13.
LA PATRIA DE LA INMACULADA
Cuanto
más adelantan las luces de la ciencia en la investigación de las inmensas obras
de la creación, tanto más se nos presenta la tierra como un grano de arena en
medio de los arenales del desierto. Sólo el pensar cuantas estrellas aparecen
en la azulada bóveda del firmamento en una noche serena, cuántos millones de
otras se van observando todos los días con los instrumentos perfeccionados por
el arte humano, y cuantos millones de otras permanecen todavía desconocidas por
la inmensa distancia a que se encuentran de la vista del observador, que no
sabemos si son otros tantos soles, cada uno de los cuales se halla acompañado
de otros globos secundarios, destinados a calentar y alumbrar, es una consideración
tan Vasta, que la mente se confunde en medio de la inmensidad de las
maravillas, y entre tanta magnificencia se halla humillada con el sentimiento
de su propia nulidad. Pero cuando reflexiono que esta tierra, pequeña, humilde
y oscura, casi desapercibida entre la luminosa familia del firmamento, es la
patria de esa Medianera inmaculada, a quien no bastan á alabar las lenguas
terrenales, las celestiales, ni las de esos mismos ángeles, que Dios ha criado
como los seres más sublimes para la perfección del universo; cuando pienso que
es la
patria
de la que concibió al Criador de la infinita falange de los soles; la patria de
esa Reina de los cielos, que fue condecorada con todas las gracias y los dones
que pueden adornará la única Esposa y Madre de un Dios, todo el encanto de la
grandeza de la estrellada esfera desaparece ante mi vista, mi corazón
experimenta un contento desconocido hasta entonces, y me glorío de haber nacido
en la tierra, en la patria de la inmaculada María. Pequeña es nuestra morada,
pero bastante sublime, por haber salido en ella a luz aquella cuyas grandezas
bastan para ilustrar mil mundos, y cuya hermosura admiran el sol, la luna y las
estrellas. No son las grandezas de un orgullo, que se atreve a alargar la mano
al fruto vedado, desafiando la cólera amenazadora de un Dios, grandezas de
ignorancia y de muerte... no son las glorias de los conquistadores y reyes en sojuzgar
naciones y fundar imperios, glorias llenas de sangre y de destrucción... no es
la fama de mortales ingenios en las ciencias y en las artes, fama sombreada de
vanidad y de ilusión... no son semejantes a todas las glorias que,
desplegándose en el breve giro de la tierra,
pueden
hacer ilustres a esos átomos que se mueven en el espacio: no, la gloria de la
inocente María, de la inmaculada sierva del Señor, es una gloria de paz, de
humildad y de amor, que coloca la tierra sobre los cielos.
CANTICO
Los cielos refieren la gloria de María; su belleza
eleva a la tierra sobre el firmamento.
El brillo de las estrellas es la gloria del cielo;
más grande que las luces de todo lo criado es
el esplendor de María.
Vuestros son los cielos de que sois reina, oh
Virgen inmaculada; vuestra es la tierra que ensalzasteis
con vuestra amable presencia.
Vuestro es el sol que os sirve de pabellón;
vuestra la luna de que os servís como de escaño para
vuestros pies.
Hablaré a los cielos, y los cielos admirarán
atónitos las palabras de mi boca.
Mi Virgen de Sion, la inmaculada Reina, es
mi esperanza por los siglos de los siglos.
Es la estrella esplendorosa, la guirnalda formada por
las manos del Señor, la diadema real
con que se adorna un Dios.
Es mi inmaculada, que ocupó el pensamiento
del Eterno desde el principio de sus vías antes que
todas las obras de su poder.
La que estaba a su lado cuando ordenaba á.
los cielos que se la uniesen cuando redimía á la
tierra, la que participa del asiento de la gloria en
la eternidad de los días.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
que preservó inmaculada a María, por los siglos de los
siglos. Amén.
ORACION,
Si
recordase de continuo, oh inmaculada Virgen, que vos sois la más hermosa gloria
de todo lo criado, ¿cómo podría andar detrás de tanta vanidad de este mundo
engañoso, ni abrigar otros deseos que los de hallarme siempre unido a vos,
imitar vuestra virtud, y hacerme digno de la mansión que embellecéis con vuestra
presencia? Pero mi mente me recuerda con demasiada facilidad las obras del
pecado, me representa las imágenes lisonjeras de la culpa, y los excesos de la
humana soberbia, y permanece débil y defectuosa cuando se trata de las hermosas
obras de vuestra inocencia, de ofrecer a mi vista los atractivos de vuestras
virtudes, y de hacerme contemplar los maravillosos efectos de esa humildad, por
la cual Dios os elevó sobre todas sus criaturas. Corregid esta imperfección de
mi espíritu, como podéis hacerlo, oh María : grabad con vuestra mano inmaculada
sobre mi corazón vuestra dulce memoria, de tal manera que nunca pueda borrarla
el olvido, ni ningún otro deseo supeditarla; sino que recordándoos de continuo,
teniéndoos presente, y deseándoos siempre con todo el ardor de mi alma, pueda
imitaros en la vida y poseeros después de la muerte en la gloria sempiterna de
los cielos. Amén.
Tres
Ave Marías.
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