelante, sino que se detuvo dudando de lo que debía resolver en aquel lance tan estrecho, y en el tormento de sus dudas y crueles temores se quedó dormido, y durante el reposo del sueño se le apareció el ángel del Señor, y le dijo, que retrocediera y se retirara á Galilea. Obedeció José, volviéndose puntualmente hacia la Galilea, como el ministro de Dios se lo ordenaba, y estableció su habitación en la antigua ciudad de Nazaret.

ORACIÓN
Oh atribulado Patriarca señor san José, que apenas se alegra tu corazón paladeando el gozo, cuando de cerca te espera ya el dolor para llenarte de tristeza: yo te ruego que me alcances fortaleza y humildad para que ni la prosperidad me engría, ni me abata la adversidad, sino que en ambas con ánimo igual sirva a mi Dios, venerando siempre la mano que me exalta y que me humilla. Amén.







CONSIDERACIÓN XXIV.
Tres veces en el año debían los varones, según el mandamiento del Éxodo, presentarse a la Majestad y presencia del Soberano Dios de Israel en el lugar que el mismo Señor tuviese señalado para su pública adoración y solemne culto. Los tiempos determinados eran, la solemnidad de los ácimos, la solemnidad de los tabernáculos y la solemnidad de las semanas; y las tres en tiempo de nuestro Santo se celebraban en el magnífico templo de Salomón fabricado en Jerusalén. Atentas la virtud, religión y puntual obediencia del señor san José, es verosímil que el santo Patriarca hubiese bajado a Jerusalén en los tres tiempos señalados en el año. San Lucas habla de esta presentación en el día solemne de la Pascua y pasó en silencio las otras dos, porque solo refiere las veces en que iba el santo Patriarca en compañía de su amable Esposa, la que, como las otras mujeres, solo estaba obligada a presentarse en el Templo en la fiesta que escogiese de las tres señaladas en el año. Los niños antes de cumplir los doce años no estaban obligados a esta ley, ni se llamaban hijos de precepto hasta que entraban en el año décimo tercio; sin embargo, no se cree que los padres de Jesús alguna vez hubiera dejado a la solicitud de otra persona aquella prenda que estimaban más que a sus mismas vidas. Estas peregrinaciones al templo mientras que Jesús no cumplía los doce años, es toda la historia que escribe san Lucas acerca de la vida del señor san José en aquel tiempo. Las otras acciones de aquellos tres o cuatro años que vivió en Nazaret antes que Cristo se presentase al Señor, no están escritas; pero puede conjeturarse por las luces antecedentes que tenemos de su virtud y exacta obediencia a las órdenes de Dios, que el señor san José, ilustrado con los ejemplos y palabras del Hijo y de la Madre, creció en la perfección como un gigante de santidad, que aplaude con el calificativo de Justo
el Evangelio de san Mateo.


ORACIÓN
Oh iluminado José, cuya santa alma llenaron las luces de las palabras y ejemplos de Jesús y de María: yo te suplico humildemente que me des parte en tanta luz, para que, disipadas las tinieblas de mi entendimiento, adore conociendo y conozca adorando a Aquel que quiso vivir en este mundo en tu amable compañía. Amén, Jesús.






CONSIDERACIÓN XXV.
Jesús antes de cumplir los doce años iba a Jerusalén al templo para obedecer y acompañar a sus santos padres, bien que María no siempre fuese por obligación que tuviera de presentarse al Señor en el templo, sino por dar estas muestras de religión al soberano Dios de Israel, y este singular ejemplo de piedad a las hebreas. Sin embargo, esta dulce compañía de Jesús en nuestro caso solo la conjeturamos prudentemente, porque de cierto solo sabemos lo que escribe san Lucas, y es, que los padres del Niño Dios iban todos los años á Jerusalén, y que llevaron a Jesús cuando Este ya había cumplido los doce años.

