PIADOSA DEVOCIÓN DE LOS DIEZ DOMINGOS
EN HONOR
DEL SANTÍSIMO PATRIARCA SAN IGNACIO DE
LOYOLA
DOMINGO I.
DEPRECACIÓN
Glorioso
San Ignacio, grande Patrono y ejemplar de una verdadera conversión: la entrega
que a Dios hiciste de ti mismo con prontitud, magnanimidad y constancia
sumas, fue el principio y progreso de tu santidad extraordinaria. Yo, por el
contrario, que tantas inspiraciones del cielo be desoído, y que, en vez
de durar firme en el género de vida virtuosa tal vez abrazado, me dejo, cual
leve cana, doblegar A una y otra parte por mis desordenadas pasiones,
temo con fundamento que mi descuido, timidez y volubilidad no me acarreen la
condenación eterna de mi alma. ¿Y hasta cuándo, duro e insensible, resistiré ti,
la voz del Espíritu divino que me invita? Quamdiu ponam consilia in
anima mea? ¿Hasta cuándo diferiré el obrar bien, seré inconstante en llevar
a cabo lo que empiezo? Ayúdame, Santo mío, para que ahora siquiera, aunque
harto tarde, me consagre á, Dios, como tú lo hiciste, entera y perpetuamente. Esto,
sí, propongo confiado en tu protección,
y ofrezco al Señor mi deliberada voluntad de no buscar en adelante sino a mismo
y su gloria. Y vos, Dios mío, por los méritos é intercesión de San
Ignacio, confirmad este propósito que vos mismo me habéis dado, A fin de que os
sirva a vos solo con fidelidad hasta morir. Amén.
Reza
diez Padrenuestros, Avemarías y Glorias en honor de San Ignacio.
Antífona.
Fuego vine a poner en la tierra; y qué quiero,
sino que prenda
L/: Guió el Señor al justo por vías
rectas.
R/: Y le mostró el reino de
Dios.
ORACIÓN:
Oh
Dios, que para propagar la mayor gloria de tu nombre reforzaste la Iglesia militante
por medio de Ignacio con un nuevo socorro: concédenos que, peleando con en
ayuda y sí imitación suya en la tierra, merezcamos ser con él coronados en el
cielo. Por los méritos de Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
DOMINGO II.
DEPRECACIÓN
Glorioso
San Ignacio, modelo admirable de verdadera penitencia: al contemplar vuestras
grandes austeridades, abnegación de espíritu y continua guarda del corazón, yo,
por cierto, me ruborizo, y acuso vehementemente mi vida, tan contraria a la
vuestra. ¿Es posible que busque delicias después de tantos pecados como he
cometido? ¿Qué tan fácilmente condescienda con mis sentidos y apetitos,
instrumentos y causas de tantas ofensas contra Dios? ¿Conque tan ciegamente iluso
estoy por mi amor propio, que lejos de tratar cómo satisfaga a la divina Justicia,
a la que tanto debo, me atrevo todavía o provocarla más y más contra mí con nuevas
culpas? Ea, santo Abogado mío, compadécete
de mi alma, é impétrame, te ruego, de Dios el espíritu de penitencia cristiana
que me es tan necesaria, para que llore mis culpas, tornando de ellas al
presente justa vindicta, y procurando borrar completamente, con la continua
mortificación de mis pasiones y la diligente vigilancia sobre el
corazón, las funestas reliquias que han dejado en mi alma. Amén.
DOMINGO III.
DEPRECACIÓN
Maravillado
me tiene, oh grande Santo mío, aquel vuestro ardentísimo deseo de padecer por
Jesucristo, que no pudieron apagar las machas aguas de trabajos y
persecuciones. Porque eras agradable d Dios fue preciso que la
tentada te probase. Mas tú te gloriabas en las tribulaciones, por haber
sido hallado digno de padecer contumelia por el nombre de Jesús. La
misma fe que tú profeso yo, que me enseña a mirar las cruces como muestra de la
predilección divina con que me haga en esta vida conforme A la imagen del Hijo
de Dios, y en la otra particionero de su gloria. Mi escaso amor para con Dios
es la causa de que se me haga tan duro sufrir algo por Cristo, rehuyendo y llevando
tan a la fuerza las cruces. Pero si rehusó ser socio de Cristo en el padecer,
¿con qué cara pretendo entrar con la parte en el reino de los cielos? Agote por
lo mismo, Santo mío, y te suplico me obtengas del Señor que yo le ame
ardientemente, y que, a imitación tuya, en nada me gloríe sino es en
la cruz de mi Señor Jesucristo. Amén.
DOMINGO IV.
