NOVENA A NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO CAMINO
AL MONTE CALVARIO
ACTO DE CONTRICIÓN
Amorosísimo
Jesús, Dios de Infinita bondad. Padre de las misericordias: A vuestros pies Señor,
tenéis el alma más ingrata, el pecado más atrevido; pero reconocido también de
si feísima ingratitud: Yo conozco, Señor, que la enorme fealdad de mis culpas
ha sido la causa de los tormentos y afrentas, que padeciste por la redención de
mi alma. ¿Pero que haré con este conocimiento, si tibio, y poseído de vicio el corazón,
no sale derretido en lágrima por los ojos a desagraviar vuestra Divina Persona,
y a solicitar el perdón de sus culpas? Mas esto sucede, Señor, al que os
ofende, y como esto no fuese el último de los males, con todo ni teme el
castigo, ni solicita el remedio. No obstante, del modo que puedo, confieso y publico
los desórdenes de mi vida; ya arrepentida; recurro por el perdón a vuestra
clemencia, pesándome de haberos ofendido, no por el justo castigo,
que merecía mi ingratitud, sino por haber ofendido a vuestra Bondad inmensa.
Este, Señor, será el día en que empiezo a serviros y amaros, aborreciendo los
vanos placeres de esta vida, para asegurar la eterna. Tantas fuentes de sangre,
como mis culpas abrieron en ese Sacratísimo Cuerpo, o son rayos de misericordia
para Ja purificación de mi alma, o puertas francas por donde entre a tomar
sagrado de mis culpas. ¡Oh! Disponed, dulcísimo Jesús, que yo no desprecie como
hasta aquí vuestra Benignidad. Encendedme, pues me veis tibio en la virtud.
Dirigidme, pues me veis ciego de las pasiones: enseñadme, pues llevo errada la
senda de mi vida. Pequé: conozco mi culpa, y me pesa de corazón; pero sea
ostentación de vuestra Misericordia el perdón de mi alma, y los auxilios que necesito
para el reforme de mi vida desde esta hora. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dulcísimo
Jesús Nazareno, Divino Redentor de las almas. Yo vilísima, y humilde criatura,
la mas merecedora de vuestra indignación. por los feos desórdenes
de mi vida, arrojada con dolor a vuestros pies, adoro Señor, el inefable
Sacramento de vuestra Pasión Dolorosa: y en ella los sensibles, y afrentosos
pasos, que representa vuestra Real Persona desde que orasteis en el Huerto,
hasta el doloroso encuentro con vuestra lastimada Madre. ¡O cuantos fueron aquí
los tormentos, las penas, las afrentas, las congojas! ¡Cuánta vuestra
paciencia, vuestra mansedumbre, vuestro amor! ¡Y cuanto el gozo con que todo lo
padecisteis por quebrantar las cadenas, con que el pecado me había hecho
esclavo suyo! ¡Quien fuera, Señor, un Querubín para entender Pasión tan amarga,
¡y un Serafín para amarla dignamente! ¡O cuanto os ofendí pues tanto es costó
mi redención! ¡O que enorme fue mi culpa, pues tanto importó su rescate! ¡O que
feliz fuera yo, si con la indignación que concibo contra el pecado, hecho de
dolor; pedazos el corazón, saliera a desagraviaros, ¡dulce Jesús! Pero ya que
la culpa me entorpece, agradecimiento, suplicoos, prudentísimo Jesús mío, por
esos dolores, por esas afrentas, por esas congojas, no olvidéis esta pobre
alma» y arrepentida de su culpa. Miradme, Señor sea después de poner los ojos
en Vos mismo herido y afrentado por mi amor. Y pues tanta sangre se vertió para
precio de mi rescate, disponed, que la perversa inclinación de mis pasiones no
malogre un desembolso de infinito precio. No me arrojéis, Señor, de vuestros
pies hasta concederme este favor, que emplearé en serviros, y alabaros eternamente.
