martes, 30 de julio de 2019

MES DE MARÍA

MES DE MARÍA
o
Mes de Mayo
Con Licencia Eclesiástica. Escrito en el siglo XIX, recopilado en León, Nicaragua, donde fue difundido por los jesuitas.



ORACIÓN PREPARATORIA
Del mes de Mayo para el 30 de Abril


Jesús, Hijo de Dios vivo, que por salvar al hombre quisiste ser también Hijo de María, a tus plantas acuden tus redimidos para estudiar las virtudes de la Madre a cuyo amor los encomendaste desde el árbol de la Cruz. Nuestro deseo es corresponder como buenos hijos, y hacernos dignos de tal modelo y protectora; gracia de nosotros tan desmerecida; de tu Corazón la esperamos, oh buen Jesús, que sólo en tu Madre se complace dignamente. Por tu limpieza inmaculada te lo pedimos; limpia nuestra alma de toda culpa y vístela de virtud y de vida, como viste en este mes la naturaleza de flores y de hermosura. ¡Oh María, amor dulce de los corazones! tus altares a porfía cubiertos de luces y flores, y rodeados perennemente de hijos tuyos, expresarán nuestro anhelo de honrarte y de servirte, frutos de verdadera virtud te serían muy gratos; pero ¡ah! no los tenemos y envueltos están en espinas los pocos que brotaron del riego de tus gracias. No te retraigan, oh Señora, estas espinas que tu Hijo ciñó en el día de su sacrificio, tiñéndola con su Sangre, condúcenos a Jesús por la imitación práctica de sus virtudes, para que viviendo en Él como tú viviste, gocemos contigo de su amor eternamente. 


ORACIÓN PRIMERA
A la Santísima Virgen María para todos los días


Santísima María, Madre de Dios, Reina compasiva, Hija del Rey Soberano, gloriosísima Madre, Madre de los huérfanos, consuelo de los afligidos, guía de los extraviados, salud de los que en Ti esperan, Virgen antes del parto, en el parto y después del parto, fuente de misericordia y de gracia, de salvación, de indulgencia y de consuelo, fuente de piedad y de alegría, de perdón y de vida; por el santo e inefable gozo que llenó tu alma cuando concebiste al Hijo de Dios anunciado por el ángel Gabriel, por la santísima humildad con que respondiste: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, por el divino misterio que obró entonces el Espíritu Santo; por la inefable gracia y por la piedad, misericordia, amor y humildad que hicieron bajar a tu seno, tomando carne humana, a Jesucristo tu Hijo; por los gloriosísimos gozos que éste te ocasionó, por la santa y profunda compasión, por las dolorosas amargura que inundaron tu Corazón cuando lo viste suspenso en la Cruz, cubierto de heridas, abrasado de sed; cuando viste que los verdugos aplicaban a sus labios el vinagre y la hiel; cuando lo oíste clamar: “Dios mío, Dios mío” y lo viste morir con tus propios ojos; por las cinco llagas de su Santísimo Cuerpo; y por los tormentos que te ocasionaron; por el derramamiento de su Sangre y por toda su Pasión, por el dolor de tu alma y tus santísimas lágrimas; por todos estos méritos te suplico vengas en mi auxilio, con todos los Santos y elegidos de Dios, y me dirijas en mis ruegos y peticiones, siempre que yo tenga algo que hacer, que decir o que pensar, y en todos los instantes del día y de la noche. Alcánzame de tu amantísimo Hijo el complemento de todas la virtudes; alcánzame su misericordia, su consejo, su amparo, su bendición, salud, paz y prosperidad, gozo y alegría; alcánzame en abundancia todos los bienes espirituales, y de los temporales lo que pueda serme suficiente. Ruega al Espíritu Santo que dirija y proteja mi cuerpo, que eleve mi espíritu, que mejore mis costumbres, que santifique mis acciones, que me inspire buenos y santos pensamientos, que me libre de los malos pasados, dulcifique los presentes y modere los venideros; que me conceda una vida recta y pura con encendidos sentimientos de fe, esperanza y caridad; que me dispense la gracia de creer firmemente en todos los artículos de la fe; de guardar todos los preceptos de la ley, de regir mis sentidos; y últimamente, que me libre siempre del pecado mortal y me proteja hasta la hora de la muerte. Intercede por mí, oh dulcísima Virgen María, Madre de Dios y Madre de misericordia, para que acoja benignamente esta plegaria y me conceda la vida eterna. Amén.


DÍA PRIMERO
Consideración de los Motivos para hacer bien la Devoción del Mes de Mayo.


¡Cuántas necesidades tienes, alma, del auxilio de María para salvarte! ¿Eres inocente? Pero tu inocencia está en peligro. ¡Cuántos más inocentes que tú han caído en pecado, y se han perdido para siempre! ¿Eres penitente? Pero tu perseverancia es muy incierta. Aquellos malos hábitos, aquellas ocasiones, aquellos compañeros antiguos . . . . tú lo sabes. ¿Eres pecador? ¡Cuánta necesidad tienes de María para convertirte! Has comenzado una y muchas, y nunca has salido con la empresa. Si no fuera por María acaso eres perdida. 


Sin embargo, con la devoción de este mes puedes alcanzar tu patrimonio y salvación. ¿Es posible que una Madre tan tierna no ha de oír un hijo devoto? Por un Rosario, por un ayuno, ha hecho gracias muy señaladas a grandes pecadores, ¿qué no hará por ti que dedicas un mes entero a su servicio?. 


Mas ¡ay de ti si pierdes esta gracia! ¡ay si comienzas y no acabas y dentro de pocos días la dejas! ¿quién sabe si será la última ocasión que Dios te presenta para convertirte? ¿quién sabe si a esta devoción estará ligada tu perseverancia final? y en fin, ¿quién sabe si este será el último mes de tu vida? Puedes a tan poca costa adquirir tan gran patrocinio, y de no hacerlo ¡que pena, que remordimiento a la hora de la muerte! Piénsalo bien y resuélvete. 


EJEMPLO. – Muy cerca estuvo de sufrir la pena de su infidelidad un congregante de María. Frecuentaba la Congregación de la Virgen; pero luego se entibió de manera que vino a dejarla enteramente. No le sirvieron ni las súplicas ni los avisos de sus compañeros. Fue preciso que un muerto le avisase. Estaba durmiendo una noche, y ve a un Padre que él conocía muy bien, por haberlo visto en la Congregación; el cual le reprendió diciéndole “Joven perezoso, pues eres tan negligente, se ha dado ya cuenta la Santísima Virgen, bajo cuya tutela está la Congregación; si no te enmiendas, sabes que te espera un castigo terrible”. Despertó, mas despreciándolo todo como un sueño, se le apareció otra noche el mismo Padre reprendiéndole y amenazándole con más aspereza, pero poco o nada sirvió, pues decía, que aquellos eran sueños de que no se debía hacer caso, y que quería vivir en libertad. Otras inspiraciones y llamamientos más fuertes se necesitaban para hacerlo entrar dentro de sí, como que no sólo había dejado la Congregación sino el temor de Dios. La tercera vez vio al referido Padre, también en sueños, el cual además de reconvenciones, parecía que lo tomaba por la mano conducía a la iglesia, donde llegados le decía: “¿Qué hacéis perezoso? Confiésate bien porque hasta ahora has callado tal pecado”, y lo nombró. Habiéndose despertado con gran temor, y viendo que era verdad lo que en sueño le había pasado, fue inmediatamente a la Congregación, se confesó con gran dolor y arrepentimiento y después permaneció en el servicio del Señor, cuya bondad y misericordia se descubre en este joven a pesar de su mala correspondencia. 


OBSEQUIO. – Llevar al pecho la imagen de María, y estrechándola cariñosamente, decirle con frecuencia: Sea vuestro, Madre mía, todo mi corazón. 


JACULATORIA. – Virgen Sacratísima dignaos concederme la gracia de que os alabe.


ORACIÓN SEGUNDA
A la Santísima Virgen María para todos los días


Santísima Madre de Dios, por los méritos dolorosos de la pasión de tu Hijo Jesús, te suplico que te acuerdes de mí en la hora de mi muerte. En tus manos pongo; oh Madre bondadosa, mi cuerpo y el fin de mi vida. ¡Oh dulcísima Reina, cuyo corazón rebosa de misericordia! socorre a este tu siervo, pobre pecador, antes que la muerte me sorprenda para que no salga de este mundo súbitamente y sin preparación. Ruega por mí, Virgen santificada; te lo pido por la amarguísima muerte de nuestro Señor Jesucristo; alcánzame que me despida de este mundo reconciliado con tu divino Hijo, después de haber detestado sinceramente y confesado con humildad todos mis pecados; después de haberlos expiados con penitencia cumplida y satisfacción suficiente, después de haber renunciado a Satanás y a sus obras, y después de haber recibido los sacramentos de la Iglesia. Ten piedad de mí, oh bienaventurada Madre de Dios, en aquella hora terrible cuando la vida me abandone, cuando mi lengua moribunda no pueda ya moverse para invocarte, cuando la luz no hiera mis ojos, cuando mis oídos no perciban el sonido de la voz, acuérdate entonces, oh María, de la oración que arrodillado a tus pies te dirijo en este momento, y ampárame en aquel último trance, de suerte que me libre de los lazos del demonio y logre ser colocado entre los amigos de tu Hijo. 


¡Oh bienaventurada Virgen María! Tú eres la Madre de Dios, pero también lo eres de los pecadores; Tú eres la Madre del Juez, pero también lo eres de los desterrados; no permitirás por tanto que yo, hijo tuyo, aunque culpado reciba mi condenación de tu otro Hijo, el que es Omnipotente, reconcíliame con Él como Madre bondadosa, y alcánzame que por sus méritos sea yo recibido en la patria celestial al salir del presente destierro. Amén.


DÍA SEGUNDO
Sobre la salvación eterna


Estás en el mundo para salvarte, ¿lo entiendes alma mía? No estás en el mundo para divertirte, para comer, vestir, descansar y mucho menos para pecar; estás en el mundo sólo para salvarte. ¿De qué te serviría tener bajo tu dominio toda la tierra, si al cabo te hubieses de perder? Reyes, emperadores, filósofos, literatos ¿de qué os sirve ahora vuestro poder y doctrina, si no habéis sabido salvar vuestras almas? 


Pero este negocio de la salvación es inciertísimo. La salvación del alma no se compra con el oro; se gana haciéndose violencia; se pierde por un solo pecado mortal de pensamiento.


Para salvarte no basta haber sido santo inocente una vez, es preciso perseverar hasta la muerte ¿pues que seguridad tengo yo de salvarme? Mi vida pasada ha sido toda pecado y recaídas. Mi vida presente es un abismo, que ni aún yo conozco. Mi vida futura ¿qué será? No lo sabe sino Dios. 


Finalmente este es un negocio irreparable. Si pierdo un pleito, si pierdo la salud, puedo esperar algún remedio; pero si pierdo el alma una vez sola, ya no hay remedio por toda la eternidad. Si me cortan la mano, me queda otra; si me cortan un pie, me queda otro; pero el alma es una sola; o solo salva, o solo condenada; ¿y pienso tan poco en salvarme, o mas bien, me tengo por tan seguro? ¡Vivo tranquilo, y aún si ahora muriese, no sé si me salvaría!


EJEMPLO. – Que María Santísima alcance la salud del alma a sus devotos, no es maravilla, pero que lo haga con quien no se acuerda siquiera de la Señora, esto muestra el amor de sus maternales entrañas. Testigo de esta verdad es el joven Esquilio, el cual no había pasado de los doce años, y ya vivía muy mal, Dios que le quería para sí, permitió que cayese gravemente enfermo; tanto que estaba ya desahuciado y esperando la muerte por momentos, cuando quedando sin sentido y creyendo los circunstantes que había expirado, fue conducido a una estancia llena de fuego, y cuando él buscaba por dónde huir de aquellas llamas, vio una puerta por la que dirigiéndose llegó a una sala, donde halló a la Reina del Cielo con muchos Santos que le hacían corte. Esquilio se arrojó a sus pies al punto; pero la Virgen con severidad le desechó, y mandó que de nuevo fuese llevado al fuego, invocó el infeliz a aquellos santos, a los cuales dijo la divina Señora que era un malvado, y que nunca le había rezado un Ave María. Intercedieron de nuevo aquellos Santos, diciendo que se encomendaría.  Entre tanto Esquilio, lleno de temor, prometía darse enteramente a la devoción y servirla mientras viviese. Entonces la Virgen, habiéndole reprendido severamente, le exhortó a borrar con la penitencia las culpas pasadas, y cumplirle la promesa que le había hecho, con lo que revocó la orden dada de que fuese arrojado a las llamas. En esto, volviendo en sí Esquilio y habiendo curado de su enfermedad, se hizo religioso de la orden del Cister, dedicado particularmente a la Virgen, e hizo en la virtud tantos progresos, que llegó a ser santo y ahora cantará en el cielo las glorias de esta amorosa Madre.


OBSEQUIO. – Hacer alguna visita a alguna imagen de María Santísima y encomendarle fervorosamente la salvación del alma.


JACULATORIA. – Salvadme, Señora mía, salvadme. 


DÍA TERCERO
Consideración sobre la dignidad y excelencia de nuestra alma


Considera, alma mía, cuán preciosa eres por la nobleza de tu origen. ¿De qué manos has salido? De las manos de Dios. ¿Ha imagen de quién has sido hecha? A imagen y semejanza de Dios. Esta no es una exageración, no es una figura o modo de hablar, es una verdad ciertísima. ¡Y tú no sólo no piensas en tu nobleza, sino que pierdes por el pecado esta hermosa imagen para tomar la de un demonio! 


Considera también cuán preciosa eres por el rescate alma mía, tú eres perdida y perdida para siempre. ¿Quién es el que te ha rescatado del poder del demonio? Tu Padre celestial. ¿Y que es lo que ha dado para rescatarte? ¿Oro, plata, piedras preciosas? ¡Ah!, mucho más, infinitamente más. Ha dado por tu rescate la vida y la Sangre de su divino Hijo. ¿Y una vida tan preciosa, una vida que tanto cuesta, la pierdes y malogras tú, después por un capricho, o por una satisfacción pasajera? 


Considera, en fin, cuán preciosa eres por la felicidad de tu destino. Tú eres una hija del Supremo Monarca del mundo, destinado a sentarte cerca de su trono, y a reinar juntamente con Él. Pero una hija de un príncipe, que ha de ser algún día coronada, ¡con cuánto cuidado y con qué esmero se educa en la corte de su Padre! Y tú, alma mía, heredera del paraíso, ¿dónde estás? ¿dónde habitas? ¡Oh Dios mío! en medio del cieno como un animal inmundo. ¿Y no te avergüenzas? ¿No temes ser desheredada de Dios? 


EJEMPLO. – No puede sufrir la Virgen que sirva al pecado una cosa que le está consagrada. ¿Cómo podrá ver manchada con la culpa un alma rescatada con la Sangre de su Hijo? Hubo un Secretario de la Congregación de María, en Sevilla, el cual hizo trabajar con mucha delicadeza en seda y oro dos plumas para escribir los nombres de los congregantes, para hacer las patentes y cosas semejantes; las vio un joven de la misma Congregación, le gustaron, y quitó una; pero le costó muy caro no tanto por el hurto, como por el uso que hizo de ella. Tenía este joven trato con una mujer poco honesta, y queriendo escribirle en señal de afecto, tomó aquella pluma que había robado. Al comenzar a escribir recibió una fuerte bofetada, sin que él viese la mano que le hería; pero si oyó estas palabras: “¿Y aún tienes atrevimiento, malvado, de profanar una cosa que me está dedicada?”. A este repentino golpe y terrible voz se desmayó el miserable; una oculta fuerza le quita de la mano la pluma, y él caído en tierra, vuelto en sí reconoce su error, pide humildemente perdón, y promete enmienda. Mas no por esto desapareció la señal del golpe, pues por muchos días tuvo la mejilla amoratada, y en ella las señales de la bofetada, para dar a entender que no era mano terrena la que se la había dado; y aunque con la boca hubiese querido callar el hecho, lo manifestaba con el semblante. Mejor le hubiera estado haber escrito con la pluma el nombre de María a imitación de muchos santos. 


