jueves, 5 de marzo de 2020

DIEZ DOMINGOS A SAN IGNACIO


PIADOSA DEVOCIÓN DE LOS DIEZ DOMINGOS
EN HONOR
DEL SANTÍSIMO PATRIARCA SAN IGNACIO DE LOYOLA

DOMINGO I.
DEPRECACIÓN
Glorioso San Ignacio, grande Patrono y ejemplar de una verdadera conversión: la entrega que a Dios hiciste de ti mismo con prontitud, magnanimidad y constancia sumas, fue el principio y progreso de tu santidad extraordinaria. Yo, por el contrario, que tantas inspiraciones del cielo be desoído, y que, en vez de durar firme en el género de vida virtuosa tal vez abrazado, me dejo, cual leve cana, doblegar A una y otra parte por mis desordenadas pasiones, temo con fundamento que mi descuido, timidez y volubilidad no me acarreen la condenación eterna de mi alma. ¿Y hasta cuándo, duro e insensible, resistiré ti, la voz del Espíritu divino que me invita? Quamdiu ponam consilia in anima mea? ¿Hasta cuándo diferiré el obrar bien, seré inconstante en llevar a cabo lo que empiezo? Ayúdame, Santo mío, para que ahora siquiera, aunque harto tarde, me consagre á, Dios, como tú lo hiciste, entera y perpetuamente. Esto, sí, propongo confiado en tu protección, y ofrezco al Señor mi deliberada voluntad de no buscar en adelante sino a mismo y su gloria. Y vos, Dios mío, por los méritos é intercesión de San Ignacio, confirmad este propósito que vos mismo me habéis dado, A fin de que os sirva a vos solo con fidelidad hasta morir. Amén.

Reza diez Padrenuestros, Avemarías y Glorias en honor de San Ignacio.

Antífona.
Fuego vine a poner en la tierra; y qué quiero, sino que prenda

L/: Guió el Señor al justo por vías rectas.
R/: Y le mostró el reino de Dios.

ORACIÓN: Oh Dios, que para propagar la mayor gloria de tu nombre reforzaste la Iglesia militante por medio de Ignacio con un nuevo socorro: concédenos que, peleando con en ayuda y sí imitación suya en la tierra, merezcamos ser con él coronados en el cielo. Por los méritos de Jesucristo Nuestro Señor. Amén.



DOMINGO II.
DEPRECACIÓN
Glorioso San Ignacio, modelo admirable de verdadera penitencia: al contemplar vuestras grandes austeridades, abnegación de espíritu y continua guarda del corazón, yo, por cierto, me ruborizo, y acuso vehementemente mi vida, tan contraria a la vuestra. ¿Es posible que busque delicias después de tantos pecados como he cometido? ¿Qué tan fácilmente condescienda con mis sentidos y apetitos, instrumentos y causas de tantas ofensas contra Dios? ¿Conque tan ciegamente iluso estoy por mi amor propio, que lejos de tratar cómo satisfaga a la divina Justicia, a la que tanto debo, me atrevo todavía o provocarla más y más contra mí con nuevas culpas? Ea, santo Abogado mío, compadécete de mi alma, é impétrame, te ruego, de Dios el espíritu de penitencia cristiana que me es tan necesaria, para que llore mis culpas, tornando de ellas al presente justa vindicta, y procurando borrar completamente, con la continua mortificación de mis pasiones y la diligente vigilancia sobre el corazón, las funestas reliquias que han dejado en mi alma. Amén.



DOMINGO III.
DEPRECACIÓN
Maravillado me tiene, oh grande Santo mío, aquel vuestro ardentísimo deseo de padecer por Jesucristo, que no pudieron apagar las machas aguas de trabajos y persecuciones. Porque eras agradable d Dios fue preciso que la tentada te probase. Mas tú te gloriabas en las tribulaciones, por haber sido hallado digno de padecer contumelia por el nombre de Jesús. La misma fe que tú profeso yo, que me enseña a mirar las cruces como muestra de la predilección divina con que me haga en esta vida conforme A la imagen del Hijo de Dios, y en la otra particionero de su gloria. Mi escaso amor para con Dios es la causa de que se me haga tan duro sufrir algo por Cristo, rehuyendo y llevando tan a la fuerza las cruces. Pero si rehusó ser socio de Cristo en el padecer, ¿con qué cara pretendo entrar con la parte en el reino de los cielos? Agote por lo mismo, Santo mío, y te suplico me obtengas del Señor que yo le ame ardientemente, y que, a imitación tuya, en nada me gloríe sino es en la cruz de mi Señor Jesucristo. Amén.



