NOVENA A NUESTRA SEÑORA
DEL REFUGIO
PARA ALCANZAR LA GRACIA DE LA CONTRICIÓN
DISPUESTA POR
GABINO CHAVEZ
PRESBÍTERO
MÉXICO, 1895
L/: Señor, abrirás mis labios.
R/: Y mi boca anunciará tu
alabanza.
L/: Dios mío, entiende en mi ayuda.
R/: Apresúrate, Señor,
a socorrerme.
Gloria al Padre, etc.
ACTO DE CONTRICION
Dulcísimo
Redentor mío, que descendiendo del cielo a la tierra por nosotros los hombres y
por nuestra salvación, quisisteis tomar carne en el seno de una Virgen
Purísima, y hacerla de este modo el conducto misericordioso de la redención, la
Madre de la divina gracia y la medianera de amor y de misericordia para con
Vos, que sois el Mediador necesario y de justicia: ya que desde el árbol de la
cruz la constituisteis también Madre nuestra y quisisteis que a todos los hombres,
aunque indignos y pecadores, nos adoptase por hijos, y como a hijos nos tratase
y nos amase y defendiese, dignaos ahora aceptar su intercesión maternal, y
concedernos la gracia de una perfecta remisión de nuestras culpas. Es cierto,
Señor y Padre benignísimo, que nuestros pecados, enormes por su gravedad y por
su número incontables, de tal modo llenan nuestra vida y con tan horrible continuación
se suceden, y tan ingratamente se repiten, que no parece, sino que queremos
trabar con Vos una lucha horrorosa, pretendiendo sofocar vuestra bondad y provocar
con nuestras culpas vuestra justicia: pero, Señor, si los hijos son culpables, la
Madre es santa é inocentísima, si los hijos os irritan y excitan vuestro enojo,
la Madre en vuestro descanso, vuestra delicia y el objeto de vuestras complacencias,
como Vos sois de las de vuestro Padre celestial; si los hijos han hecho todo lo
que debiera atraerles la condenación y la ruina, la Madre ha hecho y sufrido
cuanto basta para contrapesar todos los pecados; si los hijos son cada día más ingratos,
culpables y pecadores, la Madre es Reina de misericordia y Madre de la santa esperanza
y Refugio de Pecadores. Valgan sus méritos para alcanzarnos vuestra gracia,
valgan sus dolores para suplir nuestra falta de penitencia, valgan sus ruegos
tan tiernos y reiterados para conseguir el perdón. ¿Qué podréis negarnos,
Señor, cuando nos valemos de vuestra Madre para que abogue por nosotros? Nada,
ciertamente; antes por sus súplicas cambiaréis el agua de nuestra frialdad en
el generoso vino de vuestro amor, llenaréis nuestros corazones de la alegría del
perdón y del fervor de una vida nueva, y haréis que, acabándola con una santa
muerte, vayamos a gozar de una feliz eternidad. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Virgen
Santísima y amada Madre nuestra! ¡Cuántas son las obligaciones que con Vos
tenemos, cuántos los beneficios que os debemos por los bienes que nos habéis
alcanzado, y por los males de que, sin saberlo muchas veces, nos habéis
libertado! No hay, Señora, nodriza más cuidadosa, que con tanto esmero atienda
al infante que nutre en su seno, como Vos veláis de día y de noche por
nosotros; no hay madre más tierna y cariñosa, que con tanto afán y desvelo
asista a su niño enfermo, como Vos nos asistís, y nos cuidáis, y vigiláis
nuestros pasos, y sembráis de bienes el camino de nuestra vida. ¿Cómo, pues
dulcísima Madre, somos tan ingratos que os destrozamos las entrañas ofendiendo al
fruto bendito de vuestro vientre, Jesucristo? ¿Cómo podemos portarnos con
nuestra Madre celestial de una manera, que, si la empleásemos con nuestra madre
terrena, nos atraería el horror de los hombres y la execración del mundo? ¡Ah!