OBSEQUIO. – Examinar la conciencia, y si hallamos haber cometido algún pecado mortal, confesarnos al punto, y si no desatar los de la vida pasada.


JACULATORIA. – Desatad nuestras cadenas, iluminad nuestras mentes


DÍA CUARTO
Sobre la salvación del cuerpo


¿Por qué pecas? Por contentar tu carne. Insensato, ¿no conoces que la pierdes y destruyes? ¿Si pierdes el alma, salvarás acaso el cuerpo? No, o bienaventurados los dos, o ambos condenados. Te molesta y aflige un dolor de cabeza, una cama algo dura, una comida escasa, una postura incómoda; pero, ¿y en el infierno? ¿En el infierno qué será? 


¡Qué ambición no tienes ahora y qué ansías porque tu cuerpo haga un gran papel! Morirás, y tu cuerpo quedará hecho un esqueleto; tu cabeza reducida a un desnudo cráneo, sin piel, sin ojos, sin labios, sin lengua, sin manos y pies descarnados, y lo restante una caverna de podredumbre y gusanos. Y si además te condenas, tu rostro estará en el infierno, más negro que la cara de un etíope, tus cabellos serán un grupo de áspides y serpientes; tu lengua vibrará como una barra inflamada; tus ojos parecerán dos brasas encendidas; en suma vendrás a ser un demonio. ¡Qué horror!


Cuando tu carne te quiera hacer pecar, debes decirle: ¡Ah carne rebelde, si condesciendo con tu deseo, arderás en el fuego juntamente conmigo por toda la eternidad! ¿Y será bueno gozar tan poco, para después penar tanto? Si quieres amar tu cuerpo, ámale enhorabuena; pero procúrale un verdadero bien, una verdadera belleza, un bien y una belleza eterna en la bienaventuranza. 


EJEMPLO. - María no es sólo protectora del alma de sus devotos, sino que lo es también de su cuerpo. Bien lo experimentó Águeda de la Cruz, del Orden de Santo Domingo. Divirtiéndose un día, siendo niña, con otra de su edad, en lugar alto de su casa, ésta la empujó y cayó desde arriba. Águeda al caer dijo: “María ayúdame”. Acudió la Virgen y con sus sacratísimas manos la puso en tierra, sin que se hiciese daño alguno. Pero no acabaron aquí las gracias de María, Madre de amor para con ella. Un día estando sola, vino un pobre a su casa a pedir limosna. La buena Águeda, movida a compasión fue a cortar no sé que cosa que estaba colgada en lo alto. El demonio, enemigo capital de los hijos de María, la hizo caer del banco donde se había subido, y con el cuchillo que tenía en la mano se cortó un dedo. Águeda, ya por el dolor que sentía, ya por el temor de los suyos cuando volviesen a casa, se encomendó a la Virgen, la cual dicen, se le apareció visiblemente, le restituyó el dedo cortado y le dijo: -Hija mía, no tengas miedo del demonio; cuando él te quiera hacer daño, llama a mi Hijo, Él te librará. ¿Puede darse afecto más tierno que el de esta gran Madre del amor hermoso?


OBSEQUIO. - Hacer un acto de mortificación en penitencia de las sastifacciones ilícitas que hemos dado a nuestro cuerpo. 


JACULATORIA. - Limpiad, oh Virgen Santísima, mi corazón.


DÍA QUINTO
Consideración del tiempo


Pasa el tiempo, y con el tiempo paso yo también. Quince, veinte, treinta, cuarenta años de vida han pasado ya y no volverán más. ¿Y cuántos me restan? No lo sé, pero sé que son pocos. El tiempo es breve, yo mismo lo digo, que los días vuelan sin sentir. Pero en comparación de la eternidad, no sólo es brevísimo el tiempo, es como nada.


Tiempo breve y tiempo precioso, porque en este cortísimo tiempo puedo adquirirme una eterna felicidad. Cada momento bien empleado me puede acrecentar un grado más de gloria en el Paraíso. Media hora bien empleada en ajustar las cuentas de mi alma puede sacarla de las manos del demonio y ponerla en las de Dios. Un poco de tiempo que destine cada día a la oración, a una misa, a un libro espiritual puede tenerme lejos del pecado y asegurarme la salvación. Tiempo breve y tiempo espantoso. En todos los instantes puedo pecar, puedo morir y puedo condenarme. ¡Infeliz de mí, qué en tiempo tan corto podía hacerme santo y soy todavía pecador! He perdido el tiempo en vanidades, en niñerías, en diversiones y en pecados. ¿Qué fruto he sacado de haber hasta ahora perdido el tiempo así? Si no pienso seriamente en gastarlo mejor en adelante, llegará día en que pediré a Dios una hora sola para convertirme, y esta hora no llegará nunca por toda la eternidad.


EJEMPLO. - ¡Oh cuánto sirve un poco de tiempo bien empleado en honor de María! Dos jóvenes en un día de vacaciones fueron juntos al río Po, y se metieron en una barca. Uno de ellos dijo al compañero: Ahora que no tenemos nada que hacer, y nos hemos divertido bastante, recemos el Oficio de la Virgen según las reglas de nuestra Congregación. Esto no obliga a pecado respondió el compañero, quiero divertirme hoy que es día de asueto, no tengo ganas de hacer oración; pero el otro con todo eso se puso a rezar solo. Estando en ésto se turbó el aire, y llegó una gran avenida; ellos poco prácticos en gobernar la barca, no pudieron resistir el ímpetu de las aguas , ni llegar a tierra. El bote dió una vuelta y cayeron en el agua; invocaron ambos a la Virgen, y esta Señora inmediatamente acudió; tomó por la mano al que había rezado el Oficio, y le sacó del peligro. Esperaba el otro compañero lo mismo, pero la Virgen vuelta a él le dijo: Tú no estabas obligado a honrarme, pues ni yo a socorrerte. Oía y veía todo esto el compañero, y dió gracias a la Virgen que le salvó la vida en premio del obsequio que le había hecho.


OBSEQUIO. - Rezar el Oficio de la Virgen o algunas devociones de las que se acostumbran en su Congregación. 


JACULATORIA. - Preparadonos el camino para renovar nuestra vida.


DÍA SEXTO
Consideración sobre el pecado


Examina si has cometido algún pecado mortal.  Si por tu desgracia le has cometido ¿sabes bien lo que hiciste? Procurar con todas tus fuerzas destruir y aniquilar a tu Dios y Señor, Creador, Redentor, Padre y Bienhechor; corresponder vilmente a sus beneficios, desobedecerle con descaro, rebelarte contra Él, perder su gracia, negarle por Padre, quedar despojado de buenas obras, perder la herencia de la gloria y, finalmente, ser echado del cielo y precipitado en el abismo. ¿Puede darse mayor desgracia?


Y aún permaneces en pecado mortal, ¡ay de ti! Dios es tu enemigo y tú eres esclavo del demonio. ¿Cómo te atreves a reír, a jugar y a dormir tranquilo? ¿No ves qué, si Dios se cansa de sufrirte, puedes morir y condenarte en un momento? Millares de ángeles cayeron en el infierno por un solo pecado; ¿y te tienes por seguro, habiendo cometido tantos? ¡Oh deplorable ceguedad!


Mas, aunque no estés en pecado, en peligro de caer siempre estamos todos. Una tentación violenta u otro peligro inesperado puede precipitarnos cuando menos pensamos. El Ángel pecó en el cielo, Adán en el Paraíso, Judas y Pedro en la escuela de Jesucristo; pues tú también aunque seas un ángel, un inocente, un apóstol, puedes en un momento quedar hecho un demonio. Tiembla, pues, de tan gran peligro.


EJEMPLO. - El que quiera librarse de pecar sea tiernamente devoto de María. Extraordinario fue el modo con que esta Señora libró a un joven en Mesina (Auriem f. 2 pág. 60). Obsequiábala siendo congregante, con gran pureza de alma, pero en una ocasión se vió ya muy cerca de perderla. Instigó el demonio a una mala mujer para que solicitase al joven a pecar; y viéndose con él un día a solas, fue mayor el esfuerzo que hizo para conseguir su malvado intento. El joven en este gran apuro levantó su corazón a la Virgen Purísima, invocándola afectuosamente con estas pocas palabras: Ayúdame Madre mía, y no me abandonéis en esta ocasión. Al punto experimentó la eficacia de sus ruegos; porque en aquel instante se le representó la mujer del todo transformada, y tanto, que le parecía un horrible monstruo, o una furia salida del infierno; el rostro espantoso, y en lugar de cabellos serpientes, de manera que causaba espanto el mirarla. Inmediatamente sintió desvanecerse la tentación, y la reprendió ásperamente por su desvergüenza. Así quedó victorioso de un asalto en que otros de su edad suelen perecer lastimosamente. 


OBSEQUIO. - Cuando se sienta alguna tentación es bueno besar las cuentas del Rosario, porque disgustar a María al mismo tiempo que uno está besando con devoción su Santo Rosario, no puede ser.


JACULATORIA. - Libradme, Señora, de caer en pecado mortal.


DÍA SÉPTIMO
De las penas del pecado


Cuando a un hombre a quien han ofendido quiere vengarse, muchas veces no puede; pero en Dios no es así; si quiere, puede castigar el pecado y vengarse de sus enemigos. Puede quitarnos la salud, los bienes, nuestros padres, o la misma vida. Si quiere lo puede hacer en un instante. Al que está en pecado mortal puede castigarle con una muerte repentina. Si lo quiere hace ¿quién se lo impedirá? ¡Y tú infeliz! ¿Sabes cuál es en esta parte la voluntad de Dios? No. Pues si no lo sabes ¿cómo te atreves a pecar y dormir tranquilo en tu pecado?


Ahora bien, has de saber que Dios quiere castigar el pecado. Si has pecado ten por cierto que Dios se ha de vengar de ti, y te ha de castigar en esta vida o en la otra. O penitencia o infierno. Adán y Eva alcanzarón el perdón y se salvaron; pero la pena temporal de su pecadodura todavía. Tú dices: un pecado más o menos, poco importa. ¡Insensato! ¿No te importa nada un castigo poco más o menos?


Aún en este mundo Dios castiga el pecado. Las enfermedades, las desgracias en las familias. Aquel empleo perdido, aquellas esperanzas frustradas, la calumnia que te levantaron, esas tentaciones tan molestas y continuas que sientes, ¿qué son sino castigo del pecado, por más que tú por estar ciego no lo conozcas? Y si acaso logras satisfacer tus apetitos, y todos tus negocios caminan felizmente, este es un mayor castigo y más terrible porque te sirve de medio para permanecer en tu mala vida, y para añadir pecados a pecados y amontonar leña para el infierno. ¿Será por ventura que ya no sientes remordimientos de conciencia, ni temes el castigo de la ira Divina? ¡Ay de ti! que todo el rigor de la Divina Justicia está pesando sobre tu cabeza. Si hay alguno en el mundo que tenga necesidad del valimiento de María, eres tú ciertamente.


EJEMPLO. - Si Dios hasta ahora no te ha castigado, debes atribuirlo a la intercesión de María; ¡infeliz de ti, si desde luego no tratas de enmendarte! Vivía un joven noble en la provincia de Toledo, encenagado en vicios, aunque conservaba algunas devociones a la Virgen. Cansado el Señor de sufrirle, estaba ya resuelto a castigar sus éscandalos, y como en actitud de dar licencia a la muerte, para que le arrebatase repentinamente, según vio cierta persona de santa vida; pero vio también que interponiendo sus ruegos la Santísima Virgen, le respondió su Divino Hijo: por vuestro amor le concedo treinta días de término para hacer penitencia; pero si pasan sin haberse enmendado, ejecutará indefectiblemente la sentencia. (Auriem t. 2.-, Pág. 14). Esta persona piadosa, movida de caridad descubrió la visión a un sacerdote para que avisase al caballero; avísole al instante, y con sus buenas razones logró que el caballero se confesase, y le dejó resuelto de mudar de vida; pero en vano. Porque a poco volvió a recaer. Verdad es que acudió segunda vez al confesor proponiendo corregir su mala costumbre; mas lejos de hacerlo así, se encenagó en sus vicios peor que antes. Desde entonces huía del confesor, y encontrándole acaso un día en la calle, con rostro airado y modo grosero le dijo: Apartaos, Padre, id a vuestro negocio, que conmigo nada tenéis que ver. Llega en fin la noche en que se cumplían los treinta días; el joven no haciendo caso alguno de la amenaza del cielo, permanecía en su mal estado con más libertad que nunca; cuando a eso de media noche se siente el infeliz asaltado de agudísimos dolores; acuden a los gritos los que estaban cerca, corren a buscar confesor, llega, pero por más que hizo exhortándole a confiar en la protección de María Santísima, todo fue en vano y como quien da voces al aire, hasta que el miserable, dando una voz espantosa dijo: ¡Ay, que me han atravezado el corazón! y expiró al punto.


OBSEQUIO. - Un cuarto de hora delante de una imagen de María Santísima, pidiéndole de rodillas que nos libre de la ira Divina.


JACULATORIA. - Santa Madre de Dios, rogad por mí.


DÍA OCTAVO
Consideración de la muerte


Hemos de morir; hemos de dejar para siempre, parientes, amigos, convenencias, cuanto tenemos en el mundo, y hasta la propia vida. Mi habitación ha de ser un sepulcro lleno de gusanos, mi casa será la eternidad; feliz o desgraciado, no lo sé. Esta es una verdad que no necesita fe para ser creída, porque está pasando diariamente a nuestros ojos. Mueren los viejos y los niños, los pobres y los ricos, los pecadores y los justos. Murió María Santísima, murió Jesucristo, yo también he de morir.


Pero ¿dónde? ¿cómo? ¿en casa? ¿en la Iglesia? ¿en la cama? ¿yendo de camino? No lo sé. ¿De calentura lenta? ¿de enfermedad aguda? ¿de un accidente? ¿de una caída? No lo sé. ¿Cuándo ha de ser? ¿de aquí a treinta años? ¿de aquí a veinte? ¿en este mismo año? ¿en este mes? ¿en esta misma noche? No lo sé. Sólo Dios lo sabe que ha dicho que la muerte vendrá como un ladrón nocturno, cuando menos se piensa. 


¡Y yo vivo como si nunca hubiese de morir, sin acordarme siquiera de la muerte! Si muriese ahora mismo según lo que me dice la conciencia, ¿dónde iría? Acaso de aquí al infierno. Así lo conozco y este pensamiento me hace temblar, pues ¿cómo no pongo remedio? Voy dilatándolo de un mes para otro, de un día para otro, siempre más acercándome a la muerte, y siempre duro en mi pecado. ¡Ay de mí! si llego a morir en pecado, ¿de quién podré quejarme?


