SIETE VIERNES A LA IMAGEN RENOVADA MILAGROSAMENTE DEL SEÑOR DE IXMIQUILPAN.
VENERADO EN EL CONVENTO DE SANTA TERESA LÀ ANTIGUA DE MÉXICO
POR D. F. X. DE A. INDIGNO PECADOR
MÉXICO: 1853
ACTO DE CONTRICIÓN
Mi Jesús, Dios inmortal,
Que clavado en esa cruz
Al obstinado das luz
Para pue salga del mal.
Tu clemencia es sin igual,
Y por eso arrepentido,
Solo a buscarte he venido
Y herido de contrición
Te rindo este corazón
De sus culpas afligido
En tu pasión, Dios Eterno,
Has mostrado bondadoso,
Ser en extremo piadoso
Con aquel que te ama tierno.
Yo no le temo al infierno,
Ni a aquella llama incesante.
Pues la sufriera constante
Si pudiera desde allí,
O estar amándote á tí,
O mirarte en cada instante.
Esos brazos espléndidos
Que en la cruz tenéis, Señor,
Llaman con piadoso amor
Pecadores compungidos.
¿De cuántos endurecidos
¿Esa Sangre no ha triunfado?
¿Y he de ser yo, Dios amado,
Cuando estas lágrimas vierto,
Quien no se afirma en el puerto
¿De tu divino Costado?
A tus Pies estoy postrado,
Usad, Señor, de clemencia,
Perdonad mi inadvertencia,
Pues tanto me has tolerado.
Por ese raudal sagrado,
Que, al alma llena de aliento,
Aceptad mi rendimiento,
Y seamos en realidad,
Vos, ejemplo de bondad,
Y yo de arrepentimiento.
Doncel tierno, dulce amor,
¡Cuánto siento haber pecado!
Yo quisiera haberte amado
Como mereces, Señor.
Lo acerbo de este dolor
Fomenta en mí la eficacia,
Que, aborrecida mi audacia,
Llegar pueda a prometerte,
Jamás, mi bien ofenderle,
Asistido de tu gracia.
VIERNES PRIMERO
ORACIÓN
¡O Redentor del mundo! ¡O dulcísimo Jesús! ¡O camino, verdad, y vida de ésta miserable criatura! Ved como siempre me descubro más por hijo de Adán, mientras que desterrado y peregrino no busco otra cosa, que fabricarme un palacio de delicias en aqueste valle de lágrimas. Aquí querría yo repararme de todos mis males, aquí querría todos mis días tranquilos, aquí querría mi paz: ni me avergüenzo de mí mismo, que, adorando a un Dios crucificado, á vos dejo todas las penas y para mi deseo siempre los placeres. ¡Ay de mí Dios! Como soy del todo de semejante a vos, que, no contento con derramar aquella sangre que había de sacar dentro de poco los sayones de vuestras sacratísimas venas, quisisteis en el huerto que vuestro amor fuese el verdugo de vuestro amante corazón, y anticipadamente os la sacase en tan gran copia, que quedase de ella empapada la tierra. Así andamos á porfía, ¡o Señor! vos dándome siempre mayores ejemplos de padecer, y yo alejándome mucho mas de imitarlos. ¡O gloria del paraíso! ¡O riqueza del cielo, y de la tierra, mi Salvador, ¡mi Dios! ¿Y hasta cuando ha de durar esta contienda entre vuestro vivir y el mío? Ea, acabe de una vez, y sea ahora aquel día: mudad la delicadeza de este corazón en deseo grande de tolerar algo por vos: aliviadme de aquel amor que malamente tengo a mí mismo, y convertidle en amor vuestro: baste aquel tiempo infeliz, que he consumido hasta ahora en complacer a mi sensualidad: en lo por venir llegue en mí la virtud de aquella divina sangre, derramada tan copiosamente, a darme un nuevo temple de fortaleza: y todos los santos por ella os glorifiquen eternamente. Gran cosa a la verdad os pido; más lo pido a aquel Dios que ha hecho por mí cosas infinitamente mayores. No me neguéis, pues, lo que me habéis merecido con tanto afán: mientras yo, poniéndole todo en vuestras divinas manos, quiero tener de aquí adelante a cuenta de una gran felicidad aquel padecer que me formará la senda para imitaros, y para más amaros con todo mi corazón, ahora y para siempre. Amén.
