11.
EL RIACHUELO DEL PARAISO
No
sólo el paraíso terrenal hubiera carecido de su más singular belleza sin un rio
que le regase, sino que habría estado enteramente privado de toda hermosa
prerrogativa. Y ¿qué es un terreno no fertilizado por alguna corriente de agua,
sino un desierto de que sólo se enseñe a el polvo? Los ríos son los que
distinguen las tierras vegetales de los áridos arenales. Si los bosques, los
valles, los campos y las praderas ofrecen una variada y risueña belleza, deben
esta notable diferencia a los ríos que con sus aguas los fecundizan,
comunicándoles con sus inundaciones y continuas evaporaciones, frescura,
prosperidad y abundancia. De un modo semejante dispuso Dios que naciese la Virgen
inmaculada para el mundo redimido. ¿Qué cosa es un alma, sin el riego de la
devoción de María, más que un estéril desierto de virtud? De ella, arroyuelo de
agua inmensa, como la llama el Espíritu Santo, se difunde incesantemente esa
plenitud de gracia, por la que fue bendita entre todas las mujeres. De ella,
pura y prudentísima Virgen; de ella, espejo de justicia; de ella, preconizada
como torre de David, proceden las cuatro virtudes cardinales, a manera de los
cuatro ríos que salieron del manantial del paraíso. Si hay en el mundo una
enseña que haga conocer al cristiano las impiedades del error, es precisamente esa
inmaculada que ha permanecido digna de tener por vestidura al sol, la luna a
sus pies, y adornar su cabeza con una corona de doce refulgentes estrellas. Si
hay una mano sublime que realce nuestra fe, es la de esa Virgen purísima, que
dice a los que la miran: ¡Dichosos porque crecisteis! Si hay unos labios que,
en el desvanecimiento de nuestra vida, hagan resonar en el corazón la voz de la
esperanza, son los de esa madre amorosa que estrecha entre sus brazos sin
ninguna mancha al fruto bendito de sus entrañas. Si hay un ser humano que
procure hacer que penetre en nosotros la llama del divino amor, es esa Virgen
colmada de supremas delicias; esa Virgen que, sacándonos del abismo de las
tinieblas de la muerte, nos guía por el camino de la luz a la mansión de la
paz, del consuelo y de la caridad. En una palabra, todo nos viene de ella, todo
cuanto hay de bueno sobre una tierra redimida por un Dios Salvador, que quiso
colocar en ella todo el precio de su redención, para que todos lo
consiguiésemos por medio de una Virgen inmaculada.
CANTICO
Me alejaré del rio de Babilonia, que arrastra
las aguas de la impiedad y de la abominación:
recordaré a la inmaculada María.
Y me sentaré en las orillas bañadas con el
llanto de las generaciones que fueron, de las
generaciones que pecaron y nos dejaron la herencia de
su culpa.
Romperé las liras y demás instrumentos que
usaron nuestros abuelos en la era del dolor, y
entonaré las canciones de la Virgen de Sion.
¿Y cómo no he de cantar las canciones de
María, de la que llevó en su seno el precio de
mi rescate?
María, te bendigo en todo tiempo; las alabanzas de
María se hallarán siempre en mis labios.
Mi alma se gloriará de continuo en la Virgen Inmaculada,
porque Dios la inunda de las emanaciones de su gracia.
Para regar nuestras almas con las aguas de
la salud eterna, que brotaron las fuentes del
Salvador.
Para lavar la inmundicia del culpable contrito con el
bálsamo de la reconciliación divina, con el amor de la Madre de un Dios.
Para volverá abrazar al extraviado que abandonó la
casa paterna, y vuelve confuso a ella,
para darle el ósculo de la fortaleza y de la paz.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
que preservó inmaculada a María, por los siglos de los
siglos. Amén.
ORACION
¿Qué
sería de mí María, si el Señor no os hubiese revestido de tantas gracias,
adornada de tanta hermosura, y hecho depositario de tanta misericordia, para
que, en medio del desierto de esta vida, pudieseis aplacar mi sed con las aguas
saludables de la fuente inagotable del Salvador? Conocedor de mi miseria, y abrumado
por el enorme peso de mis iniquidades, temo comparecer ante vuestra presencia; pero
cuando pienso que estáis llena de compasión y de dulzura para con los
pecadores, cuando recuerdo que tenéis un corazón tan amoroso y benigno, mi alma
goza la suavísima confortación de la esperanza, y en medio del más dulce de los
consuelos me abandono en vuestros brazos misericordiosos para recibir vuestras
bendiciones. Mi corazón sin vos, oh María, es como una tierra estéril, que no
produce fruto alguno; más cuando me hallo en vuestra presencia, entonces las
virtudes más olvidadas y abandonadas por el incentivo de las pasiones me salen
al encuentro brindándome con un esplendor enteramente nuevo, enteramente suave
y atractivo; entonces es cuando mi ánimo siente en una nueva serie de
tendencias despuntar, aunque a pesar suyo, una vida de espíritu nuevo, una vida
más conforme a vuestro recuerdo, a vuestro ejemplo y a vuestros deseos. ¡Ah!
inmaculada María, vos sois la que me la inspiráis, bendiciéndome con las
emanaciones de la gracia, y haciendo caer sobre mí el rocío del cielo.
Tres
Ave Marías.
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