DEPRECACIÓN
Santo
patriarca Ignacio, admirable verdaderamente por el ansia que de orar teníais y
el magisterio y alta contemplación que en la oración os comunicó el cielo:
he aquí este mi corazón, perezoso y apegado A la tierra por su descuido
en acercarse por la oración frecuente A Dios Nuestro Señor, fuente de todas las
gracias, y esto después de tantas aldabadas con que me llama para que A Él me
llegue. Sordo é ingrato de mí. Digno de que el Señor, cansado de mi desprecio, me
repela de su presencia y oculte su faz por no haber querido reconocer el
día en que me convidaba. Tm, pues, Santo abogado mío, alcánzame del Señor
misericordia, y pídele que no aparte de mí sus ojos, que no me esconda
su luz, sino antes bien se compadezca de mí y brille el resplandor de su
rostro en mí, cuando a Él ore. Yo por mi parte propongo dedicar diariamente con
fidelidad tiempo fijo fi la oración y elevar entre
día pensamientos y afectos al cielo con frecuentes aspiraciones, para que,
unido siempre a mi Dios como tú lo estabas, merezca por tu intercesión gozarle
en tu compañía eternamente. Amén.
DOMINGO V.
DEPRECACIÓN
¡Oh
Ignacio Santo mío, modelo perfecto de humildad cristiana! Bien sabías tú que jamás,
desde que Dios es Dios, fue el mismo Señor tan glorificado como cuando su
unigénito Hijo, por la gloria del Padre, «se anonadó a sí mismo tornando la
forma de siervo, hecho oprobio de los hombres y juguete de la plebe». Por eso
tú también, siguiendo sus huellas, cuanto más te humillaste, siempre
despreciándote ante Dios y los hombres con el profundo conocimiento y
aniquilamiento de ti mismo, tanto mayor gloria procuraste a tu Criador y tu
Dios. Mas yo, soberbio en medio de la vileza de mi nada, de donde salí; en
medio del lodazal inmundo de tantos pecados, y en la mayor escasez de bienes
celestiales, he deshonrado a cada paso a mi Dios; y de esta suerte, cuanto
tú fuiste caro a los ojos del mismo Señor y de los hombres, otro tanto soy yo a
Dios y a los hombres aborrecible. Con todo, Santo mío, no desoigas mi súplica; seme
maestro de esa virtud de la verdadera humildad; haz
que conozca yo bien cuán miserable es el estado de mi alma; que me desprecie y
me odie. No pido por ello más recompensa sino la de dar en adelante a Dios tanta
gloria con mi humildad, y santo odio y desprecio de mí, cuanto es lo que
con mi soberbia le tengo hasta el presente ofendido. Amén.
DOMINGO VI.
DEPRECACIÓN
¡Oh
excelso Patriarca San Ignacio! Ahora conozco de dónde nacía esa tu invicta
magnanimidad en obrar y padecer á, mayor gloria divina; nacía, sí, de la filial
confianza que en el Señor tenías, porque «los que esperan en el Señor trocarán
su fortaleza, correrán y no se fatigarán, andarán y no desfallecerán». Pero al
mismo tiempo conozco también el origen de mi gran flaqueza, de suerte que la
más leve dificultad me asusta en la prosecución del negocio de la eternidad,
apartándome del buen sendero emprendido. Esto proviene de lo flaco de la esperanza
que en Dios tengo. Pues, aunque las promesas de Dios omnipotente sean
infalibles, y esté el orbe lleno de su misericordia, con todo no acabo de poner
en Dios mi plena confianza, sino que, cuanto más me fío de mis fuerzas y de
auxilios humanos, otro tanto quito a la confianza que únicamente en Dios, Padre
lleno de bondad y clemencia, debo tener colocada toda entera. Tú, Santo
mío, levanta este mi corazón a que fije en sólo Dios, el seguro lugar de su refugio,
a que espere ante todo la posesión del mismo Dios, y reinar con El eternamente en
los cielos; como también, mientras me dure este destierro, los auxilios conducentes
para llegar a aquel dichoso fin, sin buscar en la tierra bien alguno perecedero
si no me ha de servir para obtener la inmarcesible corona de la gloria.
Amén.
DOMINGO VII.