Aquí rezarás cinco Padre nuestros y Ave Marías y tres Salves.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DIAS
Amantísimo Jesús, benignísimo Dios, amoroso Padre, dulce dueño de mi vida: yo te adoro, alabó y bendigo con el coro do los ángeles, y te doy infinitas gracias por la angustia que quisiste tener en la oración del huerto: por la cruel flagelación de tu delicadísimo cuerpo, por todas partas llagado a fuerza de los crueles azotes: por la acerbisima coronación de espinas que atravesaron tu sacratísima cabeza: por aquella crueldad con que te hicieron llevar la pesada cruz de mis pecados, al monte Calvario con gritería de tus enemigos: por la extensión de tus sacratísimos miembros en la cruz: y por el desamparo que en ella padeciste. Te ruego tengas misericordia de mí, y por tu preciosísima Sangre, merezca ser purificado de todos mis pecados, vicios y negligencias, de manera, que en aquella hora terribilísima de mi muerte, tenga la dicha de espirar con la memoria puesta en tu santísima pasión, y que me asistas en compañía de tu Madre María Santísima mi Señora, para que el demonio, mi cruel enemigo, huya en aquella hora sin combatirme con las tentaciones de mi mala vida, sino que solo esté invocándote con todo mi corazón, diciendo: Jesús, Jesús, Jesús; y dándome una verdadera contrición de haberte ofendido, alcance la vida eterna. Amén.
VIERNES SEGUNDO
ORACIÓN
Amabilísimo Redentor mío, mi Padre, mi Jesús, y mi Dios. ¿Qué ley es esta, que ahora se usa con vos? ¿Declararos por inocente, y azotaros como á reo? ¡Ay! esta es la ley de vuestro amor, que no quiere otra cosa que mi provecho. A mí, pues, se deben todas aquestas llagas, a mí toda aquesta carnicería: y con todo yo estoy sobre de ella, cuaque culpado, mientras entretanto la tempestad toda descarga sobre vuestras espaldas divinas. Antes, si para corregirme echáis mano un poco al azote; si para iluminarme, me herís un tanto con vuestras saetas de luz; si queréis perfeccionar un poco aquel bien que ponéis en mí mismo, y que yo mezclo con tanto mal; veis aquí, que luego lo lleno todo de lamentos, y luego me echo en tierra, me tengo del todo por perdido, no adviniendo que el amor propio me engaña. Mientras so color de mayor bien, se busca siempre a sí mismo, y huye de vuestra cruz. Mas qué puedo decir ¡o Señor! sino confesar delante de vos mi miseria, e implorar el remedio. En todo soy semejante a mí mismo, en todo me porto siempre como quien soy, como una criatura miserable llena de flaqueza sí y llena de tinieblas. A vos ¡o fortaleza de mi alma! ¡o Jesús! a vos pertenece ahora el obrar como quien sois, como un Dios Omnipotente que con una serla puede trocar toda mi flaqueza en un corazón, según el corazón vuestro. Una gota de aquella sangre divina, que se derrama á diluvios, y se pisa por aquellos mismos por quienes se derrama, sola podrá darme aquesta constancia en la vida que tanto deseo. Yo me doy todo a vos para aqueste efecto: atadme inmoblemente á vuestra columna: azotadme, atribuladme, como os agrade: no atendais á la rebeldía de mi sensualidad; más solo atended a mi bien, y a vuestra gloria divina, que se hará conocer triunfante en mis debilidades. Veo que no sé rogaros, como conviene; pero hablen por todas esas santas heridas, que os cubren de pies á cabeza: esas me alcancen aquella gracia, de la cual seré siempre indigno mientras que ellas no me hacen digno para alcanzar una feliz muerte y la vida eterna. Amén.
Aquí rezarás cinco Padre nuestros y Ave Marías, todo como el primer día, y tres Salves.
