MÉTODO PARA REZAR EL SANTÍSIMO ROSARIO
INTRODUCCIÓN
El
Rosario es un modo sagrado de honrar y alabar a María Santísima, en el cual,
rezada ciento y cincuenta veces la salutación Angélica o Ave María,
interponiendo entre cada vez de esta, la oración del Padre nuestro; se meditan
y consideran en quince decenas de dichas Ave Marías, intercalados quince Padre
nuestros, los quince principales misterios de nuestra redención. Así definen el
Santísimo Rosario los Sumos Pontífices León X., Julio III., y San
Pio
V.
MODO DE REZAR
L: Dios te salve, María, llena eres de
gracia, el Señor es contigo.
R: Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito
es el fruto de tu vientre, Jesús.
L: Abrid, Señor, mis labios.
R: mi voz pronunciará
vuestra alabanza.
L: Dios mío, en mi favor benigno entiende.
R: Señor, a mi socorro
presto atiende.
L: Gloria sea al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo por
los siglos de los siglos.
R: Amén.
OFRECIMIENTO
Oh
dulcísima Madre de misericordia, única esperanza de los pecadores; o eficaz
atractivo de nuestras voluntades; o María, o Reina, o Señora: vuelve á
nosotros
esos tus ojos misericordiosos, y recibe estas oraciones que con el afecto de
nuestros corazones hemos rezado en veneración de los Misterios de tu Santísimo
Rosario: por ellos te pedimos que en el trance y agonía de la muerte, cuando ya
viciados los sentidos, ya turbadas las potencias, ya quebrados los ojos, ya
perdida el habla, ya levantado el pecho y cubierto el rostro con el sudor de la
muerte estemos luchando con el terrible final parasismo, cercados de enemigos
innumerables que procurarán nuestra condenación, y estarán esperando que salgan
nuestras almas para acusarlas de todas sus culpas ante el tremendo tribunal de
Dios, allí, querida de nuestras almas; allí, única esperanza de nuestros
desmayados corazones; allí,
poderosísima
Reina; allí, amorosísima Madre; allí, vigilantísima Pastora: allí, María, ¡oh que
dulce nombre! allí amparadnos, allí defendednos, allí asistidnos como pastora a
sus ovejas, como madre a sus hijos, como Reina a sus vasallos: aquel es el
punto de donde pende la salvación o condenación eterna; aquel es el horizonte
que divide el tiempo de la eternidad; aquel es el instante en que se pronuncia
la final sentencia que ha de durar para siempre: pues si nos faltas entonces
¿qué será de nuestras almas con tantas culpas como hemos cometido? No nos dejes
en aquel peligro, no te retires en aquel horrible trance; acuérdate,
amabilísima Señora, que, si Dios te eligió por madre suya, fue para que fueses
medianera entre Dios y los hombres; y por tanto debéis vos ampararnos en aquella
hora. María, misericordia; María, piedad; María, clemencia; María, María, María
Santísima, querida de mi alma, consuelo de mi corazón, en tus manos santísimas
encomiendo mi espíritu, para que por ellas pase al tribunal de Dios, donde intercedas
por esta alma pecadora. En ti pongo mi esperanza, en ti confío, en espero; ya,
ya voy a espirar; misericordia, madre de mi corazón; misericordia, dulcísima
María, misericordia. Amen.
CORO
Oíd,
oh Madre piadosa,
Oíd,
nuestra voz filial,
Oíd,
Virgen del Rosario
La
plegaria del mortal.
Desde
que el Edén perdido
el
hombre mora en la tierra:
nuestro
vivir es la guerra,
nuestra
calma tempestad.
Sin
vuestra intercesión pía,
destruida
la esperanza,
llanto
y sombra solo alcanza
nuestro
más lince mirar.
Pero
estas sombras, Señora,
Vos
las trocáis en luz bella,
porque
sois la Blanca Estrella
que
rasga la oscuridad;
por
qué en los santos misterios
que
en el Rosario adoramos,
nuestra
redención hallamos
en
vuestro amor celestial.
En
ellos os contemplamos
Virgen-Madre,
Diva, Esposa,
fragante,
mística Rosa
del
jardín del Eternal;
Contemplamos
vuestra dicha
y
también vuestra amargura
hasta
que el Cristo fulgura
en
su gloria y majestad.
Infundidnos,
pues, María
la
devoción que os pedimos;
nuestras
almas os rendimos
que
os quieren siempre alabar,
Que
quieren siempre cantaros
vuestro
gozo y vuestra gloria,
del
Calvario la victoria,
la
derrota de Belial.
JACULATORIA
Hablad, Señor, para dar algún consuelo a mi alma: para
la enmienda más fervorosa y
perseverante de mi vida, y para
que ya en este estado me dedique a promover vuestra
gloria
y vuestra honra.