EJEMPLO. - Un niño de diez años, devoto de María Santísima, experimentó cuánto vale la protección de esta Señora (Auriem t. 2. Pág. 135). Tuvo la fortuna de dar con un buen maestro, que hablaba a sus discipulos de cosas de Dios y de su Madre Santísima. Un día en que este maestro les explicaba la utilidad de la devoción a la Virgen, particularmente para tenerla propicia a la hora de la muerte, el joven, aunque por su edad no debía temer la muerte, al parecer, movido sin embargo de las exhortaciones de su maestro, hizo propósito firme, para tenerla dichosa, de invocar con frecuencia a la Santísima Virgen con estas palabras: Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia. Al levantarse, al acostarse, al ir a la escuela, en el juego y en todas las ocasiones repetía con ternura esta breve oración. Le premió su afecto la Madre de Misericordia. El niño cayó gravemente enfermo, sin duda disponiéndolo así la Virgen, para que con los años no se entibiase su devoción. Ya estaba expirando cuando se le aparece la Reina de los ángeles, y con afabilísimo rostro le dice: Hijo mío, ¿me conoces? Yo soy la que has invocado tantas veces; yo soy la Madre de la Misericordia. A estas palabras alzó el niño los ojos, levantó los ojos al cielo y voló allá como un ángel. ¡Oh cuánto aprovechó en tan poco tiempo! Más le valió mil veces aquella sola explicación de la devoción a María Santísima, que todo el saber del mundo.


OBSEQUIO. - Besar tres veces la tierra diciendo: ¿Por qué te ensoberbeces, polvo y cenizas?


JACULATORIA. - Líbranos del enemigo y recíbenos en la hora de la muerte.


DÍA NOVENO
Sobre el Jucio Universal


En el día del juicio me he de presentar delante del juez inexorable. ¡Qué horror me causará su vista! Era mi Padre y no le amé, era mi dueño y le dejé, era mi Dios y le desprecié. Con una sola mirada me pondrá delante mi ingratitud, mi infidelidad, mi perfidia. ¿Acudiré entonces a María? Pero cómo tendré valor, si con mis pecados crucifiqué muchas veces a su Hijo? ¿Me defenderá mi ángel de la guarda? ¡Cómo, si yo nunca le obedecí! El demonio fue siempre mi amigo, pues él será mi acusador.


Mis pecados se han de referir delante de todo el mundo, ¡qué vergüenza! Delante de mis compañeros que me tenían por un ángel; delante de mis padres que me tenían por inocente; delante de mi confesor a quien engañé. Y se han de referir todos sin dejar ninguno; hasta los pensamientos más ocultos, hasta los deseos más recónditos; aquel pecado que cometí yo solo; aquel pecado que cometí con un compañero; el que cometí en aquella habitación, en la clase, en aquella tienda, en aquella iglesia. ¡Qué confusión tan grande! 


Después se ha de pronunciar la sentencia de salvación o condenación. La ha de pronunciar Jesucristo, Juez de vivos y muertos. Este Señor me ha de llamar bendito o me ha de llamar maldito. ¿Cuál será mi suerte? ¿Ir con Jesús al Reino de los Cielos, o con satanás a los calabozos del infierno? ¿Pero la sentencia no podrá suspenderse? No, ni por un instante. ¿No se podrá revocar? Nunca, ni en todos los siglos. ¡Qué alegría me causaría oír que el Salvador me dice: “Ven, bendito de mi Padre, a poseer el reino que te está preparado.” Pero, ¡qué horror me causará si oigo que me dice: “Maldito, apártate de Mí, al fuego eterno” ¡Oh Dios mío! ¿Cuál será mi sentencia? ¿Y cómo es que estando citado a comperecer en juicio, apenas me acuerdo de una cosa en que tanto me va?


EJEMPLO. - Uno de los compañeros más íntimos y familiares de San Francisco, llamado Fray León, tuvo entre otras la visión siguiente: (Auriem t. 2. Pág. 289.) Vio en un dilatado campo la representación del juicio final, donde se habían reunido innumerables personas, y otras que iban llegando al sonido de una espantosa trompeta que estaba llamando a juicio. En esto pusieron dos escaleras, una encarnada y otra blanca, que llegaban de la tierra al cielo. Al fin de la primera estaba Jesucristo, y cerca de él el seráfico Padre, que con rostro halagüeño exhortaba a sus hijos a subir por ella. Empezaron a hacerlo así, pero antes de llegar a lo alto caían unos del tercer escalón, otros del cuarto, otros del décimo. Entonces el santo Padre muy afligido les empezó a clamar que subiesen por la otra escalera donde se hallaba la Santísima Virgen. Los religiosos corrieron a Ella, y esta piadosísima Madre les daba la mano, y entraban al cielo. ¡Tristes de nosotros, si no acudimos a esta Soberana Señora, por cuyo medio han de conseguir su salvación los que quieran ir por la escala y camino recto de la justicia! 


OBSEQUIO. - Figúrate al acostarte que vas a ser juzgado por Dios, mira lo que entonces te dice la conciencia.


JACULATORIA. - Líbranos, Señora, en el día del juicio.


DÍA DÉCIMO
Del infierno


Pecador ¿ves aquel horrible calabozo lleno de fuego y humo? Para ti está preparado si no mudas de vida. Mirale bien, allí arderá tu alma, allí arderá tu cuerpo, complice de tus pecados. Te entrará fuego por la boca, por la garganta y hasta las entrañas; quedarás como un hierro encendido en la fragua, y por todas partes echarás chispas con la fuerza de los golpes que te han de dar los demonios. ¿Cómo podrás vivir en aquel fuego infernal, cuando no podías sufrir en un dedo la llama de una vela? 


Entre tanto, ¿cuáles serán tus pensamientos en aquellas voraces llamas? Considerar que pudiste salvarte a poca costa y no quisiste acordarte de aquel Sermón, de aquellos ejercicios, de aquel buen libro, de aquella inspiración con que Dios te llamaba, y que no quisiste escucharle. Mirar desde allí, en el cielo, a muchos compañeros de tu mismo estado, edad, carácter, escuela y congregación, y mirarte a ti en el infierno. Y con esto rabiar, desesperarte, maldecirte a ti mismo, al ángel de tu guarda, a los santos de tu devoción, a María Santísima y a Jesucristo. ¡Oh qué vida tan infeliz! ¡Oh qué ocupación tan miserable es la del infierno! 


Y si llegas a caer en aquel fuego ¿será por mucho tiempo? ¿Serán cien años? Más. ¿Mil años? Más. ¿Un millón de años? Mas. ¿Un millón de millones? Más, muchos más. ¡¿Pues por cuánto tiempo ha de ser?! Mientras Dios sea Dios, para siempre, por toda la eternidad. Y en tan largo tiempo, ¿no habrá un instante de descanso? Nunca. ¿Podré siquiera mover un dedo? Nunca. ¿Ni aún tendré algún alivio en abrir y cerrar los ojos? Nunca. ¿Me darán a lo menos una gota de agua? No; nunca. ¡Oh fuego! ¡Oh infierno! ¡Oh eternidad!


EJEMPLO. - Si deseas de veras conseguir tu salvación, pide a la Virgen te dé a conocer qué cosa es el infierno. Hugo Marqués de Toscana, vivía licensiosamente, sin querer enmendarse por más avisos que recibió de la Virgen María, a quien el conservaba alguna devoción no obstante sus vicios. Yendo un día cazando por el monte Senario, embebecido en perseguir una fiera, de repente se armó una tempestad con espantosos truenos, relámpagos y copiosa lluvia. Entra huyendo en una cueva, y halla dentro a los diablos que en figura humana, pero negros y horribles, estaban martillando miembros humanos. Al verlos pegó un grito creyendo que eran hechiceros, y al mismo tiempo se oyó una voz espantosa que salía de aquella oscuridad que decía: Echadle mano y traedme a ese también, pero le respondieron: A su tiempo, que todavía no lo permite aquella que tiene tanto poder sobre nosotros; queriendo decir los espíritus infernales, que la Virgen le había libertado hasta entonces de su condenación. El marqués al oir estas palabras, quedó como asombrado y fuera de si, y volviendo su corazón a la Madre del temor santo, le pidió socorro, hizo la señal de la Cruz, y desaparecieron los enemigos. Salió de la cueva, y dirigiendose a la casilla de un solitario llamado Eugenio que vivía en aquel desierto, pasó allí la noche pensando seriamente en mudar de vida. La mañana siguiente salió para Florencia, y dio parte al Obispo Eustaquio de cuanto le había pasado, y del favor que debía a la Santísima Virgen; hizo una confesión de todos sus pecados, con penitencia pública, y una mudanza completa de su mala vida, diciendo a voces y bañado en lágrimas: Hugo ya no será Hugo. Fundó y dotó con gran magnificencia siete monasterios: vivió de allí en adelante como verdader hijo de María, y en todo fue después un príncipe tan bueno, que merecio le llamasen el excelente príncipe.


OBSEQUIO. - Cuando estés en la Iglesia de rodillas, haz esta reflexión: ¡Qué gran tormento sería estar aquí arrodillado por toda la eternidad! Pues ¿qué será en el infierno? ¿qué será en el infierno?


JACULATORIA. - Libradme, Señora, de las penas del infierno.


DÍA DÉCIMO PRIMERO
Del número de los réprobos


Alma mía, baja la vista, mira las mazmorras del infierno, y ponte a contar el número de los condenados. Mira cuántos hay del tiempo anterior a la venida del Mesías. Aquél es Caín. De dos hermanos uno se salvó y otro se condenó. Aquellos son los que murieron en el diluvio universal, exceptuando una sola familia, todos o casi todos se condenaron. Aquellos que allí ves son los habitantes de Sodoma y Gomorra. Mira además cuántos idólatras, egipicos, amalecitas, cananeos, asirios, fenicios, griegos y romanos. Mira cuántos hebreos hay también del pueblo escogido. 


También descubrirás otros innumerables del tiempo de Jesucristo; los gentiles que no se convirtieron; los filósofos que se obstinaron; los judíos le persiguieron; muchos que hablaron y trataron con el Salvador; muchos que fueron testigos oculares de sus milagros. Allí está Pilato, gobernador de Judea. Allí están Caifás, Sumo Sacerdote; Herodes, rey; Judas, discípulo del Señor; y un ladrón que tuvo la suerte de morir a su lado.


Cuenta, finalmente, las almas condenadas desde el tiempo de Jesucristo acá. Ve allí cuántos rebeldes al Evangelio, cuántos ciegos a los milagros, cuántos perseguidores de la Iglesia; todos los Emperadores romanos de los primeros tres siglos, y los filósofos, oradores y poetas que tanto ruido hicieron en el mundo. Mira también cuántos católicos hay, sin embargo, tuvieron fe, sintieron inspiraciones, oyeron la palabra de Dios, y recibieron los sacramentos. Mira cuántos principes y señores; y tampoco faltan sacerdotes, religiosos y Obispos; y aún ahora mismo, ¡cuántas, cuántas almas están cayendo en el infierno!


Acaso dirás: pues si todos los pecadores se han de condenar ¿quién ha de ir al cielo? ¡Ah, los que se han condenado son innumerables! ¿Y qué ha perdido Dios por eso? ¿Qué daño ha recibido el cielo? ¡Ay alma mía! sigue a los pocos, si quieres salvarte con ellos.


EJEMPLO. - El ejemplo siguiente muestra bien cuánto vale la devoción a la Virgen. En el año 1714 estudiaban en Flandes (Auriem t. pág. 47) dos jóvenes entregados a la disolución. Habían gastado un día entero en diversiones y comilonas, y por remate fueron a pasar la noche en una casa de prostitución. El uno de ellos, entrada ya la noche, se volvió a descansar a la suya; pero el otro quedó saciando su apetito, y bebiendo hasta las heces el veneno del cáliz de Babilonia. Vuelto el primero a su casa se acordó que no había rezado una Ave María que tenía de costumbre; quiso hacerlo, y aunque sintió tal repugnancia y fastidio al fin la rezó de muy mala gana y casi dormido. Se acostó y como estaba cansado se durmió al instante; pero no se había pasado mucho tiempo, cuando oye unos golpes muy fuertes en la puerta de su dormitorio; se despierta y sin abrirla ve delante de sí a su infeliz compañero, horroroso y desfigurado. Lleno de terror y admirado de que hubiese podido entrar estando la puerta cerrada, dio una voz diciendo: ¿Qué es esto? Y el desdichado contestó: Has de saber que por justo juicio de Dios debíamos tú y yo caer esta noche en el infierno; pero la Virgen, a quien rezaste esa Ave María, te ha librado a ti de la muerte; yo estoy ya condenado. En tal calle (nombrándola) está mi cuerpo herido por el demonio, y en prueba de la verdad le descubrió el seno, que arrojaba llamas de fuego y le despedazaban horribles serpientes. Acabó de hablar y desapareció. Se levanta el otro al punto de la cama, y empieza a llorar amargamente. En esto oye tocar a maitines en el convento de San Francisco, y no dudando que esta fuese la voz de Dios que le llamaba, corre sin tardanza, se echa a los pies de los padres, y les pide el santo hábito con las mayores instancias, contando lo que le había pasado. No le dieron crédito al principio pero se cercioraron de la verdad, yendo algunos a la calle que les decía, donde encontraron el cadáver del infeliz compañero enteramente desfigurado. Entonces le admitieron, y él empezó en la religión una vida penitente y del todo nueva, mostrándose toda su vida muy agradecido a la piadosísima Virgen María. Por cuya intercesión había recibido aquel beneficio; pudiendo decir con toda verdad: Gracias a la Santísima Virgen, me he librado del infierno.


OBSEQUIO. - Determina la devoción u obsequio que has de hacer diariamente toda tu vida en honra de la Virgen, firmando de tu mano una solemne promesa de cumplirla con fidelidad, a fin de que te libre del infierno.


JACULATORIA. - A tu favor deba yo, Virgen Sagrada, el no arder eternamente.


DÍA DÉCIMO SEGUNDO
De la ingratitud del cristiano para con Dios


¿Qué más podéis hacer, Dios mío, para salvarme? Yo no sabré decirlo. Si Vos llamáis con silbidos de misericordia, yo con una vana confianza en vuestra bondad os estoy ofendiendo. Si me aterráis con el rigor de vuestra justicia, desconfío de vuestra misericordia y sigo pecando. Ahora baño en lágrimas los pies de un crucifijo, y luego con mis recaídas le abro otra vez las llagas. ¿Qué abismo es este de malicia, de ingratitud y de perfidia, que yo no acabo de comprender? 


Dios mío, ¿qué os queda que hacer para salvarme? Vos me habéis criado en el seno de la Santa Iglesia, me habéis dado luz para conoceros, inspiraciones que me despiertan auxilios con que resista a las tentaciones, Sacramentos que me sanen y justifiquen, ejemplos que me alienten al bien y tribulaciones que me vuelvan a Vos. Pequé; pudiste castigarme y me perdonasteis. Con otros habéis sido rigido, conmigo habéis usado siempre de misericordia. Nada, en fin, os ha quedado que hacer para convertirme, ni a mí tampoco para resistir y endurecerme. ¿Y qué más, puedo pedir para salvarme, Dios mío? ¿Vuestra sangre? Toda la habéis derramado por mí. ¿Vuestra alma? La entregasteis al Padre por mí. ¿Vuestro cuerpo? Fue crucificado por mí. ¿Vuestra carne? Siempre está a punto para ser mi alimento. Yo no sé qué nuevo beneficio pueda pediros para no pecar; y con todo, siempre que os ofendo parece que en mi corazón me quejo de Vos, como si me faltase vuestra gracia. ¡Ah, cuán insensato soy si no conozco que corro al precipicio; sólo por mi culpa, y sólo de malicia!