bendita sea vuestra misericordia que tanto nos sufre! bendita vuestra piedad
que tanto tiempo nos espera, y bendita vuestra intercesión que detiene el brazo
de la eterna justicia levantado ya para herirnos! Nos complace ¡oh María! la
invocación de vuestro nombre tan dulce, porque es luz y consuelo; nos alienta
llamaros Reina y Madre, y Auxilio de los cristianos y salud de los enfermos;
nos alivia nuestras penas el recordar que sois Consoladora de los afligidos: pero,
sobre todo, nos encanta, nos anima y nos conmueve profundamente el llamaros ¡Refugio
de Pecadores! Porque como hemos pecado tanto, Virgen Santísima; como toda nuestra
vida es una cadena de faltas y de culpas; como la conciencia nos remuerde y la
justicia infinita nos espanta, y la muerte nos insta, y los rigores del juicio
y los ardores del infierno nos amenazan, temblando como Adán después de su
pecado, que en vano buscaba un refugio contra la ira de Dios, entre la espesura
de los árboles, buscamos también nosotros angustiados un refugio más seguro. Y
por esto, al aclamaros Refugio de Pecadores, nuestros temores calman, y el
ánimo se levanta, y renace la esperanza en nuestro pecho, y buscamos el seno de
María nuestra Madre para escondernos de un Dios irritado, como se acoge el niño
temblando de su padre ofendido, al regazo de su madre que lo defiende. ¡Bendita
seáis, pues, María! ¡Bendita vuestra piedad y clemencia! ¡Bendito vuestro amor
y misericordia! ¡Bendita una y mil veces la hora en que Jesucristo os hizo
nuestra Madre, y os dio tan benignas entrañas para con estos hijos
desgraciados! ¡Refugio de Pecadores! todos lo somos; ¡acogednos en vuestro seno
inmaculado! ¡Libertadnos del ras del Señor! Amén.
Se
rezarán cinco Ave Marías con Gloria, en la forma que sigue:
Temiendo
más que a todos los males al pecado, y espantados de la facilidad que tenemos de
caer en él, llenos de confianza nos acogemos á Vos, Refugio de Pecadores.
R/: Rogad por nosotros.
Ave María, Gloria.
Temblando
ante las iras del justo Juez, a quien por tantos años no hemos cesado de provocar
con nuestras iniquidades, y deseosos de aprovechar el tiempo de vida que aún nos
resta, llenos de esperanza os aclamamos a Vos, Refugio de Pecadores.
L/: Rogad por nosotros
Ave María, Gloria.
Espantados
del poder y de las astucias del demonio, de quien hemos sido víctimas tantas veces,
y prevenidos de que al acercarse nuestra muerte arde en grande ira, sabiendo que
le queda poco tiempo para tentarnos, desconfiando enteramente de nosotros
mismos, á Vos aclamamos con veras de nuestra alma, Refugio de Pecadores.
L/: Rogad por nosotros.
Ave Mana, Gloria.
Mirando
cómo el mundo redobla cada día sus seducciones, y nos entretiene en vanidades, y
nos sumerge en un olvido espantoso de Dios y de nuestra alma, huimos de él con
todas nuestras fuerzas, y nos acogemos a Vos ¡oh María! Refugio de Pecadores.
R/: Rogad por nosotros.
Ave María, Gloria.
Combatidos
fuertemente por la carne, que nos incita a la liviandad, y a la gula, y a la más
indolente pereza, haciéndonos repugnante la penitencia, costoso el sacrificio,
y apetecibles los deleites terrenos, queremos huir de nosotros mismos, como del
más temible enemigo, y nos arrojamos en los brazos de Vos, Madre Inmaculada,
que no nos desecharéis, pues os llamáis con verdad, Refugio de Pecadores.
R/: Rogad por nosotros.
Ave María, Gloria.