MISTERIOS GOZOS
PRIMER MISTERIO
Anunciación y Encarnación del Hijo de Dios
Considera
que, estando la Virgen María en altísima contemplación, pidiendo a Dios con
grandes ansias el Mesías prometido, Libertador y Redentor de todo el mundo, el
Arcángel S. Gabriel, embajador del Altísimo, entró en su habitación, y después
de saludarla con profundo respeto, le dijo: «He aquí, que concebirás y parirás
un Hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.» Y que luego al punto que esta
Señora dio su consentimiento, se efectuó milagrosamente el inefable misterio de
la Encarnación, y el unigénito del Eterno Padre, cuya inmensidad no pueden
contener los cielos ni la tierra, se dignó encerrarse en el purísimo vientre de
la Santísima Virgen, y hacerse allí verdadero hombre Hijo suyo, mortal y
pasible como los otros hombres.
Á LA ANUNCIACIÓN Y ENCARNACION DEL HIJO DE
DIOS
¿Qué nuncio feliz
Desciende veloz,
Moviendo las plumas
¿De vario color?
El bello semblante
En risa bañó,
Que inspira alegrías,
Disipa temor.
Ropajes sutiles
Adorno le son,
Y en ellos duplica
Sus rayos el sol. '
El rubio cabelló
Al viento" esparció;
Diadema le sigue
De extremo valor.
¡Alado ministro
Del Supremo Hacedor
En hora bendita
El mundo te vió.
Su dicha pendiente
Está de tu voz,
Que solo tú anuncias
Favores de Dios,
HIMNO
Á quien el mar, los astros y la tierra
v Reverencian, adoran y engrandecen,
Y á su gobierno y orden obedecen,
De María el sagrado plaustro encierra.
Á quien la luna, el sol, todas las cosas
Sirven en todo tiempo con desvelo,
Una agraciada virgen todo un cielo
Alberga en sus entrañas amorosas.
¡Oh Madre feliz, que has merecido
Que tú mismo Hacedor, tan soberano
Que contiene los orbes en su mano,
¡Se encerrase en tu vientre esclarecido!
Dichosa un Ángel bello te ha anunciado,
Del Espíritu Santo has concebido,
De tu seno virgen será nacido
El Hijo de las gentes deseado.
Tu tálamo sagrado, puro, hermoso,
De repente de Dios se hace morada:
Sin conocer varón é inmaculada,
Le concibes en tu vientre generoso.
Dios te salve, del mar estrella hermosa,
Madre de Dios santa y sagrada,
Virgen siempre, siempre inmaculada,
Puerta del Paraíso deliciosa.
Nuestra vida por ti sea inocente,
Muéstranos el camino para el Cielo,
Donde viendo a Jesús, nuestro consuelo,
Nos gocemos en
Él eternamente.
SEGUNDO MISTERIO
Visitacion de la Santísima Virgen á Sta.
Isabel
Considera
los profundos y altos misterios, que con la presencia de la Madre de Dios se
obraron en casa de su prima Santa Isabel. El niño Juan, al oír la voz de la
Santísima Virgen, saltó de gozo, y fue santificado en el vientre de su Madre:
Santa Isabel fue llena del Espíritu Santo, y conoció que la que tenía ante sus
ojos era la Madre de Dios: la Virgen Santísima, inflamada toda
en
el divino amor, publicó los beneficios y maravillas que en Ella había obrado el
Todopoderoso, diciendo con humilde y agradecido corazón: «Magníficat anima mea
Dominum: Mi alma engrandece al Señor.»
EL MAGNÍFICAT
Ensalza y engrandece
Mi ánima al Señor, y de alegría
Dentro del pecho el corazón se exalta
En Dios mi Salvador; pues tanto crece
En Él la dicha y la ventura mía,
Que lo estoy viendo en la celeste y alta
Cumbre de su grandeza
Mirar de ésta su esclava la bajeza.
Así de gente en gente,
De mi dicha creciendo la memoria
En toda edad feliz seré llamada,
Porque á mí sola el que es Omnipotente,
De nombre santo, y de inefable gloria,
Merced hizo tan grande y señalada,
Y por largas edades
Muestra á los que le temen sus piedades.
El que con poderoso
Brazo desbarató del altanero
Los designios atroces: de su silla
Hizo al presuntuoso
Caer precipitado: y justiciero
Al humilde ensalzo, que, al grande humillo,
El que rico al hambriento,
Y mendigo hizo al rico en un momento.
Y acordándose ahora
De su innata piedad, y su promesa
Que a Abraham hecha y su estirpe clara
Repetía la rueda voladora
De los siglos, acoge con terneza
Á su siervo Israel, que tanto amara,
Cual siempre lo dijera,
Y cual a nuestros padres lo ofreciera.
TERCER MISTERIO
Nacimiento del Hijo de Dios y Adoración de
los Reyes
Considera,
que llegada a la Santísima Virgen la hora de su feliz parto, con nuevo lustre
de su pureza virginal, dio a luz en Belén al Verbo Divino humanado, Unigénito
de Dios, Gloria y Esplendor del Eterno Padre, Imagen perfectísima de su
sustancia, Redentor y Salvador del mundo: y el dulce y armonioso cántico de los
Ángeles, que celebraban el nacimiento de su Rey; el gozo de los Pastores, que
devotos le reconocían y adoraban como a Salvador del mundo, y la fe y devoción
de los Santos Reyes, que de allí a pocos días vinieron, y postrados en tierra
le ofrecieron incienso como á verdadero Dios, oro como á Rey supremo, y mirra
como á Hombre pasible
y
mortal.
