27.
LA SERPIENTE
El
hombre no fue la única criatura forma da por la eterna Sabiduría; y así como tenia,
cual rey de la creación terrestre, una infinidad de seres que le estaban
sometidos, formaba con ellos el último anillo de otro indefinible número de
criaturas superiores a él. De este modo, mientras que extendía su influencia
por el mundo exterior, los espíritus angélicos habían nacido para ejercerla sobre
él, y mientras que los ángeles de la virtud le inspiraban el medio de completar
el hermoso edificio de sus méritos, el ángel de la culpa procuraba instigarle a
su destrucción. Pero el hombre era demasiado sabio, y el ángel rebelde, usando
de toda la astucia que podía sacar del abismo de la maldad, se aproximó a su dulce
compañera, la que, siendo menos sabia, era también menos difícil que prestase oídos
a sus malignas sugestiones. Sabemos por la Historia Sagrada, que el enemigo del
género humano, tomando la figura de una serpiente, logró convencer a Eva, y después
por medio de ella a su consorte. Todavía experimentamos en las miserias de la
vida y en los dolores de la muerte los tristes efectos de ruina tan inmensa.
Pero Dios había prometido otra mujer que sería eternamente enemiga del espíritu
de las tinieblas y que quebrantaría su cabeza maldita. Esa mujer bienaventurada
era María: ella, permaneciendo libre de las cadenas del demonio, cuando toda la
tierra gemía en la esclavitud, le fue siempre tan contraria, cuanto la
inocencia es opuesta a la culpa, cuanto la vida es opuesta a la muerte; ella fue
la quedando a luz al reparador y vencedor de la culpa y de la muerte, destruyó
el edificio que el infierno había fabricado sobre las ruinas de la inocencia, y
con su pie inmaculado destrozó la cabeza soberbia de un demonio abatido, vencido
y sujeto. Si nos fuese permitido hacer comparaciones de la malicia de la
antigua serpiente que destruyó una de las más hermosas obras de Dios, con la
sabiduría de ese mismo Dios, que para confundir su soberbia se valió de sus
mismos medios para arrebatarle la presa, ninguna podría presentarse más patente
que esta admirable semejanza en el modo de proceder. Al fijar nuestra consideración
en la serpiente que sedujo a Eva con la promesa de falsas grandezas, no podemos
menos de recordar al Señor, que nos preparó en María una mujer destinada a
seducir aquella misma serpiente con tener oculta su verdadera grandeza. ¿Quién
no descubrirá la sabiduría de un Dios, que con hacer descender a María de una
estirpe
corrompida encubre su inmaculada concepción, con hacerla casar con un hombre de
la tierra oculta su perpetua virginidad, y con someterla a las miserias de la
vida esconde, por decirlo así, a la madre bienaventurada de un Dios? El demonio
se había valido de Eva para obtener de Adán que fuese el origen de la perdición
de la naturaleza humana. Dios se sirvió de María para tener en Jesucristo un salvador;
el demonio instigó al sexo más débil para llegar por su medio a satisfacer su
soberbia, y Dios se la confundió completamente haciéndola vencer por el mismo
sexo, y sujetándolo a los pies de una mujer. El demonio, engañando a Eva, se
preparaba en la mujer uno de los instrumentos más perniciosos, no sólo para
comenzar, sino para continuará través de los siglos la obra de perdición. Dios,
preservando á María de la culpa para hacerla su Madre, se preparaba, no sólo el
medio más
adecuado
para obrar la redención, sino también el arma más fuerte para defender sus efectos
en los siglos venideros. El arma dulcísima de una Virgen inmaculada, que nos
invita con su belleza a seguirla por el camino de la gracia: el alma
amabilísima de una madre tierna y compasiva, a cuyas invitaciones no hay corazón
que resista, ni hay ánimo tan duro y tan pérfido que no se mueva á sentimientos
de una vida nueva.
CÁNTICO
Dijo el Señor a la inmaculada mía: Siéntate a la diestra
de mi Hijo.
Para que ponga a la antigua serpiente como banqueta a
tus pies.
Desde Sion extenderás como Reina el cetro de tu poder:
el dominio amable de la Madre de un Dios Salvador.
Contigo será el principio de la eterna luz: tú le
precederás como estrella de la mañana, y le acogerás en tu seno para iluminar
la tierra.
Por eso Dios lo ha jurado y no se mudará: serás
inmaculada en lo eterno y fuera del órden
de toda otra criatura.
El Señor estará siempre a tu lado, y romperá con tu
brazo las cadenas de la culpa.
Libertará a las naciones del yugo de la muerte:
reparará las ruinas y consolidará la silla de la paz, del amor y de la gloria.
Tu reino se establecerá sobre el enemigo, y
cuantas veces trate de levantarse, con la virtud de
tus pies le quebrantarás la cabeza.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
que preservó inmaculada a María, por los siglos de los
siglos. Amén.
ORACION
No me basta, ¡oh María! el que hayáis vencido
al infernal enemigo, y que le hayáis derribado y colocado bajo vuestros pies
inmaculados: le debéis todavía derrotar dentro de mí espíritu, expulsándole de
un corazón que debe ser
todo vuestro; no me basta que le apartéis de mí, si no ilumináis también mi
mente para que pueda conocer todas sus astucias, sus asechanzas y sus engaños;
si no fortalecéis mi pecho para que presente un muro inexpugnable a sus
asaltos, y, sobre todo, si no contenéis mis pasiones para que no me acarreen mi
ruina eterna: ellas son, Virgen inmaculada, ellas son las que me hacen traición,
ellas son las que abren la puerta al enemigo de mi alma, ellas son las que me
han perdido, vencido y encadenado. Venid a sostenerme, ¡oh María! al aparecer vuestros
rayos inmaculados, aplacado el tumulto de mis afectos, el demonio, que hasta ahora
me sojuzgaba, huirá despavorido y vencido a sepultarse en las tinieblas; y yo,
iluminada la mente y purificado el corazón, podré alabaros, serviros y gozaros
por toda la eternidad.
Tres
Ave Marías.
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