Amén.
PRIMER DÍA
¡Oh
Benignísimo Jesús! Oh Dios de infinita paciencia! Pasmados, Señor, tiene a los
Cielos, a los Elementos, a los insensibles, a las criaturas todas, la
mansedumbre, con que recibisteis de la torpe boca del alevoso Judas el beso de
entrega a vuestros crueles enemigos. ¿Qué es esto? Hasta aquí llegó, Señor,
¿vuestra tolerancia? ¿Hasta aquí vuestro amor al hombre? ¿No había un rayo a
mano para confundirá ese alevoso, que os entrega a la muerte con demostraciones
de amigo? ¿Una vil criatura a su Criador? ¿Un discípulo querido a su Maestro? ¡Oh
vil nombre! ¡O fiera! ¡O furia! ¿No temes besar a Dios, mintiéndole infame?
¿Pero, que me indigno contra este desdichado, habiéndole excedida yo en el
delito? ¿Qué de veces, Señor, os vendí, ¿más torpemente que é? ¿Cuántas os
alabé con los labios, siendo el corazón lodo del vicio ¿Cuantas en la Confesión
talé con Vos de paz, quebrantando luego los tratados, y la confederación? ¿Cuántas
con labios torpes llegué a recibiros en el Sacramento, mal arrepentido de los deleites?
y pasiones que me arrastran? Yo, yo soy, Señor, el alevoso discípulo que os ha
vendido. Pero también Vos sois un Dios bueno, un Dios manso, un Dios benigno; y
ningún empleo de vuestro amor como perdonar mi fatuidad. No más pecar, Señor:
no más ingratitud. Substituya, Señor, a la culpa la enmienda de mi vida: al
vicio el arrepentimiento; y a la distracción un continuo meditar en vuestra
Pasión Sacrosanta. Y consiga si es del agrado de vuestra Majestad, el favor que
os pido en esta Novena. Amén.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
Dulcísimo
Jesús Nazareno, Señor y Redentor mío, que llevando sobre tus hombros tan pesada
Cruz, caminas al monte Calvario, para ser en ella enclavado: Yo, miserable
pecador, que fui, y soy la causa de tus dolores y Pasión, te alabo, y doy
gracias, aunque muy desiguales a tan grande beneficio, porque como manso
Cordero, pacientísimamente la recibiste, y llevaste al lugar de la pasión.
Ahora, Señor, se verifica lo que dijo el Profeta Isaías, que tu dominio y
principado le tenías sobre los hombros. Ahora también la figura del obediente
Isaac, que, al mandato de su padre, llevó al monte la leña para ser con ella
sacrificado. Alabo, Señor, y bendigo tu admirable paciencia, pues por mandado
de Pilatos, cuando así caminabas al suplicio, iba delante uno de aquellos
Sayones proclamando la sentencia que dio contra ti aquel maldito juez. ¿Quién
podrá referir, Señor, ¿los empellones y golpes que en el camino recibiste de
aquellos crueles soldados? ¿Cuántos oprobios oíste de aquel grande concurso de
pueblos que iba en vuestro seguimiento? ¿Cuántos haciendo burla, os arrojaban a
la cabeza y a la cara lodo, y otras inmundicias? Pero vos, Señor, como inocente
Cordero inclinando la cabeza, a todo callabais, y así caminabais. Oh buen
Jesús, cuántas ignominias toleraste; pues no contentos aquellos malvados con
que fueses cargado con la Cruz, quisieron también te acompañasen dos famosos
Ladrones. Pero no se lee de ellos llevasen Cruz alguna, para que así fueses
tenido por más malvado que ellos. ¿Pues qué hiciste tú, oh Dulcísimo Señor,
porque así fueses juzgado? ¿Qué cometiste, inocentísimo Cordero, ¿porque así
fueses tratado? Verdaderamente, Señor, yo soy la llaga de tu dolor, y la
ocasión de tu muerte. Yo cometí la maldad, y tú sufres el castigo. Yo hice los
pecados, y tú te sujetas a los tormentos. Yo me ensoberbecí, y tú eres
humillado. Yo fui el desobediente, y tú hecho obediente hasta la muerte y así
pagas la culpa de mi desobediencia. Ruégote piadoso, Señor, me concedas que
merezca yo ser enclavado en vuestra Cruz por penitencia de mis pecados. Dadme
que acabe yo mi vida en tu servicio. Yo, Señor, me entrego a ti, y me pongo
debajo de tu protección. Defiende a este pobre siervo tuyo de todos los males.