ORACIÓN
¡Oh Patriarca soberano, glorioso lustre de la humildad! por el amor que tuviste a esta altísima virtud, te pido que me alcances del humildísimo Jesús entrar, por el conocimiento de mi propia indignidad, en el número y compañía de los que, por ser humildes, fueron escritos en el libro de los predestinados. Amén.






CONSIDERACIÓN XXVI.
Habiendo la Sagrada Familia después de cinco días de camino arribado a la ciudad de Jerusalén, adoró en su templo al Soberano Dios de Israel, ofreciéndole juntamente aquel donativo que tenía Dios señalado en un mandamiento escrito en el Éxodo. Pasados los días solemnes de la Pascua, salieron José y María .de Jerusalén para Nazaret; mas el Niño, o por examinar el amor de sus Padres, o por mostrar aquella independencia que por ser también Dios tenia de ellos, se quedó en el templo sin avisarles. José y María al principio no le buscaron, pensando que el Niño, de cuyo proceder estaban bien satisfechos, iría acompañado con algún pariente o ciudadano de Nazaret; pero al fin de la primera jornada ya echaron de menos al Niño y comenzaron a buscarle entre los parientes y conocidos de aquella comitiva, y, como no lo hallasen, quedaron sus corazones heridos de un extremo dolor, y negados con la pérdida de Jesús a los lenitivos de algún consuelo Luego traerían a la memoria aquella espada, que, según la profecía de Simeón, había de partir el alma de la Madre del Niño Dios, y dudarían si acaso ya comenzaba a cumplirse aquel funesto y doloroso vaticinio. En aquella noche, que se les haría larga como un siglo, esperarían al Niño por momentos. Pasada la noche en estas amarguras, y amaneciendo el día, retrocedieron para Jerusalén preguntando a los pasajeros si habían visto un Niño de tales señas; y no teniendo noticia alguna de su amado Jesús, entraron a buscarle en Jerusalén. Dirigieron sus pasos a la posada donde habían estado, allí preguntaron por el Niño, y, no dándoles respuesta de su gusto, al día siguiente se fueron al Templo Con ciertas esperanzas de hallarle; y, en efecto, con gran gozo de sus corazones le vieron sentado en medio de los maestros y doctores a quienes hacía varias preguntas. Acabado aquel respetable congreso, de doctores se fué Jesús con respeto de hijo hacia sus padres, y María luego le habló, diciéndole: «Hijo, ¿qué es lo que has hecho con nosotros? Tu Padre y Yo te hemos buscado con dolor.» Respondió Jesús, y dice el Evangelio que sus padres no entendieron por entonces la respuesta.

ORACIÓN
Oh diligentisimo José, que en alas del amor paterno volaste en busca del Niño Jesús a quien sin culpa tuya habías perdido; yo te ruego que pongas en mi corazón las alas de una verdadera contrición, y que con ellas vuele amante y puro a los pies de mi señor Jesucristo, a quien sirva y alabe en tiempo y eternidad. Amén.






CONSIDERACIÓN XXVII.
Después del regreso de Jerusalén á Nazaret, vivió el Señor San José en compañía de la Virgen y de su hijo Jesús hasta que este entró en los treinta años de su edad, según la sentencia de San Gerónimo. De esta vida no tenemos más historia que aquellas dos palabras de San Lucas: subditus Mis, Jesús vivía sujeto a sus padres; pero podemos creer que José crecería en virtudes y méritos delante de Dios, a quien tenía hecho hombre a su lado, logrando sus consejos y ejemplo, y haciéndose más y más digno del tan glorioso dictado de Justo con que le condecora el Evangelio.

ORACIÓN
Oh felicísimo José, que por tantos años lograste la dulce compañía do Jesús, de quien aprendiste perfección altísima, yo te ruego humildemente que me alcances que Jesús sea mi maestro y me dé docilidad y fortaleza para seguir sus enseñanzas. Amén.






