28.
EL SACRIFICIO DE LA INMACULADA
El
dolor y la desgracia son el acompañamiento del pecado; ¿cómo, pues, María, que fue
concebida sin el menor vestigio de culpa, y cuya vida fue tan perfecta, ¿pudo
ser acometida por el dolor y la desgracia? Si Eva hubiese conservado
el tesoro de la inocencia que Dios la había concedido, la habrían saludado con
júbilo las generaciones inocentes y felices, y el dolor no hubiera penetrado en
su corazón. Pero la Virgen María es inmaculada en medio de la desolación de los
pueblos culpables, en el valle del llanto y de la muerte, ¿cómo podía resistir
el contemplar tanta miseria? La gracia y la inocencia no hacen cruel un corazón
nacido para amar, antes bien le perfeccionan, le en terneces y le inclinan a la
compasión; y María, pura, inocente, inmaculada experimentó el colmo de los
dolores. Dios, preservando a María de la culpa virginal, la hizo la más adecuada
para ser madre de un Dios, y también para ser lo del hombre de los dolores.
Pero era también conveniente, que, así como una virgen criada inmaculada estuvo
unida a Adán para sacrificar al género humano en el altar del orgullo, otra Virgen
siempre inmaculada se uniese a Jesucristo para la salvación de la humanidad, y
sacrificase cuanto podía serla más querido en el altar de la humillación y de
la cruz. Y así como Jesús, compadecido de nosotros, dio su misma vida, y se
hizo el más despreciado y abyecto de los hombres, así también María se unió
voluntariamente a aquel sacrificio, haciéndose la más desgraciada de las
madres. ¡Qué sacrificio tan inmenso! ¡Una madre que entrega a la cólera de un
Dios vengador del pecado á un hijo inocente, sobre el cual pesan las
iniquidades de toda la tierra! ¡Una madre que asiste a la muerte de un hijo,
que siendo el más hermoso de los hijos de los hombres, por el furor de las
crueles turbas y los padecimientos, las heridas y las angustias llega a perder hasta
la figura de hombre! Una madre que por amor nuestro quiere compartir las penas del
hijo; que por amor del hijo desea sufrir los dolores que la hacen más semejante
a él, y deja rienda suelta a las aflicciones, como la deja al amor... el mismo
torrente de amargura que inunda al hijo extiende sus aguas sobre ella; y la
misma cruz en que se halla clavado, recibe también el corazón de María. Si
traspasan su cabeza punzantes espinas, sus puntas destrozan también a María; si
le presentan un cáliz de hiel y de vinagre, María bebe toda su amargura; si le
atraviesan el costado de una lanzada, ¡María siente en su pecho el golpe y la
herida... Ah! no tengo corazón para contemplará esta Madre desconsolada, y la
pluma se
me
cae de la mano al considerar los dolores que la hizo sufrir un martirio, cuya
intensidad sólo puede comprender una madre: el martirio del Corazón... Pero la
fuerza que falta a una criatura debilitada por el pecado, María, inmaculada y
llena de gracia, la encontró en el fondo de su alma; su pecho pudo muy bien ser
desgarrado por los más agudos dolores, pero no se abatió su fortaleza. Pues que
su Hijo, abandonado del cielo y de la tierra, no tiene quien le consuele,
tampoco quiso ella experimentar el Consuelo del llanto, ni de ese abatimiento
en que la naturaleza humana descansa algunas veces en la intensidad de los
padecimientos; no, reunió todo su vigor para hacer frente a todo, y para
compartir con su Hijo hasta el sacrificio de su corazón. ¿Qué sacrificio puede
igualarle? Tiembla la tierra, pero no tiembla el pecho de una Virgen
inmaculada; rómpase el velo del templo y se oscurece el sol, pero, aunque atravesada
de mil maneras en lo profundo de sus entrañas, no se oscurece la luz del
entendimiento en una Virgen inmaculada; ábranse los
sepulcros
en el luto del universo, pero no se abren sus labios a los lamentos del duelo,
y mientras toda la naturaleza se confunde con la muerte de un Dios y el
martirio de una inmaculada, ella misma, la inmaculada María, permanece inmóvil a
los pies de la cruz, como el sacerdote del sacrificio, como si en aquella sublime
actitud, quisiese hablar al mundo redimido, para decirle con su Hijo: Todo está
cumplido.
