12.
LA CREACION DE LA INMACULADA
El
Ser Supremo, que dispone todas las cosas del modo más conveniente a su infinita
sabiduría, ordenó el misterio de la misericordia y del amor, de tal manera que
hiciese aparecer ostensiblemente que el mismo Dios era el que yacía en el
pesebre, el que formó los cielos, el Dios que no encontró donde reposar sobre
la tierra, y que compuso el universo; el Dios que se cubrió de humillación en
los días de la redención, y que se revistió de majestad en los
de
la creación. Por esa razón el mismo orden que siguió el Omnipotente a la cría
al hombre, se observó también en la formación del Hombre-Dios, y una Virgen
inmaculada apareció para dar complemento a la redención, como había hecho otra
cosa semejante con respecto a la creación. Dios formó al primer hombre de una tierra
Virgen; y he ahí que ese mismo Dios es coge una Virgen para formar el cuerpo en
que debía ocultar o encerrar sus divinos rayos. Había dado al primer hombre una
compañera en la terrena misión de poblar la tierra; y como si su omnipotencia
no le bastase para salvar mil mundos, elige para sí mismo una compañera en la
celeste misión de redimir la humanidad. Una inmaculada era la única esposa
digna de Adán inocente: María preservada inmaculada por los méritos del
Redentor, salió en toda su espiritual belleza de la costilla de este segundo Adán,
cuando dormía el plácido sueño de la resurrección. Eva era enteramente a imagen
y semejanza de Adán, y María fue formada á imagen y semejanza de Jesucristo. Único
bajo todos conceptos fue aquel Hijo unigénito, único Dios, único Hombre-Dios, y
única por todos lados será entre las demás criaturas esa bienaventurada María,
única Madre inmaculada, única Madre Virgen, única Madre de un Dios. Si Jesús es
la fuente, la plenitud y el modelo de la santidad, María será su imagen más
perfecta, Su expresión más fiel. Si Jesús, sometiéndose a las enfermedades de
la humana naturaleza permaneció siempre separado de la masa corrompida de los
pecadores, y libre del imperio del infierno, María, participando de ese
singular privilegio, que no puede dividir sino con Dios, quebrantará la cabeza
de la infernal serpiente. Si Jesús se halla exento de toda mancha por una
consecuencia de su divina naturaleza, María, por un efecto de la gracia, podrá
decir al mundo asombrado lo que el Salvador dijo una vez de sí mismo: ¿quién de
vosotros me reprenderá de pecado?
CÁNTICO
Cantad a María un cántico nuevo: todos los ángulos de
la tierra canten a la Virgen inmaculada.
Cantad a María y bendecid su santo nombre;
anunciadla de continuo como la aurora de nuestra salvación.
Celebrad entre las gentes su gloria, y sus
maravillas entre todos los pueblos.
Porque el Dios terrible vistió el traje de la
paz, y en la ternura del amor la crió inmaculada en lo
eterno.
Puso gloria y esplendor sobre su rostro; santidad y
magnificencia, como corona de su cabeza inocente.
A su aparición se regocijó toda la tierra; y
las naciones atónitas se preguntaron: ¿es esta
la que sube del desierto esparciendo delicias,
como una esposa adornada para el tálamo divino?
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
que preservó inmaculada a María, por los siglos de los
siglos. Amén.
ORACION
Oh
María! lirio inmaculado de celestial pureza, ¡cuán grande es mi confusión al
hallar me delante de vos, tan pobre de gracia y de virtudes! ¡Si vos podéis
llamar al cielo y a la tierra a que atestiguan vuestra inocencia, el cielo y la
tierra son testigos de mis culpas! Sí, en el largo trascurso de tiempo que,
comenzando en vuestra bienaventurada Concepción, se dilató hasta lo último de
vuestra vida, no hubo un solo momento en que la más mínima culpa viniese a
turbar vuestro inmaculado semblante, ¡ay! ¿cuándo me será a mí dado encontrar
un solo instante de mi vida que no haya sido manchado con alguna infidelidad?
¿Si vos fuisteis la imagen más bella de la santidad de vuestro Hijo, cuándo he
procurado yo asemejarme a Ese Redentor que me invita de continuo a imitarle, y
que vos misma, oh María, me presentasteis en vuestros purísimos brazos? ¡Ah! vos,
que fuisteis colmada enteramente de las gracias celestiales; vos, a quien un Hijo
divino ha elegido para ser corredentora con Él, a quien ha criado para que
formase las delicias de su bondad, y para difundir por vuestro medio los saludables
efectos de su misericordia, haced que caigan sobre todas las potencias de mi corazón,
para que imitando desde aquí en adelante a vuestro amabilísimo Hijo, pueda
hacerme menos indigno de ser colocado en el número de sus más apasionados
siervos.
Tres
Ave Marías.
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