PRIMER DÍA
ORACIÓN
Mandaba
Dios en la Ley antigua que se designasen cinco ciudades de refugio, para que
acogiéndose a ellas los reos, aunque fuesen muy culpables, escapasen de la
muerte por sus delitos merecida. También en la Ley nueva, tenemos las cinco
Llagas de nuestro amantísimo Salvador, a donde guarecernos cuando la justicia
divina nos persigue para aplicarnos los merecidos castigos. Mas como
Jesucristo, siendo Dios, es también el ofendido, y abusamos tan locamente de su
misericordia, a veces nosotros mismos nos cerramos esas puertas de consuelo con
nuestras repetidas culpas, y nos vemos muy próximos a perecer. ¡Mas entonces
nos quedáis vos todavía ¡oh Madre piadosísima! Entonces Vos, ciudad bendita de
Dios, nos franqueáis abiertas vuestras puertas y nos acogéis en vuestro recinto
y nos abrigáis bajo los muros de vuestra misericordia, y nos defendéis desde la
torre de vuestro poderoso patrocinio. ¡Cuántas veces nos hemos escapado así de
los justísimos enojos del Señor! ¡cuántas veces, firmado ya el decreto de nuestra
eterna ruina, sentenciada ya nuestra causa desesperada en el divino
consistorio, Vos habéis intercedido, habéis rogado, os habéis arrodillado ante
el Señor como Esther ante Asuero compadecida de su pueblo, y habéis alcanzado
de la paciencia divina nuevas esperas y gracias de arrepentimiento, ¡y de
perdón y conversión! Sin Vos, Señora y Reina nuestra, el cielo contara gran
número de sus moradores, ni al infierno se escaparán tantas víctimas que ya
miraba como segura presa de sus negros horrores; pero sois la ciudad de
refugio, y los delincuentes que aun temen el castigo, corren en tropel para
guarecerse en Vos y escapar de las divinas venganzas, y encontrar el
perdón y la paz, cuando sólo merecían la maldición y exterminio. Sea yo, Madre
mía, uno de esos afortunados, que, acogiéndome al seno de vuestra misericordia,
consiga aún una tregua para pagar las deudas contraídas con la justicia del
Señor. Yo os prometo, Señora, no abusar de esta nueva gracia, sino antes bien, aprovechándome
de ella, contar por todo el mundo, que la que es Madre de Dios y de los
hombres, es también seguro, saludable y cierto Refugio de Pecadores. Amén.
GOZOS
Para obtener tus favores
Suspirando en este día,
A ti llamamos, María,
Refugio de Pecadores.
Tan ingratos hemos sido
Con nuestro Padre amoroso,
Que no hay castigo espantoso
Que no hayamos merecido:
Y esto llena de temores
Nuestra vida, Madre mía,
Si el Señor benigno espera,
O castiga los pecados.
Su bondad nos hace osados,
Y su ira nos exaspera;
¿Mitigará sus rigores
Por tus ruegos todavía?
Mil veces Dios enojado
Ha firmado mi sentencia,
Y á tus ruegos, su clemencia
Otras mil la ha revocado:
De estos tus grandes favores
Uno espero en este día.
Cuando el cáliz está lleno,
Con una gota rebosa:
¡Quizá mi culpa alevosa
Hinchó ya de Dios el seno!
Serena tantos terrores,
Causa de nuestra alegría:
Todo me asusta y me abate;
El demonio mi enemigo,
La carne que está conmigo
Y el mundo que me combate;
Mi alma entre tantos horrores
Solo en ti ¡oh Madre confía.
Una indecible tristeza
Luego de mí se apodera,
Y quebranta mi alma entera
Con insufrible agudeza:
¡Que alumbren tus resplandores
Esta mi noche sombría.
Si veo acabarse mi vida
E irse acercando la muerte,
En este trance tan fuerte
Miro mi suerte perdida,
En las ansias y temblores
De la postrera agonía:
Madre: cuando al cielo entremos
Merced a tu valimiento,
Con grande gozo y contento
Tus glorias ensalzaremos;
más para ser comprensores
Sé aquí nuestra luz y guía.
Pues los divinos rigores
Provocamos á porfía:
A ti llamamos María
Refugio de Pecadores.
ORACIÓN: Oh
Señor y Dios nuestro, os suplicamos que os dignéis conceder a vuestros siervos,
la perpetua sanidad del alma y del cuerpo, y que por intercesión de la
Bienaventurada siempre Virgen María, seamos libertados de la tristeza presente,
y podamos gozar de la eterna alegría: por Jesucristo nuestro Señor. Así sea.
