6.
EL ÁRB0L DE LA VIDA.
El
hombre no es inmortal: generaciones enteras desaparecen, otras nuevas ocupan su
lugar, y estas a su vez dejan de ser visibles sobre la tierra. ¿Es ese el estado
natural del hombre, o más bien es una consecuencia del pecado original? El
hombre en el estado de inocencia, dice san Agustín, era mortal porque podía
morir, é inmortal porque podía no morir. Dios, que no hace nada por pura
casualidad y que ha impreso el sello de sus leyes a todo lo criado, había
escrito la fragilidad y brevedad de la vida humana en las diversas escenas del
mundo. La sucesión de los días y de las noches, las variaciones de la
atmósfera, el curso de las aguas, los accidentes de los terrenos, el nacimiento
y desaparición de las flores, de las plantas y de los animales, la necesidad continua
de nutrición en el hombre mismo, debían hacerle conocer, que nacer y morir era
el complemento de todo lo que pasa sobre la tierra: el hombre era mortal. No
era más que un peregrino colocado en una región, que no era todavía el valle de
las lágrimas, pero que tampoco era su patria. Era un peregrino feliz, a quien sonreía
la esperanza en un camino sembrado de flores, pero cuyas aspiraciones no podían
extenderse más que a una vida pasajera. Dios, cuyas obras son todas perfectas,
le había puesto delante el árbol de la vida, de cuyo fruto hubiera recibido la
inmortalidad sobre la tierra: inmortalidad que después de una larga serie de
méritos y de goces, se habría convertido por la gracia divina en una segunda y
más bella inmortalidad, en la del cielo. ¡El hombre era inmortal!... A pesar de
que por la culpa nuestra condición ha variado totalmente, y se ha deprimido muchísimo,
el Señor ha sabido también sublimarla con la redención, que si bien no nos ha
devuelto la inmortalidad terrestre, que ahora no nos serviría más que para
perpetuar nuestras lágrimas y nuestras desgracias, nos ha ofrecido nuevamente
la inmortalidad del cielo por la mano de aquel que nos ha destinado a su
gloria, y aquel árbol de la vida, preparado desde el principio para conferir la
inmortalidad sobre la tierra, apenas representa para nosotros una débil figura
de nuestro ensalzamiento. Segregados del resto del mundo, lejos de las tinieblas
y de los horrores de la culpa, de los extravíos de las falsas religiones y de
la corrupción de las generaciones maldecidas, Dios nos ha colocado en la
Iglesia como en un paraíso de delicias, en donde todo nos fortalece, no para la
caducidad del mundo, sino para la herencia eterna. No es un árbol material que
nace en esta feliz mansión para darnos un vigor terrenal, es el árbol de la
vida espiritual que ha producido el fruto de la inmortalidad celeste: es el
árbol virginal que ha producido el fruto generoso del Espíritu divino, y la
inmaculada María, que parió al inmaculado Jesús. Quedó íntegro, como desde un
principio había sido formado por la mano de Dios, el árbol de la vida, é
íntegra é inmaculada es la Virgen María, como salió del pensamiento de Dios la
humanidad en la primera creación. Intacto quedó el árbol de la mano del hombre,
é intacta es la Virgen que no conoció la obra del hombre. Bello era el aspecto
del árbol, como el de las demás plantas del paraíso, pero más bella por la
hermosura divina es la Virgen sobre las más santas criaturas. Caduco por
naturaleza fue el árbol inmortal por su virtud, y caduca y terrestre es María,
porque se halla revestida de nuestra carne: inmortal y celeste, porque es Madre
inmaculada del Rey de los cielos. En un estado como el de la primitiva
inocencia, hubiéramos tenido en el árbol de la vida una inmortalidad terrena;
en un estado de culpa, la redención nos ha facilitado por la Virgen inmaculada
la inmortalidad celestial.
CANTICO
Celebrad a María, porque es inmaculada; por
que bendito es su fruto en lo eterno.
Celebrad a la Virgen de las vírgenes, porque
ha parido al lirio de los cielos, y su fruto es
bendito en lo eterno.
A toros nos pertenecía la confusión, por
que somos rebeldes a la ley del Señor; más el
Señor, nuestro Dios, es el Dios de las misericordias y
del perdón.
Él nos ha mostrado su benignidad, nos ha
dado la salud, y la gloria habitó en los tabernáculos
de los pecadores.
La misericordia y la verdad se encuentran
juntas: la justicia y la paz se dieron el ósculo
de amor, y la tierra produjo el fruto de la
vida.
Celebrad a María, porque es el árbol inmaculado de la
vida, y su fruto es bendito en lo
eterno.
Es el fruto de la luz que ahuyenta las tinieblas del
error y de la ignorancia; el fruto de la
sabiduría que enseña a todo hombre que viene
á este mundo.
El fruto saludable que recrea el ánimo con
el sabor de la paz; la paz de la fe, del amor,
de la esperanza.
El fruto que se hizo perceptible al rayar el
día de salvación, para dar al alma el vigor de
una eterna juventud.
Celebrad a María porque es el árbol de la salvación, y
su fruto es bendito en lo eterno
La diestra del Señor ha colocado la virtud
en el seno de María; la diestra del Señor la ha
enaltecido colocándola a su lado.
Y yo no moriré: viviré inmortal, y alabaré.
eternamente la misericordia del Señor.
Abríos, puertas de justicia, y entraré por
vosotras: el fruto de la vida es mi fuerza, mi
cántico, mi salud.
Es mi reposo en el siglo de los siglos; en él
habitaré, pues que es la sede de los que siguen
á María.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
que preservó inmaculada a María, por los siglos de los
siglos. Amén.
ORACION
Si
me pongo a considerar, oh inmaculada María, la misericordia de vuestro divino
Hijo, mi ánimo se queda atónito, conmovido y confuso. El hombre, perdida la
inocencia, fue arrojado del paraíso terrenal, para que no pudiese comer del
fruto que le habría producido la inmortalidad. ¿Qué hubiera llegado a ser de él,
si después de ser infeliz, fuese inmortal? ¿No hubiera por ventura llegado a
ser la imagen del mismo tentador, del ángel de las tinieblas, eternamente
infeliz? Pero vuestro Hijo, Jesús, vió nuestra desgracia, y movido a compasión
en lo íntimo de su corazón, nos libró del peligro de ser eternamente
desventurados. Y preparó en los siglos la obra de la Redención, y quiso nacer
de vos, y llegar a ser El mismo el fruto portador de la vida, para que después
de las breves horas de nuestra infelicidad nos pudiera ser abierta la puerta de
la inmortalidad futura. Y Él mismo se cubrió de una especie material para
alimento de nuestras al más, que sirviese para curar las enfermedades de que
nos hallamos rodeados, y al mismo tiempo un tierno recuerdo de que Él es el
fruto de la vida en el nuevo paraíso. Y os embelleció, oh María, con la estola
inmaculada de la inocencia, os adornó con todos sus dones, y os colmó de todos
los privilegios, para que al acercarnos a gustar el bienaventurado fruto de
vuestras entrañas, y mirando el claro espejo de vuestras virtudes, no
pudiésemos dar cabida en nosotros sino á deseos inocentes, y recibiésemos de
vos la gracia necesaria para que el alimento del cielo se nos convierta en
alimento de salvación. ¡Ay, corazón mío! ¿cómo podrás ofender a tu Dios, después
de tantas pruebas de tan infinito y de tan tierno amor?
Tres
Ave Marías.
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