sábado, 28 de diciembre de 2019

MES DE LA INMACULADA - DIA VEINTIOCHO



28.
EL SACRIFICIO DE LA INMACULADA
El dolor y la desgracia son el acompañamiento del pecado; ¿cómo, pues, María, que fue concebida sin el menor vestigio de culpa, y cuya vida fue tan perfecta, ¿pudo ser acometida por el dolor y la desgracia? Si Eva hubiese conservado el tesoro de la inocencia que Dios la había concedido, la habrían saludado con júbilo las generaciones inocentes y felices, y el dolor no hubiera penetrado en su corazón. Pero la Virgen María es inmaculada en medio de la desolación de los pueblos culpables, en el valle del llanto y de la muerte, ¿cómo podía resistir el contemplar tanta miseria? La gracia y la inocencia no hacen cruel un corazón nacido para amar, antes bien le perfeccionan, le en terneces y le inclinan a la compasión; y María, pura, inocente, inmaculada experimentó el colmo de los dolores. Dios, preservando a María de la culpa virginal, la hizo la más adecuada para ser madre de un Dios, y también para ser lo del hombre de los dolores. Pero era también conveniente, que, así como una virgen criada inmaculada estuvo unida a Adán para sacrificar al género humano en el altar del orgullo, otra Virgen siempre inmaculada se uniese a Jesucristo para la salvación de la humanidad, y sacrificase cuanto podía serla más querido en el altar de la humillación y de la cruz. Y así como Jesús, compadecido de nosotros, dio su misma vida, y se hizo el más despreciado y abyecto de los hombres, así también María se unió voluntariamente a aquel sacrificio, haciéndose la más desgraciada de las madres. ¡Qué sacrificio tan inmenso! ¡Una madre que entrega a la cólera de un Dios vengador del pecado á un hijo inocente, sobre el cual pesan las iniquidades de toda la tierra! ¡Una madre que asiste a la muerte de un hijo, que siendo el más hermoso de los hijos de los hombres, por el furor de las crueles turbas y los padecimientos, las heridas y las angustias llega a perder hasta la figura de hombre! Una madre que por amor nuestro quiere compartir las penas del hijo; que por amor del hijo desea sufrir los dolores que la hacen más semejante a él, y deja rienda suelta a las aflicciones, como la deja al amor... el mismo torrente de amargura que inunda al hijo extiende sus aguas sobre ella; y la misma cruz en que se halla clavado, recibe también el corazón de María. Si traspasan su cabeza punzantes espinas, sus puntas destrozan también a María; si le presentan un cáliz de hiel y de vinagre, María bebe toda su amargura; si le atraviesan el costado de una lanzada, ¡María siente en su pecho el golpe y la herida... Ah! no tengo corazón para contemplará esta Madre desconsolada, y la pluma se
me cae de la mano al considerar los dolores que la hizo sufrir un martirio, cuya intensidad sólo puede comprender una madre: el martirio del Corazón... Pero la fuerza que falta a una criatura debilitada por el pecado, María, inmaculada y llena de gracia, la encontró en el fondo de su alma; su pecho pudo muy bien ser desgarrado por los más agudos dolores, pero no se abatió su fortaleza. Pues que su Hijo, abandonado del cielo y de la tierra, no tiene quien le consuele, tampoco quiso ella experimentar el Consuelo del llanto, ni de ese abatimiento en que la naturaleza humana descansa algunas veces en la intensidad de los padecimientos; no, reunió todo su vigor para hacer frente a todo, y para compartir con su Hijo hasta el sacrificio de su corazón. ¿Qué sacrificio puede igualarle? Tiembla la tierra, pero no tiembla el pecho de una Virgen inmaculada; rómpase el velo del templo y se oscurece el sol, pero, aunque atravesada de mil maneras en lo profundo de sus entrañas, no se oscurece la luz del entendimiento en una Virgen inmaculada; ábranse los
sepulcros en el luto del universo, pero no se abren sus labios a los lamentos del duelo, y mientras toda la naturaleza se confunde con la muerte de un Dios y el martirio de una inmaculada, ella misma, la inmaculada María, permanece inmóvil a los pies de la cruz, como el sacerdote del sacrificio, como si en aquella sublime actitud, quisiese hablar al mundo redimido, para decirle con su Hijo: Todo está cumplido.