SEGUNDO DÍA
ORACIÓN
¡Cuán
triste es la vida de un hijo, cuando ya sin madre sufre sus penas, se ve
rodeado de enfermedades y abrumado de aflicciones y de trabajos! La mano que le
cura, cuando no es de su madre, le parece siempre dura, amarga la medicina que
se le presenta, áspera la voz que le consuela, y frío el corazón que
le compadece. Por eso el Señor nuestro Dios, que es tan bueno, no ha querido
que, en la vida del espíritu, estemos sin una madre; y determinando darnos
alguna que nos conociera y nos amara, no quiso menos, sino darnos por nuestra á
la purísima, amorosísima y piadosísima María su misma Madre. ¡Bendito sea
eternamente el Señor por una fineza tan estupenda misericordiosa! Que nos tome
más estrecha cuenta algún día del desprecio de esta dádiva soberana. Sí, amada Madre,
Reina de dulzura, alegría de nuestras almas: Vos sois la que endulzáis las
amarguras de nuestro destierro; Vos
la que curáis con mano más blanda que las de todas las madres, las repugnantes llagas
de nuestro espíritu, mil veces más asquerosas que las del cuerpo; Vos la que
enjugáis todas las lágrimas y mitigáis todas las penas, y templáis todas las
tristezas de vuestros hijos, aunque pecadores; bajo vuestro amparo hallamos
siempre buena acogida, y nunca despreciáis las súplicas que os hacemos en nuestras
necesidades. Acogednos también hoy benignamente ¡oh Señora! Libertadnos de los
numerosos peligros que nos rodean, y ya que el mundo nos persigue, y la carne
nos seduce, y el demonio nos combate, dejadnos huir hacia Vos, y envolvernos en
vuestro manto virginal, y entonar allí seguros el cántico de victoria,
pregonando por todo el mundo que sois el Refugio cierto y Abogada eficaz de los
pecadores. Amén.
TERCER DÍA
ORACIÓN
No
sólo sois, amada Madre mía, Refugio de los Pecadores, sirviéndonos de asilo y de
defensa contra las justas iras del Padre celestial, y escondiéndonos en vuestro
regazo cuando los dardos de su justicia nos buscan para herirnos, sino que
también sois nuestro refugio, cuando nuestro terrible enemigo el demonio nos
acomete con todo su furor y su saña, y deseando nuestra ruina no hay medio de
que no se valga, ni camino que no emprenda, ni recurso que no emplee para precipitarnos
en el pecado, y después en la impenitencia. Unas veces corno león rugiente, nos
ataca furioso, gastando todas sus fuerzas; otras, como astuta serpiente se
esconde entre las hojas de lo lícito, y da mil vueltas y revueltas antes de
arrojarnos su veneno; y aun otras, como pequeña hormiga, que con poco se
contenta, logra por el descuido de las cosas pequeñas, arrastrarnos a horribles
precipicios. ¿A quién, pues, podremos acudir para tomar fuerzas contra su fuerza,
cautelas contra su astucia, y refugio contra sus persecuciones? ¿A quién, si no
á Vos, que sois la torre de David, provista de todas armas para el combate y terrible
como un ejército ordenado para vencerle, y refugio seguro donde guarecernos
para ponernos al abrigo de sus saetas ardientes? Sí, María: á Vos sola os teme
el infierno, más que a todos los ángeles y santos juntos: vuestro nombre dulcísimo
basta a ponerle en fuga, y vuestra Pureza sin mancha jamás se invoca, sin que se
mire vencido. A Vos, pues, acudimos nosotros, Refugio de Pecadores, para
librarnos de las mordeduras de la infernal serpiente, pues encerrados dentro de
Vos, que sois un jardín delicioso en que nunca tuvo entrada, nada tendremos que
temer de sus astucias ni de su fuerza, antes respirando el aroma precioso de
vuestros ejemplos, y gustando los suavísimos frutos de vuestras virtudes, nos
será ya fácil pasar del paraíso de vuestro amor y devoción al eterno paraíso de
la gloria. Amén.
CUARTO DÍA
ORACIÓN
Dulcísima
María, amada Madre nuestra ¡cuán arduos son los caminos del Señor para los que
vivimos en medio del mundo! ¡Cuán difícil la exacta observancia de las leyes
del Evangelio, y aun casi imposible la exacta custodia de todos sus consejos!