EJEMPLO. - Aunque para salvarnos sea preciso un favor extraordinario y grande, podemos obtenerle por medio de María. Arribó a Trabancor en la India, una nave en que iba un soldado que había perdido toda la esperanza de la salvación, por haber entregado su alma al demonio. Pero llegado a tierra, entró por disposición de Dios en una Iglesia, y se puso de rodillas delante de una imagen de María Santísima, pidiéndole que le ayudase y alcanzase perdón de su divino Hijo. Estando así vio que el niño Jesús que tenía la Madre en sus brazos, empezó a llorar con tal abundancia, que corriendo las lágrimas por las manos de la Virgen, caían en el altar, dejando bañados los mánteles. Entonces el soldado prorrumpió también en un llanto copiosísimo, y sintió reanimarse en su pecho la esperanza de alcanzar perdón de sus pecados por medio de aquella Madre piadosa, fuente y venero de misericordia, no dudando, que pues el Hijo le recibía con lágrimas, le había de perdonar por los ruegos de la Madre. El hecho no pudo quedar oculto; fueron corriendo los compañeros de la navegación a ver el milagro, y encontraron todavía los manteles del altar empapados en lágrimas, como testimonio de lo sucedido. El resultado fue, que el militar hizo al instante una dolorosa confesión general y voto de entrar en religión como lo cumplió, para unirse con Dios más íntimamente, el que antes lo había estado con el demonio. 


OBSEQUIO. - Una visita a la Santísima Virgen, pidiéndole nos alcance la gracia de ser agradecidos a los beneficios que nos ha hecho su divino Hijo y perdón de nuestra ingratitud. 


JACULATORIA. - Vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve.


DÍA DÉCIMO TERCERO
Del escándalo


El pecado del éscandalo es un pecado gravísimo, pues por él se le roba una alma al Salvador de los hombres. El alma le costó agonía de muerte. Prisión ignominiosa, afrentas y baldones, tormentos atrocísimos, dar toda su sangre, perder hasta su vida. ¿Y tú te atreves a quitársela, y hacer que para ella sea inútil la Pasión del Señor y afligir su corazón amabilísimo? Así te haces semejante al demonio, que desde el principio ha sido homicida de las almas (Joann. 8. 44). Tú también has sido homicida desde tu niñez y juventud con aquellas acciones impuras, con aquellas señas, con aquellas miradas, con aquellas solicitaciones. Así has quitado la vida a las almas inocentes. ¡Qué traición! ¡Qué iniquidad!


El pecado de escándalo es un semillero de pecados. El pecado que aquel joven cometió a tus instancias, tuyo es, y todos los que cometió después y tuvieron origen en tu consejo y enseñanza, tuyos son. 


Por ti pecó él y enseguida se hizo maestro en el pecar de otros; pero todos los pecados que éstos cometan, como que nacen de tu primer escándalo tuyos son también. ¡Oh qué innumerable multitud de pecados pesan ya sobre ti!


El pecado de éscandalo es una deuda enorme para con Dios. El que hace un pecado de éscandalo declara guerra al mismo Dios, se pone de parte del demonio y le ayuda a menoscabar la gloria divina. ¿No eres, pecador, escándaloso, quien ha profanado los altares y los templos consagrados a Dios, con tus irreverencias, risas, conversaciones y acaso con algunas cosas todavías más malas? Tú eres el que roba las almas a Jesucristo, el que las arranca de su corazón, el que las entrega al demonio, el que las priva del reino de los cielos, y de consiguiente, cuanto está de tu parte, quitas al cielo sus trofeos, privas a Dios de bendiciones y alabanzas, y a los que habías de ser fieles siervos suyos, los corrompes y sacrificas al diablo para que pueblen el infierno y blasfemen y maldigan eternamente al Señor de los cielos y tierra.


¿Comprendes ahora la inmensa deuda que has contraido con tantos escándalos? Pues mira si a pesar de todo, con tu buen ejemplo, exhortaciones y consejos llegas a ganar un alma por tantas como has perdido, queda el Señor contigo satisfecho. En pago de toda la deuda admite tan pequeño servicio. ¿Rehusarás a tan poca cosa satisfacerla? 


EJEMPLO. - Si has escandalizado a tus prójimos, acude a María, y alcanzarás perdón, como lo alcanzó en la ciudad de Aviñón un escandaloso que apartaba a los otros de la devoción a la Virgen, no contentándose con ser malo él, sino procurando que otros también lo fuesen, disuadiéndolos de ir a las congregaciones de la Virgen, y murmurando de ellas y de los congregantes, siendo lo peor, que por ser ya viejo, muchos le daban crédito y tomaban sus depravados consejos. Cayó el hombre en una grave enfermedad; mas aunque veía ya la muerte cercana, ni mudaba de ideas, ni daba señales de arrepentimiento. Pero, en fin, llegó el día de la Purísima Concepción, en que los cofrades de María celebraban la fiesta con gran solemnidad, y entre tanto, sin duda por intercesión de la Virgen, empezó el enfermo a pensar en sí y en su mala vida pasada, y repentinamente se trocaron sus ideas, por manera que ya veía las cosas de un modo enteramente contrarias de lo que antes le parecía. Con esto mandó al punto llamar al padre que dirigía la congregación, y a quien él antes no podía ver y menospreciaba. Viene el sacerdote, le abraza el enfermo, le pide perdón, le ruega que lo confiese, y después de confesarlo le suplica por último, que le admita por congregante. El padre le recibió, y él quedó libre a su tiempo de las enfermedades del alma y de la dolencia corporal, levantándose de la cama bueno y sano. (Auriem t. 2. pág. 66).


OBSEQUIO. - En honra de María procura estar estar en la Iglesia con mucha devoción y modestia, y lo mismo en la casa y en la calle, para reparar así de alguna manera el escándalo que hayas dado a tus prójimos.


JACULATORIA. - Límpiame de mis pecados y perdona los ajenos a tu siervo. 


DÍA DÉCIMO CUARTO
De los respetos humanos


Quisieras convertirte, y no lo haces; ¿qué te lo impide? Un respeto humano. Si no frecuento más aquella casa, dirán que el confesor me lo ha prohibido. Si dejo aquellas malas compañías, creerán que me voy a un desierto. Si ya no uso aquellos equívocos obscenos, dirán que tengo poco talento. Si guardo modestia en la vista, si no asisto a los saraos, si no voy a paseos concurridos, se reirán de mí, y dirán que soy escrupuloso. ¿Con que has de ir al infierno al infierno por un respeto humano? ¡Qué gran locura! 


Quisieras ser santo y nunca llegas a resolverte; ¿quién te estorba? Un respeto humano. Si dejo enteramente la conservación, el café, la tertulia, el teatro, los espectáculos, dirán que me he vuelto un salvaje. Si no visto con lujo y elegancia, me llamarán aldeano. Si me ven frecuentar los hospitales, las iglesias, el jubileo y los sacramentos, me dirán hipócrita. ¿Y no conoces que por tan vanas aprenciones pierdes el ser santo en esta vida y en la otra? ¡Qué indiscreción tan grande! 


Pues si te avergüenzas del Crucificado, Él se avergonzará de ti. Lo tiene dicho: El que de mí se avergonzare y de mi doctrina, sepa que también se avergonzará de él el Hijo del hombre. (Luc 9. 26) Señor, Señor, le dirás en el día del juicio, ¿no me conoces? Soy cristiano. No te conozco dirá Jesucristo, Te avergonzaste de llevar mi divisa, de hacer una oración de rodillas, de inclinar la cabeza al oír pronunciar mi santo nombre, de persignarte con devoción ¿y ahora dices que eres cristiano? Vete con tus compañeros escandalosos, inmodestos, libertinos; vete con el demonio, ellos te conocen, yo no te conozco.


EJEMPLO. - Entre todos los respetos humanos el más perjudicial es el que nos detiene para no descubrir a los médicos espirituales las llagas de nuestra alma. Bien lo experimentó un hombre en Alemania (Auriem t. 2. pág. 101) pues habiendo caído en un pecado gravísimo, era tanta después la vergüenza que tenía de confesarlo, que no se atrevía de ninguna manera a manifestarlo al confesor. Eran entretanto cruelísimos los remordimientos de su conciencia, sin poder sufrir la angustia y la aflicción que le causaban, estando ya desesperado y resuelto a echarse a un río y ahogarse. Efectivamente iba ya a ejecutarlo; pero al llegar a la orilla se detuvo por divina misericordia. Se volvió a su casa llorando trístemente, y pidiendo a Dios que le perdonase sus pecados con la plenitud de su poder, como él decía, y sin necesidad de confesarlos. De allí fue a visitar varios santuarios, mas todo en balde, porque en parte ninguna hallaba luz ni consuelo. Dios quería que fuese por intercesión de su Santísima Madre. Una noche en que agobiado de tristeza se había quedado dormido, siente que le tocan la espalda diciéndole: Anda a confesarte. Sin detención salta de la cama y se dirige al colegio que tenía la Compañía de Jesús en la ciudad de Warasdin, (Eslavonia) resuelto a efectuarlo luego que llegase; pero hallándose ya en la misma puerta, le asaltó de nuevo la vergüenza y volvió atrás. Dejó pasar algunos meses, hasta que recibiendo una noche otro aviso, sale segunda vez aún más determinado, y segunda vez le vence la vergüenza. En esta situación se decide a morir primero, que decir sus pecados al confesor; pero la gracia le solicitaba fuertemente, de manera que todo el día estuvo luchando consigo mismo. Por último, habiendo ya oscurecido y yendo hacia su casa, entró de paso en una Iglesia donde se veneraba una devota imagen de Nuestra Señora, a quien de rodillas pidió el remedio de su necesidad; y la piadosísima Madre, que es refugio de los pecadores y consoladora de los afligidos, no quiso abandonar al infeliz en aquel peligro, ni dejar sin premio el corto obsequio que se le hacía estando arrodillado, pues alcanzó por fin, de su Santísimo Hijo, completa victoria. Al punto sintió su corazón enteramente trocado; se levanta, busca un confesor, y con abundantes lágrimas le descubre su conciencia; refiriéndole todos los pecados de su vida. Recibió la absolución, y con ella, ¡cosa maravillosa! tanta paz en su alma, y tan extraordinaria alegría, que aseguraba no la tendría mayor si hubiera ganado todo el oro del mundo.


OBSEQUIO. - Siempre que encuentres, yendo por la calle, alguna imagen de la Virgen hazle reverencia y rezale un Ave María venciéndote generosamente si tienes reparo en que te vean.


JACULATORIA. - Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores.


DÍA DÉCIMO QUINTO
De la Gloria


¿Qué es lo que más te agrada en este mundo? ¿La libertad? Si vas al cielo podrás pasear a tu gusto por el aire, por la luna, por el sol y las estrellas. Podrás en un momento bajar del cielo a la tierra, y en otro subir. Podrás entrar en los sitios más cerrados y ocultos, sin obstáculo ni temor alguno. 


¿La música? Es armoniosa y dulcísima la que los ángeles y santos gozan de continuo en el Paraíso. Una sola pulsación de un instrumento celestial tocado por un serafín, arrebató y dejó estático a San Francisco.


¿Te agrada la hermosura y gallardía del cuerpo? Si llegas a ser bienaventurado, tus ojos parecerán dos estrellas; tu semblante brillará como el sol, tus manos serán adornadas de diamantes, y todo el cuerpo estará revestido de claridad y belleza. 


¿Te agrada la ciencia? Sálvate y al punto serás más sabio que Salomón y más instruido que todos los filósofos del mundo.; aprenderás en un instante y sin trabajo ni fatiga todas las ciencias. 


¿Te encanta la belleza de las criaturas? ¡Cuánto más hermoso es el Creador! En la gloria le verás cara a cara, contemplarás de cerca su divino rostro, y con sólo verle un instante serás bienaventurado. Además ¡qué placer será ver a los ángles, a nuestro padre Adán, al patriarca Abraham, al Rey David, a los Apóstoles, a los Mártires, a los santos tus abogados, ver a María, ver a Jesús!


¿Deseas ser rico? Pues sálvate y poseerás al mismo Dios, que es Señor de todos los bienes del mundo. Él será tuyo y nadie te lo podrá quitar ni por ningún motivo lo podrás perder. Él será tuyo y tú serás suyo por toda la eternidad. 


Luego muy necio es el que por bien caduco momentáneo se expone a perder la gloria. 


EJEMPLO. - Un corto obsequio hecho a la Virgen ha bastado a veces para que los pecadores más disolutos recobren la gracia y alcacen la gloria. Navegaba de Génova a Sabona un noble joven y arrogante mozo, en compañía de tres religiosos; y como tenía costumbre de leer libros profanos, iba entonces leyendo uno de versos amatorios y obscenos, en cuya lectura decía que hallaba tanto gusto, que no le vendería aunque por él le diesen cuatro escudos. Uno de los religiosos le dijo: ¿Harías con gusto un obsequio a la Virgen? Eso sí, Padre, contestó el joven, en honra de la Virgen haré cualquier cosa. Pues bien, replicó el Padre, romped ese libro por dar gusto a la Virgen, y arrojadle al mar. A esto dijo el joven: Ahí está, tomadle. No, volvió el Padre a decir, vos por vuestra mano habéis de ofrecer este don a María. Entonces el caballero cortó por medio el libro con un cuchillo, y echó al agua la mitad de las hojas, dando la otra mitad al Padre, quien haciéndolas mil pedazos las arrojó también al mar. No quedó este acto generoso sin galardón, porque vuelto el joven, no mucho después a Génova, le llamó Dios a vida perfecta, y la Virgen Santísima le trajo al seguro y dichoso puerto de la Religión. ¡Oh cuanto agradaría a esta Soberana Señora el que, habiendo imitado a dicho joven en tener y leer libros llenos de veneno, le imitase también en deshacerme de ellos por darle gusto! Fundadamente podría esperar por su intercesión la gracia del arrepentimiento y mudanza de vida. (Auriem t. 2 pág. 115).


OBSEQUIO. - Ved si entre vuestros libros, estampas o manuscritos hay alguna cosa menos decente y arrojadla al fuego con generosidad en honra de la Virgen. 


JACULATORIA. - Puerta del Cielo, rogad por nosotros. 


DÍA DÉCIMO SEXTO
Del camino del cielo


No hay más que dos caminos para ir al cielo: inocencia y penitencia. ¿Qué hice yo de la inocencia? Puedo asegurar que casi antes de conocerla la perdí; la perdí sin conocer su precio, sin llorar su pérdida y sin dolor alguno. Acaso contribuí a que otros la perdiesen también. ¡Qué lástima de inocencia, tan pronto perdida, a tan bajo precio y sin remedio alguno!


¿Y hago ahora penitencia de mis pecados? Mas, ¿qué digo, penitencia? si quizá ni los pecados he confesado bien, y hasta lo que el confesor me imponía, por suave que fuese, me ha parecido siempre mucha. Mortificaciones y penitencias voluntarias casí nunca he hecho ninguna. En vez de cilicios, disciplinas y ayunos, he buscado placeres y comodidades. 


¿Y así quiero entrar en el paraíso? ¿Por qué camino pienso ir? Ello ha de ser por el de la inocencia o por el de la penitencia; por el de la inocencia, no puedo; por el de la penitencia, no quiero; pues ¿cómo me tengo que salvar?