LAMENTACION
¡Oh! ¿cómo ha envuelto Dios en la nube del dolor a la
hermosa Hija de Sion? ¿Cómo ha dejado viuda y abandonada a la ínclita Madre del
primogénito de los elegidos?
El Señor la ha colmado de angustia por la multitud de
nuestras maldades: ella, inmaculada, ha llevado el peso de nuestras iniquidades.
La han visto las turbas crueles y han des
preciado su tristeza: ¿quién podrá expresar los
afanes de la Madre dolorosa?
Grande como el mar es su aflicción; pero no llora,
porque se halla seco el manantial de sus lágrimas.
Extiende sus manos compasivas, y no encuentra quien la
consuele: es demasiado alta la cruz en que pende su amado Jesús.
Recuerda María los días de la alegría, cuan do
estrechaba entre sus brazos a su amado, y los ángeles cantaban la gloria y la
paz.
Ahora los ángeles de la paz lloran amarga
mente: la gloria se ha cubierto de confusión y de
palidez.
¡Cómo ha cambiado el hermoso color del Hijo! Sus ojos,
que inspiraban la vida, están
lánguidos, y destilan sangre sus labios que pronunciaban
palabras de eterna dulzura...
Su rostro más blanco y puro que la nieve se
ha vuelto lívido y de color de muerte.
¡Venid, oh hijas de Sion, á verá ese Unigénito que una
Madre abrazó con el más santo de los amores, y ahora se ve obligada a dejarle
en
los brazos de una cruz!
¡Venid, oh hijas de Sion, a contemplar a esa Madre
desconsolada, y decidme si hay dolor que iguale al suyo! Se la ha caído de la
cabeza la corona de estrellas; se ha oscurecido su resplandor; su corazón se
halla traspasado de amargura.
Se halla rodeada de tinieblas la Madre que tenía por
vestidura al sol: la Madre de Dios es considerada como la madre de un
malhechor...
Dios se ha convertido en un fuerte armado en el día de
su furor; traspasa al Hijo y a la
Madre; la muerte del Unigénito puso el colmo
al martirio de la inmaculada.
Llora, alma mía, corran de tus ojos las lágrimas como
dos fuentes: por mí fue martirizado un Dios, por mí fue martirizada la inmaculada
María...
Vestíos de luto, oh vírgenes de la tierra: cubríos de
ceniza, oh pueblos todos... la Reina
de las vírgenes padece al píe de la cruz; la consoladora de las naciones se halla sin consuelo.
Convertíos, oh hijos de María; convertíos al sacrificio
de una Virgen inmaculada
ORACION
¿Qué
he hecho yo, oh María, para recompensaros de tanto amor? Vos aceptasteis por mí
el cáliz de las amarguras, de las desgracias y de los padecimientos... y yo,
¿qué he hecho por vos? Con mis repetidas iniquidades he clavado en vuestro
pecho la espada de dos filos, traspasando á un mismo tiempo vuestro corazón y
el del amable Jesús. ¡Ah! me hallo confundido... demasiado grandes son mi
crueldad y mi ingratitud... ¡pero vos sois una madre tan dulce y compasiva!
Curad mis enfermedades, dad lágrimas a mis ojos, afectos de arrepentimiento a
mi alma... cesaré una vez de seros ingrato, y uniéndome a vuestros dolores y a
los padecimientos de mi Salvador, recobraré la salud que me ha comprado con su
sangre, y que vos habéis ayudado a alcanzarme con el martirio de vuestro corazón
inmaculado.
Tres
Ave Marías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario