29.
EL NUEVO EDEN
La
inmaculada Virgen, tan bien figurada en las diversas partes y prerrogativas del
paraíso terrenal, no podía dejar de hallarse representada en el jardín de las
delicias. Como Dios había plantado con sus manos ese mismo Edén, en que reunió
todas las bellezas de la naturaleza para que el hombre gozase en él todos los
placeres de la inocencia y para elevarle a aquel Señor que le colmaba de tantos
beneficios, del mismo modo puso a María en la tierra como un nuevo Edén y la
adornó con todas las bellezas de la gracia para que, formando las delicias del divino
amor, bajase en ella un Dios para colmar de nuevos beneficios a la perdida
humanidad. Y la misma tríade que reunió el poder, la palabra y el amor de un
Dios para formar al primer Adán, se unió también del modo más consolador para
embellecer al segundo. De María quiso el Padre de los cielos formar entre las criaturas
la imagen más perfecta del Primogénito de los hombres, que engendró como su Hijo
desde toda eternidad en el seno de la gloria; y el Altísimo la dijo con la
complacencia de un paternal amor: «Serás inmaculada como primogénita entre mis
hijas». De María quiso el Hijo unigénito formarse un templo santo,
que
no había servido de morada al infernal enemigo, y que daba a conocer la inmensa
distancia que existía entre las madres de los hombres y la madre de un Dios; y
el Altísimo la dijo en la complacencia de su filial amor: «Serás inmaculada
como la Madre única del Señor». De María quiso el Espíritu Paráclito elegir una
esposa digna del principio de toda santidad, una esposa
privilegiada,
como él lo es sobre todos los privilegios y la belleza de los esposos, y el
Altísimo la dijo en la complacencia de su divino consorcio: «Serás inmaculada
como la Esposa predilecta del amor eterno». Y he ahí formado el Edén del
espíritu, esa tierra virginal sin abrojos ni espinas, esa tierra a que
desciende suave la bendición de Dios, ese paraíso cuyo fruto es
bendito
en lo eterno. Ese es un Edén en el cual se desarrollan todos los gérmenes de la
gracia, crecen todas las plantas de la virtud, esparcen un agradable aroma las
flores de los dones celestiales, extiende sus ramas el árbol de la vida eterna,
y el de la verdadera sabiduría se eleva como el cedro del Líbano, para indicar el
dominio amable del Salvador. Es un Edén regado por el rio de aguas vivas que se
esparcen por toda la tierra, y llevan las emanaciones de la gracia, de la vida
y del amor. Es un Edén santo y divino, al que, en vez de ser conducido un
hombre terreno formado en otra parte, se formará un hombre celestial, que es al
mismo tiempo Dios antes de todos los siglos. En fin, es un Edén en que no tiene
cabida la serpiente antigua sino para ser arrojada de él; en el que el ángel
del consejo invita a un fruto bendito, que es la salvación del género humano:
un fruto por el cual se abren nuestros ojos a la inteligencia de las cosas
eternas, y por el que los hijos de la culpa y de la ira tremenda son verdaderos
hijos de Dios y herederos de la gloria del cielo.
CANTICO
Cantemos al Señor, pues que se ha ensalzado gloriosamente,
y preservó inmaculada a la hermosa Hija de Sion.
Él es el Salvador, mi Dios, el Dios de María: á El
aspiran continuamente los afectos de mi corazón.
Vuestra mano nos había herido en el día del
furor: vuestra mano hizo caer a los culpables
en el reino de la muerte.
Pero un día enviasteis a la misericordia a encontrarse
con la justicia, y el reino de María á
consolará las naciones con el día de la vida.
Había dicho el enemigo: Yo arrojaré en el abismo de la
culpa a la que será concebida, y
le impondré el yugo de mis cadenas.
Sopló vuestro espíritu, oh Dios mío, y las olas
agitadas se cerraron: el enemigo confundido se encontró abismado bajo los pies
de
ella.
Pasó intacta la inocente Virgen por entre las
olas amenazadoras: sus plantas no fueron humedecidas
por las aguas del abismo.
Extendió la mano inmaculada desde los con
fines del Oriente, y la tierra fue bendita con la
protección de María.
Y los cielos se sonrieron; y la tierra saludó
al nuevo paraíso, el paraíso de gracia que debía
acoger a su Salvador.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
que preservó inmaculada a María, por los siglos de los
siglos. Amén.
ORACION
¡Salve,
oh única Virgen inmaculada, más bella y serena que todas las estrellas del
cielo, más deliciosa que el paraíso terrenal! ¡Salve, oh única gloria entre las
vírgenes de Sion, única alegría de Israel, paz y consuelo de mi alma! Oh Madre
de dulzura, de continuo os llamo en lo íntimo de mi corazón, mil y mil veces
deseada; A vos dirijo mis suspiros, desde el rayar el alba hasta el declinar de
la tarde. ¿Por qué no me es dado animar todas las cosas criadas para poner en
su boca vuestros elogios? ¿Por qué no puedo eternizar en mi espíritu estos
trasportes de afecto que tantas veces me inspiráis y difundirlos por donde
quiera que se hallen criaturas aptas para amaros, y que todas os ofrezcan su corazón
como a su Reina? Entonces, oh María, se llenaría de consuelo mi corazón... la
tierra entonaría el cántico de vuestra gloria, y confundido el enemigo, abatida
la vanidad del mundo, establecido el reino de vuestro divino Hijo, sólo dominaría
la paz... Ah! la paz, oh inmaculada mía, la paz que desgraciadamente no me
atrevo a esperar acá abajo, pero que vos me estáis preparando mejor en el
cielo. ¡Oh! salve, inmaculada María.
Tres
Ave Marías.
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