Enseña y alumbra mi entendimiento, gobierna esta mi alma, rige mis potencias y
sentidos, fortalece mi espíritu contra la desordenada flaqueza de mi corazón, dadme
Fe cierta, esperanza firme y caridad pura y perfecta, y que en todo lugar y
tiempo cumpla tu Santa voluntad. Señor, aparta de mí, y de todos los Fieles
todo lo que te desagrada, y concédenos todo lo que contenta a tus beatísimos
ojos; y haz que seamos tales, cuales lo quieres que seamos. Encomiéndote a mis
padres, hermanos, parientes, bienhechores, amigos, y a todos aquellos por quien
debo rogarte. Encomiéndote a toda tu Iglesia, y a nuestros Católicos Monarcas.
Haz que todos, Señor, te sirvan, todos te conozcan, todos te amen, y entre sí
se amen. Apaga las herejías, convierte a la Fe a todos los que aún no tienen
conocimiento de tu Santo Nombre: danos paz entre los Príncipes Cristianos, y
consérvanos en ella, así como tú lo quieres, y a nosotros conviene. Debajo de
tu fiel amparo encomiendo todas tus criaturas, para que a los vivos concedas
gracia, y a los difuntos eterno descanso. También, Señor, te pido me concedas
el favor que solicito conseguir de tu piedad en esta Novena, si conviniere para
tu gloria, y para salvación de mi alma. Oh gloriosa Reina de los Ángeles, oh
Santos y Santas de Dios; sed mis medianeros y abogados, rogad al Señor por mí,
para que, por Vuestros méritos y oraciones, sea yo de Dios favorecido ahora, y
en la hora de mi muerte. Amén
DIA SEGUNDO
Oh
Dios de infinita bondad y tolerancia! ¡Vos perseguido como malhechor, y
blasfemo! ¡Vos maniatado, y arrastrado por el suelo de una vil canalla, que os
llena de baldones! ¡O estupendo sufrimiento del Omnipotente! O culpa, á \cuanto
llegó tu malicia, pues ataste a Dios las ¡manos! ¿De dónde, Señor, me vendrá a mí
el consuelo en los trabajos: el alivio en las enfermedades: el auxilio en las
recaídas de mis culpas, atadas vuestras manos divinas, de donde ¡viene todo
bien' ¡Como podré yo, dulcísimo Jesús mío, romper por la gente armada., que os conduce
a la muerte, y humedecer con mis lágrimas esas crueles ataduras, para que
aflojen (siquiera, y tengáis alivio: ya que no pueda romperías de todo? ¿Vos
atado, é yo libre en las pasiones y apetitos? ¿Vos en poder de fieras inhumanas,
que os arrastran, é yo con fiereza ¡bruta devorando la hacienda, y la honra ajena?
¡O disonancia! ¡O contraposición del culpado con el inocente! Alabo, Señor,
vuestro amor, y quisiera tener conmigo las criaturas todas, que mas finamente
os aman, para que agradecieran conmigo el exceso de amor de dejaros aprisionar
por mí. Conozco bien, que mis pecados tejieron esos cordeles atrevidos; pero si
Vos me ayudáis, yo desharé á penitencias lo que le hicieron mis culpas Concededme,
maniatado Jesús mío, que yo llegue a aborrecerlas dignamente. Y si ha de
conducir a este fin el favor que os pido en esta Novena, (pues nunca más generoso,
que cuando maniatado) concededme este beneficio. Amén.
