viernes, 20 de marzo de 2020

NOVENA A NUESTRA SEÑORA DEL REFUGIO




NOVENA A NUESTRA SEÑORA DEL REFUGIO
PARA ALCANZAR LA GRACIA DE LA CONTRICIÓN

DISPUESTA POR
GABINO CHAVEZ
PRESBÍTERO
MÉXICO, 1895

L/: Señor, abrirás mis labios.
R/: Y mi boca anunciará tu alabanza.

L/: Dios mío, entiende en mi ayuda.
R/: Apresúrate, Señor, a socorrerme.
Gloria al Padre, etc.

ACTO DE CONTRICION
Dulcísimo Redentor mío, que descendiendo del cielo a la tierra por nosotros los hombres y por nuestra salvación, quisisteis tomar carne en el seno de una Virgen Purísima, y hacerla de este modo el conducto misericordioso de la redención, la Madre de la divina gracia y la medianera de amor y de misericordia para con Vos, que sois el Mediador necesario y de justicia: ya que desde el árbol de la cruz la constituisteis también Madre nuestra y quisisteis que a todos los hombres, aunque indignos y pecadores, nos adoptase por hijos, y como a hijos nos tratase y nos amase y defendiese, dignaos ahora aceptar su intercesión maternal, y concedernos la gracia de una perfecta remisión de nuestras culpas. Es cierto, Señor y Padre benignísimo, que nuestros pecados, enormes por su gravedad y por su número incontables, de tal modo llenan nuestra vida y con tan horrible continuación se suceden, y tan ingratamente se repiten, que no parece, sino que queremos trabar con Vos una lucha horrorosa, pretendiendo sofocar vuestra bondad y provocar con nuestras culpas vuestra justicia: pero, Señor, si los hijos son culpables, la Madre es santa é inocentísima, si los hijos os irritan y excitan vuestro enojo, la Madre en vuestro descanso, vuestra delicia y el objeto de vuestras complacencias, como Vos sois de las de vuestro Padre celestial; si los hijos han hecho todo lo que debiera atraerles la condenación y la ruina, la Madre ha hecho y sufrido cuanto basta para contrapesar todos los pecados; si los hijos son cada día más ingratos, culpables y pecadores, la Madre es Reina de misericordia y Madre de la santa esperanza y Refugio de Pecadores. Valgan sus méritos para alcanzarnos vuestra gracia, valgan sus dolores para suplir nuestra falta de penitencia, valgan sus ruegos tan tiernos y reiterados para conseguir el perdón. ¿Qué podréis negarnos, Señor, cuando nos valemos de vuestra Madre para que abogue por nosotros? Nada, ciertamente; antes por sus súplicas cambiaréis el agua de nuestra frialdad en el generoso vino de vuestro amor, llenaréis nuestros corazones de la alegría del perdón y del fervor de una vida nueva, y haréis que, acabándola con una santa muerte, vayamos a gozar de una feliz eternidad. Amén.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Virgen Santísima y amada Madre nuestra! ¡Cuántas son las obligaciones que con Vos tenemos, cuántos los beneficios que os debemos por los bienes que nos habéis alcanzado, y por los males de que, sin saberlo muchas veces, nos habéis libertado! No hay, Señora, nodriza más cuidadosa, que con tanto esmero atienda al infante que nutre en su seno, como Vos veláis de día y de noche por nosotros; no hay madre más tierna y cariñosa, que con tanto afán y desvelo asista a su niño enfermo, como Vos nos asistís, y nos cuidáis, y vigiláis nuestros pasos, y sembráis de bienes el camino de nuestra vida. ¿Cómo, pues dulcísima Madre, somos tan ingratos que os destrozamos las entrañas ofendiendo al fruto bendito de vuestro vientre, Jesucristo? ¿Cómo podemos portarnos con nuestra Madre celestial de una manera, que, si la empleásemos con nuestra madre terrena, nos atraería el horror de los hombres y la execración del mundo? ¡Ah! bendita sea vuestra misericordia que tanto nos sufre! bendita vuestra piedad que tanto tiempo nos espera, y bendita vuestra intercesión que detiene el brazo de la eterna justicia levantado ya para herirnos! Nos complace ¡oh María! la invocación de vuestro nombre tan dulce, porque es luz y consuelo; nos alienta llamaros Reina y Madre, y Auxilio de los cristianos y salud de los enfermos; nos alivia nuestras penas el recordar que sois Consoladora de los afligidos: pero, sobre todo, nos encanta, nos anima y nos conmueve profundamente el llamaros ¡Refugio de Pecadores! Porque como hemos pecado tanto, Virgen Santísima; como toda nuestra vida es una cadena de faltas y de culpas; como la conciencia nos remuerde y la justicia infinita nos espanta, y la muerte nos insta, y los rigores del juicio y los ardores del infierno nos amenazan, temblando como Adán después de su pecado, que en vano buscaba un refugio contra la ira de Dios, entre la espesura de los árboles, buscamos también nosotros angustiados un refugio más seguro. Y por esto, al aclamaros Refugio de Pecadores, nuestros temores calman, y el ánimo se levanta, y renace la esperanza en nuestro pecho, y buscamos el seno de María nuestra Madre para escondernos de un Dios irritado, como se acoge el niño temblando de su padre ofendido, al regazo de su madre que lo defiende. ¡Bendita seáis, pues, María! ¡Bendita vuestra piedad y clemencia! ¡Bendito vuestro amor y misericordia! ¡Bendita una y mil veces la hora en que Jesucristo os hizo nuestra Madre, y os dio tan benignas entrañas para con estos hijos desgraciados! ¡Refugio de Pecadores! todos lo somos; ¡acogednos en vuestro seno inmaculado! ¡Libertadnos del ras del Señor! Amén.