VIERNES TERCERO
ORACIÓN
Soberano Jesús, humildemente postrado, adoro a esa vuestra cabeza divina coronada de espinas, siendo así, que no son dignas de coronaros las estrellas. Yo os adoro, ojos lucidísimos, que alegráis el paraíso, y ahora por mí estáis tristes y llorosos. Yo os adoro, o rostro, en quien no se sacian de mirarse los ángeles, y ahora os veo por mi amor lleno de salivas, acardenalado y desfigurado. ¡O espejo sin mancha, hecho por mí, espejo de tormento y de oprobios! ¿Cómo es posible, que fijándome en vos atentamente, no reconozca mi descaro, mientras cargado de innumerables peleados rehúso el beber una gota de aquel cáliz amargo, del cual vos, bien de mi alma, queréis beber hasta las heces del fondo? ¿Y no he pecado y tantas y tantas veces y éstas gravemente? ¿Pues cómo no quiero ahora pagar ni aun una pequeña parte de aquella deuda inmensa que he contraído pecando? Puedo de nuevo tornar fácilmente a pecar otras veces: ¿pues cómo soy tan loco en aborrecer aquellas tribulaciones, que me refrenan para no volvéis á la culpa, y a manera de espinas me cierran el camino del precipicio? ¡O Señor! habéis de tratar, con un frenético que conoce su mal ni su remedio; y así, cuanto el desdichado más se, enfurece, tanto más compadeceos de él, y cuanto más rehúsa la medicina tanto más obligadle a tomarla. Aquel amor infinito que os obligó a padecer tanto por mí, os obligue ahora a tolerarme; Y mis flaquezas os muevan á piedad, no enojo. Vos' sabéis mejor que yo lo que soy. Ved que por. mí puedo caer: no puedo levantarme: puedo impacientarme; no puedo sufrir: y así ¡o refugio mío! ¡o verdadera fortaleza mía! soliviadme, sostenedme, hacedme de una vez vuestro imitador. No es conveniente que debajo de una cabeza coronada de espinas, se hallen miembros tan delicados como soy yo. Yo deseo mudarme totalmente en otro del que soy, v ser de aquí adelante tan deseoso del padecer, cuanto he estado desganado de él en lo pasado. Y vos, que me dais por vuestra bondad el deseo, dadme su cumplimiento, para que semejante a vos aquí en la tierra en la paciencia, llegue é salir de este destierro a la patria celestial, para alabaros por todos los siglos de los siglos. Amen.
Aquí rezarás cinco Padre nuestros y Ave Marías, todo como el primer día, y tres Salves.
VIERNES CUARTO
ORACIÓN
Oh pacientísimo Señor mío! ¡Oh soberano Jesús! Bien de mi vida, mi Dios y mi Padre, ¿qué monstruosa cosa es esta que en mí veis? ¿un condenado al infierno que se lamenta? Si vuestro corazón amoroso no se interpusiera con vuestra divina justicia, pagando por mis deudas, ¿dónde estuviera yo al presente? ¿No estuviera sumergido en un abismo de fuego? ¿En una eterna desesperación? ¿En una eterna separación del sumo bien? Y con todo, olvidado de todo aquesto, ¿me parece recibir injuria, cuando soy despreciado? ¿Me parece extraño? sí vuestra benignísima mano me regía, y si no gozo enteramente de aquella serenidad, de la cual no gozan ni aun las almas más inocentes ¡O ceguedad de mi entendimiento! ¡O perversidad de mi corazón! Vos, inocentísimo Cordero, vais por delante desfalleciendo, debajo del peso de una cruz agravada en extremo con mis pecados. ¿y yo, que los he cometido como si no fuesen mi os rehúso el seguiros con mi cruz tan ligera/ Ea, luz increada, aparecida en el mundo para iluminar a todo hombre, compadeceos de mis tinieblas y aclaradlas: vos que conocéis de lleno mis males, vos remediadlos, puesto que podéis hacerlo para gloria vuestra. Yo debía andar en bu.ca de las tribulaciones, para rendir a vuestra divina justicia aquella honra, que ella hubiera sacado de mi castigo. Mas si no soy para tanto que ande en busca suya, a lo menos no sea en lo porvenir tan cobarde que huya aun de su sombra. Veis aquí pues, que yo me resigno todo de una vez en vuestras manos divinas: y como yo no sea separado de vos, según he merecido hasta ahora, y según me hizo mi flaqueza: os doy la llave de mi libertad, y tendré á suma dicha el beber aquel cáliz que en todo tiempo estáis para darme. Y porque estas resoluciones son vuestras, y vos me las ponéis en el corazón, vos consumadlas en mí hasta la muerte: después de la cual, si yo os hubiere seguido en la tierra con mi cruz, espero el haberos ver triunfante en vuestro trono, y el reinar con vos para siempre. Amen.