AL NACIMIENTO DEL HIJO DE DIOS
HIMNO
Desde donde el sol bello se levanta
Hasta el fin de la tierra y sus extremos,
Al más excelso Rey Cristo cantemos,
Nacido de María Virgen Santa.
El autor de este siglo soberano,
Nuestro cuerpo servil humilde viste,
Para que no perezca el hombre triste,
Que humano reformó, formó su mano.
Yace en el heno vil, tanto se humilla,
Que en un tosco pesebre es reclinado,
Y con poquita leche alimentado
El que da su sustento a la avecilla.
El coro celestial celebra fiesta,
Los Ángeles a Dios cantan loores,
El Pastor más divino a los pastores
En un pobre portal se manifiesta.
¡Oh Jesús, Redentor de los mortales!
Que antes que hubiese luz, fuiste engendrado
Del Padre de las luces más sagrado,
Igual en sus grandezas celestiales;
Tú, luz del Padre refulgente,
Esperanza de nuestros corazones,
Atiende a las humildes oraciones,
Que hace el orbe postrado y reverente.
Y nosotros, a quienes los preciosos
Raudales de tus venas han regado,
En honor de este día tan sagrado
Te tributamos himnos armoniosos.
A LA ADORACION DE LOS REYES
Las virtudes son sus bienes,
La indigencia su divisa,
Un establo es su palacio,
Un pesebre su real silla.
Aquel oro, la mirra y el incienso
Por tan remotos climas tributado,
Son ¡oh Jesús! en todo lo criado,
Señal cierta de tu poder inmenso.
HIMNO
¿Por qué temes, Herodes inhumano,
¿Que venga a ser Rey un Dios poderoso?
No quita los caducos ambicioso
El que franquea el reino soberano.
Siguiendo iban los Magos diligentes
La luz que les guiaba, de una estrella:
Buscan la bella Luz con su luz bella,
Y por Dios le confiesan con presentes.
¡Oh Belén, la mayor de las ciudades!
Pues tú sola dichosa has merecido,
Que el Autor de la vida haya nacido
En ti, para borrar nuestras maldades.
La estrella que en candor el más fecundo
Vence del claro sol la rueda hermosa,
Que ha venido, demuestra misteriosa,
En nuestra carne humana Dios al mundo,
Luego que los Magos le advirtieron,
Abren sus ricos dones orientales,
Y a sus plantas postrados, liberales,
Incienso, mirra y oro le ofrecieron.
Poderoso Rey, Dios soberano
El oro y el incienso le publican;
Los polvos de la mirra pronostican
Y muestran el sepulcro de antemano.
Jesús, sea á ti gloria y alabanza,
Que hoy al mundo apareces humanado,
Con el Padre y Espíritu Sagrado
Por los siglos eternos sin mudanza.
CUARTO MISTERIO
Purificación de Nuestra Señora y Presentación
de su Santísimo Hijo en el Templo.
Considera
el singular ejemplo de obediencia y humildad que en este misterio nos da la
Santísima Virgen, la cual, como si hubiera contraído alguna mancha en su parto
virginal, y no hubiera quedado en él más limpia que las estrellas, no se
desdeñó de parecer mujer como cualquiera de las otras, y sujetarse a la ley de la
purificación, puesta para las mujeres no limpias, y de la que esta Señora
estaba exenta; y la abrasada caridad del Hijo de Dios, que a los cuarenta días
de su nacimiento se ofreció en víctima pura e inocente por la redención del
mundo a su Eterno Padre. Contempla también la alegría y gozo del santo Sacerdote
Simeón, cuando cumplidos sus grandes deseos de ver al Cristo del Señor, a la
Luz de las gentes y a la Gloria de Israel, no sólo le vió, sino que también le
cogió y estrechó entre sus brazos.
CÁNTICO DEL SANTO SACERDOTE SIMEÓN
EN ESTE MISTERIO
¡Oh deseada hora
Esta, Señor, ¡y tan diferida!
En que sin más demora
Tu palabra cumplida,
En paz salga tu siervo de esta vida.
Cuando ven ya mis ojos
Este tu Salvador, que has destinado
Á templar tus enojos:
Á la faz presentada
Del orbe entero, que lo ve admirado.
Antorcha ilustre y clara,
Que con su luz dé vista a las naciones:
Empresa noble y rara,
Con que aumentar dispones
De tu Israel los timbres y blasones.