Se rezarán cinco Ave Marías con Gloria, en la forma que sigue:

Temiendo más que a todos los males al pecado, y espantados de la facilidad que tenemos de caer en él, llenos de confianza nos acogemos á Vos, Refugio de Pecadores.
R/: Rogad por nosotros.
Ave María, Gloria.

Temblando ante las iras del justo Juez, a quien por tantos años no hemos cesado de provocar con nuestras iniquidades, y deseosos de aprovechar el tiempo de vida que aún nos resta, llenos de esperanza os aclamamos a Vos, Refugio de Pecadores. 
L/: Rogad por nosotros
Ave María, Gloria.

Espantados del poder y de las astucias del demonio, de quien hemos sido víctimas tantas veces, y prevenidos de que al acercarse nuestra muerte arde en grande ira, sabiendo que le queda poco tiempo para tentarnos, desconfiando enteramente de nosotros mismos, á Vos aclamamos con veras de nuestra alma, Refugio de Pecadores.
L/: Rogad por nosotros.
Ave Mana, Gloria.

Mirando cómo el mundo redobla cada día sus seducciones, y nos entretiene en vanidades, y nos sumerge en un olvido espantoso de Dios y de nuestra alma, huimos de él con todas nuestras fuerzas, y nos acogemos a Vos ¡oh María! Refugio de Pecadores.
R/: Rogad por nosotros.
Ave María, Gloria.

Combatidos fuertemente por la carne, que nos incita a la liviandad, y a la gula, y a la más indolente pereza, haciéndonos repugnante la penitencia, costoso el sacrificio, y apetecibles los deleites terrenos, queremos huir de nosotros mismos, como del más temible enemigo, y nos arrojamos en los brazos de Vos, Madre Inmaculada, que no nos desecharéis, pues os llamáis con verdad, Refugio de Pecadores.
R/: Rogad por nosotros.
Ave María, Gloria.