LAMENTACION
¡Oh! ¿cómo ha envuelto Dios en la nube del dolor a la hermosa Hija de Sion? ¿Cómo ha dejado viuda y abandonada a la ínclita Madre del
primogénito de los elegidos?
El Señor la ha colmado de angustia por la multitud de nuestras maldades: ella, inmaculada, ha llevado el peso de nuestras iniquidades.
La han visto las turbas crueles y han des
preciado su tristeza: ¿quién podrá expresar los
afanes de la Madre dolorosa?
Grande como el mar es su aflicción; pero no llora, porque se halla seco el manantial de sus lágrimas.
Extiende sus manos compasivas, y no encuentra quien la consuele: es demasiado alta la cruz en que pende su amado Jesús.
Recuerda María los días de la alegría, cuan do estrechaba entre sus brazos a su amado, y los ángeles cantaban la gloria y la paz.
Ahora los ángeles de la paz lloran amarga
mente: la gloria se ha cubierto de confusión y de palidez.
¡Cómo ha cambiado el hermoso color del Hijo! Sus ojos, que inspiraban la vida, están
lánguidos, y destilan sangre sus labios que pronunciaban palabras de eterna dulzura...
Su rostro más blanco y puro que la nieve se
ha vuelto lívido y de color de muerte.
¡Venid, oh hijas de Sion, á verá ese Unigénito que una Madre abrazó con el más santo de los amores, y ahora se ve obligada a dejarle en
los brazos de una cruz!
¡Venid, oh hijas de Sion, a contemplar a esa Madre desconsolada, y decidme si hay dolor que iguale al suyo! Se la ha caído de la cabeza la corona de estrellas; se ha oscurecido su resplandor; su corazón se halla traspasado de amargura.
Se halla rodeada de tinieblas la Madre que tenía por vestidura al sol: la Madre de Dios es considerada como la madre de un malhechor...
Dios se ha convertido en un fuerte armado en el día de su furor; traspasa al Hijo y a la
Madre; la muerte del Unigénito puso el colmo
al martirio de la inmaculada.
Llora, alma mía, corran de tus ojos las lágrimas como dos fuentes: por mí fue martirizado un Dios, por mí fue martirizada la inmaculada María...
Vestíos de luto, oh vírgenes de la tierra: cubríos de ceniza, oh pueblos todos... la Reina
de las vírgenes padece al píe de la cruz; la consoladora de las naciones se halla sin consuelo.
Convertíos, oh hijos de María; convertíos al sacrificio de una Virgen inmaculada


ORACION
¿Qué he hecho yo, oh María, para recompensaros de tanto amor? Vos aceptasteis por mí el cáliz de las amarguras, de las desgracias y de los padecimientos... y yo, ¿qué he hecho por vos? Con mis repetidas iniquidades he clavado en vuestro pecho la espada de dos filos, traspasando á un mismo tiempo vuestro corazón y el del amable Jesús. ¡Ah! me hallo confundido... demasiado grandes son mi crueldad y mi ingratitud... ¡pero vos sois una madre tan dulce y compasiva! Curad mis enfermedades, dad lágrimas a mis ojos, afectos de arrepentimiento a mi alma... cesaré una vez de seros ingrato, y uniéndome a vuestros dolores y a los padecimientos de mi Salvador, recobraré la salud que me ha comprado con su sangre, y que vos habéis ayudado a alcanzarme con el martirio de vuestro corazón inmaculado.
Tres Ave Marías.



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