Ea, resolvámonos ahora mismo. Si hasta el presente no he hecho penitencia, es preciso empezar desde luego. Quiero entrar en el sendero correcto, pues que es tiempo todavía. ¿Quién sabe lo que me queda de vida? Acaso será muy poco, pues si con este poco puedo comprar el cielo haciendo penitencia, ¿quién me detiene? ¿Por qué no la hago? 


EJEMPLO. - El que deja la devoción a María, se sale del camino del cielo. A tan gran peligro se expuso un joven. (Auriem 1. pág. 23) que habiendo sido en sus primeros años devoto a la Virgen, se dió después a una vida licenciosa. Una noche tuvo unos sueños muy tristes que le molestaron mucho; se despertó, y no pudiendo echar de sí aquellas representaciones melancólicas, se levantó de la cama y se puso a leer un libro profano por ver si se distraía. Apenas se había sentado, dan un fuerte golpe en la puerta, se abré esta de par en par, y ve entrar una mujer como un gigante, horrible, espantosa, echando fuego por los ojos y sacando en pies y manos unas uñas más largas que las de una fiera. Horrorizado el joven y temblando de pies a cabeza, se fue a un rincón y temblando de piez a cabeza, se fue a un rincón llamando en su socorro a la Santísima Virgen. En vano, dijo el demonio transformado en aquella figura; en vano invocas a la que abandonaste, pues Ella también te ha abandonado a ti. Mío eres, y ya estás bajo mi dominio, por haber cometido tales y tales pecados (y los especificó); ahora te voy a llevar al infierno. Al afligido joven le corría un sudor frío por todo el cuerpo, y como pudo hizo allí la oferta que se acostumbraba en la Congregación de la Virgen, prometiendo empezar otra vez sus antiguas devociones. Apenas había acabado, vio que se abría la ventana de su cuarto, y que entraba por ella una Matrona con el rostro cubierto, a cuya vista desapareció el enemigo. Entonces aquella Matrona habló al joven así: En gran peligro has estado; pero consuélate y toma aliento, vete a confesar, emprende de nuevo tus devociones, y empieza nueva vida. Por la mañana bien temprano salió de su casa, y fue a buscar a toda prisa al sacerdote que dirigía la Congregación. Iba tan desfigurado, que al padre le pareció salido de la sepultura, pero la relación del joven, y el hedor intolerable que el demonio había dejado en su cuarto, le aseguraron de la verdad del hecho; el joven entonces conoció cuán dañoso es que él que una vez ha puesto la mano en el arado, vuelva la cara atrás.


OBSEQUIO. - Mira si te has entibiado en la devoción con la Virgen, y si así fuere, vuelve a empezar con nuevo fervor. 


JACULATORIA. - Santísima Madre, traedme siempre en vuestra compañía. 


DÍA DÉCIMO SÉPTIMO
De la devoción a la Virgen


La devoción a la Virgen es eficasísima, porque siendo esta Señora Madre de Dios, tiene en su mano todos los tesoros de la omnipotencia, de la gracia y de la misericordia de su Hijo. ¿Cómo ha de negar Jesús a su Madre cosa alguna? A una Madre tan Santa, a una Madre tan fiel y tan amante, que le guardó, le alimentó, educó y acompañó en sus perigrinaciones; al pie de la cruz y hasta el sepulcro. María ama su Hijo sobre todas las cosas, y el Hijo ama a su Madre, más que ninguna otra criatura. 


La devoción a la Virgen es dulcísima, porque es nuestra Madre. Decía San Estanislao Kotska: “La Madre de Dios es mi Madre, la Madre de Jesucristo es mi Madre. Jesús y yo somos hijos de una misma Madre”. He aquí la razón porque la Virgen no sólo nos hace continuas mercedes, sino que siempre las acompaña con amor maternal. Escucha nuestros ruegos, nos contesta, nos habla al corazón, y a veces con tal ternura y consuelo nuestro, que nos derretimos en lágrimas. La devoción a la Virgen es tiernísima porque es Madre de pecadores, y a pesar de haber sido ellos los que crucificaron a su divino Hijo, los ama, y se gloria de ser Madre de todos. Yo soy la Madre de los pecadores. ¡Qué alegría experimenta su corazón cuando llega a reconciliar a estos dos hijos, a Jesús y al pecador! Pues si tú eres pecador, puedes dar a tu Madre un especialísimo gozo. Arroja a sus pies el hierro con que crucificaste a Jesús; ponte en sus benditísimas manos, y dile con verdadero arrepentimiento: Madre de los pecadores, ruega por mí; aquí me tenéis. Madre amantísima, Madre de pecadores.


EJEMPLO. - Obstinarse en el pecado, y ser verdadero devoto de la Virgen es imposible. En el año 1713 cayó miserablemente en un pecado gravísimo cierto hombre de Valenciennes, ciudad de la Flandes Francesa (ahora departamento del Norte), y después tenía tal vergüenza de confesarlo que de ninguna suerte podía resolverse a ello; confesaba los demás, pero éste siempre lo callaba. Sentía con esto agudos remordimientos de conciencia, pero, ¿qué adelantaba si ni podía ni sabía cómo salir de aquel atolladero? En estas dudas se le ofreció la idea de que con sólo visitar la iglesia de Nuestra Señora de Alle, quedaría libre; y para mejor cumplirlo hizo voto de ir, no con ánimo de confesarse sino que creyendo que con este acto de devoción a la Virgen conseguiría la quietud y serenidad de su conciencia. Se puso, pues, en camino, pero estando ya en los atrios del templo , sintió que le detenía una mano oculta ; hizo por entrar, sin embargo, y no pudo; sentíase inmovil, pero sin saber quién le atajaba. Al punto conoció de donde procedía la detención, y sin esperar a más, hizo allí mismo, propósito firme de confesar todos sus pecados, y al instante se quitó el obstáculo, y entró en la iglesia sin dificultad alguna. Inmediatamente buscó un confesor, y le descubrió todo el proceso de su vida, volviendo a su casa perdonado, y contento con esta merced de la Virgen, mucho mayor que la que él deseaba y pretendía.


OBSEQUIO. - Acostúmbrate a rezar el Santo Rosario, y sería bueno que movieras a otro a la misma devoción y buscaras quien te acompañase. 


JACULATORIA. - Madre Amabilísima, ruega por nosotros.


DÍA DÉCIMO OCTAVO
De la presencia de Dios


¿Ante quién estás ahora? Ante Dios. ¿Ante quién estás cuando hablas, estudias, duermes, comes o paseas? Ante Dios. ¿Y cuando pecas?, también entonces estás ante Dios. Dios estás delante de ti, y en todos tus miembros y sentidos. Ve todas tus acciones, oye todas tus palabras, conoce todos tus deseos, penetra todos tus pensamientos. Te mira de día y de noche, y estando solo y acompañado, en todo tiempo y en todo lugar. Nunca puedes decir: ahora puedo pecar sin reparo, porque nadie me ve, pues Dios te está siempre mirando.


¡Qué audacia y temeridades ofender a Dios en su presencia! ¡Ofender a un Dios tan santo y poderoso en su presencia! ¡Pecar a la vista de tu Redentor, de tu Padre, de tu Señor y de tu Juez! ¡Y avergonzándote de cometer un pecado delante de cualquier hombre, no tener vergüenza delante de Dios! ¿Cómo no tiemblas pecador? Dios tiene escritas en su pecho todas tus iniquidades, y allí las está leyendo continuamente, y provocan su cólera. “Este pérfido”, dice el Señor, “me ha ofendido en mi misma presencia”. Pues tiembla, tiembla pecador. 


Cuando comparezcas ante su tribunal para ser juzgado, no habrá necesidad de acusadores ni testigos que depongan ante ti. “Yo, yo mismo seré”, dirá el Señor, “el Juez y testigo”. ¡Cuál será tu confusión, cuando te miren de hito en hito aquellos ojos terrible, enfurecidos y airados contra ti, y te acuerdes que fueron fieles espectadores de aquellas acciones tuyas tan infamesy vergonzosas! ¡Qué ceguedad la del cristiano, pecar a vista del demonio, que ha de ser su acusador; a vista del ángel de la guarda, que no podrá defenderle; a vista de Dios que ha de ser su Juez inexorable!


EJEMPLO. - Si quieres proceder siempre con rectitud en todas tus acciones, imagínate que de continuo estás, como es verdad, en la presencia de Dios, y también a la vista de su Santísima Madre. Encontrándose un día cierto joven en la ciudad de Dola con el prefecto de una Congregación de la Virgen (Auriem t. 1. pág. 64), éste le aconsejó cortésmente inscribirse en ella, y él lo prometió , quizá por no parecer impolítico más bien que por devoción, pues los jóvenes suelen hacer con facilidad semejantes promesas, pero no siempre las cumplen, a no ser que les dé la mano la piadosísima Virgen María. Por fortuna así sucedió con el nuestro. Se le apareció la Señora y le dijo: Haz lo que te han dicho, que en ello me darás gusto, y yo nunca te abandonaré. Una vista tan dichosa y una promesa tan importante, le admitieron e inundaron de gozo; a un mismo tiempo, y sin tardanza pidió ser admitido a en la Congregación. Mucho se temían de su inconstancia y mala vida pasada, pero al cabo, después de muchas pruebas, tuvo la fortuna de verse agregado. El buen efecto probó la verdad del hecho y lasinceridad de su conversión, pues de allí en adelante vivió con gran gratitud, espíritu y fervor, siendo espejo de sus compañeros, el que antes les había sido piedra de escándalo. Es digna de atención aquella promesa dela Virgen: Nunca te abandonaré, capaz de atraer a sí todos los corazones, y de confirmar a todos los congregantes en santo propósito. 


OBSEQUIO. - Al empezar cualquier obra y muy principalmente luego que asoma la tentación, di en tu interior: Dios me está mirando.


JACULATORIA. - Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos. 


DÍA DÉCIMO NOVENO
Del servir a dos señores


Responde ingenuamente alma cristiana, ¿a quién quieres servir, a Dios o al diablo? Piénsalo bien, porque a los dos a un tiempo no puede ser. Servir a dos enemigos tan irreconciliables como son Dios y el Diablo, y tenerlos contentos a los dos, es imposible. Llevar un día la divisa de Jesucristo, y otro día la de Lucifer, rezar hoy algunas oraciones vocales, oír una misa y ayunar y entregarte mañana a tus gustos y apetitos pecaminosos, esto es ser amigo de Satanás y burlarse de Dios. 


Si te decides a servir a Dios, el trabajo será muy corto, y el galardón será eterno. De penitencia cincuenta o cuando más sesenta años; y de descanso y gloria una eternidad. Fuera de que debes estar persuadido de que un amo tan bueno como Dios, no dejará mientras dure el destierro de ayudarte, alentarte y acariciarte. Y si por servir a Dios tienes que llevar la cruz, bien puedes consolarte, pues el llevarla es grande dicha, y de todos modos nunca será tan pesada como la que por ti llevó Jesucristo siendo inocente. 


Pero si te vendes o esclavizas al demonio, los gustos serán de un instante, las penas serán eternas. La reina Isabel de Inglaterra, después de su muerte clamaría diciendo: ¡De reino cuarenta años, y de infierno una eternidad! Además, no es seguro, que el demonio pueda, ni aun en este mundo, contertar a sus secuaces. Tú lo has probado ya,, y lo estás probando todavía. Y en fin, el demonio es un amo que te aborrece sumamente, ¿qué esperas de él?


EJEMPLO. - Si por tu desgracia te tuviere el demonio esclavizado, acude a María, y Ella te sacará de sus garras. Hubo un joven (Auriem t. 2 pág. 275). Que no pudiendo lograr cierto deseo, entregó su alma al demonio, obligándose en un papel firmado de su mano, a ser esclavo suyo, con tal que le proporcionase el medio de conseguirlo. Pero arrepentido después, fue a confesar su pecado en una iglesia de Nuestra Señora, dispuesto a hacer, por ásperas que fuesen, todas las penitencias que le mandara el confesor. Éste le ordenó que antes de absolverle había de ayunar, ponerse un cilicio y disciplinarse tres días, implorando sin cesar al favor de la Virgen, y ofreciéndole que por su parte aquellos tres días, le aplicaría la misa. Esto hecho, le mandó el confesor entrar en la capilla de Nuestra Señora, y redoblar sus instancias. El lloraba sin consuelo, pidiendo a la Sacratísima Virgen le restituir la obligación firmada y repitiendo aquellas palabras de la Iglesia: Virgen piadosísima, mostrad ahora que sois Madre amorosa; aunque yo no soy digno de ser hijo vuestro sino esclavo del demonio vé que se le pone el papel en las manos. Empezó a llorar a gritos, no ya de dolor, sino de alegría, sin cansarse de dar a la Virgen humildes y rendidas gracias. Después fue corriendo a mostrar el papel al confeso, y éste le absolvió de sus pecados, con gran consuelo del penitente, y esperanza fundada de que ya Dios le había perdonado.


OBSEQUIO. - Besar tres veces con devoción y ternura la imagen de la Virgen, diciendo cada vez: Madre mía, a vos quiero servir, no consintáis que en mí tenga parte el demonio. 


JACULATORIA. - ¡Oh Señora mía! yo soy vuestro humilde esclavo.


DÍA VIGÉSIMO
De los que dilatan la conversión


Dime, pecador, ¿sientes dentro de ti deseos de convertirte? ¿Quisieras de veras volverte a Dios? No puedo negarlo. Pero, ¿cuándo ha de ser? ¿Hoy mismo? Tan pronto no. Ahora estoy comprometido, tengo cierto negocio a mi cargo, temo lo que dirán las gentes, no puedo vencer esta costumbre, me arrastra esta pasión, hallo muchas dificultades, después lo haré. ¿Cuándo? Cuando se allane aquel obstáculo, cuando pase la mocedad, o el año que viene si hago ejercicios. ¡Ah, cuánto tiempo ha que dices lo mismo, y hasta ahora no has hecho nada!


Tú lo difieres y lo dilatas para después. ¿Y sabes por ventura si Dios te querrá esperar? ¿Y con tal incertidumbre arriesgas el importante negocio de la salvación? Es que Dios me ha esperado hasta aquí. Pues por la misma razón hay motivo por temer que ya no te aguarde más, cansado de tanta ingratitud, de tantas promesas no cumplidas, y de tan criminal abuso de su misericordia. ¡Pero es tan bueno! Bastante tiempo lo ha sido contigo, ¿quién sabe si ha llegado ya el día de mostrar contra ti su rigor y su justicia? Además, ¿porque es bueno contigo, has de seguir ofendiéndole? Esta sería la más vil ingratitud. 


Casi todos los cristianos que hay en el infierno dilataron como tú su conversión, y se fueron allá con sus buenos deseos. No hay ninguno tan necio que diga: No quiero convertirme; pero hay pocos que digan con resolución: Quiero convertirme en este mismo instante. Lo van dejando de un día para otro, llega la muerte, y aun entonces lo difieren, porque no piensan morir de aquella enfermedad, en aquel día, en aquella hora. Ved pues si lo que no se hizo en toda la vida se hará en aquellos últimos momentos, en que Dios se burla de los que de Él se burlaron. Piénsalo bien, mira que importa mucho. Si no te conviertes, desde luego es muy de temer que nunca te convertirás. 