PRIMER DÍA
ORACIÓN
Mandaba Dios en la Ley antigua que se designasen cinco ciudades de refugio, para que acogiéndose a ellas los reos, aunque fuesen muy culpables, escapasen de la muerte por sus delitos merecida. También en la Ley nueva, tenemos las cinco Llagas de nuestro amantísimo Salvador, a donde guarecernos cuando la justicia divina nos persigue para aplicarnos los merecidos castigos. Mas como Jesucristo, siendo Dios, es también el ofendido, y abusamos tan locamente de su misericordia, a veces nosotros mismos nos cerramos esas puertas de consuelo con nuestras repetidas culpas, y nos vemos muy próximos a perecer. ¡Mas entonces nos quedáis vos todavía ¡oh Madre piadosísima! Entonces Vos, ciudad bendita de Dios, nos franqueáis abiertas vuestras puertas y nos acogéis en vuestro recinto y nos abrigáis bajo los muros de vuestra misericordia, y nos defendéis desde la torre de vuestro poderoso patrocinio. ¡Cuántas veces nos hemos escapado así de los justísimos enojos del Señor! ¡cuántas veces, firmado ya el decreto de nuestra eterna ruina, sentenciada ya nuestra causa desesperada en el divino consistorio, Vos habéis intercedido, habéis rogado, os habéis arrodillado ante el Señor como Esther ante Asuero compadecida de su pueblo, y habéis alcanzado de la paciencia divina nuevas esperas y gracias de arrepentimiento, ¡y de perdón y conversión! Sin Vos, Señora y Reina nuestra, el cielo contara gran número de sus moradores, ni al infierno se escaparán tantas víctimas que ya miraba como segura presa de sus negros horrores; pero sois la ciudad de refugio, y los delincuentes que aun temen el castigo, corren en tropel para guarecerse en Vos y escapar de las divinas venganzas, y encontrar el perdón y la paz, cuando sólo merecían la maldición y exterminio. Sea yo, Madre mía, uno de esos afortunados, que, acogiéndome al seno de vuestra misericordia, consiga aún una tregua para pagar las deudas contraídas con la justicia del Señor. Yo os prometo, Señora, no abusar de esta nueva gracia, sino antes bien, aprovechándome de ella, contar por todo el mundo, que la que es Madre de Dios y de los hombres, es también seguro, saludable y cierto Refugio de Pecadores. Amén.


GOZOS
Para obtener tus favores
Suspirando en este día,
A ti llamamos, María,
Refugio de Pecadores.

Tan ingratos hemos sido
Con nuestro Padre amoroso,
Que no hay castigo espantoso
Que no hayamos merecido:
Y esto llena de temores
Nuestra vida, Madre mía,

Si el Señor benigno espera,
O castiga los pecados.
Su bondad nos hace osados,
Y su ira nos exaspera;
¿Mitigará sus rigores
Por tus ruegos todavía?

Mil veces Dios enojado
Ha firmado mi sentencia,
Y á tus ruegos, su clemencia
Otras mil la ha revocado:
De estos tus grandes favores
Uno espero en este día.

Cuando el cáliz está lleno,
Con una gota rebosa:
¡Quizá mi culpa alevosa
Hinchó ya de Dios el seno!
Serena tantos terrores,
Causa de nuestra alegría:

Todo me asusta y me abate;
El demonio mi enemigo,
La carne que está conmigo
Y el mundo que me combate;
Mi alma entre tantos horrores
Solo en ti ¡oh Madre confía.

Una indecible tristeza
Luego de mí se apodera,
Y quebranta mi alma entera
Con insufrible agudeza:
¡Que alumbren tus resplandores
Esta mi noche sombría.

Si veo acabarse mi vida
E irse acercando la muerte,
En este trance tan fuerte
Miro mi suerte perdida,
En las ansias y temblores
De la postrera agonía:

Madre: cuando al cielo entremos
Merced a tu valimiento,
Con grande gozo y contento
Tus glorias ensalzaremos;
más para ser comprensores
Sé aquí nuestra luz y guía.

Pues los divinos rigores
Provocamos á porfía:
A ti llamamos María
Refugio de Pecadores.

ORACIÓN: Oh Señor y Dios nuestro, os suplicamos que os dignéis conceder a vuestros siervos, la perpetua sanidad del alma y del cuerpo, y que por intercesión de la Bienaventurada siempre Virgen María, seamos libertados de la tristeza presente, y podamos gozar de la eterna alegría: por Jesucristo nuestro Señor. Así sea.