CONSIDERACIÓN XXVIII.
El señor san José, según las tradiciones más constantes, murió el 19 de marzo en Jerusalén, habiendo ido, como era costumbre entre los hebreos, a presentarse al Señor en el Templo en el día solemne de la Pascua. No constan ni se puede conjeturar los años que sobrevivió san José después que, hallado el Niño en el Templo, se volvió a Nazaret; pero generalmente se cree que murió poco antes de que Cristo diese principio a su predicación, porque es creíble que hubo de mantener a Jesús hasta los treinta años de su edad, en que había de dar principio a la predicación del Evangelio. Su muerte se cree causada de aquel amor divino que le inspiraban María con sus ejemplos y el hombre Dios con su presencia, los cuales le asistieron en su apacible tránsito, como lo canta la Iglesia en sus himnos, y le cerraron con sus manos sacrosantas los ojos, derramando al mismo tiempo las lágrimas del amor sobre sus despojos mortales; de tal suerte que dirían los judíos, con más razón que después en la muerte de Lázaro: mirad cómo (Jesús y María) le amaban.

ORACIÓN
Oh felicísimo Patriarca, que tuviste la suerte de que te asistiesen en tu agonía Jesús y María su santa Madre: yo te suplico que en mis últimos momentos me asistas tú con Jesús y María, para que, acabando la vida en paz, la acabe amándoos con todo mi corazón y en gracia de Dios. Amén.






CONSIDERACIÓN XXIX.
Dijimos, ateniéndonos a la creencia más prudente y general, que el señor san José murió en Jerusalén, en aquella parte del año en que había de ir con su Esposa y con el Niño a adorar al Señor en Jerusalén; y, con los mismos fundamentos, conjeturamos que sus restos fueron sepultados en aquel valle donde estaba el sepulcro ce Josafat y el huerto de Getsemaní, y donde descansaban sus ilustres progenitores. No nos queda más que adorar los inescrutables designios de la Providencia, que quiso ocultarnos los pormenores de los últimos días y sepulcro del estimativo Padre del Verbo, abandonando a las conjeturas fijarlas con la incertidumbre inevitablemente consiguiente. Y ya que no alcanza. la historia allí donde nuestro corazón quisiera llegar en efusión de amor y respeto, procuremos con todas nuestras fuerzas obrar constantemente el bien, libres de pecado, para que logremos ver a nuestro Santo en el cielo, donde es seguro que, lleno de gloria y majestad, reina con Jesús y con María.

ORACIÓN
Oh José distinguido en el amor y respeto de Jesús, ya que el Señor quiso que los hombres ignorásemos el lugar de tu sepulcro, privándonos así del consuelo de regarle con las lágrimas de nuestro amor y gratitud, dígnate alcanzarnos gracia para que nuestros corazones guarden constantemente tu memoria, a fin de imitar tus altas virtudes, amando a Jesús y a María, como tú les amaste. Amén.






CONSIDERACIÓN XXIX.
Dijimos, ateniéndonos a la creencia más prudente y general, que el señor san José murió en Jerusalén, en aquella parte del año en que había de ir con su Esposa y con el Niño a adorar al Señor en Jerusalén; y, con los mismos fundamentos, conjeturamos que sus restos fueron sepultados en aquel valle donde estaba el sepulcro de Josafat y el huerto de Getsemaní, y donde descansaban sus ilustres progenitores. No nos queda más que adorar los inescrutables designios de la Providencia, que quiso ocultarnos los pormenores de los últimos días y sepulcro del estimativo Padre del Verbo, abandonando a las conjeturas fijarlas con la incertidumbre inevitablemente consiguiente. Y ya que no alcanza la historia allí donde nuestro corazón quisiera llegar en efusión de amor y respeto, procuremos con todas nuestras fuerzas obrar constantemente el bien, libres de pecado, para que logremos ver a nuestro Santo en el cielo, donde es seguro que, lleno de gloria y majestad, reina con Jesús y con María.