¡Con razón en todo tiempo las almas que desean santificarse, suspiran por la
soledad y el retiro, y apetecen como el real profeta tener alas de paloma, para
volar y descansar, huyendo del tumulto, y alejándose de las ciudades para morar
en los desiertos! Pero nosotros, Señora, obligados a respirar el aire infecto
del mundo, y a vivir como el Santo Job entre avestruces y dragones, vemos
combatida nuestra fé con tantas máximas que reinan opuestas al Evangelio, la
esperanza arrancada de los bienes eternos, para ponerla en los bienes falsos de
la tierra, y la caridad helada con la vanidad de las conversaciones, lo bajo de
los deseos, y lo material de las obras, la justicia destruida por la
murmuración, hecha carnal y separada de la sencillez la prudencia, desconocida la
templanza, y convertida en cobardía y respeto humano la fortaleza. Cuando
reflexionamos, oh dulce Madre, en estos graves peligros, la sangre se hiela en
las venas, el cielo se nos escapa, y la más negra desconfianza toca nuestras
puertas. Pero felizmente os tenemos por Madre, y entre vuestros títulos más
dulces y consoladores tenéis el de Refugio de Pecadores. Esto sólo basta para alentarnos,
y nuestro corazón asustado, comenzando a tranquilizarse, nos dice: Si el mundo
nos persigue, y nos hiere con su maligna lengua, y censura nuestras acciones, y
burla nuestro celo, María es nuestro refugio; el hijo perseguido se acogerá a
los brazos de su Madre poderosa: si las delicias de los sentidos nos hechizan,
y las reuniones nos atraen, y las conversaciones nos disipan, nos acogeremos a
María, pues es nuestro refugio: el hijo fastidiado del trato de los extraños, acude
a conversar con su querida Madre: sí somos el blanco de la calumnia, del encono
y del odio, iremos a María, y hallaremos seguro refugio, que el amor tierno de una
madre, compensa de todos los odios, y de todas las injusticias. Sí, Virgen
prudentísima, acogednos en vuestro seno, libertadnos de todas las seducciones,
precavednos de todos los peligros, amparadnos en todas las penas que el mundo
derrame sobre nosotros, y haced la maravilla de que, viviendo en medio de él,
guardemos viva nuestra fé, levantada al cielo nuestra esperanza, y nuestro amor
fijado en las cosas invisibles, para que cuando seamos llamados a cuentas, no
seamos condenados con este mundo, sino contados en el número de los escogidos.
Amén.
QUINTO DÍA
ORACIÓN
Entre
todos nuestros enemigos, quizá no hay otro tan temible y peligroso como la
carne; compañera inseparable de nuestra alma, y unida íntimamente con ella,
ayuda poderosamente a los enemigos exteriores, que, a no contar con esta aliada
perversa, no harían en nosotros tanto estrago. Y ya acompañada con ellos, o ya
sola, tan fuertemente nos ataca, y tan suavemente se introduce, y tan
mañosamente se insinúa, que muchas veces no venimos a conocer el daño, sino
cuando su remedio es casi imposible. La carne nos hace perezosos
en el negocio de la salvación, nos vuelve odiosa la oración, repugnante la penitencia,
insufrible el recogimiento, dificultoso el ayuno, apetecibles las comodidades, y
atractivos los deleites. La carne nos hace prolongar el sueño con demasía,
perder la asistencia al santo Sacrificio, abandonar o cortar la oración,
fastidiarnos de las prácticas piadosas y abandonar a Dios con ingrata inconstancia.
La carne nos hace codiciosas las riquezas por procurar con ellas nuestro regalo,
exponemos a mil peligros en que el pudor perece o se lastima, y caer en
destemplanzas que nos arruinan. Y ¿cómo huir de este enemigo tan traidor y tan
doméstico, tan perverso y tan conjunto con nosotros? ¡Ah, Virgen
misericordiosísima! Vos sois también nuestro refugio contra las insolencias de
la carne, contra el furor de nuestras pasiones y contra las flaquezas de
nuestro pobre corazón: como Madre del hermoso Amor, arrebatáis nuestro corazón
de los torpes amores de la tierra; como Madre del conocimiento nos abrís los
ojos para que veamos el precipicio a que nos arrojan nuestras malas
inclinaciones, y como Madre del temor santo, nos enseñáis a considerar los juicios
del Señor, y enclaváis el dardo del temor de Dios en nuestras almas, que nos
liberta de las inmundicias de los sentidos. Sed pues, Señora, nuestro refugio; acogednos
en vuestro seno maternal; castificad nuestro cuerpo; purificad nuestros
corazones; espiritualizad nuestro ser, inspiradnos un grande amor a la
penitencia; comunicadnos el espíritu de la oración, y de este modo, vencedores por
Vos, de los terribles asaltos de nuestros enemigos, proclamaremos que en Vos está
toda esperanza de vida y de virtud, y en Vos la gracia y el camino de toda
verdad, y que, quien quiera hallar la verdad y obtener la gracia de practicar
las virtudes, acuda a Vos, que, dando en abundancia, lleváis a vuestros hijos a
la patria de la vida verdadera. Amén.