SEGUNDO DÍA
ORACIÓN
¡Cuán triste es la vida de un hijo, cuando ya sin madre sufre sus penas, se ve rodeado de enfermedades y abrumado de aflicciones y de trabajos! La mano que le cura, cuando no es de su madre, le parece siempre dura, amarga la medicina que se le presenta, áspera la voz que le consuela, y frío el corazón que le compadece. Por eso el Señor nuestro Dios, que es tan bueno, no ha querido que, en la vida del espíritu, estemos sin una madre; y determinando darnos alguna que nos conociera y nos amara, no quiso menos, sino darnos por nuestra á la purísima, amorosísima y piadosísima María su misma Madre. ¡Bendito sea eternamente el Señor por una fineza tan estupenda misericordiosa! Que nos tome más estrecha cuenta algún día del desprecio de esta dádiva soberana. Sí, amada Madre, Reina de dulzura, alegría de nuestras almas: Vos sois la que endulzáis las amarguras de nuestro destierro; Vos la que curáis con mano más blanda que las de todas las madres, las repugnantes llagas de nuestro espíritu, mil veces más asquerosas que las del cuerpo; Vos la que enjugáis todas las lágrimas y mitigáis todas las penas, y templáis todas las tristezas de vuestros hijos, aunque pecadores; bajo vuestro amparo hallamos siempre buena acogida, y nunca despreciáis las súplicas que os hacemos en nuestras necesidades. Acogednos también hoy benignamente ¡oh Señora! Libertadnos de los numerosos peligros que nos rodean, y ya que el mundo nos persigue, y la carne nos seduce, y el demonio nos combate, dejadnos huir hacia Vos, y envolvernos en vuestro manto virginal, y entonar allí seguros el cántico de victoria, pregonando por todo el mundo que sois el Refugio cierto y Abogada eficaz de los pecadores. Amén.


TERCER DÍA
ORACIÓN
No sólo sois, amada Madre mía, Refugio de los Pecadores, sirviéndonos de asilo y de defensa contra las justas iras del Padre celestial, y escondiéndonos en vuestro regazo cuando los dardos de su justicia nos buscan para herirnos, sino que también sois nuestro refugio, cuando nuestro terrible enemigo el demonio nos acomete con todo su furor y su saña, y deseando nuestra ruina no hay medio de que no se valga, ni camino que no emprenda, ni recurso que no emplee para precipitarnos en el pecado, y después en la impenitencia. Unas veces corno león rugiente, nos ataca furioso, gastando todas sus fuerzas; otras, como astuta serpiente se esconde entre las hojas de lo lícito, y da mil vueltas y revueltas antes de arrojarnos su veneno; y aun otras, como pequeña hormiga, que con poco se contenta, logra por el descuido de las cosas pequeñas, arrastrarnos a horribles precipicios. ¿A quién, pues, podremos acudir para tomar fuerzas contra su fuerza, cautelas contra su astucia, y refugio contra sus persecuciones? ¿A quién, si no á Vos, que sois la torre de David, provista de todas armas para el combate y terrible como un ejército ordenado para vencerle, y refugio seguro donde guarecernos para ponernos al abrigo de sus saetas ardientes? Sí, María: á Vos sola os teme el infierno, más que a todos los ángeles y santos juntos: vuestro nombre dulcísimo basta a ponerle en fuga, y vuestra Pureza sin mancha jamás se invoca, sin que se mire vencido. A Vos, pues, acudimos nosotros, Refugio de Pecadores, para librarnos de las mordeduras de la infernal serpiente, pues encerrados dentro de Vos, que sois un jardín delicioso en que nunca tuvo entrada, nada tendremos que temer de sus astucias ni de su fuerza, antes respirando el aroma precioso de vuestros ejemplos, y gustando los suavísimos frutos de vuestras virtudes, nos será ya fácil pasar del paraíso de vuestro amor y devoción al eterno paraíso de la gloria. Amén.