EJEMPLO. - Si aún los que han procurado enmendarse con tiempo tiemblan a la hora de la muerte, ¿qué será de aquellos que dejan la converisión para cuando llegue este terrible trance? Hubo un hombre llamado Jacobo (Auriem t. 2. pág. 317) tan solícito de sus intereses temporales, como remiso y descuidado en el negocio de la salvación. Lo peor era, que a la avaricia juntaba los demás vicios que suelen acompañarla. Sólo tenía una buena cualidad y era ser devoto de la Virgen rezándole entre otras devociones su santo Rosario todos los días. Entrando pues, en uno de ellos con este fin en su oratorio, oyó una voz que le decía: Jacobo, pues que tú tomas cuentas a tus domésticos tan menudamente, dámelas ahora a mí y a mi Hijo. No hizo gran caso de estas palabras, como sucede a todo el que anda dado a los vicios. Sin embargo, habiendo renovado el aviso la piadosa Madre, él entró dentro de sí, y conoció que iba mal. Examinó detenidamente su conciencia, y hallándose muy alcanzado en deudas con Dios, mudo de conducto y arregló su vida con tal rectitud, que el que primero despreciaba como vagatela aun los pecados gravísimos, andaba recatado después mirando y cumpliendo con toda perfección aun las cosas más mínimas, teniendo siempre en la memoria aquella amenaza del Señor: Yo juzgaré hasta las mismas justicias. Con tal disposición y temor de vida caminó de allí en adelante hasta la última hora, y entonces cercano ya a la cuenta, vio que se presentaban ante el tribunal divino muchos demonios, acusándole de todos los pecados graves que había cometido en su vida, y alegando con gran instancia, que el reo debía de ser suyo por haber merecido el infierno muchas veces. El afligido moribundo temblaba, viendo el peligro en que estaba su salvación; pero en esto aparece la Madre de la misericordia, y manda al arcángel San Miguel que ponga en un lado del peso las obras que aquel hombre había hecho en honor suyo, y en otro lado los pecados de la vida pasada confesados ya. Hízolo así el arcángel,  y habiéndose inclinado la balanza al lado de las buenas obras, huyeron los demonios, fue absuelto el reo y le llevó al cielo consigo la amorosísima Virgen.


OBSEQUIO. - Si ahora tienes algún pecado mortal, corre al instante a confesarte; y si te parece que estás en gracia de Dios, examina cuál es el principal obstáculo que te impide darte todo a Él, y has por superarle generosamente sin dilación alguna. 


JACULATORIA. - Jesús, José y María os doy el corazón y el alma mía. 


DÍA VIGÉSIMO PRIMERO
Del Sacramento de la Penitencia


Enfermas, y al instante llamas al médico. Ofendes a Dios ¿y no te confiesas inmediatamente? ¿En qué consiste esta extraña diversidad? En que aprecias más la saldud del cuerpo que la del alma. ¿Y si mueres en pecado sin confesión? ¡Desgraciado de ti! Serás perdido para toda la eternidad. En el ínterin, mientras vas dilatando la confesión, se va arraigando el pecado más y más en el alma, hasta que se haga costumbre y naturaleza. Cuando más allá por Pascua, o en alguna festividad grande piensas confesarte. Con que si te has de salvar, será preciso morir por Pascua, o en una fiesta de primera clase. 


¿Para qué he de confesar tan menudo si no llevo materia de confesión? ¡Ah! no digas tal cosa. ¿No cometes diariamente pecados veniales? ¿No has ofendido nunca a Dios gravemente? ¿No hay que satisfacer por los pecados de la vida pasada? ¿No tienes nada que purgar en el fuego del purgatorio? Pues con las frecuente confesiones pudieras satisfacer en esta vida o a lo menos pagar gran parte de la deuda. ¿Es posible que no te atrevas a que te vean con una mancha en la cara, sino que te lavas al instante? ¿Y no tienes reparo en presentarte a los ojos de todos los cortesanos del cielo teniendo el alma llena de fealdad y de manchas?


Acaso dirás: Ya he probado confesarme a menudo, y siempre soy el mismo. ¿Pero te has confesado bien? Si aun con el examen, el dolor, el propósito y la confesión, todavía caes en pecado, ¿qué será si nada de esto haces? ¡Oh, qué bien se confesara un condenado, si le concedieran el tiempo que te dan a ti! Acaso vendrá día en que tú también deseas hacer una buena confesión, y no podrás.


EJEMPLO. - Con sólo imaginar que Dios puede fácilmente castigar tus pecados, me parece que no dilatarás por mucho tiempo la confesión. En el año 1611 (Auriem t. 1. pág. 58) vivía en México un joven, que aunque asistía de ordinario a una Congregación de la Virgen, se dejó una vez persuadir por una mala compañía a cometer un pecado mortal. Quedó pues de acuerdo con sus compañeros en el día, hora y sitio donde habían de ejecutar la acción infame, y ya iba con ellos de camino a verificarlo; pero la Virgen, que había puesto en él los ojos y le quería para sí, le libró con una merced señalada, de esta manera: Sálele al encuentro un hombre que mostraba en el semblante mucha gravedad y mesura, que se cree era el Ángel de la guarda de aquel joven, y acercándose a él sin que le viesen los demás le dice: ¿Y siendo congregante, vas a cometer esa iniquidad? dándole al mismo tiempo un fuerte golpe en el pecho, con que le derribó en tierra sin sentido. Acuden los compañeros, le vuelven en sí y le preguntan que le había dado, o qué sentía; más él a nada respondió, diciendo únicamente que le llevasen donde un confesor. Los otros, aunque sus pensamientos eran diferentes, al fin por dar gusto a su amigo, le condujeron a una Iglesia, le buscaron un confesor y le dejaron. Contóle cuando le acababa de suceder, se confesó derramando muchas lágrimas, y desde entonces emprendió una vida santa. Bendita mano la que con un golpe en el pecho le compungió el corazón, le libró de cometer aquel pecado, y le redujo al camino de su salvación. 


OBSEQUIO. - Examina con cuidado si falta algún requisito en tus confesiones, y corrígele sin demora.


JACULATORIA. - Madre de la divina gracia, ruega por nosotros. 


DÍA VIGÉSIMO SEGUNDO
Del Sacramento de la Comunión


Oh, ¡cuánto me honra y me regala Jesucristo en el adorable Sacramento de la Eucaristía! En él se hace mi amigo, mi huésped y esposo de mi alma; me da su carne en comida, su sangre en bebida, y me transforma en sí mismo enteramente. Mi pecho es entonces más sagrado que las iglesias, los altares, cálices y patenas; y mi alma, cuando comulgo,se puede llamar un cielo porque habita en ella el Rey de la gloria. 


Pero yo ¡cuánto le deshonro siempre que le recibo! Siendo el esposo de mi alma, le admito con la mayor frialdad, o le dejo al instante sin darle las debidas gracias, o acaso huyo de encontrarme con Él. Parece que no puede darse mayor desprecio. Pero quizas ha llegado a más mi perfidia recibiéndole con boca sacrílega en pecado mortal, y encerrándole en un pecho inmundo, digna morada de las serpientes del infierno. 


Si alguna vez por mi fortuna, me dispongo bien, ¡qué gracias y favores tan especiales me dispensa el Señor en el Sacramento! Gracias para refrenar las pasiones, gracia para vencer al enemigo, gracias para conocer los engaños del mundo, y gracia para evadirme de ellos. ¡Oh Pan de vida que ha fortalecido a los mártires, santificado a las Vírgenes y coronado a los Santos!


Muy necio soy si no me aprovecho de tan singulares gracias; y verdaderamente, ahora que reflexiono, conozco la insensatez de mi conducta. ¿De qué proviene el ser tan frágil en las tentaciones y no dar nunca un paso en el camino de la virtud?  De no comulgar con frecuencia y devoción, y de no tener en los templos la reverencia y respeto que pide la fé. Es cierto que no soy digno de recibir al Señor, mas, ¿por qué no procuro hacerme digno con una conducta ajustada e irreprensible?


EJEMPLO. - La Virgen Santísima tiene especial cuidado de que sus devotos no mueran sin Sacramentos. Vivía en Lovaina en el año 1621 (Auriem t. 2. pág. 262) un sacerdote muy amante de la Virgen, y cayó enfermo. Los médicos no creían que su mal fuese de gravedad, pero él llamó a una hermana que tenía y le dijo, que dispusiera que le trajesen el Viático. Se opusieron los de la casa, diciendo que no era necesario, pues la enfermedad no era de peligro. No os detengáis, dijo el enfermo, pues la muerte que vosotros pensáis que está lejos está muy cerca; apenas me quedan dos horas de vida. Los domésticos, aunque admirados de lo que oían, no juzgaban que se hallase tan a lo último, y rehusaban el avisar tan pronto a la parroquia. Al ver esto el buen sacerdote, se manifestó más claramente diciendo: No os detengáis, que dentro de un rato voy a morir, se me ha aparecido la Santísima Virgen avisándome que me disponga para ir al cielo, y que antes comulgue. Al instante fue la hermana a llamar al párroco; recibió el enfermo los Sacramentos con gran devoción, y murió en su cabal juicio de allí a dos horas, como le había dicho la Santísima Virgen.


OBSEQUIO. - Si hoy o mañana no puedes comulgar, hazlo a lo menos espiritualmente en honra de María Santísima y con intención de reparar las faltas que hayas cometido en las comuniones anteriores. 


JACULATORIA. - Señor mío Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nacido de Santa María Virgen, tened piedad de nosotros. 


DÍA VIGÉSIMO TERCERO
De las inspiraciones divinas


Dios te llama con sus inspiraciones de mil maneras; obra con fuertes impulsos y claro conocimiento de las verdades eternas; obra por medio de los consejos de un amigo, o los avisos de un confesor prudente; ya con calamidades públicas; ya por la voz de los predicadores evangélicos; ya por la lectura de libros espirituales. Un pecador convertido parece que te está clamando: Muda de vida. Una muerte repentina: Confiésate. La continua inquietud que sientes: Deja ese vicio; y acaso si has experimentado alguna vez un poco de la dulzura de la virtud habrás exclamado: ¡Oh qué dulce es servir al Señor!


Dios hace bastante con llamarnos; a nosotros toca obedecer su voz. El Espíritu del Señor es verdaderamente luz que alumbra, rocío que fecundiza, médico que sana; pero sólo da la virtud al que la quiere, sólo fecundiza los corazones que se abren para recibir el rocío, sólo ilumina las almas que no cierran voluntariamente los ojos para ver el Sol de justicia. La gracia solicita y pretende salvar, pero no salva a quien le resiste; intenta hacernos santos, pero no por fuerza. Según esto ¿qué diremos de aquellos que huyen del predicador, del confesor, o del buen libro, porque les reprende o compunge? Esto no es solo desobedecer, sino rebelarse contra el Espíritu Santo.


Dios nos llama ¡ay de nosotros si no correspondemos a su llamamiento! Apenas percibió San Mateo la vocación de Jesucristo, se levantó a seguirle, y de publicano le hicieron Apóstol. San Pedro con una sola mirada de su querido Maestro, prorrumpió en lágrimas amargas, se movió a penitencia, fue un gran Santo; pero Judas, ni a los avisos, ni a los remordimientos, ni a los favores, ni a los regalos se ablandó. ¿Y cuál fue su suerte? Morir desastrosamente y condenarse. La primera inspiración que rechazaste, o la que sientes ahora mismo, puede ser la última gracia extraordinaria que tenga Dios determinado darte. Si Dios te llama a un estado, y no contestas al instante que sí, quizas se disguste y no te llame más. ¿Cuál será el resultado? Que abrazarás el que te dicte tu capricho, y entonces ¿qué será de ti? 


EJEMPLO. - ¡Dichoso el que responde al punto a la voz de Dios! Bien lo experimentó en Bolonia un congregante de la Virgen María. Fue una mañana a buscar al padre prefecto de la Congregación, y le declaró sus vivos deseos de arreglar su conducta, suplicándole que le ayudase con sus consejos, porque ¿quién sabe Padre, añadió el congregante, si he de morir de repente? La expresión y lágrimas con que acompañaba estas palabras, eran indicio cierto de que su voluntad era eficaz. Dióle el padre saludables documentos, y entre otros, el de que se confesase a menudo, a lo menos todos los días de fiestas. Resolvió hacerlo todo, y emprendió con gran ánimo su nueva vida. No se habían pasado dos meses, cuando vuelto un día a su casa, de un hospital donde había estado sirviendo a los enfermos, y de distribuir una grues limosna entre los pobres peregrinos, fue a entrar en una sala después de haber comido, y al poner el pie en la puerta se desmaya, se sienta y pronunciando los nombres de Jesús y María expira en el acto.


OBSEQUIO. - Si estuvieses ahora para morir, ¿qué cosa te daría más pena? La que sea, corrígela al instante, implorando el favor de la Santísima Virgen.


JACULATORIA. - Enseñadme Señora, a hacer vuestra voluntad Santísima. 


DÍA VIGÉSIMO CUARTO
Del pecado venial


El pecado venial es un mal pequeño; esto se dice pronto, pero nunca es mal pequeño disgustar a Dios. Un Dios tan grande, un Padre tan bueno, un Esposo tan puro, un Redentor tan piadoso ¿merece acaso ser ofendido? ¿Os parecería poco que todo el mundo quedase reducido a cenizas? ¿Qué dirías si el cielo todo cayese de alto a bajo? Pues mucho mayor mal es ciertamente un solo pecado venial, por ser ofensa de Dios pecar en un pronto y sin reflexión, malo es, pero conocer que aquella mentira, aquella desobediencia es un pecado venial y sin embargo quererla cometer es lo mismo que decir: Me agrada más el pecado que Dios. Si no hubiese infierno, con la misma facilidad cometerías cualquiera maldad, porque se ve que de Dios no hacéis caso alguno.


Pero si seguís así, tarde o temprano, caeréis también en pecado mortal. ¿Cuánto tiempo creéis que querrá Dios vivir con una alma que le ama tan poco? ¿Y después no conocéis que vuestras fuerzas se van debilitando de día en día, que la muerte y el infierno no os atemorizan ya tanto, y que Dios se va retirando de vuestro corazón? Muchas veces os halláis en los confines del pecado mortal, y no podéis llegar a conocer si lo habéis pasado. ¡Quién sabe si lo habréis cometido! ¡Queréis salvaros y andáis siempre al borde del precipicio!


EJEMPLO. - ¡Cuántas faltas que pueden parecer ligeras,, o por la reflexión, o por la edad, desagradan muchísimo a la Virgen! En una pared de la Iglesia de San Pedro en la ciudad de Douai por la parte de afuera había una imagen de bulto de Nuestra Señora (Auriem t. 1. pág. 44) delante de la cual se pusieron a jugar unos muchachos con mucha libertad, a tiempo que algunos que por allí pasaban se habían puesto a rezar. Quiso la Virgen manifestar cuánto le desagradaba el poco respeto que se le tenía; se movió la imagen, y levantó el brazo como amenazando a los que jugaban. Advirtiéronlo algunas de estos, acaso los menos inmodestos, y dijeron a los compañeros: ¿No véis que la Virgen ha levantado el brazo, y nos quiere castigar porque jugamos en su presencia? Todos se amedrantaron viendo el milagro y fueron presurosos a sus casas a contarlo a sus padres, y en menos de media hora se reunió un gran concurso a ver el prodigio; y aquella buena gente para reparar las injurias hechas a la Virgen María, fueron a visitarla con gran devoción por ocho días continuos, a pedirle perdón de la irreverencia de aquellos jóvenes, y la Señora en señal de que se había aplacado obró en aquel tiempo muchos milagros.


OBSEQUIO. - Una particular modestia en la Iglesia, teniendo siempre los ojos bajos durante la misa. 


JACULATORIA. - Límpiame de toda iniquidad Santa Madre de Dios. 


