TIERNOS AFECTOS DE UN ALMA A MARÍA SANTÍSIMA
AL PIE DE LA CRUZ
Por el Ilmo. Sr. D. José María de Jesús
Belauzarán
Dignísimo Obispo de Monterrey.
Da a la luz, para utilidad de los fieles,
un tierno devoto de los dolores de nuestra Señora.
México 1835
HIMNO A LA PASIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA
De pie la Madre dolorosa
junto a la Cruz, llorosa,
mientras pendía el Hijo.
Cuya ánima gimiente,
contristada y doliente
atravesó la espada.
¡Oh cuán triste y afligida
estuvo aquella bendita
Madre del Unigénito!
Languidecía y se dolía
la piadosa Madre que veía
las penas de su excelso Hijo.
¿Qué hombre no lloraría
sí a la Madre de Cristo viera
en tanto suplicio?
¿Quién no se entristecería
a la Madre contemplando
con su doliente Hijo?
Por los pecados de su gente
vio a Jesús en los tormentos
y doblegado por los azotes.
Vio a su dulce Hijo
muriendo desolado
al entregar su espíritu.
Oh, Madre, fuente de amor,
hazme sentir tu dolor,
contigo quiero llorar.
Haz que mi corazón arda
en el amor de mi Dios
y en cumplir su voluntad.
Santa Madre, yo te ruego
que me traspases las llagas
del Crucificado en el corazón.
De tu Hijo malherido
que por mí tanto sufrió
reparte conmigo las penas.
Déjame llorar contigo
condolerme por tu Hijo
mientras yo esté vivo.
Junto a la Cruz contigo estar
y contigo asociarme
en el llanto es mi deseo.
Virgen de Vírgenes preclara
no te amargues ya conmigo,
déjame llorar contigo.
Haz que llore la muerte de Cristo,
hazme socio de su pasión,
haz que me quede con sus llagas.
Haz que me hieran sus llagas,
haz que con la Cruz me embriague,
y con la Sangre de tu Hijo.
Para que no me queme en las llamas,
defiéndeme tú, Virgen santa,
en el día del juicio.
Cuando, Cristo, haya de irme,
concédeme que tu Madre me guíe
a la palma de la victoria.
Cuando el cuerpo sea muerto,
haz que al ánima sea dada
del Paraíso la gloria.
L/: Ruega por nosotros dolorosísima Madre
R/: Para que seamos dignos
de las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
ORACIÓN
Oh
tristísima María y afligidísima Reina, que tenéis en el ara de la Cruz a
vuestro amabilísimo y Unigénito Hijo, como una víctima que se ofrece a su
Eterno Padre en agradable sacrificio por el remedio de los hombres, y
satisfacción superabundante de sus culpas: ofreced también vos ¡Oh dulcísima
María y abogado de pecadores! Ese mar inmenso de lágrimas, de martirios, de
dolores y amarguras, que inundo vuestra alma bendita al pie de la Cruz de
vuestro difunto Hijo, para que reconciliara nuestra alma con Dios, y
participando de los efectos de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, vivamos
crucificados por su amor, alabando, bendiciendo y glorificando sus divinas
misericordias en esta vida, y después, por tu grande piedad ¡Oh Madre de
Clemencia! Mostrándonos en la hora de la muerte a Jesús, fruto bendito de tu
vientre, nos llenemos del consuelo al oír de su divina boca aquella dulcísima
palabra: Hoy estarás conmigo en el paraíso de la Gloria. Amén.
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