CUARTO DÍA
ORACIÓN
Dulcísima María, amada Madre nuestra ¡cuán arduos son los caminos del Señor para los que vivimos en medio del mundo! ¡Cuán difícil la exacta observancia de las leyes del Evangelio, y aun casi imposible la exacta custodia de todos sus consejos! ¡Con razón en todo tiempo las almas que desean santificarse, suspiran por la soledad y el retiro, y apetecen como el real profeta tener alas de paloma, para volar y descansar, huyendo del tumulto, y alejándose de las ciudades para morar en los desiertos! Pero nosotros, Señora, obligados a respirar el aire infecto del mundo, y a vivir como el Santo Job entre avestruces y dragones, vemos combatida nuestra fé con tantas máximas que reinan opuestas al Evangelio, la esperanza arrancada de los bienes eternos, para ponerla en los bienes falsos de la tierra, y la caridad helada con la vanidad de las conversaciones, lo bajo de los deseos, y lo material de las obras, la justicia destruida por la murmuración, hecha carnal y separada de la sencillez la prudencia, desconocida la templanza, y convertida en cobardía y respeto humano la fortaleza. Cuando reflexionamos, oh dulce Madre, en estos graves peligros, la sangre se hiela en las venas, el cielo se nos escapa, y la más negra desconfianza toca nuestras puertas. Pero felizmente os tenemos por Madre, y entre vuestros títulos más dulces y consoladores tenéis el de Refugio de Pecadores. Esto sólo basta para alentarnos, y nuestro corazón asustado, comenzando a tranquilizarse, nos dice: Si el mundo nos persigue, y nos hiere con su maligna lengua, y censura nuestras acciones, y burla nuestro celo, María es nuestro refugio; el hijo perseguido se acogerá a los brazos de su Madre poderosa: si las delicias de los sentidos nos hechizan, y las reuniones nos atraen, y las conversaciones nos disipan, nos acogeremos a María, pues es nuestro refugio: el hijo fastidiado del trato de los extraños, acude a conversar con su querida Madre: sí somos el blanco de la calumnia, del encono y del odio, iremos a María, y hallaremos seguro refugio, que el amor tierno de una madre, compensa de todos los odios, y de todas las injusticias. Sí, Virgen prudentísima, acogednos en vuestro seno, libertadnos de todas las seducciones, precavednos de todos los peligros, amparadnos en todas las penas que el mundo derrame sobre nosotros, y haced la maravilla de que, viviendo en medio de él, guardemos viva nuestra fé, levantada al cielo nuestra esperanza, y nuestro amor fijado en las cosas invisibles, para que cuando seamos llamados a cuentas, no seamos condenados con este mundo, sino contados en el número de los escogidos. Amén.


QUINTO DÍA
ORACIÓN
Entre todos nuestros enemigos, quizá no hay otro tan temible y peligroso como la carne; compañera inseparable de nuestra alma, y unida íntimamente con ella, ayuda poderosamente a los enemigos exteriores, que, a no contar con esta aliada perversa, no harían en nosotros tanto estrago. Y ya acompañada con ellos, o ya sola, tan fuertemente nos ataca, y tan suavemente se introduce, y tan mañosamente se insinúa, que muchas veces no venimos a conocer el daño, sino cuando su remedio es casi imposible. La carne nos hace perezosos en el negocio de la salvación, nos vuelve odiosa la oración, repugnante la penitencia, insufrible el recogimiento, dificultoso el ayuno, apetecibles las comodidades, y atractivos los deleites. La carne nos hace prolongar el sueño con demasía, perder la asistencia al santo Sacrificio, abandonar o cortar la oración, fastidiarnos de las prácticas piadosas y abandonar a Dios con ingrata inconstancia. La carne nos hace codiciosas las riquezas por procurar con ellas nuestro regalo, exponemos a mil peligros en que el pudor perece o se lastima, y caer en destemplanzas que nos arruinan. Y ¿cómo huir de este enemigo tan traidor y tan doméstico, tan perverso y tan conjunto con nosotros? ¡Ah, Virgen misericordiosísima! Vos sois también nuestro refugio contra las insolencias de la carne, contra el furor de nuestras pasiones y contra las flaquezas de nuestro pobre corazón: como Madre del hermoso Amor, arrebatáis nuestro corazón de los torpes amores de la tierra; como Madre del conocimiento nos abrís los ojos para que veamos el precipicio a que nos arrojan nuestras malas inclinaciones, y como Madre del temor santo, nos enseñáis a considerar los juicios del Señor, y enclaváis el dardo del temor de Dios en nuestras almas, que nos liberta de las inmundicias de los sentidos. Sed pues, Señora, nuestro refugio; acogednos en vuestro seno maternal; castificad nuestro cuerpo; purificad nuestros corazones; espiritualizad nuestro ser, inspiradnos un grande amor a la penitencia; comunicadnos el espíritu de la oración, y de este modo, vencedores por Vos, de los terribles asaltos de nuestros enemigos, proclamaremos que en Vos está toda esperanza de vida y de virtud, y en Vos la gracia y el camino de toda verdad, y que, quien quiera hallar la verdad y obtener la gracia de practicar las virtudes, acuda a Vos, que, dando en abundancia, lleváis a vuestros hijos a la patria de la vida verdadera. Amén.