QUINTO MISTERIO
El Niño Jesús perdido y hallado en el
Templo
Considera
la grandeza del dolor de Madre tan amante, cuando se vió sin su querido Hijo,
con cuya presencia se gozaba, cuya vista la recreaba, y cuyas palabras la
encendían en vivísimas llamas del divino amor; y la grande solicitud con que
anduvo buscándole con S. José su esposo entre sus parientes y conocidos,
llenándose su alma de indecible pesar, no hallándole entre ellos: y, por el
contrario, el sumo gozo é inefable alegría que sentiría, cuando pasados tres días,
le halló en el templo oyendo y preguntando a los doctores.
Á LA VIRGEN Y AL NIÑO JESÚS EN ESTE
MISTERIO
Con amargo sentimiento
Perdido llorabas tu Hijo,
Y le hallas en el Templo.
¿Hay más dulce contento?
¿Hay más puro regocijo?
Ya la Madre amorosa conmovida
Al escuchar su celestial acento,
Contempla en él la fuente de la vida
Del saber la norma y fundamento.
Su celestial elocuencia,
Su majestad, sus clamores,
Confundían los doctores
Pasmados de su vehemencia.
Las verdades celestiales
El niño les explicaba,
Y de luces derramaba
Copiosísimos raudales.
MISTERIOS DOLOROSOS
PRIMER MISTERIO
Oración y sudor de sangre de Jesús en el
Huerto
Considera
que acercándose a nuestro Salvador la hora de su pasión, se retiró con sus
Apóstoles á oraren el huerto de Getsemaní. Contempla allí al inocentísimo
Jesús, hijo de Dios, postrado sobre su rostro, como si fuera pecador, orando
así a su Eterno. Padre: «Padre, si es posible, pase de mí este cáliz; más con
todo, no se haga mi voluntad, sino la vuestra:» perseverando en su oración con
agonías tan mortales, que le hicieron sudar sangre hasta regar con ella la
tierra.
A JESÚS ORANDO EN EL HUERTO
De la noche en la oscuridad,
Solo Jesús orando estaba
En oración santa y elevada:
«Padre mío, dice, si es posible,
Pase de mí cáliz tan terrible.
No la mía: hágase tu voluntad»
Detente aquí pecador,
De Jesús mira las penas:
Solamente por tu amor
Sangre de tanto valor
Destilan sus rotas venas.
SEGUNDO MISTERIO
Crueles azotes de Jesús atado a la columna
Considera
el rubor y confusión que padecería Jesús, al verse despojado de sus vestiduras
por verdugos insolentes e inhumanos; y la bárbara crueldad con que aquellos
fieros sayones azotan al Salvador atado a la columna, sin que su cuerpo, todo
acardenalado, manando por todas partes sangre, y la paciencia con que lo sufre,
basten a contener la inhumanidad y fiereza de aquellos infames. Contempla los
dolores y angustias mor tales que, sufrida el pacientísimo Jesús en tormento
tan fiero y cruel, siendo su cuerpo tan delicado.
A LOS AZOTES DE JESÚS
¡Oh crueldad espantosa!
¡Oh bárbaros verdugos!
Contra un manso Cordero
¿Quién os inspira ese rencor sañudo?
Por premio a vuestro crimen,
Escándalo del mundo,
Á todos para siempre
Os debiera perder su furor justo.
Mas él con amor paga
Rigor tan fiero y crudo;
Y para los sayones
Perdón implora de su Padre augusto.
TERCER MISTERIO
Corona de espinas
Considera
los agudos dolores, los insultos y afrentas que sufrió nuestro divino Salvador,
cuando aquellos ministros de la maldad, para burlarse de aquel Señor ante cuya
presencia tiemblan los Ángeles, y hacerle padecer más y más, lo vistieron de
una ropa encarnada, le pusieron en la mano una caña por cetro, y en su
sacratísima cabeza una corona che penetrantes espinas, y dándole al mismo
tiempo crueles bofetadas y escupiendo su divino rostro, decían con sarcasmo inaudito:
«Ea, Rey de los Judíos, adivina quién te hirió» Contempla también, y asómbrate,
¡oh alma cristiana! De la inaudita crueldad de los Judíos, que habiendo
presentado Pilatos al inocentísimo Cordero Jesús en tan triste y lamentable
estado, a la vista de todos, diciendo, Ecce Homo, «He aquí el hombre,» ellos
cada vez más inhumanos, clamaron a grandes gritos, y dijeron: «Ahí quítale
allá, quítale allá: crucifícale, crucifícale.»
A LA CORONA DE ESPINAS DE JESUS.
Desapareced, oh púrpura brillante,
Y la púrpura del Rey más opulento;
Vuestro brillo se eclipsa si delante
Contemplo el cuadro de Jesús sangriento.
La diadema y el cetro rutilante,
De la humana grandeza monumento,
Que el mundo acata y ambiciona
¿Qué son junto á su caña y su corona?
Armado de estas armas poderosas,
Las murallas de bronce él quebrantará;
Y en las negras cavernas tenebrosas
Del infierno profundo, él penetrará;
De los justos las almas venturosas
De esclavitud tan larga él libertará;
Y quebrantando su cadena dura
Subirán con él a la celeste altura.
¿Por qué, pues, de la culpa sin enmienda
¿Vivimos siempre al yugo sometidos?