DÍA VIGÉSIMO QUINTO
Del purgatorio

¿Qué se hace en el purgatorio? Se arde en un gran fuego encendido por la Divina Justicia. Se ama a Dios, y Dios castiga; se desea verle, y no se puede; se espera el momento de ir al cielo, y no se sabe cuándo llegará; se sufren tormentos muchos mayores que todos los que hay en el mundo, pero sin mérito y sin recompensa. ¡Terrible verdad! La aprehensión sola de una cárcel nos llenaría de tristeza. Probablemente iremos al purgatorio y no hacemos caso. 

¿Por qué se va al purgatorio? Una monja fue por haber dicho en el coro algunas palabras en voz baja; un religioso por no inclinar la cabeza al decir: “Gloria Patri” al fin de los salmos; una santa Virgen, por haberse lavado con demasiado cuidado en día Viernes; San Pelegrín y San Pascasio, por culpas muy leves; San Valerio, por haber tenido demasiado afecto a su sobrino; un santo predicador por un excesivo afecto a sus escritos; y así otros muchos. (Catan, buen muert. pág. 2 disc. 26). ¿Qué será de ti por tantas cóleras, mentiras, desobediencias, irreverencias en la Iglesia, descuido en sus obligaciones, palabras ociosas, vanos adornos y falta de caridad? 

¿Cuánto tiempo se está en el purgatorio? ¿Cuánto tiempo estarás tú? Demos a cada pecado venial un solo día de purgatorio; y supongamos que cada día cometes treinta faltas. Con que a cada día de vida corresponderán treinta días de purgatorio; a cada año, treinta años; a cincuenta, mil quinientos; a sesenta, mil ochocientos. ¡Dios inmortal, qué paga tan espantosa! Añade a los pecados veniales algún pecado mortal, absuelto sí, cuanto a la culpa, pero no pagado del todo cuanto a la pena, ¡cuántos centenares de años más en el purgatorio! Pero tú podrías descontarlo fácilmente con algunas mortificaciones en esta vida, ¿y vives tan descuidado?

EJEMPLO. – El beato Reynerio, Cisterciense, estaba con gran temor de su vida pasada, por no saber si el Señor le había perdonado sus culpas, y las penas que por ellas debía, y suplicaba continuamente a Nuestra Señora, tuviese compasión de su alma. Estando una vez en oración fue arrebatado en éxtasis y oyó que la Virgen intercedía con Jesús en su favor, suplicándole le llevase al cielo sin tocar el purgatorio, pues que estaba arrepentido de corazón de todos sus pecados, había hecho la penitencia debida, a lo cual respondió el Hijo: Madre mía, todo lo dejo en tus manos. ¿Quién podría explicar el gozo de Reynerio a una respuesta semejante? ¿Qué temor podría tener del purgatorio, de que tan pocos se libran, cuando la causa estaba ya en las manos de la Madre amantísima? No por esto aflojó él un punto en la vida espiritual, si no que se dedicó con fervor a la piedad y a los ejercicios de religión. Así procura esta bendita Madre que sus buenos hijos no padezcan aquellas atroces. 

OBSEQUIO. –Rezar tres veces el salmo De Profundis por el alma del purgatorio más devota de María Santísima.


JACULATORIA. – Y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. 


DÍA VIGÉSIMO SEXTO
Consideración sobre el Niño Jesús


Considera bien la pobreza de aquel divino infante, ¿qué es lo que le falta? Le falta todo. Le falta casa, y tiene que recogerse en un establo; le falta cama, y ha de reclinarse sobre unas pajas; le falta calor, y se lo han de dar con su hálito dos animales: Jesús tan pobre, y yo tan amante de las riquezas.


Considera después su mortificación. ¡Qué cuerpecito tan delicado! ¡qué frío no padecería en una estación tancruda! ¡qué incomodidades no debió tolerar fuera de la casa paterna y entre aquellas pajas! Y sin embargo, ¡no se queja, no se da por sentido! ¡Jesús tan mortificado, y yo tan ansioso de placeres! 


En fin repara su humillación. ¿Cómo nace Jesús? en el silencio de la noche más oscura y en un sitio de los más desconocidos. ¿De quién es servido? No tiene criados; su padre y su madre son los que le sirven. ¿A quién se da a conocer? Tan sólo a unos rústicos pastores. ¿Qué figura hace en el mundo? La de un pobre mendigo, que no encuentra quien le albergue siquiera una noche por caridad. ¿Es posible? ¡Jesús tan humilde, y yo tan orgulloso y amigo de ser respetado!


Ven, cristiano, a la cuna del niño Jesús para ser juzgado; mírala, aquel establo y aquellas pajas condenan tu conducta. 


EJEMPLO. - Una niña de siete años (Auriem t. 1. pág. 131) oyendo contar la hermosura y gracias de Jesucristo, se encendió en un deseo ardiente de verle. Con la mayor sencillez y santa simplicidad fue a suplicar a María le hiciese la merced de mostrársele una sola vez; pero como el favor que pedía era extraordinario, no fue inmediatamente oída. Continuó esta oración por espacio de siete años, ejercitándose frecuentemente en actos de amor al Divino Esposo que había herido su corazón. Las heridas amorosas como decía el devoto San Juan de la Cruz, no se hacen si no a la presencia del amado. Llamaba siempre la niña a las puertas de María para recibir el beneficio de la vista del Hijo a quien su alma deseaba. Una noche de Navidad fue felicísima para ella, pues hallándose toda encendida en este deseo, retirada en su oratorio y fervorosa oración, vió a la bendita Madre con el Niño en los brazos, y oyó que le decía: “Ea, toma hija mía, y regálate con Él.”. Le recibió la dichosa doncella y teniéndole en los brazos le preguntó el Niño si le amaba. Si, Señor, os amo mucho, respondió. ¿Cuánto? dijo Jesús. Más que a mí misma, respondió ella. ¿Me amas verdaderamente? replicó el divino Niño. Os amo más que a mi alma. Dijo otra vez el Niño: ¿Cuánto me amas? Entonces exclamó ella: Señor, no sé que deciros; hable mi corazón. No puedo sufrir más la fuerza de un amor tan encendido, ni vivir por más tiempo después de tan dichosa vista, y así, abriéndosele el pecho, entregó su alma en manos de María, que entre músicas de ángeles y acompañada de su divino Hijo, se la llevó al cielo. 


OBSEQUIO. - Toma la costumbre de poner al empezar las cartas o cualquier otro escrito, estas dulcísimas palabras: Viva Jesús, viva María; o bien pronunciándolas al principio de todas las obras, pidiéndole su ayuda en todas sus ocupaciones y negocios.


JACULATORIA. - Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos.


DÍA VÍGESIMO SÉPTIMO 
De los ejemplos que nos dio Jesucristo en su juventud

Jesús en su juventud fue obediente a María y a José. ¡Sujetarse Dios a sus criaturas! ¿Y en qué? En los oficios y ministerios más humildes, con el fin de que le tuviesen por hijo de un pobre carpintero. ¿Y cómo obedecía? Con sumisión, presteza y gozo. ¡Oh cuánto condena esta conducta, nuestra desobediencia! 

Jesús en su juventud estaba siempre ocupado en trabajar y en orar. ¿Se le podía seguir algún daño de estar ocioso? ¿Tenía peligro de caer en alguna tentación? No; pero quería dar ejemplo a todos los jóvenes, que son débiles y frágiles, de lo que deben hacer para resistirlas y vencerlas. ¡Oh cuánto condena la conducta de Jesús, nuestra ociosidad! 

A Jesús se le veía crecer en virtudes, al paso que se le veía crecer en edad, no sólo delante de Dios, sino también delante de los hombres, para enseñarnos que también nosotros debemos ir creciendo y edificando al prójimo con el porte exterior cada vez más y más; pero adviértase que antes aparece santo delante de Dios que a vista de los hombres, para que aprendamos a poner nuestro primer cuidado en agradar a Dios. ¡Qué reprensión tan acre es para mi conducta, la conducta de Jesús! ¡Cuánto condena mi atraso en la virtud, mis perniciosos ejemplos, mis respetos humanos!

EJEMPLO. -  Domínica del Paraíso, monja del Orden de Santo Domingo, fue desde niña muy obediente, a imitación de Jesús, y en premio recibió de la Virgen Santísima singulares favores. Se cuenta de su vida (Auriem t. 2. pág. 321), que siendo aún de pocos años se le apareció la Reina de los ángeles, y le dio los consejos siguientes: “Se muy obediente a tu madre (ya se padre había muerto), muestra a todos en casa respeto y humildad; ten paz con todos, y no des nunca motivos a rencillas ni discordias; antes has de poner un ascua en la lengua, que decir una mentira; habla poco; ten abiertos los ojos para mirar al cielo, y ciérralos a las cosas de la tierra; cuida mucho de no tocar a nadie, ni aún a ti misma, ni mirar parte alguna de tu cuerpo; huye de la sombra de cualquier pecado, y para acertar en todo, nada hagas sin consultarlo primero con Dios”. La inocente niña tomó todos estos consejos, y empezó a practicarlos a la letra, de suerte, que cuando había de lavarse, se envolvía en un lienzo la mano derecha, y así se lavaba la cara y la otra mano, sin consentir que una hermana suya de mayor edad, le lavase nunca la cabeza hasta que obligándola un día, fue a pedir consejo a la Virgen. Esta Señora le dijo, que no fuese tan nimia y escrupulosa, y que no mostrase a su hermana resistencia ninguna en las cosas necesarias, porque su intención no había sido tal en los avisos que le dio. Así lo hizo de allí en adelante. No mucho después su madre, que se llamaba Constanza, le dio tela para que se hiciese un vestido. Ella quedó confusa, porque por una parte le había prevenido la Virgen que en todo obedeciese a su madre, y por otra, no sabía ni cortar ni coser. En esta duda acudió a la Madre de Dios; se le apareció de contado, y le enseñó como había de hacer el vestido. Señora, dijo la niña, habiendo estado atenta, si Vos no empezáis yo nunca aprenderé. Entonces la begnignísima Madre de Aquel del que está escrito: Su conversación es con los sencillos, tomó las tijeras, cortó el vestido, preparó la aguja, y empezó a coser. Con sólo esto, aunque la niña era una pobre campesina, aprendió con tal perfección el arte de la costura, que no tenía igual. Y como no pudiese todavía por su tierna edad manejar bien las tijeras, le bendijo la Virgen las manecitas, y añadió: Ahora has cuanto te tengo dicho; y desapareció. ¿Quién no admira y alaba la amabilidad de esta dulcísima Virgen? ¿Y quién no ve que si hizo con Domínica oficio de Madre, fue en premio de su obediencia? 


OBSEQUIO. - Nunca estes ocioso, y si no tienes qué hacer, será bueno que leas un libro que trate de elogios de la Virgen.


JACULATORIA. - Muestrate ser nuestra Madre.


DÍA VIGÉSIMO OCTAVO
De los ejemplos que nos dio Jesucristo en el desierto


Cristo viviendo solo en el desierto nos enseña que amemos la vida retirada y oculta. El Señor en ninguna parte tenía objetos que le halagasen, compañeros que le condujesen, discursos que le pervirtiesen, criaturas que le atrajesen o derribasen, y sin embargo, se aparta del bullicio y huye al desierto. ¿Y yo siendo tan débil, siendo de barro frágil, bastando para embelesarme que alguien me mire, me engolfo sin reparo alguno en medio de la multitud, y busco de continuo el trato y comunicación con las criaturas?


Cristo, con un riguroso ayuno me enseña en el desierto la mortificación de la carne. ¿A qué otro fin había el Señor de estar cuarenta días con sus noches sin tomar un bocado de pan, ni un sorbo de agua, durmiendo en el suelo, y viviendo entre fieras, supuesto que su carne estaba del todo sujeta al espíritu, y era su Majestad impecable por naturaleza? Pero ¡ay! que diferencia entre Cristo, que es la misma inocencia, y un ente como yo, concebido y actualmente quizás en pecado! Él ayuna cuarenta días con tanta rigidez, y yo a duras penas observo los ayunos que me manda la Santa Iglesia, o busco por lo menos algún pretexto para hacerlos menos sensibles. 


Cristo, orando en el desierto, continuamente me enseña el aprecio que debo hacer de este santo ejercicio. ¿Pero de qué tenía necesidad el Salvador? No de la gracia, porque no la podía perder; no de virtud, porque estaba colmado de todas las virtudes; no de sabiduría, porque Él es la misma sabiduría y ciencia del Padre, Yo, yo soy el que tengo gran necesidad. Y con todo, ¡qué dolor! mis oraciones son muy breves, hechas casi a la fuerza, siempre distraído y sin recogimiento ni devoción alguna. 


EJEMPLO. - Mucho agrada a María Santísima que en honra suya hagamos oración, pero más le agrada que mortifiquemos la carne. Vivía en Cerdeña (Auriem t. 1. pág. 201): una joven de doce años, a quien exhortaba su madre, que era muy devota de la Virgen, a rezar diariamente la Corona, y a ayunar los sábados. En lo del rezo la obedeció, pero no en el ayuno. Su madre la instaba diciendo, que no era gran cosa ayunar un día cada semana; pero la hija se negaba, excusándose, como otros hacen, con que no podía, en lugar de decir que no quería, y era la verdad; hasta que una noche, estando durmiendo, oyó que la llamaban por su propio nombre. Despertó y vio a la Santísima Virgen que le hablaba diciendo: “Ayuna los sábados, como te aconseja tu madre; y si lo haces, yo te ayudaré en tus necesidades”. A estas palabras saltó de la cama, y pasó lo restante de la noche haciendo buenos propósitos. Empezó su ayuno y el efecto mostró que no había sido engaño la visión, porque habiendo guardado esta santa costumbre treinta años, experimentó la protección y amparo de la Virgen en cuantas necesidades le ocurrieron. 


OBSEQUIO. - Vivir retirados cuanto sea posible, y observar silencio, particularmente en los actos de observación. 


JACULATORIA. - ¡Oh Señora mía! sellad y guardad mis labios. 


DÍA VIGÉSIMO NOVENO
Consideración de Jesucristo crucificado


Contempla, alma mía, en Jesucristo crucificado la bondad de Dios. El Padre sacrifica a su Unigénito Hijo, y el Hijo se sacrifica a sí propio por tu salvación. Bastaba una gota de su preciosísima gota para salvarte; pero quiere su bondad que se vierta toda, y toda se vierte; añadiendo además, prisión, bofetadas, salivas, azotes, espinas, clavos, afrenta, hiel y vinagre. No ha habido quien le iguale en el amor, y por eso nadie le ha igualado en el padecer por sus amigos, dolores y desprecios.


Considera, alma mía, en Jesucristo crucificado la justicia de Dios. ¿Cómo es que el Hijo de Dios es sentenciado a pena de muerte, y muerte afrentosa? Por los pecados del mundo. ¡Pero si no son pecados suyos! No importa; Él los ha tomado sobre sí, tiene que pagarlos. ¡Pero si es inocente y la santidad por esencia! No importa; es reo de pecados ajenos, y basta para ser puesto en una cruz. ¡Pero si es el Unigénito del Padre! No importa; ¿ha tomado la divisa del pecador? Pues ha de ser clavado entre dos ladrones, le ha de abandonar su mismo Padre, y ha de morir como el hombre más infame del mundo. ¡Oh pecado horrendo! ¡Oh verdugo de la santidad infinita! ¡Oh monstruo execrable!  