Aquí rezarás cinco Padre nuestros y Ave Marías, todo como el primer día, y tres Salves.
VIERNES QUINTO
ORACIÓN
¡Oh pasmo de bondad! ¡O fortaleza de los mártires! ¡O Jesús y dueño mío! /Qué cosa pretendéis, o Señor de mi alma, con dejaros clavar entre los ladrones'? Si para redimirme, y para darme vuestra gloria, bastaba uno solo de vuestros suspiros; ¿para qué queréis día la sangre? Y si una gota sola de vuestra sangre divina es preciosa y sobreabundante para comprar mil mundos, ¿pero queréis darla toda entre tantos pasmos y tormentos? Ahí Todo el exceso es para animar mi cobardía, y para enseñarme, que, sin padecer con vos, no podré jamás reinar en vuestra compañía. Veis aquí cuanto os cuesta ¡o divino Maestro mío! el darme esta lección; y todo, después de tantos años que estoy en vuestra escuela, aun no la entiendo. Confieso que vos sois mi guía; y despertemos seguros: Os llamo mi luz y mi verdad, y no acabo de admitir vuestra doctrina. Y si bien creo que sois toda mi salud, parece que no me fio enteramente por vos: parece que me espanto de entregarme todo en vuestras manos. En los otros considero las tribulaciones como gran don; pero si vos me hacéis este mismo favor, hallo razones para no agradecerle: quisiera que la santidad nada tupiera de difícil: quisiera que la virtud no se opusiese nada a mi genio. ¡O qué abismo de miserias de este mi pobre corazón! ¡O que abismo de tinieblas! Mas por esto recorro á vos, Jesús mío, que sois un abismo de misericordia y de todo bien. Criad en mí un corazón limpio, que me sirva de espejo para representarme fielmente la verdad que me enseñáis: renovad en mí un espíritu conforme al vuestro, que abrace los trabajos, como un gran bien. Esta es la gracia que me de hacer, ó benignísimo Señor mío, tan amoroso en sufrir mi ignorancia, cuanto poderoso para librarme de ella. Es verdad que yo no la merezco; mas no puedo tanto desmerecer vuestra ayuda cuanto vos podéis dármela. Yo; bien sé a quién me arrimo; y si en todas las cosas vos sois grande, sé que seréis ahora escaso con un pobre siervo vuestro, que aquí humildemente os invoca y pide socorro para sus flaquezas, por merecerse aquella corona que, desde la eternidad, por medio de las tribulaciones, habéis preparado a vuestros escogidos. Amen.
Aquí rezarás cinco Padre nuestros y Ave Marías, todo como el primer día, y tres Salves.
VIERNES SEXTO
ORACIÓN
¡Oh verdadero consolador de los atribulados! ¡O esperanza de mi alma! mi único bien, mi única alegría, mi Jesús y dueño mío. ¿Qué sería de mí si vuestra paciencia no fuese infinita? Cómo pudierais tolerar tan largamente un corazón tan vil como el mío, que no sabe ni moverá, mientras vos camináis delante de él y formáis la senda? Si hubieseis exhalado vuestra preciosa vida en medio de las delicias, tuviera por ventura alguna apariencia de escusa en huir tanto de toda pena; pero mientras las habéis endulzado tanto, y lo que, es más, mientras habéis dejado vuestra bendita alma entre los desamparos del cielo y de la tierra, ¿qué escusa me puede jamás defender? ¿Aun no entiendo que desprecio el exceso de mi redención si voy siempre en busca de ¡o que vos habéis huido, que es el placer, y huyo continuamente de lo que vos habéis perpetuamente abrazado, que son los tormentos? Cuando me consoláis, soy todo vuestro: entonces os pido que me hagáis semejante a vos: entonces os prometo grandes cosas: entonces me parece que me resigno en vuestras manos divinas. Pero sí venís a la prueba ¡pobre de mí! no soy más aquello: me reputo luego abandonado de vos: le hago buenas al amor propio todas sus razones; y no es peco, si no me lamento de mis trabajos. ¡A que ciego estoy! ¿Así se sigue el ejemplo de un Dios que muere por mí sobre un patíbulo abandonado de su mismo Padre? ¿Así pretendo hallará mi Redentor, y le busco siempre lejos de la cruz donde él reside? A vos os toca, Señor mío, luz de eterna verdad, no solo iluminarme, más encenderme: si me lleváis detrás de vos, ¡o cómo correré luego por todo el camino! pero si me dejáis en mis flaquezas, no daré un paso. Esta es la prueba que ha de hacer vuestra gracia divina, mudándome todo en otro. No os pido consolaciones, no os pido favores: os pido un corazón tan conforme a vuestro divino querer, que tome lo amargo por dulce, y ame aquellos estados de desamparo y desolación, en que os agrade ponerle por vuestro honor. ¡O qué alabanzas os darán los ángeles si me oís! ¡O qué fruto será éste de vuestra sangre! ¡O qué gloria de vuestro brazo omnipotente! endurecer este miserable barro de tal manera, que resista a todo golpe. Esta gracia espero de vuestra bondad; y comienzo ahora a agradecérosla, esperando el haber de continuarlo por todos los días de mi vida. Amen.