DOMINGO IV.
DEPRECACIÓN
Santo patriarca Ignacio, admirable verdaderamente por el ansia que de orar teníais y el magisterio y alta contemplación que en la oración os comunicó el cielo: he aquí este mi corazón, perezoso y apegado A la tierra por su descuido en acercarse por la oración frecuente A Dios Nuestro Señor, fuente de todas las gracias, y esto después de tantas aldabadas con que me llama para que A Él me llegue. Sordo é ingrato de mí. Digno de que el Señor, cansado de mi desprecio, me repela de su presencia y oculte su faz por no haber querido reconocer el día en que me convidaba. Tm, pues, Santo abogado mío, alcánzame del Señor misericordia, y pídele que no aparte de mí sus ojos, que no me esconda su luz, sino antes bien se compadezca de mí y brille el resplandor de su rostro en mí, cuando a Él ore. Yo por mi parte propongo dedicar diariamente con fidelidad tiempo fijo fi la oración y elevar entre día pensamientos y afectos al cielo con frecuentes aspiraciones, para que, unido siempre a mi Dios como tú lo estabas, merezca por tu intercesión gozarle en tu compañía eternamente. Amén.



DOMINGO V.
DEPRECACIÓN
¡Oh Ignacio Santo mío, modelo perfecto de humildad cristiana! Bien sabías tú que jamás, desde que Dios es Dios, fue el mismo Señor tan glorificado como cuando su unigénito Hijo, por la gloria del Padre, «se anonadó a sí mismo tornando la forma de siervo, hecho oprobio de los hombres y juguete de la plebe». Por eso tú también, siguiendo sus huellas, cuanto más te humillaste, siempre despreciándote ante Dios y los hombres con el profundo conocimiento y aniquilamiento de ti mismo, tanto mayor gloria procuraste a tu Criador y tu Dios. Mas yo, soberbio en medio de la vileza de mi nada, de donde salí; en medio del lodazal inmundo de tantos pecados, y en la mayor escasez de bienes celestiales, he deshonrado a cada paso a mi Dios; y de esta suerte, cuanto tú fuiste caro a los ojos del mismo Señor y de los hombres, otro tanto soy yo a Dios y a los hombres aborrecible. Con todo, Santo mío, no desoigas mi súplica; seme maestro de esa virtud de la verdadera humildad; haz que conozca yo bien cuán miserable es el estado de mi alma; que me desprecie y me odie. No pido por ello más recompensa sino la de dar en adelante a Dios tanta gloria con mi humildad, y santo odio y desprecio de mí, cuanto es lo que con mi soberbia le tengo hasta el presente ofendido. Amén.



DOMINGO VI.
DEPRECACIÓN
¡Oh excelso Patriarca San Ignacio! Ahora conozco de dónde nacía esa tu invicta magnanimidad en obrar y padecer á, mayor gloria divina; nacía, sí, de la filial confianza que en el Señor tenías, porque «los que esperan en el Señor trocarán su fortaleza, correrán y no se fatigarán, andarán y no desfallecerán». Pero al mismo tiempo conozco también el origen de mi gran flaqueza, de suerte que la más leve dificultad me asusta en la prosecución del negocio de la eternidad, apartándome del buen sendero emprendido. Esto proviene de lo flaco de la esperanza que en Dios tengo. Pues, aunque las promesas de Dios omnipotente sean infalibles, y esté el orbe lleno de su misericordia, con todo no acabo de poner en Dios mi plena confianza, sino que, cuanto más me fío de mis fuerzas y de auxilios humanos, otro tanto quito a la confianza que únicamente en Dios, Padre lleno de bondad y clemencia, debo tener colocada toda entera. Tú, Santo mío, levanta este mi corazón a que fije en sólo Dios, el seguro lugar de su refugio, a que espere ante todo la posesión del mismo Dios, y reinar con El eternamente en los cielos; como también, mientras me dure este destierro, los auxilios conducentes para llegar a aquel dichoso fin, sin buscar en la tierra bien alguno perecedero si no me ha de servir para obtener la inmarcesible corona de la gloria. Amén.



