jueves, 5 de marzo de 2020

ASPIRACIONES A SAN IGNACIO DE LOYOLA





ASPIRACIONES A SAN IGNACIO DE LOYOLA
FUNDADOR DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
  
Glorioso San Ignacio, varón divino a quien, estando en oración, dijo Jesucristo Nuestro Señor con la cruz a cuestas: «Yo te seré propicio en Roma»: intercede por mí con tu Jesús para que me sea propicio, mí en la vida, en la muerte y en la eternidad.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Glorioso San Ignacio, que tuviste por maestra en la formación de las Reglas y Ejercicios, y en otras ocasiones, a la bienaventurada Virgen María, de la cual también aprendiste el método del examen particular que después enseñaste a otros, practicándolo tú mismo hasta el día de tu muerte: ruega para que yo sea buen siervo y dócil discípulo tuyo y de la Santísima Virgen.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Glorioso San Ignacio, que entre las principales gracias que del Espíritu Santo conseguiste, cuentas el insigne don de la cruz de Jesucristo, hasta tener por compañeros inseparables durante el resto de tu vida sucesos arduos y difíciles, tribulaciones y persecuciones de todo género: alcánzame la gracia de que, enclavado en la cruz, me conforme cada día más con Jesucristo.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Glorioso San Ignacio, que te diste todo Dios para que se sirviese de ti como de instrumento de su gloria: haz que yo también cifre ya mi dicha en ser hasta la muerte instrumento dócil de las manos de mi Dios.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Glorioso San Ignacio, que, en la misma hora de expirar en Roma, fuiste visto ser introducido de los ángeles en el cielo: haz que también yo llegue allí glorioso algún día.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Glorioso San Ignacio, que viste la Compañía que fundaste, amparada bajo el manto de la Virgen Santísima: dame que yo también sea bajo él recibido, y allí viva siempre seguro.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Glorioso San Ignacio, cuya Compañía fue ya en su misma cuna vista de Santa Teresa en el cielo cubierta de gran gloria: dame llegue yo a ver este triunfo y gozar de él eternamente.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Glorioso San Ignacio, cuyos hijos San Francisco Javier, apóstol de las Indias; los Santos Pablo, Juan y Diego, primicias de los mártires en el Japón; San Francisco de Borja, ejemplar de mortificación y piedad eximias; los Santos Francisco de Jerónimo y Juan Francisco de Regis, varones de celo abrasado é infatigable por la salvación de las almas; los Santos Luis Gonzaga y Estanislao de Kostka, ejemplares maravillosos: de inocencia y penitencia; y también el beato Alfonso Rodríguez, varón humildísimo, y el beato Pedro Canisio, martillo de los herejes, y el beato Juan Berchmans, émulo perfectísimo de Luis Estanislao, y mil y mil otros que brillan con tantos documentos de santidad y estupendos milagros: dame que, ayudado del ejemplo de tan grandes varones, no sea hallado indigno de reinar contigo en la gloria.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Glorioso San Ignacio, a cuyo honor se elevaron a Dios tantos y tan suntuosos templos en Roma, Viena, Turín, Amberes, Polonia, Lovaina, Bolonia y otras partes del orbe: haz que, cual templo del Espíritu Santo, contribuya a dar a Dios grande gloria.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Glorioso San Ignacio, ti, quien vieron castigar al demonio con azote de fuego en ocasión en que aquél, por boca de una posesa, blasfemaba de Cristo: dame que, con tu favor, quebrante los bríos del demonio.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Glorioso San Ignacio, que tantas veces apareciste a tus hijos glorioso en los cielos, y los defendiste y sanaste, é instruiste en las cosas divinas: no rehúses, te ruego, venir a mí con pronto socorro en mis apuros.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Glorioso San Ignacio, cuyo divino libro de los Ejercicios, reverenciado y puesto en práctica por San Carlos Borromeo, fue aprobado del papa Paulo III, siendo además su Loa, el admirable fruto que donde quiera ha producido: dame que no se me cierre jamás el canal de tan celestial doctrina.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Glorioso San Ignacio, que, en aparición visible, sanado por el apóstol San Pedro, visitado ha mentido de Jesús y María, visto en vida aún entre celestial luz por San Felipe Neri, contemplaste al Niño Dios bajo el velo eucarístico, estuviste ocho días en elevado éxtasis, y más de una vez, elevado en el aire y esplendoroso, permaneciste en oración, oyéndosete exclamar: «¡Oh Dios, si te conocieran los hombres! ¡Oh Dios, amor de mi corazón! alcánzame que ardan siempre en mis entrañas ese mismo celo de la divina gloria y ese mismo fuego celestial, sin que afecto alguno terreno lo sofoque.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Glorioso San Ignacio, que no sin lágrimas dabas muchas veces a otros estos documentos: «Que en Cristo tan sólo y en la cruz de Cristo se halla la verdadera alegría»: y repetiste en un principio a Javier: «Qué aprovecha al hombre ganar, aunque sea el mundo entero si pierde su alma», y aquella máxima: «Véncete a ti mismo, véncete a ti mismo» Ruégote imprimas en mí
también tan hondamente estas mismas lecciones, que dé frutos dignos de un discípulo tuyo.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Glorioso San Ignacio, designado por los que no sabían tu nombre con aquellas palabras: «Aquel Padre que siempre mira al cielo y suele hablar de Dios»: Ruégote que, apartando mi mente de las cosas terrenas, la fijes en las del cielo.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Glorioso San Ignacio, a quien el Espíritu Santo apareció en figura de fuego, a quien fueron descubiertos del cielo los tesoros encerrados en el nombre de Dios, y el amor y reverencia con que este mismo nombre debe ser invocado: haz que no se desdeñe el Señor de derramar también sobre mí sus luces.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Glorioso San Ignacio, que loaste la congregación erigida con el título «del Divino Amor» y le prometiste tu amparo: haz, te ruego, sea mi corazón como sagrario de los corazones de todos los congregantes abrasados en llamas del mismo amor divino.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Glorioso San Ignacio, que sueles asistir fiel a tus devotos con tu admirable dominio sobre los demonios, prodigiosa eficacia para ablandar los corazones, altísimo amor de Dios, y nueva y milagrosa beneficencia con los niños al nacer, con los enfermos, escrupulosos, tentados y moribundos: está siempre también a mi lado, y especialmente en mi agonía, y así me venza a mí mismo en todo, y de tal suerte gaste los momentos todos de mi vida que el postrero de todos, y por fin, que toda la eternidad que para mí entonces empiece, sea todo para mayor gloria de Dios Nuestro Criador y Señor.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.

Glorioso San Ignacio, Padre de mi alma y digno de toda mi veneración: yo, hincadas las rodillas en tierra como si te estuviera viendo con mis ojos, Suplícote demente no dejes de rogar por mí a Dios para que me dé la gracia de conocer con certeza y practicar con perfección su voluntad santísima. Amén.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.





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