Aquí rezarás cinco Padre nuestros y Ave Marías, todo como el primer día, y tres Salves.
VIERNES SEPTIMO
ORACIÓN
¡Oh desconsolada Virgen María! ¡o Madre más admirable de las criaturas! Asombro de fortaleza, reina de los mártires, y madre del santo amor. Si vos más que todas las criaturas amasteis a vuestro Dios, no podía ser, sino que también más que todas padecisteis por él. Yo os considero al pie ele la cruz sumergida en un mar de penas igual a vuestra caridad: y después de todo esto os veo sedienta de padecer más, como compañera fidelísima en la pasión de vuestro divino hijo. Con estas pruebas testificáis al Señor el amor vuestro, y con este alimento le nutrís, para que se haga siempre más grande; pero estas mismas pruebas son para mí miserable pecador otras tantas reprensiones, mientras tan lejos de imitaros quisiera amar sin padecer, y me persuado querer bien a vuestro divino hijo, huyendo siempre de la cruz. Tan ciego estoy que no entiendo que esto es amarse a sí mismo, y no a Dios: esto es vivir del espíritu de Adán: esto es seguir sus inclinaciones, no es seguir las máximas del Redentor. ¿Mas quién podrá alcanzarme tanto bien, cuanto es iluminar aqueste ciego, sino vos Madre de piedad, á cayos pies veo estar levantado un trono de dulcísima misericordia? Vos me podéis impetrar tanto bien: tenéis mucho interés en las glorias, y en los frutos de la santa cruz: y si al pie de ella nos habéis sida dejada por Madre, mucho, Señora, os interesa asemejarnos a vos, y a Jesús vuestro hijo. Yo me postro delante de vos con el espíritu humillado, y os suplico, no que me quitéis las tribulaciones, sino que me dilatéis en ellas de tal manera el corazón, que cuanta aversión he tenido hasta ahora a ellas, otra tanta ansia conciba de ellas en lo por venir. Aquesta es una empresa digna de vos, hacer que cuando yo me vea abandonado de la tierra, y del cielo; cuando no vea en mí sino miseria, indignaciones al mal, repugnancia a la virtud; entonces yo no me caiga de ánimo, antes me mantenga firme como vos estuvisteis inmóvil sobre el Calvario, padeciendo y no dejando de amar. ¡Dichoso yo, si me hacéis esta gracia! No |a merezco, a la verdad; pero os lo suplico por aquellas copiosísimas lágrimas que vertisteis sin consuelo. Dadme a gustar, Señora, alguna parte de la amargura que padecisteis en tanto desamparo; y pues yo fui la causa con mis enormes pecados de vuestra soledad, duélete, de mí, y no permitas que me condene al infierno, como lo merezco, sino que me raiga tu misericordia y la pasión y muerte de tu muy amado hijo y mi Jesús; y que, por esto, y por tu intercesión, consiga una buena muerte, para estar en tu compañía en la gloria por todos los siglos. Amén.
Aquí rezarás cinco Padre nuestros y Ave Marías, todo como el primer día, y tres Salves.
El Ilmo. Sr. Dr. D. Pedro Fonte, arzobispo de México, concedió ochenta días de indulgencia a todas las personas de ambos sexos, por cada vez que devotamente hicieren este Septenario del Sr. de Santa Teresa, como consta de su decreto de 31 de octubre de 1818.
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