SEXTO DÍA
ORACIÓN
¡Cuán amarga y azarosa es nuestra vida! ¡cuán rodeados estamos de peligro! ¡cuán combatidos por diversos enemigos! cuán cercados de multiplicadas clases de trabajos! Unas veces la escasez y la pobreza nos angustian, pareciéndonos inútiles todos los medios y cerrados todos los caminos por donde pudiera venir algún remedio. Otras veces la salud debilitada, dificultando nuestras ocupaciones, nos llena de negro humor y de pusilanimidad y de melancolía. Ya las personas que nos rodean, con sus genios encontrados, o sus extrañas ideas, nos hacen pesada la permanencia en nuestro hogar, o ya los extraños con su mala fé, y sus engaños, y sus astucias, ponen a grande prueba nuestra paciencia. Ora son las cosas exteriores las que nos molestan y perturban, ora son nuestras mismas pasiones, que abultan cuanto sufrimos, y casi nos lo hacen intolerable. Y de este modo, nuestra vida, conforme dice el Espíritu Santo, es una guerra continuada, una persecución tenaz y porfiada, un combate sin tregua y sin descanso. Más bien pudiera llamarse muerte continuada que vida verdadera, como advierten los santos. Quisiéramos librarnos de ella, quisiéramos salir de tan triste cautiverio, y clamamos a veces con el Apóstol: ¿Quién nos librará de este cuerpo de muerte? Pero luego recordamos oh María! que Vos sois nuestra vida, y acogiéndonos a vuestro seno, respiramos tranquilos: recordamos que sois el Auxilio de los Cristianos, y cesamos de temor y de temblar, viéndonos de Vos protegidos: reflexionamos que sois Consoladora de los Afligidos y arrojamos en Vos nuestros cuidados y temores. Pero en esto una duda nos asalta, un horrible temor nos desalienta. ¿Se dignará la madre de Dios, auxiliar y consolar a los que son enemigos de Dios por sus pecados, a los que han declarado a su Criador guerra incesante, y han hecho de todos sus dones otras tantas armas para rebelársele y herirle? Y entonces un título dulcísimo se presenta a nuestra mente, un nombre de inefable esperanza asoma a nuestros labios, y os llamamos Refugio de Pecadores. Estamos ya tranquilos, nuestro temor se desvanece; aunque pecadores nos acoge, aunque pecadores nos auxilia, nos defiende, nos consuela y nos ama. ¡Qué dicha! ¡qué gozoso consuelo! Alégrenselas almas, palpiten enajenados los corazones, regocíjese el cielo y el abismo estremézcase: María es Refugio de Pecadores; nadie es excluido de su ternura, nadie está privado de su misericordia. Yo también me alegro y me congratulo, y me lleno de aliento, ¡Madre mía! Si sois Refugio de Pecadores, yo bien puedo salvarme; puedo enmendarme, santificarme, ¡inflamarme en el amor de Jesucristo! Puedo salir de la tibieza, puedo formar y llevar a cabo los más grandes propósitos; puedo de derramar el celeste aroma del buen ejemplo entre mis hermanos. Pues haced, Virgen Santa, que así lo haga; que, aborreciendo mis pecados, abrazando una vida fervorosa y penitente, merezca por la perseverancia ir a besar algún día vuestras sagradas plantas en el cielo. Amén.