DIA TERCERO
Oh
Dulce Jesús! Dios de infinita Sabiduría, ¿en qué entendimiento pudo caber jamás
qué llegasen a tan subido punto los excesos de vuestro amor, que os dejasteis
vestir por Herodes de una vestidura blanca, insignia de loco en aquel tiempo?
¿También esto, dulcísimo Jesús, también esto cabe en vuestro amor? No estaba mejor
en mí este sonrojoso tratamiento, que, desatinadamente poseído de mis pasiones,
nada pienso que no sea locura: nada apetezco que no sea vanidad: nada me gusta
que no sean devaneos. Yo, Señor, soy el loco. Yo el que, perdida la luz de la
razón, como fatuo, al fin amo más lo caduco, que lo eterno: desprecio por un
pequeño gusto el Cielo y sigo los deleites, como si fueran mi eterna
bienaventuranza. ¿Pero, que me sirve Señor, esta pequeña luz que me ha quedado,
si aún, conociendo mi locura, persevero en ella? No así, Señor, no así. Conozco
bien, que, si no me recobro antes que se os apure el sufrimiento, me pierdo
para hacer compañía á los insensatos, cuya cárcel es eterna. Dadme esfuerzos
dulcísimo Jesús mío; y será tal el castigo, que desde hoy haré en mi propio,
que recobre la cordura a la fuerza de la pena. Y porque me aliente más a este
castigo de mi propio, conceded me, Señor, lo que os pido en esta Novena. Amén.
DIA CUARTO
Oh
Amantísimo Cordero, dulce Jesús de mi alma; que tempestad de azotes cajo sobre
vuestras delicadas carnes, para templarla rabia cruel de aquel mismo Pueblo,
que veníais á redimir. Veo, hermosura de los Cielos, que os desnudan
afrentosamente á vista de todo el Pueblo. Veo, que os amarran fuertemente a un
poste, como si voluntariamente no vinieseis a padecer. Veo, que empiezan a
desgarrar vuestras Sacratísimas carnes con varas espinosas, y otros
instrumentos crueles. Veo, que se remudan fatigados los verdugos: que corre la
sangre a arroyos: que se registran ya los huesos: que no hay al fin parte sana
en vuestro Cuerpo, que pueda recibir los golpes. Y aquí, si hubiera en mi
conocimiento, si correspondencia, si amor; aquí era cuando debía perder la vida
a la fuerza de la pena. ¡Pero ay de mí, que los desórdenes de mi vida fueron
los instrumentos de vuestro dolor! Mis culpas puestas en las puntas de los
látigos, rasgaron inhumanamente vuestras venas. ¿Como podré yo dulce Jesús,
enmendar este sacrilegio atroz? ¿Como podré llenar de dulces lágrimas de compasión
los surcos, que en vuestras espaldas hicieron los azotes? ¿Como podré recoger
tanta Sangre Divina, vertida por mi causa? Pero todo lo puedo, Señor, si Vos me
concedéis lo que os pido en esta Novena. Para eso os lo suplico; para
satisfaceros, para enmendarme, para corregir mi vida, para llorar vuestra
Pasión; y para alabaros eternamente. Amén.