De las virtudes en la hermosa senda
Por su brazo seremos sostenidos;
De la noche más lóbrega y horrenda
En las sombras viviéramos sumidos;
Mas ya su antorcha a nuestros ojos luce,
Y nuestros pasos hacia el bien conduce.
Así nos grita en su divina frente
La Corona en su sangre reteñida,
Terrible prueba de su amor ardiente:
¡Provechosa lección, si es aprendida!
Con ella muriendo hace patente,
Que, para rescatar la eterna vida,
Es preciso sufrir con pecho fuerte
Las privaciones y la misma muerte.
CUARTO MISTERIO
Jesús llevando sobre sus hombros la Cruz
Considera
cómo Pilatos, sentenciando a nuestro divino Salvador a muerte de Cruz, dio la
sentencia más injusta y cruel que jamás se vió ni oyó: ¡el culpado contra el
inocente!... ¡el hombre contra Dios!... ¡la criatura contra su Criador!... Contempla
a tu amabilísimo Redentor caminando al monte Calvario entre confusa algazara y gritería,
coronado de espinas, todo ensangrentado y desfigurado, con una soga al cuello,
¡y llevando sobre sus fatigados hombros el enorme y pesado madero de la Cruz!...
Pero oye las terribles palabras que dijo a las devotas mujeres que le seguían
llorando al monte Calvario: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí: llorad por
vosotras y por vuestros hijos; porque si esto se hace en el leño verde, ¡ah!
¿qué no se hará en el seco?»
A JESÚS CON LA CRUZ A CUESTAS
¿Dónde vais, Jesús amado,
¿De la Cruz con peso tanto?
«Al Gólgota, monte santo,
Á ser allí crucificado!
Hijas de Sion, no llorad,
En vuestras lágrimas cesad:
No, no más lloréis por mí,
Por vos y vuestros hijos sí
Torrentes derramad.»
QUINTO MISTERIO
Crucifixión y muerte de Jesús
Considera
como habiendo llegado el mansísimo Cordero Jesús al monte Calvario, donde va á ofrecerse
en sacrificio a su Eterno Padre por la salud y redención de todos los hombres,
aquellos ministros infernales, despojándole con furor de sus vestiduras,
renovando con esto todas sus llagas, y tendiéndole en tierra para crucificarle,
le levantan clavado ya en una cruz a la vista de un inmenso pueblo. Ea, alma
cristiana, trasládate en espíritu al monte Calvario, ponte junto a la más
angustiada y afligida de todas las madres, María Santísima, al pie de la cruz…
y allí… allí… al pie de la cruz… siente y contempla con aquella dolorosísima
Madre, los agudos y vehementísimos dolores que por tu amor padece su amantísimo
¡Hijo Jesús!... pendiente ya del santo madero de la cruz!... ¡Contempla su
rubor y vergüenza… al verse a la presencia de tanta multitud, desnudo!... ¡Contempla
su sacratísima cabeza… de agudas y penetrantes espinas, coronada!... ¡Contempla
sus vivísimos y clarísimos ojos… con el polvo y las salivas, oscurecidos!... ¡Contempla
su hermosísimo rostro… con los golpes y bofetadas, todo afeado y herido!... ¡Contempla
sus cándidas manos y pies… con duros clavos, traspasados!... ¡Contempla su
delicadísimo cuerpo… con los crueles azotes, todo denegrido!...
ensangrentado!... llagado!... Contempla, en fin, ¡a tu amantísimo Jesús…
derramando toda su sangre!... agonizando!... espirando!... muerto!... por ti… ¡¡¡Murió
Jesús!!! Nuestro Padre!... ¡nuestro Esposo!... ¡nuestro Amigo!... ¡¡¡Murió
Jesús!!! Nuestro Rey!... ¡nuestro Pastor!... ¡nuestro Médico!... ¡¡¡Murió
Jesús!!! Nuestro Salvador!... ¡nuestro Redentor!... ¡nuestro Dios!...
A JESUS EN LA CRUZ
¡Tú por mi amor de un leño suspendido!
¡Tú, que tienes por trono el firmamento,
Haber desde tan alto descendido
Á dar así tu postrimer aliento!
¡Tú sufrir resignado de esa suerte
Tanta y tan honda y tan amarga herida,
Y tú del mundo recibir la muerte
¡Cuando viniste al mundo a dar la vida!
¡Tú rasgados los miembros soberanos;
Tú escupido en la faz cándida y pura,
Y al hombre ver clavándote las manos,
Esas manos, gran Dios, ¡de que es hechura!
¡Tú que animas el rayo y das el trueno,
Así espirar entre amarguras tantas
Por un gusano, de miseria lleno,
¡Que no vale ni el polvo de tus plantas!
¡Tú por mi amor, en fin, tan humillado!
¿Y aun á ofenderte, Santo Dios, me atrevo,
Cuando yo nada á ti, nada te he dado,
¿Y cuando yo tanto á ti, tanto te debo?