ORACIÓN
Oh José distinguido en el amor y respeto de Jesús, ya que el Señor quiso que los hombres ignorásemos el lugar de tu sepulcro, privándonos así del consuelo de regarle con las lágrimas de nuestro amor y gratitud, dígnate alcanzarnos gracia para que nuestros corazones guarden constantemente tu memoria, a fin de imitar tus altas virtudes, amando a Jesús y a María, como tú les amaste. Amén.






CONSIDERACIÓN XXX.
Fué el dignísimo Esposo de la Madre de Dios dotado de un aspecto lleno de belleza y de majestad, y se podrá formar una cabal idea del cuerpo y facciones del consorte de aquella Virgen la más hermosa entre las criaturas, poniendo primero a la vista un rasgo de las perfecciones corporales del buen Jesús, en quien la industria de la gracia, siguiendo los ocultos designios del cielo, puso el retrato de su Padre estimativo san José. Fué Cristo de un cuerpo perfectísimo, y tan admirablemente formado, que tuvo, como dice el real profeta David, en un grado ventajoso las cualidades y rasgos de la hermosura, aun en aquella nación que antes había dado bellezas tan peregrinas, que las aplaude con voces magníficas la Sagrada Escritura.

ORACIÓN
Oh bellísimo José, que no solo en el cuerpo, sino mucho más en el alma, fuiste lleno de primores de naturaleza y gracia; yo te suplico que me alcance tu poderosa mediación con Jesús y María, que mi alma sea santificada y llevada á la debida perfección de virtudes, y que mi cuerpo tenga la salud conducente al buen servicio de Dios y provecho espiritual de mis prójimos. Amén.






CONSIDERACIÓN XXXI.
Habiendo muerto y resucitado Jesús, resucitaron con el mismo Señor muchos cuerpos de Santos que habían pasado a la otra vida [como consta del capítulo veintisiete de san Mateo;] y el angélico doctor Santo Tomás dice, que debemos creer sin detenernos, que los Santos que resucitaron con Jesús subieron con el mismo Señor a los cielos. Esto supuesto, oigamos las palabras de san Bernardino de Sena en su sermón del señor san José: «No se ha de afirmar como cosa cierta, más piadosamente se puede creer que Jesucristo, el piadosísimo Hijo de Dios, concedió a su Padre estimativo el mismo privilegio que, a su santísima Madre, para que desde el día de su gloriosa resurrección estuviese el santísimo José con Cristo en cuerpo y alma, como había de estar después en el cielo la gloriosa Virgen María su Esposa. Y también para que aquella Sagrada Familia, compuesta de Cristo, de la Virgen y de san José, que vivió con los mismos trabajos y en unión de caridad en la tierra, viviese en cuerpo y en alma en la gloria, según la regla del Apóstol, quien dice que serán compañeros en el consuelo los que en compañía de Cristo toleraron las mismas tribulaciones… Bernardino de Bustos, en confirmación de esta sentencia, dice, que predicando en Padua san Bernardino de Sena que el señor san José estaba en cuerpo y alma en la gloria, se vio sobre su cabeza una cruz resplandeciente como el oro: prodigio conque, según parece, quiso el cielo dar a entender que era cierto lo que aquel ilustre orador decía del esclarecido Esposo de la Madre del Hombre Dios.

ORACIÓN
Oh gloriosísimo Patriarca señor san José, cuyas heroicas virtudes forman en el cielo, donde reinas eternamente, la rica y brillante pedrería de tu hermosa corona; yo te suplico con el mayor fervor que puedo, que me alcances de tu Hijo estimativo y de tu dignísima Esposa María, que por medio de una santa vida merezca una feliz muerte, e inmediatamente vaya al cielo a gozar de Dios en vuestra compañía por los siglos de los siglos. Amén.





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