SEXTO DÍA
ORACIÓN
¡Cuán
amarga y azarosa es nuestra vida! ¡cuán rodeados estamos de peligro! ¡cuán combatidos
por diversos enemigos! cuán cercados de multiplicadas clases de trabajos! Unas
veces la escasez y la pobreza nos angustian, pareciéndonos inútiles todos los
medios y cerrados todos los caminos por donde pudiera venir algún remedio.
Otras veces la salud debilitada, dificultando nuestras ocupaciones, nos llena
de negro humor y de pusilanimidad y de melancolía. Ya las personas que nos
rodean, con sus genios encontrados, o sus extrañas ideas, nos hacen pesada la
permanencia en nuestro hogar, o ya los extraños con su mala fé, y sus engaños, y
sus astucias, ponen a grande prueba nuestra paciencia. Ora son las cosas
exteriores las que nos molestan y perturban, ora son nuestras mismas pasiones,
que abultan cuanto sufrimos, y casi nos lo hacen intolerable. Y de este modo,
nuestra vida, conforme dice el Espíritu Santo, es una guerra continuada, una
persecución tenaz y porfiada, un combate sin tregua y sin descanso. Más bien pudiera
llamarse muerte continuada que vida verdadera, como advierten los santos. Quisiéramos
librarnos de ella, quisiéramos salir de tan triste cautiverio, y clamamos a veces
con el Apóstol: ¿Quién nos librará de este cuerpo de muerte? Pero luego
recordamos oh María! que Vos sois nuestra vida, y acogiéndonos a vuestro seno,
respiramos tranquilos: recordamos que sois el Auxilio de los Cristianos,
y cesamos de temor y de temblar, viéndonos de Vos protegidos: reflexionamos que
sois Consoladora de los Afligidos y arrojamos en Vos nuestros cuidados y
temores. Pero en esto una duda nos asalta, un horrible temor nos desalienta.
¿Se dignará la madre de Dios, auxiliar y consolar a los que son enemigos de
Dios por sus pecados, a los que han declarado a su Criador guerra incesante, y
han hecho de todos sus dones otras tantas armas para rebelársele y herirle? Y
entonces un título dulcísimo se presenta a nuestra mente, un nombre de inefable
esperanza asoma a nuestros labios, y os llamamos Refugio de Pecadores. Estamos
ya tranquilos, nuestro temor se desvanece; aunque pecadores nos acoge, aunque
pecadores nos auxilia, nos defiende, nos consuela y nos ama. ¡Qué dicha! ¡qué gozoso
consuelo! Alégrenselas almas, palpiten enajenados los corazones, regocíjese el cielo
y el abismo estremézcase: María es Refugio de
Pecadores; nadie es excluido de su ternura, nadie está privado de su
misericordia. Yo también me alegro y me congratulo, y me lleno de aliento,
¡Madre mía! Si sois Refugio de Pecadores, yo bien puedo salvarme; puedo
enmendarme, santificarme, ¡inflamarme en el amor de Jesucristo! Puedo salir de
la tibieza, puedo formar y llevar a cabo los más grandes propósitos; puedo de derramar
el celeste aroma del buen ejemplo entre mis hermanos. Pues haced, Virgen Santa,
que así lo haga; que, aborreciendo mis pecados, abrazando una vida fervorosa y penitente,
merezca por la perseverancia ir a besar algún día vuestras sagradas plantas en el
cielo. Amén.