SÉPTIMO DÍA
ORACIÓN
¡Cuán triste, cuán amarga y desconsoladora nos parece muchas veces nuestra vida! Un vacío horroroso nos molesta, los más inocentes entretenimientos nos disgustan, el trato con nuestros semejantes nos exaspera, y al encontrarnos solos con nosotros mismos, temblamos de los funestos pensamientos que nos acosan: una nube sombría de tristeza nos cobija, y la vida que es el mayor beneficio de nuestro Criador, parece que nos abruma y nos fastidia. Unas veces es el temperamento y la naturaleza, lo que nos produce esa amargura, otras, es la expectativa de una gran pena que no sabemos cómo llevar; algunas, es el demonio, espíritu de tinieblas y de desesperación, que nos combate de ese modo, y muchas, el desasosiego de una conciencia no purificada, y el sobresalto de un corazón que no acaba de entregarse enteramente a Dios, centro de su descanso. Pero sea cual fuere la causa de nuestra tristeza, ella nos angustia, nos consume, aprieta el corazón y amarga nuestra vida. Felizmente tenemos en Vos, un preciosísimo remedio, Madre mía, porque Vos sois la estrella que apacible resplandece desde el cielo, para aplacar las borrascas de nuestra alma, Vos sois la causa de nuestra alegría, que desterráis toda tristeza y sosegáis toda inquietud, y endulzáis toda amargura; si la melancolía nos invade, Vos sois nuestra salud; si el demonio nos aprieta, Vos sois la mujer anunciada para quebrantar su cabeza; si las penas nos cercan, sois el más dulce consuelo, y si los pecados nos asustan y la conciencia nos alarma, y el corazón se angustia, Vos sois Refugio de Pecadores, Vos nos alcanzaos la vuelta al seno de nuestro Padre ofendido, negociáis nuestra reconciliación y ajustáis las paces, devolviéndonos así con la gracia perdida, la alegría de nuestro Salvador que es fuente de la nuestra: Ayudadnos, pues, ¡oh Señora! hacednos detestar los pecados y llorarlos con contrición verdadera, y enmendarlos con firme propósito. Haced que sirvamos al Señor con alegría, que entremos a su presencia llenos de regocijo, y que se sepamos como Vos, alegrarnos en Dios nuestro Salvador, que tantas cosas grandes ha hecho por nosotros, y que, entre ellas, nos ha dado una Madre tan pura, tan santa, tan graciosa, tan benigna y tan tierna. ¡Ojalá y nuestros ojos os miren algún día Virgen Santísima y nuestros labios besen respetuosamente vuestras plantas, y nuestra lengua os alabe, y nuestro corazón os ame y glorifique con los ángeles! Amen.


OCTAVO DÍA
ORACIÓN
Nada hay que tanto debiera preocuparnos como la muerte; nada que tanto llamara nuestra atención, nada que tanto ocupara nuestros instantes, y atrajera nuestros cuidados y solicitudes, puesto que, del momento único de la muerte, dependen nuestros futuros destinos y nuestra perpetua dicha o nuestra eterna desgracia. Y, no obstante, la muerte nos asusta; desterramos su recuerdo como un negro fantasma, y en todo pensamos, menos en disponernos para aguardarla. Cuando ella venga implacable, espantosa, con su séquito de dolores y de penas, de desfallecimientos, de angustias, de males y de inútiles remedios ¡cuál será nuestra confusión y nuestro espanto! Incapaces de pelear con un enemigo a quien no vemos más que una vez; inexpertos en un combate que nunca hemos trabado; sobrecogidos de espantosos remordimientos por lo pasado, que entonces se levantará abrumador y terrible para exasperarnos; debilitados con los progresos de una enfermedad que incesantemente nos devora, y temblando ante los misteriosos arcanos del juicio del Señor que nos insta, ¿cuál será la tristeza de nuestra situación, y la miseria de nuestros últimos instantes? ¡Oh Virgen poderosa, cuánto necesitamos allí de vuestro favor y ayuda! ¡cuánto habernos menester entonces de toda vuestra fuerza para defendernos, de todo vuestro amor para asistirnos, de toda vuestra ternura y compasión para auxiliarnos! Dignaos acudir solícita en nuestra última hora, como os lo pedimos hoy con toda instancia, conjurando vuestro corazón de Madre para lograrlo. Sí, Señora, Vos que sois Refugio de Pecadores, entonces más que nunca debéis desempeñar este dulce título, acogiéndonos en vuestro santo seno; ya que el demonio nos perseguirá más furioso que nunca, y el mundo insensato por atender a la salud del cuerpo nos retardará los auxilios del alma, y los deudos, con cruel compasión nos ocultarán nuestro estado, y la carne enflaquecida no nos producirá sino terrores, y tristezas, y desesperación y agonía, y la justicia de Dios viendo llegar su hora, aprontará sus temibles balanzas, y el alma gemirá en una angustia suprema. No olvidéis allí a vuestro hijo, ¡oh Madre admirable! bajad pronto a socorrerme, desbaratad los nublados de la conciencia, aquietad los temores, sosegad las angustias, arrojad muy lejos a los demonios, inspiradme sentimientos grandes de contrición, afectos tiernos de amor, actos fervorosos de fe y de confianza, poned en mi corazón y en mis labios como dos fuertes escudos los hombres de mi Salvador y el vuestro; y de este modo, al exhalar mi último aliento, mi alma recibida en vuestras manos maternales, será presentada a vuestro divino Hijo, que se digne salvarla, aunque sea purificándola con el fuego expiatorio, y hacerla reinar con El, en la gloria. Amén.