DOMINGO VII.
DEPRECACIÓN
Tu amor de Serafín para con Dios, oh Ignacio, Santo mío!, confunde y condena mi negligencia y tibieza en amar á, este mismo Señor. Tan depravado está mi corazón, que ama los bienes terrenos y aun los vicios y pecados, y se descuida en amar a su Dios, siendo así que no fui criado sino para amarle. Tu corazón, viviendo tú aún en esta tierra, ardió siempre en deseos de inflamarlo todo en el amor divino; y ahora, ya en el cielo, arde en mucho mayor volcán de caridad. Ea, pues, ahí tienes mi corazón: purifícalo de todos los afectos menos puros; enciéndelo cada día más en el fuego que consumía el tuyo, y enséñame a amar el bien sumo, que es Dios Nuestro Señor. Haz, te ruego, que mientras yo me valgo de aquellas mismas palabras con que tu solías dedicarte al Señor, abrase mi corazón aquel fuego del tuyo, y con él me consagre a mi Dios perpetuamente. Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad; todo mi haber y mi poseer: vos me lo disteis, á, vos, Señor, lo torno; todo es vuestro: disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta.



DOMINGO VIII.
DEPRECACIÓN
Santísimo Patriarca Ignacio: ya que tú con tantas ansias del corazón, tantos trabajos sufridos y tantas obras fundadas procuraste que todos los hombres se salvasen, escucha, te ruego, mis súplicas que humilde te ofrezco muy conformes a esos mismos deseos, he aquí que me «extravié, como oveja descarriada»; busca tu pobrecito devoto que, manchado de muchas maldades, se halla rodeado de los halagos del mundo, de los lazos del demonio, y de peligros continuos de condenarse para siempre. «Alarga tu mano a un infeliz», con que me saques del cieno de mis pecados y me vuelvas al recto sendero de la salvación. Yo reconozco mi iniquidad, y tengo siempre delante de mí mis pecados; duélome de haber tantas veces y tan gravemente ofendido a mi Dios, bien infinito. Haz, Patrono mío, que mi dolor se alimente más y mis hasta el último instante de mi vida, y que por tu intercesión alcance de Dios misericordia. Válgame tu amparo para salvarme «Ayúdame, y seré salvo» Amén.




DOMINGO IX.
DEPRECACIÓN
Considerando, oh Santo mío, como en un espejo en tu corazón rectísimo para con Dios, severísimo para contigo y amantísimo para con los otros, la malicia del mío, me lleno de gran rubor y confusión. Dios ha criado este corazón para su gloria y lo ha colmado de tantos bienes; más yo he hecho servir en ofensa suya los afectos de este corazón y los mismos beneficios del Señor. ¡Ay de mí, que mientras, buscándome a, mí mismo, condescendiendo con mis pasiones, soy arrastrado de ellas acá y allá, entre espantosas luchas, siendo al mismo tiempo angustiado de amargos remordimientos de conciencia, sin poder encontrarme ya más a mí mismo! Así, no pudiendo ya en cierto modo sobrellevarme a mí propio, mucho menos me compadezco de las necesidades del prójimo, ni llevo en paciencia sus defectos. Ahí tienes, Santo mío, un bosquejo de mi corazón, desemejante en un todo del tuyo: muéstrotele para que a su vista tengas piedad de mí. Ofrézcote este mismo corazón tan depravado, para que renueves en mis entrañas el espirita recto, para que, buscando, a imitación tuya, á, sólo Dios y su divina gloria, viva siempre en adelante, aquí en la tierra, en paz con Él, conmigo mismo Y con mi prójimo, hasta que por tu medio sea hecho participe por toda la eternidad de la gloria del mismo Dios. Amén.


DOMINGO X.
DEPRECACIÓN
¡Oh qué preciosa fue en el acatamiento del Señor tu muerte, Patriarca San Ignacio! Mil parabienes te doy por ello; y a nuestro Dios y Redentor y su Madre Santísima, que con indecible amor te asistieron en aquel trance, gracias infinitas. Mas ¡qué tal será mi muerte! Cuando, próximo ya a la eternidad, venga a mí el enemigo y dé suelta su ira concentrada, cabiendo le queda poco tiempo, en aquel entonces, ¡oh, y cómo necesitaré de tu poderoso valimiento! Pues ti desde ahora invoco, Santo mío, a quién en premio del ardentísimo celo de las almas, cuya suerte eterna pende precisamente de aquel postrer instante, concedió Dios Nuestro Señor una especial eficacia para valer en aquel trance A, tus devotos, como ya lo experimentaron, teniéndote muchas veces visiblemente a su lado. A ti te suplico para entonces no me abandones en mi agonía; no permitas salga del cuerpo mi alma rea de culpa grave, sino antes otórgame, te ruego, que glorifique yo a Dios mientras me dura la vida, obrando en todo por su amor y preparado así para el combate decisivo, merezca después de muerto llegar, gracias a ti los eternos gozos. Amén.


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