SÉPTIMO DÍA
ORACIÓN
¡Cuán
triste, cuán amarga y desconsoladora nos parece muchas veces nuestra vida! Un
vacío horroroso nos molesta, los más inocentes entretenimientos nos disgustan,
el trato con nuestros semejantes nos exaspera, y al encontrarnos solos con
nosotros mismos, temblamos de los funestos pensamientos que nos acosan: una
nube sombría de tristeza nos cobija, y la vida que es el mayor beneficio de
nuestro Criador, parece que nos abruma y nos fastidia. Unas veces es el
temperamento y la naturaleza, lo que nos produce esa amargura, otras, es la expectativa
de una gran pena que no sabemos cómo llevar; algunas, es el demonio, espíritu
de tinieblas y de desesperación, que nos combate de ese modo, y muchas, el
desasosiego de una conciencia no purificada, y el sobresalto de un corazón que
no acaba de entregarse enteramente a Dios, centro de su descanso. Pero sea cual
fuere la causa de nuestra tristeza, ella nos angustia, nos consume, aprieta el
corazón y amarga nuestra vida. Felizmente tenemos en Vos, un preciosísimo
remedio, Madre mía, porque Vos sois la estrella que apacible resplandece desde
el cielo, para aplacar las borrascas de nuestra alma, Vos sois la causa de
nuestra alegría, que desterráis toda tristeza y sosegáis toda inquietud, y
endulzáis toda amargura; si la melancolía nos invade, Vos sois nuestra salud; si
el demonio nos aprieta, Vos sois la mujer anunciada para quebrantar su cabeza;
si las penas nos cercan, sois el más dulce consuelo, y si los pecados nos
asustan y la conciencia nos alarma, y el corazón se angustia, Vos sois Refugio
de Pecadores, Vos nos alcanzaos la vuelta al seno de nuestro Padre ofendido,
negociáis nuestra reconciliación y ajustáis las paces, devolviéndonos así con
la gracia perdida, la alegría de nuestro Salvador que es fuente de la nuestra:
Ayudadnos, pues, ¡oh Señora! hacednos detestar los pecados y llorarlos con
contrición verdadera, y enmendarlos con firme propósito. Haced que sirvamos al
Señor con alegría, que entremos a su presencia llenos de regocijo, y que se sepamos
como Vos, alegrarnos en Dios nuestro Salvador, que tantas cosas grandes ha
hecho por nosotros, y que, entre ellas, nos ha dado una Madre tan pura, tan santa,
tan graciosa, tan benigna y tan tierna. ¡Ojalá y nuestros ojos os miren algún día
Virgen Santísima y nuestros labios besen respetuosamente vuestras plantas, y
nuestra lengua os alabe, y nuestro corazón os ame y glorifique con los ángeles!
Amen.
OCTAVO DÍA
ORACIÓN
Nada
hay que tanto debiera preocuparnos como la muerte; nada que tanto llamara nuestra
atención, nada que tanto ocupara nuestros instantes, y atrajera nuestros cuidados
y solicitudes, puesto que, del momento único de la muerte, dependen nuestros futuros
destinos y nuestra perpetua dicha o nuestra eterna desgracia. Y, no obstante,
la muerte nos asusta; desterramos su recuerdo como un negro fantasma, y en todo
pensamos, menos en disponernos para aguardarla. Cuando ella venga implacable,
espantosa, con su séquito de dolores y de penas, de desfallecimientos, de
angustias, de males y de inútiles remedios ¡cuál será nuestra confusión y
nuestro espanto! Incapaces de pelear con un enemigo a quien no vemos más que
una vez; inexpertos en un combate que nunca hemos trabado; sobrecogidos de
espantosos remordimientos por lo pasado, que entonces se levantará abrumador y
terrible para exasperarnos; debilitados con los progresos de una enfermedad que
incesantemente nos devora, y temblando ante los misteriosos arcanos del juicio
del Señor que nos insta, ¿cuál será la tristeza de nuestra situación, y la
miseria de nuestros últimos instantes? ¡Oh Virgen poderosa, cuánto necesitamos allí
de vuestro favor y ayuda! ¡cuánto habernos menester entonces de toda vuestra
fuerza para defendernos, de todo vuestro
amor para asistirnos, de toda vuestra ternura y compasión para auxiliarnos! Dignaos
acudir solícita en nuestra última hora, como os lo pedimos hoy con toda
instancia, conjurando vuestro corazón de Madre para lograrlo. Sí, Señora, Vos
que sois Refugio de Pecadores, entonces más que nunca debéis desempeñar
este dulce título, acogiéndonos en vuestro santo seno; ya que el demonio nos
perseguirá más furioso que nunca, y el mundo insensato por atender a la salud
del cuerpo nos retardará los auxilios del alma, y los deudos, con cruel compasión
nos ocultarán nuestro estado, y la carne enflaquecida no nos producirá sino
terrores, y tristezas, y desesperación y agonía, y la justicia de Dios viendo
llegar su hora, aprontará sus temibles balanzas, y el alma gemirá en una angustia
suprema. No olvidéis allí a vuestro hijo, ¡oh Madre admirable! bajad pronto a
socorrerme, desbaratad los nublados de la conciencia, aquietad los temores, sosegad
las angustias, arrojad muy lejos a los demonios, inspiradme sentimientos grandes
de contrición, afectos tiernos de amor, actos fervorosos de fe y de confianza, poned
en mi corazón y en mis labios como dos fuertes escudos los hombres de mi Salvador
y el vuestro; y de este modo, al exhalar mi último aliento, mi alma recibida en
vuestras manos maternales, será presentada a vuestro divino Hijo, que se digne
salvarla, aunque sea purificándola con el fuego expiatorio, y hacerla reinar con
El, en la gloria. Amén.