ÚLTIMO DÍA
ORACIÓN
Oh Madre mía dulcísima, amparo de mi vida, consuelo de mis penas, refugio en mis tribulaciones y en todos mis pesares, abogada poderosa en el tribunal del Señor y omnipotente en vuestras súplicas que todo lo consiguen: recibid, Señora, las más humildes acciones de gracias, por todos los favores que me habéis dispensado, colmándome de bienes y librándome de males innumerables; haced que, como hijo tierno y reconocido, no cese jamás de publicar vuestras alabanzas, ni de practicar vuestros cultos, ni de crecer en vuestro amor y devoción todos los días de mi vida. Pero, sobre todo, ¡oh Virgen Santa, ya que el fin principal con que he emprendido las piadosas prácticas de estos nueve días, es el de alcanzar por Vos, del Señor, la gracia de una verdadera contrición de mis pecados, y de su perfecta remisión, dejad que os lo pida de nuevo con las más vivas instancias. Sí, Madre mía: REFUGIO DE PECADORES os llamáis, REFUGIO DE PECADORES sois, y este título os obliga a acogerme bondadosa, y a no desechar las súplicas que os presento. Mucho he ofendido a mi Dios y Señor, Reina mía; mi vida entera se ha manchado con gravísimas ofensas, y quizá me encuentre cercano a los umbrales de la eternidad, sin dejar por eso de añadir nuevas culpas a las pasadas, y prolongar mis ingratitudes con mis años, y atesorar tesoros de ira y de venganza contra mí. No sé qué horrible flaqueza, u osada malicia, me hace no poder desprenderme enteramente de las pasiones, y ellas me hacen caer a menudo en unas faltas, que solo las deploro para volverlas a cometer de nuevo, repitiéndolas siempre y no enmendándolas jamás. Ayudadme, Socorro mío; Refugio mío, acogedme dentro de Vos; Abogada mía, protegedme de las iras del cielo; Madre mía y de mi vida, ayudadme a mí contra mí mismo; hacedme llorar como lloran tantas almas, los pecados de mi juventud, y los de mi vida entera; enseñadme a preparar esa última jornada de mi vida que tanto se aproxima y que nos conducirá a la presencia de Jesucristo, Juez. Sed mi Refugio, especialmente en esa hora suprema, en la que todo el infierno conjurado para perderme, me librará los más terribles asaltos. Y pues una madre amorosa nunca falta a la cabecera de su hijo moribundo, siendo Vos la más buena y amorosa de todas las madres, no me abandonéis un instante en aquellos solemnes momentos de donde pende la eterna suerte. Y por si mis labios debilitados y mi voz extinguida, no pudieren en esa hora llamaros, desde ahora os llamo para entonces; Madre mía, Señora mía, Refugio mío, y de todos los pecadores, asistidme, defendedme. Vos que sois la Madre de la gracia, y la dulce Madre de la clemencia, protegedme contra las asechanzas del enemigo, y recibidme en la hora de la muerte para entregar mi alma limpia a las manos de Jesús vuestro Hijo. Amén.






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