sábado, 21 de diciembre de 2019

MES DE LA INMACULADA - DIA VEINTIUNO



21.
LA CUSTODIA DEL PARAÍSO
El Señor concedió a Adán una Virgen inmaculada, para que le hiciese compañía en una vida que era como un bosquejo de la bienaventuranza del cielo. Si aquella Virgen era inferior a él en la fuerza y en la ciencia, le aventajaba, sin embargo, en la dulzura y en las gracias naturales, que pueden ejercer una inocente influencia en el corazón de un esposo amado. Con esta prerrogativa debía servir de suave custodia a un hombre venturoso, invitarle cariñosamente a marchar constantemente por el recto sendero de la virtud, y a guardar en ella a unos hijos inocentes de los padres más inocentes... Mas, ¡oh fatalidad! oh desventura! por la debilidad de una mujer que había sido criada para consuelo y gloria del hombre, vino a cambiar de repente el hermoso órden establecido en la especie humana por la inmensa bondad de Dios. El primero de los esposos no tuvo corazón para contristar a su amada, no para confirmarse en el bien, sino para sacrificar su propia inocencia, y para ofenderá la majestad de su Criador... ¡Nacerán los hijos, pero lejos del paraíso, Sepultados en la culpa, condenados a la guadaña de la muerte, miserablemente perdidos por obra de aquella madre, ¡que debía guardarlos! ¡Cuán consoladores debían ser los misterios de María! Dios, que se complació en hacer de esa inmaculada criatura el tipo más bello de su omnipotencia, la concedió prerrogativas tan tiernas y amables, cuales puede
abrigar algunas veces un corazón bien dispuesto, pero no describir. Si una mujer, un día inmaculado, hizo maldito a los siglos su sexo, he ahí a María, otra mujer siempre inmaculada, que le hizo bendecir por las generaciones de las generaciones. María es la nueva inmaculada a la que el Padre da las misericordias confió otra vez el encargo, no de proteger una cosa terrena, sino el de guardar un Hijo inmaculado, un esposo divino, como lo era a un tiempo mismo Jesucristo. Los siglos que fueron y los venideros pueden contemplar los diversos destinos a que la bondad de un Dios invitó a las humanas generaciones; mientras que todas las criaturas en Sus variadas misiones tienen que guardar mayor o menor número de semejantes suyos sobre la tierra, sólo la inmaculada María es la destinada a guardar un Dios. Ella sola es la que recibió su custodia en su purísimo seno, en donde le concibió por obra del sempiterno amor: ella sola la que le guardó en su regazo, mientras los ángeles adoraban su prodigioso nacimiento: ella sola la que mientras la tierra y el cielo se prosternaban para adorar en él a su Hacedor, era la privilegiada para prodigarle las tiernas caricias con que una madre amorosa colma a su niño. María fue la destinada á guardar de la intemperie de las estaciones a aquel Dios, que las estableció con una sapientísima ley: María fue la destinada a guardar con el alimento de su propio pecho los días de aquel Dios eterno, que es el disponedor de la vida y de la muerte: María fue la destinada a velar para que no fuese turbado el sueño infantil de aquel Dios omnipotente, que siempre vigila y gobierna todas las cosas. Y si este Rey de los reyes, Señor de los dominadores, es perseguido por los mismos hombres, por cuya Salvación bajó entre nosotros, María le guarda entre sus brazos de la perfidia de un Herodes, entre sus brazos le saca de su país natal, entre sus brazos le trasporta a la región del destierro. Cuántas veces un Dios humillado por nuestra salvación, y sometido a los trabajos y penalidades de nuestra vida, necesita de una mano protectora, siempre es María quien se la tiende, María quien le consuela, María quien le guarda. Y si por un breve intervalo este amadísimo Hijo debe separarse de ella, es porque la voluntad del Padre le llama a instruir a las turbas, porque su misión permite a la rabia de los judíos el más atroz de los delitos, le guarda entre los dolores de su corazón la más tiernísima memoria. Y cuando toda la tierra se conmueve con la muerte de su Criador, a los pies
de la cruz se halla aquella madre amorosa é inmaculada, sin que pudieran contenerla la confusión y el tumulto de las turbas, la ira de los verdugos, ni la fuerza de su dolor, para correr a guardar los últimos instantes de un Dios que muere... Y en el corazón de María era donde debían resonar las últimas palabras de aquel Hijo amado, cuyos misterios había guardado desde su nacimiento; y si estaba decidido que un Dios debía descender al horror de un sepulcro, en el regazo de la inmaculada Madre es en donde deben ser depositados primero sus restos benditos, para que la inocente María, que lo había guardado en su seno desde su Concepción, pudiera guardarle todavía entre sus brazos hasta la tumba.


CANTICO
Yo dije en medio de mis días: me dirigirá a las puertas del paraíso y llamaré a la inmaculada María.
La ofreceré los años que me restan, y su
mano me conducirá a la mansión de la paz.
Mis ojos se han debilitado de mirará lo alto:
¿cuándo podré entonar vuestro cántico en la casa del Señor?
En vos puse mi esperanza, oh Virgen inmaculada; en vos confié desde mi niñez.
Balbuceé vuestro dulcísimo nombre entre los primeros: desde los brazos de mi madre fuisteis mi protectora.
Os canté y bendije en todo tiempo: de vos hablé con la ternura del corazón, y mi alma
fue inundada de consuelo.
Oh siempre se halle mi boca llena de alabanzas, para que cante vuestra gloria y vuestra grandeza por toda la vida.
No os apartéis de mí, oh María: vos sois mi custodia, vos que guardasteis a un Dios.
No me abandonéis en el tiempo de la vejez, cuando mis fuerzas van decayendo, y Se me presentan los años eternos.
Anunciaré a las generaciones venideras vuestra beneficencia: mis labios se regocijarán al hablar de vuestra inmaculada hermosura.
Y cuando vengáis á cerrar mis ojos con la
sombra de vuestro amor, en mi último suspiro diré: Bendita seáis, oh María Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
que preservó inmaculada a María, por los siglos de los siglos. Amén.


ORACION
A vuestra protección me acojo, oh Virgen inmaculada, y a vuestra dulcísima custodia en comiendo esta miserable alma mía. Vos la guardaréis con esos ojos inmaculados, que velaron sobre un Dios niño; la guardaréis entre esos amorosos brazos que custodiaron a mi Salvador, y la estrecharéis contra ese corazón amabilísimo, contra el que tantas veces estrechasteis a vuestro amadísimo Hijo. Y cuando llegue, oh María, el momento de abandonar esta cárcel terrena, imprimiréis en mi frente el nombre de ese Padre omnipotente que os crió inmaculada, y en mis labios el nombre de ese Hijo Redentor que, escogiéndoos por madre, os adornó con la plenitud de su gracia, y me esculpiréis en el corazón el nombre de ese Espíritu Paráclito que, eligiéndoos esposa, derramó en vos toda la copia de sus celestiales dones. Entonces, oh María inmaculada, en compañía de esos ángeles de que sois Reina, y de los querubines y serafines que se hallan prontos a la menor señal vuestra, y entre los cánticos de todos los coros del cielo os alabaré y bendeciré y habitaré en paz y tranquilamente en la Sion santa, y será mi corona la vista beatífica del Dios Uno y Trino por la eternidad de los siglos. Amén.
Tres Ave Marías.





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