ÚLTIMO DÍA
ORACIÓN
Oh
Madre mía dulcísima, amparo de mi vida, consuelo de mis penas, refugio en mis tribulaciones
y en todos mis pesares, abogada poderosa en el tribunal del Señor y omnipotente
en vuestras súplicas que todo lo consiguen: recibid, Señora, las más humildes acciones
de gracias, por todos los favores que me habéis dispensado, colmándome de
bienes y librándome de males innumerables; haced que, como hijo tierno y
reconocido, no cese jamás de publicar vuestras alabanzas, ni de practicar
vuestros cultos, ni de crecer en vuestro amor y devoción todos los días de mi
vida. Pero, sobre todo, ¡oh Virgen Santa, ya que el fin principal con que he
emprendido las piadosas prácticas de estos nueve días, es el de alcanzar por
Vos, del Señor, la gracia de una verdadera contrición de mis pecados, y de su
perfecta remisión, dejad que os lo pida de nuevo con las más vivas instancias.
Sí, Madre mía: REFUGIO DE PECADORES os llamáis, REFUGIO DE PECADORES sois, y
este título os obliga a acogerme bondadosa, y a no desechar las súplicas que os
presento. Mucho he ofendido a mi Dios y Señor, Reina mía; mi vida entera se ha
manchado con gravísimas ofensas, y quizá me encuentre cercano a los umbrales de
la eternidad, sin dejar por eso de añadir nuevas culpas a las pasadas, y
prolongar mis ingratitudes con mis años, y atesorar tesoros de ira y de
venganza contra mí. No sé qué horrible flaqueza, u osada malicia, me hace no
poder desprenderme enteramente de las pasiones, y ellas me hacen caer a menudo en
unas faltas, que solo las deploro para volverlas a cometer de nuevo,
repitiéndolas siempre y no enmendándolas jamás. Ayudadme, Socorro mío; Refugio
mío, acogedme dentro de Vos; Abogada mía, protegedme de las iras del cielo;
Madre mía y de mi vida, ayudadme a mí contra mí mismo; hacedme llorar como
lloran tantas almas, los pecados de mi juventud, y los de mi vida entera; enseñadme
a preparar esa última jornada de mi vida que tanto se aproxima y que nos
conducirá a la presencia de Jesucristo, Juez. Sed mi Refugio, especialmente en
esa hora suprema, en la que todo el infierno conjurado para perderme, me
librará los más terribles asaltos. Y pues una madre amorosa nunca falta a la
cabecera de su hijo moribundo, siendo Vos la más buena y amorosa de todas las
madres, no me abandonéis un instante en aquellos solemnes momentos de donde
pende la eterna suerte. Y por si mis labios debilitados y mi voz extinguida, no
pudieren en esa hora llamaros, desde ahora os llamo para entonces; Madre mía,
Señora mía, Refugio mío, y de todos los pecadores, asistidme, defendedme. Vos
que sois la Madre de la gracia, y la dulce Madre de la clemencia, protegedme
contra las asechanzas del enemigo, y recibidme en la hora de la muerte para entregar
mi alma limpia a las manos de Jesús vuestro Hijo. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario