ASPIRACIONES A SAN IGNACIO DE LOYOLA
FUNDADOR DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
Glorioso
San Ignacio, varón divino a quien, estando en oración, dijo Jesucristo Nuestro
Señor con la cruz a cuestas: «Yo te seré propicio en Roma»: intercede por mí con
tu Jesús para que me sea propicio, mí en la vida, en la muerte y en la
eternidad.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
Glorioso
San Ignacio, que tuviste por maestra en la formación de las Reglas y Ejercicios,
y en otras ocasiones, a la bienaventurada Virgen María, de la cual también aprendiste
el método del examen particular que después enseñaste a otros, practicándolo tú
mismo hasta el día de tu muerte: ruega para que yo sea buen siervo y dócil discípulo
tuyo y de la Santísima Virgen.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
Glorioso
San Ignacio, que entre las principales gracias que del Espíritu Santo conseguiste,
cuentas el insigne don de la cruz de Jesucristo, hasta tener por compañeros inseparables
durante el resto de tu vida sucesos arduos y difíciles, tribulaciones y
persecuciones de todo género: alcánzame la gracia de que, enclavado en la cruz,
me conforme cada día más con Jesucristo.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
Glorioso
San Ignacio, que te diste todo Dios para que se sirviese de ti como de instrumento
de su gloria: haz que yo también cifre ya mi dicha en ser hasta la muerte
instrumento dócil de las manos de mi Dios.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
Glorioso
San Ignacio, que, en la misma hora de expirar en Roma, fuiste visto ser introducido
de los ángeles en el cielo: haz que también yo llegue allí glorioso algún día.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
Glorioso
San Ignacio, que viste la Compañía que fundaste, amparada bajo el manto de la
Virgen Santísima: dame que yo también sea bajo él recibido, y allí viva
siempre seguro.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
Glorioso
San Ignacio, cuya Compañía fue ya en su misma cuna vista de Santa Teresa en el
cielo cubierta de gran gloria: dame llegue yo a ver este triunfo y gozar
de él eternamente.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
Glorioso
San Ignacio, cuyos hijos San Francisco Javier, apóstol de las Indias; los Santos
Pablo, Juan y Diego, primicias de los mártires en el Japón; San Francisco de Borja,
ejemplar de mortificación y piedad eximias; los Santos Francisco de Jerónimo y
Juan Francisco de Regis, varones de celo abrasado é infatigable por la
salvación de las almas; los Santos Luis Gonzaga y Estanislao de Kostka,
ejemplares maravillosos: de inocencia y penitencia; y también el beato Alfonso
Rodríguez, varón humildísimo, y el beato Pedro Canisio, martillo de los
herejes, y el beato Juan Berchmans, émulo perfectísimo de Luis Estanislao, y
mil y mil otros que brillan con tantos documentos de santidad y estupendos
milagros: dame que, ayudado del ejemplo de tan grandes varones, no sea hallado
indigno de reinar contigo en la gloria.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
Glorioso
San Ignacio, a cuyo honor se elevaron a Dios tantos y tan suntuosos templos en
Roma, Viena, Turín, Amberes, Polonia, Lovaina, Bolonia y otras partes del orbe:
haz que, cual templo del Espíritu Santo, contribuya a dar a Dios grande gloria.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
Glorioso
San Ignacio, ti, quien vieron castigar al demonio con azote de fuego en ocasión
en que aquél, por boca de una posesa, blasfemaba de Cristo: dame que, con tu
favor, quebrante los bríos del demonio.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
Glorioso
San Ignacio, que tantas veces apareciste a tus hijos glorioso en los cielos, y
los defendiste y sanaste, é instruiste en las cosas divinas: no rehúses,
te ruego, venir a mí con pronto socorro en mis apuros.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
Glorioso
San Ignacio, cuyo divino libro de los Ejercicios, reverenciado y puesto
en práctica por San Carlos Borromeo, fue aprobado del papa Paulo III, siendo
además su Loa, el admirable fruto que donde quiera ha producido: dame
que no se me cierre jamás el canal de tan celestial doctrina.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
Glorioso
San Ignacio, que, en aparición visible, sanado por el apóstol San Pedro, visitado
ha mentido de Jesús y María, visto en vida aún entre celestial luz por San Felipe
Neri, contemplaste al Niño Dios bajo el velo eucarístico, estuviste ocho días
en elevado éxtasis, y más de una vez, elevado en el aire y esplendoroso,
permaneciste en oración, oyéndosete exclamar: «¡Oh Dios, si te conocieran los
hombres! ¡Oh Dios, amor de mi corazón! alcánzame que ardan siempre en mis
entrañas ese mismo celo de la divina gloria y ese mismo fuego celestial, sin
que afecto alguno terreno lo sofoque.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
Glorioso
San Ignacio, que no sin lágrimas dabas muchas veces a otros estos
documentos: «Que en Cristo tan sólo y en la cruz de Cristo se halla
la verdadera alegría»: y repetiste en un principio a Javier: «Qué
aprovecha al hombre ganar, aunque sea el mundo entero si pierde su alma»,
y aquella máxima: «Véncete a ti mismo, véncete a ti mismo» Ruégote imprimas
en mí
también
tan hondamente estas mismas lecciones, que dé frutos dignos de un discípulo tuyo.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
Glorioso
San Ignacio, designado por los que no sabían tu nombre con aquellas palabras:
«Aquel Padre que siempre mira al cielo y suele hablar de Dios»: Ruégote que, apartando
mi mente de las cosas terrenas, la fijes en las del cielo.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
Glorioso
San Ignacio, a quien el Espíritu Santo apareció en figura de fuego, a quien fueron
descubiertos del cielo los tesoros encerrados en el nombre de Dios, y el amor y
reverencia con que este mismo nombre debe ser invocado: haz que no se desdeñe
el Señor de derramar también sobre mí sus luces.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
Glorioso
San Ignacio, que loaste la congregación erigida con el título «del Divino Amor»
y le prometiste tu amparo: haz, te ruego, sea mi corazón como sagrario de los corazones
de todos los congregantes abrasados en llamas del mismo amor divino.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
Glorioso
San Ignacio, que sueles asistir fiel a tus devotos con tu admirable dominio sobre
los demonios, prodigiosa eficacia para ablandar los corazones, altísimo amor de
Dios, y nueva y milagrosa beneficencia con los niños al nacer, con los
enfermos, escrupulosos, tentados y moribundos: está siempre también a mi
lado, y especialmente en mi agonía, y así me venza a mí mismo en todo, y
de tal suerte gaste los momentos todos de mi vida que el postrero de todos, y
por fin, que toda la eternidad que para mí entonces empiece, sea todo para
mayor gloria de Dios Nuestro Criador y Señor.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
Glorioso
San Ignacio, Padre de mi alma y digno de toda mi veneración: yo, hincadas las
rodillas en tierra como si te estuviera viendo con mis ojos, Suplícote demente
no dejes de rogar por mí a Dios para que me dé la gracia de conocer con certeza
y practicar con perfección su voluntad santísima. Amén.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
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