DIA QUINTO
Oh
Señor supremo y soberano del cielo y tierra! No sé yo, vil criatura, ponderar
bien vuestra coronación de espinas; y por eso no pierdo el juicio de dolor al
ver este punto el más subido del oprobio: ¿Vos coronado como Rey falso, y
presuntuoso? Hasta aquí pudo llegar la insolencia del pecado, disputándoos el
poder, y reputándoos como hombre vil. Pero yo veo que mal contenta la malicia,
con que este oprobio hiciese lo más vivo de. vuestro honor; se entró también a
la jurisdicción del Cuerpo ocasionándole uno de los tormentos más atroces;
barrenando vuestra Cabeza con crueles espinas en forma de Corona. ¡O Cabeza
Sacrosanta, qué consonancia hacéis con la mía, en quien como en trono, reside
la vanidad, la soberbia, la altivez! ¡Vos coronado de espinas, yo de flores y
pensamientos vanos! ¡Vos pensando en haceros fuentes de sangre para lavar mi
alma! ¿yo como tengo de ensuciarla con ideas menos puras? No, Señor, no así
dulcísimo Jesús mío. Tocad, Señor, mi corazón con una de esas aceradas puntas,
para que herido de vuestro amor acabe desde hoy en mí la vanidad. Vos sabéis,
Señor, cuanto puede el apetito con esta flaca criatura; pero superior en
fuerzas es vuestra Gracia. Concedédmela, Señor, con la eficacia que necesita mi
flaqueza, y con ella la merced, que os pido en esta Novena, para que,
agradecido a vuestra Bondad, ella sea el despertador de mi conocimiento. Amén.
DIA SEXTO
Oh
Dios de Bondad inmensa y de tolerancia infinita! Miróos, Señor, asomado a un
balcón hecho una suma de heridas, oprobios y congojas, y no sé si me irrite
contra aquel Pueblo ingrato, que os veía y os despreciaba, o contra mí, que le
excedo en la ingratitud. Aquel os miraba como hombre; y aunque por vuestras
maravillas debía confesaros Dios o carecía de este conocimiento, o lo tenía muy
contuso de vuestra Deidad. Yo con luz superior os confieso Dios, Rey Soberano
de Cielo y Tierra ¿Y tengo valor, sin morir, para miraros, Señor? ¿Vos Rey de
burla? ¿Vos vestido de una asquerosa púrpura por ignominia? ¿Vos con Corona
fabricada, más para ludibrio y dolor, que para argumento de Majestad? ¿Una vil
caña en la mano, que formó el Cielo y la Tierra? ¡O corazón duro que esto ves,
y vives! ¿Sabes que aquel hombre es Dios de poder inmenso, y no sales al
desagravio, publicando su Majestad? Sí, dulcísimo Jesús mío, sí, yo os
confieso, y os adoro. Yo pasmo de que en vuestra tolerancia cupiese tal.
ignominia. Y' en pequeña satisfacción de este amor, vengan sobre mi desprecios
y baldones. Pero alentadme, Señor, para esta imitación vuestra, con vuestra
gracia, y el bien que os pido en esta Novena; que apreciaré solo para
reconoceros, serviros y amaros eternamente. Amén.
DIA SÉPTIMO
¡O
Mansísimo Cordero, dulce Jesús de mí alma! Llegó la fatal hora de firmarse
contra Vos sentencia de muerte por mis culpas Oigola pregonar; y ni la pena me
ahoga, ni el corazón arroja una lágrima ¿Qué deplorable estado es este en que
me tiene la culpa? ¿Vos por sedicioso, por sembrador de esta doctrina, por
usurpador de la Divinidad sentenciado a muerte de Cruz? Apelo, Señor, de esta inicua
sentencia al Tribunal Supremo de vuestro Padre Si se pronunciase sobre mí,
justa era la pena, pues míos son los delitos que os acumulan ¿Pero vos inocentísimo
Cordero, sentenciado como injusto? Apelo, digo, pero tarde, porque ya vuestro
amor al hombre tiene admitida la sentencia. Pues id, Señor, id, y tenga vuestro
amor la complacencia de morir por quien ama. Pero no me neguéis a mí la de
morir a vuestros pies Acabe yo al mundo, espire a la vanidad, muera a la
soberbia, a la ambición, a todo lo temporal, que tan distraído me traen de lo
eterno, para que fue criado. Yo nací para morir, y para morir tan de improviso,
que ignoro el instante en que ha de ejecutarse la sentencia; y con todo vivo,
como i si fuera inmortal, y me alegro, como si no hubiera pecado. Corregid,
dulce Jesús mío, esta fatuidad de mi entendimiento, y disponiéndome el favor,
que os pido en esta Novena, haced, que la sentencia de vuestra muerte sea para
mi decreto de eterna vida. Amén.