¡Miserable de mí! Mas los enojos
Depón, Señor, del rostro esclarecido;
Que ya cansados de llorar mis ojos
Vuelvo al pie de tu Cruz arrepentido.
Vuelvo, Señor, a demandar tu gracia;
Vuelvo, Señor, como al pastor la oveja;
Porque el dolor en tan cruel desgracia
Ni aun aire ya que respirar me deja.
Vuelvo trayendo el corazón doliente,
Lleno de contrición, de luto lleno,
Y ante tus plantas a inclinar la frente
Con la profunda devoción del bueno.
¡Escucha, pues, mi voz! Yo no soy digno
De hallar, Señor, tu voluntad propicia;
Mas suple tú mis méritos benignos,
Y juzgue tu bondad, no tu justicia.
MISTERIOS GLORIOSOS
PRIMER MISTERIO
Gloriosa Resurrección de N. S. Jesucristo
Considera
cómo al tercer día de la muerte de nuestro Salvador, saliendo su alma del
limbo, acompañada de las de los Santos Padres que allí estaban y de
innumerables Ángeles, vino al sepulcro, y uniéndose a su desfigurado cuerpo, le
resucitó; y del más afeado de todos los cuerpos le hizo el más resplandeciente
y hermoso de todos ellos, triunfando así del mundo, de la muerte y del
infierno; celebrando toda aquella santa compañía, victoria tan gloriosa. Luego
el Señor fue a visitar a su afligidísima Madre; y aquí puedes considerar el
inexplicable gozo y alegría de esta Señora al ver ante sus ojos ya resucitado a
su muy querido Hijo. Todos aquellos Santos Padres que acompañaban a su Rey y
Libertador la felicitaban por una parte por la resurrección de su Hijo y por
otra le daban las más rendidas gracias por haber logrado, mediante el Fruto de
su vientre, la libertad y gloria, que por tantos siglos habían deseado.
A LA RESURRECCION DEL SEÑOR
Con pasos presurosos,
Y llenos de ardimiento,
¡Oh Apóstoles medrosos!
Corred, y vuestro acento
Al pueblo diga impávido
«Jesús resucitó»
Y con asombro justó
Sepa el cruel Senado,
Que el Hombre manso y justo
Que a muerte ha condenado,
Es el Dios fuerte y único
Que todo lo crió.
No tan majestuoso,
Con fuego no tan vivo,
Le vió el monte fragoso
Do al pueblo fugitivo
Dictó con tanto estrépito
Su eterna voluntad.
La frente coronada
Del lauro do victoria,
Tras de la Cruz Sagrada
Mostrando vá su gloria,
Y atada al carro fúlgido,
Le sigue la maldad.
i ¿Será que condolido
De pena y mal tamaño,
Volver haya querido
Algún poder extraño
Á un padre su hijo único
¿Y al mundo el Salvador?
No, que su brazo fuerte
De un golpe sin trabajo,
De la mansión de muerte
Las puertas echaron abajo,
Y traspasó su límite
Con paso vencedor.
En vano con cuidado
Sellas la sepultura,
Oh pueblo desalmado:
Rompiendo la clausura,
De tus viles satélites
Se burla el Redentor.
Y en tierra confundidos,
Al ver tanto portento,
Aguardan aturdidos,
Que para su escarmiento
Del Cielo baje rápido
Un rayo vengador.
Admirable Ascensión de N. S. Jesucristo
Considera
las dulces lágrimas y amorosos sentimientos de los Apóstoles y Discípulos del
Señor, cuando a los cuarenta días de su Resurrección, reunidos todos en el
monte Olívete, se despedía de ellos para siempre, diciendo: «Quedaos, Apóstoles
y Discípulos míos, quedaos con la bendición
de
mi Padre, a quien voy. No os desconsuele mi partida; porque yo os enviaré al
Espíritu Santo, que os llenará de fortaleza, de alegría y consolación. Yo subo a
mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Id, pues, vosotros,
Apóstoles y Discípulos míos, por todo el mundo, y predicad a todas las naciones
las buenas nuevas de mi Evangelio.» Dichas estas palabras y echándoles el Señor
su última bendición, principió a elevarse al Cielo por su propia virtud,
ocultándole á la vista de sus Apóstoles y Discípulos una blanca y hermosa nube.
Contempla ahora las aclamaciones y aplausos con que sería recibido en la Corte celestial
el Unigénito de Dios, el Hijo del Eterno Padre, en quien tiene todas sus complacencias,
el Rey y Señor de todo el Universo, este victorioso Capitán y Supremo Juez de
vivos y muertos, el mismo que vendrá al fin del mundo en gloria y majestad
sobre otra nube a juzgar a todos los hombres.
A LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
¿Qué miran hoy mis ojos?
En clara nube envuelto
Jesús sobre los aires
Se aleja ya del suelo.
Los Ángeles le cercan,
Y en pos de sí vertiendo
De viva luz raudales,
Veloz se sube al Cielo,
De sus combates rudos
Á recibir el premio.
