jueves, 19 de diciembre de 2019

MES DE LA INMACULADA - DIA DIEZ Y NUEVE




19.
LA CUSTODIA DEL PARAÍSO
Dios colocó al hombre en el paraíso, le mandó que le cultivase y le guardase, y no pareciéndole bien que estuviese solo, le dio una inmaculada compañera. Dios puso a Jesucristo en su Iglesia, que es el nuevo paraíso de gracia, le confió su cultivo y su guarda, y le dio una compañera inmaculada, que uniese a sus esfuerzos sus méritos infinitos. He ahí dos hechos semejantes, aunque de género totalmente diverso, de los que el primero no puede ser más que una imperfecta imagen del segundo. Nosotros no podemos comprender bien de qué naturaleza fuese el cultivo que Adán, en tiempo en que la fatiga y el sudor eran cosas extrañas al hombre, debió emplear en una tierra superior a todas las demás, por su amenidad, su suave temperatura y por una fertilidad espontánea é inconcebible. No nos es dado conocer bien hasta qué punto aquella Eva, criada para servir de una dulce compañía al hombre, tendría que participar de sus goces y de sus deberes. Pero bien comprendemos que, así como el paraíso de las delicias terrenas fue confiado a dos seres inmaculados,
del mismo modo otros dos seres inmaculados debían proteger el nuevo paraíso de las delicias celestiales. De ahí es que Jesús es el sol de verdad que ilumina esa mansión de paz, y María la aurora que nace para disipar las tinieblas del error. Si Jesús tomó una carne semejante a la nuestra para emprender el cultivo de esa mística viña, María fue la que le suministró la sustancia. Si Jesús envía desde lo alto de los cielos al Espíritu Paráclito para custodiar la santidad, María es la que invoca a ese Espíritu con sus oraciones, Si Jesús, sentado a la diestra del divino Padre, no deja de prodigar sus dones y su gracia, por manos de María vienen estas liberalidades, y por mano de María son distribuidas a sus hijos. Misterio admirable Jesús es el místico león de la estirpe de David que triunfó del enemigo infernal; María es también la torre de David, el baluarte inexpugnable que jamás pagó tributo al demonio. Jesús es el Dios fuerte, el Dios de los ejércitos, el Dios terror del infierno: María es la Virgen terrible como un ejército en línea de batalla, la protectora que suministra la armadura de los fuertes. Jesús es el sostén omnipotente de todas sus obras, más quiso hacer a María la Virgen poderosa de quien recibieron la fe los Apóstoles, la fortaleza los mártires, la pureza las vírgenes, la sabiduría los Doctores, y toda clase de virtudes los Santos. Jesús es nuestra única esperanza y refugio, pero quiso también que la inmaculada María fuese la Virgen clemente, el refugio de los pecadores, la virgen dulcísima que despertase en el corazón de los fieles las más tiernas inspiraciones de esperanza, de confianza y de amor: la Virgen de las vírgenes, cuyo suavísimo nombre, invocado en las tribulaciones y peligros, y bendito en todas las circunstancias de la vida, excitase la misericordia de aquel que la ha confiado nuestra protección y custodia.


CANTICO
Preparad mi corazón, oh María; preparad mi corazón, y entonaré salmos a vuestro nombre.
Venid, naciones, regocijémonos en su presencia: entonemos el cántico de su gloria.
Cantemos himnos a la Virgen bendita, que
camina sobre las alas de los serafines: inmaculado es su nombre.
Es suave su nombre en las generaciones de
las generaciones; su magnificencia se halla sobre los cielos.
¿Quién hay como María que, madre de un Dios, vuelva compasiva sus ojos hacia la tierra?
Ella es la que levanta al enfermo del lecho
del dolor, la que enjuga las lágrimas del afligido y del desgraciado.
La que ofrece al huérfano una Madre y un
refugio al desvalido; la que vuelve al extraviado al sendero de la vida.
La que sacia de bienes los deseos del justo,
le bendice en el nombre del Hijo y le circunda de misericordia y de gracia.
Volved hacía mí vuestras miradas, oh María,
y extended vuestra custodia sobre mí.
Pasarán a vuestra sombra nuestros días en
el tiempo del destierro, y serán adornados con
vuestro esplendor en el día de la gloria.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
que preservó inmaculada a María, por los siglos de los siglos. Amén.


ORACION
¡Salve, Virgen poderosa, Reina de los infelices Madre de misericordia, inmaculada guardadora de nosotros los pecadores! Vos nos disteis la vida, vos nos abristeis el sendero de las celestiales dulzuras, vos elevasteis nuestra esperanza a una eterna gloria; salve, oh vida, dulzura y esperanza muestra. A vos dirijo mis plegarias desde lo profundo de este destierro en que me ha colocado el fruto del pecado, que me ofreció la primera de las madres; á vos dirijo los suspiros de mi corazón, que gime en un valle de lágrimas, que deplora las infinitas culpas con que ha agravado el peso de su amargura, y los motivos de su dolor; volved hacía mí vuestros ojos misericordiosos, oh inmaculada María, apenas veáis las miserias de mi alma; no tardará vuestra compasión en tenderme una mano bienhechora, y vuestro corazón de clemencia, pues que me habrá limpiado de toda inmundicia, no dejará de guardarme en la salud de vuestro divino Hijo. Mostradme de continuo, oh María, a ese amable Jesús, fruto bendito de vuestro seno; mostrádmele en el
curso de mi vida, para que, teniendo siempre presentes sus virtudes y su penitencia, me le mostréis después del destierro de esta tierra, a fin de que en su piedad me conceda por vuestra intercesión esa eterna bienaventuranza que forma vuestro gozo, oh Virgen clemente, oh Virgen piadosa, oh dulcísima inmaculada María...
Tres Ave Marías.





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