DEPRECACIÓN
Tu
amor de Serafín para con Dios, oh Ignacio, Santo mío!, confunde y condena
mi negligencia y tibieza en amar á, este mismo Señor. Tan depravado está
mi corazón, que ama los bienes terrenos y aun los vicios y pecados, y se
descuida en amar a su Dios, siendo así que no fui criado sino para amarle. Tu
corazón, viviendo tú aún en esta tierra, ardió siempre en deseos de inflamarlo todo
en el amor divino; y ahora, ya en el cielo, arde en mucho mayor volcán de
caridad. Ea, pues, ahí tienes mi corazón: purifícalo de
todos los afectos menos puros; enciéndelo cada día más en el fuego que consumía
el tuyo, y enséñame a amar el bien sumo, que es Dios Nuestro Señor. Haz,
te ruego, que mientras yo me valgo de aquellas mismas palabras con que tu solías
dedicarte al Señor, abrase mi corazón aquel fuego del tuyo, y con él me
consagre a mi Dios perpetuamente. Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi
memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad; todo mi haber y mi poseer: vos me
lo disteis, á, vos, Señor, lo torno; todo es vuestro: disponed a toda vuestra voluntad;
dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta.
DOMINGO VIII.
DEPRECACIÓN
Santísimo
Patriarca Ignacio: ya que tú con tantas ansias del corazón, tantos trabajos sufridos
y tantas obras fundadas procuraste que todos los hombres se salvasen, escucha, te
ruego, mis súplicas que humilde te ofrezco muy conformes a esos mismos deseos, he
aquí que me «extravié, como oveja descarriada»; busca tu pobrecito devoto que,
manchado de muchas maldades, se halla rodeado de los halagos del mundo, de los
lazos del demonio, y de peligros continuos de condenarse para siempre. «Alarga
tu mano a un infeliz», con que me saques del cieno de mis pecados y me
vuelvas al recto sendero de la salvación. Yo reconozco mi iniquidad, y tengo
siempre delante de mí mis pecados; duélome de haber tantas veces y tan
gravemente ofendido a mi Dios, bien infinito. Haz, Patrono mío, que mi dolor se
alimente más y mis hasta el último instante de mi vida, y que por tu
intercesión alcance de Dios misericordia. Válgame tu amparo para salvarme «Ayúdame,
y seré salvo» Amén.
DOMINGO IX.
DEPRECACIÓN
Considerando,
oh Santo mío, como en un espejo en tu corazón rectísimo para con Dios,
severísimo para contigo y amantísimo para con los otros, la malicia del mío, me
lleno de gran rubor y confusión. Dios ha criado este corazón para su gloria y
lo ha colmado de tantos bienes; más yo he hecho servir en ofensa suya los
afectos de este corazón y los mismos beneficios del Señor. ¡Ay de mí,
que mientras, buscándome a, mí mismo, condescendiendo con mis pasiones, soy
arrastrado de ellas acá y allá, entre espantosas luchas, siendo al mismo tiempo
angustiado de amargos remordimientos de conciencia, sin poder encontrarme ya
más a mí mismo! Así, no pudiendo ya en cierto modo sobrellevarme a mí propio,
mucho menos me compadezco de las necesidades del prójimo, ni llevo en paciencia
sus defectos. Ahí tienes, Santo mío, un bosquejo de mi corazón, desemejante en
un todo del tuyo: muéstrotele para que a su vista tengas piedad de mí. Ofrézcote
este mismo corazón tan depravado, para que renueves en mis entrañas el espirita
recto, para que, buscando, a imitación tuya, á, sólo Dios y su divina
gloria, viva siempre en adelante, aquí en la tierra, en paz con Él, conmigo
mismo Y con mi prójimo, hasta que por tu medio sea hecho participe por toda la
eternidad de la gloria del mismo Dios. Amén.
DOMINGO X.
DEPRECACIÓN
¡Oh
qué preciosa fue en el acatamiento del Señor tu muerte, Patriarca San Ignacio! Mil
parabienes te doy por ello; y a nuestro Dios y Redentor y su Madre
Santísima, que con indecible amor te asistieron en aquel trance, gracias
infinitas. Mas ¡qué tal será mi muerte! Cuando, próximo ya a la eternidad,
venga a mí el enemigo y dé suelta su ira concentrada, cabiendo le queda poco
tiempo, en aquel entonces, ¡oh, y cómo necesitaré de tu poderoso
valimiento! Pues ti desde ahora invoco, Santo mío, a quién en premio del
ardentísimo celo de las almas, cuya suerte eterna pende precisamente de aquel
postrer instante, concedió Dios Nuestro Señor una especial eficacia para valer en
aquel trance A, tus devotos, como ya lo experimentaron, teniéndote muchas veces
visiblemente a su lado. A ti te suplico para entonces no me abandones en mi
agonía; no permitas salga del cuerpo mi alma rea de culpa grave, sino antes
otórgame, te ruego, que glorifique yo a Dios mientras me dura la vida, obrando
en todo por su amor y preparado así para el combate decisivo, merezca después
de muerto llegar, gracias a ti los eternos gozos. Amén.
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