Allí junto del Padre,
Sentado en Trono excelso,
Su gloriosa carrera
Nos muestra por modelo,
Y con su eterna dicha
Alienta nuestro pecho:
Su triunfo nos conquista
La posesión del Cielo,
Y en él de nuestra gloria
Una prenda tenemos.
Mas antes que triunfante
Dejase nuestro suelo,
Del llanto y amargura
Corrió por el sendero.
En su sien coronada
Brilla por sus tormentos,
Que sólo se concede
Triunfar por este precio,
La Cruz: no hay más camino
Para subir al Cielo.
Con ella, pues, cargado
Seguir tus pasos quiero.
Señor, mis plantas firma,
Inspírame tu aliento,
Mi corazón inflame
Tu amor en vivo fuego,
Y en él reina tú solo,
Y sé todo su objeto.
Del crimen el camino
Alegre es y risueño,
De flores por dó quiera
Se ve siempre cubierto;
Pero su falso brillo
Oculta horror eterno.
Por él yo seducido
Corrí sobrado tiempo;
Mas ya la gracia luce
Ante mis ojos ciegos,
Y viendo mis errores''
Mi ceguedad lamento.
Mi vida no seduce
Honores pasajeros;
Y sólo ansío y codicio
La palma de los Cielos.
Señor, para lograrla
Tus gracias me prometo:
Mi corazón inflama,
Inspírame tu aliento.
TERCER MISTERIO
Venida del Espíritu Santo
Considera
cómo pasados diez días después de la Ascensión del Señor a los Cielos, y
estando los Apóstoles y Discípulos en el Cenáculo en compañía de la Santísima
Virgen, bajó sobre ellos en figura de lenguas de fuego el Espíritu Santo, y haciendo
asiento en sus corazones, los llenó de alegría, de dulzura y de consuelo; los
abrasó en el fuego del divino amor; los armó de virtud y fortaleza, y los colmó
de celestial sabiduría: tanto que unos pobres pescadores, antes cobardes e
ignorante?, no pudiendo ahora contenerse, salieron de su retiro a las calles y
plazas públicos, predicando en todas lenguas los más elevados misterios,
singulares excelencias y portentosas maravillas de su divino Maestro, sin que
ni las amenazas, ni las afrentas, ni los castigos, ni la misma muerte fuesen
capaces para contenerlos en la predicación del Evangelio, primero en la Judea y
después por todo el mundo.
A LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO
HIMNO
Ven, criador Espíritu divino,
Nuestras potencias con tu amor inflaman,
Y los humanos pechos que criaste
Llena benigno de divina gracia.
Tú eres aquel Paráclito bendito
Del Altísimo Dios dádiva santa,
Caridad, fuente viva, fuego puro,
Remedio general y unción sagrada.
Tú por tus siete sacrosantos dones,
Dados de la paterna diestra sabia,
Eres promesa suya, que enriquece
Apostólicas lenguas y gargantas.
Enciende en los sentidos tu luz pura;
Infunde el santo amor en nuestras almas;
Y a la fragilidad de nuestros cuerpos,
Dé perpetuo vigor tu mano grata.
De nosotros arroja al enemigo;
Danos la paz de todos esperada,
Para que siendo así tú nuestra guía.
Evitemos por ti toda desgracia.
Conozcamos al Padre por tu influjo,
Al Hijo, y á Ti mismo, su luz clara,
Espíritu Supremo, que procedes
Del amor de los dos, divina llama.
Sea el Eterno Padre gloria eterna,
Y al Hijo victorioso, que con palma.
Resucitó del seno de la muerte,
Por los siglos que en ti nunca se acaban.
Un autor desconocido.
CUARTO MISTERIO
Asunción de Nuestra Señora a los Cielos
Considera
cuán grande sería el gozo de la Madre de Dios cuando conoció que ya era llegada
la hora en que, saliendo su bendita alma de este valle de lágrimas, iba a abrazarse
con su amantísimo Hijo, y a ver cara a cara a su Dios y Señor. Contempla que no
queriendo su Santísimo Hijo sufriese la corrupción el cuerpo virginal donde su
Majestad estuvo encerrado el tiempo de nueve meses, le resucitó, y en cuerpo y
alma la subió a los Cielos por el ministerio de los Ángeles. Mira el
acompañamiento que de estos innumerables espíritus angélicos y de almas santas
llevaría en su compañía, y con cuántos vítores y aplausos sería recibida en la Corte
celestial la Reina de los Cielos y de la tierra y Madre del Criador.
Á LA ASUNCION DE LA VIRGEN
¿Qué nueva aurora ha amanecido al mundo?
Qué pompa tan brillante
¡Su triunfo acompaña y qué grandeza!
Sin par es su belleza,
Y hasta el astro oscurece más radiante.
De oscuras sombras en el mar profundo,
Sola noche infernal a] orbe impera;
Pero quede ya libre nuestra esfera
De tu imperio funesto:
Retírate al abismo, tu morada,
De tu fúnebre corte acompañada.
Yo vi mi libertad y mi consuelo:
Con majestad se eleva
La que es en todo santa, en todo pura:
El Cielo ve en su altura
Que sus luces confunden esta luz nueva.
