17.
LA MADRE INMACULADA
Si
es sublime la idea de un Dios que con la facilidad de una palabra mandó a la
nada que produjese el todo, ¿qué lengua, qué pluma podrá, no ya describir, pero
mi aún expresar el procedimiento de ese misterio, en que se concentra, según
dice el Apóstol, toda la sabiduría del Eterno? Un Dios que comparece revestido
de toda su virtud, de un modo conveniente a una infinita grandeza para darnos
una prueba de su omnipotencia, he ahí el misterio de la creación; un Dios que
para mostrase de un modo digno de su infinita bondad, sacrifica su grandeza al
imperio de la criatura, he ahí el misterio oculto desde los días eternos, inaudito
en los siglos y las generaciones, e incomprensible a la naturaleza misma de los
ángeles, el misterio de la redención. Un poder infinito nos había mostrado al
Supremo Monarca, que llama a las cosas que no son como a las que son: un amor
infinito nos hace ver al Eterno que eclipsa su esplendor para descender El
mismo a la nada. La omnipotencia nos había presentado a Dios solo, y sin compañía
alguna al criar al hombre; el amor le hizo buscar una compañera para producir
al Hombre Dios. Nos representa la omnipotencia el Espíritu del Señor, que se
entregó a las aguas tenebrosas para criar la luz, y el amor nos impele a
observar a ese mismo espíritu, que del medio del Océano de la corrupción y de
la miseria, buscó entre todas las mujeres la única inmaculada, digna de
concebir al autor de la luz. ¡Oh! cuán sublime es el considerará esta Madre
elegida, que une sus obras a las del Espíritu Santo como si fuesen iguales para
producir el misterio de los misterios. Cuán sublime es el contemplará esa Virgen
inocente, que en la regeneración del universo prepara la materia para la
omnipotencia de un Dios. Esa inmaculada María, que de su purísima sangre compone
los miembros del Hijo Unigénito al esplendor de la eterna gloria. El Criador
sacó al primer hombre, al hombre terreno, del légamo de la tierra: María debía
sacar al segundo, al hombre celestial, de su mismo corazón. El Creador infundió
en Adán el soplo de la vida, haciéndole a semejanza de Dios: María debía componer
a Jesucristo en forma terrena, haciéndole a semejanza del hombre. La obra de la
omnipotencia en la creación estableció una distancia infinita entre Dios y el
hombre: en la obra del amor, por una infinita dignación de la incomprensible
bondad con el ministerio de la Madre inmaculada, un Dios fue hombre, un hombre fue
Dios.
CANTICO
Alabad el nombre de María, alabad á María,
oh hijos de la Virgen elegida.
Alabad a María, porque es inmaculada: entonad salmos a
su nombre, porque es suave.
El Señor eligió por su morada a la estrella de Jacob, y
por su Madre a la Hija de Sion.
El Señor, que ha hecho cosas tan grandes en los cielos
y en la tierra, en el mar y en los abismos.
El Señor, que hizo salir las nubes de la extremidad de
la tierra, y que hizo a los relámpagos señales de lluvia.
Hizo salir a María como una nube de gloria,
para encerrar en su seno al elegido de los siglos, e
hizo resplandecer sobre el universo su inmaculada belleza.
Oyeron los cielos el rumor del paraíso, y la
nube de gloria llovió al esperado de las naciones.
Y la tierra quedó en silencio y en paz, gozo
y ensalzó, porque había llegado el día del
Señor.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
que preservó inmaculada a María por los siglos
de los siglos. Amén.
ORACION
Vos
sois toda bella, oh María, y la mancha original no llegó a empañar la candidez
de vuestro corazón: ¡oh! esta prerrogativa del paraíso que os concede un Hijo
para honrará su madre, ¡cuánta luz esparce sobre el abismo de mi miseria! Si
vuestro divino Hijo multiplicó los prodigios para glorificaros, yo, que toda vía
me atrevo a condecorarme con el glorioso nombre de hijo vuestro, ¿qué cosa he
multiplicado, sino obras indignas para deshonraros? Haced, oh Virgen
inmaculada, que yo conozca alguna vez de qué madre tengo el honor de ser hijo, a
qué perfección de santidad me obliga
un
título tan augusto, y con qué esfuerzos podré, sino glorificaros, al menos no
hacerme indigno de llamaros como madre. Vos, que por singular privilegio de
Dios fuisteis sin mancha alguna de pecado, purificad mi corazón de las innumerables
que me han impreso mis culpas; Vos, que os unisteis a preparar la redención del
género humano, preparad mi alma para que pueda recibir sus benéficos efectos; y
vos, que compusisteis los miembros de vuestro divino Hijo Jesús para que
viniese a salvarnos con su cruz, arreglad mi espíritu para todas las obras de
penitencia y de sacrificio que puedan hacerme hábil para participar de los
méritos de su vida, de su pasión y de su muerte.
Tres
Ave Marías.
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