Aprende de aquí, alma mía, para tu provecho dos verdades importantísimas. Primera. Aprecio de tu salvación. Preciso es que sea tu salvación una cosa de sumo interés, pues por ella llega el Hijo de Dios a morir en una Cruz. Segunda. Gran temor de perderte. ¡Ay de ti si te condenas! Porque si la justicia divina ha castigado con tal rigor al inocentísimo Jesús por pecados ajenos, ¿qué hará contigo en el infierno para castigar los tuyos propios, habiendo sido tantos, tan graves, y cometidos con tan refinada malicia? ¡Oh Dios mío! por los infinitos merecimientos de tu preciosa Sangre, te pido humildemente me perdones mis pecados. ¡Oh buen Jesús! sálvame por tu sagrada pasión y muerte, y mientra me durare la vida mírame de continuo con ojos de misericordia.


EJEMPLO. - A un hombre sanguinario y lleno de enorme delitos porque tuviese alguna esperanza de remedio, pudo persuadirle su mujer, después de repetidas instancias; que a lo menos ayunase los sábados y rezase un Avemaría a todas las imágenes que viese de la Virgen, ya que no quería reducirse a penitencia. Y a pesar de que empezó esta devoción sólo por condescender con su esposa, de aquí provino su felecidad. Un día, pues viniendo de camino entró en una iglesia por huír de mucho calor que hacía, y mientras descansaba se puso a rezar un Avemaría, sin atención ni afecto delante de una imagen de Nuestra Señora con el Niño Jesús en los brazos; mas al quererse retirar para proseguir su camino, advirtió que el Niño estaba lleno de llagas frescas y bañado en sangre. La novedad del caso le llenó de asombro y preguntó a la Virgen: Señora, ¿quién ha maltratado así a tu Hijo? Tú, respondió la Virgen, has herido con tus pecados a mi Hijo e Hijo de Dios. Al oír estas palabras, prorrumpió en llanto, pidiendo con tristes sollozos al Refugio de los pecadores que le alcanzase el perdón de sus culpas. Así lo hizo, pero el Divino Infante mostraba no querer escuchar los ruegos de su Madre. Redoblaba más y más sus instancias la compasiva Señora, hasta que al fin, ¿qué le podrá negar el que habitó en sus entrañas? se ablandó el amantísimo Jesús, y se lo concedió. “Ven”, dijo entonces la Madre al arrepentido pecador, “ven y besa las llagas de mi querido Hijo” Él, todo temblando y vertiendo un arroyo de lágrimas, llegó y se las besó, pareciéndole que al mismo tiempo se iban cicatrizando, como por efecto de su contrición. Hecho esto, salió de la iglesia, y juntamente del mundo, porque él y su mujer, de común acuerdo, abrazaron el estado religioso.


OBSEQUIO. - Decir muchas veces al día “¡Jesús está crucificado, y yo vivo en delicias!”


JACULATORIA. - Haced que con las sangrientas 
    llagas del Crucificado, 
quede por siempre sellado
mi rebelde corazón. 


DÍA TRIGÉSIMO
De la Virgen Dolorosa al pie de la Cruz


Tres espadas agudísimas traspasaban, entre otras, el pecho afligido de la Virgen María, estando al pie de la Cruz. 


Primera. Perder un Hijo, el más hermoso, amable, inocente y santo de cuantos han habido en el mundo; verle clavado entre dos ladrones, desangrado y muerto por el pecado, y al mismo tiempo considerar que tú, pecador ingrato, no habías de querer aprovecharte de tan costoso remedio, prefiriendo tu condenación al precio infinito de aquella sangre derramada por ti. Este era un dolor indecible que atravesaba el alma de la desconsolada Señora, y la obligaba repetir llena de angustias: ¡Ay, que ha de ser inútil para aquel pecador infeliz la sangre de mi amantísimo Hijo! 


Segunda. Ver que esta preciosa Sangre, no sólo se derrama inutilmente para muchos cristianos, sino que por su culpa les había de ser causa de duplicado infierno. ¡Qué dolor este tan atroz para una Virgen tan misericordiosa! Conocer que el precio y el rescate del género humano había de formar la acusación, censura y sentencia de muerte eterna a innumerables pecadores, que al fin son hijos suyos; perder a su amabilísimo Jesús, en balde para ti, y verle por esto mismo padecer más y más. ¡Oh madre afligidísima! ¿quién podrá consolarte? 


Tercera. Sobre todo, aún cuando hubiese podido soportar la ingratitud de los cristianos y la indiferencia con que muchos miran el beneficio de la redención, ¿qué diremos del dolor que le ocasionaba que otros muchos habían de hacer del mismo beneficio? ¿Quién podrá explicar a qué punto llegó aquí su aflicción? Porque si Jesucristo no hubiera muerto por ti, no serías en verdad tan delicuente y culpado; pero ofenderle ahora con loca presunción y confianza en su preciosa Sangre, y seguir pecando hasta la hora de la muerte, bajo la inteligencia de haberte de salvar por virtud de sus merecimientos infinitos, mayormente habiendo tantos, que no contentos con tan vasta esperanza, desprecian, blasfeman y maldicen la Sangre de Jesucristo, ¿hay corazón que los pueda sufrir? ¡Cuán cruel fue este tormento para el amante corazón de la Virgen! ¡Y cuán crueles somos nosotros, si sus penas y angustias no nos mueven a compasión y llanto! 


EJEMPLO. - En tiempo de Santa Brígida hubo un hombre noble y rico pero entregado enteramente a la disolución y demás vicios (Auriem. t. 1 pág.  182). Le dio la última enfermedad y sin embargo, en todo pensaba, menos para disponerse para la muerte. Súpolo Santa Brígida, y al instante se puso a pedir eficazmenteal Señor que ablandace el corazón de aquel pecador obstinado y le convertiese; y tantas veces y con tal instancia llamó a las puertas de la Divina Misericordia que al fin le habló su Majestad, diciéndole que hiciese ir un sacerdote a exhortar al enfermo a penitencia. Hizolo tres veces uno muy celoso, pero por más que le dijo, todo fue en vano, hasta que la cuarta vez, ayudado de la Gracia Divina, logró compungirlo y trocarle el corazón, de suerte que exclamó el enfermo: “Hace sesenta años que no me he confesado, habiendo sido en tan largo tiempo intimo amigo del demonio, guardándole fidelidad y tratando familiarmente con él; pero sin embargo , ahora me siento enteramente mudado, pido confesión, y espero que Dios me ha de perdonar”. Esto dicho con lágrimas, se confesó cuatro veces aquel mismo día, el siguiente recibió el Viático con extraordinaria devoción. Apenas había expirado, se apareció el Señor a Santa Brígida, y le dijo que su alma había ido al purgatorio, y que no tardaría en estar en el cielo. Quedó la santa admirada sobremanera, de que un hombre que tan mal había vivido, hubiese muerto en gracia; y el Señor le aclaró el motivo con estas palabras: “sabe, hija, que la devoción a mi querida Madre le ha abierto las puertas del cielo, porque aunque él nunca la amó de veras, tenía devoción a sus dolores, y siempre que los consideraba, o solo de oír su nombre mostraba compasión”.


OBSEQUIO. - Ofrecer a María Santísima en memoria de sus dolores, todas las molestias e incomodidades del presente día.


JAULATORIA. - Fuente de amor, Madre mía,
haced que yo experimente
una devoción vehemente
y logre llorar por Vos.


DÍA TRIGÉSIMO PRIMERO
Del amor para con Jesucristo


¿Te inclina tu corazón a amar? Ama enhorabuena, pero ama al objeto más amable y digno de tu amor, que es Jesucristo. Mira que aunque es hombre, es el más hermoso y perfecto de los hombres, y además de ser hombre es también Dios, y de consiguiente, belleza y hermosura infinita. Nos aficionamos a veces a un mueble precioso, como un coche, una pintura, un reloj, un vaso, solo porque son primorosos ¿y no ha de merecer nuestro cariño el amabilísimo Jesús? ¿Dónde está nuestro juicio?


No amamos a Jesús, y Jesús nos ama. Nos ama tanto, que nunca pensó en otra cosa, sino en nuestro bien. Por ti se hizo niño en la cuna, artesano en el taller y predicador entre los trabajos; por ti recibió bofetadas, salivas, baldones y azotes; por ti murió en una cruz, y por ti vertió toda su Sangre, y ¿te parece todavía poco?


Pues a Él no le pareció mucho; que a tanto amor quiso añadir más, dejándote su Cuerpo en comida y su Sangre en bebida. ¿Es posible, hombre ingrato, que ha de ganar tu afecto un perrillo que te haga fiestas, o un infante que te muestre alguna gracia, y sólo a Jesucristo, que te ama con infinito amor, no has de corresponder?


¿Te parece quizas que es demasiada franqueza el decir al Señor: “Jesús os amo”? Dícelo, dícelo con toda confianza. Dícelo así, aunque seas pecador, que esto no es motivo para retirarte. Él es el primero que sale a recibirte, te echa los brazos al cuello, te abre su pecho, te muestra el corazón y te dice que le ames con la mayor ternura. O has de ser piedra, o no es posible que resistas tan amorosa invitación.


EJEMPLO. - Domínica del Paraíso, de quien ya hemos hablado, (Auriem t. 2. pág. 323) entretegió un sábado dos coronas de flores, y las presentó a Jesús y María en sus imágenes; suplicándoles encarecidamente que se dignasen olerlas, pero viendo que no alcanzaba esta gracia, creyó que consistía en no haber dado cierta limosna que ella acostumbraba, y se asomó a un balcón para llamar a un pobre y dársela. Lo primero que vio fue una mujer con un niño de la mano, que aún con traje pobre, mostraba en el aspecto mucha gravedad y nobleza. Al instante levantó el niño las manos pidiendo limosna, y la madre hizo lo mismo. Observó la doncella que el niño tenía llagas en las manos, y dijo movida a compasión; Esperadme un poco. Baja con la limosna, y antes de llegar a la puerta que estaba cerrada, se encuentra dentro a los pobres, y admirada les pregunta: ¿Quién ha abierto la puerta? ¡Ay de mí si mi madre lo ve! Calla, hija, respondió la mujer, que nadie nos ha visto. ¿Cómo puede andar vuestro hijo, dijo Domínica, con esa llagas que lleva en los pies? El amor se las hizo, contestó la mujer. La modestia de este niño a todo esto era singularísima, y tenía como absorta a Domínica, quien le preguntó: ¿No te duelen las heridas? Y él dijo sorriéndose ¿Qué? y al mismo tiempo se puso a mirar atentamente las flores de que estaban coronadas las dos imágenes, y a pedirlas a su madre haciendo señas con las manos y los ojos. Esta se las alcanzó, y se las dio a su hijo para que las oliese. ¿Quién te mueve, hija, dijo hablando otra vez con la doncella, a coronar de flores estas imágenes? El amor que tengo a Jesús y a su bendita Madre. ¿Cuánto los amas? Cuanto puedo. ¿Cuánto puedes? Cuanto ellos me ayudan. Pues sigue amándolos así, que Dios te dará el premio en la otra vida. No se saciaba Domínica de mirar ya al uno, ya a la otra. ¿Qué miras? le preguntó la mujer. A vuestro hijo, contestó la joven. Y acercándose algo más percibió que de las llagas del niño salía un suavísimo olor. Entonces dijo ella: Señora ¿con qué bálsamo le curáis las llagas, que tienen tal fragancia? Con el de la caridad. ¿Y dónde se vende? Se encuentra con la fé, la piedad y las buenas obras. Al llegar aquí, tomó Domínica un lienzo otra llaga que el niño tenía en el pecho, la cual exhalaba mayor fragancia; pero su madre no lo consintió, y él se retiró un poco. Ven niño, ven dijo la doncella, te daré pan. Su alimento, dijo su madre, es el amor; si tu quieres contentarle ámale mucho. Al oír estas palabras comenzó el niño a mostrar alegría, y hablar con Domínica: ¿Amas mucho a Jesús? Le amo tanto, que ni de noche pienso en otra cosa más que en Él, ni deseo más que hacer lo que le agrade. El amor te enseñará como le has de agradar, dijo el niño. A todo esto iba creciendo el olor exquisito de las heridad, en términos que recreada Domínica exclamó: Si las llagas de un niño tienen un olor tan fragante ¿cuál será el olor de la gloria? No te admires, dijo la mujer, que donde Dios está, allí está el origen y fuente de los olores más agradables y aromáticos; y al acabar estas palabras se mudó la escena repentinamente. El rostro del niño resplandeció como el sol, y la madre apareció vestida de una luz clarísima. Toma Jesús las flores de las faldas de su Madre, y esparciéndolas sobre Domínica le dice: Recibe estas flores como prenda de las que te daré después eternamente. Dicho esto, desaparecieron llevándose consigo todo el corazón de la dichosa joven. 


OBSEQUIO. - Practicar alguna devoción en honra de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.


JACULATORIA. -Haz que mi pecho se inunde
En fervorosos amores,
Sirviendo con mis dolores
A Cristo mi Salvador.


DÍA PRIMERO DE JUNIO
En que se ha de ofrecer el corazón
A MARÍA SANTÍSIMA


Este día, consagrado al Purísimo Corazón de María Santísima, o poco antes o después, si ocurriese fiesta solemne, como “Pentecostés o el Corpus Christi”, se elige para ofrecerle nuestro corazón y esta devota práctica de todo el mes, empleada en su obsequio. Para que el ofrecimiento sea más fructuoso, se ha de confesar y comulgar con mucha devoción, y acabada la acción de gracias, se deben de hacer los actos siguientes: 


Primero. Ofrecerle de nuevo todas las prácticas piadosas hechas durante el mes de mayo, en honra de su amabilísimo Corazón. 


Segundo. Adorar una y muchas veces en aquel día, el mismo Corazón, objeto de las contemplaciones del Altísimo, y de todos los santos de la corte celestial, Corazón el más semejante al de Jesús. Corazón colmado de gracias y por quien todas las gracias y favores vienen a nosotros.


Tercero. Unir el nuestro al de todos los santos, y principalmente al de los que en esta vida le fueron más amantes y devotos, para que en ellos suplan lo que a nosotros nos falta. 


Cuarto. Rogarle humildemente que acepte la oferta de nuestro corazón, y que corone sus beneficios con el de alcanzarnos que después de esta vida, le tributemos en el cielo con perfección, obsequios sin fin. 


Quinto. Rezar en este día nuestras devociones con mayor fervor, visitar alguna imagen o iglesia de su advocación, dar limosna; en una palabra, emplearle lo que mejor podamos, deseando que Jesús y María vivan siempre en nuestros corazones. 


FÓRMULA
Para ofrecer el corazón a María Santísima


Virgen Santísima, Madre de Dios y Señora mía, yo N., postrado a vuestros pies y a presencia de Dios Omnipotente y de toda la corte celestial, os ofrezco y consagro, aunque pecador indigno, todo mi corazón con sus afectos y deseos. Y es mi ánimo y resolución, consagrárosle y dedicárosle para siempre como cosa vuestra y de vuestro Santísimo Hijo. Aceptad esta cordial oferta, benignísima Señora, unida a la que os hacen todos los santos, y alcanzadme la gracia de vivir únicamente para Vos y vuestro Hijo de hoy en adelante. Así lo espero con su divino auxilio y vuestra poderosa protección, y por mi parte lo prometo libre y gustosamente. Abrasad mi corazón, ¡oh Jesús y María!, con el fuego ardientísimo del vuestro, para que alimentado en la tierra con la llama de la caridad, arda en vuestro amor, en compañía de los ángeles y de los santos, eternamente en el cielo.

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