Ya el tirano rabioso por el suelo
Al pie de esta gran Reina se estremece;
Y cuando más su cruda saña crece,
Espíritus divinos
La carroza triunfal acompañando
De su Reina las glorias van cantando.
La hediondez del pecado contagioso
Jamás ha marchitado
Tus gracias, tus encantos, ni desdora
La muerte aterradora
Esta raya de Dios privilegiado.
Siendo el fruto de Dios más venturoso,
Y la obra más perfecta y acabada.
¿Por humanos pinceles retratada
¿Podrá ser tu hermosura?
¿Y de tu noble triunfo los arcanos
¿Será dado alcanzar a los humanos?
QUINTO MISTERIO
Coronación de Nuestra Señora en el Cielo
Considera
cuán inefable e incomprensible es el premio con que el Señor galardona los
méritos, la virtud y santidad de su Santísima Madre en el día de su entrada y coronación
en el Cielo. Deja por un momento, oh alma cristiana, este miserable mundo:
elévate con la consideración hasta el Cielo: entra en aquella hermosa y celestial
Jerusalén: observa los órdenes de Ángeles: registra el coro de los Apóstoles:
tiende la vista por el numeroso ejército de los Mártires, Confesores y
Vírgenes: levanta tus ojos sobre todos estos ilustres y regios ciudadanos, y
verás a la Madre de Dios sentada en un excelso trono a la diestra de su Hijo,
más hermosa, más resplandeciente y gloriosa que todos ellos. Contémplala allí, ceñida
ya su hermosa y alba frente con la inmarcesible é inmortal corona de eterna
felicidad y de gloria con que en el día de su triunfo la ha coronado el Eterno
Padre como á Hija, su amantísimo Hijo como á Madre, y el Espíritu Santo como á Esposa:
todas las tres divinas Personas como á Templo vivo de la Beatísima Trinidad.
Á LA CORONACION DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
Desde tu excelsa celestial morada,
¡Oh Virgen poderosa!
Déjate impresionar de nuestros males.
Eslabones fatales
De cadena arrastramos ominosa.
Vive la especie humana condenada
Á existir entre alarmas y ansiedades.
Sólo miserias cuentan las edades,
Hasta las más felices:
Lutos, lágrimas, son nuestra sustancia,
Los pecados, las plagas, la ignorancia.
Mira que rota la dura cabera
De ese horrible tirano
Que al mundo entero aflige y aprisiona,
Ciñes ya la corona
Proporcionada a su furor insano,
Siendo tu conquista todo el mundo.
Para humillar un monstruo tan inmundo
Te destinó el Eterno:
¿Qué otra criatura a Dios inclinaría
¿Si tu obra abandonases algún día?
Veo en el lirio el símbolo expresivo
De tu alma inocente;
Siendo su tierno cáliz la figura
De la amable ternura
En que bañado está tu pecho ardiente.
¡Oh ilustre Reina, Templo de Dios vivo!
Fuiste cándida y pura en el momento
Que el mundo vió feliz tu alumbramiento;
Sin que en toda tu carrera
La mancha de culpa en ti se viera:
Elevándote santa de inmundo suelo,
En alas de Ángeles al Empíreo cielo.
OFRECIMIENTO
Oh
Virgen María; Madre de Dios, humildemente postrados á vuestras plantas, os
pedimos nos alancéis de vuestro Hijo santísimo, fervor en nuestros corazones, y
gracia para podernos emplear en las alabanzas de nuestro Redentor, y estas serán
las consideraciones de los misterios del Rosario. Alcanzadnos, dulcísima Madre,
dolores y sentimiento de nuestros pecados, que nos pesa de todo corazón de
haber ofendido a Dios, solo por ser quien es. Para que así, limpias nuestras almas,
podamos alabaros dignamente en esta vida, hasta que os alabemos con los ángeles
en la gloria. Amen.
L: Ruega por nosotros, Reina del Santísimo
Rosario.
R: Para que seamos dignos
de las promesas de Jesucristo.
ORACIÓN
¡O
Dios! cuyo Unigénito, por su Vida, Muerte y Resurrección nos compró el premio
de la eterna salud; te rogamos nos concedas a los que en el Santísimo Rosario
veneramos estos misterios, que imitemos lo que enseñan, y consigamos lo que prometen.
Alarga,
Señor, la diestra de tus auxilios para que tus siervos y es clavos te busquen
de aquí adelante con todo su corazón, y consigan de tu piedad lo que dignamente
te llegaren a pedir.
Inclina,
Señor, tus oídos a los ruegos con que imploramos tu misericordia, pidiendo para
los Cofrades que ya han fallecido el descanso de la gloria, salud, y tu
protección para nuestro católico Monarca, paz para toda la Iglesia, y los
buenos temporales en los términos de tus fieles: por la intercesión de su
Santísima Madre, y méritos de tu Hijo nuestro Señor Jesucristo, que vive
y
reina por los siglos de los siglos. Amen.
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