20.
LA CUSTODIA DEL PARAÍSO
Si
Adán debía guardar el paraíso de la tierra para que aquel lugar de delicias no
perdiese la hermosura y amenidad de que había sabido colmarle un Dios, y si en
él debía guardarse a sí mismo, como observa el Doctor angélico, para que no
perdiésemos la bella dote de la inocencia, no menos obligado se hallaba á guardará
aquella inmaculada compañera, que más débil que él, había sido sacada de su
costado, para denotar que él era naturalmente su cabeza, su jefe, su guardador.
Pero descuidó un instante su autoridad, y aquel instante fue bastante funesto
para destrozar el velo de su inocencia, y para formar la semilla que produjo la
pérdida de todo el género humano. No sucedió así con el segundo Adán,
Jesucristo. Se hallaba establecido en los decretos de la divina Providencia el
embellecer otra vez la tierra con una Virgen más hermosa, más pura, más inmaculada
que la primera, y que Jesús la guardase antes del principio de los siglos en el
misterioso secreto de los designios del cielo. El, para quien todo se halla
presente, vió desde el día de la eternidad los tristes efectos del pecado de Adán
propagarse en la vida de las generaciones sucesivas, y desde entonces preparó
los méritos de su reparación por medio de esa Virgen libertada del abismo de la
culpa. La hizo nacer entre nosotros a manera de flor, cual cándida azucena,
brillante como la aurora, colmada de delicias como una nueva esposa, como una
esposa que siempre se apoya en su amado. La eligió por madre; pero concebido
fuera de toda ley de la naturaleza por obra del Espíritu Santo, quiso seguir después
la ley de esta misma naturaleza, cuando se trató de prolongar Su mansión en el
purísimo seno de aquella en donde había entrado, para confirmar en la gracia un
corazón que ya formaba Su contento; no quiso abandonar tan pronto una custodia
la más íntima, la más grata, la más suave para la Virgen, Madre de Dios. Nació
al cumplirse los tiempos de esa Virgen privilegiada; pero a diferencia de los demás
hijos que nacen en la tierra, en vez de ofuscar la belleza de la madre, guardó su
virginidad. Venido al mundo para salvar al género humano, empleó tres años en
la vida pública de sus predicaciones, de sus milagros y de su pasión, y treinta
en una vida privada y desconocida, dedicada casi exclusivamente a la custodia
de María. ¡Ah! María es su delicia, María su esposa amada, de quien en los
sagrados cánticos con una expresión tierna a la par que sublime, se dice que le
había herido el corazón. María es la que sin sombra de mancha aparece
hermosísima entre todas las vírgenes, Su esposa inmaculada, su hermana, y su Madre
purísima. La guardó toda bella en una prodigiosa Concepción, la guardó toda
santa en un
nacimiento
adornado con los más preciosos dones de la gracia; la guardó toda perfecta en una
vida de continuas virtudes, sin permitir que la maligna y antigua serpiente se
la aproximase para contaminarla y empañar su esplendor. Y cuando llegó el
tiempo establecido para invitarla a participar de su gloria, nos conserva
incorrupta la salvación, y sin hacerla experimentar el horror de la tumba, la
condujo en las alas de los serafines, no al seno de Abrahán, sino al del mismo
Dios. Sólo allí terminó la custodia de la inmaculada María, pues que allí
comenzaba la bienaventuranza eterna por los siglos de los siglos.
CANTICO
El Dios de los dioses, el Señor, habló: llamo a la
tierra desde el Oriente hasta el Ocaso.
Temblaron los cielos al oír su voz omnipotente, y los
elementos de lo criado estuvieron
prontos para volverá la nada.
Pero delante de él se hallaba el iris de la paz,
y á su lado la misericordia y el amor; y la tierra
escuchó con un silencio de júbilo.
Y dijo el Eterno: ¡Paz! he preparado la salvación en el
seno de una Virgen; la he enaltecido, la he elegido en medio de mi pueblo.
Mi sierva procede de la estirpe de David, y la he ungido
con el bálsamo de mi espíritu.
La asistiré con mi mano, la haré fuerte con mi brazo,
y el hijo de iniquidad no podrá aproximarse a ella.
Con ella estarán de continuo mi verdad y mi
misericordia; en mi nombre crecerá en poder.
Extenderé su mano sobre los mares, y su
diestra sobre los ríos; su sombra cubrirá la
tierra con mis bendiciones.
Ella me dirá en alta voz: Tú eres mi Padre,
mi Hijo, el principio de mi salvación y el fruto de
mis entrañas.
Y yo la constituiré primogénita sobre todas las reinas
de la tierra, reina de mi eterna alianza.
Y haré que la generación de sus hijos reine por los
siglos de los siglos; su trono será semejante al día de los cielos.
Entonces se oyó en el cielo un rumor como
de grande alegría, y los coros de todos los coros de
los ángeles cantaron: Aleluya.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que
preservó inmaculada a María, por los siglos de los siglos. Amén.
ORACION
Oh
dulcísima Virgen María: vos, a quien un Dios de infinita bondad guardó
inmaculada para formar el trono de su misericordia, guardadme a la sombra de
vuestra protección de los embates que las pasiones suscitan de continuo en mi corazón.
Guardadme, oh Virgen inmaculada, en esa paz que no pueden darme el mundo y sus
vanidades, en esa paz que procura siempre turbarme el enemigo de mi alma. Guardadme
en esa dichosa paz, que consiste en el total abandono de las vías del pecado,
en la completa sumisión a vuestros inmaculados deseos, y en la perfecta reconciliación
con mi Salvador Jesús. Entonces, oh María, entonces me será dado el poder
dignamente alabar, ben decir y adorar a ese Dios piadoso, que os ha guardado
inmaculada, y que ha tomado sobre sí el peso de mis innumerables culpas para
dar me la salud en esa mansión de paz eterna, en donde, cesando todo peligro y también
la custodia, comienza la bienaventuranza de los siglos de los siglos. Amén.
Tres
Ave Marías.
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