DIA OCTAVO
Oh
Jesús dulcísimo, Holocausto puro, Víctima inocente: ¿qué Cruz es esa, que
oprime vuestros Sagrados hombros? ¿Vos conducido a la muerte como reo; yo,
siendo el delincuente, pensando darme una vida llena de delicias, ¿y
conveniencias? ¿Vos cargado con el duro Patíbulo en que habéis de rendir el
último aliento; é yo anhelando gustos y placeres? ¿Vos agonizando, y cayendo a
cada paso con el peso, y falto de la Sangre; é yo rico, contento, ¿y
descansado? ¿Vos arrastrado con vilipendios; ¿é yo soberbio, e implacable con
mis enemigos? ¡O Dios bueno! ¡O Dios manso! ¡O Dios apacible! Pero, o terquedad
mía, que, perseverando voluntariamente en la culpa, no trato de aliviar a mi
Señor, ¡que va a morir por mí! ¡Pero como lo haré yo; dulce Jesús de mi alma!
Yo os diera e' corazón, para que, puesto entre la Cruz y el hombro, recibiera
gran parte del pozo; pero creo que mi corazón excede en dureza a la Cruz.
Vuestro alivio (si yo soy capaz de darlo a un Dios oprimido) estuviera en que
yo os siguiera por imitación, cargando con la Cruz de la penitencia, que
necesitan mis culpas. Pero aun en esto tenéis Vos que poner la mayor parte,
arrimando el hombro a mi arrepentimiento. Sin auxilios, y auxilios, que
quebranten mi terquedad, no os podré seguir. Concedédmelos, benignísimo, Señor,
con el favor, que os pido en esta Novena, para que eternamente os bendiga y
alabe. Amén.
DIA NOVENO
O
Encuentro el más lastimoso, que jamás hubo, ¡ni habrá entre Hijo y Madre! ¡O
dulcísimo Jesús! ¡O que fiero golpe os tiró el amor, presentándoos vuestra
Madre hecha un mar de amarguras! ¡Que dulcemente os despediríais de sus brazos,
y le pediríais permiso para ir a morir por los hombres! ¡Como se los dejaríais
encargados a su amor, para que, partidas las solicitudes, Vos como Padre
murieseis por ellos, ¡Mamá como Madre los conservase puros! Pero, o
afligidísima Señora, como esta fue la hora en que aquella espada, ¡que os
profetizó el anciano Simeón traspasó vuestro pecho Virginal! Mirad, Señora, a
vuestro Hijo; Considérele bien, y ved cuanto creció la malicia de mis culpas, quien
así llegaron a transfigurarle. ¿Como, acertaré yo, Señora á templar vuestra
agonía; siendo mis pecados la causa de ella? Ellos dispusieron este espectáculo
lastimoso. Ellos dispusieron la vida á vuestro Hijo; dejándoos de Vos entregada
á todas las acerbidades de la pena; Y con todo este conocimiento, ni siento, ni
lloro, ni dejo la ocasión del pecado. Perdido soy, dulce Jesús de mi alma,
afligidísima Madre mía; si vuestro amor no vence mi terquedad. Por el
acervísimo dolor que tuvisteis al encontraros, os suplico me miréis con ojos de
piedad, y n o permitáis me precipite a la perdición. Antes con el favor que os
pido en esta Novena, reconozca vuestro amor, y asegure el vero y adoraros eternamente
en la Gloria. Amén.
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